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Colección institucional

Hemeroteca Digital Histórica

En esta colección encontrará publicaciones colombianas y extranjeras, editadas entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XX. Estas obras ofrecen una gran riqueza documental, derivada de piezas únicas y grupos de publicaciones de diversas ciudades, que abordan acontecimientos políticos, económicos y culturales específicos, como el proceso de Independencia nacional.

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    • 8 Libros
    • 19563 Prensa
    • 1219 Publicaciones periódicas
  • Creada el:
    • 15 de Julio de 2019
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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 17

Por: | Fecha: 02/01/1875

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. ~-____ -,,,;---~~ S' :R ? ~.-~~ --_. _ ~-- PERIODICO DEDIOADO A LA LITERATURA Serie 11. Bogotá, 2 de Enero de 1875. Número 17. A~DEx EL AÑO NUEVO. Un año más que ha pasado á hundirse en el abismo de la eternidad. Una gota caida de la clépsida del siglo XIX marcando la medida de doce meses. ¿ Qué nos quedan de esos dias que como un vértigo han pasado á nuestra vista? Dos recuerdos de dolor por uno de placer. Cien lágrimas por calla sonrisa. La vaga remembran­za de algunas ilusiones concebidas, y la tristí­sima realidad de algunas decepciones. Es un año ménos. Es un año más. Allí en la casa de un rico negociante tiene lugar una rcunion de niñas, que esperan en medio del bullicio do la danza el primer vagido del naciente año. S 1S risas infantiles, sus dúlcidos cantos de ánid les impiden oir los gemidos que en su estortor exhala el moribundo anciano. Todas miran ansiosas hácia el minutero del gran reloj colocado en la consola de la sala. La manecilla ma.rca inexorable minuto á minuto, los que faltan para que suene la última hora del año viejo. O la primera del año nuevo. Unos cuantos segundad más ...... hé allí la cam· pana que da doce monótonos tañidos que re· piten en coro todos los relojes de la ciudad. Un grito de alegria resuena en los labios de aque­llas vírgenes que se abrazan mutuamente con una alegria infantil. i Un año más! exclaman; j feliz año nuevo! La anciana abuela q11e senta­da en un rincon miraba ao-uella escena, que le traia á la memoria recuerdos de otros tiempos más felices para ella, inclina la frente, y siente deslizarse una lágrima por las arrugas de su marchito rostro. Una de las pequeñuelas viene á darle un beso en la frente, y sin comprender que se pudiera estar triste cuando ellas reian, pregunta á la anciana la causa de su pesar. --Tú no lo puedes comprender, María, dice la abuela. Eres muy niña aun. Pero lo Ilue me en­tristece es lo que tú llamas un año más, que es para mí un año ménos. Tú ves hácia arriba, porque subes el sendero que conduce á la cima de la montaña de la vida. Yo miro hácia abajo porque desciendo por la pendiente que conduce al abismo de la tumba. ·-No te entiendo, abue­lita, replica María y corre bulliciosa á confun­dirse entre la. nube de mariposas de sus ami­guitas. '"¡ Qué egoista. es la infancia! murmura la anciana. j Qué egoista es la ancianidad! añadimos nosotros. Despues aquella parvada de golondrinas se desbandó; cada una se dirigió ásu nído á ~oñar COn Un mañana lisonjero. La anciana fué á pensar en un ayer melancólico. Nosotros en un hoy indiferente. En unos cora­zones veiamos sonreir la esperanza, en otros el recuerdo ... llevamos la mano al nuestro y encon­tramos en él solo el vacío. No encontramos ni vestigios de un ayer ni la ambician de un maña­na, ni la realidad de un hoy. No habia lágri­mas en nuestros ojos, ni sonrisas en nuestros labios. Ni odio en nuestra alma, ni amor en nuestro corazon. Nos dirigimos a nuestro ha­ga", apagamos la luz y nos dormimos tranquila­mente. En la mañana nos despertó un imper­tinente rayo de sol que á traves de la ventana se deslizó hasta nuestro lecho como por desearnos un buen año. Poco despues nos levantamos, y fuimos á almorzar con varios conocidos. En los postres nos pidieron un brindis. El champaña hervia en las copas. Nos pusimos en pié, y pa­rodiando á los heraldos de Antaño en la muer­te de los reyes, exclamamos: Puesto que el año ha muerto viva el año! ! - BRISAS DE LA MAÑANA. A LA SEÑORITA CONCllITA. BORDA. A wind came out of the sea. (LONGFELLOW.) A disipar los nublados De allá, muy léjos del mar, La brisa viene diciendo; "Neblinas, dadme lugar." Las balsas que, orilla al río) Se mecen va á saludar: "Balseros, velas al viento i " Es la alba; al remo; y bogad." El bosque medio dormido Con su ala toca al pasar; " Hojas, música á los cielos, " Aromas al viento dad." A sacudir en los llanos V á las cañas de un trigal O el sedoso traje undoso Del sonoroso maizal. Las gasas con que la. cumbre Del Ande, cubierta está, Descorre j y á média lUID bre Comienza luego {\ brillar. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 130 LA Guardando el caliente nido Aün las aves están; " Cantoras del aire, os toca " Alborada alegre dln. Algunas nieblas aun vénse En el barbecho blanquear: Las sigue, las rasga, en grupos, Las hace al valle rodar. Con el gallo que aletéa, Posado bajo el alar, La voz de alerta á la aldea Se pone luego á soltar. Cruza calles; en las puertas La rendija expiando está, y hasta las tibias alcobas Silbando se atreve á entrar. Allá al blanco campanario Travieso trepa á jugar; " Campanas ya el alba rompe "Sonad, campanas, sonad." " Todos, vuestras plegarias " En el templo, al alba, alzad: " Que en nube de incienso envueltas, " Derechas al cielo van." En el triste ce~enterio Que tras la iglesia está, Por entre tumbas se esconde y sollozando se va. CINTlO. LOS ZAl? ATOS. Los zapatos, á los ojos de la mera observacion, son el vestido de los pies, y nada más: los exigen el pudor dor y la limpieza, aunque no los reclama la, bigiene; pican la curiosidad de quien mira, y mantienen la ilusion de quien no puede ver, por más que mi re. Ouanto de ellos se diga como distintivo, es aplicable al vestido en general, porgue si el calzado es el ves­tido de los piés, el traje es el cal zado del cuerpo. Empero, como no es lo comun que la filosofía presida ]0. formacioll ideológica de los juicios, aquellos, que son s610 10 que hemos dicbo, hacen un papel que no guarda armonía con las sustancias de que los fabri­can, y causan más de una ilusion, y otrC's tantos de­sengaños No es el solo objeto que tiene múltiplo carác-ter, derivado de los y las praocupaciones, más bien que de la realidad. A los objetos, á las palabra y á los bombres, les acontece en el teatro social lo que á. los guarismos en las cantidades: tienen un va­Jor real, invariable, y otro mayor ó menor, que crece á voluntad, segun el lugar que ocupan ó la ilu ion que los favorece. Las palabra~, por ejemplo, tienen segun el diccionario un ignificado que les es pecu­liar, que altera el capricbo de quien las dice ólas oye. Una fra e que en lo labios de un particular apénas es sonido que el viento so lleva, proferida por un Em­perador ó su Ministro, es prenda de paz, pul acion de guerra, golpe de bol a, ó cambio de decoracion en el es­cenario político. Traduzca cualquiera una accion ó pa­labra con el criterio de una arbitraria interpretacion y todo cabrá en el dicho más sencillo y tornaráse ~n grave hasta lo baladí. Esto explica el papel que hace en el mundo la. interpreta.cion de las acciones ajenas. A DE Ctnllqnier accidente ó a~ributo per, onal? pOI' nimio que parezca, se bace sentll' con la teJUlel.t1ad ,de )0 perdurable. Siga 01 lector con su atenclOll ti una mujcr h ermo:=;a por la,senda que le preparan SI,IS grn.­cías Ó P(ll' la maleza a qU,e,la llevan ~11 atractlYOS" y deducirá que gU belleza [¡slca decre~o s,u suerte ]ll·.r.;­pera ó adversa. Tome en ~u memOI'H\ ~\ una fea p~r'\ bacer la misma observaclOn; cn . egu\(]a :í. una 111- glesa de Ja, al'istocr~cia; despues :í. una ni~1l. m! 'c­rabIe y scductora, bIJa de las calles de Pans,! a la postl'e, cumpa,re á ~na bC"gotana con una mUjer de aldea. ¡Qué dlferencHls en el pal?cl -ocial, cl vestido es rl'fjllbito esencial : tan notable seria un ll1ngistrado dl:;,calzo en su dCt-pacbo, como un d tripa-terrones de ca aca y cbaleco blan­co. Para aspiral' el hombre á cierto empleo", para ingresar en tal círculo social, par:! porlel el' cadlCtco en ejercicio de liS funcione", e forzuso usar zapatos, así como el !leyados es prueba de que e tiene renta y uo jurnal. Poco importa el fondo productivo de la renta; pero ellos no se adquieren, in buena oldada. Donde cs costumbre usarlos, los zapatos son yes­tido y nada más; á pesar de que, entro los de cuero y lo de ra o, aunque todos son del género, bay us diferencias. Donde apénas los alguno, , muchos ó poco, pero señalados, son signo de distinciun, no ante la realidad de las co af, sino para el extraviado criterio bumano, En pueblos ele a,enidos por la lec­ciones que dejan los re entimientos pohtico" ó por rivalidades de cla e, 6 emulacion de predominio, el ve tido es marca social, motivo de antipatía. y fuente de inmotivadas prevenciones: algo com(l ser pri. io­nero en Roma, moro cn E paña, extrajero en el Paraguay 6 negro en New-Yorl. No e tán rezagados en nuestra memoria los episodios de Bogotá entre ca­chacos y a Para prevenÍl' Ó 'par tales ani­mosidades, para quP. el ve tido no sea valla social, es útil demostrar que son los zapatos, á la vez que para generalizar tan buena costumbre. U nos se persua­dirán de que quien los usa es obligado por el há­bito, el cual le fué y le es impuesto por fuerza- • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. LA TARDE 131 mayal'; otro perderán el temor ó la vel'güeuzn. que le coarta el vebemente de ea de u arIos. n recien llegado ó desconocido no e visto con los ro ojo cuando se presenta descalzo, que si . e ex-hibe de zapato, levita, reloj, cháleco: varita y dema ndberentE's, r¡ue son las insignias tic ser cachaco en disponibili{lad. A aquel, ni lo miramos; poro al ver :í. e te preguntamos: " i quién scrá?" En un baile de cl evada condicion, caeria en ridiculo el desco­nocido que se atreviera á ingresar como pUl'cja, des­calzo ó de ruana: el rechazo mudo de la incli(crencia y el dc precio no se hari:!. cspcrar. Pero si cse con quien (por exhibirse con tan vulgares credenciales) nadie habria bailado, ni ido alteatro, ni pl'esentádose al publico, . c da valia con cambiar de edicion, y se iuieia cun modales y arte, como neófito cutre la gen­t<" . ubirá ('n bre\'e, ante el criterio ajeno, los esca­lone' necc. ario para ser aceptado como ig ual por aquellos ú aquellas que, de otro modo, no se digna­¡' ian nliral'lo. E te prólogo de iniciacion, ante,ala y recibimiento, lo npeesita, i án lo conocían como á extraño á ese círculo; pero si e de conocido, 01 ves­tido le sirve de letras patentes para ser de todos aca· tado, y merced á él e pre-enta con aires de gente y librea de caballero. Per.onas hay que por sus cos­tumbre é intE'nciones y pOI' su e ca a cultura no merecen en ju tici,1 lo miramientos que comprnn con la decorncion que lbvan; cUlintos que por aber sor· prendor con su C'xtcrior el extraviado cl'iterio feme­nino, to:n:m.trinchcras sociales ó pecuniarias, que án­te juzgaban inexpugnables; muje que si e.cogcn pam u recopcilln en el gran mundo un teatro á rné­dia luz por lo extenso, como una ciudad no\'clera y populosa, escalan puestos elevad en la gcrarquía de la fama tan sólo con una audacia amanerada y lujo­samlmt. e vestida, Lo ocupantes de pue tos elevados, ó cnanclo ménos,'l figurantes del buen tono, los cau­datario de la llovededacl, al acercar c un pcrRonaje de eae jáez, lo r~cibpn primafctcüJJ como á igual, porque a. ignan á ¡:lS cualidades el lugar quc ocupan los gnan las joya y el coche de librea, á .ahien­das de que tales atavíos son el di fraz de una ba­cante, perla salida del muladar del crímen, variante de la Rigolboche aderezada por la mejor modista de la capital. Nadie piensa que el vestido, lógicamente, no es más que indicio de que hubo quien lo diera ó lo com­pral'a. Al contrario, parece que todos hacen esta deduccion: é. te está bien vestido, luego cs gente. Para poner.~e el mejor vestido basta la voluntad y los medio ; para ser lo que muchos desean CI', mediante un buen ve tido, se necesita volver á nacel', 6 al mé­no formal'se de nuevo ó mejorarse mucho. Don Eu­genio Diaz, el simpático viejo narrador de costum bres, el pintor de pluma de cuadl'Os nacionales, era bajo su humilde ruana tan observador, picante y talentoso, corno jamas lo fueron ni podrán serlo rnucbos que á Sil lado se creerian superiores. Allí donde todos usan zapatos, ellos nada significan; luego tienen valor social porque no los usan todos; pero ello no quiere decir que si todos compran, que­dan de igual condiciono Quien en Francia se pu, iera la cruz de la Legion de lIonor no quedaria condecorado: le sucederia lo que á aquel que en Prusia se vistiera de general sin serlo: quedan todos lo mismo que ántes ante el criterio que la filosofía aplica para pesar á los hombres. i Qué son, pues, los zapatos ante la lógica '?-El vestido de lo . ¿No agregan mél'ito?-El mérito que da el sombrero-¿ Son prueba ó señal ó indi cio i­quiem de que sea inteligente, rico, in truido, bueno, malo, holgazan ó laborioso quien los lleva ó se viste bien '1 No, mil veces no.-¿ Qué prueban, pues, los za­patos en los piés ?-Que quien los tiene so los puso.­i y el que los considera como premi, a de algu­na deduccion favorable 6 desfu.vomble á la persona que se los pone ...• ? Es un tonto. Y si es mujel' la que so paga. de la lujosa edicion de un pretendiente nulo •••• es más que tonta, •.• está loca. i Y qué se debe hacer con aquel que con pretensiosa intencion se exhibe con ellos? Dejarlo pasa!' como á un mente­cato y procurarle cuarenta pares más paro. que prue­be si su valía. e hace cuarenta veces mayor •.•• 6 si queda Jo mi IDO que ántes. Esta es nna leccion de filosofía. escrita con el propó­sito de que se mejore la manera do juzgar: es apli­cable al vestido y á todos los atavios de la especie humana, PEDRO ELÍ.\5 MANTILLA. --_Z>-&. _ _ TRISTEZAS. Cuando recuerdo la piedad sincera Oon que en mi edad primera Entraba en nuestras viejas catedrales, Donde postrado ante la cruz de hinojos Alzaba á Dios mis ojos, Soñando en las venturas celestiales; IIoy que mi frente atónito golpeo, y con febril deseo Busco los restos de mi fe perdida, Por hallarla otra vez, radiante y bella. Como en la edad aquella, i Desgraciado de mi! diera la vida. j Con qu6 profundo amor, niño inocente Prosternaba mi frent~ En las losas del templo sacrosanto! Llenábase mi jóven fantasía De luz, de poesía, De mudo asombro, de terrible espanto. Aquellas altas bóvedas que al cielo Levantaban mi anhelo; Aquella majestad solemne y grave; Aquel p?usado canto, parecido A un doliente gemido, Que retumbaba en la espaciosa nave; Las marmóreas y austeras esculturas De antiguas sepulturas, Aspiraeion del arte á lo infinito; La luz que por los vidrios de colores Sus tibios reeplandores Quebraba en los pilares de granito; Haces de donde en curva fugitiva Para formar la ojiva, Oada ramal subiendo se separa, Oual del rumor de multitud que ruega, Ouanclo á los cielos llega, Surge cada oraeion distinta y clara; En el gótico altar inmoble y fijo El santo crucifijo, Que extiende sin vigor sus brazos yertos, Siempre en la sorda lucha de la vida, Tan áspera y reñida, Para el dolor y la humildad abiertos; El místico clamor de la campana Que sobre el alma humana De las caladas torres se despeña, y anuncia y lleva en sus aladas notas Mil promesas ignotas Al triste corazon que sufre ó sueña; Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 132 LA TARDE Todo elevaba mi ánimo intranquilo A má s sereno asilo: Religion, arte, soledad, misterio ...... Todo en el templo secular hacia Vibrar el alma mia, Como vibran las cuerdas de un salterio. y á esta voz interior que solo entiende Quien cr6dulo se enciende En fervoroso y celestial cariño, Envuelta en sus :flotantes vestiduras Volaba á las alturas, Virgen sin mancha, mi oracion de niño. Su rauda, viva y luminosa huella Como fugaz centella Traspasaba el espacio, y ante el puro Resplandor de sus alas de querube, Rasgábase la nube Que me ocultaba el inmortal seguro. i Oh anhelo de esta. vida transitoria! i Oh perdurable gloria! I Oh sed inextinguible del deseo! i Oh cielo que ántes para mi tenias Fulgores y armonías, y hoy tan oscuro y desolado veo! Ya no templas mis íntimos pesares, Ya al pié de tus altares Como en mis años de candor no acudo. Para llegar á ti perdí el camino, Y errante peregrino Entre tinieblas desespero y dudo. Voy espantado sin saber por dónde; Grito, y nadie responde A mi angustiada voz; alzo los ojos Y á penetrar la lobreguez no alcanzo j :l\fedrosamente avanzo, Y me hieren el alma Jos abrojos. Hijo del siglo, en vano me resisto A su impiedad i oh Cristo! Su grandeza satánica me oprime. Siglo de maravillas y de asombros, Levanta sobre escombros Un Dios sin esperanza, un Dios que gime, j Y ese Dios no eres tú ! No tu serenll Faz, de consuelos llena, Alumbra y guia nuestro incierto paso. Es otro Dios incógnito y sombrío: Su cielo e~ el vacío, Sacerdote el error, ley el Acaso. ¡ Ay ! No l'ecuerda el ánimo suspenso Un siglo más inmenso, Más rebelde á tu voz, más atrevido j Entre nubes de fuego alza su frente, Como Luzbel, potente' Pero tambien como Luzbel, caido.' A medida quo marcha y que investiga. Es mayor su fatiga, Es su noche más honda y más Oscura, y pasma al ver lo que padece y sabe, Cómo en su seno cabe Tanta grandeza y tanta desventura. - Como la na ve sin timon y rota, Quc l ronco IDur azota, Iuoondia 01 rayo y la borras ca mece En piélago ignorado y proc e loso, Nuestro siglo-colo s o Con la luz que le alJrasa, resplandeco. j y está la playa mística tan léjos ! ... A los tristes re:flej os Del sol poniente se colora y brilla. El huracan arre cia, el baj e l arde, y es tarde, e ~ i ay ! muy tarde Para alcanzar la sosegada orilla. - ¿ Qué es la ciencia sin fe? Corcel sin freno, . A todo yugo ajeno, Que al impulso del vértigo se entrega, y á. traves de intrincadas espesura. , Desbocado y á. ol'curas A vanza)in cesar y nunca llega. Llegar! A dónde ? ... El pensamiento humano En vano lucha, en vano Su ley ocult'} y misteriosa infringe. En la lumbre del sol sus alas quema, y no aclara el problema. Ni penetra el enigma de la esfinge. i Sálvanos, Cristo, sálvanos si es cierto Que tu poder DO ha muerto. Salva á esta sociedad desventurada, Que hajo el peso de su orgullo mismo Rueda al profundo abismo, Acaso más enferma que culpada. La ciencia audaz, cuando de ti se aleja, En nuestras almas deja El gérmen de recónditos dolores, Como al tender el vuelo hácia la altura Deja su larva impura El insecto en el cáliz de las :flores. Si en esta confusion honda y sombría. Es, Señor, todavía Raudal de vida tu palabra santa, Dí á nuestra fe desalentada y yerta: -Anímate y despierta! Como dijiste á Lázaro: -Levanta! G.N DE ARCE. o ::: o UNA ALMA PIADOSA. (Conclusion.l La tarde de la boda, los vecinos principales se presentaron de punta en blanco. Don Nico­las, el más ricacho de los gamonales, se puso /;lse dia, como los juéves santos, mancornas de oro en el cuello de la camisa, cuyas alas, cual las de un murciélago, le caían sobre los hom. bros. Doña Pastora, su bizarra consorte, tam. bien concurrió. La tal señora tenia una figura en verdad poco romántica: era chica y gordi­: flona i en su cara circular y terminada por una. papada mórbida, hacian juego algunas manchns azules, que las gentes decian ser carate, sin perjuicio de que ella las atribuyera á la. me­lancolia. • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. LA TARDE 133 Doña Pastora debajo de tan mala pasta te­nia uua alma buena, así como hay bellezas encantadoras dueñas de corazones ruines. Don Nicolas tenia sus defectillos de gamonal, como una presuncion necia y muoha golosina de man­do; pero en el fondo no era malo, quizá por su docilidad á los consejo de su esposa. Don Nico las ora cabildante perpetuo, de donde se le metió en el cuerpo la mania de perorar: en pocos minutos decia unos cuantos despropósitos; pero, eso sí, con todo el garbo de un señor cabildan­te, ó un señor senador, ó cosa por el estilo. Ouando don Juan lo vió esa tarde con una enor­D1Jl totuma en la mano, perorando, necesitó de mucha fuerzn. de voluntad para no soltar una imprudente carcajada. En toda la tarde no hubo más novedad que unos cuantos puñetazos que Oustodio clió á un muchacho, porque no queria descubrirse al pronunciar el negro el nombre de Bolívar. Al ruido salió Oarlota, y Custodio se de~cubrió respetuoso saludándula con el sobrenombre que la habia puesto de "mi Vírgen del Pi­lar," por la semejanza que decia haber en­tre Oarlota y una imágen que él vió en Oarácas, ó en no se qué infierno. Oustodio vivia siempre ebrio, y en ese estado tí nadie respetaba, excep­to á Oarlota, quien lo salvó una vez de una en­fermedad grave. Las autoridades le temblan al negro, que habia hecho la campaña en la guerra de la independencia: habia alotado al­gunos años en presidio, y en prueba de sus ha­zañas ó ue sus crímenes, tenia la cara -marcada por dos anchas cortadas. La presencia de Ous­todio era casi aterradora, con sus labios grue­sos, su nariz aplastada, su piel aceitunada, sus ojos de rapiña y sus cabellos grifos; pero cuando se dejaba llevar por sus continuos arrebatos de ira, y al que primero se le acercaba le tiraba con lo que habia á la mano, y mugía y echaba espuma por la boca, y por los ojos llamas, era el tal hombre verdaderamente aterrador. Más, cosa rara, bastaba para calmarle en tales casos una sola palabra de Oarlota, "su Virgen del Pilar." La dulzura de una mujer bella y vir­tuosa es capaz de amansar fieras. La dicha de Oarlota. era completa: su única aspiracion habia sido siempre la de unir su existencia á la de un hombre honrado. Alma generosa! aquel dia de triunfo, recibió entre sus brazos, con demostraciones del más tierno cariño, á q ueUas mismas am(qas que la trataron con desprecio y casi con insulto en los dias de BU infortunio. EL HOGAR. v Coronada de floree y cantando La alegre juventud viene á la vida: N o halla una zarzo su flotante manto, Ni BU planta ligera bnlla una espina. GREGORIO GUTIÉnREz GONZÁLEZ. Pasado el dia. del regocijo, don Juan y Oarlota pensaron casi con miedo en el porvenir. Don Juan, aquel apreciable jóven, que entre dOlicientos compañeros de estudio tuvo rivales, pero no superioreSi que .iempre se distingió por SH carácter caballeroso; quo hizo una carrera de bastante lucimiento; 61, qué pro~ sion creis qué tomó? La de maestro de escuela. Pocos habrá que no recuerden con emocion aquellos dias felices de colejio en que tan hormosos castillos se fabrican en los aires. El alma soñadora del jóven entrevé el porvenir al traves de un velo matizado de rosa y oro. Poco le importa ver asomarse desvergonzados sus dedos por entre sus rotos zapatos, y al pasar por entre los corros de los cachacos, divisal' sonrisas de burla y desprecio excitadas por su l)oética figura: poco le duelen las calaúazas que a]gun adoTCldo tor­mento le da por preferir á un pepito de esos que abundan en las ciudades, petrimetres ridí­culos que valen tanto cuanto lo que llev~m enci­ma: poco se le da cuando el dia do ,' acaciones recibe el flaco rocin que de su casa lo envían para el regreso á la familia, y de verse allí encaramado en su silla escarapelada, con sus estribos dé palo y sus zamarros llenos de conde­coraciones que publican an tiguos servicios. Qué es todo eso, y más, para una fantasía poblada de imágenes risueñas, y que entrevé riquezas, honores y glorias? Dichosa edad la de la juven­tud! Si nunca el hombre pasara de ella, habria en el mundo felicidad. Entónces se ama con ardor, se sien te con emocion, se espera con fe. Por cierto que don Juan en sus ensueños de gloria jamas pudo figurarse venir á parar en un triste maestro de escuela. La pobreza de los nuevos espo. Doña Pastora, temiendo '1 ue pre· tendiera hacer algun disparate, tomó una luz, y la siguió, no sin algun terror -Niña, no le dije que estaba dormido? Allá se las avenga: él se molestó porque le fué á quitar el sueño. Era falso: don Juan no habia desplegado los lab, ios. -El me oyó, él me oyó! Exclamó Carlota, sonriendo como un niño, y señalando con la mano extendida la imágen de Oristo: y le oyó á Custodio! • Don Juan se restableció en pocos dias, con sorpresa general, pues se creía infalible su muer· te. El vecindario se alegró todo, como si cele­brase un triunfo. Era tan amado el noble ca· ballero! -Cuando yo me muera, buscarás una novia buena masa y muchacha. No? Le decia un dia Oarlota, acariciando á Ignacioy jugando con los dorados ca bellos de éste. -Si yo me hubiera muerto, ya estarías tú en segundas nupcias, le repuso él, sonriendo. -Como no somos como ustedes los hombres, que mujf'r al hoyo y mujer al altar. -y dices eso casi con seriedad. Mírame. Te has puesto brava? Por qué palideces? -Si yo no estoy braba. No me ves riendo? y Oarlota sonreía sin caer en la cuenta de que sus ojos estaban aguados. -y lo dioes llorando. Qué es, Carlota.? es· tás celosa? -,Ay el tunante. Celos yo? -Es con lágrimas como festojas mi vuelta á la vida? Ah! tuve acaso la culpa de no habor­me muorto? -Carlota exhaló un débil grito, y se llev6 las manos al rostro. Don Juan se las tomó con ternura. -1 o llores, Carlota, por Dios I -Tú me juzgas, así, y quieres q uc perma-nezca impasible. Qué motivo te he dado yo pa­ra ello? -Perdóname, que no pensé lo que dije, ama· da mia. Ignacio, que se habia retirado hacía un ins­tante, volvió trayendo en una varita un gusano negro. -Te echo el coco. Huuuuuy ...... coco, que te come, decia Ignacio, dándole sustos á Carlota. -Ay qué asco! Le dijo ella haciendo un jes­to ágrio y ese u piendo. El chico botó al patio el gusano, y luego se lanzó al regazo de su madre, riendo con in­mensa gracia. Don Juan plle:lto ne rodillas al pié de su esposa, se puso hacerle caricias al niño, sin perjuicio de que algunas fueun tam­bien para ella i pero hecha~ con disimulo y respeto, con esa casta timidez del amor primero. En la noche de ese dia, Oarlota permaneció en el oratorio más tiempo del acostumbrado. Don Juan, cansado de esperarla, se fuó á bus­carla, y la encoutró llorosa, con las mauos cru­zadas sobre el pecho y la ca beza inclinada. -Dime, O'll'lota, qué tienes? Por qué has es­tado hoy tan tonta? Ven á acostarte, que ya es media noche, é Ignacio ba llorado. -Alma mia del negrito i habr

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 17

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Imagen de apoyo de  La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 44

