Por:
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Fecha:
10/08/1875
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
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PERIODICO DEDICADO A LA LITERATURA .
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Serie IV. Bogotá, 10 de Agosto de 1875. Número 45.
_A A~DE,
EL CANTOR DE LA MARSELLESA.
A MI AMIGO EL SEÑOR DAVID GUARIN.
En los años tempestuosos que dieron fin al siglo
XVIII, cuando la Fr.lncia e levantó para sumergir en
sangre los allU~os de algunas clases de la sociedad y para
devolver al mundo ava allado los oerechos natumles
del hombre, brotó una generacion nueva, una generacion
titánica que será el ascmbro de los siglo. unca
se prescntaron tantas frentes merecedoras del guerrero
laurel; nunca resonó la tribuna con tan ígneos y
varoniles acento ; nunca tronó en la Jira con tanto
vigor la inspira.cion de los poetas. " Qué hombres y
qué tiempos! " es preciso decir con E squiro5, al leer
laslnginas de aq uella historia terrible. Y qué figul'lls no
se ven entre el hUIDo de los arcabuces y al brillo siniestro
de la guillotinn, coronadas unaS con la mnje tad
del martirio, afeafla otras con la huella del crÍmcn !
Hasta el sexo dulce, en cuyo corazon habia puesto la
naturaleza el lecho del amor, parece adqUIrir la forma
varonil y quel'er Incllar en fuerza con el hombre: ya
no se corona con fiores sino con la cinta revolucionaria:
ya no tiene manos para llcariciar, sino para encender
la mecha. fulminante y para blandir el puñal. Los mis,
mes episodios del amor participan de cierta aspereza,
de cierto grandor que atemoriza: aun en el corazon de
las montañas se los ve pasar al reflejo fúnebre de las
urnas, al compás de los cánticos de muerte!
En medio de tantas y tan colosales figuras; en medio
de tant~s y tan interesantes e cenas, los historiadores
de aquel tiempo recuel'dan un nQmbre y una esCena
que merecen ser conocides. ROUGET DE LISLE,
el cantor de la MARSELLESA, el autor de la cancion
ft'ancesa por excelencia, la nube que brotó de su seno,
esa chispa eléctrica á cuyo contacto se levanta como
un solo hombre un pueblo entero de cuarenta millones
de cabezas. Canto inmortal donde hierve, como la lava
en el Etno, el entusiasmo popular, el C01'azon de la
Francia t No hay en la tierra quizás un solo lugar,
bollado por la planta de un frances que no haya
resonado con las notas de este himno j y no bay un
solo frances que no se haya estremecido al preludiarlo.
Rouget de LisIe habia nacido en los senos rocalloSOS
del Jura, y babia sentido Ondear su cuna bajo una
corona eterna de nieve, al rugido de las fieras, entre
el rumor do los helados torrentes desprendidos del
Alpe Por eso en un cuerpo, digno del buril de Fidias,
encerraba una alma vigorosa y enérgica, una alma cuya
mi. ion era volar, como el águila intrépida posada
sobre las cumbres del Jura cuando en ella se mece la
tormenta. Personificacion del talento y del valor, abrazó
como pen adol' profundo la revolucion (manchada
despues con el crímen) y buscando la idea, puso al
servicio de ella su espíritu y su brazo, Eran los meses
frios de lí92. Rouget de LisIe estaba de gllarnicion
en Estra~burgo donde á la sazon ocupaba el frente de
la Municipalidad un revolucionario de Alsacia, llamado
Dietrik. Allí e peraba á Rouget la copa que corona
de flores la amistad ó tal ,ez la qu(' corona el amor j
allí encontró el hogar encendido y el paso franco en
los corazones simpáticos de las dos bellezas alsacianas,
hijas de Dietrik. Cuándo no ha sielo la mujer el
genio i nspi radol' de las gl'andes accione!';, el confidente
del genio! La alsaciana, en efecto, inflamaban más y
más el númen de Rouget: apénas salia de los labios
de este una estrofa, ellas mismas la recogian, y encendida
todavía la mecian en sus arpas y en su garganta,
y con ella inflamaban el aura. Mas, la escasez COmenzaba
á extenderse 6n la me a de Dietrik: ya no quedaba
en u sótano sino una botella de vino. " Que la
traigan, clamó el virjo revolucionario: no importa que
fal te la abundancia en nue tros f~stines, si obra el entu
iasmo popular en nuestras 11c ta'! cí vicas : es precisO
que de LisIe saque de estas gotas últimas un himno
que lleve al corazon uel pueblo la embriaguez de donde
ha salido, "
De Li le bebió: bajó la ternura á su corazon y vino
:í. su cabeza el fuego, el pensamiento de lo alto,
Oh! quién le bubiera visto en las altas horas do
aquella noche memorable, azotada su frente pOl' las
frias ráfagas del vient.), encendidos ojos por el brillo
interior, arrancando al piano melodías inauditas, ,
Durmióse al fin sobre el in trumento compañero de su
gloria: nada bnbia escrito hasta entónces. Pero aun
cuanuo su cuerpo yacia adormecido, u alma vivia, su
alma hervia por una. icspiracion inefable, Despertó al
fin, cuanuo se alzaba el albay murmumban las brisas.
