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La delgada línea
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Estás en: Tiempo fuera: literatura y deporte en Bogotá

La delgada línea

La literatura y el deporte tienen dos hilos que los unen: el drama de la victoria y la derrota y la fascinación por las historias humanas: héroes y villanos con todos sus matices y particularidades.

Esta mezcla produce una extraña fascinación por entender no solo las motivaciones de quienes se desafían a sí mismos y al otro en una práctica deportiva, sino también por inmiscuirse en las elecciones y contradicciones mentales y físicas que impregnan la vida de los deportistas. Son personajes públicos y admirados, pero que en su privacidad padecen el peso de la victoria y la derrota, un peso que, en ocasiones, ni siquiera les pertenece..

Una historia dramática

Elegir hasta donde ser deportista y cuando comenzar a ser una persona de a pie es quizás una de las mayores paradojas de quienes dedican su vida a esta actividad. ¿Cuándo parar? ¿Qué eres si no eres deportista? ¿Los fans te entienden o conocen o solo les importa los resultados? El deporte es quizás uno de los escenarios más literarios que podemos encontrar: juegos colectivos donde los equipos son verdaderos ejércitos, juegos individuales donde la soledad es más agobiante que nunca, instantes donde hay que tomar decisiones al límite, desafíos externos que resisten las propias realidades. Ego y victoria, caída y derrota, aplausos y emociones, dolores y fantasmas. Es la receta perfecta para que la literatura entre y haga de las suyas.

Como lo expresa el tenista Andre Agassi en “Open” libro donde consigna sus impresionantes memorias con una honestidad cruda y desgarradora: “La gente me pregunta a menudo como es la vida de quienes nos dedicamos al tenis, y yo nunca sé cómo describirla. Pero esa palabra es la que más se acerca: más que cualquier otra cosa es un remolino doloroso, emocionante, espantoso, asombroso. Llega a ejercer, incluso, una débil fuerza centrífuga contra la que llevo tres décadas luchando”, y agrega también “Después de tres decenios corriendo a toda velocidad y deteniéndome en seco, saltando muy alto y aterrizando con fuerza, mi cuerpo ya no me parece mi cuerpo, sobre todo por las mañanas. Como consecuencia de ello mi mente no me parece mi mente. Desde que abro los ojos, soy un desconocido para mí mismo, y aunque como digo, no sea nada nuevo, por las mañanas la sensación resulta más pronunciada”.

En el universo deportivo, uno de los lugares donde los grandes autores han centrado más su curiosidad es en el ring de boxeo: Arthur Conan Doyle, Jack London, Ernest Hemingway, por solo mencionar algunos que se colocaron los guantes para empuñar la pluma. Gay Talese el padre del periodismo literario, o al menos uno de los pioneros de este género, escribió uno de los mejores reportajes acerca del pugilismo, al explorar de manera profunda y sigilosa las luces y sombras de este deporte. Con su inolvidable crónica de Joe Louis, ya retirado, llegando a su casa de Nueva York luego de un fin de semana en Las Vegas, Talese combinó de manera extraordinaria el vértigo de las letras y el deporte. Diría Tom Wolfe, otro gran maestro de este género: "Reportaje, sí, pero escrito como un cuento".

Deporte literario

En esa delgada línea entre periodismo y literatura, entre deporte y drama, entre competencias y teatro, entre partidos y guerras, entre deportistas y héroes, entre goles y disparos, destacan las frases pronunciadas por muchos deportistas que, refiriéndose a vivencias de su profesión, tocan la puerta de la filosofía y la literatura. Sabiduría y conocimiento casi innato, no aprendido en las academias, sino construido desde el sudor, el dolor, las palpitaciones y el esfuerzo. “Debes esperar cosas de ti mismo antes de que las puedas hacer”, decía Michael Jordan, expresando claramente el ahora tan popular concepto de la visualización, y añadía en otra ocasión para referirse al concepto de la bondad del ser humano: “El corazón es lo que separa a los buenos de los grandes”.

El deporte en su literatura permite hacer un retrato de la sociedad de cada época y, usándolo como excusa para mezclar elementos históricos, sociales, geográficos, económicos y hasta políticos, registra sucesos extraordinarios para la posteridad. Como lo hace magistralmente Lola Lafon en “La pequeña comunista que no sonreía nunca” la historia de la gimnasta rumana Nadia Comăneci, quien fue convertida en símbolo nacional con solo 14 años. Este libro puso sobre la mesa la realidad del comunismo de los años 70 y 80 en un país que tras horas de clases de geografía muchos aún desconocen: Rumanía. La pequeña gimnasta (en edad y estatura) necesitó de pocos minutos para partir la historia en dos con su exhibición en las barras asimétricas. Revolucionó las Olimpiadas de Montreal 1976 con la perfección de su ejecución, que tomó al mundo del deporte por sorpresa. Entre saltos y volteretas la autora retrata un país sumergido en un régimen convulsivo bajo la presidencia y dictadura de Nicolae Ceaușescu, donde Nadia fue tanto espectáculo público y símbolo, como traidora y prófuga.