La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 44

Por: | Fecha: 24/07/1875

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • • -----_-!Cí:..--CI<:::::?¡; ¿ <:s: 5 ~L..2:¡------_· - PERIODICO DEDICADO A LA LIT E R A T U R A. = Serie IV. Bogotá, 24 de Julio de 1875. Número 44. - Al:\. DE. - • RESIGNACION. Voy á contar sencillamente una cosa, que he visto. Es uno de los recuerdo mñs mclancólicus dc mi vida; uno de los pensamientos en que ae nb on'e mi alma con una dulce t.ri teza en EUS horas de abatimiento, que exhala una e¡;pecie de desengaño anticipado de tudas las esperanzas del mundo, ulla especie de abne gar;ion, p¡'opia para apaciguar todo cuanto se agita en nosotl"os iñfundiendo, en el alma una especie de resignacion silenciosa. Sí lleg:m á leerse e tas páginas, no quisiera que las leyesen aqucllos que son felices, felices del touo, por­que nada hay aquí para ellos, ni invencion, ni suce­sos. Pero ha.,," corazones que han padecido un PU¡;O, que se han forjado algunas ilusiones y que son acce­sibles á una, fácil tristczn, que oyen y compadecen los males ajt.nos: á estos me didjo como al acas", y quie­ro contarles una historia sencilla como todu lo que es verrladero, y ticrna como todo lo que es senci 110. Rayen el Norte, cerca de la frontt'ra belga, una ciudad nada populoi"a, ignorada y oscura. Sus altas fortificaciones que bacen desaparecer, por decirlo a,í, las miserables casas que ~e hallan en el centro, son debidas á las cventualidades de la guerra. La pubre ciudad, eótl'echada pUl' la muralla, no ba podido des­de ent<Ínces ver ti,b¡'icada una sola casa sobre las ver­des praderas que la rodean. Como su poblacion e aumentaba, ha tenido quc lli minuir sus plAzas y que obstrui¡' sus calles, sacrificando á un tiempo el bien­e'itar, la regulal'idad y el ei-pacio. De e te !l1f1rlo las casas, amontunadas unas sobre otras, y ahogadas por la muralla, no ofreccu á lo léjos sino el a pecto de una g¡'¡¡n Cál'CCI. El clima del Norte de la Frnncia, sin tencr frios extremAdos, es de una tri teíla sombría: la bumedad, la niebla, las nubes y la nieve oscurecen el cielo y hielAn la tierra tOGOS años durante seis meses. El humo negro y espeso del carbon de piedra que se :¡)za por encima de la habitaciones todas, acnba de entristecer la sombría apariencia de esa ciudad del Norte. Nunca olvidaré la fria impresion de nisteza que experimenté al pasar los puentes levadizos por dunde se entra en ella. Prcguntábame con espanto si habia séres que hubiesen nacido y que deb morir allí sin conocer otra cosa del resto de la tierra. Y en efec­to, babia algunos l!uyo destino era e¡,e; pero la Pro­videncia que deposita bondarles ocultas hast'l en las privacione!: que impone, ha dado á los habitantes de esta ciudad la necesidad del trabajo y In a.ctividad para adquirir el bIenestar que les falta, quitando así a eSAS pobres criaturas desheredadas el tiem po para mirar si el cielo ceuiciento y sin sol. Olvidan que lo tienen. Pero yo, al entrar en esa ciudad sombría y ahumada, evoqué el recuerdo de todos los dias claros que había en mi vida, y de todas las hums pa­sndas en libertad con un cielo puro sobre mi cabeza ! ante los ojos un horizonte inmenso, Solo en aquel lDstante pensé en dar gracias á. Dios de lo que basta entónces había consideraclo como dones hechos á to­dos los hombres, á saber: la 1 Uíl, el aire y la bóveda celeste. Dieíl y ocho meses pasé en esa ciudad, y qui7.á iba á mmmurar ya contra ese cautiverio, cuando hé aquí lo que me sucedió: Pum salir por una de las puertas de las fortifica­ciones, todos los día á la hora de tenia que bajar una callejuela parecida á una e,calera, pues en ella, se babían formado como unos escalones para fací­lita¡' el tránsito. Atravesando e, ta estrecba y ° cura callejuela repetidas veces durante mucho tiempo un din, pOI' acaso, se detuvieron mis ojos en una p(~bre cnsa, que parecia la única habitada qlle habia en ella. Componiase de un piso bajo con dos ventanas y en mbdio una pueriecilla baja; arriba no habia más que gu:\rdi Ilas; sus paredes estaban pintadlts de un color ceni~iento oscuro y las ventanas tenian mil pequeños v¡drlOs tan vcrdes como grue, us. Ero imposible que la luz tra~pa! necesIdades de la nda y los )Jete de violetas que u ~,iaba el1 lo d·~· S'" t . '. -' I l' . . _, . v "-, I .. S l.,ull:: n es, InS~lJltos .... e a ma: pareceme que sabna ~ablal', que "In que fuese reemplazado baRta el fin de In semann. caSI podna com;ervar con torJo el que cultIva una po- .Me /i"'aré tarubien que ~r~ p b 'e ' t ' b '. b fl d I 1 d .. d .,. ~.. () I ,y q u e r.1 :1J.\ !\ bre or ce~'ca e a 'paree .e su vlvlen a. . ., en secreto para ganal' u vida, porque bordaba mlÍs A .~~el um ~l r:\I1I~~.d.e Violetas me entl'1steclO; fi - llJu s ~linas ricas y ~¡,rmosísim:lR, y !.iemprc la veia guro"eme que me oecl.1 . Vestida con una sencillez suma. Por último no c .. taba -Hay un sél' que vive deseando el aire, el 501, la "ola en la casita. pues un di:1 una v o z imperios :I ex­felicfdad; un sér que conoce todo lo quo le falta; un clamó: H Ursula!" Y ella se levantó CO)\ prt'steza. sér tan pubre en cua;~to á goces, que yo, pobre rami- Sin embargo, em voz no parecia de un amo, y Ursula lJete"dc vlUletas, le CItUSO uua grande alegría! no babia ob¡,decido como obcdec en las criadas; habia Miré aquellos flores melancólicamente, y hubo de habido yo no sé qué buena voluntad de cora:wn en la preguntarme si la oscuridad y el frio de la call<'juela precipitacion con que se levantó, y 5ill embargo no no las ajaru\II bi(,\l 1 uego, y si no podria llevárselas Mbia habido ~inguna expresi o n de afecto. Me figuré una ráfaga de aire. Me interesaba tanto en ellas que que acaso UI 'sula no po ' eia el cariño de flquelln~ C0D habria querido conservár"elas largo tiempo á la. per- quienes vivia, y que acaso b trataban C011 a ~ p<,reza. sona á quien le gustaban. El tiempo tral' ncurria, y cada oia me iha iniciando Al otro dia volví á pasal' por el mismo sitio. Las más y más en la existencia de la pobre Ursula. Sin flores habian envejecido todo un dia, y sus pétalos embargo, para. adivinar sus secretos, no tel1la ntro descoloridos se inclinaban ya sobre sí mismus. Sin medio que el pasar una vez cada dia por delante de embargo todavía exLalaban un poco de perfume, y se su ventana abierta. conocia que habian tenido cuidado de ellas. Al acer- Ya he dicho que se sonreia al mirarme; á POC() me más vi que la ventana estaba entl·eabierta. Un tiempo, una vez miéntras me paseaba, me puse á co-­rayo, no diré de sol, sino del resplandor del dia pene- ger algunas flores, y despues una mañana, tímida­traba en la casa dejando un rastro lumiuoso subre el mente y con algo de embarazo, las dejé en la v"ntalla suelo do la salita, pero á su rlerecba y á su Izquiel'da de Ursllla. Esta se sonrojó, y se so.mió con m:ís lhd­la oscuridad era tan profunda, que mis ojos no pudie- zura que de costumbre. Desde entonces tU\'O Ursula ron distinguir nada, un nuevo ramillete cada dia; y poco á pOC0 mezclé Al dia siguiente pasé tambien' bacia casi un tiem- algunas fiores de mi jardin con las tiores de los cam­po de Terano; lodos los pájaros' ('antaban todos lo" pos. Pasado algun tiempo bubo tiestos do flores en la ál'boles se cubrian de botunes, y zumbab~n á miles ~'ent::na, lo que fué una primnl'eJ1l, un estío varo. la los insectos. Todo brillaba al sol, la "ida :.bundaba casita solitaria. por todas partes. . . Sucedió que al elltrar en la ciu~ad una tarde, prin- Una de las ventanas de la casita estaba abierta de cipió á caer una lluvia de tempestad cuando pasaba par en par. yo por la call<'juela. Ursula sali6 á In puert:\. de su Me acerqué y ví á una mujer sentada haciendo la- morada, la abrió, me tomó por la. mnno, me blzu en­bor; la primera mil'ada que la dirijí no hizo más que trar, y cuando nos hallamos eu 1'1 ~orr~dor que prece­aumentar la tl"Ísteza que me habia inspirado el aspec- un de- Ab ! Ursu, emn mucha razon en sentarse Junto a lant;~l negro, un cll~lIecito blanco y Ji . o, Y ;) ramito la Tentana para re¡;;pirar un poco de aire. En~ónces de v:o!etas que habla estado.~oa dias á la . ventam, comprendi la palidez de l.a infurl una.da; ~ .habla per: medie ocu~to entre su corl?lI1?, estaba all¡ para que dido la frescura, porqlle esta no haLla eXIstido nunca.. no se perdIese nada de sus ultlmos perfumes. era endeble como las plantas que nact:n e;1 la sombra. ~lzó los ~j?S y me s:l .ludó, y entónces pude verlll En un ángulo oscuro d~ la sa~a vi.á ~o..'l 'personas meJ?r. Era Joven todavla; pero s~ hallaba tan cerca que hasta entónce~ no. babia. pouldo dlstmgUlr por la ~el.mstan.te en que ~na mUJer deja de serlo, que este oscuridad que al1l remaba, sent.adlls en dos slll,;,nes ultimo a~l(ls de la Juvent.ud caus?ba en ella mucba más cómodos que las si\l~s dtl pll)a: eran u~ anClaDO pena. E~ldentementc habla P?decldo, pero quizá sin y una mujt:Jr casi de la mIsma euad: La mUJer ~taba hablar, ~m murmurar .. acaso Slll llorar su pena. En su hacienuo media, sin v('r lu que haCia, pues era ciega; fisonOl:l1Ia se dQsc~lJl"la una mezcla de silenciosa re. el anciano no hacia nada, y mirnba tí la pare~ ~e e~­s~ nacI~n y de sosiego, pel'O parecía ese sosiego que frente con unos ojos fijos en .105 que no ~e dlstlllgUla suc~de a la m.uerte. Supu.se .que no habia debido ex- ninguna chispa de intelig~nc\a. Ay! habla pasado los penmentar mn.gun. sacudlmwnto, que las fuel'zas de límites ordinarios de la Vida, y solo su cuerpo. esta~a su alma se hab~an I?O ~niquilando, que ya no el>taba en pié; era imposible mirar á aquel p~bre Il~Clan? ~In q~ebrant.ada, Sll~O . mclmada, caida, caída á tiera~ sin conooer que habia vuelto á caer en la lIlfanCIIl. D~ru~­rUldu .V 5111 mOVimIento. se que cuando la vida se proloega, el alma, como un- ~í, la mi.l'ada, la fisonomía y la actitud de aquella tada de su largo cautiTtlrio, trata de Iibel'tarse de su mUJer, decHln todo eso. Hay personas que hablan sin cárcel y que en sus esfuerzos rompe los ,hlZ08 en que mirar, y de qui;n uno se z.cuerda siempre, aunqu~ no se fundaba la antigua armonia: está impaciente en so haya pasado n~as que un segundo junto á ellal!. morada; DO ha salido de ella todavía, pero 0.0 se ha- Todos los dms la encontraba en ,,1 mismo puesto. Ila ya en cl puesto debidu.. .' M.e saludaba, y al .cab? de algun tiempo, añadia una Esto era Jo que ocultaba la CasIta o8.cura,.811e~<:lo8a tnst~ y ~~ave sonrIsa a su saludo. y solitaria. Una mujer ciega, un ~nclano ImbécIl, y He aqUl .10 que pu.de entrever de la existencia de una pobre jó\·en gastada ánte& de tIempo, por9ue ha­~ quella mUjer que vela constantemente sentada junto bia pasado sujuventu~ en UD estado de opreSloD COD­a la ventana. tinua entre la decrepItud que la rodeaba y 118 pare­El domingo no trabajaba, '1 creí que salia ese dia, des d~nde estaba c:autiVL • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. LA TARDE 296 y esto 110 hubiera sido si el cielo hl1bic e dndo á Ursula una inteligencia limita(IJ, si la IllIui era hacho una mujer c¡\sera, activa, nb,qrta en el trabajo cuoti­diana, contenta con sus fatigas, ngitada por las peque­ña, CO'I\5. r hablanno pam no decir nad¡\; per!', por el contrrn'io, Itauia sumergido en el olvido en aquella casa, á una júven rnclancdlica, "i ionaria exal tada, que desde u o, curo rincon sabia adivinar la vida que en­trevia ~u;; felicidade , y que ha ta sus mtslllns triste­zas codiciaba; hnbia hecho de su alma un instrumen· to cuyas '!ueI'das todas habrian podido producir soni­dos deliciosos para condenarle á. un silencio eterno. Ay! la suerte de Ursula era aun ma' triste de lo que yo me habia figurado e-Il un principio, cunndo al Vel' su palidez y su abatimÍl>nto supuese que em víc­tima de alguna pe adumbre acerba; no habia nada en su vida •••• nada! Habia visto cómo el tiempo se Ilcvaba dia por dia su juventud, su belle7.a, sus e pel'anzas, su existencia; y nada; siempre nada: el silencio r e1 olvido! Fuí á ver á Ursula á menudo, y un dia que estaba sentado á su ladujuntoá. su ventana me contó su vida, poco mas ó mén05 en los términ()5 !'iguientes : -He nacido en e ta C:lsa de donde no he salido nunca; pero mi familia no es de aquí, somo furaste­ros,. sin relacione5 y in amigos. Mis padres ; e casaron cuando estaban en uua edad avanzada: nUl e 1 les be vi to jóveneF.. Mi madre se quedó cirg\, y c;ta de5- gracia ennegreció su carácter; así la casa materna, rué siempre bien an ' tera; no ml~ acuerdo haber can­tado nunC11. Nadie ha sido feliy nquí; mi infancia fué silenciosa; jamas me permitieron hacer el mas ligero l·uido. Las caricias tambien uan sido rl\ras; OIis pa­dres m!! que¡'ian ba tante, pero nunca llegaron a de­(: Irme lo que 'lentian ; yo guzgando su corazon por el mio, les amé siempre, y supuse que ellos tambien mc ama.ban. Sin embargu, buba un tiempo en que mi vi­d.\ no fué tan tri"te como lo es hoy; tuve una her-mana ...• Los ojos de U rsula se hnmedecieron de lágrimas, pcroestas lágrimas no corrieron : e taban acostumbra­dac; á permanecer ocul tas en el corazon de la iufortuna da: al cabo de un instante continuó: -Tenia una hermana mayol' que yo, un poco l5í­lenciosa como mi madre, pero era compa iva, bené­vola y fJ.fectuosa conmigo. Mucho nos qllel·iamoF. ... Entre las dos cuidabamos d(> IlUe5tros padres. N lln­ca h('mos tenido el placer de pase.'\rno~ulltas en el bosque, y arriba en la colina. "- U na de nusotras pel'maneeia siempre en casa para cuidar á nuestro allCHlllU padl'e; pero la que salia traia siempre algunas hojas de ojiacanta, cogidas en Jos c~rcados, y h!lblaba á su llermana del sol, de los árboles y del aire. La otra creía tambien baher !'alido, y por la noche trabajábamos juntas á la luz de la lám­para. No podiamos conversar porque nuestros p ldres se dormian á nuestro lado, pero al ménos al levantar los ojos, cada una de nosotras hallaba en el ro tro de la otra una dulce sonrisa; despues subiamul5 á. acos­tarnos al mismo cual·to, y nos dormiamos hasta que una voz amiga decia repetidas veces: "buenas no· ches, duerme bien, hermana m H\ 1" Dios habria debido dejal'nos á juntas, no es ver­dad 1, ... Sinembargo, 110 me quejo: Marta debe ser muy feliz allá aniba ! No sé si fué la {al ta de aire ó de ejercicio, ó bien la falta de felicidad lo que le dió á Marta los prime­ros gél'menes de su enfermedad, pel'o la ví debilit.arse, y padecer mucho. Ay! yo sola me npesndUlubraba; mi madre no la vein, y Marta no se quejaba nunca. Mi padre principiaba á caer entónces en la insen ibi­lidad en que le veis hoy: hasta pasado mucho tiem­po no pude decidil' á mi hermana á que la viera un médíco. Pero ya era tarde; le empeoró, hasta que fué al Aepulcro. La víspeJ1& de su muerte me mandó q.ue me sentara á su cabecera, tomó una de mis eutre sus ma- DOS trémulas, '1 me dijo: -Adios, mi pobre Ursula! Eres todo lo que tienen en la tierra. 'rcn valor; cuida. mucho á nuestI-o pa­dre y :í. nue, tra pobre madre; ám bo. son bueno", U 1'­sll la, y no aman aunq'le no no' lo dicen á menudo. 'ron tambien cuidado de t.i misma, por ello ; porque tú debes vivir miéntras estén en e" te mundo. Adios, hermana mia; no llores demasiado; ruega á Dios.con frecnencia .•.• y hasta más ver, Ur ula! 'rre¡:¡ dias despues se llevaban de aquí á Marta. ea su féretro, quedándome yo sola con mis p!ldres. Cuando le dije á mi madre la muerte de mI herma­na, soltó un :lgudo gritv, dió algunos pasos al ncaso por el cuarto, y por fin cayó de rodi.llas. Entónces me acerqué á ella la levanté y la volví á sentar en su si­Ilon. Desde entónces no ha vuel to á gri tar ni á llorar; únicamente está mas silenciosa cada dia, y veo su ros­tro en trc sus manos con más frecuencia. No tengo casi nada que contaros. ~Ii padre se vol­vió entónces como Ul\ niño, y perdimos un poco de fu. pequeña fortuna que poseiamos. Qui ' e que mis pa­dres no notasen esta pél'diJ:\, y el engañarlos, era fá­cil, pOI'qlle mi madre no ve, y mi padre no -entiende. Pú eme á trabaj:lr "endiendo secretamente mis bor­dado- o No he vuelto á hablal' con nadie, desde que mi hermana ha mue·rto. Mo gu ta mucho la lectura, y no puedo lecl' porque tengo que trabajar continua­mellte; y por fin no salgo á tornar el aire mas que el domingo, y no voy nunca léjos porque siempre voy sola. Hace algun0s años, cuando era jó\"en pasé muchas hor'\s haciendo ca~tíllos en el aire, junto á esta ven­tana mirando al cielo. Poblaba mi soledad de mil quimeras, que abl'e\'iaban lo largo de los dias. Ahora, una especie de entorpecimiento opera en mis ideas; mis ilusiones se desvanecieron completamente. En tanto que fuí jóvcn y no mal parecida como de­,) ian, conté con que el acaso vendria á cambiar mides tino ahora que tengo veintinueve años; y la tristeza. más bien que la edad ha ajado mi fisononlÍa. Todo se acabó ya, nada espero, sino concluir aquí mis dias soli tarios. No creais que me haya resignado dl'$de luego á. sobrellevar este amargo destino. No, habia dias en que mi corazon se llenaba. de amargura, viendo que envejecia sin amor ninguno. No sel' amada, puede sucedor; peJ"O no amal', e~to concluye con la vida. Debo decido! Llegué á murmUl'ar contra la Provi­dencia; tuí muy culpable, lo confieso. Pero ese tumulto interior pasó tambien pronto co­mo mis esperanzas. Pienso en las dulces palabras de Marta l ¡; Hasta más ver, hermana mili. " y de es­te modo no queda en mí sino una pasiva resignacion, una humilde abnegacioB de mí misma. Y vos, sois más dichosa? No respondí á la pregunta do Ursula; hablar de fel icidad delante de ella, habría sido lo mismo que hablar delante de un amigo ingrato delante de aque­llos que él ha olvidado. Por una Lel1nosa mañana de otoño, algunos meses despues de esta conversacion, !'alia yo de mi casa en direccion á la de Ursula, cuando un jóven teniente del regimíento que estaba de guarnicion en la peque­ña ciudad que habitaba, me vino á ver, y hallándo­me dispuesto á salb', me ofreció su brazo y se di rigio conmigo hácia la callejuela de Ursula. La casualidad mo hizo hablar de ella, y del interes que la tl'nia, y como el jóven oncial, á quien llamaré Mauricio de Ervar, parecía complacerse en la eonversacion, anda­ba más lentamente. Cuando llegamos á la casita, le conté toda la histol"ia de Ursula. El júven la miró con interes y compasion, la saludó, y se alejó de allí. Ursulfl, cortada con la presencia rle aquella cllra nue­va, cuando esperaba verme Ii. mí sola, habia enroje­cido. La pebre Ursula. me pareció entónces casi bo­nita no sé si por aquel instante rle nnimacion, ó úni­camente p:Jr el deseo que tenia de verla tal. No podria decir cuáles fueron los vagos pensamien­tos que Atravesaron por mi espíritu j miré largo tiem­po 1\ U rsula, y despues absorta en mis reflexiones, me • , - Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 297 LA TARDE leva nté s in hablarla y la pa sé mi mano p OI' los cabe­ll o!', b a j tí n dolos un p oc o más s obre su m t' jilla!' , ad e­m a. m e q u it é una c inti t a de t e ¡'ciope lo J1( 'g r o qu e Il e va ba al c u e ll o , se la pu. e en el su y o , y t o m é al g un a . fl o l' t's qn e la pl'e ndí á la cintura. r s ula se sonre ia SU :lY CmeDte, y s u s onri. a me ha c ia daño com o s ie m ­pre , p o rque no huy naqa tan tri s te como la s o nri s a de las pl'rso nas d esg raciaua , que se sODri e n por 105 otros y á l a fuerza. . M Ll chos dias se pn s nl'on ánte qlle yo volviese á ver á M a uricio d e Ervnl y mu c hos más aún, ántes de qu e el a cas o m e lI e vla CCl n é l bácia la caRa de Ur'sula. Pero en fin, e s to uce diú 11n (Ha que v u lviamo. de un aleg r e paseo una porcío n de per onns I'eunida . Al enl,l'ar e~ la ciudad eaoa cual se marchó pOI' su lado, y yo tom e el brazo de El'val y me di¡'igí á casa de Ur ula. E s to era \lila l o cura, p e ro yo experim e ntaba inv0luntnria­m e nt e una vivfl emoci o n ; sin hablar fOI 'maba mil pro­y e ct os quiru é ricos. Parecíame imposible que elj ó \ e n onc ial no adivinase mi s i(leaR; cre ia, ca i me prome­tin que adivinaba mi tllt'bacion interna; pel'o ay! aca­so no era a s í. .. Hay tantas cosas que no se diceD sino con la palnbra! Era p o r la tardp, una de esas hermosas tardes de otoño, en que todo e tá. sos~ado y risueño; ni el más ¡¡o' CI ' O soplo de aire agitaba los árboles , iluminados o E . p o r los últim os I' es plandol'eb del sol en ocn"o, i ra I~- pos ible no dejnl's e llevar de In s ilu , ion es en presencln de a qul' lIa. herm os a natl1l'nl e za que adOI mecía á aque­lla hora todo cuanto vivia en ella, excepto el hombre que v e laba con su pensamiento: era UIlQ de esos mo­men tos en que el en In pohre ruuehachn; "0 J'(>nllim{, y se rcjllven<:ciú' bajo 111 ua\c intlut'ncia ele la felicidad recobró mucbo más quc la belleza Iwrtlida : bubo en ella una l'spt'cie de ('xpan:;-ion lIlterior qne daba á . u ro. lro una expre­Ilion inefable de nh'gl"Ía "cultra .. 'u feli.:idad se iden­tificabra, si po¡]t:mo. hrablar a~í, con u primera natu­rah' 7.a . era recogida, silenciosa .Y exaltada aun que con mi. terio. De etc 11101\0 l\huricicl, que habia l1mnclo á una mujC'r . entada en la sombra, pálida y de.('ngañae1a ,le In "ida, no tenia nada que cambiar 11 lo" colore. dcl cuadro que le habia gustado, aun­que Ur>.ula fue"e dichosa. Junto ' pa.aban Inrgas hOl'ns ('n la sn]¡rn del piso bojo, sin m:í. claddar! que lo: ruyos tle la luna que entraban en el apo¡,:,nto. Hablaban poco, se miraban mucho y todo se vol da proyecto. l'l';ula amaba ton canoor, con sencillez, y decia :l Maurieio: -Soy muy dichosa; 0- amo y o. (' to)" agrotlecida. Su felicidad no nece"itol.m o tentacion ningnn:l, y por e.o no tu\'o otro te ligo r¡ue la bumiltle ca i,u de 1 rula. La júven ('guia trabajnndo al laj¡tdlcs con lo l'oCO que poseen en esta ca"lta,:\ cargo Ile pel'.,onas de coníianz:' , y n í potlrei ' eguit, ¡i vuc. tl'O marido. -Dej"r :i mi padre y :l mi madre!. _ .. repitió Ur-ula; pero no sal> 'ís qlle In po. een no e ' batante pa­ra que puedan suu. i til'? I g nonLÍs r¡lle pal'a pagar el alquiler de esta pobre casa, eto)' trabajando . icmpro ¡,in quo el!o lo sepan, y que desde hace veinte años no han recibido otros cuidado. filiO l mio. ? -Mi pohre rsulu l'epll,'>o ~l allricio, es necesario somett'r;;e á lo que es' inl'vltltble. Le~ habt:i orultado h p~rdida de RU pcq lIeña furtuna; COl11unic:íe]:,ela ahorn, pne:;to que es l1eCe~al io. V\!d cómo se nrreglnn con lo que les c¡ued'!; porqu(', nmiga mia, con dolor confil'.o que nada podemo " darle. . . -Partil' in ('llos! .... e impo:-iule! Ya os he di­cho que tengo que trabajar para que vivan. -Ur -ula , 1" ula mia! repu "o lanricio., , e treehan-do eon\"ul imente la manol> de la pobre )ovpn entre las suya., o suplico que no o dejeis lle\·ar. por el impulso de vue tm genero o coruzon; rcflexlOnadlo ántes, ved la " cosa bajo su punto de vista verdadero. No n falta la voluntad , no~ faltan lo medio;;.; solos, podremos "ivir, y e to imponiéndonos privaCIOnes a cada in tan te, -No puedo abandonarlos, re_pondió Ul"ula con de;;e¡:;peraeiun, mirando ti sus ancianos padres adorme­cidos en su i llone. , -Oou que no me amais, Ursula 1 preguntó Mau- • • I'ICIO, Lit pobre jóven contestó soltando un tOrl'ente de lágrimas. 'Mauricio permaneció largo tiempo con ella todavía diciéndola mil palabra c:omK'la¡],)rai", explic:i.~dola eicn mil veces, n posicíon y queriéndola per- ua'1l1' do que aqul'lIo r¡ue habia imaginatlo er,L illlP?;;ible,. para. lo cual entrü en lo' pormenore de su l'XlstcnCl(1. vo­nidera, y por úl timo la tlejú de pues ~le haberla pr'!­digado iT.il nOlJlbres afec tuosos, La Jóven le habla dejado hablar :n respondprle. Cuando se quedó sola, Ur~uln. apoyó su cabeza en UB manos y !lermaneció inmóvil hOl"lS enterns, Las dulce il ·on;. , sas benébola amiga dé las j6venes almas, ausentes pnra ella de pues de tanto tiempo, se habian vuel to á presentar para desaparecer luego! El oh'ido, el silencio, la. oseul illad tomaban de nuevo poseri on tic aquella. exi tencia! La nuche entera trani­CUlTió de este modo. ~ué pasaba en el alma de la pobre jóven 1 Dios lo sabe: Ella no ha diebo nada en la ti~lTa. A los prim('ros rn)"o del dia se extremci6, cerró la ventana que habi-l pel'manecitlo abierta de dll la vís­pera, y p:i1ida, trémula de fdo y de emocion, tomó paprl y una pluma y escribió lo iguiente: "~Iallrieio : "Arlio. ; me querio al ladu de mis ancinnos padres, que neclsitnn do mi cuitlaclos y de mi trabajo. Abandonal'lo;; en su vejez, ~l'i:\ matarlo. No tienen más que á mi en el mundo. l\li hermana en su últi­ma hUI'a, me los confió y me dijo: -" Uroulo, basta más ver." No volveria ti veda, si no llenase mis de­beres. " Mucho O" he amado v mucho os amaré siempre. Mi vida entera será un rC'cuerdo vuestro. lIalleis sido buello y generoso; pero ay ! somos demasindo pobres para unimos, Ayel' lo conocí .••• i Adios ! Mucho va- 101' necesito parn e¡;cribir e~ta palabra!. .•• Me pro­meto que sel'eis feliz ..•• otra mujel' más afortunada. que yo os amará •.•• E tan fácil amaros! Sin em­bargo no olvideis jamas entcrament~ á. In pobre Ur-ula. Adios, amigo mio. Bien sabio. que yo no logra-rla nunca ser dicbosa ! " U RSULA." Voy ti abreviar mi nal'rac\on. Ursula nos volvió sí ver á. Mauricio y á mí, pero todas nuestras súplicaa fueron inútiles, pues jamas quiso separarse de sus padres. ------------------------------------------------------------------- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • , 299 LA ,'!' A R D E - Tdng,) qu e tr.lb I¡ ;l!' p,\l'a ell e)";, no, decia. ventud; U I".,ula envejeció en muy pocos di as. A nadie En va no la hablé del amor de l\Iaul'Ício y de In podia ya parecer bien; pero tampoco lo deseaba: to­dicba que con él le esperaba; en vano la f('cordé su do se babia acabado pal'a ella. edad, la impo ibilidnd de otm coyuntura má." apro- No se volvió lí .,ir bablal' de l\Iauriciode Erval. Ur­pósito pura mej(,rar su destino .... Ursula Iloraua al ula le habia gustado como un gracioso cuadro cuya oírme rég'lI1do con us l:ígrimas su labor que no que· lllt'lnncolía babia conmovido su nlma : al alE'jarse, los ria interrumpir y solo repetia en voz baja, y con la colores del cuadro se fneron disipando, ha,ta que se cabeza inclinada 'sobre su pecho: borrnron: Mauricio olvido IÍ In pobre Ursula! -Se múririan; tengo que trnbajar para ellos. üll Dios mio, cuántas cosas se olvidan en la vida! Despues exigió de nosotros qlle su madre no su?ie. Por qué el cielo que ¡rermite que en muchos corazo­se lo que p asaba; y en efecto, aquellos pOI' quien ella nes se apague el amor, por el Ilábito de ver¡;¡e á mE'­se sacrificaba ignoraron siempre el sacrificio; una nudo, no Ita acordado al menos á lo que se separan mentira piados:! les engañaba sobre la causa del rom- la facultad de 1I01'arle largo tiempo? Dios mio! La pimiento del matrimonio de su hija ...• Ursu .a volvió vid" que nos das es á veces bien triste! á ocupar !'O U puesto junto á la ventana, comenzó de Un año uespues de estos suceso~, la madre de Ur­nuevo sus bordados, y trabajó sin cesar, inmóvil, pá· ' ub cayó en cama, con una de e~as enfermE'dadlls lida y aniquilada, para las cuales no exist.e,n remedio~; UI'sula perma- Por desgracia, l\Iauricio de Erval tenia una de esas neciú constantemente á la cabrcera de su madre, cui­almas prudentes y comedidas que se señalan límites á dándola y orando á Dios, y de~pues recibió su ben­todo, y qlIe no saben emprender locuras sublimes. Su dicion-junto con su últ.imo suspiro. corazun, así como su entendimiento, admitia que h'l)' -Ahora te toca. á tí,l\Iarta, dijo Ursula¡ nuestra cosas imposibles. Si el matl'imonio se hubiese reali- madre está á tu lado ahora; enséñala el camino del zado sin obstáculo, quizá la jóven habria podido crer Señor. hasta el último instante en el amor etenw de su espo- Ursula. flIé á anodlllarse al lado del anciano que 60: hay afectos que necesitan un camino f:ícil. Pero habia quedado solo; le vistió de luto, sin que él lo una balTem viuo á pl'esentarse como una prueba. fatal notara; pero el segundo dia despues de la muerte de para que l\Iaul'ÍC;Ío viese claramente hasta donde al- la pobre ciega, cuando quitaron el sillon dondE'> ella canzaba su amOl', y entónces descubrió sus JímitE's. se habia sentado tantos años junto á su marido, el Mauricio Implicó, 1I0l'ó lal'go tiempo al cabo se anciano se volvió llácia el puesto vacío exclamando: picó, ;;e desalentó, y pOI" último se fué. ' -y mi mujer? Un dÍ:!. miéntras Ul'sula se llallaba sentada junto Ursula le habló, trató de distraerle; el anciano á la ventana, oyó á lo léjos una música mili(.¡lI', y ICls reprtia: pasos acúmpasados de la tropa; era el regimiento que -y mi mujer? se marcbaba con la música á la cabeza. Los sonidos Y dos lágrimas se deprendieron de sus oios. ue las trompetas de la mal'cha resonaban como un Por la tardC', cuando le llevaron la comida, volvi6 triste adios? y se apa~~ban lue~o, en la callejuela que la cabeza, y con los ojos fijvs en el puesto vacío, ex­Ursula habItaba. La Joven, tremula de emocion pres- clamó de nuevo: tó el oido: la música, ruidosa en un principio se fué -y mi mujer? a!ejando poco á poco, hasta que al cabo llegaba á sus Ursula, desesperada, probó cuantos medios pudi&- o!dos como ~n rumor incierto; luego de tiempo en ron sugerirle su dolor y su amor .••• el anciano idio­tIempo, el aIre solo llevaba. hasta 1#1Ia un sonido ais- ta permaneció inclin.ldo hácia el sitio donde se halla­lado, y por último un completo silencio sucedió á ba el sillon de la ciega, y sin qllercl' tomar ningull aq~ellos cantos que se al?agaban en el espacio. La alimentu, con las manos cruzadas, miraba á Ursula y ul~lma,esperanzl1 de la nda de UI"Sula parecia estar repetia, como un niño que suplica para obtener lo nl1!da a aquello~ acordes que resonaball á lo léjos... qUfl desea: hUla. ':,' se ale~~ba ••.• y se apagaba con ellos! la -y mi mujer? pobre)oven dl:Jo cae~ su labor en sus rodillas y se Un mes de pues se hallaba al bordo de la tumba. oculto el ~ostro con ambas manos j á traves de sus En sus últimos momentos, cuando estaba á s~ lado dellos se \'Ieron correr algunas láo-rimas. el agonizante pugnando por hacel'le pensar en DIOS su Así pel'lIIaneció en tanto que s"e oyó el ruido de los creador, llE'gó un instante en que se pudo creer .que pasos y de la música del regimiento; y despues tomó uquella intelio-ellcia se reanim;lbu, porque el ancIano nUl' vamente su labor .... la tomaba para siempre! cruzando las ~nanos alzó la vista al cielo; pero poi úl- En I~ noche de aquel dia de eterna separacion, de tima vez exclamó :_" Y mi mujer" coro" si la hu­aquel dla en qn9 se consnmó el gran sacrifirio, Ursu- bipse estado bu~cando en el espacio. la despu~s.de babel' prodigado á sus padres los cuida- En el momento en que se lIe\"aron de la easita S~ dos cuotldlanos, se sentó á los piés de la cama de su litaria el féretro de su padre, Ursula murr.n,:,ró: . madre. y se inc1i?ó hácia ella contemplándola con -Dios mio; crei haber merecido que VlVlesen mas unos oJos que la cIega no podia "el' húmedos de lá- tiempo. - • grimas. La pobre ab'mdonada tomando suavemente 'rodo esto pasó hace muchos años. Yo sah ~o I~ la mano de su anciana madre, murmuró con acento ciudad de ••.• y por consecuencia tuve que deJar!1 conmovido: U rsula. Desde entónces he viajado bastante; mIl ~l\Iadre. mia, me quereis mucho, no es verdad? sucesos se han cruzado en mi vida, pero nunca se me MI presencIa es vup.!.tro consuelo t. no es cierto que ha ido ele la memoria la historia de aquell" pobre sentiriais mucho que me fuera? jó\'en . .. La ciega volvió la cabeza del lado de la pared y Unmla, COIDO esas alma~ quebrantadas. q.ue no e~- dIlO: ' ó d b es ... ran ya ningun consuelo, se caos e escn Irme, y - -Ursula, estoy cansada; déjame reposar en paz. pues de infinitos esfuel'zos para. decidirla á llorar con­Aqu, el~a palabra de ternura que habia ido á pedi.. migo, aunque de léjos, he perdido su huella. CO~110 uOlca !ecoDlpensa de su doloroso sacrificio, no En qué ha venido á parar'1 Existe ó ha. muerto '1 fu~ pronuncIada por ~u madre. La ciega se qu~dó dor- Ay ! la pobre jóven no fué nunca muy afortunada; mIda, apartando de SI la mano que su hija la tendia. mucho me temo que viva todavía • . Pero entre las colgaduras verdes de la alcoba. ha­bla un crucifijo de madera ennegrecido por el tiempo : aqu~lIas pobres manos que nadie queria estrechar en la tIerra, Ursula las extendió hácia Dios yarrodillán­dose al lado de la cama de la ciega, rezó' largo tiempo. .pes~e ~ntó~ces Ursul~ se puso más pá.lida, se :\'01- VIO mas silenCIOsa y tacIturna. que áutes. Estas nue­Vas se llevaron las últimas señales de suju- MI SANTA MADRE. Radiante de belleza encantadora Estaba en el festín ..... y en su alba.frente Su guirnalda ostentaba la doncella ! ...... • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • LA TARDE 300 I La miraba su esposo hora tras hora, y temblaba amoroso y sonl'lentr, Como 01 lucero junto dQ la estrolla L ..... I Y hoy, la que fuera niña, es p obre madre Encaneeida n duelos tan prolijos, Que del martirio conquistó In palma!. ..... ¡No tieno csposo ...... ni sus hijos padrc .. P ro-hilando en su l'ueca-por sus hijos - otros do conciencia, recordamos 1 felicísima oxpresion de un ~rau llombl' , quo llamaba tí esas declamaciones "ton'en tes de palabl'as en un de iedo de ideas." En nuestros dias, si el dosint res y la abnc­gaeioo, y la gonerosidad, y 1 desprendimiento quo vagnn por todos lo labio", pagasen algunC's céntimos iquiero. de contl'ibucion, la", arcas del Reza ... y embebe en la ora.cion su alma l...... Er'.lrio se onriqucceúun fablll osamer. te. 1874. TE.\líSTOCLES TEJ.\.OA. LA POBREZA, I Los hombres de la actual generacion transi­gen con el carácter de las mujeres, con su vani· dad, con sus defectos j pcro no transigen con su pobreza. Esta es uno. verdad que no honra mucho á la generacion presente j pero es una verdad indis­putable. En vano se afanan los hombres políticos y los hombres de Estado por descubrir las causas del malestar que aflige á las sociedades modernas. La misma altura á que elevBn sus investiga­ciones, les impide ver la realidad porque anhelan. Cuando ahuyenten de la mayor parte de la. juvent.ud ese espíritu mercantil que la devora; cuando dejen caer el rorío de las buenaa máxi­mas sobre su corazon n. architQ y abrasadoj cuan­do hagan germinar en ól lo que falta de ilusio­nes, '1 borrarse totalmente lo que sobra de cál· culo, entónce8 cam biará el Aspecto de la sociedad. En la mitad del siglo XIX no son ya los ejér· citos ni las conquistas los medios de civilizar á las nacioI!cs y á acrccentar su legítima influencia. A el'08 medios violentos ha sucedido otro por extremo tranquilo y apacible: la educaeion. Hablar murho de una virtud es regular indi­cio de que se prac.tica poco. El f¡triseismo ha sido en todos tiempos idéntico. El abuso que se ha hecho de la palabro. edu­cacion, es un test.imonio trist.ísimo del descuido deplorable que en este punto se observa. Así como las faculhdes fisieas se desarrollan ordinariamente á. expensa do las intelectuales, y viceversa, así en determinadas ocasiones el eró­dito de la palabm solo puede nlcanzarl!8 á. ex-pensas de la obra. . Por cso, cuando entre ciertas gentes se habla de educacion, y entre otras de virtud, y entre Pero si esa mi. ma cootribucioll so impu6ieso al desintores y á. la abnegaeion, y á la gllncro-idad y al de prendimiento, probable que el Estado no recauu.ase ni para el suoldo homeo­pático do un maestro de escuela. Enlacemos lus ideas. El sistema homeopático aplicado {~ los maestros de escuela, produce una edueaeion homeopá ti ~ a. y el si tema de las dósis iufinitesimales, que aplicado á. la salud dicen tIue no oura, aplicado tL la edueacion matn indefec tiblemente. Para la vida del alma, para los goces puros del llom bre honrado, están muertos esos corazo· nes que solo vibran al sonido del metal. ¡Desgraciada juvontud la que cifra toda su ciencia en la nrHm6tiea; la que solo sabo contar y deducir I Al hablar de una mujer, preguntaban nues. tros abuelos: CI ¿ es honrada? " Nuestros padres solian ya preguntar: "¿ es hermosa? " Nuestros jóvenes de la actualidad pI.1eguntan simplomente : CI ¿ es rica? " A nuestros abuelos les parecia imposible pres­cindir de le, honradez. N uestros padres DO tr¡~nsigian mucho con la fealdad. La generacion de hoy no concibe que pueden hermanarse la hermosura y lo. pobreza. Al hablar do lo. hermosura, enti6ndese la no. cesorio. para arrancar al matrimonio. Por lo dltmas esa parte de la juventud no es tan miope de la vista corporal como de la vista del coruzon: y harto sabe que existen beldades pobres donde la naturaleza quiso agotar el teso­ro de sus gracias. Pero como el tesoro de las gracias no puede sacar de apuros, la juventud renuncia al título do posesion lcjítima. Eso no quita para que aprovecho toda OOyun­t. ura de trasforma.r 4 las beldades pobres en po­bres beldade8. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 301 LA TA R D E Ir Las indicaciones que respecto:í los hombres de hoy acabaml)s de hacer, no son dcl to 10 ina· plicables á la mujer. Era casi imposible que fll contagio la perdo­nara, y no la ha perdonado. Las mujere!', á quienes apénas enseñamos á leer y ó e~cribir, aprenden solas á contar j tamo bien saben aritmética. Pero la aritmética de las mujeres es todavía ménos simpática que la de los hombres y mucho ménoa segura. Dada la propeosion á cal\';ular, las mujeres calculan lllal casi siemprp. En los tiempos de Juvenal no habia nada más intolerable que una mujer rica, 'intole'rCtbi­lius nihil est quam fcemina dives. Si hoy vivie~e Juvenal, es de presumir que no • se arrepintiera de su dicho. Cuando la mujer se convenza de que si el hombre es honrado no ha de amarla por su ca­pital, y si no es honrado compra ella misma con su capital su desventura¡ aprenderá :i despreciar el capital. El amor y la pobreza no son buenos amigos j todo el mundo repite esta especie de afori"mo ! Amanté que no puede dar Eino suspirad, no puede ser p:lgado sino en esperanzas. E~ta vulgaridad se parece mucho á aqu~l1a otra de los tiempos de Plauto, cuando se decia que las mujeres tienen los ojos en las manos. O á. otra de todos los tiem pos an ~iguos y mo­dcrno~, que consiste en reconocer como únicas fuentes del amor la figura, el talento ó los ho­nores. Pobre idea tienen del amor los que de tal ma­nera se atreven :i c:rcunscribirlo. Si el amor que brota de las prendas fisicas está pendiente de un cabello, y el que brota del • talento, pendiente de una neccdaít de las mil que dieen y h:\Cen los sabios, el que brota de la posicion social no pende de nada j está en el aire, como se halla todo en la sociedad presente. El amor Je pobre á pobre se expone á ganar y no se expone á perder: el amor de rico á rico se expone á perder y nunCl á. ganar: el amor de rico á pobre y vice-versa, solamente ganará si se ni vela con el talento y la honradez la dife­rencia q.ue ha establecido la casualidad. El amor hace más pródigos que avaros: tiene razon Mad. de Souderi. El amor no puede ni Jebe ofrecer silla Ilmor, quien por su med io se proponga obtenor otra co­sa, no es dignó de sor amaJo. Es la pena má horrible que puede caer sobre el ,;oraz')u de un mortal. Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino del amor. Bionaventurana la pobreza, porque ella ha­sido la madre de los génios. IIublamos de la pobreza hcnruda, noble, cris­tiana. ¿ De qu6 sirve la riqueza al corazon, si con to­dv el oro de Australia no puede ,comprarse un átomo de amor? Ante el amor no hay pobres ni ricos, ni e.xisle el oro ni el oropel. Que 8010 iguales el amor conoce. SEVERO CATALINA. . : . A bordo del Victor. Mayo 10 de 1875. A MI HERMANO VICENTE. (EN LA MUERTE DE SU HIJA.) Levanta :11 cielo la abatida frente! Basta ya de sufrir y de llorar! ¿ En dónde está tu corazon, Vicente? Tu fortaleza de hombre ..• ¿ en dónde está? ¿ Porqué has querido detener el vuelo De ese bello, inocente querubín Que de la cuna se elevó hasta el cielo Huyendo de este fango que hay aqui? Ah! si un mar tempestuoso la aguardaba, ¿ Porqué has querido sepultarla en él? Si un triste porvenir la amenazaba, ¿ Porqué le atabas el abdo pié? • Si ventura deseabas para. ella Su ventura en la tumba la encontró! Alza los oj os! mira! Ya es estrella Que tachona el celeste pabellon ! Junio 24 de 1875. J osí: MANUEL LLERAS. • •