y al despertar escribió! •.• Pocos momentos despues
algunos revolucionarios se reunieron en el salon, y entónces
unidas las voces do la. hija mayor de Dietrilr -
de Rouget, lanzaron por primera vez ni espac!
tico inmortal:
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J
,
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S03 LA TARDE
•
AlloJ1e enfants de la patr:e,
Le j onr de gl oire est arrivé.
Contre DOlla de la tyrannie
L' étendard sanglant e s t levé.
. . .. . .. ~ .... .... . . . . . . .....
La primera frente que palideció de emocion ru é la
de Díetrík; sus lágrimas de entusiasmo las primeras
que corrieron; su homenaje sincero y purísimo el primero
que recibió De LisIe. Ay! quién hubiera di cho
que pocos meses despues el ruido del carro que llevaba
al poeta, á recibil' laureles y al anciano ti tender el
cuello en la guillotina, babia. de mezclar su monótono
ruido al son terrible de la Marsellesa, lanzada al mundo
desde los hogares de Dietrik por el amigo de sus
b ·· , . IJUS •••••
Pronto la recogió el pueblo, llevándola de boca en
boca y de pueblo en pueblo: los clubs de Marsella
atronaban con ella las bóvedas de los edificios donde
se reunían, y de donde salian turbas de facinerosos
pidiendo la asolacion de la Francia.
•
J. J. BORDA.
--=:::"">C><:>o<=== __ o
LAS VELADAS.
I En las oscuras noches del invierno,
En dulce intimidad se reunía
La familia, en la me5a circular l...
! Y allí mi madre, con cariño tierno,
Nuestro grato alimento repartía,
y al concluír nos enseñaba á orar L. ,
•
I Y esa casa y sus goces despreciamos,
Pues luego la vendimos ... y en el mundo
Desde entónces vivimos con dolor l. ..
i Ay 1 i Tánta ingratitud penando vamos,
Pues como aquel no hay otro hogar segundo
Que nos abrigue con igual amor!. ..
TEMISTOCLES TEJADA.
1875.
,
EL MISERERE.
Hace algunos dias que visitando la célebre
abadía de Fitero y ocupándome en revolver algunos
volúmenes en su abandonada biblioteca,
dt!scubri en uno de sus rincones dos ó tres cuadernos
de música bastante antiguos, cubiertos
de polvo y hasta comenzados á roer por los ra-
•
're. •
,sica, pero le tengo tanta afi-
C.I)
UU.-. 1"
nO h: h .1
l un
u pa. t..
~~'l llcrta!:l (
a entenderla, suelo coger una
l ópera, y me paso las horas
) sus páginas, mirando los gru,
ó ménos apiñadas, las rayas,
os triángulos y las especies de
e Dot
·círcu.
•
etcéteras, que llaman llaves, y t odo esto sin com prend
e r una jota ni sacar maldito el pl', ) vecuo.
