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Navegar Bogotá adentro
  • Exposición
  • Literatura

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Navegar Bogotá adentro

Navegar Bogotá adentro es subir en una embarcación hecha de siglos y progresiones. Soltar su arboladura e izar las velas al viento de los cerros orientales.

Navegar Bogotá es surcar las aguas del tiempo hasta el mismísimo día de su fundación —el 6 de agosto de 1538— en aquella aldea que se ubicaba en estribaciones de Monserrate y Guadalupe. Es asistir a los inicios del estudio de la flora nativa del Nuevo Reino de Granada, en 1783, bajo la dirección del presbítero español José Celestino Mutis. Es descubrir, más de doscientos años después, el álamo en la Plaza de Suba, el viejo nogal de la 77 con 9, el árbol del ahorcado en Ciudad Bolívar o las palmas fénix de la calle 57.

Mirar de cerca, atravesar la ciudad

Navegar Bogotá adentro es observar con “Los Tres ojos de Manuel H”, asistir a “La tienda de los milagros” en Chapinero en el libro Bogotá, la banda de Cristian Valencia. Es conversar con don Pedro Medina Avendaño, autor del Himno de Bogotá, mientras se camina por el centro, se toma aromática de frutas y se recuerdan sus años como pugilista callejero en las crónicas de Andrés Ospina.

Ir Bogotá adentro es penetrar en el alma de sus personajes. Es, como en la Guía para extraviados, de Julio Paredes, adentrarse en el corazón de las parejas que ya no se aman, pero continúan juntas por esa inercia de la rutina que parece más fuerte que la gravedad. Es acompañar a un grupo de antropólogos, odontólogos y médicos forenses a la exhumación de un cadáver en frente de su familia en los textos de Marta Orrantia, porque navegar la ciudad también consiste en mirar a la muerte a los ojos. Esa que es cantada en tantos poemas, cuentos y crónicas. Como el dolor vivo de Doña Lucía, quien escuchó los tiroteos de los sótanos del Palacio de Justicia y no encuentra a su hija desaparecida en La siempreviva, la icónica obra de teatro de Miguel Torres.

Navegar Bogotá es sumergirse en la historia, en las bitácoras de hace cientos de años, en las novelas contemporáneas y en las crónicas reveladoras.

La ciudad como un océano

Navegar esta ciudad es detenerse en los vuelos verbales de uno de sus poetas insignes, León de Greiff, y leer con gozo lo que escribía en 1915:

“tal un ventripotente agrómena de jipa

a quien por un capricho de su caletre obtuso

se le antoja fingirse paraísos .... al uso

de alucinado Poe que el alcohol destripa!”

Es exponerse a las rabonadas de un individuo rayado por andar de cepillero con gente chifloreta y jincha de la perra en cuadra picha. Es, por pura goma,mamarle gallo a los lichigos por poner tan poquito pa´la vaca. Es sergallito y zurrón, como lo explica el diccionario Bogatólogo II porque “en Bogotá sigo sintiéndome en mi casa cuando salgo de mi apartamento”, como escribe Ricardo Silva en otro de los libros de esta colección.

Navegar Bogotá es sumergirse en la historia, en las bitácoras de hace cientos de años, en los diarios contemporáneos y en las crónicas reveladoras. La invitación es a naufragar en este mar de modismos y a soltar los aparejos y penetrar a toda máquina en el alma de una ciudad tan grande como el océano.

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Navegar Bogotá adentro

La fotografía, la historia, la crónica y la literatura conforman una intersubjetiva máquina del tiempo. Un espacio para navegar Bogotá a fondo.

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