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 44

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 43

Por: | Fecha: 13/07/1875

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. _. -----_...s:<':.....J~G ¿ ~ 5 ~L.:2.2_----- • PERIODICO DEDICADO A LA. LITERATURA. Serie IV. Bogotá, 13 de Julio de 1875. Número 43. A~DE. • RESIGNACION· ( Conclucion). Con esto, haciéndose mutuamente nuevos ofre· cimientos, se despidieron con curiño de antigu08 amigofl, y poniendo á punto susc:lballo~, partieron en direccion contraria Juan Oepeda, sin apartar de la imaginacion la gallarda apostura de Hum­berto, y éstc, conmovido extremadamentc por la parte del relato que parecia atañerle. Era la hora del anochecer cuando llegó llum· berto á sus Jares, y como la mirada y el rostro descubran lo que pasa en lo recóndito del cora­Eon, don Adeodato y doña Ounegunda, despues del abrazo ordinario, conocieron las violentas impresiones que Humberto habia experimenta­do j y ella con tono de habla sua vísim a le dijo: No me ocultes tus pesadumbres ni quieras en secreto devorarla!, que los disgustos suelen amen· guar cuaudo su causa recibe baldo n de aquel á quien se comunican. No calles lo que pueda ha­berte sucedido, y con esto atibares el gozo que tus padres han recibido con tu regre O. A lo que dun Adeodato agregó: Habla, y que tus razones disi­pen la perplejidad que nos traes con lo que en tu ademan se trasluce. La fatiga del largo viaje y no interrumpido camino, dijo á. esta sazon Hum· berto, acaso ha mudado mi semblante. y si en él se manifiesta. 01 sufrimieuto de alguna pasion, no es ésta de manera de poder inquietaros, ni ménl)s apesadumbraras. Es el caso que la cor­riente del amor me lleva tras sí todos los pensa­mientos, y esto naturalmente tambien habrá aiado mi semblante hasta el punto de que pueda pareceros maganto j y ya que bablo de amor, fuerza será que descorra el velo y que os diga que lo he concebido con vehemencia por una doncella á cuyo mérito DO pongo precio por no agraviarlo. Humilde, modesta y recatada, no pisa la alfombra del podercso, ni sigue otros dic­tados que los de la virtud, y los quehaceres do­m~ sticos son su mas ordinario entretenimiento, sin olvidar \lll punto el estrecho cumplimiento de 8US deberes religiosos, el cual hace de la mu­jer preciadísimo teMo ro. Teniondo esa doncella semejantes cualidades, dijo doña Ounegunda, no se ha decir que cifra su orgullo en la mayor variedad de trajes quc gaste, ni en traer una cuarta más de cola que su vecina doña Petra, ni en cargar la cabeza de feos adeliños y ataviarse de anga.ripolas, como lo estilan las doncellas del diaJ en lo cual 100 padreIJ tienen mucha parte, dado que fomclItnn en sus hijas el lujo, que sue­le llevarse de calles no solo la riqueza sino tam­bien::\. veces la honra j doncella!! tan frívolas y superficiales, que hacen punto de no cojer la costura y el bordado, y no haber puesto sus manos, ni por semejas, en la espetera de su co­cina. 10 cual va fuera de los términos de toda buena razon j y siendo rliscreta, habrá sabido desconccrtar á. los que, no embarbecidos aún, con carocas y lagoterías hombrean requiriendo de amores á las damas, y haciéndolas perdel' de su de~oro con no ~OC3. frecuencia. Alabo, pues, tu aClerto en escoJer una espo;,a tal, y DO vacilo an dar mi consentimiento á un enlace que sobre fecundo ha de tracr creces ti. nuestra red ucidn familia: siempre anhclé que Dios te concediel"Q una esposa pobre y humilde áutes que una rica y soberbia; que la humildad y la pobreza cris· tianas 80n como ferrada puerta que se cierra á. los amagos del vicio j y puesto caso que se ha­yan cumplido mis ansias, pro n ta estoy :í. bende­cirte cuando tu padre te otorgue la suya. A este punto don Adeodilto, COD muestra de alborozo, le dijo: Apresúrate á recibir, cou la de tu madre, mi bendicion para tan bienhadado himeneo, supues­to que, oyendo los documentos de una sana razon, hayas sabido escoger por esposa una dama en quieu vaytln apareados la virtud con el buen en· tendimiento. Salga en buen punto de ese casa­miento una prol'3 que sea honra de sus padres como tú lo has sido de los tuyos j Y quc la dis: cordia no abelee el contonto de tu casa en los dias que Dios fuere servirle de concederte. Besó IIumbel'to las manos que le bendecian, y enter­necido por l? que le pasaba, apénas tuvo para rcsponder 6100 entrecortaJas razones, que deja· ban ver cuánta era la gratitud que en su pecho na cia. A vosotros os esO. señalar, agregó IIum_ borto, y :i. mí el aceptar, segun lo conccrtado con Arieia, que este es 01 nombre de mi be1Jo. de!'posada, y con su madre, que es lo que tiene en el mundo, el dia y el lugar que convonO'a :\ la eelebracion de mi enlace. Don AdeodatuO fué de parece~ <).u.o lo mis pues~o en razon era que ellos se dmglOsen á. la. capltal de la provincia para que allí sellase perdurablemente la religion el amor de su hijo, lo cual habria de efectuarse de allí á treinta dias, y doña Ounegunan defirió en un todo á lo que don Adeodato habia deter­minado. Refirióles en seguida HumLerto otras menudencias relativas á. la familia de Aricia y cómo tenia grabada en el alma la idea de que' se pondda en término de aclarar la aventura que en dia aciago lo habia privado del calor del re­gazo de su madre, la cual le habia sido comuni­cada por don Pedro Románez, de lo que natural· mente/:le sobresa.lta.roD a.qu611os UD tanto; empe- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • • 28'1 LA TARDE ro, juzgando fuera de toda razon e l que pudi e ra negarse á l a averiguacion de tan ext r año h echo, hi cie r on donaire de e llo , y lamentaron u na v ez más el OSC'lro origen de su querido Hurubcrtll, el cual se d ió pri sa á ha ce r 5a bedora á Aricia p o r me­dio de una. carta mi iva, del bu e n é xito en l o que habia solicitado, y d e c ó mo se habia r es uelto ce­lebrar su proy e ctado matrimonio. Preparados los b á rtulo s , pusié r on5e en cami, no, segun su prop ósito , don Adeodato, doña C u­negund o. y Rumbedo, con alguna scrvidumbre, que condu cia los preparativos p :u'a las bodas, y:Jl c :1 bo de do~ dias de molesto viaje por los ardores del sol qu e recio picaba por ent6nces, lle garon :í. la cabecera de la provincia, donde alojaro n e n el meson principal, pues don Adcodata ni d oña Cunegunda quisieron apearse en casa de Ari cia, considerando la. estrecheza en que, pobres como eran, debilJ.n de vivir. aunque allí los espera­ban, y los habrian acogido con buen ánimo, que es condicion de pobres principales la llaneza y cordialidad en el trato. No se habia apeado Humberto, cuando se fué desalado á "er á su dama, hecho lo cual vino al meson con ella, doña Antonia y Librada, la otra hija d e ésta, Tierno fué el encuentro de las dos famili as , y conmovedoras las afectuosas y ya familiar es pláticas que tuvieron. Con gran sorpr esa y al· borozo para Hum berto, anunció doña Anto oia que todo estaba conc~rtado con el cura del lugar para el casamiento, el cual se efect.uaria el ve, nidero dio. junto con el de Librada y Juan C e­peda, á quien debian beneficios tales, que solo habian podido pagar con la mano de aquélla. Cuerpo de mí! exclamó Humberto, que Juan C"peda es grande amigo mio, y tan grande, que BU vida y aventuras me han servido todo este tiempo de profunda reflexion, y cuando fucse solo por verle, habria sobrellevado de gana las fa.tigas del largo y penoso viaje que he hecho. Juan Cepcda, dijo á este punto doña Antonia, no se holgó ménos en saber que usted era el fu­turo esposo de Aricia, con ocasion do lo cual nos refirió por menor la extraña manera con que trabaron relaciones, y el espccial cariño que lue­go ha cobra-do por usted; y añadió que deseaba S9 le ocultase hasta el último iostante la no­ticia de su casamiento con Librado, pua que con la satisfaccion y regocijo que éste le causa­ra, se aumentase la complacencia que usted en el BUyO tuviera; pero como no seria bien que yo celasa ñ. ustedes lo que ya he considerado como imperioso deber declararles, me he visto obligada á anticiparles tamaña sorpresa. Aquí, renovando afectos y abrazos, se retiró la familia de Aricia á apercibirse para las bodas que otro dia habian de celebrarse; y Humberto fué á estar con su amigo Juan Cepeda, y á go­zarse c on él en el pensamiento de su futura fe­licidad. EDcontráronse, se abrazaron apretada­mente, , ni uno ni otro acababa de conven­cerse si era cierto aquello mismo de que es- o taban seguros. Humberto en breves razones contó á Cepeda cómo se habia hecho ya sabedor de lo que hitn intencionadamente se habia es­forzado él en ocultarle por algunas horas; á lo cu.al respondió Cepeda que ya habia pesu­mido que á doña María, que era comunicativa ademas, no se le cocerla el pan en el seno por • adelantarle la !:o rpresa que él Je prepllraba, De­partieron largam ente los dos amigos, que ya se miraban uno á otro como hermanos, Boure lo que hace In verdadera d ic ha , y los caminos, :11 parccer sobrcna tu rales, por 1,)s '1 ue en t1'3 m bos á dos habían llegado á un mi mo punto, como tambien sobre el vinculo que por deber y por afecto en adelante los ligaba j y, concordando con los deseos de doña María. quodaron cn que el paraninfo de la boda de Rumberto seria Juan Cepeda, y csotro 01 de la dc éste, con lo cual tor­naron á ubrazar~e y fu e:'o ll :í r endí l' el cuerpo al sueño, que con las impresion es del dia teoía más disposicion para é l que para otra coa, nunqua sea dolen cia cOlll un en ¡os n ov io~ no cerrar los ojos en la noche ví spera de su s bodas , ocupado el ánimo de la idea de que ese lazo perdurabl e va a deci ­dir de su futura suerte. Amaneci/¡ el día t:1O alegre y l'Ísueño como lo estaban los di sc retísimos amalltes, que ya frisa­ban con el t é rmino de sus ansias, daudo princi­pio á la l'ealizacion de sus espC'ranzas. La casa de doñ~ María, sin esa lauta csplen­didez de las de los p od e roso", estaba primorosa­mente adornada de laB fl o res con que la p.'óvic};¡ naturaleza nos regala, llls cuales en forma de ra­milletei'l , f es ton es y guirnaldas, contentaban la vista y ha.lagaban cún su grato perfume, El me­naje de la aala, que estaba reci en enjalbegada, se componia de tres canapés forrad os en dama ~­co amarillo, una d oceua de taburetes de guada­macil, tres mesitas barnizadas, con seudo' e! comenzaron á correrle unas lágrimas, que bien decian cuánto era su padecillliento y ang·llstifl., el cual se comunicó luego á los q uo la escu~haban, como pam que no faltara acíbar á la dulzura ele la b oda. UD momento estu vo suspensa n oita },{arla, y repue.~­ta slgun tanto de su turbacion, contiuu6: .Mi marido don Pedro habia sido instad repetidas veces por don Hernando Alvarcz, padrino de J 0 3é, á pasar algunos uias en su hacienda dol Cedron, distante elel Limonar unas seis legual:! por camino no traj inado. Un dia, quo amaneció para mi menguada hora, quiso mi marido cou­de cender con el inocente deseo de clon H eman­do, y como presumiese de buen caminador, cal­culó que en seis horas haria fácilm p.lüe el viaje, y ri. la. del medio dia se puso en camino para. el Cedron, llev8.ndo con. igo {~Jo~6, niño cntónces dGl cuatro :í. cinco años, y á. quien familiarmente dt\.bamos el nombre de uno de vosotros, IIum­berto_ No sn.lió bien en su cálcnlo, pues lo que­brano del camino hizo encalmar la b estia y hu ­bo de to,uarle la noche en una parte r ode:¡.da de intrincada selva, la cual solia en oca 'iones ser guarida de gcnte de la hampa. No habian entra­do por ella cuando luego al punto los acometie­ron: introdujeron i don Pedro al corazon ue la sE'lva, ya José querian dejarlo entregado á su mal:tveniura, á la orilla de la senda, cuandn de antuvion uno de los qtle con aquella gente esta­ban, pone :l. punto su caballo, se hace del niño, y picando de martinete, parte con él á galope, .qui­zás á extrav iarle entre las fragosidades 6 los riscos. Entretanto hicieron sufrir t\. don Pedro mi~ géne­ros de tormento, y despoj,í.ndolo de cuanto lleva­ba, que alcan7.aba á una suma considerablo, 10 sa­carou vendado del bosque, y lo abandonaron en unparaje excllsado, de donde:i graves penas pudo salir para tL''lsr t\. su fiul1ilia congojas que le re­dujeron á tal estado, que de allí :i pocos dias dió BU espíritu al Criador, tranquilizado con los au­xilios de n uostra religion ; ID uerte q \lO anduvo presta al ver que habia sido vana toda diligen­cia en buscar al q uc era objeto de nuestras tcr- . - nezas y carlllOS. Ya se deja discurrir cmín descorazonada y marchita qnedari:l yo con la pérdida que tan de seguida hice de dos sórea por extremo queridos; DO obstante, resignnda a la voluntad dd Dios, encontré en la fe cristiana con la tranquilidad, el ~osiego y la paz del espíritu. En la oracion encontré la calml', y eo la penitcncía el consuelo. Aconteció en aquel entónee8 quedar huérfana. una niña de pechos que ap6nas contaria seis meses, y cuyos padres, que me habian hecho se­ñaladas mercedes en mi desgracia., murieron ca­si á un tiempo. Recojíla, y haci endo las yecos de madre. reconcentré en ella todo el cariiio que tenia por el hijo que la suerie despiadada me ha­bia arrebatado; y esa hija es Aricia, que ha ve­nido á ser el sosten de mi apenada vida. Como el hado funesto no se contentase con 108 embatos que me habia hecho experimentar, quiso hacerme víctima á un voraz incendio que redujo á. ptl.vesas la valiosa hacienda que por . herencia. de mi marido posoía, por lo oual, para -el pago de deudas me vi obligada á enajenar hasta. la. oasa do habitacion que me quedaba. Esta nueva cuita, sin la fe religiosa y la resig- -, nacion que me acompañaba, me habria l'educido á la locura; pero á proporcion que esas cuitas eran mayores, ele ellas Bacaba esfuerzo, así como de la misel'ia discrecion. Sabedora de mi triste estado, uno. buena señora me llamó á esta poblacion para ofrecerme tra­bajo y pan, hará cosa de cuatro nños. No poco cuitada. salí del 1 ugar de mis ensueños infanti­los, acompañada de mis dos hijas; empero, la suorte no estaba aún satisfechn., y ordenó que al esguazar los arrieros el caudaloso rio de La Pi· ña arrastrase con ellos nuestros avíos y unas pocas alhajaR que todavía poseiamos, patrimo­nio de mis pobres hijas. Duelo y quebranto te­níamos, pues, por condicion de nuestra vidn, y solo podriamos salvarnos del hambre i de la des­nudez á' poder de recio trabajo y de continua. faena, :í los cuales nos encontrá.bamos dispuestas. N o nos dese~perámos, no rendímos nuestra alma á la atLiccion, no exhalámos una queja, y confiá­mos en Dios, á. cuyo amparo nos pusimos. Sí; que siempre el remedio de nuestras desgracias lo hemos encontrado en la católica religioll, la . cual los tiene abundantemente, y los reparte sin duelo i los que diligentes la buscan i y en cuyo seno ('s donde solo he encontrado la resigna(;ion. Los que no la aman, no han saboreado -lasinefa­ble3 dulzuras que proporciona, y sus corazones es­terilizados par¡~ -el bien, no paeden dar de sí, sino cuando más los frutos secos de la filantroría: y los que habiendo nacido en su regazo fingen des­amarla, es porque las ligad uras del vicio, les im­piden levantarse hasta ella. ¿ Y qué hab,'ia sido de mí, envuel ta por la ola de las desdichas, en un mar sembrado de sirtes y de escollos adonde iba á. estrellarme, sin la esperanza quc fortifica y sin la fe quc mitiga las penas? Dios no deja de su mano á los que á. su soberana. voluntad se sujetan, viviendo conforme á su ley; y yo, que cuando tuve bienes de fortuna nunca los escatimé al pobre que t\. los umbrales de mi habitacion se acercaba, fié en que el Hacedor suprcmo no me renuoiria i la estrechez de mendi­gar el sustento. No dilató en hacerse visible la proteccion divina, pues, movidos á compasion por mi angustioso estado, muchos de los vecinos de este lugar, qui ieron aunarse á la señora que á él me había llamado, para ofrecernos toda clase de socorros, lo cual dió por resultado qua mo hicieran dádiva do esta misma habitacion, para que en ella viviese con m is hijas los pocos dias tI \le me restan de vida. De entónces acá hemos podido subvenir honestamente á nuestras nece­sidades con el trablljo de nuestras propias ma­nos: Aricía que es la mas vigorosa, planchaba; Librada. se ocupaba en las obras de bordado, y yo en las de costura. En tal término, conocimos á Humberto, quien observando la vida honrada que teniamos, cobró amor á Aríoia, y conoertó con ella el matrimonio que estamos á. punto de presenoiar. De allí á .pocos días se presentó en nuestra. oasa Cepeda, hijo de mi difunto hermano mater­no don Leon, á cumplir una de las últimas vo­luntades de ~ste hermano, que consistia on ce­derme la sexta parte de los bienes que ha.biahe­redado, asegurándomela. con los esoritos tdocu­mentos que venia á poner en mis manos. Ala­bando á Dioa por este nuevo benefioio, agraaecí Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 2S9 LA TARDE con toda mi alnia á Juan Cepeda la merced que de él recibia, tanto más inesperada, cuanto ha­cia. muchos años que no tenia noticia del para­dero de mi hermano, ~l cual no vino á sa ber todos mis altos y bajos sino pocos dias ántes de finar. Enamoróse Cepeda del alma de Librada, y de ahí se siguió que se dispusiese su enlace con ella. Tales son las principales vicisitudes de mi vida, lad cuales si no han sido de profundo in­teres para vosotros, sí pueden haber arrancado suspiros á vuestro pecho; y he tenido por bien referíroslas pun~ualmente para que si algun dia se descorren loa velos que encubl'en ciertos su­cesos de mi vida, no se diga que he callado lo que debiera aclarar en oportunidad. En esto levantándose H umberto, con voz va" ronil pero enternecida, diju : Ah! j Y cómo Dios ha encadenado estos acontecimientos para que en ocasion tan grande tengan su desenlace, y para pagar con usura en un illstant~ todas las tristezas que sobre Dosotros han caido! Sa­bed, querida madre, añadió dirigiéndose á doña María, pues desde hoy con doblada razon os puedo dar este título, que ese hijo que un tiem­po perdisteis, y que fué causador de la muerte d~ su padre no puede ser otro sino yo, á cuya conclusion he venido, por modos que no dejan duda alguna en mi ánimo; y Juan Cepeda fué el que p.n aquella menguada noche me salvó de las manos de aquellos hombres inhumanos que saltearon a mi padre, como os lo va á compro­bar ahol'a mismo su dicho. Suspensos sobre todo encarecimiento quedaron don Adeod<1to y doña Cunegunda, quienes á la sazon hicieron memoria de la luz que sQbre este particular les diera Humberto, y de que no se habian curado; y doña Ant,onia, turbada y sor­prendida, se estuvo sin decir palabra por habér­sele hecho un nudo en In garganta y dudando de lo que veia, esperaba como enajenada el fin de tan mr.ravillot;o desenlace. Refirió luego Juan Cepeda la aventura de los malhechores, y don Adeudato, sin faltar punto el modo como á Humberto habian encontrado; pero lo que trajo el convencimiento á doña Ma­ría de la identidad de su hijo, fuera de la seme­janza de familia que desde un prinoipio habia descubiel'to en él, fué la cirounstaneia de haber dicho don Adeodato el nombre que Humberto daba á sus padres, y el haberle ob,ervado un hermoso lunar que tenia debajo de la barba. Humberto, embriagado de gozo, se arrojó en­t. 6nces en los brazos de doña María, cuyos ujos, si so habian hecho fuentes, los de don Adeodato y doña. Cunegunda, que so abrazaban con Arioia, Librada y Juan Cepeda, se habian hecho rauda­les, y tornándose todos á abl"aZar suoesivamente, presentaban un cuadl'O tan conmovedor y tan in­teresante, que todos los demas del oortejo nupcial, sobresaltados, acudieron presurosos á avel'Íguar qué era aquello, y sabedores del suceso, parti­ciparon no ménos que del rego!.lijo de lall lágri­mas que d. él se unían, y afit maron y consin­tieron que tan extraordinario BUCeso era pro­sagio de la felicidad de los esposos, y galardon alcanudo por la paQienoia y amor de Dios COD qqe doña Antonia habia recibido todas las ca­lamidades que el cielo h~bia ordenado i y no - acababan de mirar á Hnmberto, como si su 3S­pecto tuvieso algo sobrenatural, que si lo tenia, pues en quien se verificaban señales tan prodi­giosas, necesariamente tenia que presontar á. 108 ojos algo que saliera de los márgenes de lo ordi­nario y naturaL Con tan felices circunstancias recibieron 108 esposos la bcndicion de Dios, que hizo de sus familias una. sola. en la paz, la monsedumbre y la caridad, y ba traido dias de ventura á su ya numerosa descendencia corno p1',rnio y corona que Dios da á los que se snsticrlen en el sufri­miento con 1'esignacion y b1escan los caminos de la cristiana ley. MENDO MÉNDEZ DE l\bNDOZA. . : . LA LUZ y LA SOMBRA, Desprendida...una luz del sol naciente, Se miraba, gozosa, en una fuente, Y, aHiva, se decia : -¡ Me cuento tan feliz 1 i Soy en el mundo El pode¡' soberano ...... á todo inundo De encanto y de alegría!. . Pero llegó una sombra, triste, OSCUI'a, Y ahogó á la luz, y dijo, con ternura: -j Nada en el mundo és fuertd, Pues todo cuanto existe y hoy asombra, T8rde ó temprano abismará esa sombra Que s e -llama la Muerte !. .. _ .. 1874. TEl\1ÍSTOCLES TEJADA.. FLOR MARCHITA. Á lit AMIGO JosÉ MANUEl. LLÉRU. Nació en la verde márgen amen" Que baña plácido el Telembí, Cáliz de aromas, alba azucena, Fncantadora Hija de Aurora, Dulce embeleso del colibrí. Manos que amantes la cultivaron En su florida márgen natal, Del tallo esbelto la separaron, y de la vega Que manso riega, Siempre tranquilo, puro raudal. Mas, ay ! el aire Ide otras riberas El tierno oáliz envenenó; Como las plantas adormideras Languidecia, _ Hasta que un día Tu María Luisa S6 marohitó. D. DEL O. EL GORRISTA. Na1fa hay más indefinible, más l'elativo J mi. iuoomprensible, que la felicidQd. ~08 habla­mos de ella, y nawe la oomprende, porque Da4ie la pOlée. - Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • LA TARDE 290 Cuando hemos notado sati faccion y contento eu el ro ho de algunos pordioseroR, cubiertos de harapos y abrumados pOl: enfermedade crue · les, y d esespl'racion y La tío en el de personas de aven tajada. posicion, hemos com prendido q ne la felicidad DO se somete á Jos eálculo8 humanos. l\Iuy bien explica el problema de la felicidad aque1\a fáhula. que nos hab;a de un niño á quien le dió el extraño empeño de asir el cielo, porque lo veia adherido á la montaña vecina. Empren­dió con toda formalidad viaje hácia la cima de la montaña. Por fin llegó, no sin haber mt'rido fuertes fatigas, y al coron:..rla se halló con que el ciclo habü huido á In. otra montaña. No por ello de i tió. Continuó &u marcha con la espe­ranza de que ya por esa vez no se le escaparia el cielo. En el trayecto en contró hermosas fuen­tes y arboledas sombrías, y oyó dulces cantares de las aves habitadoras de la espesura; mas á nadd. prestó atencion, fija como estaba su mente en la idea que lo dominaba. Coronó por fin la - segunda montaña; y vúlvió á hallartie con que el cielo habia huido. Alguna desazon sintió, y empezó á creer que algun génio se bul'laba de su anhelo. Mas no desistió aún. Siguió, poseido de un nuevo entusiasmo. Rendido por el can­sancio, sofocado por el calor del sol, que ya se aproximaba al cenit., y bañado de sudor, se re­clinó sobre el césped á la. sombra de un árbol de rico follaje, y allí Ee entregó á un sueüo pro­fundo. Suñó que una hada se habia despren­dido del cielo, y que con ~u varilla mágica trazó en torno 8uyO un círculo; que luego a ió por un brazo al niño, y le impuso la o bl igacion de an­dar hasta no encontrar ('1 fin de la curva. El ni­ño giró y más giró en busca del fin dp.l círculo. Cuando vino en la cuenta de que nada más hacia que volver de continuo s0bre sus propios pasos comprendió que la hado. se burlaba de él, y le rogó cesara ya en su cruel exigencia. Ella sonrió, y le dijo: " Primero hallarás el fin de este cír­culo, que asir el cielo, si bien te p'lrezca unido á las montañas." El niñó despertó; reHexionó sobre lo soñado, y comprendió cuán insensata habia sido su pretensioo. Volvióse á su hogar, no sin llevar en el alma la tristeza que deja. to­da descepcion, y no sin sentir sus plantas heri­das por las espinas y los guijarros del camino. Ré aquí, lector nuestro, la fiel imágen de todo hom breo ¿ Quién, al salir de la infancia, y entrar en la edad de los sueños, esa en que todos vislum­bramos hermosas visiones, y aspiramos pel'fu­mes embriagadores, no se lanza con fe y espe­ranza, y entusiasmo en busca de la dicha, maga que le sonríe en la vecina montaña, y le rega­la desde allí caricias halagadoras, y le envía en alas de las brisas los aromas que exalan sus vestiduras? Mas la pérfida huye, y más huye, de aquel que en pos de ella S8 lanza. Y al iluso no le queda, á. la vuelta de su viaje sino un ne­gro vacío en el alma, i en el corazon la herida dolorosa del dellencanto. Creemos haber com prendido la historia de todo hijo de Adan, f'S­cepto lo. bienaventurados tontos, porque á ellos jamas les asa el vértigo de la ilusiono to cuanto IObríol. o lo eztrañeis. Extrañad, si, que alguaa velOS momemos jovialidad, y pensad que entónces fingirnos alegrías no sen­tidas por nuestro coraZOD. A las vecps el vu1!:o resuel ve tí. su modo los • más intrincados problemas de la filosofía; y los resuelve parodiando á aquel famoso personaje que cortó de un tajo el nudo que en vano otros habian procurado soltar. Bl no se detiene á es­tudiar los mil rodeos de los problemas de la vida: de un tajo corta las dificult~dc" . Quereis sa ber cómo ha explicado el mi terio de la feli­cidad, ese misterio que ha sido el tormento de todos los pensadores <.lel mundo, mis que la pie· dra fi losofa.l y que la cuadratura del círculo? De una manera muy sf'n cilla. El ha encontrado que la felicidad comiste en perder la vergüenza. Esta resolucion, tan simplecilla como es, entrá­ña mas filosofía dc lo que á primera vista pare­ce. Tended, si no, amigo lector nuestro, tE:'nded Yuestras miradas en torno vuestro; observad quienes son los gananciosos en la gran rifa so­cial ; indagad en qué corazones mora la mayor suma posible de dicha; inquiríd cuáles son los semblantes mas festivos, los ojos más alumbra­dos, los lábios más risueüos, y hallareis, os lo aseguramos, que todo eso pertenece, y tal vez exclusivamente, á los que han sabido proscribir de su carácter y de su corazon toda idea de de­licadeza, todo sentimiento de pudor. Desgra­ciado del que tieU'bla. al oi¡- una rechifla bur­lesca; del que palidece al recibir un insulto; del que se ruboriza al solo pensar que se juzga mal de 8US iotenciones; desgraciado, sí, porque ese la lleva perdida: siempre s:!rft el juguete del primer soplo del mundo, como la hoja muerta, desprendid", del árbol y sometida al furor del huracan. Lo que dejamos sentado en las líneas prece­dentes, es á las veces la (mica clave con que se pueden explicar ciertas ¡'iquezas y ciertas posi­cioues. El que atribuye todo buen exito al ge­nio ó á la honradez, va errado medio á medio. Cuá.ntas veces el genio vegeta, mudo é inerte, en la oscuridad, en tanto que brillan y hacen ruido los más osados, aquellos que se tapan las orejas cuando les conviene, cuando se les de­ro uestra su incapacidad para ¡¡entarse en los puestos que ocupan! Cuántas la 1 cura se ve obligada:i. bajar la frente ante un pillo que sube, hipócrita y desvergonzado, disfrazar sus fecho­rías con el velo de la virtud, y reirse de todo, porque poco se cura de la opinion. Aprop6sito de opinion, hacemos una obser­vacion de paso. No hay delito punible por la. opinion pública i que atraiga sob¡·e sí el des­precio ó el odio de las gentes; que estampe en una frente la marca de la infamia, y que arran­que de todos los pechos el grito del escándalo 6 de la. reprobacion, sino el delito improductivo, Los ladrones en grande, los asesinos en grande. los seductores en grande, las prostitutas en gran­de; ..•... toda esa gente cuyos crímenes ee con­vierten en monedas, ñlzan satisfechas su frente manchada, que la. sociedad, solícita y humilde, se apr~sura á limpiar 1 Y en tanto, zumba b voz del esoándalo en torno á los delincuentes pe­queños: ora es un ladronzuelo cuyo robo no le alcanza para imponer silencio ;i. los deslengua­dos; ora una infeliz mujer, tal vez de elevado carácter, á quien la. ¡niseria ó un a.mor insensa.- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • 29] LA TADRE to lanzflron :í la desgracia. Tal es la. O' inion pú­blica. Algunos filosofastros han querido que no se d ejc otro freno á )¡" conciencia, que el t emor á la op inion. Medrados quedariamos el dia en qu e tal succcan sus padres. cluyó refiriéndolele lo que acababa de pasar en la ca- _T('nemos 6rden de manifestar que los que pasan baña cuandu él entró. por tales no lo son, y que eso se comprobará ante 105 -y bien, dijo el conde, i quién es el soñor de Ibá- Tribunalc de justicia. ñez'l 1\1e decis que podemos c('ilfiar en él y que nos - Dejemos di cu iones que á nada conducen, dijo nyudará en la empre a; pero ántes nece i tamos suber el capitan coo tono reó'uelto; de aquí os habeis de ir quién es, y cuáles son us intencione ,porqUt', lÍo dccil' como habeis "cnido, con la diferencia dc que ahora verdad, no es don Luis únicamentc quien ha concebi­I1evais algo Vil los bolsillos con que llenar el estómago. do, ospechas de que es un I!, pía. En cuanto á. vos, ya Tomad. os conocia, ~i no per50n:llmantc, sí de nombre, y vues- -Es qu r :10 podemos dejnr de cnmplir nuestra co- lro hechos son muy conocidos para poder dudar. mision, pU l'- 1:'1 señor don Luis no per eguiria y nos -En ese caso yo o re p'mdo de él COIllO de mí haria rasti;.: ' ", dijo uno de ellos. mismo: él me ha exigido re- erva re. pecto de él, -E~e no e, más que un motivo para que no os de- miéntras adquiere ciertos conocimiento.> ú de

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 43

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 14

Por: | Fecha: 12/12/1874

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • .:--' -----.c;-¡R>\!. c: P- 2 ~r~:S'------- PERIODICO DEDICADO A LA LITERATURA . • " Serie Ir. Bogotá, 12 de Diciembre ele 1874. Número 14 . • • , POR AQ.UI, POR ALLI· y dijo nuestro amigo don Venancio: No haya. más 11ecrología' . Pero e" el caSo que hubo más candidatos par'\ el cementerio que para la próxima pl'e irlencia de la República. R"l' cuyo motivo no pudo quedar compla­eido el 'tor de " La Caridad,' y los muerL si· ~uieron y iguieron los entierro y siguierun la ne­crulogía . Hoy la cosa ha variado. La muprte está de luto. Dicíembre ba tremolado. u pabellon de azul y estre· Hl\s. uestros campo. y nut'stro ciclo;;, que im'oca- 1"1an los canto~ de Virgilio y de Anaereoni:e, nena­JlIan pOl')1) cuatro pnntos del bol'Ízonte y no invitan á. vivir, y lo que es m't'jor, á gor.ar de la vid". lú icos, agentes mortuorios, sepultureros, á di, vertiros, estais en a uetos. C¡\jista :r e cri tores echad .á un lado la lmea negra, no má<; necrología. - . Yo tnmbien, humilde c¡'i álida, quiero sniir á luz de mi tumba de dolore;; en que por un afio he yacido y de b cual me he eSC" de ello, hé aqUl que nos vemos precisa.do ,i modificar nuestro anuncio ncerca de muertos en el PI c:::ente diciembre; nndie ha muerto en su cama, es verdad; pero sí yn.rios fue­ra de ella.. En un bai!e por Siete vueltas al són de la tambora y los clarines, un oficinl Bonel se fué al otro mundo. -j. Cuál fué, preguntamoi", el motivo de la riña? -No sabemos quien es ell:l, se nos contestó. Un semi-drnma. l\I. C. jóven bondado 'o y p'l.cífico al pasar una noche por la calle de las iéve<¡, sc sien­t e atacado por cuatro hombl'cs de ruana. Al sentirse herido, se desprende del cinto el revolvers, v paf! dispara sobre el gru po. Uno de los adversarios cae al suelo, los demas huyen al punto. -La fi esta de la Concepeion tan lujosa. cn los años pasados por celebrarse el aniversario de la definicion de aquel dogma, estuvo poco rui dosa en este diciem­bre. Cohetes, repiq y alegría en 10<; Rem­blantes; con algunas ilu minaciones ; pero nnda de banderas ni de coronas poéticas. Porqué enmudecie­ron los bardos! Ln Reina. de los ángeles no es siem­pre fuente de tierna y amorosa poeáa ? -Los gastrónomos empiezan á agitarse t:1mbien . Fuera ele los banq. plÍvados y de las cenas opí, paras que tienen lugar en los hoteles Daniés y F ran­ces, ha tenido lugar Ull0 solemne y con el cual los profesores de la niversidad celebraron la tel'mina­cíon del año escolar. -En la ca a de la familin Valenzuela tuvo lugar un lujoso baile, y no duelamos que habrá otros de la misma natural eza. -Recomendamos las admil ables poesías que ha dado á luz últimamente el señor don 'l'emístoeles Tejada, llenas de verdadero sentimiento, de uneio!) y ternura y escritas en un lenguaje que no desdeñarían los cantores del Geni l. - Aún no ba llegado á nuestras mano la coleecion que acaban de publicar los dulces y conocidos poetas J. I gnacio Trujillo y lIanuel de J. Fllíres. Se anuncia tam bien la próxima publicacion de una Gramática Castellana, escrita por el jóvcn literato don Enrique Al,arez. El t eatro nos ha obsequiado con la represent3cion del" Hombre de mundo" que como saben nuestros lectores es la obra maestra de don Ventura de la Ye­ga, sol de la escena española y gloria de la .AmérÍl:a, en donde vió su Drimera 1 uzo • El exámen de esta pieza no puede encerrarse en los l igeros rasgos de una revista de periódico y lo re servamos para más tardo J. J. B. TU Y YO. Como perfume de la flor oculta Entre el ramaje del espeso bosg ue, Como el cariño que de ajenos labios Oye el que sufre en silenciosa noche j Así yo siento ~u sonrisa de ángel Cuando al acaso sobre mí se rompe; A sí yo escucho de tu voz el timbre, Que llega y hiere mi frialdad de bronce. Yo bien quisiera. resistir tu halago Como la roca que en violento choque Siempre sufriendo, más terrible siempre De la ola vuelve furibunda el golpe. Quo tí mí la suerte con cansada mal'cha, 1\1e está llevando sin saber á. dóndo, y lÍ tí el de tino te propara siempre Gentil guirnalda de olorosas flores. Mis dichas son las lucos vesportinas Anuncios ay! do silenciosa noche; Son tus sonrojos la temprana aurora, De tu alma pura, angelical y noble. Bien lo ves : los acentos oe mi lira En otro tiempo de armouioso acorde, H oy so me e~capan con tem blor tardío, Sin que les baste ni tu dulce nombre. A qué engañarme? La inconstante suerto Hora por hora me a cibara y rompe, L as ilu iones que mi mente forja En mis tan largas, silencio, as noch os. Yo d ebo huirte aunque el valor me falte Si es que no quiero mancillar tu nombre, D ebo insistir en el tenaz silencio Oon que á tu vista mi pnsion se esconc1e_ Si no naciste p ara mí, señora, Si mi desgracia entre los Jo se opono ¿ A qu6 elecirte que mi amor te sigue? A qu6 turbar tus inocentes goces? 1872. J. DX>In G UARIN. Une,· it.gina. de la vida de Bolívar El hf'cho que vamos á referir pasaha el año de 1823. Bolívar, al frente de cuatro ó cinC'o mil "0- luntarios marcuaba sobre Carácas, su ciuda'l natal que pronto debia quedar libre del yugo de 105 es.~ panales. A olguna distancia del llano en que aC:lInpaha el jefe ele lo:> independientes, pocos dias ántes ele la to­ma de Cólrácas, ballába e una colina doblemente eé­lebro por un manantial de agua cal:ente y pOI los milagros de una Yirgen, conocida bajo el nombro de la Yírgen do Agu(t Caliente, Tumerosos peregrinos quo llegaban de todas partes iban á implorar la pro­teecion de la Vírgen y la ofrecian ricos presentes. La. capilb se hallaba, pues, llena de objetos precilJso1'. La reputacion de esta madona se habia extendido áun allende los mares. En efecto, hallándo e enfermo un rey de Esp:lña, se habia dirigido como un simple ~ub­elito {¡ la Yírgen de A[Jl{(t Calielt!p, y le habia en\'i'\!lo una hermosa corona de ()1'O, en accion ele gracias ]lor u re tabl~cimieDto. E te dón habia ido el mQ.tiyo de una gran ceremonia; la corona babia sido colocada solemnemente sobre la cabezn ele la Yíl'gen de 1m; milagrof', cuya fama babin aumentado con ~iue rable­mente á con ecuencia de tal acontecimiento. Entre tanto, nada. babia cambiarlo en el rampo de Bolívar desde la llegad:\. ele los independiente.~ á las cercanías de Carácas. El libertador de la Colombia acababa de pagar, como de costumbre, los sueldos atrasados de sus tropas, (las cuales pedian víveres y vestido ) leyéndoles una nueva proclama. De esta manera pagaba de de hacia mucbo tiempo, en vista de las azarosas circun tancias en que se bailaba, á los bravos voluntarios que componian u ejército. Los soldados provistos de uniforme completo forma­ban la fior y nata de sus tropas y marchaban en las primeras filas; los soldados que llevaban zapatos pantalones y sombreros, pero que carecian de casaca' formaban una division muy recomendable despue~ del cuerpo selecto, y marchaban en las segundas filas j los soldados que llevaban zapatos y pantalones, pero • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. LA TARDE 107 que no tenian casacas ni ombreros, marcbaban en una ch'cu atenuante en favor de los culpables las terccra filas; los soldados que tenian pnlJtalone~ , flue se ucjuban tCllll'r por la ocasion al ver el oro. pero que carecian de las otras parte;; del uniforme, J30linll' hubiera queJido salvar a l cabo, pero no que­marchab: m n cuarta fila; ftnalnl entc, los que estaban ria rehusar jus ti cia al Arzol>ispo y ponerse en guerra. ~\ÚI~ ll1 énos ves tido, se perdian entre las últim:ls lilas. al>i erta con él. Ahora bien, 13olíval' habia acabado de escI ibir ele llajo la influencia de una cólera que ni aun siquiera. antemano la última proc;J¡llua para pllgar los sueldos procuró domcñar, el general Lizo llamal' al cabo. de! mes corriente, luego que se hubiese ,,('neido el - i Ah! ! ahí e;;tás 1 le dijo Bolívar con un acento plazo, cuando vinieron á decirle que un extranjero tenible; i ahí estás, pícaro, bigardo, bribon ! siéntate, degeal>a llabJarle. que tenemos que hablar. Este extranjero cra José Ruiz Cebá ll os Jardines Sin chistar palaura, sentóse cl cabo en el extremo de Alfandign, gran vicario de mon, eñol' el Arzobispo de un banco, de Curácas. - ! EI'CS tú, facineroso, continuó Bolívar, qui en no El rostro de Bolí val' hn bia tomado el asp..ecto de ha t emido cometer el más indigno sacl'Í logio, al robar la inquietud; parccÍale qne el Arzobispo de Cal'ácn :i la ~anta ma(]oml de Agua Caliente? Pues bien! 110 hul>iera hech0 molestarse á su gran vicario para serás fu ilad0, lo oyes? anunciarle una buena noticia. El cabo gual'(1:.lla silencio. El padre don José ItuÍz el'<\ un bombl'e gordo, que -iTriple m '>lItl~cato ! i Creias sin duda que el Ar-frisaha en los cuarent.a. Aunque de inteligencia limi· zouispo se vcría I'\JIJlc, y que este culpable se escaparia. á su humor jovial y conciliativo, r gracias tambien á del G:1stigo ! u lucillliC'nto de carnes que le ha<:ia sim[H\tic0 á pri- -No niego mi f.'\lta, mi general, y estoy r esignado lllel'lt vi ... la, á t ocio. Cuanclo entró Bolíval' el1 1:1 tienda en la cual le - i Linda ref. ign:lcion, linda muerte para un sol-e taba e<\pc rilndo el gran \'icado, acaba,ba de fumar dado de la independencia, y sobre tildo, cn el nlO­éste nn cig:llTo, lo '1ue ('st:1ba en uso en aquel elltón- mento en '1ue huuieras podido scrme útil para la. c<.'1', aÚII elltre 1:1" c1:lm:\S, toma de Cadcus ! Yo te contaba entre mis amigos, ])011 .J o~é (le "\Ifalldiga presentó, ,, cun la -Es menester en primer lugar, replicó el gran vi- eabeza perdida y el corallOl1 tra to rnado, tuve el fa­c:- lrio, obtener del criminal la restiwcion de esta pre- tal pen amiento (le apoderarme de la corona de la. ciosa reliquia, ó por lo mén0s, de los pedazos que madona, que cllvié á mi madre para socon l' su ne­pueden hallar e aún en su podel'; despues, ol>teniclo cesidad. ese ret malicio, a sati:;,faccion rorlóen, us Jabios. vema que él mismo viniese aquí, para 'ir en me- -Lo que acaLas du contarm(', Francisco, repuso dio del campo al tribuna,l que debe juzgar al r eo, con tono severo, no puede ju-;tificar t.u conducla; l\lañana, á medio dia, el Arzobispo y yo nos halla1'e- si tengo compa, ion de ti en el fondo de mi cCll'azou, IDOS aquí, si en ello no tenei embarazo. como hombre, no puedo absolyerte como ju('z, Lo que Fué necesario resignarse. puedo promete rte, es suavizar la pena en con:;:iuel'a- Luogo que se balló solo en su tienda, Bo]í"al' se cion á tus buenas intenciones y á tu alTepentimicn­puso á reflexionar sobre el lIlal efecto que produciria to: se te fusilará al salir de la. audi encia, para no la ejecucion de muerte de uno de sus soldados la vís- hacerte pennl'. Pero p011g0 una condicion á mi con­pera. del ataque decisivo que estaba pr('para.ndo. descendencia: y es qut', delante del tl'iuunal, re pon­Francisco era amado por sus camara.da.,; era el sol- derás afirmativamcnt) á t odas mi prcguntas. dado más intrépido del ejército, y sin quer ee cliscul- -Sin <.'mbargo .... mi general .... pude, Bolívat' encontraba en la miseria de los so\da- -Cuidado con la réplicas, voto á bríos 1 ya abes dos, que no se aliment<'\ban más que con pro claro as, que no soy amigo de obscnaciones. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 108 LA TARDE --EstO. bieD,mi general. - i Ea ! es cm.a convenida.; retíl'utll y hasta ma- -llana. -Está bien mi general El dia iguiente por la mañana, Bolh'ar e cribió otra prociaroa nutritiva, despue de la cual e hlzu ,ervir un buen almuerzo, e puso de grande uniforme, m,.ndó que levanta en un t~blado para los juece , que s u E - tado Mayol' se reunic e á médio dia, y esperó con inquietud :i que llega e el Arzo A la doce en punto, los cl:u'ines y trumpetas anun­ciaron la llegada de monseñor el Arzobi s po de Oarú­cas, de su gran vicario y un sé.quito compuesto de un capuchino, de un carmelita descalzo, de un benedictino y de un fraile de la órden tan rico de los mendicnntes. Bolívar se dió prisa á salí¡' al encuentro del piauoso cortejo, y besó respetuosamente la mano del Arzo.­bispo. -Todo está pronto, monseñor; pero V. E. tendrá labondad de excusarme si no me es posible recihirie con más dignidad. -Un tribunal en un dia no puede estar instalado, dijo el gran vicario, como el tribunal dela inqui icioll de Oarácas, en e l cual, á Dios gracia nada falta <Í. l os jueces, como tampoco á l os acusado!;. Habiendo subido el co rtejo al tablado colocó e el Arzobispo en un sillor. de honor; el gran vicario se sentó á su izquierda y Bolívar tOlDó a iento en el lado opuesto . E l capuchino, e l carmeli ta d calzo. el be~1edietino y el fraile mendicante se in talaro n en un banco, del lado del gra n vicario, y e l estado ma­yor del gen eral se sentó enfrente de los r e l igiosos. A un lado se hallaba e l banco ocupado por ('l1'co. J301i val' t omó la palabra. - LReol sabeis de que horriblo crimen se os a cus a? -:SI, mI genera l. -Este crímen merece la pena capital, y t engo la ('ertidumbre de que e l tribunal se mostl'al ... i inflexible cont ra un a cto que llenó de indignacion á todo pecho honrado. A estas palabras volvi óse el Arzobispo del lado de Bulí var y le hizo una señal de aprobacio n. - i Oonfesais dijo B olívar continuando el interro­gatorio, el habe r p e n etrado en la capilla. de Agua Oaliente, el dia en que desapareció la corona 1 -Sí, mi general. - i Oonfesais t ener esta. corona en vuestl'O poder? -Sí, mi general. - i Es cierto, cabo, corno aseg uran los testigos, que hab e i- e nviado la corona d e la madona lÍ. vuestra madre, quien dicen hall:use en la mayor pobreza y miseria. ? -Sí, mi gen e1'll 1 - i Es cierto que babeis implorado á la madona al entrar en la capilla? Sí, mi genera l. - Es i cierto que hab e is experimentado una emo-cion estraordinari a al verla '1 . -- Sí, mi gen era l. -i T cneis una fé viva en la inagotable bondad de la. madona ? - Sí , mi general. - i C :'éeis que nadie la. implora. en vano '! - Sí, mi genera l. - -i Oréei en su p oder? - Sí, mi general. - i Es cierto que despues de la ínvocaci on que le lJabeis hecho, su divino r ostro se iluminó de repente, como á efeoto del úl timo ray o del so l poniente 1- " í, mi general. - i IIabeis creido reconocer on esto hecbo una in­terveneion divina y como una misteriosa advertencia e n vuestro favor '1 - Sí, mi general. .. y no es csto todo. Me dicen que sosteneis el ba­ber creido ver, al mismo tiempo, sonreir á la madona, hue tom ó ella. misma la corona cJ.e su cabeza. y os la tendió,dícicmdoos: "T6mala, yo te la d oy para t.u fin lana madre. " i Pers is tís en alegar ste hecho, qllO "e r ia p l'O di g ;of;o , p o ró que por otra parte nada. ten­ell in d e illlP O" ibl c pal'a una rnadona cuyo/! milagro., 0 11 tan lIum e r o. () ? ,. ". per:si tis n ello 1 - í, III ¡ g eneral. .r\ I oir esta aflrmncion incn pe ruda, hubo un movr­mi C' nto de pC'rpl ejidad en la sllla; /o. ofi c iales del E,,,tado Mayol' de B o líval' cuchi c h e aron entre s í, y 10 reli g iosos , m o vidos por un mi . mo pen amiento, obse rva ron a tentalll c nte al arzobispo. - f é mia ! es un milagro má ! o apresuró á de­cir Bolíva¡', para ha.:er ce - al' toda ince¡·tidumbre. -En efe cto, replicó el gran vicario. bien podia sel' este uno. - i E un mflagro! exclam aron todos los oficiales~ Ú u na seña d e l gen e l' a 1. Du ran te es te tiempo, el Arzobispo gnardaba silen­cio; fruneia la cejas, pa eaba una mirada. llena de inquietu rl en el auditorio y lrl'ecia agitauo por un combate interio¡'. Rompió al fin el sile~lcio . -Sea t xolamó dejando oir un su piro; es un mi­lagro. un milagro! repitieron entúnces todos Jos relígio- os, juntando la manos y levant:tJ1do los oj.os al ei e lo. -Sí. ", .pros ig ió lentamente e l Arzobi po, aca1'Í­ciándo e lí¡?:e,ramente la barba, como un hombre que intenta "ali l' de un paso dificil; sí, e un gran mila­gro •. ,. Fundarf mos una ceremonia en conmem o ­raoi o n, y el pruducto de la colecta servirá para mil" otra corL)na á la madona - a lu OIS Juan Francisco, continuó á su YCZ Ro-­l¡ var, cuyo semblante, aunque serio, dejaba "el' un. a legría iD tel'ior, el tribuna I o l'eCOll0ce inocen te poI." unanimidad. La. jn ticia humana no puede méno de iucltnarse ante los decretos del cie lo . [tI ell paz y continua. mereciendo la e tima eion de vuestl'o eou­ciudanos y los favore. divinos mostrándoos como en el pasado, buen soldaclo, buen c:ttólico, y buen hijo, El aeusado se l evantó, sal mIó á l os jueces y se dis­ponia á r e tirarse. Al atra vesa r la puerta, e l arzobispo, que no babia cesado d e acariciarse maquinalmente la barba, lo llam o diciéndole: -Esperad un poco, cabo, tengo que deciros algu­nas palabras, -E toy á vuestras órdenes, monseñor, respondió Francisco., volviéndo."ie de} lado del arzobispo. -Escuchad lo que voy á deciros y no lo olvideis. Si al g un otro santo os ofrece o.tra cosa, alguna vez, no la acepte i. ]0 g us tan los santo siempre de .q~e les tomen por la. palabra, yes de buen tono reSIStIr en semejante caso. Es ne cesal'lO no ahusa r de su ge~ neros idad, pues :i veces tal abuso pueue causar vues­tra perdicion. La ola. y la roca. Con ternura, una no che oscura y fria, Moribunda una ola así decia, A la roca ti el mar: Q. G, -¿ QU é haré en la inmensidad tan olvidada? y respondi ó la ro ca d espiadada: -i Lloral'! ¡ llorar 1 i llorar! Lanzó la ola un lúgubre gemido, y con profundo acento, dolorido, Vol vióla á repetir: -Ay! y qué hac e r cuando hasta el llanto acaba.? y la roca, impasible, contestaba: 1\~ . , ., • , -i lll.Oflr. i mOrIr. j monr .~ - - - 1873. XEMÍSTOCLES TEJADA.. • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. LA TARDE 109 TODO SE 01 VIDA. on propú"i tos Yanos 1,0 que los hombres tIenen? Cuando al calol' del Clltu, ia"IlJo e haccn ; Lo · hados inhumanos. Tarde ú tem prano vienen y cual neblina fdp;il lo de hacen. A poco dias que pa en En ta tri ·te vida, Con muy rara excepcion, TODO SE OLVIDA. El bri 110 de la gloria Que en ,eductor halago Ayol' no mas el cnlll i:l. mo hiere, Hoy vuel ve :i la m maria Como un recuento yago Quc entre la. ombras del pa~ad(l mucre; y con angu, tia inq ui el'o El alma dolorida Por qu6 tan pronto aCJ.uí TODO E OLYIDA. Todo cambia ó per(>ce En la cxi tCllcia humana Sometida al vai"en Je la fort una.. El lirio que hoy flo,ec& Marchito e"tll mañana. Qu6 cosa hay durauera? cuál? ninguna. Si ('l'cC'mos que hay alguna, E il usion II1cnlH];¡, QUQ maiíana ó de pucs TODU SE OLVID.\. La cdad de la i nOCC'llcia La eu ad de c, o ;¡ tl1 ores Que acarician la almn<; canduI'o ' as, e va como la e. cncia De las g3lana flol'e Que arrebatan la bria l'um Las horas yen tUI osas De nue tra cdad florida Pasan ay ! y de pucs TODO SE OLVIDA. Lajuventud bu cando Victoria del ruOlDC'lÜO Corre tras la. vi ion que b ennjena, En su ilu ion j uzgnndo EstaLle el sentimiento Que á su encanto las alma encadena. Ma la vision serena Le dicc en ida Cuando huye á no volver: TODO SE OLVIDA. Qué mocho que olvidemos "El sueño de vent.ura Que en ricas galas la exi tCllCia visto, i tantas yeces ycmos Que inmensa de "entura Al contacto del tiempo no ¡,esi ·te. Verdad es, y 111 lly tri to Que en esta table vida, TODO SE OLVIDA al fin, TODO SE OLVIDA. ARSENIO ESGUERRA. EL TREN INFERNAL. (LEYENDA DE LOS FERROCARRILES.) Scüor José Mllría Quijano Otero. Muy querido amigo: " Todas las grandes cosas tienon su leyonda, lllistel'ioso barco que las recibe en su nacimion-to y las traspoIta á traves do las edad~s." Ebta verdad no podia Ü)1) r u xc pcion en los fer'" rocarriles, y el barco ha venido á reciLirlos para eonducirlo& tambien á los futuros ti empos. Vea usted, pues, lo que de notablo cneontIará la historia que han de leer generaciones que per­manecen escondidas en 01 insondable abismo dol porvenir. I Todo marchaba bien desde el principio del mundo y las acLÍollcs del infierno estaban en alza, cuando un ruido repentino despertó eco hasta en los profundos' abismos d el sombrío imperio . Llegaba ha tu allí la nueva de qUE> una inmensa red de ferrocarriles enlazaria bien pronto toda la !.-uperficie de la tierra. V amo, exclamó atanás fuera de sí, un progre o más y el m;ts extraordinario de todos! Comenzaba á consolarme con la iDyencion de la impreuta, y ved una locomotora que cae so­bre mi cabeza. Ah ! señores iuven tores, vamos • • a r011'nos. De pronto Satan:ís mont6 en u unicornio, es­caló las alturas de los cielos y se presentó anto el tribunal de Dios. -Qué hay, atanás? le preguntó el Altü,imo, me parec s colérico. -Tengo de qué. Ah! Ya ospecho ____ Los maravillosos rie-les por medio do los cuales los hombres van (\ fratornizar de un polo á otro. í, una fraternidad universal. -Es impo&ibJe, Satan:\s, voh'el' atraso -A lo m6nos pOlmitidme encender la pri-mera hornillll con un tizon del infierno. -Imposible. la vida de muchos millones de hom ures no puede confiarse tí tus cuidados. Satanás dijo para í: los administradores se encargarán por mí, y con voz humilde preguntó: -¿ Al ménos me confiareis la direccion de un tr n? -Sea, pero uno sólo; no dejo á tu diserecion "ino la vida de una víctima, y para que nada cambie en los decretos del ciclo, qui n s610 tie­ne derecho dc vida y muerte sobre la tierra, te concedo que esto. existencia puedo.s devolverla :.í. otra criatura. Satanás bajó contento, y h6 aquí por qué un tren, propiedad uel diablo, el tren infernal, re­corre hoy y recorrerá siempre, las líneas de los ferrocarriles. Este tren gasta treseion tos se­senta y cinco di as en recorrer toda las líneas del globo, y no se detiene sino algunas horas, lo. noche de los muertos, on lo. vieja ciudad ue Gante. ------------------------------------ --- Veamos cómo organiza Sa taná~ el tron in­fernal. TI El G de Enero del año de 1 25, en una no­che fria y oscura, llegaba de la Bohemia á la. ciudad de Bruges un pobre diablo llamado Spanziceff, con su mujer y sus dos hi,ios, uno. niña. y un niüo llamado Fl'itz. La familia"pasó la primera, noche en una posada. Al dia 8i- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 110 LA TARDE - - g.uiente ~pan7.ikoff habia comprado una casita' l a voz de Blondinetn, la nieta d e l campo.nero :11 lada, SItuada á algunas centenns de metros d e la catedral de Brugos . de la cat~d 1' 31 de San Sal:rador. Este hombre Blondineta, en o~e sttblimo conoierto do ánge ­~ e sconoeldo de todos, t~nla costuJ?bres extra- l es era el ángo l más encantador y más puro. Era. nas : fr ec u en te y sec;'et?-mente dOJaba su casa rubia-y por pasar su mano sobre su cabellora para no aparece r .al.lt ')smo al. cabo d~ algu?-os durada como las espigas maduras, :Fritz hubiora mes~s . De q.u 6 VI VIO. .. Qué mdustna t eUla? dado su vida presente y tambien la otra-era N adle lo sabIa : sus vecmo~, á causa ne sus r os ada, blauca; blanca, rosada y r ubia como l~rgas ~ frecuentes ausenCIas, no lo conocian Margarita ...... Ouando entonaba sola el O saLu ­sl. no baJO ~ l nomb.l·o d e e l Judío c1'ran!e . Un taris lw tia ; cuando entre divinos suspiros s e d:a su nH~J.e r mU1'l6 i poco dospues mul'lÓ tamo xha l aba, uh! ntónc s ~'ritz so sentia a1'1'e­bwn .. su hI~~, y el ~udí O e rr a~te quedó s610 ~on batac1? por .mi steriosas alas hácia regiones d es - su b I~ .O, el Joven Fntz, al que llam aba n tamlnen c on OCIdas, ldeales ___ -y l 'l1'go tiempo d espues Jnduto enante. de haberse apagado el canto do Blondinela, ese Ouán r ara era l a fisonomía de F ritz ! En l a canto murmurabn. en su corazon, yel ro stro de época de Federi co , hubi era sido un h éroe de Blonrlineta quedaba en s u memoria, quedaba. Praga ó de L e uth e n; con Blüch e r , se hubiera presente á sus ojos_ - -- señalado entr e l os h úsa r es d e la muerta. Ha· D es pu es, cuando se sen tia d e r e p e nte desper­bien~ o VClJ.~u? demasiado tarde á un ?nltlulo de - tado de su éxta,is, cuan~o se .v eia arrojado l éjos 91wstad? v~eJo , como lo ha llamado un p oeta, de su recuord? por el stlenclO que sucedia al no 'p o.dla tener s ino una e.ústenci a perezosa, can t? de l ~s hllnnos santos,,ro r el fr~o y la noche antlpatlca á, s u t e mperamento inquie to y mo- que l1lyadlan e l templo, Fl'ltz quena co ntinuar bible, á. s~s n ecesi d : y buen tono unidos á ese no 8~ qué invi. ibJe é impalpable, que no se ve; pero que se sie nte y penetra y despierta t odas nuestras s e nsaciones y que se llama btten {justo, hacian de aquella fi es ta el más hermoso palenque para. recog e r ó marchi t al' los frágiles laureles en que el hwe pié de nues tras bellas se desliza al pa­sar triunfante sobre todas las tristezas y pesa­res de nuestra vida. El trato e piritual y sensible que ha hocho de la senora Valenzne la una de las matronas m ás di s tinguidas de la capital; la gracia y en­canto de sus hijas i la afabilidad y honores e l e gan t es h e ch os por n ne3tros amigos Alfredo y Pablo Vale n zu e la y por el simpático y dis­tmguiuo seilo,· Scldoss, contribuyeren n. hacer