Oonsecuente con mi manía, repasé I Uil cu a dernos,
y lo primero que me llamó la atondan fué,
que aunque en la úlLima página JJabia esta palabra
latioa, tan vulgar eu todas las obras,jinis,
la verdad em que el Miserere no e~taba terminado,
porque la música no alcanzaba sino hasta
el décimo ver sículo.
Esto fué sin duda lo que me llamó la a teneiOll
primeramente; pero luego que me fijé un poco
en las hojas de música, me chocó más aún el obSl3rvar
que rn vez de esas palabras italianas que
ponen en todos, como rnaestoso, alLe.fJ/'o, 1·itm·d
o, lJ116 vivo, á pia cce1'e, habia unos r englones
cscritos con letra muy menuda y en aleman, de
los cuales algunos servian para ud vertir cosas
tan difíciles de hacer como esto: Crugen .. ent,
gen los huesf) s, y de sus médulas han de pW'ecer
que .'Ialen los alaridos;, ó esta otra: La
cuerda aulla sin disc(l1'dar, el metal atruena sin
ensm'decer ;' P ? 1' eso sue,na todo, y no se confun.
de nada y t odo es la humanidad que solluza y
gime;, ó la más original de todas, sin duda, recomendaba
al pié del último versículo; Las
notas son huesos cubiertos de caTne j lumb-re
inextinguible, los cielos y su annonía ... ¡fuerza!
fuerza y dulzzlTa.
-¿ Sabeis qué es esto? pregunté á un vicjesito
que me acompañaba, al acabar de medio traducir
estos renglones, que parecian frases escritas
por un loco.
El nucillno me contó entónccs la leyenda. que
voy á rElferiros. .
l. •
Hace ya muchos años, en una noche lluviosa
y oscura, llegó á la puert.a claustral de esta abadía
un romero, y pidió un poco de lumbre para.
secar sus ropas, un pedazo de pan con que satisfact1r
su hambre, y un albergue cualquiera donde
esperar la mañana y proseguir con la luz del sol
• su earomo.
Su modesta colacion, su pobre lecho y eu encendido
hogar, puso el hermano á quien se hizo
esta demanda á disposicion del caminante, al
cual, despues que se hubo repuesto de su can·
sancio, interrogó acerca del objeto de su romería
y del punto á que se encaminaba.
-Yo soy músico, respondió el interpelado; he
nacido muy léjos de aquí, y en mi patria gocé
un dia de gran renombre. En mi juventud hice
de mi arte un arma poderosa de seduccion, y encendí
con él pasiones que me arrastraron á un crÍmeno
En mi vejez, quiero convertir al bien las
facultades que he empleado para el mal, redimiéndome
por donde mismo pude condenarme.
Oomo las enigmáticas palabras del desconocido
no pareciesen del todo claras al hbrmano lego,
en quien ya comenzaba la curiosidad á despertarse,
é instigado por éste continuara en sus preguntas,
su interlocutor prosiguió de este modo:
-Lloraba yo en el fondo de mi alma la culpa
que había cometido; mas al intentar pedirle á
Dios misericordia, no encontraba palabrae para
expresar dignamente mi arrepentimiento, cuando
un dia se fijaron mis ojos por casualidad sobre
un libro santo. Abrí aquel libro, y en UD&. do tUS
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LA TARDE 304
páginas encontré un giO'fl.ute grito de contl'icion sobre el cóncavo peñon, de donde nace la cascaverdadera,
un salmo de Da.vid, el que comienza da, que despucs de estrellar e de peiion cn pei
ltIiso'ere mei, Deus! De de el iu!:tante en que iion, form:\ oll'iachuelo que viene :\. bañar los
hube leido sus c:,trofa~, mi· único pensamiento muros de esta abadía,
fué hall l' una forma mu ical tan m:lgní6ca, tan -Pero, interrumpió impaciente el músico, ¿ y
snblime, que ba"tase á contener el gran,
.BS llamas redujeron el monasterio á escom- punto en que se levantan negras é iml -
Ji de la iglesia áUD quedan en pié las ruinas . las ruinas del mona.sterio.
