Dichos encuentros no siempre tenían un final feliz. En muchas ocasiones los conciertos se transformaban en otra suerte de ceremonia. De nuevo, el músico Óscar Orjuela comenta sobre las condiciones de esos eventos:

En realidad era muy limitado, yo recuerdo un bar, el Iron Speed, era como en la 45 con 17, había otro que se llamaba la Caverna, por los lados de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, y ahí se inventaban conciertos, la asistencia era bastante masiva… básicamente al ir a un concierto de rock había una gran probabilidad de resultar arrestado, inclusive uno de músico también, nosotros resultábamos muchas veces guardados porque se armaba el problema y los policías no discriminaban este es músico, este es tal, no pa´rriba, pa´un camión todo el mundo y chao.

En los años ochenta, en medio de un contexto de violencia social y narcotráfico, se fueron definiendo los gustos de los jóvenes bogotanos aficionados al rock. Algunos disfrutaban de los sonidos extremos y experimentales mientras que otros preferían ritmos más convencionales y populares. Así lo recuerda el periodista Ricardo Durán:

En la segunda mitad de los 80, lo que vemos es todo ese auge de Enanitos Verdes, Hombres G, y hay todo ese boom, que es paralelo a todo lo que inspiró la violencia del narcoterrorismo que es toda la movida del punk y del metal, si bien en Bogotá hubo algunas bandas importantes de metal, el epicentro más claro es Medellín, que se refleja mucho en Rodrigo D…”

Pero la tribu rockera era una sola y los jóvenes que la componían confluían en los mismos espacios para conocerse y reconocerse en una ciudad que los trataba como extraños, que les ofrecía espacios limitados para disfrutar de su música. De nuevo, el periodista Ricardo Durán relata algunos detalles sobre la experiencia de ir a conciertos y ser parte del público rockero de la época:

Esos dos mundos, el del pop y el rock nunca se encontraban con el punk y el metal en los medios, pero lo que uno veía era que había un concierto de Enanitos Verdes, de Soda Stereo, y allá estaban todos: los rockeros, los metaleros, los punks, los gomelos, los hippies, porque no había más… usted ponía una luz roja y una guitarra eléctrica y pa’lla iba todo el mundo.

A finales de los años ochenta, entusiasmados en parte por la moda del mal llamado «rock en tu idioma», la música empezaba a bullir en los barrios de la capital. Pero eran los aficionados a los sonidos extremos, como el punk y el metal, quienes encontraban quizás más lugares para sus conciertos. Así lo recuerda Óscar Orjuela, baterista y fundador de la banda Darkness:

…tocábamos solo covers, habíamos montado mucha música de Metallica, nosotros tocábamos en un lugar en Castilla, un barcito pequeñito, tocaba la Pestilencia y tocaba Darkness, en ese momento el público era bien dividido, entonces había como enfrentamientos entre los grupos…

En medio de una época marcada por la violencia urbana y las restricciones, los jóvenes rockeros intentaban vivir y disfrutar de la música enfrentando adversidades y peligros. Era inevitable que muchas veces la coyuntura del miedo y la violencia opacara todo. Así lo recuerda Ricardo Durán:

Anunciaron un concierto de Rod Stewart con Charly García, en el Campín, en el 89, yo compré la boleta, y… mataron a José Antequera, matan a este personaje y hasta ahí llega el concierto… era ir ahora a hacer la fila al Coliseo El Campín pero a entregar la boleta y que le devolvieran la plata, era una cosa muy frustrante todo eso

La última década del siglo XX comenzó de forma traumática para los rockeros colombianos. El peligro constante sembrado por el narcotráfico, disipó la fiebre rockera y desanimó a los artistas a continuar. Cuando las calles volvieron a tomar vida nocturna y el rock sonó de nuevo en los bares, las canciones y el trabajo de las bandas más consolidadas a finales de los ochenta ahora eran apenas un rumor. Así lo recuerda Piyo Jaramillo, escritor y cantante de la legendaria banda Compañía Ilimitada:

…con esa violencia tan exacerbada y tan difícil que siguió hasta el 91, todo el esfuerzo que habíamos logrado y la contundencia y la dinámica que habíamos logrado en términos de radio pues con esto se vio perdida, y ahí es cuando la segunda era del rock toma forma… la de los bares subterráneos.

Los mismos músicos diseñaban, imprimían, reproducían y repartían la publicidad de sus conciertos. Empezaban en la mítica calle diecinueve con séptima, el epicentro rockero de la ciudad. Óscar Orjuela sigue compartiendo sus recuerdos sobre las formas de invitar al público a asistir a los conciertos:

…eso era muchísimo por la voz a voz, entre amigos, teléfono a todo el mundo, fotocopiábamos 500 o 1000 volantes y nos íbamos por las noches a repartir a cuanto bar que sabíamos era de rock… la voz a voz sobre todo en la calle 19 que era como el epicentro, ahí se tenía que dejar la información, era la manera...

Rodrigo Mancera, guitarrista de la banda Morfonia, vuelve su mirada al pasado para contarnos de las bandas locales que lo sorprendían y lo que empezó a pasar ya entrados los años noventa:

… recuerdo mucho esos conciertos de Distrito Especial, en la 80 hacían conciertos de metal en las bodegas de El Éxito y en las bodegas de La Sevillana en Venecia, bandas como Bastard, Herejía, venían bandas de Medellín de black metal, la gente se daba durísimo… había mucho tropel.

El tránsito entre ambas décadas dio con una generación de jóvenes que despertaba, se sacudía y respondía a la realidad nacional con rock, reavivando la llama dejada por las bandas que se apagaron finalizando los años ochenta. Algunas sobrevivieron para extender su legado y atestiguar que algo nuevo empezaba a tomar forma. Así lo describe Óscar Orjuela, quien se detiene en la importancia de la calle décima en el barrio La Candelaria:

…esos tres bares que estaban en la misma calle marcaban unas audiencias bien específicas, La Casona era la del rock, y más abajo estaba el sitio con el que arrancó Héctor Buitrago, era la del movimiento alternativo de México, lo que era más pop era más arriba en el bar de Carlos Vives, Estación Central, era bien interesante ver esos públicos ahí.

El dueto creativo de Morfonia lo complementa el baterista Gregorio Merchán, quien habla de los lugares para tocar rock a comienzos de los años noventa y de cómo convirtió su lugar de residencia en un espacio para ensayar y hacer conciertos:

… mi casa aquí en El Restrepo fue un espacio donde hubo muchos conciertos, tocaron La Almas, ahí se tocó por primera vez El Dorado de Aterciopelados, antes de que lo grabaran… fue como un centro cultural de la época, fue como la primera sala de ensayos del parche, y el fin de semana todos poníamos para el chorro y a ensayar…