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 14

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 38

Por: | Fecha: 03/06/1875

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • - -- - --_-.Sc:----t'<:::?t ¿ ~ 5 J":::=::-:'; L~'_-----· PERIODICO DEDICADO A LA LITERATURA. Serie IV. Bogotá, 3 de Junio de 1875. Número 38. _A LA AMISTAD. El atento y severo estudio del corazon huma­no, siempre será uno de los más difíciles, así como uno de los más provechosos, por las ense­ñanzas que se derivan. y creo que la Ética, la Ontología y las demas ciencias morales, de bien poco sirven al indivi­duo que las estudia, si no estudia profundamen­te con ese escalpelo intelectual, que se llama. la sana crítica, y personalmente, elcol'llzon humano. Tiene que ser primero cirujano del alma, tin­tes que todo. Así verá tan claro como Galileo, y podrá de­cir, convicto, ú. la humanidad, lo que vea en aquel infinito espacio de las pasiones. y con ello le servirá grandemente. Por eso, yo prefiero ese estudio á todo otro estudio, y en él me ocupo hace muchos años, y me ocuparé miéntras surque las ondas de la vida_ Todo sé que me falta: talento, sinderésis, cri­terio; pero quizás algo conozca á fuerza de es­tudio y de cuidado_ Y, en fin, si de mis estudios psicológicos no alcanzo nada útil al cabo de los tiempos, y ten­go que decir, en realidad, como Sócrates: "Sólo sé que no sé nada i" á lo ménos habré ocupado las sombrías horas de mi suerte, en un asunto digno de todo el 'lue se llame hombre. Ahora, voy á escribir lo que hasta hoy, en más de veinte años de estudios y expe~imentos, comparaciones y conclusiones lógicas, he obser­vado en gentes de todas condiciones, razas, edu- • • • caClones y poslCIOnes. y lo que expongo son observaciones genera­les, y con raras excepciones. Entre las pasiones del corazon humano, hay clos que he analizado largamente, á saber: El amor y la amistad. Sobre lo que he observado acerca del amor, ya lo expuse en otro artículo fugaz. Empero, repito: que el más grande, noblo y verdaderamente eterno que existe en este mnn­do, es el amor de madre. El amor de la madre es grande para sus hijos y para su esposo, y no perece. El amor del padre para su esposa y sus hijos, es muy inferior al de la madre. El amor de los hijos á los padres, está más abajo. El amor de los hermanos, es más pequeño ya. El amor de los parientes, ea ouasi nulo. El amor al prójimo, no existe, aunque Dios lo mandara con truenos y rayos sobre el Sinaf, y aunque haya quien lo contrario diga. La experiencia habla en mí más alto que too das las protestas humanas. Hay uno que otro rarísimo corazon que ama á uno que otro prójimo; pero ninguno ama á la. humanidad entera, ni haria lo que el sublima J esus: morir por amor á la humanidad. El egoismo, el interes, la vanidad del yo p?'i­mero que los demas, son los sentimientos domi­nadores que hay en el corazon humano. Y nada prev alece contra ellos: ni la pazJ y satisfaccion de la conciencia, ni la idea de la ventura celeste para los buenos. Este es el aml)r en el mundo, en todas:partes, y no otro. ¿ Y la amistad? , Pero ántes diré qué entiendo por verdadera amistad. La verdadera amistad es un sentimiento no· bilísimo y generoso, de los más delicados del alma, no tan intenso como el verdadero amor, pero !ji tan elevado y puro, tan exquisito y tier­no como éste, el , pnra snlidns do cocho i par·U paseo y vi i tus, lu carretn do ocho rosorlos. ¿ y quién pnga? . El marido, sill duda, á ni no quo lo sea Illl­posible SopOI·tnr oso lujo ..... porquo en fill, lo imposiblo nadie puede hacerlo .... .. 1 asomos I Alejémonos prnnto ..... nos hulla mas al bordo del abismo ...... ! Otro r fatal dcl cuadro (lo nuostrlls oos-tumbres os la tOlld n ia cada dio. más 1111'0. y más auu~zmento coní' sada. u una ¡.¡ Ilsunliuau que so d sbol un; lo. pI' oeupacioll do. cOUl.rl· y bober hien ha invadido tí todos; la cocmfl tlOllO hoy su poriódico como al. salan, y. los más aoro­dita. dos publioan de ~ontmuo la ltst:1. de un me­nú variado y espléndIdo. No se habla más que de salsns y do 7.umos ; de ent?'emets y do 1101'S dr Qcubr: incitaLivos ¡ el lujo de lo. mesa ha. scguido la mIsmo. progreSlon que los otros. Una oomida. os hoy uo grau no~~oio, que ~ues­ta muoho dinero; ya no es pormltldo á. nadIe el dar de oomol' á. sus amigos 6ill oeremonJO. ; 01 co­medor le ha. vuelto UD oampo oonado canto ~1 IlI.loD, todas lns rivalidades so enouentrnn o.llí y • , so librn.ll una botalla i allí tambi n 110 luoha on ox ntri ,idnd. 'o viol nLa 1 órd u do las stncioll a, s sir­v n pl'im.ol'os marohitos y oostosos, muoh tiolll­po ¡iutos el qno la naturnlozn, q u hne bi n lo qn hao, 1 a dó Illaduroz 81\b1·OSl1. : so sirv mñs ])111'0. los ojos qu paro. 1 pnlt\.dar, ñ 11\ l'U da, con tl11l1 n.uu1\tlullein j l'adu. tl pInto, oon ou­yo volor p dria OOmpl'al's una alu n. 'o traon los manjnros d todos lo pafs s: y fácil s l·ia llur unn. 1 coion do g ogrnfÍl1. univ 1'­sn 1, u 'u¡1l(pLÍe1·t\ do esas 001ll idas, ó mlÍs bi n r ibirll\ d 1 1II!\IlStl' ala 6 j fo do omodor, sólo con quo nombrllSO los plt\tos prosontes: 1 avil1l', qua vi l1e do • an 1) torllburgo; 1 sl 1·1 I , dol olgo. ó cIel Moldan; lns lenguas do v nn<1o, do orurgn. i los jamonos, d 1 ondndo do York; Jos mariscos, de Esco in; los fni nnos, do oh­\ IIio.; los pollos do H.u ia; los lomos do Oso, do Jos Ip s o do los l)irin os. 'fodo.vín qu dn 1 capitulo do los exoontrioi­dad f;: S ortan lus ollUlcLas do una langosta y so pI' sClltnn li br s sin despojarlas de su pi 1 : no ha o muchos dias quo a isL( ó. una. eomido. q uo mpozó por una sopn de nidos do golondri­no trnidos exprosamonto do hina para. o to fin; otro do los platos ora un gignnt s pastol de eoraZOllO do paloma, quo hubia dobido oos­tnr más uin ro que 1 quo n sitnn s is fami­lius indig utos paro. aliment rso duranLo un uña. Los vinos no pu d 11: qu llar?o atras d? los manjaros, ni como varl ¡dad, 111 COulO cahdnd; y oomo la producoion ha llegado á sor inforior nI consumo, su valor ha llegado á un oxtromo fúbuloso. Mas, ¿-'qué importa? cuanto más caros euos­tan sto vinos, mayor eanLidad de ollos so do-oa b bOL·; Y sin mbnrgo, osta pr p nsion rui­llosa no pucdo fiel' agradable: el anfitrion que hoco eol cal' dioz eopns dolanto do cado. plato ¿ po o el vorcIadoro sontido do lus osas? Esos aromas distintos y algunas v oos opuostos, quo os prooiso I:labol'e~r en un reduoido espaoio do tiompo, BO porj udican los unos á los otros; y sin embllrgo, lo orindos pns~ndo por opayaD. • UN BAILE Y UN HOSPITAL. Asistíamos años h:t á un baile en nuestra ciu­dad nativa. El salan era de los más bellos y lu ­josos que puedan verse: la atmósfera estaba per­fumada j la luz rebozaba por las celosíaA; 1011 espejos multiplicaban la. cl)ncurrencia. Habia mujel'es seductoraA: una/! rubias y lánguidas, otras morenas y de ojos chispeantes. Aquí yall1 se cruzaban sonrisas dulces como una caricia y expresivas como una l'evelaeion. Entre las damas habia una. que llamaba la atencion general, porque bien merecia el título de reina de las bellas. Llamémosla Helena, nom­bre que le cuadraba. perfectamente. Entre los j óv enes que rodeaban á las bellas, colmá.ndolas de h:Jlagadoras atenciones y rega­lándolas con dulces galanterías, habia uno que llamaba tambien la atencinn por su melancólico silencio y la fijeza con quo miraba á. Helena. Le daremos el nombre de Jorge. El ménos conoce­dor de fisonomías habria dicho al ver á Jorge: " He aquí un alma templada y un corazon ar­diente." No era muy buen mozo j pel'o poseia en su frcnte y en sus ojos el sello de aquello que ha ce al hombre respetable entre los otros hombr cs , y bello para ante las mujeres, el genio. Con efecto, poco ó nada interesa uno de tantos sujetos que, dueños de condiciones físicas agra­dables á. una mirada irreflexiva, carecen de 109 dones de la inteligencia; y sí mucho quien al golpearse la frente, pueden decir como Andres Chenier: "aquí hay algo!" Tenia el jóven en contra Buya el ser muy reservado, lo que prove­nia tal vez, no de soberbia, sino de timidez. ¿:Por qué está casi siempre la meticulosidad unida al talento? Esto se puede resolver recordando el célebre dicho de Sócrates: "Sula una cosa he aprendido, y es que nada sé." Sucede con fre­cuencio. que las almas privilegiadas juzgan á las demas dotadas de condiciones exajeradas, y se ponen á. sí mismas debajo de quienes ni quizá podrian comprcnderlas. Ouántos hombres gran­des llegarán á la tumba. sin saber que lo son, y pasarán desapercibidos y confundidos en el olea­je del vulgo, miéntras quizá la fama corona sie­nes indignas! Jorge fijaba constantes miradas en el rostro de Helena, y malgrado suyo, su movible fisonomía dejaba traslucir las impresiones poderosas que agitaban su espíritu; más nada decia a. aquella hermosa que tan fuertemente lo cautivaba. Helena tenia esa noche en torno suyo un cír­culo de galantes que le lanzaban atrevidas fra­ses y la cubrian con las flores silvestres de la adulacion. Entre éstos habia un sujeto de bello exterior. Jorge 10 observaba y oía todo. Bien pronto notó que ella. recibia con marcado placer los cortejos del buen mozo j en una palabra, que estaba apasionada. Un golpe eléctrico hizo tem­blar su corazon. Sus ojos se humedecieron, y de su pecho se escapó un suspiro, débil anuncio del dolor de su alma, como el hondo gemido del volean apénas si revela. que en su seno se agitan llamas impacientes. El jóven siguió notando que para el lindo ga­lante habia amor, y para él completa indiCeren· cia. N o pudo resistir más; y huyó de l. piQla del baile. • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • LA TARDE 251 Tendido en su lecho, procuró conciliar el sue­ño j pero el sucño, enemigo de lAS al mas q uc su­fren, esquivó cerrarle los párpados. Aquella no­c~ e fué insoportable. Erdcsvclo es algo que pu­chera llamarse la cruel prolongacion de una vida que mata, No pudiendo soportar el lecho, se levantó, y se puso á escribir. Estrofas tiel"D3s, pero amargas, brotaron de su pluma, que co­rria sobre el papel sin detenerse, como las aguas de un torrente, incansables en su camino y ter­cas en sus lamentos. Qué bien dijo G. G. G. " El canto no es placel' sino un consuelo Que á falta de placer nos presta el cielo." Dios sabe cuá.nto sufre una naturalcza impre­sionable, Como la sensitiva, cualquier [sacudi­miento la marchita. Pasaron dias y dias. Helena seguia amnndo :i. su buen mozo. Jorge, que cn vano 'pretendió borrar de su mentc la imágen de lo. b~lla y cal­mar la tempestad de su corazon, resolvió aban­donar la ciudad nativa, para ir á buscar á tierra extraña las aguas del olvido. Allá. se d ió al tra­bajo y al estudio. Poco á po o fué'"aquictándose su corazon, y al cabo de algunos m"cses ya estu­vo tranquilo. Entónces pudo analizar sus iUl- • preSIOnes pasadas, ccm la frialdad con que un ci-rujano practica en un cadáver la autopsia. La historia de una vida es un cadáver, salvo que (L las veces se agita convulsa. Como todo hombre de:talento, Jorge era pro­penso á la generalizacion. Por eso él reputó ya á todas las mujeres incapaces de amar el mérito y dadas á la adoraoion de lo supérfiuo. Perfidia vanidad, egoismo: hé aquí á lo que quedó par~ él reducida la muje!'. Uuéntas veces maldijo á la bella mitad del género humano! Cuántas sin­tió su corazon frio como el mármol de una tum­ba é incapaz de toda impresion 1 Él juzgaba In belleza de la mujer como un lazo tendido al hombre para hacerlo caer en la degradacion. Al pensar en el amor, sonreía con desprecio, por­que á su ver el amor era una explosion del ego­ísmo, una miserable idolatría del yo. Curado, como hemos dicho, de su antigua. pa­aion, volvió á su país, creyendo que ya en su corazon no podria introducirse el demonio del amor. P~seábase una noche en la acera del hospital públIco, entrcgada su alma á sérias meditacio­nes sobre la suerte de los desgraoiados que, de­sechados del regazo de la fortuna, tienen que aceptar el pan, siempre amargo, que brinda la compasion pública. De súbito vió desfilar á su lado, con paso ligero, á. una mujer que entró á. la casa de los pobres. Movida su curiol'lidad por un presentimiento extraño, no pudo méuos de seguirla á las piezas interiores del edificio. En UDa ancha sala, alumbrada por los pálidos re­: fl~jos de una lámpara suspendida del techo, ha­bla un enfermo anciano que daba señales de hallarse en las agonías de la última hora. Sus ma.nos convulsas estrechaban contra. el pecho un crucifijo: sus labios murmuraban oraoiones con voz profunda. y entrecortada por la fatiga: por sus mejillas, color plomizo, resbalaban grue­aas lágrimas. y al pié del lecho del moribundo USL8 mujer, bella, pero no como las mujetes que fascinan en una orgia, sino cual un ángel que mira al cielo, tambien lloraba, y dictaba en voz baja al moribundo plegarias de contl'icion. J or­ge de pié á la espaldll. de ella, contemplaba es­tático aquella e cena de virtud y dolor, y tal vez algunas lágrimas csquivas humedecian tam­bien su ro tro. BenJiga el Súñor vuestro corazon, como yo lo bendigo, ángel de caridad! exclamó el ancia­no. A poco rato espiró. Ella entónces, como familiarizada con las cs­cenas de lo. muerte, r ecl inó su cabeza soLre la. almohada que sostenia el cadáver, y quedó en una santa contemplacion. Cuando abrió los ojos, vió arrodillado á su lado á un jóven, y lal ¡zó un grito como si hubiesen sus ojos tropezado con un fantasma. "IIelena ! exclamó Jorge, tenien­do en á.mbas suyas una de sus manos, yo os odia­ba tanto cuanto un tiempo os amé, porque os juzga ba mala i y ahora os hallo en la tarea de los ángeles! " Preciso es ad vertir á. nuestros lectores que la hermoRa jóven sufrió duros desengaños en su época de coqueti~mo y vanidad. Ji'! coque­tismo habia acabado por hastiar su COl'azoo, y la vanidad. por dejar en su alma un negro vacto. y más de una ocasion, en sus horas sérias, habia lanzado fugitivas mirauas su alma hácia el pasado, y visto destacarse del fondo de éate la noble y dulce fisonomía del bueo Jorge. y esa vaga aparicion le causaba tristeza y ¡'emordimiento, como el recuerdo de una felici­dad perdida neciamente, y muerta ya. y entónces su corazou le dccia que lo amaba; pero el orgullo se crguin. altivo ante aquella re­vclacion íntima, acabando cl orgullo por impo­ner silencio al corazon. y tal vez la hermosa. vertia á las veces lágri­mas furtivas cuando, mal grado suyo, su pen­samiento revolaba en torno al jóven ausen: e. Jorge estrechaba, pues, sobre su corazon lo. mano de su amada, no esquivada por ella. En una mirada, lanzada al traves de un velo de lágrimas, sus almas se adivinaron y se com­prendieron, A poco tiempo la dicha abrigó bajo sus alas 6t la simpática pareja. Helena ha continuado aliviando las desgra­cias de los desheredados, así por instinto, como por gratitud á la sania beneficencia, que labró su felicidad. , ENRIQUE AL V.A.REI. EL CONDOno Oomo lágrima errante Que el mundo llora, Por el rostro del cielo Rueda la aurora; ' y yo entretanto Hago que por los aires Ruede mi canto. • • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 252 LA TARDE La tierra de colores Se vi s te ufana A los rojos flllg ores De la mañana; 1\1 un do, despí erta, Que la e s trella del alba Llama á. tu puerta. y mié ntras que en los aires V oy á bañarme, y en la faz de la luna Puedo mirarme; Ra~gan mi~ huellas En nubes de topacios Cielos de estrellas. Es mi nido de amores La parda roca, Que perdida en las nubes Al cielo t o ca j En sus cimientos Rotos contra las peñas Gi;nen los vientos. Miéntras que allí contemplo Los horizontes, La una garra en los valles La otra en los montes j y :i mi d eseo Sobre montes y valles Me señoreo; El hombre eu sus palacios, Pobre, peGJ.ueño, Soñando en su grandeza Duerme su sueño; Mentira al cabo,' Solo es grande el que es libre y él es esclavo. Mis leyes son los aires, y los desgarro Haciendo entre sus ruedas Rodar mi carro; Algunas veces El erugir de mis alas Los estremecen. Cuando entreabren las flores Su casto broche, y bordada de estrellas Tiende la noche , Su negro manto; Envuelto por las bl'umas Alzo mi canto. • Yo cruzo los espacios Oon vuelo alti~o, Yo tan solo so y libre, • • • I Yo solo vivo; N adie se asombre: Yo soy mucho más libre Que lo es el hombre. El hombre su grandeza Necio pregona, y el brillo lo esclaviza De una oorona ; mi raudo vuelo No sufre más corona Que la del cielo. JACINTO GARCÍa. PÉREZ. Caráeas, 1875. o ::: G Los pastores de la playa. • Oontinu aciano Aquella voz me biza volver en mí: detuve QI ca­ballo y me quedé pensativo. Noté entónces que en la crin del caballo estaba ata­do un papel plegado; desdoblélo, leí su coutenído que eran estas pocas palabras: "El señor capitan haria bien en seguir el camino de Franci~; las hOl'cas francesas están siquiera más distantes que las españolas, y aún pudiera suceder que el verdugo no tuviera nuda qué hacer con el ca­pitan Francisco Llános," Acc-pté el consejo que me daba aquella hoja de pa­pel, y partí á toda pri. a. El hombre que ántes mo hahia hablado, me gritó: ,; El señor capita}} debiera tomar el camino de la co s ta, donde ~ncontl'ará barcas que podrán conducirlo á Francia, sin pasar por la frontera de tierra que pue­de el' peligrosa." Como una máquina movida por nquella voz, dirigí mi caballo hácia la costa. Allí me embarqué y pasé á Francia. Luis Sánchez, que así se llamaba. aquel infame, hí­zo circular en España que yo babia muerto en el ataque qtfe babian becho unos bandoleros para apo­derarse del convoy, y como los soldados de confianza, que tambien habian embriagado, hr..bian sido mania­tados durante la noche y no podian explicar lo que habia pasado, confirmaban así los rumores que cir­culaban, nadie dudó que el capitan Francisco Llános hubiera muerto, como buen soldado español, defen­diendo los intereses de su pat¡·ia. Esa noticia llegJ hasta tí, y vestiste luto por el que debia ser, y es hoy tu esposo. E s parcida y confirmada esta notícia, desfigurado en parte por la herida y por la barba que me habia dejado crecer, poco ó nada tenia que temer al volver á Eó'paña, Así, pues, cnando Sánchez me escribió que podía y debia volver á España y me da­ba todas las seguridades imaginables; como por otra parte aquel bombre se habia hecho dueño con mí ayuda de cerca de tres millones de reales, creí que ya nada tendría que bacel' con él, ni él conmigo, y volví á España. No habia acabado de llegar cuando se me presentó aquel perseguidor, para arrastral'me á una nueva in­famia. l\Ie exigió mi cooperacion para una. empresá. que meditaba, y de que ámbos sacariamos provecho. Armado de aquella fatal obligacion, nada podia yo reusarle, y prometí ayudarle, suplicándole que ántea me dejara ir en tu busca y cumplir el compromiso de unirnos, que en épocas más felices habiamos contraí­do. Consintió en ello, y fué ntlestrb padrino. -Ah! Sebastian, te compadezco! ' Con que nuea­tro padi'ino, ese Luis de R<:>blo8 que me ha inspirado • • • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • LA TARDE 2u3 siempre tanta antipatía, nu es otro que Luis S'lnchcz, . el infame bandido que revolcó tu virtud en el fan ro en que habia abogado su conciencia. Pobre amigo mio! cuánto has debido sufrir! -y cuánto tengo aún que padecer! P ec.o escucba el fin de mi hi toria. Francisco, me dijo, unos dias despues del matrimonio, tengo á mi cargo dos niños que no puedo tener á mi lado, que me es impo. ible educa¡' como yo lo quisiera. Voy á ponerlo bajo tu dependencia; tú los educarás en la pl'ofcsion que es­cojas; cuidarás de ellos como de tus propios hijos, pues te advierto que tienen que pasar por tale. Quien puede morir en la borca por ladron, no es rl ifí cil que tenga que hacer á RU mujer confesioneR de esta espe' cíe. Tú verlÍs como te las entiende para «:'110. Los niños DO están en estado de saber nada, de com­prender nada; pero deben ignora¡' abora )' siclllpre todo lo que á ellos se reficra: se llaman Enrique y Julia; son tus hijos y nada más. En cuanto á la profesion que quieras seguir, te aconsejo que elijas una que te permita vivir retirado, donde baya pocos ojos que te vean, para que no ha· ya algunos que encuentren semejanza entre el capi­tan Fl'ancisco Llános y Sebastian del Rio. Acabo de comprar las tierras pertenecientes al castillo de los marqueses de Santiilana, y aunque no he podido ha­cerme dueño del castillo, que el rey ba cedidu al orgulloso conde Loredo, todas las tien'as adyacent.es me pertenecen, y he mandado const¡'uir un castillo, que sirva como tal sin tener ese aspecto tl'Íste como la muerte que toman todas esas construeciones anti· guas. Hay cerca del castlllo de Santillana, y hoy de Loredo, una cabaña con algunas tierras de labranza y un pequeño rebaño. Todo es para tí, y te daré la es­critura que se extenderá como si lo hubieras compra· do todo. Piénsalo y avísame. Bien comprendes que manifestar su voluntad era darme una órden. Acepté cl)n todas las condiciones. Faltaba hallar el medio de intl'oducj'¡' á cnsa, sin des­truir la. úuica felicidad con que podia contar, aquellos dos niños, que, no sé porqllé me inspiraban compasion y simpatía. Despues de mucho pensar, me ocurrió que el único medio era valerme de. ¿¡eñor cura,:i quien, bajo el secreto de la confesion impondria del asunto, e»plicándole mi situacion, y suplicándole se conven­ciera de que no tenia de qué acusarme con respecto á aquellos niños, Tú sabes lo dcmas, así como la pro­mesa, que me recordaste no ha mucho, de revelarte algun dia este secreto. Es posible que haga un viaje con cualquier pretexto para ir á la cita que me dan en Bilbao, y en la cual me prometen revelarme algo relati vo á los jóvenes quc pasan por hijos mios. La carta en que me llaman, t.iene el mismo ¡:;ello de las que hemos recibido otras veces y de la que Enrique dejó en el bolsillo de la blusa. Parece que al fin d~ja­rán de ser huérfanos los que han pasado por hijos nuestros. Qué haremos entónces? El ciclo roe ha castigado por haberme usurpado el título de padre, negándome la dicha de poder decir "bijo mio," con todo el corazon, con el sentimiento de verdadera pa­ternidad. Que se haga su voluntad! -Dime: i no has podido averiguar si esejóyen que dicen es hijo de don Luis lo es en realidad, ó es como dicen hijo natural del m~rqués de Santi llana? -Don Luis me dijo urna vez que era hijo de una hermana. suy,a que habia cometido una debilidad, y del marqués; pero me prohibió severamente hablar del marqués, delante de nadie, ni aun delante de tí. En esto hay un misterio que jamas he podido com­lirender. Segun dicen el castillo fué a&altadu por las tropas francesas que se apoderaron de la comarca, y que los dueños del castillo perecieron á manos de los soldados. Por lo que he podido saber, uno de los que penetraron en el castillo despues de tomado, fué don Luis, Solo él debe saber á punto fijo lo que pasó, porque tudos los demas murieron cuando el conde de Loredo, arrojó á los franceses del castillo y de la co­JIlarca, logrando así que el rey lo distinguiera, dándo­le el castillo que babia recobrado por medio de su valor. 'rodos lo papeles relatiyos ¡\ ltl fall1i lia, C:l)'c­run segun d icen a Igllnos, en po¡] ('r de don Lu is, que ngl'egó c. a á sus 3ut,iguas infamias. En cuanto :1 los padl'es dc los niños, crco haber ues- . cubierto algo; be notado, aunque no te be vi"to sino de l(-jos, alguna seme-janza entl'e el señor de I báñC'z y Enl'ique., .. Si fuera su padl'e!, ... No'Ré porqué, pero, aunr¡ue la idea de i>epal'aI'I11C de ellos me t'ntl'is­tcce, y tengo celos ~e él, quisicra