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305 LA TARDE
La lluvia babia cesado; las nubes flotnbnn en
o cura . bandas, por entre cuyos girones se deslizaba
i veces un furtivo rayo de luz pálida y
dudosa; y el aire al aZútl11' los fuertes mach ones
y extenderse por los desiertos clá ustl'Of:l d iríaso
que exhalaba gemidos. Sin cmbargo, nnda sobre·
natural, nada extraño venia á heril' la imaginacion_
Al que habia dormido má de una noche
sin otro amparo que las ruinas de una
torre abandonada ó un castillo solitario; al que
habia arrostrado en su larga peregrinacion cien
y cien tormentas, todos aquellos ruidos le eran
familiares.
Las gotas de agua que filtraban por entre
las grietas de los rotos arcos y caian sobre l::.s
108'\s con un l'umor acompasado, como el de la
péndula de un reloj i los gritos del bubo, que
grazna ba refugiado bajo el nim bo de piedra de
una imágen, de pié aún en el hueco de un muro;
el ruido de los reptiles, que de piertos de su
letargo por la tempestad sacaban sus disformes
cabezas de los agujeros donde duermen, ó se
arrastrauban por entre los jE1ramagos i los za1'zales
que crecian al pié del altar, entre las junturas
de las lápidas sepulcrales que formaban
el pavimento de la iglesia, todos ews extraños
y misteriosos murJluilos del campo, de la soledad
y de la noche, llegaban peceptibles al oido
del romero, que sentado sobre la mutilarla estatua
de una tumba, aguardaba ansioso la bora
en que debiera realizarse el prodigio.
Trascurrió tiempo y tiempo y nada se percibió;
aquellos mil confusos rumores seguian sonando
y combinándose de mil ::naneras distintas, pero
siemprc los mismos.
-j Si me habré engañado! pensó el músico;
pero en aquel instante se oyó un ruido nuevo,
un ruido inexplicable en aquel lugar, como el
que produc~ un reloj algunos segundos ántes
de sonar la hora, l'uido de ruedas que giran, de
cuerdas que se dilatan, de maquinaria que se
agita sordamente y se dispone á usar de su misteriosa
vitalidad mecánica, y sonó una campanada
... dos ... tres ... hasta once.
En el derruido templo no habia campana, ni
reloj, ni torre ya siquiera.
Aun no habia espirado, debilitándose de ecl>
en eco la ultima campanada; todavía se escuchaba
su vibracion temblando en el aire, cuando
los doseles de granito que cobijaban las esculturas,
las gradas de mármol de los altares, los
sillares de las ojivas, los calados antepechos del
coro, los festones dc tréboles de las cornizas, los
negros machones de los muros, el pavimento, las
b6vedas, la iglesia entera, comenzó á iluminarse
espántosamen te sin que se viese una autorcha,
un cirio ó una lámpara que derramase aquella
insólita claridad.
Parecia como un esqueleto, de cuyos huesos
amarillos se desprende ese gas fosf6rico que briy
humea en la oscuridad con una luz azula-
:nquieta y medrosa. •
•
nll I
t . .. "
i ns t I L-,'
'') pareció animarse, pero con ese movi....
albánico que imprime á la muerte conque
par.odian la vida, movimiento
más horrible aún que la inercia del
'gita con su descouocida fuerza.
"'eunieroft á las piedras; el ara,
utos se veían ántes esparcidos
, ve
-,
-
sin órden, se levantó intacta como si acabaso do
dar en ella su último g()lpc de cincel 01 artIficfl,
y 111 par dcl ara se levuntaron las derribada, capillas,
los rotos chapiteles y las destrozada ó
illlnen as série de arcos, que cruzándo~e y nlazándose
capri-chosamente entre sí, formaron con
sus columnas un labcrinto de pórfiuo.
Una vez reedificado el templo, comonzó á oir~
un acorde lejano que pudiera confundirse con el
zumbido del aire, pero que era un conjunt de
voccs lojanas y gr,lve., que parecian .alir del
seno de la tierra é irsc elevando poco á. poco
haciéndose de cada vez más perceptible.
