Si nos remitimos a la historia de nuestro país, muchas son las teorías y quienes hoy reclaman la paternidad del fútbol colombiano. Barranquilla, Santa Marta, Pasto… Bogotá, en los inicios del siglo XX de la mano y entre las maletas de los trabajadores ingleses llegaron, a distintas regiones de nuestra geografía, los balones y las reglas de un juego contagioso que empezó a impregnar a los colombianos y a convertirse en parte de su cotidianidad. De forma simultánea y en distintos escenarios la pelota rodó, se elevó y rompió redes, fue así como se estableció el más popular de los deportes, la pasión de multitudes en el territorio colombiano.
En Bogotá específicamente un grupo de caballeros capitalinos, movidos por el apasionante deporte, fundó en 1910 el Polo Club Fútbol, posteriormente en 1911 el Colegio San Bartolomé de La Merced forjó un equipo organizado y competitivo, conocido como el Bartolino. Estos fueron los primeros clubes establecidos en el interior que, entre montañas, le dieron identidad al fútbol bogotano y comenzaron a competir ante sus similares de Antioquia y de la Costa Caribe, entre otros.
En la década de los 50 con El Dorado, nuestro fútbol se impregnó del estilo de los jugadores argentinos, uruguayos, paraguayos, peruanos, costarricenses, brasileños y hasta húngaros, que llegaron a colmar las canchas en territorio colombiano. Se podría decir que es allí cuando inicia nuestro fútbol, el local, el criollo, el que nos dio una identidad. Mezcla del sentir nuestro con la pasión prestada, de lo natural con lo aprendido. Pasada la mitad del siglo XX, empezamos a competir en Copas Libertadores y a figurar en Copas Américas, tuvimos nuestra primera participación en un Mundial y un empate histórico con la URSS en Chile 62. El balón fue madurando y adquiriendo personalidad propia con el crecimiento y el desarrollo de las ciudades en los años 60 y 70, con nombres como Adolfo Pedernera, Osvaldo Zubeldía y Carlos Salvador Bilardo, quienes nos dieron tintes de calidad importados del sur del continente americano.
En las décadas de los ochenta y noventa llegó la explosión y la consolidación del balompié nacional, no solo a nivel de clubes con el título de la Copa Libertadores de Atlético Nacional en 1989, sino con la histórica clasificación al Mundial de Italia 90 de la mano de una generación que nos dio un lugar en el mundo de la mano de Carlos "El Pibe Valderrama" y bajo la batuta de Pacho Maturana. Fue un grupo que le abrió las puertas a Colombia hacia otras fronteras, pero que a su vez padeció la inocencia de no ser aún lo suficientemente universal. Con ellos, clasificamos a tres mundiales consecutivos y presenciamos el que es considerado por muchos como el mejor fútbol visto en el país; fue una generación de oro que aún hoy resuena en los oídos de los hinchas y es referente de las nuevas generaciones.