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 38

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Por: | Fecha: 24/04/1875

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. .. • -----Jc:...-l;1C:/t - <$ ;' ~L....;'2------' P E R 1 O DIe o D E DIe A D o A L Á LIT E R A T U R A. - Serie IlI. Bogotá., 24 de Abril de 1875. Número 33. - Al\. DE. - LA MA~ANA. La mañaLn es la bellísima juventud del dia, es el ósculo de amor que cada vointicuatro horas envio. !.:ios al munuo para sacarlc de los brazos del repoeo. Mirad cuán bella :.soma con sus nu­bes de oro y carmin, con su sol brillante y eún la dulce alegría que inspiran sus tibias miradas. Allá. en el bosque miles de ala os trovadores le hacen salva y tal parece que en sus gorgf'os di­cen " Bendit.o quien viene ('11 nowbre de Jlios." El labrador abre sus ojos heridos por los rayos dorado de luz que e.nralJ por las hcndedmus de bU humilde techo y se levanta dando gracias al Señor, porque )e deju una vez más ver esa luz tan ansiada de las almas laborio Ul'; y contento eale :í. enyugar sus bueye.s par:l. dar principio al trabajo, con el eanto en Jos labIOS y la esperanza en el corazon. Cantan los gallos jubilosos, los cabritos saltan, pian los polluelos, y todo es re­gocigos J armonía. La bandada de palomas aha· viesa )05 aires describiendo mil siuuosas espirales. " y suben y bnjan, y vienen y van" La tortolilla gime en la espcsura con lánguida tristeza y girando de un lado á otro, busca. el grano que ha de lle\' ar ::í sus hijuelos, que al verlo. l1egnr, batcn las implumes alas y alargan los desnudos cuellos. ¿. Quién podrá describir la alegria. de lo. alada familia? j Cuóntas cosas se dirán en ese idioma que nosotros no eomprcn­demos y que sin embargo tiene que ser tan elocuente! El arroyo salta y despide rumores nuovos, quc parecen aprendidos en el libro de la Natu­raleza durante la noche. Las flores i oh ! las flores por la mañan'l ! culÍn bellas desabrochan BUS corolas á favor dc los ra­yos de luz que vienen á dilatar sus moléculas, @acándolas de su sueño de reposicion: las gotas del rocío tiemblan en los pétalos delicado, los delgados estambres se mueven ligeramente al soplo de la. brisa matinal y los finos tejidos se dilatan, recibiendo del so), vida, perfumes y colores. La. mañana. es un himno de amor, es un idilio lleno de incomparables armonías, es un soplo de la divina Providencia, lanzado periódicamente 111 mundo para confortarlo y rejuvenecerlo. Si todo el tiempo fuero noche, la. vida. seria un caos, .i iodo foere dia, seria monótOJla. 6 insoportable. El dia <.'s la imágen del progreso, es el movi­miento, es el intérprete entre Dios J los hombres, entre la ti era y el cielo; la noche es la enviada dcl sueño que agita sus húmedas alas sobre la frente de la reacion. Escuchad la voz de la campana que llama. á. los hombres al trabnjo. ¿ Hay nada mós elocuente? Ella nol' dice" des­pertad, mortales, ya está. aquí la mañana con su mauto de luces y de flores, salid del reposo y haceos dignos de los bienes que la Naturaleza ha puesto :í. vuestro alrededor." ¿ Quién hay 'lue no re poncia á. esa voz sublime que sieute vibraren el fondo de su alma todos los dias al despertar? L~\ madre cariñosa. corre á la cuna de su hijo y 01 ontemplar en su fresca boca la priml'ra sonrí a. de aquel dia, tiembla de amor y le cubre de besos tan inefables, que solo la que tiene hi­jos pucde comprender. j Oh! dichosa la que co­I\ oce ese Lien, dichosa la que pueue besar por la mañana el fruto de su alllor y I'entir enlazados á. su cuello los brazos 1el tierno infan te, que en­t re sonris " Formando ('se rumor. CI Tú me dirás la historia de la vida " Desde que haya partido de tu lado; " A mi vez te diré lo que he soñado " Contigo y con tu amor. " 1 cuando las estrellas una á una "Empiecen á brotar del firmamento " Nos diremos adios l con tierno acento " Para despues marche.r; " Yo volver6 :\. dormir bajo mis flores, "y tú con pASO lento y mesurado "Volverás algun tanto cOllsoludo "A tu trauquilo bogar" CÁRLOS SÁENZ EClIEVERRÍA. --<>o~o-co-- EL DUELO DEL CURA. e ontinuac ion. Sin sobresalir notablemente como instrumen­tista, Valentin Dnbreuil podia pasar por exce­lente músico, Tenia una maguífica voz de tenor, tanto q ue desde la muerte de su tia, babia te­nido muchas veces la idea de entrar en el teatro, y quizás habria llevado :í. cabo su proyecto ein los acontecimientos de 1848. ¿ Qui6n sabe si entónces no habrian cambiado completamente las ideas ~e nuestro ~é~ooe? . Bajo el deslumbrante Cielo de la clvlhzaclOn, el hombre que entra en la sociedad con un alma ardiente excitada por la instruccion, es como el picha n viajero ó como la ~olondr,ina ~ue se eleva en el vacío ántes de elegir la dlrecclOn que va á tomar. Pero, DO tan bien servido por el ins­tinto que le guia, se extravía á menudo, y á menudo tambien el término á. donde llega, es muy diferente del que se habia propuesto. Para poner coto á esas reflexiones filosóficas, debemos decir que Dubreuil, de pues de acom­paüar á las señoritas Thibaut sucesivamente, cantó con su madre un duo qlle mereció todos los aplausos, áun de los m~nos ~onocedores .. l\i aravillado el cura, deJÓ el Juego para Ir á felicitarle, deslizándole al oido estas palabras: -Amio-o mio, acabas de tomar un desquite brillante? está bien, muy bien j deseo que con­tinúes, y me darás en el10 el mayor placer .. M argaloita no fué la ménos senSible en el trlUn­f,> dol aficionado; tam bien á ella le gustaba la música. con pasion j tambien tenia una linda voz pero su instruccion mu ical estaba muy atr~sada, porque Margarita no habia recibido otras lecciones 'lue las de las señoritas Thibautl yeso escasas, por vía de recreo. Al encanto que experimentaba, se veía mezclarse el despecho de no poder tomar una parte más activa en el concierto. Val rmtin Dubreuil, habiendo hecho esta oh­servacion, sc acercó á la jóven y le dijo: -Señorita, tengo en Paris un piano muy bue­no' si su tio lo aprueba, le harell!os venir, y yo ~espondo de que en muy poco tiempo se ha­llará usted en estado de cantar deliciosamente. Esa promesa prod?jo su efecto en ~~ pobre jóven, que se prometió otra vez no omItIr nada para conformarse con la voluntad de su tío, res­pecto de su jóven amigo. Madama 'fhibaut dió repetidas gracias al cu­ra po.r haberle traido un convidado bn amable, y dijo con mucha gracia á Du~reui~ Siue dt>¡;de aquel dia estaba su casa á su dlBpos~clOn y que tendria sumo placer en verle en ella. El cura, encantado de ver el mucho hono!! que le hacia su protegid{), no se harta.ba de mi­I rarJe, como para, preglUlwa8 8Í erA l'ealmeDM I el hombre del bosque. • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. I LA TARDE 259 :En fin, preciso fué pensar en retirarse. Antes oe la marcha, el alcalde y el regidor proclama­ron ñ. Dubreuil secretario de ayuntamiento. La sociedad aplaudió vivaménte, y las dama.s ex· presaron en voz alta el ardiente deseo de qua el nuevo ompleado baIlase algunos insten tes de ocio que consagrar á la músiea. Al dia siguiente, Dubreuil tomó posecion de su empleo, y á pocos di as introdujo en los regis­tros y cartones de la alcaldía una órden y una claridad basta entónces desconocidos. Sin embargo, su~ nuevas ocupaciones no le absorbian tanto que no le quedase algun tiempo,. y no tenia dificultad en utilizarlo de un modo agradable .Y variado. Pasaba largas horas en el pabellon con el cura, cuya paternal bODdad y vasta. erudicion le encantaban cada vez más. La literatura, la historia, las ciencias natura­les hacian, en parte, el gasto de la conversacion. Algunas veces, el digno pastor se complacia en recordar las épocas de su vida militar, lo que le subministraba la ocasion de hablar del padre de Valentin y hacer su elogio, porque, en cuanto á él, tenia cuidado de no decir nada_ De vez en cuando, entraban en el campo de la política. Sin abandonar sus convicciones de­mocráticas, el jóven era arrastrado por la pode­rosa. lógica del Gura ñ. abjurar todo lo que tenian de e.KHgeradas. -¡Pero, spñor cura, exclamaba muchas veces, usted es tan republicano como yo ! -No digo que no, respondia el cura; pero vosotros sois locos, en punto á republicanismo, no entGnueis nada en cuanto tí la prncticn ; obrais ántes de reflexionar en vez de l'oflexio­nar :intes de obrar. Os creeis héroes de la li­bertad, miéntras os dejais conducir como cor­oeros, por ambiciosos que os explotan, por pre­tendidos demócratas que se muestran más abso­lutos en sus voluntades que los más famosos déspotas de que se habla en la historia. Rara vez abordaba el cura las cuestiones re­ligiosas, porque estaba persuadido de que, con pel'sonas instruidas y razonables, el ejemplo es más poderoso 'lue la discusion. Pocos dias pasaban sin que el alcalde fuese á. tomar parte en aquellas conversaciones. En cuanto á instruccion, el coronel no era bastante fuerte para discutir con sus dos interlocutores; pero 10 suplian su buen juicio y su razono Por otra parte, éuando se veía al cabo de sus argumentos, siempre acababa por apelar á las armas_ Entónccs bajaban á la sala oel piso bajo, y se empeñaba una lucha furiosa, pero sin efu­sion de sangre. En ese momento supremo, solia intervenir Margarita, no para separar á los combatientes, sino para zumbar á los vencidos. Su presencia, estimula.ndo el amor propio de Valentin, no ha­bia contribuido poco á hacer BUS derrotas ménos fr~cuentes. Dubreuil habia hecho llevar á Paris los restoS de su mueblaje, y con la aprobacion del cura so hallaba instalado el piano en el salon. Todas las noches tomaba Margarita una leccion de músioa en presencia de su tio, y la rapidez de sus p\,o­gr. 6S08 atestiguaba su deseo de instruirse y la influenoia del maeatro. • Un negocio importante ocupaba tamb:en á nuestro héroe: se trataba nada. ménos que de una conspiracion qne debia estallar el mis­mo dia de Navidad. L9. misma casa del alcal­de era el punto de la conspiracion; su mujer y sus dos hijas, igualmen te que Margarita, eran los p:incipales oonjurados, y Valen tin el jefe_ El corOIllel Thibaut 110 habia logrado ser ini­ciado sino á condicion do guardar el más invio­la ble secreto. En cuanto al objeto de la conspiracion, con­sistia en organizar una mó ica religiosa que de­bi, a, hacer explosion en medio de las solemnida­des de la fiesta. Para no permanecer enteramente neutral, el coronal se habia encargado de enganchar y atraer á su casa algunos niños del pueblo y dos sochantres de la iglesia. Todos se habian obligado á no revelar nada so pena de perder el aprecio del alcalde y de no volver [Í tener parte en las golosinas regaladas por las damas para alentarlos. La conjUl'acion' alcanzó un éxito superior á toda esperanzil. El 24 de diciembre de 1849, cuando la nocha babia cerrado, el sacristan, naturalmente habla­dor, fué iniciado por la primera vez en el secreto, y le intimarun que entregara las llaves de la iglesia para introducir el piano, lo que se verificó inmediatamente. Hecho esto, ya no hubo medío de prolongar el misterio re~pecto del cura, en atencion á qua era indispensable arreglar las disposiciones da la fiesta conforme á las circustancias, y se en­cargó Valentin de prevenirle y entenderse con él para el dio. siguiente. Al oir de lo que se trataba, el digno pastor tuvo una sorpresa y una alegría tan grandes, que abrazó á BU maestro de capilla, llamándole hijo_ Llegado el gran día, el éxito correspondió magníficamente á 10 que se esperaba. La admi· racion de los feligreses llegó á su colmo, y bien pronto no se habló en todo el país más que da la música del cura. de San Roman. A cada fies­ta solemne, acudüm ñ. oírla de muchas leguas en contorno, y esto dió ocas ion á. reuniones bri­llantes y sirvió de grande ventaja para la par­roquia por el gasto que naturalrr.ente se haoia. Desde esa épooa el afecto del cura hácia Du­breuil no tuvo ya reserva ninguna; todos los dias se complacía en descubrír en él algunas prendas dignas de aprecio. Sin embargo, lo preocupaba una cosa j el em­pleo de secretaolo de nyuntamiento era muy hu­milde para un jóven como él lleno da talento é instruccion; no podia ser más que una oeupa­cion t¡'ansitoria; él lo comprendia; Valentin debia comprenderlo tambien, y sin embargo aun no le habia hablado este de sus proyectos da porvenir, pareciéndole bastarle el presente. Como hombre experimentado, el cura sospe­chó que quiz.'Ís mediaba algun motivo secreto que tenia su origen en el corazon, y en su pru­dencia, resolvió ilustrarse sobre ese punto en la primera. conferencia en el pabellon .. Presentóse la. ocasion al día siguiente, y para dlspon~r ?le­jOl' al jóven á. franquears~ con él, se ~eCldló á. dar él mismo el ejemplo, segun su máXima. • • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 260 LA TARDE Hacia algunos instantes que estaba entablada la conversacion &obre la earrE'l'n militar, cuando V nlentiu dijl) sonriendo y con alguna perplejidad: - Señor CUI a, nunca me he atrovido á pre­guntar á usted una cosa ... -Ya te veo venir, curioso, interrumpió el curo. Tú deseas aber porqué, despues de haber buscado un general, ó lo ménos un coronel, no has baIlado al fin más que un modesto cura de aldea. No te biné más tiempo un misterio de esto; va s á ~a berlo lodo: Durante mi permanencia. cn Argel, frecuen­taba una familia encantadora y l'espetable bajo todos couceptos, de la que bacia la alegría y el orna.to una bija única que reunia todas las bellas prendas de su sexo. Yo no habia pensado nunca en el mahímo­nio j pero me ocurrió entónces esa idea, aunque me guardé bien de dejarla traslucir, porque mis deseos me parecian muy supel'iores ü. lo que me era permitido esperar. Pero ni parecer no era difícil leer en el fondo de mi alma, porque el padre de la jóven adivi­nó mi pensamiento y se anticipó á la demanda que yo no babia osado bacerle nunca. Su paso me causó tanta más alegría, porque no lo habia dado sin consultar ~nteB el gusto de su bija. Desde entónces con.ideré aquel matrimonio cemo un feliz tél mino de toda mi am bicion, y estaba en ví~peras de celebrnrse, cuando una enfermednd aguda al rebató {L la que debia sel' , ml esposa. A'1uí el pastor se tapó un momento los ojos con la mano, y luego pro~igui6 con una voz sen-sible alterada: ' -Fué tan grande mi desesperacion, que el general, que me apreciaba mucho, pidió al mi­nisterio me sacase de la Argelia, con lo que volví á Paris, en donde me agregaron al Estado Mayor de la plaza. Pero el pesar me perseguía en todas partes; habíase apocerado de mí el des!11iento de tal manera, que no sintiéndome ya con la energía necesaria para llenar mis deberes militares, me uecidí á dejar el servicio. En ese intermedio, un pemamiento religioso reanimó de súbito mi valor. Primel'Umente lo atribuí al acaso; pero despues reconocí que era Dios el que me habia enviado aque: pensamien­to. A medido. que me identificaba ron él, sen­tia que mi alma recúbraba todas sus fuerzas ... JJo que entónces pasó en mí, debe ser un secreto de mi conciencia y no puede interesal' á nadie. Finalmente, dejé el mundo y me s~paré de mis &mig08 para entrar en un feminario de donde no salí sino con el caráctel' de que me ves revestido. Despues de recibir las órdenes sagrada!', des­empeñé alguu tiempo las funciones de Vicario en el valle de Meaux; y luego me nombraron cura de esta parroquia en donde deseo pasar mí vida. Con la renta que me da y un poco de rntrimonio, hallo en este país unfl. existencia fe­j jz y coniol'me {¡, mis gustos; ademas, puedo hacer algun bien. Me baIlaba aquí hacia algun tiempo, cuando pndí una hermana única que estaba viuda y habitaba en Orleans. Dejaba una hija de cator­ce ~ños SiD otros parientes ni apoyo, y me decidí tÍ. traerla á mi lado con el fin de terminar m Ldutacion y de yelar por lo jntere~e de su mó­dica fortuua, hasta que se halla e en estado oe C3!>arse. Esta jóven s Margarita, á qui n miro boy como una ¡lija mia, y do quien no me sepa­raré hasta que le haya encontrado un partido que asegurc su felicidad y no la olAje demasia­do de mí, si es posible. El cura baLia hecho esta l'elacion con una sencillez meláncólica. A pesar de su resignacion y del número de años trascurridos, parecía tras­ladado á loe épocas que acababa de recordar i quizás habria añadido algunas palabras, pero habirndo nolado \lna viva emocion en la cara de Yalentin, se contentó con alargar la mano al 5ó\'en. E te retiró la suya brusc!lmente, exdamando : -j Ah j señor cura, usted que acaba de ha­blarme con tanta confianza y abandono, no sabe aun hasta qué punto he sido culpable hácia us­ted el dia ... -Basta, basta, dij1:> fríamente el cura. Lo pa­sado está. pasado; no hablemos más de ello. l.uego, le\-antando los ojos al cielo, murmuró tristemente: --j robre niña l. ... Tan jóven, tan cándida y pura, y calumniada ya! -Defde aquel dia, cl'éalo usted, repuso el jó­ven derraman do copiosas lágrimas. veinte veces hubiera querido poder pedirle perdon de r(ldi- 11as. IIoy la respeto y la amo como una her­mana; querria podel' exponer mi vida par apde fendcrla; querria .... -¿ Ca~artc con ella tal vez? interrumi6 el cura cortándole la frase. - No osaría aspirar ::í tanta ft·licidad. . -j No oEal'ias, no osarias ! ... !)ero en fin, ¿ 81 lo osases? -Pues bien; diré á. usted que es m i deseo • ardiente, y esto por dos razones, porque serIa el medio de no separarme más de usted. --¿o Conque no te parece largo el tiempo nqut ! --J amas he tenido el corazon más contento, --Todo eso es muy nuevo, dijo el cura son-riendo. -Sefior cure, replicó Dubreuil sin vacilar, he podido dejarme arrastrar por el torren te más allá de mis convicciones y de mi carÍlcter, ceder á la influencia de amigos exaltados; pero hay una cosa que 1 uego á usted no pierda de vista: en medio de las agita0iones ~e mi vi~a, he bus: cado, sin conocerle, el antIguo amIgo de mI padre, al que yo me habia habituado instintiva­mente á mirar como amigo mio. Hoy que, ba­Ilándole, he visto reasumirse en él los senti­mientos más nobles, la razon más elevada, la bondad más atractiva, dígame usted si puedo razonablemente pensar en buscar hombres me­jores. Ademas he encontrado cerca de usted una jóven que usted ba fOl'mauo por su modelo, que reune todo lo que puede hacer la felicidad de un esposo, la alegría de lIn hombre honrado. Así pregunto á. usted: ¿ podria yo, sin ser UD loco. correr tras de una e~i8tencia más feliz cua~do tengo aquí la certeza de ver colmado. todos mis votos? -Hay algo de verdad en lo que acabas de decir, re&pondi6 el cura que habia escuchado con atencion. Ya refiezionaró sobre ello, y • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • LA l' A R D E 261 aguardur:\s á que volvamos á hablar soure esta materia. Hasta eutónces no necesito recomen­dartA la m isma cir()unsp~ccion con mi sobrina, que has observado hasta ahora y que yo he sa­bido apreciar. -Juro i usted, dijo Valentin con un acento que salia del cor3zon, que Margarita seguirá siendo para mí una hermana queridR. Esta conversa cior., fijando las ideas del cura, DO hizo más que aumentar su viva simpatía há­cia el jóven y la buena opinion que de él habia formado. Aquella mezcla de org.ullo para de­fender ~m; convicciones y de humildad para re­CODOcel' ,us faltas, anunciaba una alma recta, un corazon esencialmente honrado. El digno eclesiástico tenia un conocimiento profundo del corazon humano, y sabia los mu­chos crrores á que está sujeto nuestro juicio, es­pecialmente cuando á su alrededor fermentan nuestras pasiones. De consiguiente no vaciló en disimular todo lo que habia podido tener de criminal la conducta de su protegido, disponién­dose á que esa comideracion no tuviese la me­nor influencia en ht determinacion que creyese deber ad Jptal' acerca de él. El perspicaz cura no ha bia dejado de percibir algunos puntos deatraccion en tre los dos jóvenes. Sin alarmarse precisamente, habia sentido haber colocado tan cerca de Mal'garita un jóven con todas las dotes para trastolnar la cabeza de una jóven, y esta circunstancia le movió á provocar cuanto ántes la conversacion que acabamos de referir. Por el sesgo que iban tom:¡ndo las cosas, se tranquilizó completamente, y ya no pensaba más que en los medios de preparar una solucion satisfactoria para todos. Algunos dias despues, vino i la casa. rectoral el c01'onel Thibaut, miéntras q'..le Dubreuil que­daba trabajando en la alcaldía, y pidió al cura UD rato de converS8cion. ( Concluirá). LA CAL UMNIA-POEMA EN DOS CANTOS. DEDIOA.DO A MI QUERIDO AMIGO Y PAISANO sEÑon D. .... , C.A.YETANO SANCIIEZ y llUSTILLO. --- CANTO PRIMERO. DICEN QUE DICEN ...• 1 Es Marcela una esposa honrada y bella; Pero Jorge, su espo~o, O por falta de juicio, 6 por celoso, Ve con despecho gravitar sobre ella El peso de un enigma misterioso. Aunque Marcela ignora, Como alma casi exenta de pecado, Qué causa le ha robado El corazon del hombre á quien adora, Esa innoble y comun maledicencia Que añade á lo entrevisto lo inventado, Con reticencias viles Va trazando, t.razalldo, de ella en torno Los :;ioiestros perfilcs De unas vagas sospechas sin contorno i y siendo ulla beldad ta:l candorosa, y de pureza tanta, Que apostar se podria cualquier cosa A que, ll¡{tS qne mujer, cs utla Eanta, Ya sicnte una tristeza sin objeto, Pues sabe que en la vida Se hace verdad mentira repetida.; Y, aunque lleva en sí misma su respeto, Para anancar df\l corazon humano La dicha y el reposo, Basta el aire sutil dc un dicho vano, Comu basta un gusano Para perder el fruto más hermoso. - Lo cierto es que Marcela, que era buena, Llegó á saber con pena Que su nombre llevaba El sello de un destino misterioso, Y á. creer comenzaba 'Que una fuerza invisible la arrastraba Envuelta en un torrente cenagoso, Pues una vez que con su airoso talle De algunos hombres la atencion se atrajo, Dijo uno de ell08, al volver la calle: -"Tiene csa jóven .... " y se hablaron L.-:.jo. IU y en sitios y ocasiones diferentes, Escuchando á esas gentes Que de todo maldicen, Con tenor este diálogo oyó UD dia: _" Dicen que dicen .... " una voz decía; ,. Pero ¿ qué dicen? " ¿ Qué? Dicen gue diceo . ." Así era su virtud inmaculada Poco á poco empañada, Con ese vago modo Con que acostumbra i suponerlo todo El que no sabe nada; Pues es cosa probada Que la calumnia astuta, Crece tambien entre la gente honrada Como en un bosque vírgen la cicuta. IV Mas, ¿ por qué Jorge, que á sentir comíensa Un malestar no exento de vergüenza, Sabiendo que Marccla es inocente y siendo él ademas tan buen marido, De noble y de galan se h& convertido En un hombre vulgar é inconveniente? ¿, Por qué? Porque en calumnia convertida Cualquier maligna chanza, La más serena vida Llega á ser un infierno sin salida, Sin amparo, sin luz, sin esperanza. y como de ella al corazon herido Cada vez más la duda le exaspera, Ya mira á su marido Con un poco de lástima altanera i y el desdiClhado esposo, Con rostro enjuto y aire desdeñoso, • , Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • 262 LA TARDE 1'pnicnd al 'lué dirAn un miedo honiblc, Dud a, nu e1'I':I , medita, y medit, ndo Si ulgun:t accion peljura E s PI) ible en Mal'eola ó no es posible, on i:ro mismo á intél'valo.:! hablando A modi '\ voz mOll ólogos murmura, Que sta es la pre uncion inevitable De una lógic:\ impura : Mujer po ible, es tentacion probable; Mujer probable, es tentacion segura, v Pero ¿ qué causa habia Para dudar de honor tan acendrado? No sé por qu6 seria; Mas debo coufo ar, como hombre honrado, Que tod;) el muudo en el lugar sabia. Que Marcflla tenia Un precio o luoal· en un co~tado ; Lunar que, ocu1to, era una hermosa gloria, Pero que, ya sabido y comentado, Fué el principio terrible de una historia; Historia que fué en cuento convl'rtid 1, y hecho el cuento despues noticia grave, Siempre á 1-1arcela unida La siguió todo el resto de su vida, ¿ Adrede 6 sio querer? Nadie lo sabe. Solo es cosa sabida , Que, en el flujo y reflujo de la vida, rara cualquier galan, áun siendo hidalgo, Saber que hay uu lunar, ya es saber algo i Y, al contarlo, del modo más sencillo La noticia primero corre y corre ... y despues sube y sube ... y así sobre ellunur se alza un castillo y sobre éste despues se alza una torre ... La torre se circunda de una nube, Y, deshecha en torrentes, La nube arrastra un nombre por el lodo, Nombre que infaman las odiosas gentes, Que, siempre maldicientes, Encuentran algo que decir de todo. Por eso Jorge, coo el alma herida, Siente un tósigo arder en sus artérias ; Pues, más que 00 desengaños, en la vida Consis~en en las dudas las miserias; y siempre receloso, El desdichado esposo Tornando á su dolor no halla la calma, Pues vuel ve al fin, cuando se está celoso, Como á la playa el mar, la pena al alma. VI Teniendo ya Marcela, casi loca, Una arruga imborrable entre las cejas, y pálida, además, aquella boca Que engañaba en. el campo á las abejas;' En una idea fijo Su, hasta entónces, espíritu perplejo, _" Eotre la muerte y la doshonra "-dijo, " j Morir !" y del gran trágico el consejo, Más de virtud que de arrogancia llena, A la muerte despues m~rchó Ber~na ; Porque ninguno sabe La abnegacion magnánima que c8(be En un alma. sencilla, honra4a y b\l ena. • VII A Marcda, el esposo onamorndo Sin quererla matar como un malvado, La deja que se nJUera. poco á poco. Pero, J urge ¿ es un loco? Es que la am:\ tao mili el desdichado, Que, hablándola una. noche da ese modo Coo que haula siempre el que no sube nada, Le dijo de improvi o :-" ¡lo sé todo 1 "­P6ro ella, hasta los ojos colorada, Le replicó con sencillez b'lnrada : _" Mientes! mientes! y mientes !' .. "­y al decirlo en tres tonos diJerente , Se elevó á la expresion de una. inspirada. VIII Llora un dia Marcela .... y de repente, Con ceño entre las cejas permanente, Coge uo yaso con mano temblol'osa, Aparta cierta nube tenebrosa Pasándose otra mano por la frente, Y, despues de beber no sé qué cosa, Oon un aire sublime de paciencia, 1irando :í. su marido, Que matarse lo ve con impaciencia Oomo un jue~ por el opio adormecido, -"¡ Adios ! -le dice _. i Adios! Oomo no puedo Dejar de amar lo que olvidar siquiera, En prueba del perdon que te concedo Dame:> un beso en la frente cuando muera! " Y, hablando de esta suerte, Por el mortal licor desvanecid:.t, Sintiendo la agonía de la muerte Despues de los tormentos de la vida, Ya fria y con los labios azulados Fué adquiriendo por uno de sus lados Su boca esa angustiosa curvatura Que toma en los enfermos desahuciado8. Y sin alzar más queja, y en secreto llorando, Su voz se fué apagando Oual la voz de un viajero que se aleja: Los grandes ojos, que abre enajenada, Algo invi ible en contemplar se aferran: Su sien deja caer sobre la alm~hada, Y sus manos que se abren y se cierran, Crispándose por fin, cogen la nada. IX Marcela, virtuosa y sin consuelo, M: urió así j pero Dios está en el cielo; y Jorge tan celoso como amante, No templando la muerte sus enojos, El cabello apartó de aquel semblante; N ° la dió el beso, la cerró loa ojos, y miéntras en tal dia, Cou mezcla de pesar y de alegría, De su deshonra, que juzgaba cierta" El término veía, j Una lágrima fria Corrió par el semblante de la muerta! x Por vergüenza, y por 6rden del esposo, En la fosa oomun despues lué echada . • • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. LA TARDE 263 i De este modo el celoso Perder hizo en la sombra ilimitada, El cuerpo más hermoso ne la mujer mús buena que, muriendo Olvidó sus agravios, ' y noble á su verdugo bendiciendo, Como las santas espiró, teniendo El peruon en el alma y en los labios! ( Concluirá). LA CIUDAD Y EL CAMPO. DEDICADO A MIS QUERIDOS HERMANOS RAFAEL nlQur. CABnALES. ¡ Qué descansada vid& La del que huye el mundanal rüido y EN-y sigue la escondida Senda por donde han ido Lo(pocos sabios que en el mundo han sido! FRA.Y LUIS DE LEON. 1 dera y se lo aplique con furor al primer tran­seun~ e que tenga la mala fort.una do pasnr con el o?Jeto de ro?arlo. E ' mucho lo que fastidia la vlda en la cludad, mif', cuaudo uno es testigo de escenas que degrada1l y envilecen e l corazon pre¡,euciando, hasta en la alta sociedad, cosa~ que no son más que propias de la canalla, y esto viene de que hoy los más encopetados caballeros S? rozan fre0.uentem~nte con estos hijos del vi­CIO y de la 101ll0rd.hdad. Ra,ta en las mismas señoras y señoritas notamos oosas mu) ao-enas de su sexo y de ~u condicion social: pas~ll la mayo: parte del. dIo. en coutí.nuos coloquios con las cnadas y cocmeras, examlOando vidas auenas y aprendiendo con ellas sus malas costurnLres y u modo de ser. Ah! esto da tristeza pero ~s debido. al poco cuid.ado y esmero que hay en la eduoaclOn de la mUJer. Conozco. eñoritas que es tanto lo que se han habituado al trato con los domésticos, que descuidadamente han proferido, en pleno espectáculo, palabras que no están muy conformes con su sexo y con su posicion 50c:al. Una señorita que tenga estos descuidos en un salon de baile por ejemplo, indudablem~nte que­dará muy mal recomendaua por la sana sancion, y por consiguiente desprestigiada, porque sien­do las finas maneras el primer ornato de la mu­jer y que las exc! uya para darle ca bida i las vul- • • • gal es, es preCl ~o y couslgUlente que se inc] uya en la lista do las personas inc ultas y mal edu· cadas. Esto da lástima porque sabemos muy bien que de las madres siempre salen los primeros rudimentos de la edueac~on de las personas que más tarde pueden ser lutetU bros de altas socie­dades ó ~illistl·.OS de grandes poderes. La SOCIedad llw,trada debe empeñarse cuanto más es~é {~cm alcance para dar á la mujer Ulla educaelOn exten baRada precisameute ea los sanos pI'incipios de la l'eligion y In moral. Ellas son .el princ:pal adorno de la sociedad, y por conslgulen.te, el blanco tí donde todos dirigimos nuestra muada i adema~, como madres, deben tener una grande y profunda imtruccion en los deberes de eo?~o?Jía doméstica, á la par que un sa~o y recto JUICIO para gobcrnar la h , cienlla, eVItar trastorno.s. en el hogar domésti l:o y dar placer J tranqUIlIdad al s.er que Dios le dió por oompal:ero. Ellas deben lOculcar en sus bijos sanas Ideas, morales y religiosas co'tumbres para que en sus corazoues se dcspierten desde sus primeros aüo~ e tos dulces y- noLles senti­mientos: amor á Dios, I1lU.or:\. sus padres, amor :\. la patrIa y am 01' á la EOcledad. Todas las na­cionen deben fundar sus ri nenas y doradas es­peranzas en la educaciou física é iutelectual do la mu.ier, porque como ha dicbo un célebre escri· tor los hombres forman las leyes y laR mujeres forman las buenas costumbres: baSA fundamental y origen radical del adelanto y civilizacion de toda sociedad. Podad la planta y rccogereis un fruto dulce y sazonado. Ed~oad á la mujer, y el país marchará. á la van­guardia de una civlizacion tiólida y fecudante. La vida en la ciudad fastidia cuando uno ca­rece de ocupacion que le disipe ratos de como p!eta monotonía ';lue mutilan la inteligencia, y Dl aún la ocupaclOn basta ti. disipar tantos mo­mentos de melancolía porql1e e: hombl'e goza cuando su alma vela en el cielo de delicioRas impresiones, y estas impresiones donde más be­llas é imponentes se encuentran es en la tran· quila soledad del campo, contempiando los pa­noramas encantadores de la vírgen naturaleza á. la clara y brillantina luz de un dia tropical, 6 por )a noche á. la melancólica y poética de la luna en plenilunio. Examinémos cuál es nues­tra vida cuando no tenemos mayor ocupacion en la ciudad, y encontraremos quc nos levantamos á las seis ó. siete de la mañana i ésto, cuando no hemos temdo una víspera de tertulia ó com i­lona: miéntras aseamos nuestro cuerpo y nos acicalamos, viene el almuerzo; pasa, qué hacer? lo más pr11dente y acertado es leer periódicos ú otras cosas, y dormir un rato: viene la comida pasa, qué hacer? salir á pasear: qué vemos e~ nue~.tros paseos? poca .cosa que interese y que admH~.: ..... no, que rllento, algunas veces ve­mos dl~lDlda~es que ~cultan sus preciosos y pí­caro~ oJos baJO el ala ele sus gachos sombrerillos cammando con un no sé qué que fascina y enlo· quece. Pero entendámonos: éstas son las IIes­péri~ es que vienen de sus deliciosos pensiles ti la clUdad á ost~ntar sus púdicas bellezas, pero que se vuelven pronto al lugar de sus deleitables encantos. Despues de .estas escasas escenas llega la ~oche, qué hacer? u donde un amigo ó una a~Illga á pasar eI1'ato, conversando ó jugando al ajedrez i esto, cuando no á los naipes (que algu­nas personas los tienen de lo primero con el ob· jeto de que sus niñas ó niños tengan su diver- 8io~) hasta las ocho ó nueve de la nooho que nos retuamos á la. casa, hora propioia en una noche oscura y lluviosa para reventarse uno la crisma TI c0I?-tI'a un.a puerta ó una ventana sin tener á i Cuántas veces he salido á las calles de una qUIen pedir socorro, ó para q~e algun desalmado opulenta ciudad á la clara luz de las estivales laque de detrás de UDa eS'lulna un flrC:)lIO' de mQ- . tardes- con el objeto de pasear y de dar dulce ex- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 264 LA TARDE pansion:i mi e piritu agobiado por el sufrimiento! i Cuántas veces he alido á reconer ciudades enteras con el objeto de gozar de sus ponderadas pel specti va:; ! Pero, oh delirios de mi loco deseo! oh fan­ta mas de m i loca. imagilJacion ! En vez de en­contrar cncalltos para engolfar mi espíritu en un mar de do 'eitable ext:isü', hc encontrado tí la humanidad de!'truyéndose con el veneno infer­Dal dc las pa iones sensuales j al paso que la in­moralidad de las malas doctrinas, inculcadas en su alma. por los el'urlit s sabios, hao engendrado en su sér bs torpes placcres de la concupiscencia trastornando enteran,ente, con especialidad en la juventud que se levanta, el6rden de sus tiernos y delicados :sentidos. TIc Yi~to con dolor y rcpugnan· cia pasearse el bonor de brazo con el vicio; el ri· co atropellando indiferente al mendigo que en · cuentra á su paso quien con demacrada faz le demanda un pan por el amor de Dios; el hom bre probo al lado del bandido, que es¡;cra impa­ciente la hora que apetece para asestar el golpe y rcirse de su víctima: la mujer inoceate, al lado de la mujer de edad, que husmea buscando los corrillos:i donde se encalllina para oir hablar :!. los vagos y de allí sacar algun chisme y con él fundar tal vez la intranquilidad en el seno de una virtuosa y respetable familia ¡ los imperti­Dentes y malcriados, al larlo de las personas de alta dignidad y de gran juicio; los jóvenes em­briagados por el detesta ble vicio del licor, en insolente trato con las deovergonzadas cortesauas¡ muchachos que vagan sin oficio profiriendo las desvergüenzas más grandes; el caballero de in­dustria azotando las calles y engañando al des­graciado que cae en sus horribles garras; los hombres que deben ejercer la justicia, al lado de los hombres que se burlan dc la justicia; y, en fin, la religion, la 1I10ral y el6rden, rozándose continuamente con la impredad, la inmoralidad y el desórden. Todos estos contrastes que inspi­ran J:epugnancia y trü,teza los presenciamos con­tinuamente, no solo en los lugares escéntricos, sin'l tambien en las plazas y calles principales. Ahora, si queremos atormentar más nuestro es¡::.íritu con otras escenas no ménos e~c:todalosas, entremos en los edificios donde se expiden las leyes; á los suntuosos palacios donde la aristo­cracia. brilla, no con la. humilde luz de la virtud y del talento, sino con los vivos y siniestros res plandores que sobre el mundo arrojan las lin­ternas de la. opulencia, que fascina los sentido~ y pervierte el corazon con el imperio del (rgu­lIo ¡ á. las casas de los medianamente acomuda­dos j á. la choza del pobre; á la infeliz barraca del mendigo j y en fin, oh! no quién lo creyera, hasta en la sagrada Casa del Señor, en el san­tuario místico donde debe adorarse el Dios de nuestros destinos. Oh! ahí tambien la humani­dad arrebatada miserablemente por el genio del mal irespeta al Dios que nos da y nos q - cometiendo los mayol·CS y más infames sacri­legios. j Oh humanidad miserablemente degradada! j Oh humanidad miserablemente envilecida! In Son las nueve de la noche. ¿ Quereis amado leotor, venir conmigo á con- - templar dos cuadros que la sociedad nos pre­senta continuamente haciendo alarde de hechos que, en lugar de da,· esperanzas para el bien do la patria, serán la causa que más tardo contri­buya tí. su destruccion y anÍ<}llÍlamiento '? ¿ Quo­reis acompañarme? venid, seguidme. Penetre­ruos en nquella casa de juego. Bien, ya e~tnmos_ ¿ Quereis ver en que se emplea la juventud que ~e levanta? (, Quereis '-el' la labores que afanos!l. fabrica para el bien de la sociedad y del la pa­tria? Mirad aquellos seis jóvenes acompañados de otros tantos pel· onajes de mayor odad, em­briagados todos por 01 licor, profiriendo inde­centes snreasmos, injlll'ias y blasfemia" que I't'ntados juut á una mesa.y :\, lo. pálida y si­niestra luz de un quinqué se entretienen jugando á los dados, apostando en t:1D desgraciado juego cl pan que debia servir de sustento talvez á sus pobres y del'graciadas familias. Mirad como se sacrifican! mirad cómo se o.rruinan! mirad co­mo e consumen en los infiernos del rOUlordi­miento! Vámonos, salgamos de este maldito lugar donde la juventud se corrompe y vamos ~ contemplar cl segundo cuadro. Estamos en el teatro. Cuántas señoritas ri­camente vestidas adornan las filas de palcos! Cuántos apuestos caballeros inundan las lunetas y parques de orquesta! ¿ Creei" que toda esta multitud e~tü. aquí gozanno de los placeres que da el drama tan moral que han pue. to en esce­na? Creis que ha vellido con el objeto de ins­truirse y de corregir sus malas y viciadas cos­tumbres? Oh no! salvo uno que otro personaje, ella ha venido á otra COl'a, y si no, vedlo: las señoriras á ejercer el abominable cuanto detes­table arte dc la coquetetÍa, que ademas de des­perfeccionar la belleza uatural por medio de las muecas y ficciones, corr~rupe precisamente el corazon y lo lleva á quemarlo con las infer­nales llamas que se levantan de las siuiestras hogueras de la corrupcion de las sociedades dA este siglo; los hombres han venido :í dirigir miradas indiscretas y (\ bUl'lal·se de la señorita que, correspondiendo:í. sus f ·dsos galanteos se da al dios de los amores, estremeciendo los pal­cos con sus monerías, dengues y meneos. Si­guiendo los tiempos. qué resulrará de todas estas cosas que hoy la sociedad admite como elemen­tos de educacion y de caballerosidad? Es fácil decirlo, mas me abstendré de esto ... Vosotros, lectores, S3 beis ID uy bien cuál es el fin q uc re­portan los malos principios, sobre todo en las sociedades que empiezan :i vivir. Son muchas las cosas que se notan en el seno de las sociedades presentes, que fOI·man por de­cirlo así, la sentina inmnnda en donile entran á la .ez que salen los vicios más infames y detes­tables: es la piscina de los cadáveres del mal que despide infisivas miasmas que corrompe­rá precisamente tambien á la generacion que vendrá. IV Las sociedades de hoy DO son las sociedades de otro tiempo, que enlazadas con la fraterni­dad y á la sombra de la religion y de la verda­dera moral trabajan por el bien de toda la hu­manidad_ Ooncluirá. SIMON C. CABRÁLES_ •

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 33

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 37

Por: | Fecha: 22/05/1875

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. " • - "-- .. ----_--.J:c::..-.J~ ¿ <> S ~L2.2_-----" • PERIODICO DEDICADO A L Á LIT E R A T U R A • . Serie IV. Bogotá, 22 de Mayo de 1875. A~DE. ======~==~~===-=--=== UN PUENTE Y UN A PLAZA. 1 Así como así, yo no he de eSL:l'ibir nada acer­ca de mi viaje á Lima, viaje tan triste cuanto inú­til; zurciré ahora cuatro palabras, para dar ra­zon á los amigos de Bogotá de dos cosas que me han llamado mucho la atencion, la una por lo espantosa y atrevida, y la otra comun pero deliciosa. JI Una fuentecilla que se seca en el verano y lleva el ingrato y desapasible nombre de Ve;ru­gas, desagua en el Rimac en la línea del ferro­carril de La Oroya, que cuesta ya al tesoro pú­blico la friolera de treinta y seis millones de fuertes_ E3e ferrocarril va de Lima á la Oroya, que confina eoo el Chanehamayo, territorio inmeuso que se extiende hasta el Amazonas, fértil en ex­tremo, ciertamente; pero ahora despoblado y que no presenta sino una selva virgen, de la cual no podrán sacar sino underas, y quina tal vez, hasta que la tierra sea cultiyada y territorio tan extenso venga ¡í, ser la despensa de Lima j pero oso será despues de muchos años. En Lima, segun dicen todos, (que.á mí no me consta) las adm inistraeiones anteriores no han tratado sino de celebrar contratos ruinosos, por muchos millones, para sacal' tajada, y para que RUS paniaguados se pusieran las botas, como sue­le decirse j y han empeñado los productos del guano y de las salitreras j de modo que hoy para medio cubrir aquel desfalco y despilfarro enormes, el tesoro se halla en bancarrota, ó muy cerca de ella j crisis monetaria que ha afectado al comercio, á los agricultores, á los empleados, á todos, en tanto que algunos que estaban per istam, SJn millonarios á la fecha. Uno do los gastos inútiles á que se refieren es el del ferrocarril á la Oroya: otro el del Pala­cio de la Exposicion, en donde entre otras cosas notables hay cuatro leones africanos, dos de los cuales son los más grandes que se conocen. Di­cen que el palacio ha costado cuatro millones de soles. El tren parte de Lima todos los dias á las nueve de la mañana, y pasando por debajo del puente del Rimac y del de Balta, toma el cami­no. do la Sierra. y va subiendo, subiendo, á quin­ce mil seisoientos piéa de eleva.1lÍon sobre el ni­vel del mar. A bJl.jo sa. siente un o8olor, insoportable á. veces, y Qo, la cumbre, CONDada da l?ieve, un frio in-tenso. Abajo se enjuga usted el sudor con sU pañuelo; arriba la barba, el sombrero, el vesti­do está blanco, cubierto de nieve. Allá reina lo que llaman el Zoroche, que es la muerte causa­da 1)01' el frio. El diccionario de la lengua se enrlquecerá con el verbo Azoroehar, tan usado por acá.. D~rante el trabajo en la línea, que aun no h~ termmado, se encu,entran por miles los trabaJadores que murieron, principalmente ohi­lenos. Raí treinta cinco túneles, de mayor ó menor extension, y en el último, que tiene cerca de una legua de largo, que es el de Galeza los peones reciben el aire respirable, por medi¿ de grandes máq¡uinas que introducen el viento. Sobre Verruga han echado los yankees el puente más atrevido que puede verse. De un lado queda un cerro, en frente otro, y de cum· bre á cumbre pasan los rieles, sobl'e los cuales pasa silbando la locomotora, arrastrando los tre­nes. Esos rieles se apoyan en pirámides de h~e- 1'1'0, en forma de jaulas, más anchas en su base. Sale usted de las tinieblas de un antro pavo­ro~ o, ! corre 57~ p;iés por los rieles que están á 26~ plés sobre el Dlvel de la quebrada, oomo si pasara de Canoas á Cincha pOI' encima del Te­quendama j yolanda por allí la locomotora á es­conderse en la oscuridad de otro túnel. El total del hierro batido y fundido, tanto en el puente coo:o en las tres columnas sistema krenice, que le Im'ven de apoyo, es de 1.339,051 libras. Los túneles son muy estrechos, y me expli­caré. Sus paredes distan de los trenes una cuar· ta. ó algo más. Un chino sacó la cabeza inad­vertidamente para observar, ó con ánimo da suicid~r6e, á lo que son harto aficcionados, y al punto raJó en el wagon el tronco sin cabeza. y tan enorme gasto, para qué. ¿ C~ti bono! Para traer :í la capital canastas de huevos, y algunas cargas de patatas. (solamm tuberosztm.) Los huevos de gallina se venden tl"eS por dos reales, cuando están baratos; y la. carga de pa­tatas de 10 á 16 fuertes. nI • Retreta pareoe palabra. francesa. En castella­no decimos Retirada. Sin embargo, aquella voz está ya admitida por el uso. Cuando la tropa de • • • una guarmolOn se retira á sus cuarteles :í. dormir, tocan las bandas militares algunas piezas de mú­sica, yeso llaman La Retreta. En Lima la to­can miércoles y sábados á las ocho do la noche, en la plaza de armas. Aquella -plaza es el punto más concurrido y de mayor lujo qua hay en la. capital del Perú, La plaza está. limitada, alorien­te, por la Catedl'al, cuya fachada y torres están pintadas oon listas azules, (cosa muy charra), y Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 240 LA TARDE - por el Palacio del arzobispo; al poniente. pJr el Portal de Escribanos, por la Municipalidad y el gran hotel Morin, donde está alojado su ser­vidor de ustedes; al norte, por el palacio de gobierno y secretarías de Estado; al sur, por el Portal de Botoneros. Estos port&.les tienen cua­l'enta arcos de ladrillos cada uno, y su piso de losas de mármoL Varios almacenes riquísimos tienen cristales de una sola pieza, de nueve me­tros cuadrados, y do media pulgafta de gruesos, unos son lisos y otros arqueados. La plaza está nivelada, empedrada y embal­dozada en varias direcciones. Tiene veinticua­tro bancos de mármol para sentarse, bien dis­tribuidos: en el centro una verja de hierro ele­gante que encierra un precioso jardin, con BU pila de bronce, y á uno y otro lado sobresalen cua­tro estatuas d9 mármol blanco, que lo adornan. El alumbrado de gas es regular j y como to­dos los almacenes reverberan con sus veiote ó más bonbas, es tal y tan viva la claridad, que la plaza parece iluminada á gio1'1w, como dicen los italianos. En las esquinas de la plaza hay unas casillas octógonas de madera, de dos metros de ancho y cuatro de alto, que llaman kioskos, y sirven tí los maragatos para expender sus chucherías. Por allí cerca están los muchachos gritando la lotería: "i ocho mil soles 1 i plata para ma­ñana!" Arboles, flores, fuentes, estatuas, un vienteci­llo fresco y delicioso, mujeres hermosas, que son otra ef>pecie de flores, la música, el gas y un gran concurso, es cuanto se ve en la plaza d'3 Lima, durante la retreta. Las señoras pasean con los caballeros, ostcntando sus ricos aderezos de brillantes y barriendo el polvo con sus lar­gos trajes de raso ó terciopelo, ó están sentadas oyendo la música, tomando helados ó sorbetes, que venden con profusion, acompañado de lo más exquisito de las confiterías, en tanto que los coches discurren para acá y para allá, que interrumpen á veces con el ruido de sus cuatro ruedas, las notas de Weber ó de Beetowen. La luna, como \lna virgen pudorosa, se cubre con la gasa de una ligera nube, en la cuu! bre del San Cristóbal, y el Rímac, bajando crecido de la Sierra, ruje furioso como los leone5 africanos, cautivos en la jaula de la Exposicion. IV Prometí en el segundo número del Universo dar razon de Rosalpina y de Enriqne, que es­taban en cama, malísimos, de resulta de los ba­ños frios del Oarnaval. Esos baños no alcanza­ron á matarlos: los salvaron su juventud y su robustez. Ayer regresaron de Verrugas, á don­de habian ido de paseo, con la mamá de Rosal­pina y varios amigos. La niña quería ver con sus propios ojos aquella estupenda maravilla de la industria norte-americana, y fué preciso com­placerla. Anoche estaban en la plaza y yo me acerqué á. oir lo que conversaban .. Estaban sentadas á la sombra de un árbol hermoso, i despues que nos hubimos saludado, dijo la muchacha: -Ah! caramba! Aquello sí que es espantoso, y fijaba sus negros ojos, en 108 de Enrique. --Oh! Si! E pan toso ! contestó Enrique j y si viviera cien años, jamas podría borrarsc d e mi memoria lo que ví, lo que sentf anteayer en el puente de Verrugas. Aquella oscena no tiene rival en el mundo. Es como si uuo pasara por el puente del cabello de que habla Mahoma cn su Alcoran. -No entiendo eso. Explícamelo, añadió la. limeña. -Pues mira: dico Mahoma que cuando mue­ren los musulmanes, pasan sus almas por un puente formado por un cabello que atraviesa un abismo sin fondo ... el infierno! Si el cabello resiste y no se revienta, el viajero llega á un lugar de descanso, de delicias, donde se casa con siete mujeres hermosísimas, que llaman huríes. Si se l'evienta el cabollo, el hombre ca~ al abismo lÍ sufrir tormentos eternos. -i Qué coso. tan horrible! Yo tnmpeco podl'ó olvidar, cuando salimos de aquella oscuridad, de aquellas t.inieblas, y brilló e I sol, en un a bri r y cerrar de ojos pasamos los l'ieles y entramos de nuevo á otro socabon oscurísimo. -¿ y que eso llaman viajar? -j Nó! Eso es cuando más trasladarse de un punto ri. otro. Así es que los viajeros por ferro­carril no ven nada á las derechas: ven casas, árboles, ganados, trabajadores que corren como á esconderse en la locomotora: cuando los anti­guos veian las escenas detenidamente i desde varios puntos las estudiaban, i así les cra fácil describirlas. i Ahora no! i Todo marcha al va­P01' ! La locomotora se pára, si se quiere en me­dio del puente. Si se 81'l'oja una piedra, gasta trcce segundos en llegar al hilo de agua que forma la quebrada. Desde allí la cabeza se pier­de, y el hombre se admira del hombre. ¡ Feliz el que no se olvida del qu~ hizo al hombre, os­tentando en él una parte de su poder! El jóven di6 el brazo á la madre y á la hija, y como ya terminaba la retl'eta, fueron al coche que los esperaba y siguieron conversando muy alegres á la calle de Las siete geringas, en don. de esas señoras tienen su habitacion. Lima, Febrel'o 24 de 1875. JUAN FRANCISCO ORTJZ. CARMENCITA. j Dichosos los que mueren en la cuna, pues no conocen sino las /!Oo· risa.s y los besos de su madre ! OHATEAUBRU.l~D. Lentamente BUS ojos, Con la tristeza con que muere el día, Se fueron ocultando, en su agonía, Mientra en sus lábios rojos El arrebol postrero se extinguía! i Y un Bollozo profundo SJllió con su alma que tendió sU vuelo, y sonrió su boca, vuelta hielo, De desdén hácia el mundo Tal vez ... 6 acaso al presentir el cielo l. .• 1873. TEMíSTOCLEs TEJ'ADA. • • • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • LA TARDE 241 A MI QUERIDO HERMANO JULIO. • ¿ Son hojas ó m:n'iposas, Es una nube ligéra O golondrinaa dichosas Que vienen tumultüosas Uantando la primuvera ? Ni una flor, ni una armonía Hallaron aquí los vientos, Mi morada está sombría, .. Son mis tristes pensamicntos Quc van á. la patria mia. ¿ Cómo podría olvidar Mis riberas, mis palmares, y vivir sin enviar Un recu erdo hasta. mi hogar, Un suspiro y mis cantares I ¿ Creetl acaso que el frío De la nevada Inglaterra. Penetra el corazon mio, y que olvido el atavío y las galas de mi tierra ? Tll no sabes, tú, que mOt'as En eae hogar tan querido, Cómo son tristes las horas Bajo un cielo oscurecido Sin estrellas, sin auroras. Cuéntame del patrio sucIo, Cuéntame de mis orillas, CGmo es bello nuestro oielo, Cómo levantán el vuelo Al alba las-avecillas. Que bulle siempre en mi mente Por más que arrancarla intente, Del hogar la dulce historia; Ay! si perdim'a el ausente, Con la patria la memoria I . Para el triste caminante, De la ribera querida • Todo es imágen constante, Una armonía perdida, Una golondrina errante. Oh ! que implacable el destino! Oh ! quc horrible incertidum.bre! Mísero del peregrino Que no encuentra en su camino Una estrella que le alumbre. y aún á veces mi alma alcanza Algo que reflejos vierto y ténues albores lanza ... Todavía la esperanza Combatiendo con la muerte! ......................................... , ..... . • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • •• • ••••••••••••••••• • Yo sé bien qué tristes son Las estrofas que hoy te envío, Hijas de mi corazon, Como flores de un panteon Con lágrimas por rocío, Pero qué, sino un gemido, Dará al suspender el vuelo, A vecilla que ha perdido Con la tempestad su nido, y sus bosques, y su cielo! • Liverpool 1874. CÁ.RLOS CAr.CA~O. A MI QUERIDO CARLOS, EN OONTESTAOION Á sus VERSOS. Deja. ese oielo sombrío, y vuelve, hermano, al hogar; Ay! está. callado y frio ; Pero en él, hermano mio, Podemos al fin llorar. Como tranquila bandada Que viene el rayo á esparcir Nos vió la madre apenada, y reclinó fatigada La. frente para. morit'. • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 242 LA TARDE I Morir I tal es el destino De la planta y de la flor i Inclínate al rudo sino: i Fcliz quien hace el camino En los brazos del amor! j .Feliz quien llevó en su seno Tanta dulce caridad, Quien supo siempre ser bueno i Dulce espíritu sereno Que alcanzó la eternidad! ¡Infeliz quien vive y llora, Quien solo sabe gemir; • Y, :í. tanta pena traidora, Condenado está, en mal hora! A l'ecordar y á vivir I Al alzar .tu voz sentida, (Ay! dura fatalidad! Más honda era la herida, Dejando el hogar sin vida. Y en eterna soledad! Silencio solo se advierte i y como él llama á sufrir, Vivimos en él do suerte Que el vivir es como muerte, Y como vida el morir. Cuando al cielo mi voz ruega, y el cielo les va á nombrar, El llanto mi faz aniega, y me parece que llega Augusta sombra al hogar! y yo de dolor espiro, Que baIlando mi alma va El dolor en cuanto miro i y en cuanto escucbo y respiro Tambien el dolor está. En este sitial se asienta i y i Ob I piadosa religion ! El libro en que su alma alienta, Aún la señal ostenta 'De su postrera oracion. y ya la miro, en consuelo Bañada la duloe faz, Conversando con el cielo i Ora. con un pequeñuelo i Luego llorando sin paz. y pienso, mal que me cuadre, Que si no supe vivir Sin la vida de mi padrc, Sin el amor de mi madre M ejor me cstaba morir. Pues desde que alzó flU vuelo Solitario siempre voy; y hundido en amargo duclo, Suspirando por el cielo, Suspirando siempre estoy. i Oh, amorosa madre mia. I I Oh, padre del corazon ! En mi postrera agonía. i Ay! haced me compañía. Para alcanzar mi perdon ! Que si cl hombre al fin no alcanza De la muerte en el umbral Camino de venturanza, Yo, al ménos, de esa esperanza Couserve la fe inmo:rtal. La GuaÍTa, Febrero de 1875. JULIO CALCARa. - • BATALLA DE CARABOBO-EL 28 DE MA.RZO DE 1814.-noLÍvAR y CAJIGAL. • 54 Ya los rocursos d9 los patriotas eran im-potentes. Carácus habia dado mucho y ya no podia ofrecer sino poco. Los Valles de Aragua, aniquilados por la excursion de Bóves, estaban aniquilados; y Valencia, asiento del Cuartel ge­neral por mucho tiempo, y teatro de tantas ope­raciones militares, nada podio. prometer. Los caballos estaban casi arruinados y no habia mo­do de remontarse la caballería: la Laguna. solo tenia pocos granos y raíces, y para tomados era preciso enviar tropas á batirse con las innume­rables partidas españolas que plagaban aquel territorio. Puede decirse que la sit,uacion de los patriotas en aquel momento era igual á la. de los últimos dias de Febrero, con la cirouns­tanoia de tener ménos hombres y más enemigos; y como la guerra no permitia concluir una cam­paña por un tratado 6 por una negociacion, era forzoso triunfar 6 morir. 55 Tal estado exigia un nuevo esfuerzo para una nueva batalla. Cajigal se habia. aceroado otra vez á Valencia y amenazaba de cerca. Reu­nió, pues, el Libertador todos los piquetes que obraban en el territorio reducido que poseia, pidió á Carácas cuanto pudiera. dar y llamó á. Valencia. á Rívas mismo, que defendia aquella capital. Se dió 6rden, en fin, para. reunir en Valencia todas las fuerzas patriotag, exoepto la línea de Puerto Cabello que, aunque débil, con tenia á la guarnicion española dentro de loa • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • LA TARDE • 243 - muros, y mantenia la ilu-ion de que aun podian . reconocirnien tos ordinarios, y se dispuso todo los patdotns sitiar una plaza fuerte. para d¡n la 'x>atalla al amanecor del siguiente Oajigal se acercaba. hasta Guataparo y obli- dia (28 de Marzo). No tenian los patriotas tien­gaba. á los patriotas á desatender la obligacion das de campaña, ni habia Illás quo una casa en qu.e se estaba dando; yel mayor mal que causa- el campo en la qua sc :dojó el Generai en jefe f ba era no dejar reponer la caballería. Ent6nces pero habiendo sobrevenido Iluuia fu6 preciso se Lizo una salida con 01 objeto de atacarlo: y almacenar en ella touo cl armamcnto de infante­ya formadas las líneas, cayó un fuerte aguacero ría, sin quedar armauos sino los soluo.uos dc los que obligó á los republicanos á hacer una con- puntos nvanzado ;.y para preveuir calquier ata· version en órden de batalla, apoyá.ndosc en el que del enem.igo se reforzaron las grandes guar­bosquecillo de aquel nombre, de manera que dias do caballería, y, montalldo i cab'lllo los ofi­sin pensarlo quedaron los dos ejércitos forman· ciales y jefes, hicicron el servicio avanzado hasta do un martillo, y casi tocó la cabeza del uno con el ama IOcer . .A la pri lUcra luz del dia volvíeron la izquierda del otro. El mot·ivo dc esta cvolu- los bat ~l1ones á. tomar sus armas, y se dió órden cion fué que, siendu Cajigal superior en caba· de mavimiento. lle~ía. si el comb~te se empeñaba bajo la l.luvia, 58 La sabana de Oarabobo es el térmiuo del la lnfan~erilL han?, á lo más uno ó ~o .tu·os, y Valle de Valencia hicia el Occidente. El ene­la ventaJa quedo.na por pJ1rte del mas fuerte en migo, situarlo en el extremo de ella, y haciendo caballos. frente á V alonci d, tenia á. su e~palda la serr anía Los patriotas se encontraron despues de la de las Hermanas, que divide dicha sabana de la lluvia con los fusiles mojados por la carencia que de los Taguánes, y que parte de la gran cordi­tenian de cobijas y medios de cubrirlos, y para llera de los Andes, y sobre clla por consig,uiente ocultar al enemigo esta circunstancia, se hacian tenia su izquierda el enemino. Por la derecha salir partidas de caballería que lo amagasen y tiene la sabana una línea de canjilones, que vuel­que indi vidualmente de5afi~s~n {L los jefes de ve hasta unirse con la serranía de Güigüe y la más fama del ejército contrario. En estas ope- divide de la sabana del Pao; de mallero. clue si· raciones se distinguió mucho el oficial llamado tuado allí Oajigal no podia ser flanqueado, ni Tigre encaramado, cuyo nombre es muy afama- tomado por su espalda, sino por otro ejórcito que do y se encontrará. en todas las relaciones de la. obrase en combinacion, más no por el que se campaña de Maturin: era oficial de caballería de hallaba encerrado en el campo de Oarabobo. los que habia traido Mariño. Despues de estas Al frente del enemigo y fuera de tiro, atravesa­parciales escaramuzas vohió el ejército :í. Valcn· ba un sanjon lleno dc bosque, en donde la noche cia la tarde del mismo dia, sin oposicion del anterior se habian situado las avanzadas de uno enemigo, y se acampó fuera de h ciudad, por- .y. otro ejército, teniéndolo ámbos de por medio. que se creia fundadamente que éste atacaria al Era preciso p~sar este sanjon para formar esta amanecer. Mas no lo hizo, y permaneció en sus lillea de batalla del otro lado. Dada la órden, posiciones hasta algunos dias despues, que se se maniobró con los cazadl)l'e.s y se hiciero n re­retiró á la sabana de Oarabobo, donde acampó plegar las avanzadas enemigas; y, despejado ha.,ta el dia de la grande acciono así el paso, empezó {L moverse el ejér(lito, que :í.. 56 Los patriotas continuaron con actividad proporcion que iba pasando el sanjon, iba to­aumentando sus recursos y reuniendo las peque- mando la fOl'macion conveniente. Concluida es· ñas tropas que se habian pedido de antemano á ta operacion, se trató ya de disponcr el órden varios puntos, pero una circunstancia extraña del combate. Se formó nna primera línea, com­vino á perturbarlos. Toda la infantería de Orien- puesta de las divisiones Bermúdez, Valdéz y te se disponia á desel·tar con armas y municiones, Oarácas, cubiertas sus ala por dos colnmnas de capitaneada por los sargentos. U na columna de cab~llerí9.. Se adoptó esta formacion, porque no 200 hombres fuó la primera quc salió de sus pudiendo atacar al enemigo sino por su frente, cuarteles en el silencio de la noche y tomó el y teniendo sus alas encajonadas formando mar­camino de Sah Diego. Avisado el mayor jene- tillo sobre las colinas de su derecha é izquierda, ral por UJl vecino, de que un cuerpo de tropa se previó que sus alas podrian descender y ata­habia pasado por su casa, se averiguó el hecho car con ventaja por la retaguardia de la primera inmediatamente; destacó se un escuadroll de ca- línea, y para. este caso quedaba. la segunda en balleria en alcance de los desertores; y los jefes y actividad de obrar contra ellas. A retaguardia oficiales se trasladaron á. sus cuarteles á. impedir de todo y con fuertes escoltas se situó el parque, que los otros cuerpos hicieran lo mismo. Lit co- provisiones &c. La primera línea se puso al man­lumnafué alcanzada y reducida, porque no siendo do del mayor general Urdaneta, y en la segun­práctica,- habian perdido el camino,y todos anda- da estaban el Libertador, los generales l\1ariño ban atolondrados por los bosques inmediatos de y Rívas y todos los demas jefes quc no tenian San Diego. Se la tl'ajo á Valencia, donde, á pre- co10cacion en aquella. Aunque el movimiento sencia del ejército formado, se fusiló {L los cabe- se empezó al amanecer, se pasó la mitad del dia cillas: la columna fué quintada, y el mal cesó. en ejecutar las operaciones que van indicadas, 57 Por fin, el 26 de Junio (antevíspera de la porque era necesario iutes de ejecutar alguna aocion de earabobo) reunido en Valencia cuan- cO:Ja, asegurarse bien de que los flancos estaban to podian esperar los patriotas, se pusieron en despejados, pues que el enemigo habia t'scogido marcha por la tarde, con destino á batir á Oaji- su campo con anticipacion y los patriotas no co­gal en aquella. llanura. Pernoctaron en Tocuyi- nocian bien el terteno. to, y al siguiente dia. se acamparon frente al ene- Por fin, despues de medio dia, y ya bajo los migo,quo de antemanohabia escogido su campo. fuegos enemigos recibió el mayor general órden Detuvoee el ejéroito de Bolívar, despues de 108 de Bolfvar, comunicada por el ayudante gene- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • - • 244 LA TARDE ral Mariuno Montilla, de abril' los suyos, lo que ejec.utó al momento á pié firme; pero muy lucgo S~ le ordenÓ á la primera línea que cargase y continuase avanzando_ El enemigo hizo entón­ces lo que se haLia previ;; to: su ala izquierda de cabaliería descendió á. tomar por retaguardia la primera lín e a patriota; pero, observado eote movimiento por Bolívar, destacó toda la caballeo l'Ía d:l la 2 03 línea á su encuentro, y entónces aquella caballería enemiga, sin comprometeri>e, pasó al escape por entre nuestras dos líneas, y se reunió con su ala derecha. Ya estaba el com­bate en el momento decisivo. Ya estaba en des­órden la linea de infantería enemiga, por la vi­gorosa c il rga de la primera línca patriota: y el movimiento de la segunda completó 1 \ derrota, poniendo tambien en desórden el ala derecha de Jlnba ele can­tidad Gl.ete.rnin ada; unicamcnte decia q Je res pondia por la canti dad t emada para pagar ¡í. aqr el inui viduo. Queda b(l., p lle~, :í. morced de él, por el' ( íl quien po­dia dcclr cuál era aqu el la suma. En eso s momento y0 no pcnsé sillo en libertarme de aquel infame, que me habia prometido d j armc en las pri mCI\;S h oras <1e I:t mañana siguien te. Yo contaba con la generosidad del gel Jeral de las tropas á que estaba uestinado aquel du, ' ~ro , y confia­ba. en que él me prea t(l.ria el dinem, en tanto que yo estaba en apt itnd de paga rlo. P ensando en los medios de que debia vnlerme para eonscguir la suma q ue necesitaba, y en l 11 mejor mo­do de declarar lo ocurrido al general, ro e r etiré á la pieza que me !lalli au destinado, y, eo:;<» extl'aña, á pesar de la inquietud 'lue me h llbiaJ1 causado los aconteclLJÍentos de aquella noche, me t · 3ndl sin des­vestirme en la mala cama que me habia n preparado, y un momento despuese taba profunclam' 3ntedormido. Cu:muo desperté á la mañana siguient e me sorpren­dí de vel' la luz del sol que entraba ya , ~on bastante fu erza por la ventana mal cerrada de m i cuarto. In ­mediatamen te llamé al sargento, pero nadie me con­t es tó. Salí montado en cólera, en bu!>ca d p.l primero que se me presentarn para de cargar en él toda mi furia pero á nadie h a] lé. DirigÍme al S( 19undo patio de la' posada, y entónces oí la YOZ de la cocinera que cantaua: - Cuidaba cierto pastor Su rebaño en la pradera; P ero vino hambri enta. fiera Cou diente devorador, Ay dolor! Degollando aquí y allá Destruye todo el r ebaño; y el pas tor, para su daño, Durmiendo su vino está J3.,.J.a".Ja,. Era una vi eja a squerosa :~ horrible la taba: me fué impos ible mirarla de pac la situaciou en e me inyeJtaban, t emblaba c o D'~ o un hombre at:lCt\UO de pará li is ; mi mano conyul Iva cen aba con fu erza. la empuñadura de la espada; infini tos círculos de fu ego giraban en torno mio. - i\hol'a parece que quiel-e llorar como un niño_ Que g racioso se ri a ! -Vieja infernal, exclamé, lo que quiero e librar al mundo de una yí vora como t ú! y de envainando la pada, la atravesé con ella de parte á parte. Tantas emociones, la influencia ucl narcóti co que sin ~uda me habian hecho beber en el vino, para pro­duCJ r aq uel sueño tan profund o, ha bian debilitado mi fu erzas , caí des\Uayado, y no pude saber cuánto tiempo pcrmanecí en aquel estado. Cuando volví en mí, lo primero que ví fué al hombre fa.tal que se ha­bia atl'a en mi carrera, y que, como la tempes­tad en el mar azota y pierde :í. los frágil es bajeles, me babia m'rastrado al cl'Ímen y á la infamia. El sin duda me habia conducido de nue,'o á mi cama y para mayor seguriuad, despues de haber ce­nado la puerta y la ventana, me habia atado las ro a­nos con una cuerda. E taba sentado cerca del lecho é iluminaba su feroz semblante una sonrisa de infer~ nal satisfaccion. Traté de incorporanne en el lecho, pero á más de faltarme las fuerzas, él me obligó á caer de nuevo y me dijo: ' -Eres un necio, y parece que no te corregirás; por mi pa¡'t e no quiero insistir en hacer de ti UD hom­lJl'e útil. Puesto que no quieres unirte á nol'otros y trabajar para t odo, como lo hace cada uno de los que forman nuestra compañía, t en siquiera la pacien­cia de no contribuir á la completa ruina y ayudar á que te suban al cadalso_ Escucha: Hay varios testi­gos del asesinato que ncabas de r.om et er: ese solo crí­men bastaria para que te llevaran á la horca, !>i no se te pudiera acusar ya del robo del dinero que condu­cia , ó, por lo ménos, do auu o de confianza, t omando cerca de tres millones de reales que no podrás pagar j amas. La obligacion que has firmado DO dice cuánta es la suma que has tomado, y lo nat¡¡ral es creer que sea la que taita, y falta toda. La obligacion está ya en mi poder: mÍrRla. y me mostró la obligacion. -Nunca podrás negar que DO te has robado el di­nero, como no podrás negar que has comet ido un ase­sinato. Si hablas, si dices la menor pa.labra, aquí ten­go las declaraciones de los te¡;tigos del asesinato, las que junto con la obligacion irán :í. poder del juez del crimen, para que él te s iga el juicio, te condene, y el verdugo cumpla su terrible mision contigo, ya que no piensas en tu propia seguridad. Debes recíh~y mí con­sejo y huir. Aquí tienes este dinero para que puedas partir cuanto ántes. Me lo devolverás cuando yo crea oportuno cobrártelo; para lo cual me basta esta obli­gacion: seria inútil cualquiera otro documento. En­tónccs me desató las manos y salió. Levantéme COD intencion de que me llevara consi­go, tal era el terror que me in piraba la situacion que us palabras acababan de revelarme. E taba perdido; DO me quedaba más recurso que el que él mismo me habia indica.do. Fuí á la caballeriza, tomé mí caballo que se hallaba ensillado, y salí al campo. Clavé las espuelas al pobre anima), y partí por el primer cami­no que se presentó á mi vista extraviada. De repente oí una voz que me gritaba: "Cuidado, señor caball~ro, que los pobres tambien tenemos de­recho á que nos dejen vivir sin que nos estrelle el primero á quien se le antoje despedir BU caballo á to-da carrera." r Se contin ua1'á. J •