El osado perogrino comenzaba á tener miedo;
pero con su mieuo luchaba aún su fanatismo por
todo 10 desudado y maravilloso, y alentado por él
dejó la tum ba sobre que reposa ba, se inclinó al
bordo del abismo por entre cuyas rocas saltaba
el torrente, despeñándose con un trueno incesante
y espantoso, y BUS cabellos se erizaron.
Mal envueltos en los gil'ones de sus hábitos,
caladas las caP'Achas, bajo los pliegues de las
cuales contr-astaoan con sus descarnadas mandíbulas
y los blancos dientes las oscuras cavidades
de los ojos de sus calaveras, vi6 los esqueletos
de Jos monjes que fueron arrojados desde el pretil
de la iglcsia á aquel precipicio, salir del fondo
de Ir., aguas, y agarrándose con los largos
dedos du sus manos de hueso á las grietas de las
peñas, trepar por ellas hasta tocal' el borde, diciendo,
con voz baja y sepulcral, pero con una
de garradora expresion de dolor, el primer versiculo
del salmo de a David;
--i ':1I:Iicerel'e meto Deus, secundum magnam
miserico1'llíam tuan!
Cuando los monjes llegaron al peristilo del
templo, se ordenaron en dos hileras, y penetrando--
en él fneron á arrodillarse en el coro, donde
con voz lllás levantada y solemne pl'Osiguieron
entonando los versículos del salmo_ IJa música
sonaba al compás de sus voces: aquella música
era el rumor distante del trueno, que, desvanecida
la tempesta.d, sc alejaba murmurando i era el
zum bido del aire que gemia eo la concavidad del
monte; era el monótono ruido de la cascada que
caia sobre las rocas, y la gota de agua que se filtraba,
y el grito del buho escondido, y el roce de
los reptiles inquietos. Todo esto era la música, y
algo más que no puede explicarse ni apénas concebirse,
algo más que parecia como el eco de un
órgano que acompañaba los versículos del gigante
himno de contricion del Rey Salmista, con notas
y acordes tan gigantes como sus palabras
terribles.
Siguió la ceremonia; el m'IÍsico que la presenciaba,
absorto y aterrado, creía estar fuera del
mundo real, vivir en esa regio n fantástica del sueño
en que todas las cosas se revisten de formas extrañas
y fenomenales.
Un sacudimiento tetrible vino á. sacarle de
aquel estupor que embargaba todas las facultades
de su espíritu. Sus nervios saltaron al impulso
de una emocion fuertísi:na, sus dientes chocaron,
agitándose con un temblor imposible de reprimir,
y el frio peD'3tr6 hasta la médula de sus huesos.
Los monjes pronunciaban en aquel instante estas
eBpan tosas palabras del Misc'rere:
.In iniquitatióus conceptus aum, el in peccatis
concepit me mater mea.
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LA TARDE 306
Al resonar e te versículo y dilatarse sus ecos
retuUl bando de bóveda en bóveda, se levantó un
alarido que parecia un grito de dolor, arrancado
á la humanidad entera po~' la' conciencia de sus
maldades i un grito honoro~o, formado de todo
los lamentos del infortunio, de todos los aullidos
de la desesperacion, de todas las blasfemias de la
impiedad, concierto monstruoso, digno in térprete
de los que viven en el pecado y fueron concebidos
en la iniquid ad.
Escribió uno, dos, cien, doscientos borradores
todo inútil. Su mÚdica no se parecia á. aquella
música ya anotada, y el sueño huyó dE sus párpados
y perdió d apetito, y la fiebre se apoderó de
su cabeza, y se volvió loco, y se murió, en fin,
sin poder terminar el lVI¿se1'e1'e que, como un <¡,
COsa cxtraña, guardaron los frailes á su muerte, y
áun se conserva hoy en el archivo de la abadía.
PI'Dsiguió el canto, ora tristísimo y profundo,
ora semejante i un rayo de sol que rompe la nube
oscura de una tempestad, baciendo succder á
un relámpago de terror otro relámp~go de j úbilo,
hasta que merced á una transforIlIa cion súbita,
la iglesia respland eció bañada en luz celest.e ; las
osamentas de los monjes se vistieron de sus carnes
una aureola luminosa brilló en derredor de sus
frcntes i se rompió la cúpula, y á traves de ella
se vió el cielo, como un océano de lumbre abierto
á la mirada de los justos.