Las hazañas, la soledad y el sacrificio del ciclismo también han sido vehículo de grandes escritores, narradores y cronistas. Los ciclistas permiten recrear diferentes facetas del ser humano, enfrentarlos a sus mayores miedos y retos, llevarlos al extremo de la gloria y el infierno y plasmar valentía y humildad a bordo de dos ruedas. Retratos de nuestros grandes héroes como Nairo Quintana y Egan Bernal, o radiografías de nuestras imponentes montañas y sus intrépidos escaladores han sido escenarios perfectos para recorrer el país y sus particularidades a través de la palabra escrita.

El deporte rey, el fútbol, es quizás uno de los que mayores goles literarios se ha anotado; por su cancha han transcurrido novelas, biografías y autobiografías de todas las dimensiones, un sinfín de crónicas y reportajes, poesías, cuentos para grandes y chicos, historias ilustradas, libros de economía e historia y guiones para cine y televisión. Pese a que muchos intelectuales, como Jorge Luis Borges, para poner un ejemplo, desprecian el fútbol y lo consideran banal e inútil, lo cierto es que muchas de las grandes plumas de la historia reciente han encontrado en el balón una excusa para entregarnos algunas de su más memorables obras y dejarnos algunas de sus reflexiones más profundas. Como lo afirmó Albert Camus, premio Nobel de Literatura de 1957 y jugador de fútbol en su juventud en Argelia: “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol”.

El fútbol es el deporte que despierta las más intensas pasiones, por lo que no es de extrañar que, en el mundo entero, en la búsqueda de la expresión literaria muchos divaguen entre las canchas y los libros, con sus divergentes odios y amores. Roberto Bolaño, el escritor chileno era un apasionado del fútbol. Uno de sus cuentos, “Buba”, tiene como protagonista a un futbolista chileno fichado para jugar en el Barcelona. Al llegar se lesiona y pasa una temporada en el banquillo, sumido en una depresión, hasta que lo ponen a vivir en un apartamento con Buba, un nuevo jugador proveniente de África. Buba lo inicia en unos rituales de sangre que hacen magia con el balón y los convierten en invencibles en el terreno de juego. Javier Marías, destacado escritor y aficionado español, nos dejó en “Salvajes y sentimentales” pinceladas maravillosas de este deporte, al mezclar la emoción y la razón, la nostalgia y la actualidad.

Vladimir Nabokov, Jean Paul Sartre, Arthur Conan Doyle y hasta la escritora Marguerite Duras con su entrevista a Michel Platini, corrieron por la línea, hicieron un par de regates y llegaron al arco dominando el balón para entregar piezas de literatura imperdibles para los amantes del balón. Muchos autores latinoamericanos mostraron también la pasión de un continente a través de maravillosos textos literarios. Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Juan Villoro, Gabriel García Márquez, cada uno con su particularidad, su tiempo y su cultura escribió acerca del balón y su magnetismo. "La pasión futbolística se alimenta de dolor; cada público encuentra la forma de superar males específicos. En Argentina los milagros son posibles, pero duran poco; en México se posponen para siempre y la gloria debe imaginarse" afirmó Villoro.

Beisbol, atletismo, automovilismo, running, tenis, baloncesto, biografías de directores técnicos y entrenadores, libros de liderazgo y desarrollo personal… hay otro partido más allá del deporte, de las luces, los premios y los aplausos. Muchos escriben porque no pudieron ser deportistas; algunos autores han reconocido que su amor por la literatura deportiva es su forma de entrar al campo de juego y ser parte de la pasión que despierta, ante la imposibilidad de lograrlo de manera profesional. Y sí, porque el escritor también juega y desafía a su contrincante cuando se enfrenta a la hoja en blanco.

Todos los libros tienen un final, así como todos los partidos, carreras y competencias. Bien sea por un tiempo cumplido o por un puntaje alcanzado. En el deporte, siempre hay un ganador y un perdedor, uno que quiso más y que no pudo, que luchó y no le alcanzó; otro que vio recompensados sus esfuerzos y que alcanzó la gloria, que fue más allá. Los libros también se acaban, se cierran y tras el final queda el vacío de lo que fue y la satisfacción de lo que se recibió en cada página. Como de manera emotiva lo expresó el uruguayo Eduardo Galeano: "Y yo me quedo con esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al fin del partido".