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 37

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Por: | Fecha: 16/01/1875

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. .:-------~'-CR s:. s: ~ 2 2~ j -------- PERIODIOO DEDIOADO A LA LITERATURA Serie 11. Bogotá, 16 de Enero de 1875. Número 19. • A~DE. EL DOOTOR SANGRE. (llclacion histórica.) DON FRA.'CISCO y DON JAIME. Corria. el año de 160-1. T ue tro Estados U nido de Colombia, á la. sazon Pre idencia dependiente de uue tra querida España, dormia una paz octa\·iaua. j Dicho..;a edad y (hchoso~ tiempo aquello en que, todo, vidas y haciendas per­tenecia de derecho á 11Ú (lulO el ney. Lo ,irtuo os colombiano~ dormian el , m'ITo de la inocencia envuel­to uno. en capa dc pnño de SlIl Fernanclo, cu­hierto · de galonl' y piele . ." lo otros en cami eta y lienzos del afamado Rumiriquí. Nada de Oontitucione l\i de uereclJo del hombre, ni de imprenta", ni de tudas e, a patraiias con que oñamo en este pícaro siglo. Todo era paz r con ten to á la OIU bra uel glol'lo. o pabellon de .su ~Iajestau y bajo el amparo de la Rea.l .A udiencia. Don Jhrtolomé Lobo Guerrero, de gloriosa memo­ria, l'cgentuua la silla urzobi pal, y ,us misionero, traidos de :Méjico cchabnn 103 cimiento. del gran se­minal'Ío de 'an llartololllé, cunn. precio' a de las le· tras 'olombianas, á la YC7. que daban ocupacion y su - tento á multitud de indígenas privado ya. de su libertad y conrlcnaclos á In cargas de la vida ciYiliz!\­da. Ahí habian de tener lugar la di.-:putas escolástica que por largos año ' formaron el único acontecimiento ruido o de la Colonia y al\í brotaron tam bien las elli, pas que convertida de repente CI1 un incendio, de· voramn en un momento el ,olio de lo,~ vircyes y e l antiguo erlificio de la tüanía. Pero COIllO hemos dicho, por ent6nce todo era paz y contento, segnn decia el Presidente y repetian ,u~ corte 'ano . En la e quina de la pla7.a. babia ú la suzan un edificio nuevo y vi toso, por frellte del cllal 11') pa;;aban los bien ayenturados colonos in tocarse el onaje que queremos ver. Lásti­ma que en aqycl tiempo no hubiese fotografia. E un ancIano alto y delgado. E ti enyuelto en unlt rica capa a7.ul r por debajo del damasco de la • meslt se a1can7.an ¡í yer sus flaca pautol'l'illas forradas en una media de sed n color de carne y us piés calza­do de zapato con hebilla de 01'0 que de can an obre un CUCl'O de oyep e carmenado y blanco COl1l0 nieve. A oma t,\mbien bajo la capa u ligero e,padin, una. copo, lt peluclt le cubre la cabeza ha~ta los hombl'O afeitado entel'l\mente y uno anteojo de filete~ ele 01'0 cubren s ojos bajo las cejas e. pe a como un b ue y que á la par de lo lente~, procuran ocultar la miradas del anciano. rn expediente tiene al lado y varia cartaS e. Cl'it'l'i en to co papel e. pañol y prga las con obleas de colores, que el anciano ha. devorado con ansiedad. Quién e este per onnje 1 Xada ménos que uon l<'rauci co de Sallde Presiden­te del Nuevo H.eino. I1.lce ocho aiio que n~anda en h\ Colonia y espera mandar por lo mé 1). otro. ocho. La mampara. e aore y entra un ') e,o personaje: otro ancwno de cara auu-ta y supicaz, de cspe a bar­ba y vientre prnmillentr ye tirl ele ancho calzon y chupa de paño burdo, en cuyo!> lljales lleva Cl1"'arzada. la cadenilla de bronce del reloj. '" -Os e, peraba, dun Jaime, dijo el anciano volvién­dose y mirandole con agrado. -.t\qllí \Ud teneis, -eiíor. Ilabeis recibido algunas noticia ? -y bien gordas, don Jaimc. -, iempr,e que ean en pr(l"echo ,le Sil Majestad .... -- u i\IaJe -tad ha probado la merlidas que tomé para furtific31' :i Portobelo y qne )J1 tanto acierto ha. llevado :í. cabo el capitan otom¡, 01'. _~TO las aprobarán i~llalmcnte cont tó, don Jai­me, arrellanando e en la esquina m,ís c rcana de un ofá.,. perro illgle e con que 11 l\Injestad Lritún:ca sta JUfe tando lo m. re. " e tas India. E 03 perr~s ingle, es solo contribuirán á aumentar r ... nuestra glorw, cuandu 1.0nO'am08 fortifica "O'-'vt"\ litoral! como lo deseo, conte to '-\"<:'7", Rr..Ñc¡,O que daoa vueltas entre ~1"!'" ta escrita en grucso florete. -' A Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 146 LA TARDE - y de Due tro Visitador no habeis tenido noti· cias 7 -Oh! ¡los cbampanes llegaron felizmente :í. IIon­d~ y nue tl!O regio huésped entrará temprano á un-tafé. Mirad, es carta suya. -Parece activo el vejete. i e e calor dell infierno ni esos mo quitos de Barrabas han sido pal'te bu im­pedirle que o dé cuenta de su llegada. - Puede el' que sea un adver ario digno. Y no se ha traslucido nada de su llegada en el público? -Oh! si, estos malditos criollos todo lo husmean y adivinan. -y cuando creen que llegará el huésped? -Mañana, señor Virey. ., Los amigos y aduladores le daban en prn·ado el tt­tulo de Virey, aunque sólo era Presidente. -Por supuesto eslarán muy preparados pan reci- • birle. -Fincan tantas esperanzas en él 1 -Pues yo les daré una fiesta que los ha de diver-tir mañana. -Sabei~, señor "!'irey que DO las tengo todas con- • mIgo. . . , . -y porqué don J&llne? No os crew. yo tan tHUldo, Di habeis dado muestra de tal en nuestras largas campan- as. -Pero ... , prefiero batirme con los indios á luchar con estos criollos de cara compuugida y bonachona. -yo sé más que eIJo don Jaime, entre esas cal'· tas hay una de la corte, en que me avisan que esté alerta' porque han ido informes no muy satisfactorios acerca'de mi vida y milagros. Lo que importa sobre todo es que averigueis cuales son los de afectos y cun­les los que han dado informes, para darles su mereci­do; porqlJe la justicia es mi norma y yo aco tumbro pedir para el César lo que es del César. -De manera que el Visitador estará bien preveni­do en contra vuestra? Buena la vamos á tener! Por un lallo los criollos y por otra el Visitador! -Para todos habrá, don Jaime, la horca está 13- vantada en la plaza y miéntras yo ,int no se quitará de allí. -Para el Visitador, virey ? -Sí, para el Visitaelor y los suyos. -y no temeis lÍ. la corte? -Miéntras van y vienen noticias ganaremos tiem-po y tiempo vale más que dinero. Adernas de eso, estando repletas las cajas reales, su Maje~tad estará contenta; que oro y no lágrimas quebrantnn peñas. -Pero su Ilustrísima? E el adversario má!' fuerte. -Con razon dicen que aquí hay mucha. Iglesia. y poco Rey, Yo les haré ver inembargo, que de la auto­ridad nadie se burla y Lobo Guerrero irá, si es preciso, á la Corte bajo partida de rej . -y os atreveríais á tanto, Virey? -Audaces 100·tuna jv/vat. El mundo es de los va· lientes. -y <¡ué ordenais para mañaná 1 -El Visitador vendrá á comer á palacio, y el preso será colgauo mañana. -Mañana? .... Pero debía ser ejecutado más tar­de. E ta será una cam panada terrible. Pen. adlo bien, señor Virey. -Cuando os digo que no os conozco! A un lndo timideces y que lo cuelguen mañana. Si no quereis comunicárselo vos mi mo, euviadle al monigote Val­verde. Lo dicho, dicho. -Así se hará. Acomodóse las gafas el de Sande y visto esto, le­vantóse don Jaime, y C011 aira preocupado y sombrío abrió la mampara y alió á la calle. Empezaba á o curecer y el virey se abalanzó sobre los expedientes y continuó leyendo con encarni;r.a­miento, semejante á es:lS aves noctumas que al caer la sombra, tienden el vuelo rn busca de su presa. (Continuará). J, J. BORDA. EL PASADO. El paaado ! ... pasado irrevocable. CONF CIO. j Soña.ndo rstuve un tiempo fortunado Con este porvenir que hoy os pl'e"ente ! De lo que yo soñé! ... cUlín diforen te 1 j Si pudiora volver á lo pasauo ! j N o era en t6nces, oh no ! tan desgraciado Pues hubo quien me amara con ternura! j Y jugué con su amor!. .. Cuánta locura! i Si pudiera volver á )0 pa~ado ! i En honores y glorias embria.gado, La fortuna doquier me sonreía! Oómo entónces goc6 ! ... cuánto reia ! i Si pudiera volver á lo pasado! i Ah mis años de paz1. .. j Ah tiempo amado En que sueños soñé de venturauza! Se acabaron mis sllelios !. .. roi e1'peranza ! j Si pudiera volver á lo pasado! 1874 TE~IíSTOCLES TEJADA. Carta de un suscritor. Seño\' editor de " L .. Tarde." Ibbiendo oido uecir que los !;eñores José María Qnijano Otero, J Davill Guarin y Nepomuceno J. I avarro, * redactaban un periódico li ter:lI'io,-dije al punto :-Bueno tiene que ser, porqne <'80S caballeros 011 hombres de seso y pe o, e decir, Iitera:o de pd- 71w-ca¡·tello, ó de primera fila, hombres versauos y ele lDUy buen gusto en la literatura, y e muy probable <¡ue hngan un gran servicio al país con u periódico, abriendo cam po ti lo bueno 71 á lo bello, y cerrando la puerta ele su imprent.a á tanto bárbaro iliterato que tiene auurrirlos a lo que Icen, con producciones eró­ticas y de otras laya, . y tal <¡ue lo pensé, salió; ¡1nes 10<; números del pe­riúdi o salidos ha ta hoy; me han colmado do satis­f:\ ccion. La ec1icion e ell'gante, y eria completa, si los cajista la revisaran algo m:i . . Lo materiales, sal­vo los quo é"te . u pobre I;eryielor ha sUll1ini~trado, y uno que otro cántico erótico, de los (le á tres al cuar­to, y q no 50 ban escurrido pOI' conde cender con sus autore~; (pol'que los malos autores on lo más im­pertinente y t\udace ) salyo é to~, digo, todos los demas &on bueno!;, y honraD á , ns genitores y al país. Me he metido á critican, sans faqon, dirán algunos; pero es el ca '0, que tengo 1:1. ca tumbre de decir con libertad lo que iento y juzgo, y de mani qué me parece bueno, y qué malo, aunque éste mi i te­ma me haya caus:\do bartos disgustos en esta tierra, donde tanto se adula y miente, y donde la verdadera crítica. literaria no existe, no sé pOI' qué. Y a propó ita. i No creen ustedes útil el abrir ya la era de la crítica literaria, de que tanto necesita­mo , en medio de e te 'l1UtTcmagnun de versos y de prosa, que brota sin cesar de la prensa colombiana '1 i No opinan u tedes, que, examinando las produc­ciones de todo el que salte al campo de la publicidad, pero con fría. conciencia, ilustracion, delicadeza, buen lenguaje; y in condescendencias indebida, es el me­jor medio para fOI'mar una buena litbratura nacional '1 • Hoy he sabido qne está encargado de la redaccion de .. La Tarde" el DO méno8 ilustrado literato, señor J, J. Borda, á cuya. pluma debe la litera.tura nacional precioBisimns jora8, • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. LA TARDE 147 E to, en mi sentir, e ~ urgente ; porque si se deja ' m,is atenerse uno á lo quo enseña el di ccionario cas­correr la 1;0la, es deeie, s i los que entienden {Ct malcria, tellano, que quedar-e sin idioma. d ejan que todo zot e e zampe á escritor, s in ll ec irI o E l idioma español es magnífico, y no d ebe despcda-o x te ni mox te, yendrá Culombia á se r, en mat eria zarse a í no má . l ite raria~ , peor que la E' paña de Gúngo ra : caerá en Y deseando á señorías, mucha paciencia, y mu-un ludazal infcct , y el buen g us to, el arte, la cien- eha honra en u labor, ya que no dá pese tas. cias, y el noble estímulo e irán, cumo lo dio es 1"0- Soy su amigo y su critor, UNO DE TANTOS mano en la decadencia del impcl'io. lngcnios tenemo. :í. millares, 'PCtra todo, Lo c¡ne fal - ta on: bnena direccion, mulo, y críti ca ju ta, Llamen ú que e<¡Cl·iban :í. lo buenos e criCores del pai ; acojan con amor á los que priv,cipian, pcro co­rrig iendo u obras; y cchen á. pa1lear, con uuen hu­mor y sábias razone , ,( los profanos. A í, veremos f1urece r, como ilOl'ecen nuestro campo , á mucho ingenio¡;, y har;in inmortales sus nOlUures y su patria. Si pam cOl'regir la maldad social, exi. te la moral; para ::orl'egil' y mej orar á. los malos escl'i ta res, exist e la , a na crí tica. ¿, y díganme ustedes, por qué callan, y no escriben en ,( La Tarde," mucho eximio escritores que de de mucl,lo ti empo ha tienen h ecba una merecida reputa­cion? Ese silencio no e patrióti co ni humano. Cada caal que algo saue, debo ponerlo al , ervicio del pro­gre. o, ó de nó, e un egoista imperdonable. y annque e' cierto que aquí no hay provecho ni c , tímulo pata los e critores, esto no importa para lo que tienen e 'píri tu elendo. El génio no vi ve de la materia, sino de lo iumortal. Por tanto, opino porque u tedes toquen la trompe­ta, (no la del juicio univer al, que ele pel1~ar en ella, tiembla todo cristiano), pero i"í la de cabal/erí(¿ lüt­nem, convidando á los siguientes e"critores, á que, con artículo y versos en mano, ayuden á ustedes á darle uw. carga mOl·tal almar0<>-0<:::: ~- LA FLOR DE BOLIV.A.R, Alos señores José María QuijaDo Otero, J. David Guarin y Ne· pomuceno J. NavalTo. Lento y majestuoso declinaba el sol en Occi­< lente una tarde que atravesaba yo melancólico los campos inmortales de Bomboná y de Cariaco. El sublime cuadro de la gran batalla que se diera allí, y en la cual la tiranía brillaba con sus últimos reflejos y la libertad relampagueaba como el sol naciente, se presentaba á mi vista con toda la perfeccion de sus l'asgos y la pompa fúnebre de sus sangrientos colores. La titttnica figura de Bolívar que se destaca en las páginas de la historia de la América li­bre, alIado y superior á la de Washington, me parecia verla brillar en ese ca.mpo como la figu· l'a de un dios mitológico, teniendo á sus plan- -- tas una piedra pOl' pedestal, la brillante espada del libertador de un mundo en la mano y el blanco pañuelo con que enjugaba sus lágrimas de desesperacion en h otra. Al frente de Bolívar y no á pooa uístancia, me parecía ver á don Basilio * armado con la arrogante y solemne sercnidad de uno de los h éroes defensores de Sagnnto, y que á la manera del Napoleon de la libertad americana hacia vibrar la eJpada con qll.e le disputaha el triun­fo, espada célebre por sólo el hecho de hacerlo dudar de la victoria. Sin embargo, no era el r ecuerdo del egregio Bolívar, no los esfuerzos del valiente don Ba­silio, no el terrible cuadro de la batalla de Bomboná y de Cariaco, 10 que me llamaba la atencion en ese campo aquella tarue en que, el sol como un escudo de oro parecia su ;:¡endido del éter y el cielo con su irradiacion más pura. y suprema no pedia bellezas al cielo Je Italia q1ie tanto ha inspirado :i los poetas; on esa tarde en que las auras delicadas y traviesas como la vírgen del amor primero, .i ug'aba con mis cabellos y acaricia.b .l lUís moj iIlas; en esa tarde, en fin, en que las aves de plumaje pinto­resco, al volar d e rama en rama, daban al vien­to en cadencioso duo el trino de sus dulcísimos gorgeos. No! lo que de ese campo me llamaba la ateocion, era una de esas flores que la na· turaleza es parca para brotarlas de su seno, como 1'i temiese que los hombres profanasen su bellísima obra; una flor cuyos colores en­cendidos no pueden compararse y cuya dura· cioo y brillantez desafiaban al rayo luminoso de la extraordinaria aurora ecuato rial. -Qué flor tan bella! Cómo la llaman? pre­gunté á uno de mis compañeros de viaje. -La flor de Bolívar, me contestó al mo­mento. -Por qué lleva ese nombre'? -Dicen, qua cuando pisó estos lugares el gran Libertador, Ulla de estas flores inclinó primero su corola ante él en señal de saludo; y que luego empujada por el viento voló {L ¡as manos del grande hombre, quien la. guardó despues de acariciarla. Desde entónces es lla­mada "la flor de Bolívar." -y qué significa? repliqué. -Lo ignoro, pero no puede ser otra. cosa que libertad, ilustracion y progreso. A esta significacion que me pareció tan bella, añadí esta otra: -Inmortalidad. Luego la arranqué de ese campo y la guardé como una reliquia santa. ¿ Pareseles, señores Re-dactores de La T arde, q ne esa flor puede tener algun aprecio? Yo de mi parte la estimo con veneracion, y creyendo que ustedes la harán valer más, la pongo en la mano de ustedes; pero la libertad, ilustracion, progreso é inmortalidad que ella significa, la cedo al nuevo pel'Íódico con que ustedes l'ega.­lan á Colombia. Pasto, noviembre de 1874. BENJ.uuN GÁLYEZ, I ... El gencr¡¡l cspañol Gnrcía, llnmado gCllcrnltuento don Bn­sileo. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • 150 LA TARDE Despedida del alma y del cuerpo. El ablla. Va tí romperse la amistad En que siempre hemos vivido: ;. o sabes que me despido Por toela la eterniJad ? J:-'l c¿terpo. l.o sé El allitCt. ¿ o sientes morir? El cuerpo. No sé en verdael 10 que siento j Tan sólo en este momento T engo ganas ele d ormir. El alma. Yenuo de la naela en pos, ¿ La nada no te amedrenta? El cuerpo. ¿, Tengo acaso quo dar cuenta D e nu.s accI.O nes a. D'l OS ?• •••.•• El alma. Sí, \iue sujeta á tu ley, En tn cárccl he vivido. El cuerpo. Yo siempre te he obedecido Como un escla\'o n. su rey. El alma. Tú has torcido mi camino l\.[ás de una vez sin sentir. El cuerpo. Yo no he hecho más que seguir Las leyes de mi destino. Responsa ble es el q ne yerra. Del gue piensa es I error. El alma. El aterpo. El alma. El cuerlJO. El alma. El cue?'jJo. El alma. .l-,l cue'7JO. Por ti conocí el dolor ~or ti vuelvo yo á la tierra. ¿ y no t·e asusta la muerte? ¿ La muerte qué es para mí? Inerte de ella salí, Con ella vuelvo á lo inerte. Tédio me iDspiras y horror. Tú á mí me inspiras hastío: ¿ No has hecho de tu albedrío Lo que has juzgado mejor? El alma. Por tu loca vanidad He sido al deber contraria. El cuerpo. ¿ Quién fué la depositari~ De la fe y la voluntad? El alm.a. y o'; pero en perpetua guerra Siempre he vivido contigo. El cue1po. No te disculpes conmigo De tus faltas en la tierra. El alma. Tú me has llevado á. reir Cuando he querido rezar. El cuerpo. Tú me has llevado á pecar Cuando yo ansiaba dormir. El alma. Tú has perturbado mi calma Con eternes devaneos. El cue?po. Mientes j los malos deseos El alma. El cue?·po. El alma. El cuel'P0. Brotan del fondo elel alma. Cierto! (conjusa.) Lo confiesas? Sí. (ave1·gonzada.) Entónces, ¿ por qué me hieres? Déjame do-rmir. El alma. (Con pena.) ¿ No quieres Que me despida de ti? Ve que no he de verte más El cuerpo. El alma. El cue1·po. El alma. Luego que esta vida acabe. No digas eso! Quién sabe! Podré aun ser tuya? j Quizás! El cuerpo es barro y miseria, Luz que una vez extinguida ... El CUC?po. No acabes ... que tambien es vida y es eterna la materia. El aZma. ¿ Abrigas aun la Husíon De ser un sér animado? .• • , El cuerpo. El alma. El cue,'jJ'J. Ji.,'l alma. El ('1.W rpo. El alma. El cucrpo. Tengo fc, ¿ Dios no ha anunciado La earnall'esurreccion ? i Ah ! sí, yo espero que un dia. Volvamos á un sér los dos. Pues d éjame. Adios! Adios 1 Pobre cuerpo! (volando.) (1l1ur¿cndo.) i Ay alma mia ! A. llURTADO. UN JURAMENTO_ (Continuacion. ) , --~Iil'ad á TIaCA Negra, dijo el guía; r abora mon­señor, nu necesitai de lUí. Hasla mañana. Una cal'c'ljada, en que S<\talUi- mí. \uo parecia en­carJlar;; e, acumpañó esta última palabrn, y el cazador buyó ántes de que el caballero hubiera tenido tiempo para decirle una palabra Ó l'utcnerle con un ge too D Ul'an te a 19l1nos segundus, us pa<;os rcsonal'on en la nicve endurecida, y su rí"a se prolongó en el es­pacio; luego el ruido de los pa os se apagó y el caba­llero de quien un tenor supel'ticio o empezaba á apo­derarse, creyó oi¡' :i lo léju esa carcajada en que se mezclaba una , iniestra-iroda. ---Es singular, llIul'ruuní Ralph, dominado á p~ar suyo por la fantá ticns leyenda~ que habian arrullado su infancia en Escucia. y continuó andandú pen ativo . IV. El vizconde Ralph pertenecía á un siglo excéptico y no podia da\' rédito ,t las superticiunes de un al­deano que cruia en el díaulu. -El bl'ibon ha querido burla¡'se de mí, ¡;:e dijo; -e­ria extraño y verdaderamente chu. co que el vizcon­de Rulpb, cnballl:!t·o de raza escocesa, mosquetero del Rey Lui;; X, á quien llaman valiente y que cree ser­Io, e dejase burlar. Si este hombre se ha reido de mí, le castigaré; si ha dicho la verdad, sabré ponlué lo" pretendientes de la señorita de Roca Negra han partido más pronto tic lo que han llegado. Mi tio, el a"zolJi~p), ba arrcglado mi matrimoniu con el señor ce Roca egrn y á ménos que la señorita no sea tan fea que espante, me cu."al'é COI\ ella. Esto diciendo, leó su caballo que tomó al trote á de pecho de la nicve que obstruia el camino. Bien pronto nuestro viajero llegó al lindero del bosque, y cntónces el horizonte se dilató á su vIsta: á di tancía de un cuarto de legua pudo divisar, enca­ramado sobre una roca casi cortacIa á pico, una masa negra, sembrada de puntos lumino1>os y que destaca­ba su sombría silueta sobre el gris opaco del cielo. Era Roca Negra, ca. tillo de la jóven castellana, cu­yo nombre siniestro lo debia á una leyenda más si­niestra aún, pero que se perdia en la noche de los tiempos, y desde bacia muchos siglos, los señores de Roca J egra pasaban por bUCllO cri tia no;;, valientes caballeros y rea . leale.> y fieles. Sin embargo, su po icion aislada en la mitad del bosque, la roca escar­pada que le servia de asiento, el paisaje triste que le rodeaba, todo parecia arrojar sobre el castil10, á los ojos de las poblaciones superticiosns, una luz desfavo­rable y la refl.exion que se hizo nuestro viajero, bastó para calmar el espanto del cazador y la autenticidad de su historia. El ca tillo databa de las cruzadas. El tiempu habia extendido sobre sus muros y torrecillas almenadas un muzgo negruzco y sus ventanas en ogiva, guarne­cidas de vidrios de colores, apénas dejaban filtrar al- • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. --------------------------------~----~ . , L 'A T A R D E 151 gunas luces di , cretas y monótonas. n silencio de muerte reinaba en el interior cual i fuera una de esas babitacione abandonada, á donde l os fantasma' de los dueños vuelven por la noche, á enccnder 5U hogar ha largo tiempo apagado. Al ruido dc la campana cuyo Ronido quejum 1"'r se perdió bajo las bóvedas so noras del viejo ca tillo, respondieron los ladridos de un perro furioso; lu ego Ralph oyó en el interio r una YOZ cascada que apa ci­guaba al perro, en fin resonaron pa os en la escalera y los pesados cerrojos que cerraban la puerta se d es· lizaron crugiendo sobre sus goznes. -Quién llega á esta hora? preguntó la voz que se habia e . forzado por calmal' la cólera del perro. -Un hidalgo que viene de Paris y á quien ·deben es­perar aquí: el vizcondc Ralph Marc- Brien. La puerta giró sobre sus goznes y un rayo de luz iluminó el rostro del jóyen viajero. -Ah! señor Vizconde, dijo un viejo criado que lle­vaba una linterna ell la mano; en efpcto desde hace dias Re os esperaba en Roca- J egra , pero hoy ..•. con este tiempo ..•• El ('I"iado introdujo al viz co nde en el patio de honor, -Diablo! murmuró Ralph ecbando pi é á tierra al pié dc la escalera, en lugar de un criado de librea mc habria gustado más un arquero; hubiera armonizado mejor con el estilo del cas tillo y u aspecto fúnebre. La gran puerta del castillo rstaba abierta y Ralph, al atravesar el dintel del vestíbulo, oyó un canto mo­nótono y l(.')1to que parecia salir de una sala baja cu· ya puerta entreabierta d~jaba escapar una débil cla­ridad. El canto salmodiado por dos voce, una de hombre, otra do. niño, no era otro sino el oficio dc difunto:::. -Qué "ignifica esto? exclamó vivamente el viz­conde volviéndose hácia el criado que le introducia, hay un muerto aquí? -Sí, monseñor, rcspondió el criado. Es un pobre diablo de cazador cuya cabaña está á la entrada del bo<;que de Roca- egra. Ayer vino á vendemos 1:\ ca­za; en el camino el fl'ío le sobrecogió, qui o beber y ha muerto de una congestion cerebral. Mañana le en­tierran y el capellan le reza las oraciones de los muerto!'. -Es singular! 'dijo el vizconde que se e tremeció involuntariamente; yo he sido conducido aquí por un cazador cuya cabaña está igualmente situada á la en­trada del bosque. -Es el mismo, monseñor. -Imposible, puesto que me ha. servido de guia bace una hora y se ha scparado de mí en las puertas del ca tillo. -Cómo le llamais, monseñor. -Juan Denis. El criado se encogió dc hombros y dijo: -Monseñor está soñando, Juan Denis es quien 3a muerto. Por otra parte en los alrededores no hay otro cazador y á la entrada del bosquc de Roca-Ne­gra otra cabaña sino la suya. -Ah! exclamó el vizconde, esto es maravilloso, yo descu briré la vcrdad •.•. y sin esperar respuesta se dirigió á la sala bHja de donde part¡an los cantos fúnebre:::, empujó la puerta y entró. Un sacerdote y un niño estaban arrodillados al lado del muerto á quien habian colocado en un ataud y cuyo rostro estaba cubierto con un paño mortuorio. Dos cirios ardian en los extremos del ataud. -Diablos! murmurO Ralph, sabré si bay dos Juan Denis ó si mi chusco del bosque ha completado su burla. tomando el nom bre del difunto. El vizconde extendió una mano hácia el ataud y apartó el paño, miéntras que con la otra acercaba un cirio al rostro del muerto. Repentinamente Hl11zÓ un grito; el cirÍo se escapó de su mano, cayó al suelo y se apagó. El vizconde retrocedió pálido, tembloroso y con la mirada. extraviada. Acababa de reconocer en ese cadáver al cazador que le habia servido de guia. Dcspues de un rto momento de espanto, el viz-conde tuvo valOI' para volver bácia el ataud y tomar la mano del mucrto ; estaba [ría. Apoyó la suya so­bre el corazon, babia d ejado ele l'ltir. Juan Denis el cazador c, taba muerto. -Extraño, extraiio, murmuró el vizconuc. y salió bruscamente. v Para calmarse un poco, Ralpb sejuntó:11 criado, y sin decir una palabra de lo que habia visto, se puso en tren de seguir al anciano hasta el salon donde sin duda lc esperaban los hué~pedes de Roca-Neg ra. DeRpues de haber subido una ancb:\ escalera de gra­da de piedra y balaustrada de hierro, el vizconde llegó al primer piso del castillo y atrayesó suce ivam cnto varios salone que por su lujo recordaban épocas diferc­ntes, desdo el Renacimiento con sus muebles y sus có­moda " ba , ta el seductor 1'OCOCO puesto á la mod:\ por :Mmp.. de Pompadour. Espejos de V cnecia,a I rombras dc Orientl?: . al dc Bohemia, objetos deliciosos de artc de oro y de bronce, todos esos lIaclct co tosos quc ruedan aq ni y allí en las momdas opulen tas y ari sto­cráticas) deslumbraron los ojos del vizconde. Ciertamente, si en el exterior Roca- egra era un lúgubre y somurio ca tillo, si en la calzada salmo­diaban cantos fúnebres en una pieza fría y desmante­lada cerca de un a taud, en el primer piso todo era seductor y reflejaba el brillo do un lujo de príncipe, . El criado empujó las dos batientes de una puerta y anunció: -El señor vizconde Ralph ! Este se detuvo un momcnto y lanzó una rápida mirada en torno suyo. El salon á donde entraba se parecia mucho á un r etrete de Versallos ocupado por una mal'quesa de veinte años; cn los candelabros de . tas torcida, colocados sob re la chimenefL á los la­cle un p é ndulo ardian bL,gias refl ejadas hasta lo inflni to pOL' los espejos. Ralph creia e~tar soñando, olvidó al cazador vivo ó muerto, sus terribles pred icciones y crey6 estar en un salon de VersaJles ó de la Plaza Real. Entró con paso lento y desembarazado, el tricor­nio bajo el bruzo y se dirigió directamente á la chi­mcnea cerca de la cual habia dos per onn : un ancia­no y una jóvon. El pl'Ílllero era un hombre hasta. de setenta años, alto, dc 1' 0 tro n ob le)' afectuú o y no era otro ino el baron de Roca-Negra. Laj ó ven que podia tener veinte años, em rubi!l y blanca como un:\ madona de Rafael, con ojos azules como cl azul dcl cielo de ltalia y manos más blanca que la cera yíljen. Lascñorita Herminia de Roca-Negra reasumia e e tipo divino de la muj e r nacida bajo el plÍlido sol del orte. Su talle delgado y ondulante se habria podido comparar al de esa flores d e licadas C] ue 110 pu ede n rrollarse sinO en una atmó. fem tibia y en IIn si­tio á donde no llegan nunca los ardientes rayos del Mcdiodía. Por lo demás, el aire elegante de las mnJere de calidad, realzaba aun e>,a Lelleza maravillosa yel vizcunde Ralph dcsl'lmbl'ado, ,c estimó 01 hidalO'o má feli7, del mundo cuando se inclinó delantc de ell:\ pensando que se inclinaba delante de su prometida. -.Ah! vizconde, dijo el baron, soi un cUlT.plido caballero y v exactitud es digna dc elo.,.io. Lle-gai con un tiempo infernal. o El vizcondc y ~l.baron cambiaron algunos cumpli­dos de uso y el vIajero se encontró al punto instalado cómodamente en el rincon de la chimenea entre su futuro suegro y su futura e posa. Ralph tenia el númen chispeante quc distinguia por aquella epoca á ~ral'ly ; el baron a l' de su se­tenta otoños,era siempre corte~ano, y ermin ia por su parte tenia la gracia, la distincion, el pudor y el ta­lento delicado de una jóven de dístincion educada piadosamente, pp,ro sin rigidez ninguna. La conversacion quc se trabó entre los tres perso­najes no podia tener ese reflejo de fúnebre tristeza. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 152 LA TARDE que habria debido resL1I tal' ele lo primeros terrore, del vizconde y de las extrañas relaciones del cazador. Olvidó el alph de que e encontraba en l\Iorv:l11, á cien legllas de Yer-alles, en UD ca . tillo feudal perdido en 10- bosque", en presencia de una novia que hacia huir espantadus lÍo cuantos osaban pI' 'tender su mano. Al paliar del e. pléndido y coqueto retrete á ese lujo rígido y sombríu, se experimentaua una especie de reaccion rnora1. El Yizconc1e se Ó repentina­men te, cuando se nconló de las pred icciones del caza­dor, y p('n Ó en el muerto que estababa en el ataud De repente alzó los ojos y vió clavado en la pared el retrato de una mujer. Estremeció e violentamen­te y su ojos se fijaron obstiuadamente en él; era un retrato de cuerpo entero, cuya pintura no podia re­montar á mas de dos ó t,re años y que contrastaba por u fre cura con los cuadros colocados á su lado y que repre entaban ü. los Roca-~egra muertos. "Un candelabro de tre brazos, clavado en la pared, ilumi­naba ese retrato tan perfectamente bien que se podian admimr sus menores detalles. Repre en taba. una mujer de una belleza de lurobl'a­dora, belleza que parecia abierta á los rayos del. 01 español, una cabe7.u de demonio má bien que de ángel, con largos cabellos negro que le caian por sus hom­bros, una boca entreabierta en que brillaban dientes menudos y blancos, una mirada cuyo brillo habia co­piado con peefcccion el pincel. E -te retmto era tan vivo, tan perfecto, que el vi7.conde creyó ver una mu­jer real y una. Il1njer tan bella que á su lado Herlllinia no tenia siuo un atractivo vulgar. Al pié del retrato estaba e~crito un nombre: FOL­l\ IEN! Fulmen, ó lo que e lo mi mo el rayo, ó la más bella. criatma de España que hubiera bailado nllnca el bolero en Jo jnrdiues enbalsamados de la vieja ~\.I­harobra. Los ojos de Ralph se clavaron ob tinndamente en el retrato; ahora olvidaba á sus huéspedes y creia que la imágen de Fulmen iba á hablarl,·, y d('cirle : - ay yo .... á quien no has podido "er el rostro; yo, la andal U7.a del baile de má::.caras. El baron notó sin duda la contemplacion del vi7.· conde porq ue le elijo bru~camente. -Vamos á la. mesa, mi querido señor. Estas palabras rompieron el encanto; los ojos del vizconde. e desprendieron del retrato y se dirigieron de nuevo á Herminia. Aliara la encontraba fea . -De quién es ese retrato? prC'gllntó al baron. -Este 00 re¡;pondió; una nube pa ó por su frente y frunció las cejas con una expresion de cólera y de' dolor, que arI'ojó al ,izconde en el dominio de la más extraña conjeturaR, al lUi mo tiempo que la señorita IIerminia de Roca-:Xegra e ponia horl'Íblemente pá­litl: J.:r bajaba dvamente los ojo. -~s muy ral'O! murrolll'ú llalph. JmarÍa que e' ei la. La cena se terminó silensiosamente. La pregunta siu duda indi creta del vizconde parecia. haber arro­jado un fria glacial entre e.os personajes que ha. poco conversaban con abandono en el lindo retl·ete. El vizconde continuaba mirando siempre el retrato de Fulm'3:1; Hel'1ninia. e hftbia callado y el baron refunfuñaba palabras inintelijibles, pero dictadas evi­dentemente pOI' una sorda ilTitacion. Sin embargo fué el primero que se levant6 de la mesa. y dió el brazo á su hija para. yol\'er al salan. Ralph iguió. • Entóuces, a í como la fda atmósfera del comedor habia parecido impresionar desagradablell1ente á ros ti'es convidados, lo mismo al encontl'al'se en ese lindo alon, brillante de luz, lleno de flores, de dorados, de e pejos, pi.:;ando la de su espe-a alfombra y to­mando su pue. to en el rincon del hogar, el vi~condf. y su huéspedes experimentaron una. reaccion en sen­tido inverso. -Bah! murmuró Ralph, todas las e. pañol as se parecen; por qué habia de ser ella y no otra? La sonrisa reapareció en los Ja.bios del anciano; un encarnado fugitivo yolvió á la mejillas pálidas de lIerminia y Ralph mismo encontró de nuevo el uso de la palabl'a. lIabia recibido una leccion; no fué indiscreto y no preguntó ya quien era Fulmeu. Al cabo de una hora de conversacion y de dulce intimidad, lIerrniuia se retiró ú su aposento, dejando al \'Í7.conde 610 con su padre. . , - Vamo dijo el baro.n , golpeando el hombro del Joven, COnvel emos sel'lameute. -Os e cucho, señor. -Seria. mejor que yo os escuchase, porque en fiu 'os sabei qné objeto os tme aquí •.• -Pero, dijo tímidamente el vizconde, el arzobispo mi ti ' ..... -Ah! .. ah! -Sabeis baron que la señorita de Roca-Negra. es encantadora? El anciano se incliuÓ. - y si , olamente depende de mí .... Ralph, habia olvidado otra vez ti la andaluza. - Jo depende ino de vos vizconde, dijo el anciano sonriendo. -Ah! mi querido suegro, más vale pronto que tarde. Qué o parece? -Dentro de ocho dias si quereis. El domingo próxi­mo, por ejemplo. -Está convenido para el domingo. -Entre tanto, aiíauió el baroo, llevaremos aquí una vida feliz. Soy montero apa ionado, y i á vos os gll tn I a caza .... -Con locura. baron. -Cazarerno todo los dias. Por la noche, IlermÍ-nia nos iocani un trozo de música. Pel'o, se intert'um­pió el baron, me olviJaba que habeis caminado todo el dia y que. in duda, necesita uescan al'. El baron tiró la campanilla y el criado que habia introducido á Ralph volvió á presentar e. -Conducid al ::eñor vizconde á u aposento. 1 alph iguió al criado que le hizo atravesar de nuc­va el comedor. Los ojo del vi7.conde se clavaron otra ve'z en el retr.¡to de Fulmen, y tomando al criado por el brazo le dijo: -De quién es e e retr.lto? El criado va ciló. -Hab la, dijo imperiosamente el v¡7.coude. -Es el retrato de la. señorita Flllmen, respondió el criado tero blando. -Quién e Fulmen? -La hermana mayal' de la señorita HerminÍa. Ralph se encogió de hombros y dijo: -No e ella. Sin embargo obedeciendo á una emoeion desco­nocida. -y dónde está ? dijo. -Ha muerto reS'pondió el criado doblando la cabe-za,. r u re- tl)S reposan bajo la ultima losa, á la. de­recha del altar en la capilla del castillo. Ralph lan7.ó un ,u. piro y murmuró -Entre' la y e pañol a, creo que habria pre-ferido á Fulll1en. Y siguió, apartando con pella los ojos del retrato. (Gont inua,.á ) , : , Si de nuestros agravios on un libro Se escribie e la historia, y se borar e en nue-tras allllas cuanto Se borra e en sus hojas; Te quiero tanto aún, dejó en mi pecho Tu amor huellA tan hondas Que sólo con que tl'l bOlTases una', La borraba yo todas! G. A, BEGQUER • •

