Inspirados en Humphrey Bogart o en las novelas de Raymond Chandler y Dashiell Hammet, pero también en El Espacio y sus crónicas rojas, el crimen y la literatura confluyen en la capital del país.
Esta Bogotá atravesada por la decadencia y el misterio no se parece a la de las sofisticadas películas gringas del género noir. Se parece a sí misma. A la Bogotá de las fritanguerías, a la de la Plazoleta de la Mariposa de San Victorino, a la de los cafetines sucios de mediados del siglo XX y a la de los antros de mala muerte solapados en cualquiera de las zonas rosas de la ciudad.
Cartografía del crimen
Un ciudadano alemán aparece colgado de un eucalipto a las afueras de Bogotá. Una bodega en el sur de la ciudad se encuentra atiborrada con fauna silvestre lista para ser comercializada. Un muchachito cinéfilo amanece ahorcado en un baño de una casa del barrio La Soledad. Un hombre confiesa que asesinó a una mujer, después de obsesionarse con su actuación en Medea, una noche de sábado, en una minúscula sala de teatro del barrio La Candelaria. Otra noche de sábado, en Las Cruces, dos cuchilleros se baten a muerte por el amor de una modista que realmente ama a otro. Hay una ola de suicidios en el Salto del Tequendama, y el hotel junto a la gran cascada se puebla de fantasmas y horrores que castigan a los temerarios huéspedes que osan pernoctar entre sus paredes. Un hombre de apellido Matallana engaña a sus víctimas haciéndose pasar por abogado; hay que tener mucho cuidado, es un asesino serial.
Los casos anteriores son cubiertos y resueltos por detectives criollos y periodistas de la crónica roja que no conducen cadillacs, ni son envueltos por el humo azul del cigarrillo cada vez que aparecen, ni se visten con largos gabanes y mancuernas de oro. Son personajes que andan en taxis destartalados, con problemas en el embrague, que llevan camisas abiertas y zapatos sin lustrar, desayunan caldo de costilla o sancocho de gallina y usan escapularios del Sagrado Corazón de Jesús. Y se mueven en una ciudad que en lo único en que se parece a la Gran Manzana o a la nublada Londres es en su vocación de ser cómplice del crimen y la corrupción que da vida a estos títeres del bajo mundo. Esta fusión tiene nombre propio: Bogotá policíaca.
Un paseo por el Infierno
En esta sección el lector encontrará la primera novela de género policíaco publicada en Colombia: El misterioso caso de Hermann Winter, de Ximénez. Pero también podrá sumergirse (y salir teñido de rojo) en sus famosas crónicas, que eran las lecturas predilectas de los bogotanos de las décadas de los 30 y 40 del siglo pasado.
Además, en esta ciudad plagada de crimen e investigaciones sin resolver, el lector podrá analizar los escabrosos hechos relatados en Cerco de amor, de Miguel Torres o en El anarquista jubilado, de Roberto Rubiano Vargas. También podrá asistir, a través de esa extraordinaria máquina del tiempo que es la escritura, al momento preciso en que es descubierto y capturado el Dr. Mata, o al instante preciso en que Ximénez contrae una neumonía (que lo terminará matando), gracias a las crónicas policíacas de Felipe González Toledo.
Recursos recomendados
Bogotá policíaca
Abra bien los ojos, afine los oídos, aguce el sensor de su piel, prepare su gusto y ponga a su servicio el olfato que todo buen sabueso debe tener. Al entrar en esta sección los va a necesitar.
El rompecabezas policíaco más envuelto en misterio, entre los que hayan dado trabajo a la policía y más se hayan apoderado de la atención del público, es el caso llamado del "baúl escarlata". El baúl de esta historia no era de color escarlata, pero a algún bromista de la época se le ocurrió llamarlo así, y todos aceptamos la denominación. El ferrocarril del norte era de propiedad de la familia Dávila y tenía su terminal en Nemocón, aunque se proyectaba llevar la línea hasta la Costa Atlántica. Cuando la empresa pasó a poder del Estado, el ferrocarril se prolongó hasta Barbosa, Santander, y ahí quedó. Tenía su estación en Bogotá, en la carrera 15 con la calle 17, y disponía de un gran patio destinado a bodega de exportación.
Los crímenes que se sucedían en el barrio rebasaban cualquier audacia antisocial de las que se registraban a diario en la prensa amarillista. El estado en el que eran halladas las víctimas, su descomposición y, por supuesto, el hedor que despedían, se convirtieron en sorpresas desagradables, poco gratas, para los habitantes del que parecía ser el perímetro de acción de los criminales, y para las autoridades que no lograban descifrar un misterio que escapaba a su control.
El 14 de diciembre de 1825 el general Santander entregó unos terrenos ubicados en Zipaquirá para que allí pudieran ser enterrados los restos de los miembros de la Legión Británica fallecidos en Colombia...
Irene cumple tres meses de muerta mañana domingo. Por día viene a ser hoy, porque yo la maté un sábado. Pero del crimen me ocuparé más adelante. Comienzo por decir que la idea de escribir este libro no es mía, me la dio, sin habérselo propuesto, un periodista de mala leche que publicó una crónica con la mezquina intención de hacerme daño. Cómo me gustaría reírme en la cara de ese pobre infeliz que utilizó su oficio para colgarme una falacia que ahora resultará siendo cierta: la de escribir una historia que cuente los trágicos y cómicos sucesos de mis amores con Irene.
El doctor está muy ocupado; sumamente ocupado y no puede recibir a nadie. Esto del caso Winter no le deja ni un solo momento libre, agregó el agente de policía con funciones de portero de la inspección respondiendo a la solicitud de don Rodrigo.
Cervantes levanta sus gafas Ferrari y mira su reloj. El tablero está decorado con el indio de los cigarrillos Pielroja y las agujas indican que es casi medio día. Observa la fachada de ladrillo, las chimeneas de ladrillo que sobresalen de los techos del edificio, los antejardines de ladrillo, los andenes cubiertos de ladrillo. A dondequiera que mira esta ciudad parece hecha con ladrillos. En la entrada del edificio un celador lee El Espacio. Cervantes pasa junto a él y se detiene ante el mostrador de recepción. Otro celador, que escucha un transistor mal sintonizado, lo atiende.
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