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 19

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 32

Por: | Fecha: 17/04/1875

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • . -, ---._-.s:.c:.-Jt:::::?íS ¿ <5 S ~L2.' ------ , PERIODICO DEDICADO A LA LITERATURA. Serie III. Bogotá, 17 de Abril de 1875. Número 32. ......cA A~DEx Recomendamos a nuestros lectores la leyenda del bellísimo articulo que lleva por titulo" Las Abe­jas," joya preciosa de la literatura francesa y cuyo autor es el celebrado escritor MERY. LAS ABEJ' AS. Problema espantoso.-La Abeja y Virgilio.-Orlgcn de la monar, q\Úa en una. colmcna.-EI trabajo o:-gnnizado.-La. guerra.­Un Edan sin manz~M,-Vic:torias y conquistas.- uperioridad de la abcjaamazona som-e el hombre soldado.-El genio de la Invencion.-Experimento hecbo en una colmcda de cristal.-El marqués de Ncgro.-Annrquia.-Gobicrno provisional.-Sufra­glo nniversal.-E1eecioll.-El drama dfl caracol y las nbejM.­Consejo do suerrn.-Car;;a.-Batalla.-Peripecias.-D c"~ nlace. Recompeosa. Vamos á abordar el más espantoso de los misterios zoo16gicos y sin esperanza do resolver un pro bleJlla, cuyo título es : la inteligencia del elefante rn. el cuerpo del insecto . Virgilio, aquel, alomon pagano que 10 estu­di6 todo desdli ~l cedro hasta el hisopo, espan­tudo 61 mismo al ouservar las abejas no sabe ya donde refugiar su penl:latnicnto, y olvidándose otra vez de que es pagano, deserta del Olimpo, abj ura el culto de los falsos dioses, el dogma de la materia, las creencias del Tárbro y del Elíseo, y entona el canto sublime del cristiano ántes de rayar la aurora de Nazareth, y lanzándose hácia el azulado firmamento, lo puebla de mundos y proclama la inmortalidad del alma en el domi llio divino de lo infinito. Nunca cosa más gran­de sali6 do la meditacion de un pagano, puesto que se anticipa diez y ollho siglos á nuestras te odas y á nuestros descubrimientos modernos; se hace plagiario de los sábios, nuestros con­temporáneos; arrebata á Saturno la iniciativa de las creaciones de nuestro globo, recouoce en el agua el principio de esas cosas: Oce'lnumque pat1'em 1'erum, y sin tener la c61era del empe­rador, sumo pontífice y plOtector de la religion, reduce á la nada la teogonía de Hesiodo, des­truye el monte Olimpo, halla la vida en el cielo y proclama la unidad de Dios. La caída de una hoja revela á Newton un se· creto de la naturaleza, el vuelo de una abeja revela ti. Virgilio toda una religion, la que va á nacer en J erusalen. Asi en Tibur * cuando Virgilio, Horacio, Vario y Mecenas hablaban de la naturaleza de las cosas con cierto estre­mecimiento de terror nervioso, un enjambre de ni Tiboll, ciudad del Lacio. (Nota del traductor). abejas era más iutolerable á su pensamiento que 1 enjambro de estrellas d~ la Osa mayor, dc las P16yadcs y do Orion. Para calmar un • •• • • poco sus ImagmaClOnes lDquIetas en presencia do enigmas tan desoladores, aquellos grandes hombrcs se veian obligados á rasgar el libro de sus primeras creencias y se refugiaban bajo las alas infinitas del Dios desconocido. j Ouántas veces he creído yo mismo sorpren­der las causas de aquellos terrores de Virgilio, cuando peregrino cn Tibur y corriendo desdo al álamo blanco, amigo de los rios, al fresno, amigo de los bosqu~s, descubría un enjambre de abejas en el huoco de las rocas 6 de los ár­boles j sobre todo al pensar que aquellas mo, narquías, hechas de un pueblo que vive siete años, atraviesan las generaciones y los siglos, eternamente reproducidos sobrc el suelo de su cuna, y que acaso me era dado ver las herederas directas de las mismas dinastías uacídas á la vista y por los cuidudos del maravilloso poeta latino. .' .... N eque enin plus septima d ucitur reatas At genus inmortale manet ... En efccto, bion merecian un himno de Virgi­lio las obreras misteriosas que componen sobre la tierra ese dulce ?'Celo celestial, llamado miel. Sin embargo, el más humilde de los natura­listas tiene el derecho de añadir su pequeño ca­pítulo al interminable libro de la zoologia. Se escribirá la última palaln'a acerca del homb1'e j pero CtCeTca del elcfan/'e jamás, ha dicho un in­dio ~ábio. La misma máxima puede ser aplicada á lfa. abeja. Esta es hoy mi disculpa. Siendo la croacion de la abeja anterior á la del hombre, se puede creer que este noble in­secto ha inspirado la primera idea del gobierno monárquico, y aun de la antigua ley que daba el cetro á la mujer, lo cual hace el cetro más dulce. i Oosa notablo! aca o haya todavía hoy en algun valle desierto de Sicilia y en el hueco 'de las piedras pomez, pumicwus cavis, colme. nas naturales amadas de las abejas; allí habrá moscas de miel que viven bajo el régimen mo­nárquico hereditario, desde la primora piedra pomez del Etna y que jamas han becho una re­volucion para ensayar el gobierno representa­tivo, 6 la república, 6 la anarquía, 6 el triunvi­rato, 6 el directorio ejecutivo, 6 el justo medio. Aquellas abejas sicilianas han tenido siempre una reina, no elegida, sino reina por dereoho legítimo de nacimiento, y la han rodeado siem­pre ddl mismo afecto, servido con el mismo celo y defendido con el mismo valor en las horas de peligro. Su historia de sesenta siglos no con­tendrá ni Ulla sola revoluciono Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • 250 LA TARDE Eso gobierno instituido por las abeja podria servir de modelo á, los hombres, si los hom bl'(, s se decidiesen un dia á, copiar un buen modelo. Nada más admirable que lo interior de una col­mena. Todo el mundo trabaja; cada súbdito desempeña la tarea quc se le impone y sirve al pais segun su capacidad relativa. Las unas, do­tadas del instinto de las previsiones atmosféri­cas, observan el estado del cielo, y se oponen á las sali. muralla tapizada de acacias de suaves olor s y un pequeño lago alimentado por la h rmo [\ fuente de aint-Pons y bordado do cipresos, cuyos cascabelillos brillaban al sol. Expcrimen­t1. base un encanto inexplicable en respirar el aire de aquel va.llo, donde los pinos mezclaban al menor soplo de la brisa sus perfumes y sus conciertos. i en aquel tiempo venturoso MI'. de Albertas, propiotario dc Gemenos, el Tempé de la Provenza, mo hubiera dado la única ca­sita que animaba aquel paisaje y el jardin dondc crecía el girasol de rayos de oro, donde se arrastraba la sandia y donde la vid trepaba sobre el emparrado, habría hecho voto de no abandouar jamas aquel Eden sin manzanas, y lo hubiera cumplido religiosamente. La pobreza ó la ambician empuja hácia el Norte laborioso á los friolentos obreros del :Mediodía. No fué la ambician la que me decidió. Una colonia de abejas emigrantes pasó como una nube sobre aquel valle tesálico; la reina, que problablemente sabia geología se enamoró de la serenidad odorífiica del paisaje, y arras­trando á todo su pueblo, tomó posesion de un viejo pino, agrietado por el tiempo, y aislado como un anacoreta sobre una roca pelada en las inmediaciones del lago de los cipreses. La llegada de aquel enjambre alado fué in­mediatamente comunicado por un centinela al pueblo de las abejas, mis amigas y arrendata­rias legítimas del valle. La reina hubo de alar­marse al ver aquella invasion de abejas sarra­cénicas ; pero se condujo como una reina ingle­sa ó española; disimuló noblemente su emocion y representó el estoicismo con arte cousumado. ¿ Dió órdenes? Esto es lo que ningun oido hu­mano hubiera podido escuchar. ¡ Ay! ¡ so-n tan imperfectos nuestr0s sent.idos! pero casi en aquel mismo instante jóvenes y ágiles !lbejas emprendicron su vuelo, y haciendo punta hicia. el Oeste, como para ocultar su verdadera diree­cion, volvieron á. tomar el camino del Este por la via del aire y se cernieron sobre el pino ais­lado como para. examinar la. nueva. colonia, con­tar sus fuerzas y dar cuenta. fiel de su posiciono IJlevada á cabo con buen éxito esta aventu­rada. expedicion, volvieron al palacio de la reina, y al poco tiempo sobrevino en el ~eino agitacion extl'aordinaria. El grito de guerra fy.é lanzado en un zumbido sonoro, y cada abeja abandonó la comenzada tarea y aguzó su dardo. Allí no­hubo otra proclamacion. Al rayar el alba del siguiente dia fueron abandonados todos los talleres de miel y de ce­ra; y las abejas todas, á. excepcion de las enfer­mas y viejas, las pobres viejas de siete años, se reunieron delante da las colmenas en continente marcial. La reina revoloteó sobre las filas, y su belicoso zumbido se asemejaba bastante á uno de esos discursos que Tito Livio pone en boca de los cónsules ántes de una batalla. N~die comprende, pero todo el mundo aparenta com­prender, y jura vencer ó morir. A la señal dada la reina remontó su vuelQ y el ejército la siguió, oyéndose tan extraño .ruido que habria sido imposible creer que sCJD.ejant~ concierto saliera dc una reunion de insectos, si el valle no hubiese estado desierto y silencioso, • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. LA TARDE 251 como la cima de una montaña perpendicular. Algun tiempo uespues, cuando el cura de o.q uel pueblo me enseñó el latin, hallé:í Yil'gi­lio mny verídico cuando habla, :í propósito de los combates de las abejas, del sonido d el?"onr: o b1"Once, de los g1·itOS belicosos y de las voces que imitan el sonido de lcts trompetas, El ejército llegó al campo de los usurpadores, y los atacó vivamente con el valor que dá la buena causa. Inmediatamente dos nubes de abejas cubrieron el campo de batalla, y la peloa se hizo general. Jamás el Termodonte * vió desplegar tanto he­l'oismo en el supremo dia de las guerreras ama­zonas Las dos reinas enemigas se buscaban para luchar cuerpo á cuerpo, como Aníbal y Escipcion en Zama; pero los estados mayores envolvian tan perfectamtnte á las dos augustas personas, que el duelo real fué imposible, Los oficiales de la corona, los ministros, los corte­sanos, los favoritos y las favoritas se dejaban matar para defender la vida de las soberanas, y los cad:í.vel'es llovian como copos de nieve en medio de un tumulto que daba cierto cal':1cter épico :í aquella lucha de mosquitos. La batalla duró una hora; es la propol'cion relativa ti. la de l\IosKowa. la humanidad_ ¡ Cuántos Héctores ha habido despnes! j y cuántas oxcusas tomadas de la lliada, poema donde los -valientes de la víspei'a son los cobardes del dia siguiente. Sin embargo, notam:>s una diferencia en fa­vor de las abejas. Cuando los hombrcs se baten, hay siempre un ejército que acaba por tO:llar denodadamente la fuga, y los fugitivos llegan á ser héroes en mejor ocasiono Despues de una batalla de abejas no hay más que vencedores i los vencidos se dejan matar hasta el último. Esto es mucho más lógico_ Las batallas de los hombres, sobre ser cosas abominables, no tic­nen siquiera. sombra de sentido comun. Si os reunís para exterminaros, exterminaos; pero i baldon sobre aquel que, viendo un terreno cu­bierto de sangre y de oadáveres de sus amigos, muertos en defensa suya, comete, so pretc:xto de q ne está. vencido, la infamia de la fuga ó de sálvese el que pueda. Esta es una cobardía. qUI1 no tiene disculpa, inventada por los héroes griegos y romanos. j Terencio Vlll'l'On se escapa. de Caunas con cuarenta mil desertores, y el se­nado le felicita! ! ! Nuestros amigos han m.lerto, decian los fugitivos, mañana los vengareruos. Pero ¿ porqué no los vengais hoy, ya que estais aquí? Mañana puede venir la paz, y no serán vengados. Puesto que estais en el campo de batalla, teneis siempre un enemigo delante de vosotros: matadlos ó dejaos matar. Este es vuestro oficio, no huyais. No deis lugar á que un historiador cobarde escriba esta eterna frase tan deshonrosa y cómica: JJespZtes ele la victo­? ia jaenyl't perseguidos y acuchillados gmn nú­mero ele enemigos. Solo la noche puso fin á la ca?" nicería. Más de trecientos mil fugitivos han mordido el polvo y han sido destnzados por el encarnizado vencedor. Si se hubiese establecido en principio, como punto de honor imperioso, que la fuga deshonra al soldado, se habrian su­primido todas las batallas. En el fondo de todos 10sJieroismos hay siempre un grano de cobar­día. Héctor hui a delante de Aquiles, y este desgraciado ejemplo no ha sido perdido. Ho­mero dormia ouando inv~ntó el combate de aquellos dos héroes, y hacia muy mal servicio' • Sorl'onuOIl, rlo de Maeedonla. (Nota elel lraductol'l • • Un campo de batalla sembrado de cadáveres es indudablemente un espectáculo triste de ver; pero el sentimiento do conmiscerucion es pronto modificado por una reflexion filosófica muy na­tural. Esos hombres que así han caido en la flor de su edad por un pretesto que comumente ig­noran, teniendo todos el uso de su razon, una idea religiosa en el espíritu, un gérmen de ter­nura en el corazon y nna chispa del rayo divino en el alma, y ved á donde los ha condncido el olvido de las facultades recibidas" en qua pe/"­duxit miseros, corno dice Virgilio, pero i tal es la pena de llevar el título de hombre y perte­necer al género que se dice humano! Una sola vez en mi vida, y cn ese período de mi infancia de campesino, vi un prado ou­bierto de cadáveres de abejas, y el sentimiento que experimenté anto aquel espectáculo no se ha extinguido jamas, Reconocí á mis abejas vic­toriosas por la valentía de su vuelo, y sobre todo por la direccion que las llevaba á su an­tiguo dominio. Las que veia tendidas en el cam­po de batalla pertenecian á la colonia viagera y á las esforzadas falanges que habian muerto en defensa de su reina y del buen derecho, lo cual era de lamentar por una y otra parte, por­que aquellas pobres abejas, vagando al traves de los bosques y valles, no pensabán c.n hacer una invasion conquistadora sobro los dominios de otros; habian creido sin duda que las flores, los perfumes y las aguas vivas y el azul del cielo pel'ten,;cian á. todo el mundo, y expulsadas de su primera y querida patria por las asechan­zas dellagflJ'to, el pico del abejaruco ó las ex­halaciones de un cadáver de pájaro perdido por el cazador, habian abandonado con tristeza las riberas matornas para buscar una tierra amiga y volver á empezar su noble trabajo de todos los dias. i Ay! las abejas tienen tambien sus destinos. Aquellas infortunadas emigrantes ha­bian hallado su Lacio, como los troyanos de Eneas i habíanse entregado á. una alegría in­fantil viendo un porvenir de felicidad dom6s­tic a y de trabajo no interrumpido, y la fatalidad las empuj:lba al dia siguiente de un sueño de oro á una batalla de ex:erminio. Cunndo se piensa en lo infinito de la creacion, y aun cn esa partícula de aire donde se mueve nuestro humilde .i tema solo.r con sus cincuenta. y dos planetas, partícula de sesenta y sei mil millo­nes de leguas cúbicas, se debe dar la misma magnitud ó la misma flxigüidad tí todos los se­res de nuestro pequeño globo. Estos cálculos desoladores trastornan toda.s las proporciones conocidas, y en la óptica del ef'panto prestan al al'ador la talla del elcfante, Ldmitido esto, seria más humano dar l¡\grimas á. un campo do batalla de abejas que á las desgracias de carton expuestas en un teatro del boulevard. Muy pocos animales están dotados del genio de la invencion. En general, cada espeoie sigue con fidelidad monótona. las tradiciones de su instinto en sus movimientos, actitudes, apetitos, pasiones y hábitos. La invencioo supone un pensamiento, y el pensamiento no es el l'esul- - Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • 252 LA TARDE , tado de un instinto. El perro del monasterio ' cosas á una de esas repúblicas efímeras, donde que viendo al torno llevar un plato . de comida todo el mundo otorga el mando á todo el mun­á cada campanillazo que se daba, imaginó lla- do, bajo la condicion de que nadie obedezco, mar tambien para robar un plato, no b izo una Jamas hemos podido saber si el sufragio uni­cosa por instinto, sino que inventó. El instinto versal funcionó en aquella oca ion; mas para DO aconseja á los perros llamar para atrapar de todos nosotros fué evidente que acababa de ser esa manera un pedazo ele carne. Oierto que es- elegida una reina, la cual recibia los homenajes tos ejemplos son raros; pero cuando los vemos de sus súbditas. Desde aquel momento, el tra­en las abejas nos admiran mucho 'mas que en bajo, esta imperiosa necesidad de las abejas, las razas superiores de los perros y de los comenzó en el pequeño reino de cristal; verdad elefantes. es que hubo algunas viudas experimentadas que El naturalista Daubenton ha hecho en una deplorando la au encia de las condiciones más colmena de cristal un experimento muy curioso; indispensables á la vida de las abejas, pro tes­pero se ha contentado con indicar su resultado, taron contra el aturdimiento de las jóvenes; sin entrar en el drama y los detalles. El mismo pero este cisma no duró, .pues una señal de la ensayo vi haCf:'r en la villeta del marqués di reina sofocó en su gérmen aquella oposicion de Negro en Génova, y _ no creo que la zoologia nna minoría facciosa, y todas ya de comun produzca un hecho más curioso. Solo debo acuerdo dieron muestras de obedecer á este decir que el drama d~ la villeta es más com- pensamiento filosófico: "Vivamos hoy, mañana plicado en su ejecucion que el del J ardin de no existe." las Plantas de Paris. Las abejas italianas, ali- Los efimeros, esos insectos del rio Hypanis, mentadas con los jugos poderosos del valle de no viven mas que un dia, como lo indica su Lerbino, y los perfumes del golfo de Liguria, nombre, y pasan alegremente la existencia ju­debian sobrepujar en inteligencia á las abejas gando y loqueando sobre las flores, y nosotlos, de la calle l\louffetar. mortales raciona les, ¿ no somos tambien efi- La ley solar del clima que se aplica á Virgilo, meros para los habitantes de Satul'Uo, Júpiter Rafael y Rossini, tiene tambien su aceion, des- y Urano, y de otros mundos de!:'conocidos 6 cendiendo la escala, sobre todos los seres ele la invisibles que emplean treinta años en hacer su creacion, en la península de las flores, de los Ji- revolucion al rededor del sol? moneros y del sol. Así, pues, los que quieran Al concluir este primer dia las inquilinas de hacer la misma prueba deberán apreciar su la colmena de cl'istr 1 no solo se hallaban resig­marcha y resultado segun el grado de latitud. nadas, sino 3atisfechas; habian vuelto á sus há­Obtendrán acaso mejor éxito que el marqués di bitos; los zumbidos anunciaban la alegria y la Negro, 6 rnénos completo que Daubenton, pero quietud, y la reina, radiante de orgullo ma­al fin alcanzarán siempre un resultado. ternal se paseaba por entre las filas de abejas En un kiosco aislado, domiU'lnd~ el golfo y y parecia prometer á todos un largo porvenir la ciudad de Génova, fué colocada. una colmena lleno de felicidad. de cristal sobre una mesa, La parte superior de El hombre vehba; el hombl'e, ese tirano de la colmena, que era convexa, tenia muchos agu- los animal('s, que se q u~ja cuando es devorado jeritos casi imperceptibles. En el centro de la por un tigre, y i sin embargo habria ya devo­mesa habiau hecho una pequeña trampa, que rado á todos los tigr('f! del mundo, si los fon­correspondia al centro de la colmena, y colo- distas acostumbraran á, asar chuletas de ellos! caron circularmente apoyándolos contra 10.3 pa- A média noche, la trampa de qU9 he hablado redes ramas de tomillo con flor. Un jardinero se abrió, y una mano pérfida y humana intro­que vivía. en intimidad con las abejas de la vi- dnjo un enorme caracol en la colmena: en se­lleta introdujo hábilmente un enjambre en la guida volvió á cerra:5e la tra.mpa. colmena de cristal. Instaladas ya. estas inqui- Ouando el primer rayo de luz caiga sobre la linas en u nueva habitacion, en cuanto ama.- colmena, va á comenzur el drama .v á tomar neció al dia siguiente tomamos todos posicion proporciones de iuteres que ningnna obra maes· de observadores detras de unos agujeros hechos tra de Shakspeare ha tenido jamas en Oonvent­en la pared ménos alumbrada del kiosco. El Garden. puesto era favorable, porque veíamos .sin ser Un zumbido lamentable, como el Qual mesto vistos. gemito de Semíramis, resonó dentro de la col- Al primer rayo de luz las abejas expresaron mena de cristal y reveló una sorpresa extraor­su sorpresa por medio de una inmovilidad que dinaria. Las abejas, rolocadas circularmente se pUI'ccia á la prolongacion del sueño; todos como en las gradas de un anfiteatro, miraban - los animales inteligentes se mantienen en guar- al m6nstruo a1'maclo de c-um'nos amenazad01'es, dia más ó ménos tiempo des pues de un cambio y todas las alas temblaban sobre los talles, repentino de domicilio. Las más atrevidas del como las túnicas sobre el seno de las trágicas, enjambre se decidieron al fin á haoer el exámen cuand'l en el quinto acto se entona una plegl\l'ia de su nueva casa, tomando las más minuciosas ó brilla un puñal. precauciones en esta investigacion de lo El mónstruo por BU parte estaba poseldo do nocido. El iuforme que dieron á sus hermanas gran terror, y no se atrevía á arrastrarse para fué probablemente muy favorable, puesto que hacerse el muerto en presencia de tantos formi­al punto se pasearon y revolotearon todas con dables enemigos. Todos los animales tienen, alegre seguridad. por tradicion de instinto, exacto conocimiento Hácia la mitad del dia reinaba cierta anar- de sus enemigos naturales, desde el rinoceronte, quía en la colmena, y amenazaba comprometer que tiembla al enoontrarse con un elefante por el 6rden público, asemejándose tal estado de primera vez, hasta el gato, que enarca. el lomo • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. LA TARDE 253 y se espeluzna y ejeeuta nn dia.pason agudo ante el primer perro quo distingu . Introdu­cidQ, pues, en aquella. colmena un lagarto ó un abejaruco, habrian calla-ado un e· panto que ninguna reftexion hubiera podiddo disminuir Ó calmar. En prosencia de un aracol d lúa su­ceder otra cosa, porquo 1 in, tiI!to do la abeja no reeonoce un enemigo natural en aquel ani­mal. Asi es que pronto sucedió al terror la ad­miracion, y todas ~e aprestaron á la defensa, porque al :fin ¿ qué v nia. ti. hacer en aquclla colmena tan honiblo mónstruo? (. Cómo habia penet"ado en ella? ¿ uáles rau su~ inten­ciones? Do seguro no venia como amigo; su invasion noctllrua anunciaba proyectos culpa­bIes; un amigo de la ab(\jas so ha bria prcson­tado á la luz del dio. con la cabeza erguida, sin cuernos y sin coraza. Era, pues, n cesario obrar segun las tradiciones de las razas guorreras, reflexionar con calma y defender con valor el terreno invadido. Tales fueron sin dud¡¡. las reflexiones qne agi­tal'on en tan solemne instanto á aquel puoblo. ¿ Quiéll no adivina los pensa.mientos do los ani­males inteligentes cuando Ilf'gnn á la accion? Entre los hom brcs e. f;\ admtido qua en los momentos de pcligro suba nn general á una co· Jina y lance sus !;oldados al I1nno e:igui6ndolos con un anteojo. Las abejas no conocen estos usos, que por otra parte haca n muy bucn efecto en los cuadros de batalla. Las abejas hacen pre· cisamente lo contrario, como en a(1 uella ocasion pudimos todos observarlo. La hbroica soberann de aquel reino de cristal se sacrificó por la sal­vacion de su pueblo, como Cad ro, el rey de tenas, que inmortalizó Virgilio, pensando en las abejas, /¿aubes laudes o.'dri. Abandonó el ramo de tomillo que le flervia de trono, re­montó BU vuelo, y pasó rasando la bóveda do su colmena, y despueil de haberse cernido sobre el mónstruo, Be lanzó de repente sobl'e su co­raza, como hace una paloma de la India sobre el lomo de un elefante. El ejército aplaudió con un zumbido armonioso y permaneció sobre la colina. El mónstruo no se movió, y aun parecia no sospechar siquiera que una reina formidable se paseaba sobre sus e:::paldas. La Antiope alnda hnbia concebido muy bien 8U plan de ataque; nada aventuraba y tonia completa fe en el 6xito. l~ntretanto nosotros es­tábamos con tamaños ojos ubiortos, mirando aquella escena con la misma aV'idcz que si se tratase de una lidia de toros en un circo español. Silencio profundo reinaba dentro de la eolmena de cristal. La reina aguzó su dardo con BU trompa, lo que me hizo pensar en Virgilio: spiculaque exacuunt Tostns, y avanzando con precaucion picó vivamente entre los dos cuernos la oabeza del caracol. La herida no podia ser profunda; pero los cuernos y la cabeza desaparecieron al punto, quedando ~olo la concha. Oyese un zum­. bido de victoria i pero la reina, dotada de una sagacidad milagrofla, no tuvo nun por 'ooneluida 8U obra i habia. picado uoa piel dura, y oom­prendia. que se necesitaba mas de un zaeta.zo para matar un mónstruo ta.n cOl'iáceo Así es que aguzó de nuevo iU arma embotada para. 1 disponerse á dar otra lltnzad~, cuando el. móns­trua experimontase la nocesldad de rcsplrar. El cálculo era ingenioso y bu('no. , o pena ele ahogarse y sepultarse á sí misnto en su tu.mba portátil, el caracol so aventurÓ á ~o.car prime­ramente un cuerno, lue. go dOA, despues la .c a-- boza. qua tuvo que retirar ~on nuova pre?llJl-tacion al scgundo saetazo dIsparado más VlgO-rosamente que el primero. . N ndio en t:·o los ospectadoros compren dló on­t6nces el cambio de pcnsamiootos ó dc lenguaje entro la reina y su pu blo ; pero h6 ~q~{ la con­jetura probnble qua obtuvo 01 ascnLJmlento go­noral. Ln rein:\ hahia empll)ado tanto ardor on aquelJa segundo. e & to c~da, qll:e hab.ia. dojado in­servible su dardo haCIendo lInpo:nblo su tercel' asalto. Iomedjat~mente se destacó una aboja y vino á reemplazar con su arllla nucva á.la rcion en la. trinchera del sitio. Ent/locOS Vimos co­menzar otra voz la misma operacion de ataquo con los mi$mos ioeidentes. Era una lcccion de e grima que uua mnestra ha?ia ell s ciiad~ :i. h..i­biles discípulas j y las lllas Jóvenes y dle~tras vinieron sucosivamento i ontregar ° al Inlsmo ejercicio j pero sin confnsion, con 1!n órJcn an­mirable , como si de antemano hubIesen tomado número de inscripcion Ó contestascn IÍ un llama­miento nominal. Luego que '¡na aheja daba sus dos saetazos, lovantaba el vuelo y volvia á la.s filas sobro las ramas del tomillo. , 010 quedaba la roina, en el puesto del peligro para animar á las débiles con su presencin.. . En esta 10.1'0-3 lucha el estúpIdo caracol habla recibido de la~ abojas tan fuerte contingente d~ efluvios oléctricos qua hizo un progreso CIlSl imposible en su e'speoíe i conoció la cólera, el el valor v la clesN;perfl.ciou, y cambió su nntu­raleza. Ávergol1zado de dejarse matar en detall~ y sufrit· nquel martirio de 0..1 fil c.ra7.os, por la ne­ecsidad intermitente de respHoclon, aceptó fran­camente el combato, salió do su ti onda como Aquíles y expuso IriS dos tereeras l~nrtes de su cuorpo á los gol pes de los en.oI1llgos, ren un­ciando {¡ sus mo\'Ím ien tos do retlr:Hla. Al ver asta nueva táctica la reina lanz6 un gl'ito, sc precipitó sobre el mónstr~o, y todo el ejército úi6cutó una carga on 'rcmoh~o corno un~ sola abeja. '.rreínta en ayos lo menos noeesl­tarian los oomparsas dol Circo par?,. hacc~ una. maniobra semejante con tanta prec.IslOn lmea~, Aquellas humildes moscas Ilpr~ndleron :~I P~'I­mer golpe tan vietoriosa evolucloo. El oJ6rClto describia un a eclipse perfocta, cuyo centr~ era 01 caracol. Ninguna falta de compis rompla en un solo punto la rcctitu~ ~o aquell?-. figura geo­m6trica. Cada abeja esgrimlasu agu1Jon al pasa~, y volvía á tomar su número de Ól den con la ápl destreza de un clown. Un zumbido general y de un tono agudo y oncarnizad? sobr~ 01 mismo diapason acompañaba á la mamobra, sm el me.no.r desafinamiento; hubi6rase dicho que un habll maestro de colmena habia. compuesto para 108 peligros supremos aquella Ma1'sellesa de las abejas. El pobre oaracol, aturdido con n;quel es~r6- pito, ciego con aquel nublado de abepe y herrdo por mil picaduras, no pensó siquiera en envol­verse en su mooto, oomo C6sar; dejó oaer sus euernos, como un deseador deja caer sus remos Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 254 LA TARDE :,lnte el naufragio inevitable, y sucumbió á los últim os disparaJos por la reina y su estado mayor. Cre íamos que aquí con cluiria todo, como en las tragedias, con la Uluerte del héroe. Los hombres son niños alIado de las abejas. Se nos preparaba un de enlace más curioso que el drama, y que debia dar p or completo la razon al infalible po e ta d e las abejas: es se apiban pmtem ilc vin re m e1ltis. Sí, Virgilio decia la verdad; un rayo del Altísimo ilumina á los no· bIes insectos de la miel. ¿ Por qué ese divino poeta no habrá consagrado á las abejas las anéc· dotas de los detalles, ya que tan perfectamente las conocia t ¿ Por qué su canto maravilloso no La descendido jamas á la charla lugareña, ya que asistia á. las veladas de los cam pesinos de Mántua y de Tibur? En fin, contentémonos con lo que nos ha dado: jamas el punzan autiguo y la pluma moderna han escrito nada más bello. Si hubieran podido fabricar colmenas de cris­tal en Roma, me decia el marqués di Negro, hubiera descubierto Virgilio lo que nosotros vemos. y tal vez no hubiéramos tenido el epi­sodio de Aristeo, le dije yo, y prefiero Orfeo el caracol. Miéntras hablábamos de estas cosas en la vi­lleta, las abejas platicaban entre sí más séria· mente que nosotros. La alegría del triunfo fué corta en la colmena de cristal; profunda cons· ternarion y silencio óepulcral sucedieron al ruido de la victoria. Estaban indecisas, taciturnas, in· quietas, no sabiendo qué partido tomar y justi· ficando de este modo el verso de su poeta: clausis cuuctantur in cedibus. -Parece que no ha concluido la pieza, dijo el marqués di Negro; volvamos al palco. y cada uno volvió á tomar su puesto de observacion. Al cabo de una hora de congeturas, lo com­prendimos todo; pero nuestra inteligencia no nos sirvió de nada para hallar la solucion de de aquel enigma; preciso fué que viéramos un principio de ejecucion en el acto final. Las abejas, esas amigas de las flores y de los perfumcs, tianen una delicadeza de olfato exce­siva i temen las exhalaciones fétidas, se alejan de los osarios frecuentados por las aves de ra­piña, y cuidan de llevar ellas mismas muy léjos de las colmenas á las abejas muertas, segun ob­serva Vil'gilio : ...... Corpora luce carentun Esportan tectis lida de una colmona sin puertas? Todas las mi· radas se fijaban en la reina, y la reina meditaba. Mucho se elogia á los ilustres inventores de los expedientes espontáneos, IÍ los hombres que crean un procedimiento salvador en las crisis invencibles; Annibal, que se abraza á los cuero nos dc los toros; Cayo Dlfilio, que arma. de es· polones á sus triremes; Sipcion, que hace atacar la falange de Zama por la oaballerio. de Lelio; Richelieu, que apunta el cañon sobre la co­lumna de Fontenoy y Napoleon, que rompe el hielo de un lago con su artilleIÍa en Austerlitz; pero todos estos proccdimientos debidos á una cabeza de genio no equivalen á la accion de la abeja que, obligada á ponerse en viaje con una brisa. muy fuerte, agarra una pieclrecita con sus patas {~ fin de llevar lastre y luchar contra el viento. Y aun l'sta ingeniosa invencion vale mé· nos que el descubrimiento hecho en una colmena. manchada por el cadáver de un caracol. La reina, como siempre, dió el ejemplo, do­minó heróicamente su repugnancia y colocán· dose sobre el cadáver del mónstl'uo destiló al­gunas gotas de esa liga pegagosa de que habla Virgilio: collectun giúten. y que sirve para cer­rar las hendiduras de las colmenas Este glúten dió lugar á la invencion del cimento romano on el siglo de las G-eórgicas. Todo el pueblo f~é puesto á contribucion para proporcionar el mlS­mo contingente, y no hubo ni una recalcitrante entre todas las abejas. El impuesto del glúten fué pagado con un suplemento de oera votado con entusiasmo, en términos que al terminar el dia la suma total cubría cl cadáver y su concha; pero como las abejas son Il.l'tistas no quisieron dejar una maSa informe de cimento en medio de la colmena; habrian ofendido á la vista tan tosca fabricacion y aquel sarcófago sin reglas. La misma reina puso manos á la obra, y con el auxilio de las mejores artistas, dió al sepulcro del carocol una forma elegante y simétri::a que se asemejaba mucho al tipo egipcio piramidal. Concluida la obra, todo el pueblo se entregó locamente á la alegria, porque. la .vi~toria er.a completa y no dejaba para el dla slgUlente CUl­dados ni re:lIol'dimientos. Las abejas se hu· bieran entregado en seguida al trabajo; pero la reina autorizó la~ diversiones hasta. ponerse el sol, y aun se dignó mezclarse á la pública aleO'ría como un simple particulal'. Cuando llegó la ~oche, cesaron los zumbidos y e.l silencio del sueño reinó en la colmena de cnstal. ¿ Hubo sueños de oro? La respuesta afirmativa tiene probabilidades de ser una verdad. En fin, tienen toda la delicadeza refinada, toda la sensibilidad exquisita y todas las repug· Dancias nerviosas de las más remilgüdas damas de nuestra aristocracia. Ahora comprendereis el súbito terror que se apoderó de nuestras abejas victoriosas, cuando vieron el cadáver del móns­truo tendido en medio de la colmena y haciendo temer la invasion de la pe¡¡te, despues dc una putrefaccion próxima, en el mes de junio: Este lance era para hacer arrepentirse del triunfo. Todos los esfuerzos de las abejas reunidos no hubieran podido leva.ntar aquella gran mole, y suponiendo que por un prooedimiento de ' tiro hubiera. sido posible transportar aquel cadáver adherido á, BU concha, ¿ dónde ee hallaba lq, sao· Despues de estas dos maravillosas jornadas bien merecia una recompensa. aquel noblo en­jambre, y el marqués di Negro, poeta como todos los italianos, saltaba de gozo como un niño al dar á aquellas abejas en patrimonio he· reditario el terreno que, segun Virgilio, goza de todas las condiciones favorables á esas amantas de las flores, de los perfumes, de la sombra y de las aguas. Les preparó colmenas hechas de mimbres flexibles, vimine lento,- la! colooó en un rincon del jardin donde no pe­netra jamas el mal olor de los pantanos, o«or €lami gTavis, ni llega el eco de los valles. Las abejas detestan los ecos, y no tienen razon, por­que son los papagayos de las montañas. Todos • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. LA TARDE los tejos do las inmediaciones fueron cortados; las ahejas aborrecen l os tejos, y t.ienen razon, por­que el tejo es el árbol del frio, frig o?'a ta x ~. Se prohibió á los campesinos dl' los contornos co­ger cangrrjos; las abejas tienen horror (~ los cangrejos cocidos, ?'uo entes foco concros, y dan en lo cierto; j son objetos tan horribles, con tantas patas! Tampoco gustaban á Virgilio. En fin, dispuesto y arreglado todo de esta suerte para la mayor felicidad de la nueva co­lonia, trasladó el jardinero la colmena de cris­tal al terreno señala.do, la volcó suavemente :ín­tes dc los primeros albores del dia y se retiró sin hacer ruido. Cuando el sol iluminó aquel espléndido pai­saje de la ciudad, de los jardines, de las mon­tañas y del golfo de Génova, las abejas, revolo­teando por el aire libre, prorun:pieron en un zumbido de alegría y agradecimiento, cuyo tema musical recordaba el celeste man placata de Moisés, el himno más tierno y conmovedor que la tierra ha enviado al cielo' -j Vivid dichosas! les dijo el marqués di Negro. Preciso era tambien tomar el vívite felices, como último adios, del inmortal poeta que ha can tado las ab':ljas en la lengua de los querubines MEBY. • . : . REVISTA DE LA SEMANA, Dichoso aquel que no ha nsto Más campo que la Sabána, Ni más rio que el de Funz:J, Ni más wagón que la cnjalma, Pues aunque bicn puede SCl' Que se encuentre hecho una lástima, Con estrecheces de bolsa y más estrecheces de alma i Con romadizo perpetuo • y joroba cuotídiana Bajo el yugo de la peste y los callos, y la capa, y los caños, y la chicha, y las ronchas que le esta.mpan En la epidérmis las pulgas Yen la frente las ventanas y en el corazon los pobres Con su exhibicion de llagas, y en el fisco los empréstitos y las prendas y las trampas; y aunque no tenga más goces Que la misa en la. mañana, Ajia.co y olla 1, las tres, y por la noohe la cama, Con lijeros desenfrenos De un paseo por las Aguas Retreta domingo y juéves y en la tarde algo de charla.; y aunque ~a un purgILtoIio Su doméstico programá¡ Troya eterna, gresca horrible • De amos, niñoA y crlaua s ; y aunque c a du in g rato sorbo (Si hay en cas a qui ou so lo haga) Lo cueste una inuiges tion, Un reniego, una pringarln, :- Sin embargo, e l inoc ente Es feliz, porque no alcanza A sospechar que otro modo De vivir en 01 mundo ba.ya; Cree que todas las esposas Son cual la suya, una Parca, y todo viejo una criba, y todo pobre, de ruana. y es feliz, porque está cierto De que nue tras cuatro tapias Son la Arcadia venturosa De que los poetas hablan; Porque solamente aquí Crece el trigo y corre el agua (Aunque sabe Dios por dónde y revuelta con qué ámbar)¡ y sólo aquí hay apetito y aire y cielo y casa y cama y amor en las hijas de Eva y en los hijos de Adan gracia i y porque ef>ta Bogotá, Tal vez por lo mal lavada, Tiene cierta pegapega, Cierta cosita que encanta, Que embelesa, que fascina, Que satisface, que amana, Que agradablemente pica y sabrosamente rasca A todo aquel que no ha visto Más campo que la Sabána, Ni más río que el de Funza Ni más wagón que la enjalma. II Perdona, Manuel Briceño, Si al cumplir lo que me manda'S N o me ocurre otra más fiel Revista de la semana i y si acaso al escribirla Toqué tu plata labrada Recuerda que es tambien mía y que todo queda en casa. Figúrate tú que estoy Con una pulga en la espalda, Situada en el punto adonde Ni izquierda ni diestra alcanza; En aquel Í0rtin precioso, Privilegiada butaca Por la cual darán las pulgas Hasta un ojo de la cara, y por cuya posesion Para chupar á mansalva Armarán tal vez feroces Reyertas eleccionarías. Figúrate quo en los piés Tengo más callos que plantas y á ca.da paso que doy Me estaquillan y taladran. Figúrate que á. torrentes Está lloviendo, y me afana Ell!alir, y UD prestamista • 2G5 - - • ~ -• - • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • - • • 256 LA TARDE Mo desmortizó el paraguas. Figúrate que los libros y papeles de mi cstancill l,a c riada 10$ arregló Haciéndome una ensalada. Figúrate que mi in signe San Antonio de Villalta Lo han ll evado á la cocina Como leña Ulás barata. Figúrate que Gutiérrez Se marchó para su patria, y ya no tengo á quien ver, Del Criador tí semejanza, Soplar en el Olías luz, Sacar mundoe de la nada, y animar de tosca ar ~illa Carne que arde y siente y habla. Figúl'a te que estoy seco De pesad umbres y ligrimas Oon la cosecha de mue rtos De esta horrenda temporada, J ardin dc lirios y rosas Que doquier mi vista. vaga La angina y el sarampion Enfurecidos arrasan j Espectáculo que aterra, Que da la ciencia á la trampa y hace sentir que la vida Es una chanza pesada, Una cerilla que apénas Empieza á alumbrar, se apaga, Despues de mil quemaduras Pal'a encenderla y salvarla. Figúrate que en mi anhelo .De hallar á mi angustia calma y un esparcimiento digno De espíritus, no de lDáquinas, U na fiesta de belleza Melancólica y sagrada, Un canto de Palestrina, Una lJIacZonna h echa en gracia, Un camposan~ poético, Una fu ente solitaria Que á la sombra de algun bosque :l.\1urmure amor J esperanza: - Salgo de casa, y qué encuentro? i Infeliz natura humúll'l ! U n angelito que llevan Entre cl~uchas, chicha y zambra Sus dolientes á enterrar Más alegres que una pascua, Si esto es en la capital, Foco de las luminarias, Cómo será, dime, en donde Sus resplandores no alcanzan? V uel vo :1 casa, y luego leo En " La estrella bogotana" • Que estamos de entrámbos mundos Montados á la. vanguardia i y á riesgo de perturbar La angélica bienandanza Del escritor, ensarté Mi revista atrabiliaria, Que bien puedes, Manuel mio, Anotar como te plazca No sea que nuestro crédito Por ella en Europa caiga. • • FLORENCIO. • Una madre es la fortuna de un hijo. En 1875 la cai"l\ de las diligencias presentaba un espectáculu interesante, á que no di6 lugar lo siguien­te. Una niña, bija de una pobre mujOl' que ejerce el uficio dc lavande!':I, volvia de Toledo á Madl'id con una parienta suya, á quien la babia confiado su madre. En In. diligencia hizo conocimiento con un scñol' muy rico, egun parece, y que encantado de la hcr­mosura, la gracia y In. amabilidad de la niña, recibió un placer inftnito en llnvlar con ella durante todo el camino. J\Iarín, (este era su nombre) gustaba á nues­tro viajero, tanto más cuanto que el'a el fiel retrato y la viva imágen de un hijo quc habia perdido hacia algunos año". Y en efecto la semejanza era notable, tenia la n isma. fi onomía t'xpl'esiva y vivaracha, las mi mas facciones finas y regulares, el mi~mo modo de mirar dulce y l'eno de in telig~ncia . Entretanto el coche habia llegado á la casa de pos­tas; los viajero Raltaron en tierra, y la primera per­sona que divisó María fué su madre acomp:\ñada de una parie:1ta, á quien no habia visto hacia seis meses. Cuner hácia. ella, arrojarse á su cuello y colmarla de caricias, todo esto fué obra de un instante. En cuanto al senor, que durante todo el camino habia colmado de atenciones á la niña, se hallaba totalmente olvi­dado, pero no babia pcrdido de vista á la encanta­dora niña, y únicamente se mantuvo á cierta distan­cia para que pudiE'se dar libre curso á su ternura fi­lial. Luego, cuando el ardor de sus mutuos abrazos se hubo calmado, acercóse á la madre, y despues de cumplimentarla por tener una hija tan interesante, le dijo: " Señora, he formado el proyecto de hacer dicho­sa á usted y María, y de asegurar á ámbas una posi-icion brillante para el resto de sus dias. Poseo un bonito candal; i pero qué son las riquezas cuando ningun afecto viene á embellecer la vida'?'. Privado hace mucuo tiempo de una esposa á quien adoraba, estoy solo, aislado, y arrastro una existencia triste y desgrílciada. .. Neeesito una. persona que se interese por mi, un ap:>yo para mi vejez, y este apoyo le en­contraré en Maria ; sus preciosas cualtdades, la bon­dad de su corazon y la amenidad de su carácter no me dejan duda alguna acerca de esto. Permítame usted, señora, que adopte á su hija, que yo mismo cuide de su educ,1cioD, que me ocupe de su porvenir. Ya la t engo el afecto de un padre, y si me trasmite usted, el derecbo y autoridad de tal, le aseguro que no tendd. de qué arepentin>e; un donativu se seis mil reales que voy á hacer á usted inmediatamente, y ademas la eguridad de que lIfaria será mi heredera universal, muerto yo, pueden hacer á ustedes más di­cuosas que lo que &on hoy." Estas promesas eran muy seductoras para. una po­bre mujer que hasta entónces habia vivido con escasez, y sin embargo, titubeaba, porque nunca consiente una madre en separarse de su hijo, sin una lucha do­lorosa. Llorando y no sa.biendo qué partido t omar, interrogaba con la vista á su parienta; ésta le acon­sejaba. que admitiese las proposiciones del generoso forastero, y los curioS'os que habia traido aquella in­tel'esante escena, unian sus instancias á las suyas, re­pitiéndole que iba á labrar la felicidad de su hija. Conmovida con las súplicas de su parienta y de las personas que la. instaban á que aceptase, tal vez iba á ceder la madre, cuando la niña puso fin á su ,incerti­dumbre. Arrojándose á sus brazos, agarrándose á ella y no queriendo dejarla, COIllO si su intencion fuese decirla " léjos de tí i qué me importan las riquezas 1 i (Jna madre es la fortuna. de su hijo !" El forastero, vivamente conmovido, fué el primero en retirar su proposicion, pero queriendo dejar á la encantadora niña pruebas de su munificencia, le asc­guró una pension por toda su vida de seis mil reales anuales, con la cual podrán pasar ella y su madre dias felices y tranquilos. - •

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 32

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 21

Por: | Fecha: 30/01/1875

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • ---___ -,¡;;-¡~ (' ~ 2 ~,-:rS-----_--- - PERIODICO DEDICADO A LA LITERATURA Serje 11. Bogotá) 30 de Enero de 1875. Número 21. A~DE. LOS ANCIANOS. (DEDICADO A J. J. BORDA.) En los antiguos pueblos de Esparta, Grecia, E. cítia, y otros de los primeros tiempos del mundo, nada, ha­bia que mereciese tanto respeto como un anciano; y en muchos de ellos se consideraba reo al que no se levantase delante ele los ancianos. Tan bella co tumbre ha sido heredada muyespe­dalmente por los árabes y los persas; y hé aquí por qué he considerado siemprc con profunda, vem'racion á eRtos pueblos. y aRí debiera ser en toda la, haz del universo mun­do, porquc los ancianos son los depósitos de la ex­periencia, los consejeros útiles, los que yen las cosas JlOI' el larlo de la verdadera. rcalidad. POl' st¡puesto qne hay ancianos torpc~,-e¡;pecic de niños sin expel'iencia,-débiles é ir¡'e:;oluto5, pero nin­guno mCI'ece desprecio ni i Un anciano ilustrado es un viejo armario lleno de una riqueza de gran valor; la experiencia,. Es el libro, n de la sabiduría experimentada. Quien no respeta á un anciano, no respeta nalla, no tiene buenos sentimientos. Un niño, un adulto, un:t mujer hermosa, pueden pa ar :Iesapercibidos delante de nue. tros ojos; pero un anCIano, no. Por lo mi mo que los :mcin.J~os I'cpresentan el tél" mino de la vida, merecen t.oda, consideracion. Los ancianos ~on montones de ceniza en cuyo seno nrde apénas un poco de fllego que no templa el exte­rior, y qne la muerte apaga f-icilmente Son libro' ·Ie pergamino y de papiro, en que está epilogada la vida, yen los cuales los jóvenes rara vez quieren leer. i E 1 niño no piensa en la muerte; el anciano :i cada instante porque má se acerca á ella! La juventud es la subida de la Yida; la vejez la bajada. Para el jóven el mundo es de color de oro: para el anciano, es de color pardo El jóven sueña con la esperanza; el anciano en nada espera. j El jóven rie; el anciano llora! El jóven dice: "i Yo soy el rey del mundo!" El anciano dice: "i Yo soy la nada! " El jóveu es ; el anciano hielo. i Qué tan cI'nel y tan completa se efectúa de la juventud á la vejez ! ¡Oh! necios los que desde la juventud no van atan­do con lazos de cariño las ideas de la vejez, para lle­gar á ella con algun valor. El anciano, puede decirse que no es persona ya sino una estatua del tiempo digna. de venel'aCIOIl. Todas las pasiones son en los ancianos ridículos contrasentidos que los haccn despreciables. Puede decirse que un anciano está fuera del árden cnatural, pues hasta amor cs ridículo cn él. - El nnciano debe abstenerse de las exajeraciones de los placere., para merecer respeto. La juventud es ligera; la vejez severa. i Cuadro \'Crdaclel'Umente agradable es el que ofre­cen dos anciano" csposos, instru.vendo á sus hijos, Y á los hijos de sus hijos al rededor do la mesa de su hogar! i Escena profunclamente triste es la que ofrecen dos esposos ancianos llorando su miseria y la soledad de su suerte! Triste del anciano que ha quedado abandonado en la tierra., y que cierra sus ojos á la luz del dia sobre u [do tálamo, sin quien llore á su lado, y sin quien se arrodille á orar sobre su tumba abandonada. Los ancianos cnsi nunca engañan ni mienten. Pueden ser timoratos y débiles; pero no perversos. La, ancianitlad es franca, pero dI creta: medita y luego procede. Las palabras del anciano sabio son sentencias. Las resoluciOlH'S de los ancianos son tardas pero efi­caces. Los jóvencs felices ven la vida con amor; los ancia­nos con hastío. Es en la ancianidad cuando el hombre es más teme- 1'0. 0 de Dio .. En csn edad, la oracion es el principal alimento del alma. j No hay lágrimas que conmuevan más que las de • un anCJano. . Lo que más aflige á un,t madre anciana que muere, es la memoria del hijo que deja. Los j6venes viven de sueños y de esperanzas; los ancianos, de recuerdos y de desengaños. i La esperanza y el desengaño! hé aquí el pról0go y el epílogo c!0 esta comedia que se llama la vida. i La vida es un pequeño parén . que se abre en la cuna y se cicna en J a tumba! E I vacío q ne dej a un buen anciano al rededor de su tumba, no se llena fácilmente. El anci:lI1o honrado revela su carácter en sus C011- versaciones y en su;: miradas. U n anciano dormido, no es un hon, ure; es un viejo tronco de ruule cortado por el leñaduI'. Para que sea respetable, es precIso que esté de:;; piel'to y de pié. Un anciano apacible, es un niño inofensivo; pero un anciano airado, e un leon de la selva,. i Dichososos los ancianos que han vivido amados y respeta'los de ]a, sociedad, y c¡ne mueren en medio de buenos hijos, dejando una vida ejemplar, y llevando . la eSper!lOZa de ser bendecidos por sus '5obrevi vi entes ! TEMÍSTOCLES TEJ ADA.. LA MANO DE DIOS, (TRADICION DE LIMA..) A principios del presente siglo existian en un con­vento de Lima dos religiosos que atraían la atellcion de todos sus hel'manos por su vida ~jemplal'. Jamas tuvicI'on Otl'O lecho que un miserable tablado; su cuerpo estaba muy amenudo cubierto con cíl icios, y no se ocupaban de otra cosa que del ayuno y la peni­tencia. Parecia que alguna falta oxpiaban, pero los Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 162 LAT ARDE demas religiosos jamas se atrevieron á interrogarle, pues los rostros venerables de cstos mártires les im­ponian respeto. Sin embargo, bé aquí la sencilla tradicion que ba llegado á nosot,os. I. Los gérmenes de una pa ion vehemente se bahian desarrollado en una hermosa j6ven por un español re­eren llegado á Lima. Este halagaba á la jóven con promesas de un amor eterno, r se mostraba. con eila amante rendido, tierno y cariñoso; pero todo csto no era sino finjido; su único deseo era satisfacel' una bru­ial pasion. La j 6ven, que cveia que todo lo que brotaba de los labios de su amante era sincero, no oronia á éste la menor resistencia é iba ya. á caer en ell:1zo que de5de tiempo' atl'as le estaba tendiendo 1;U pérfido seductor. Pero la Providencia, que jamas desampara á las al· mas nobles y buenas, coloc6 al lado de Laura, éste era el nombre de la jóven, un ángel salvador. U n virtuoso sacerdote, á quien respetaban y vene­raban todos los que le conocian, cuyo único deseo era curar las almas enfermas y llevar los consuelos de la caridad y virtud dO!1de qUlem que fuesen necesarios, lIeg6 á. saber el lazo de que iba á ser víctima la her­mosa. Laura. Sin pérdida de t.iempo se dirigi6 á casa de ella, don­de tenia entrada. libre, pues em su confesor. Allí, por medio de piadosas exhC\rtacione y ell nombre del t.í-tulo de que estaba !"ogú á Laura y con i gui6 de esta que le revelase la pasion que abrigaua en 5U corazon. Entónces el sacerdote empleó todos los medios de que podia disponer para convencer á la jóven de que su amante no era sino un seductor, citándole varias familias en que habia introducido la de. homa, y por fin, consiguió bacel' desistir á la j6ven de su pasion. Desde el día siguiente, la casa Je ésta, só pretexto de hallarse Laura enferma, estuvo CeITD.Ua para el jó­ven español~ que, por medio d el engaño y la perfi dia, habia querido mancillar la honra de una jóven débil y nmante. Pero despue de muchas tentativas consi­guió tener una entrevista con Laura. Sus temores sc convirtieron en renlidad : Laura no le amaba. Salió el jóven de la casa de Laura, jurando vengar­se del honrado y virtuoso sacerdote que habia frus­trado sus proyectos y salvado á Laura. Una t.errible trajedia ¡:;e preparaba; la víctima iba á ser el mártir de la c-aridad. Pero la Providenóa no le permitirá. lI. Las doce de una noche oscura y tenebrosa acabaLan de sonar en el reloj de la catedaal de la Ciudad de lo;; Reyes. De una miserable casa, situada en uno de los bar­rios más apartados de la poblacion, salen dos bombres embozad06. A dónde se dirigen? Qué les hace abandonar su blandos lechos á una bora tan avallzada y en UDa no­ebe tan lúgubre? Pronto lo sauremos. En la habi taeion de que acaban de salir nuestros dos hombres, el seductor de Laura se halla tendido en un Jecho aca¡;iciando la relumbrante hoja de un puñal. De acuerdo con los dos embozado', se ha Bnjido enfermo para dar muerte al venerable sacerdote y cumplir su juramento. Realizará Sil venganza? lII. Los dos embozados acaban de golpear en la casn del sacerdote que ya conocernos. -Señor, le dijo uno de ellos; un moribundo pide los auxilios de la religion; os suplicamos que vayais á alvar esa alma que pronto ha de comparecer ante e tribunal de Dios. Nosotros os serviremos de guias. Yel ministro de la religion, á q.uien no intimidan. los rayo;; ni los truenos y que 110 teme ni lIun la IIIllel'­te, pUeS e. jll~ to y . 1I concipncia esttí limpia, ~e dirige á donde son necC';;:\ l'Ío:, :>1I~ nllxili()~, ~in ;1)~Jl(·t"hal· ~i­quiera que fJl1i l.ü" se le til'nele un lIlah'ado lazo. De pues de haLel" al1'laclo mucho y atl'llV1.":-arlo in- 11l1mcraulcs calk~, lo' nocturnos caminante. lIl'garan á la bahitncion dOllLle el mOl'ibunuo que ucsea­ba ser alL i]jallo. 1\1al> tual no seria el terror de los embozarlos al en­contrarse COI) que su amigo yacia cadáver obl'c Sil lecho! Una muerte repentin,\ le babia Rl"n'batado de Cl'te 11111nUO, imri diéndo. e así la conslImacion de un h ol"ro- , roso Crll1ll'n. El terror -'" los n'mordimientos ¡:;e apodc!'al'on pUl' completo dl' lo" culpnble. , y no hallando que re~pc)ll­der al sacerdote, que les preguntaba dónde e"taua el 1l10ribundl1, c0<>-<><=: -- LA COQUETA. Paso, señor-cs, que ahi va la elegancia! A bí va h bel1n, la donosa Pepilla. Vedla! Arlmirad sus movimien airosos como I(J!;o de una ardilla. Veu, contemplad esa lánguida mirada que el pUllo!' ~sqlliv;l: e os ~('do~os cabell(¡~ m¡~ ', se. Ilo~os qll? p.I 1 ~lllm:lje de l:t palma en cuya" cOI'a la::; br,;;~. t:·I,.;cal1 IlIqulCtas, y m:ís oJlclulados ~llle la. u­per! lcIC de un lago al cual se lHln tlaelo cita los Yll'ntlJ<; para cl1tn'g:nsl: á sus juego;; loco ' : esa faz en que el blanco de la llleye contra¡;ta con el rojo de 1:1 I"o,n : esas ppsta~:1s, auallicos ue} amor, r¡ue, . obr:\(lo ceJosaf', esqUIvan a las yec,'" lo!:' cuos que omhlean: l'~e cuello tornen do como una columna de marfil: e:,a ~ol1l'i sa se­mejante á la de una granada entrea.bielta : "esa m6r­bida m('jilla en que el dedo del nmor ha Ir.arcado un lig.ero h{~yuclo : ~-(Js lauios que I'e ayanzan como para de)"lr salir una nl{lada de be~o- ." Qué encantadora. es Pepilb! Con Inzon que os mostr!1is deslU111 brnuos. A no se.!' así, insens¡IJlts y gl~cia les seríai mas qlle las t;J0mlas ell' los.!lllado Vl1l'1'tro espíl'i tu en ese pié­lago de belleza, Icn1.ute su vuelo en busca de los ánge­les, ;;us bermanos. SinClllhal'gt1, fuera tal vez conveniente que ántes de entregan):; al éxta is del entu, iasmo, la analizarais con un poco de quiduu. Qué de"cncHnto! La mayor parte de esas perfcccio­~ es le pertel~ect' n t~nto á Pepilla, como pertenece al firmamento su vl'stldo nzul ; como pertenecen á la es­puma los varinc111s matices que á las vece. ostenta cuando la besa la Iml. " Lástima grande Que no sea verdad tanta belleza! " Esos aércos movimientos son fruto de largos ensa­yos, de los cuales ólo el espejo nos podria dar infor­mes detallados. Quién supiera lo que ciertos e pejos sabe~! Quién recibi jardille::;, jUL~:l1ll1o con la::; Jlol'es y cl!llp:íllllull's el almíba¡'; ca~i nunca se detiene :i tomar alp\l1c.s instante. de repo::;o; el fango no ¡panclla jama;; :,u plumajes de csmel'alcla. Pcpilla tenia muchos puntos de cont:1cto ~lIn la quincha. I::)u car:\ctt?r, tln I anta aGreo, :í nada se 111;;­del aba. Yoluble en u de ('os y e11 ¡,u;; gu"tos,jug:dnt CO ,I lo' dOJll'S de 1.1 vida y de la naturakza, como ju­gaba con uo< Hure· y "us lIluiíeca . . _\mal.m C0n frene -í los bosq¡\pcillo~, la fuentes y la;; a 1'('5. Infatigai.Jle corria hura" enterus cidra, de I~s ma¡'i[lo¡;as, y, Hbrn­mada al fin de cansancil1, Re re. co,taba lÍ. la so~nbl'a de la,.; arboleda:, y se ponia i tararear cantinela b'jas a de la vil,twl, cllnnclo oye Il'cciones y ve cjemp1t!;; de HU :elitlad; (', :i la de :a \'anidad, cuando oye leCCIOnes y ye ejemp!o. .. ; ele' pasatiempo, fdvolos. Pl'pilla rli,í en hhstial'i;e de su::; inocente t\'ave¡: ura~, y <>n (!c(licarse a I('cr novelas fral\cc8:\~. Bien pr(lnto . ué y DUIl1:1f> fu eron su. or,¡culo~, su::; di\>. e~ . Leyó y \'eleyó d l n,lio errante, la Jllrttild e, lo", Mi.\tt)·ios de Pal'is, los Siete Jlf'carlus ca¡;üales, las D os ])ittJ/CI.S, el COllde de l1],¡//tel,,.¡,ylo, r ('n otras cuantas dl' (;"a .~ ubra que preselltll1l'l vi()¡() tl'a~ un J1ri~tn'l C11\e lo baTía con matice:; eI1C;¡lIt;1rlore.~. A p'l-io\1(,;;e (le IH liCiIO.'i de eso • fantásli('(J ·¡ h él'oe~ ; G:lhriel de l\Iol1tgllll1cry y Ed-mundo D¡¡l1t(~,¡ le dil'I·,m I:O .;)¡Ci de ilhomnjo<; deliran­tl' 5. Gemia como !:!;ime un hllérf:lI1o "ourc el cnr\¡h'cr ~ de E'U pa(lre, cuando Il'Ía e)Ji~odios :IJl III·udo::;. Sentia celo" " cnvidia c¡¡:tndo . e hallaba f~IZ:i. [;tZ Coll al~lll1n. • (1e C'. as \'apOIO~a s bplolndc. 'lile los nl)\'eli~ta" I'(' \'btl'n con gaRa., I'OS~" .Y n1\Le~ . FOly'i'C la pobre \ i"iOll:ll'ia IlO !1',rvenir pUl'nl1',l'nte fant>ÍstiC'o; poi.Jlú el lOundo el\.' ::rnarl"r('i' fcn'ol'oso><, de uél'()e~ till'nll. y de poetas diYiI1I1f'. 1':11 "liS, uciius :\ér('o~, C'lIlre ser la el-1pll':;:¡ de nl gun h,lllrado cal,allel'o del 1':11", r 1:1 quel'Ída dl' ~I!­guno de h é roe,;, pref~l'i:L e"Lo últiulU, sill l'luntad. Lo m mo que decia Alcahí Galiano del ente moral llamado gobiel'llo, dijo sin duda de la corbata el que tuvo la feliz iclea de limitar!'\lS atribuciones al núme­ro de que en la actuali tlad di"fruta, ntribnciones que se reducen á encubrir los vicius, manchas y defectos de la camisa como encuure una madre los de su hijo para librarle del fmor de un padre demas;ado severo . Si la camisa está mal planchada, si ostenta una mancha que publica á voz un grito que no somos agua­dos, que hemos tomado chocolate por la mañana ó que hemos almorzado huevos fritos, la corba ta, siempre complaciente, siempre generosa, procura hacerse depo­, i taria única de este secreto, ahoga la voz de gota en mala hora caida que re\'ela interioridades de fami­lia, y es tan leal cn sus confidencias que consiente que la martiricen con alnderes para dar una prueba de que no hay rigor que pueda hacerla faltar al compro­miso que ha contl'aido de no exponcr:i la camisa sucia á la vergüenza. Para concluir, lector, te dil'é, que los instintos de clegancia de uu humbre se revelan principalmente en su manera de ponerse la corbata. Es preciso ponérse­la de modo que, sin indicar desidia en el individuo, no sea una prueba de afectacion y amaneramiento. La corbata, como los versos, requiere mucha naturalidad, mucha expontaneidad, y en eIJa como en lus versos se ha de ver la difícil faciltdad de quc nos habla uno de nuestros más clásicos poetas. UN JURAMENTO. (Continuacion.J Movió ella la cabeza con tristeza y dijo: ---A los mucrtos no se les puede amar. Ralph se estremeció y sintió helarse su san· gre en las venas. Pensó en su juramento. Sin embargo Fulmen no se quejaba, no le abrumaba á repreusiones ____ parecia resignada. El vizconde vió á. la muerta que inclinó la frente y una lágrima que brillaba en sus ojos, miéntras que un estremecimiento recorría todo su cuerpo. ---Tengo frio, dijo. y levantándose se dirigió á la chimenea don­de se apl:lgaban los últimos t.izones. ---Los muertos siempre tienen frio .. murmuró, ---Dios mio! exclamó Ralph, muerta ó viva. siempre sois bella, bella como jamás lo fué nin-guna muj el' ántes que vo.3 ___ -os amo como el dia en que me aparecísteis por primera vez. ---A los muertos no se les puede amar, repi. tió ella con tristeza. ---Pero, exclamó el vizconde, vos no estais muerta. ____ es imposible! la muerte de~compo-ne las carnes, extingue la mirada, entieza los miembros. Los muertos no caminan. .. __ Estoy muerta f respondió Fulmen con to­no de autoridad que convenció al vizconde ...... muerta, y sin embargo sufro ...... ., .Sufris ? ... Sí, porque he muerto con un pensamiento culpable. Pensaba en ese baile en que os en­contré y me arrepentía de no haberme adherido á vos como la yedra tí la encina. ... Sin embargo si vos me amaseis aún, Dios me perdonaria tal vez y no sufriría. ya. más. ---Pero yo te amo! exclamó Ralph contem­plando á la jóven muerta, tan bella de pesar, Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • • 1G6 LA TARDE y sin embargo una voz secreta decia en su l. nterl.O r: All". SIC II aVl"v lese., ___ _ ---Te amo, repitió aun con voz desfallecida. Una. pálida sonrisa asom6 tí los labios de la j 6ven . ---Estoy fria como un hielo, dijo. y levant<1ndose se dirigi6 hácia R:tlph que, al verla acercarse, no pudo prescindir de es­pantarse. --y a lo veis, murmuró, los muertos infunden miedo á los vivos. --- Jo! no! dijo vivamente y como avergon­zado de ese terror pasajero __ no ! Fulmen, ama-da mia ___ _ Ent6nces la muerta tendió la mano y tom6 la del jóven. Ralph lanzó un grito .... El vizconde habia sentido algo semejante á un trozo de hielo que le estrechaba y le opri­mia la mano. Eran los dedos de la rouerLa. --No, no, dijo ella Cún voz desconsolada; ya lo veis __ sufriria yo mucho. y huyó dejando á Ralph tan turbado que no pudo proferir un grito ni hacer un gCl'>to. Las bujías se apagaron por sí s6las y el si­lencio reinó de lluevo en el cuarto. La fantas­ma haLia desaparecido. Fulmen! Fulmen! llamaba el vizconde. Pero todo habia vuelto al silencio. • VII. Una gran parte de la noche permaneció Ralph eeotado en su lecho con la mirada fija en ese si­tio por donde Fulmen habia desaparecido, con Bl oido inquieto y los cabellos erizados por un misterioso terror. La noche tocó á su fin, y Ful­men no volvi6. Ralph sin embargo murmuraba de cuando en cuando: -Oh! Fulmen! Vuelve Fulmen. A las primeras claridades del dia, el jÓ\7en comprendió que si la aparicion debia reprodu­cirse, no seri¡t sino á la noche siguiente. U na especie de laxitud física triuufó de su angustia moral y se durmió con un pesado y profuudo suen-o. Cuando despertó, el sol entraba de lleno en su estancia y oyó al pié de su ventana, en el pa­tio del castillo un canto extraño y monótono. Con el espíritu impresionado todavía por los acontecimientos de la noche, el vizconde se le­vantó é impulsado por ese canto que le llegaba rimado tan extrañamente, abrió la ventana, se inclinó Mcia el patio y miró. Doce personas vestidas de negro entraban en la capilla del castillo, cuya puerta apercibió Ralph al otro extremo del patio. La mayor par­te llevaban cirios y Ralph (le dió cuenta al puno to de ese canto mon6tono que se elevaba bajo las bóvedas de la capilla. El'a el entierro de Juan Denis el cazador. Desde la víspera, el excéptico vizconde habia modificado un tanto sus opinioncs y su modo de pensar con respecto á los muertos y á los apare­cidos. Vistióse y bajó á la capilla. -Veamos, se dijo, si ayer he sido víctima de una alucinacion, y si Juan Denis, á quien en­tierran hoy se parece siempre al cazador que me ha servido de guia ...... Ralph no se confesaba. á .sí mismo que otro motivo lo empujaba hácia la capilla: el deseo de ver si realmente como ella lo habia dicho, Fulmen estaba inhumada bajo la tercera losa á. la izquierda del altar. Bajó pues al patio y en tl'Ó tí la capilla. Los criados del castillo rodeaban cl ataud de Juan D enis. Acercóse el vizconde, se santiguó, tomó el hi­sopo, lo empapó en la pila y esperando siempre ver el rostro del muerto, apartó á los penitentes que cantaban el D e profunrlis al rededor del ataud. El círculo se abrió muy respetuosameute de­lante de él, pero el vizconde no pudo ver naela porque estaba cerrado ___ _ Buscó entónce con 103 ojos el altar y L:L losa que cubria la b6ved'1 de Fulmen. Escrita con gruesas letras negras se leía la siguiente ins- • • cnpclOn. AQuí YACE LA ALTA 1 PODEROSA SEÑORITA FUL:lIEN DE ROCA.-NEGRA MUERTA. EL •.••.• onAD pon ELLA. Ralph pasó la mano por su frente y bajó los ojos. Quiso abandonar bruscamente la capilla; pero el respeto debido tí los muertos le retuvo. Vi6 acabar la ceremonia, recitó las oraciones que se dicen sobre la tumba abierta aún, y cuan­do el féretro bajó á la fosa destinada á los servidores del castillo, salió lentamente de la iglesia con la cabeza inclinada. Como atravezaEe de nuevo el patio, una voz alegre se dejó oír encima de él. ---Buenos días, vizconde, decia. Levantó la cabeza y vió al baron de Roca-·Ne­gra asomado á una ventana. ---Buenos dias, señor baron, respondió estre­meciéndose. El padre de Herminia estaba vestido de caza, el tricornio en la cabeza y la trompa cruzada á la espalda. ---¡ Espcraos. le dijo. Míénhas el baron bajaba, Ralph pudo yer uua jauria de hermoso,> perros aparejados de dos en dos y dos caballos de caza ensillados. El baron baj6. Pareció al vizconde que el viejo señor habia rejuvenecido con su traje de cazador; tan ele­gantemente llevaba sus grandes botas de embu, do y con tanto vigor hacia sonar sus espuelas á la francesa sobre el pavimento del patio. El señor de Roca-Negra se acercó :i Ralph con aire franco y COI dial y le apretó afectuosa­mente la mano. ---Rabeis debido dormir mucho le dijo, des­pues de la jornada que habeis hecho ayer por en medio de nuestros bosques morvandianos. ---Efectivamente, balbuceó Ralph confundido por el aire jovial del dueño de una casa en don­de los muertos aparecian y donde hacia pocas horas se acababa de asistir á un entierro. El baron adivinó, sin duda, la reflexion de su huésped por que se apresuró á decirle: -·.No he querido partir ántes de los funera.les de ese pobre Juan Denis. Era. UD hombre con- • • Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. LA TARDE 167 sagrado :i mi casa, y nos servía con fidelidad, Pero ya que todo está. hecho, vamos al comedor y luego montaremos á caballo, -E toy pronto á seguiros, respondió Ralph distraido. -En ese caso, venid. ---y se dirigieron al comedor. ---Tendremo.3 un hermoso dia de caza, dijo; la nieve se ha endurecido con cl hielo, el aire está tiLio y el bosque tendr{L para nuestras trom· pas los sonoros ecos de una antigua catedral. Mi picador ha hecho el ojeo esta mañana, y gracias á la nieve la operacion ha sido fácil. Nos ha levantado un hermoso solitario que resistirá vigoro .amente y no se rendirá sino cuando nues· tros perros estén ya fatigados y nuestros caballos blaucos ele espuma. nablando así, el baron abrió la puerta del comedor .Y Ralph rudo ver á la rubia Herminia que e taba sentada en una silla cerca de la chi­meneo. Como la víspera, en el momento en que habia penetrado en el retrete y vístola por pri· mera vez, la encontró hermosísima; pero casi al momento, levantó la cabeza y sus ojos se en· contraron con el ref,rato de Fulmen j entl)nces el prestigio que rodeaba á Herminia se des va- , / neClO. Herminia era de una belleza fria y vulgar eu comparacion á ese lienzo lleno de verdad que recordaba á la deslumbradora Fulmen. Desde ese momento Ralph se volvió pensa­tivo; apénas respondió á las preguntos que le hacia Herminia sobre la manera como habia pasado la primera noche en Roca-Negra; apé­nas probó los viandas frias que el baron le ser· via; apénas tocó con los labios la copa que la rubia Hermiuia le llenaba con su mano blanca y pequen- a ..... . Unan tiguo reloj encerrado en una caja de encina elió las diez. ---i Vamos! vizconde j vamos! i á caballo! di· jo el señor de Roca-Negra. El viejo hidalgo que no parecia notar la distracci.oll casi impolítica de su huésped, abrió la puerta. del comedor que daba sobre el pa· tia, salió, puso la mano en el cuadril, embocÓ su trompa y la hizo tocar la pa?,tida con unos pulmones de veinte años. ---Mi padre es siempre jóven cuando se trata de cazar, dijo Herminia sonriendo, miéntras que Ralph, notando al fin su falta de cortesía, le besaba galantemente la mano. La jóven se estremeció cuando Ralph le tomó la mano. , --·He aquí, se dijo el vizconde, una niña que ignora quizá que su castillo está habitado por fantasmas, y que los muertos sobre los que se recitan oraciones, recorren los bosques con el fusil al hombro. ---Señorita, la dijo, volviéndose bruscamente hácia ella, ¿ creis en los a parecidos? Herminia se puso pálida pero tuvo fuerza y valor para sonreir, ---No, dijo, no creo, señal' vizconde. ---Quizá haceis mal, murmuró Ralph que ha-bia notado su palidez súbita. y saludando friamente, siguió al baron que habia. puesto ya el pié en el estribo, VIU. El dia estaba claro, luminoso; el viedo lige­ramente frio. El sol hacia brillar la nieve en­durecida y la escarcha que dibujaba fantá sticos al'rebcscos entre las ramas secas ele las \'iejas • encmas. La trompa del señor de Roca·Negra y la de su picador dejaban oir un ruidoso adelante. Era demasiado para que el vizconde Ralph fuese pJ.:esa por más tiempo de sus sombríos en- suen-o¡¡ . Inclinó el cuerpo y se lanzó al galopo detras de la. jauría. Como lo habia anunciado el baron, el javalí era un viejo solitaTio que promctia resistir bas­tante. Ralph galopó varias horas en su persecusion, guiado por los ladridos de la jauría, y creyendo llegar á tiempo de tocar el halali, poro notó con sorpresa que el animal criaba nuevas fuerzas. Llegó un momento en que Ralph no yj ya ni los ladridos de los perros ni la trompa de sus compañeros. Habia perdido la pista engañado por un eco, por un camino tortuoso que desem­bocaba Se encontraba en el corazon de una vasta selva, pisando una espesa nieve y en medio de un silencio ele muerte. El sol se habia ocultado ya detras de los ár­boles y el dia declinaba. Ralph tomó su trompa y tocó vigorosamente al pe1'clido. Ningun eco le respondió. ---j Oh! i oh! pensó, si mi caballo no me sa~ ca de aquÍ, yo no podré encontrar nunca el ca- • mIDo. Soltó las riendas .v' el caballo morchó en línea recta delante de 61, despues se detuvo, volvi6 su cabeza inteligente á derecha é izquierda y se puso á titubear. El dia declinaba más y más, un viento agudo y penetrante soplaba por entre las muertas ra­mas de los árboles, Ralph espoleó su caballo que siguió caminando al azar. ---Me consideraré muy feliz, pensó el escoces,si no muero de hambre y de frio en este bosque. De repente el caballo se detuvo y enderezó lns orejas. ---¿ Qué hay? dijo el caballero. El caballo no se movi6, y parecia asustado. Ralph miró y creyó ver una ~asa negra, in-móvil en medio do los árboles. Espoleó más fuertemente al cabollo, que ven­cido por el dolor dió algunos pasos. Entóncas el vizconde reconoció que la masa negra era un hombre armado de un fusil y que estaba sentado tranquilamente sobre el tronco de un árbol. ---1 Hola! amigo, dijo ¿ quiéres indicarme el camino de Reca·Negra ? La masa negra se agitó, y Ralph oyó una voz que le decia : ·_·Con mucho gusto. (Conf..luirá.) = DE LA BELLEZA, orígen y extravaganoia de algunas nlodas_ Seria bastante curioso, y acaso más instructivo de lo que á primera vista parece, tener Ulla hi toria com­pleta de los al'tificios, de las invenciones, de las astu- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. • 1G8 LA TARDE cias em pleadati en todos tiempos y en todo los pa ises para llegar á la solncion de este prob lcma : " Parecer más bella, y sobl'e t o,lo más beJla de lo que cs." Cuantos poema!> Re hubiesen hecho co n lo e fu er ­zos de la imagi naciol1, que se han ga. tado en el cam· po inagotuble de la fantasía, d,enturados para conseguir este resultado apetecido : t ener el a pecto feroz y espantoso. La costumbre de pintarso está tam­bien muy en uso en Groenlandia, donde de tal modo se presentfin las mujeres embadurnadas de azul ó de amarillo, qlle parece llevan una careta. En ciertas provincias de la Pers ia. es poco e!>timada la nariz agiJeña, es la nariz del pobre pueblo; las cIa­ses elevadas tienen el cuidado de hacer aplastar con­venientemente las de sus hijos desde su más tierna edad . En el Japon, las mujeres doran sus dientes: en la India los tiüen de rojo; en el Guayarat los pintan de negl'O. Todos sabemos los tormentos porque pasan las chi­nas para conseguir su piel ide'!.l; un pié de cabra, so­bre el que no pueden sostenerse más que algunos minutos. Esas mismas chinas se privan de comer para con­servarse delgadas, lo cual está admitido como encan­tador; al paso qne los turcos se atascan para engordar, lo cual es entre ellos incontestablemente admirable. Asi por todas partes monstruosidad, locura, crueldad, bajo el coruuo pretesto de aumentar la belleza. i del cuerpo se pasa al traje, 110 e ob, Cl'va ménus variedad en lo gu tos: el diccionario distintil'O de los trajes, recorre todo el diapa:;lll1 de lo e.'trnvagante, agota todas las forma dll lo raro, llega á IU5 limites mús apartados de lo ridículo, El peinado ordinario ue las mujeres de Pekin e" un pájaro embalsamado. El p¡ijaro esta montado en 0 1'0 Ó en cobre, egun la riqueza de la hermosa, y está dispuesto de modo, que las alas caen sobro las iene'; la cola larga y abierta tennina en un penacho de plu­ma ; el pico baja. obre 1" nariz, y un re orle coloca­do en el cuello del ave la hace movible, hasta el punto de que al menor movimiento se agita como si aun conservál'a la vid a. Este singular pC'inado tiene no ob tante eierta. gra­cia, pero es grote co; las mujeres de i\Iyaneses (.Japon interior) llevan sobre la cabeza uu pequeiío buque, de longituu cuando rnéuos de un pié, el cua 1 fijan en su eabellerra á fuerza de cera: no pueden sentar. e ni besarse sin tener su cuello 111 uy tic o por r e¡;peto al edificio naval: dícese, que como el pais está muy po­blado de árboles, no es raro encontl'ar alguna belleza enganchada la cnbeza en las ramas tic un árbol, admi­rado de lleva!' buques. Cuando se trata de de"haeer el peinado, emplean más de una hora sólo en d erretir aquel montan de cera que pega y so tiene el buque. Bueno es añadir que esto embl emas náutico I no se c0nstruyeu sobre .su cabeza sino en ciertos dia¡; de fiesta. í Qué deuucir de estas contradicciones, de esas ahel'l'aciones? Cada uno cree sus u os encantadores, excelentes sus costumbres, ¿ Quién tiene razon? i Dónde e tú el bien ó el mal? Bueno e hacer observar por lo Ilema , y para. quo sit'ya de gobierno á. las coqueta.." futura, que los usos nHi singulares han reconoeido s iempre como origen la necesidad de disimular, alguna deformidad fí s ica. Hagámonos cargo, aunque de paso, de alguno de e110 . E os atroces y ridícul os zapatos, cOl1oci,los b1jo el nombre de polaina, tel minados en plln la, teniendo á yece' dos piés de longit.ud, y tan in clímod

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La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 21

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