Los serafines, los arcángeles, los ángeles y las
jerarquías acompañaban con un bimno de gloria
este versículo que subia entónces al Trono del
Señor como una tromba armónica, como una gigantesca
espiral de sonoro incienso.
A uditu meo dabis gaudiurn et lcetitiam, et
exultabunt ossa humiliata.
En este punto la claridad deslumbradora cegó
los ojos, del romero, s';ls sienes lat,ieron co~
violencia, zumbaron sus Oldos y cayó Sln conOCl,
miento por tierra, y nada más oyó.
lII.
Al dia siguiente, los pacíficos monjes de la. aba·
día de Fitero, tí quienes el hermano lego habia
dado cuenta de la extraña visita de la noche anterior,
vieron entrar por su~ puertas, pálido y como
fuera de sí al desconoOldo romer(},
_¿ Oisteis al cabo el Mise1'e?'e? le preguntó
con cierta mezcla de ironía el lego, lanzando á
hurtadillas una omirada de inteligencia. á sus su-
• perlOres.
. Si, respondió el músico.
-¿ y qué talos ha parecido?
-Lo voy á escribir. Dadme un asilo en vues-tra
casa, prosiguió dirigiéndose al abad; un asil(}
y pan por algunos mesas, y ,!oy á dejaros una
obra inmortal del arte , un M",sereTe .qu,e b orre
mis culpas á los ojos de Dios, eterOlce ml me·
moria, y eternice con ella la de esta a ba?ía.
Los monjes, por curiosidad, aconsejaron al
abad que accediese á su demanda; el aba~ por
e 'mpasion, aún creyéndole un loco, accedió al
;l. á ella, y el músico, instalado ya en el monas·
rio, comenzó su obra.
Noche y dia trabajaba con un afan inc~msante.
un mitad de su tarea se paraba, y. pare.Ola .como
"cuchar algo que sonaba en su lmaglDaOl?n, y
60 dilataban sus pupilas, saltaba. en el aSIento
V exclamaba: i eso es; así, así, DO hay duda ...
1. í! Y proseguia escribiendo notas con :una radez
febril, que dió en más de u~a ocasl.on que
dmirar á los que le observaban sm ser Vl~to~.
Escribió los primeros versículos, y los slgUIen'~
9, hasta la mitad del Salmo; pero al llega.~ al
.'Jtimo que habia oido en la. montaña, le fué lmflsible
proseguir.
"
• •
Cuando el viejecito concluyó de contarme esta
historia, no pude ménos de yolver los ojos al enpoI
vado y antiguo manuscrito del Misere'l"e, que
áun estaba abierto sobre una de las mesas,
In peccatis concepit me mater mea,
Estas erau las pahbras de la página que tenia
nnte mi vista, y que parecia mofarse de mí con
sus notas, llaves y sus garabatos ininteligibles
para los legos cn la música.
Por habedas podido leer hubiera dado un
mundo.
¿ Quién sabe sino serán una locura?
,
• G, A. BECO,UER.
HORAS DE FELICIDAD-
(PENSANDO EN TI.)
J.
Siento mi corazon extremecerse,
Lleno de encantos, esperanza y vida:
Su vigor me sorprende y su entusiasmo
En esta ardiente fiebre que lo agita..
Veo mi porvenir embellecido ,
y radiante de luz: su cielo brilla,
De gasas irisadas decorado,
Cortinajes de tul y róceas tintas .
Como án tes lo temia, amo el insomnio
Que entónces mi alma sueña embebecida
Mundos de amor, y á diálogos se entrega
En que la gloria alterna con la dicha.
Si hubiere de acabar este embeleso,
Venga la muerte, y mi lumbrera extinga!
Que, cual capa de plomo, la existencia
Quedara para mí pesada y fria.
Ah! yo ignoraba esta ebriedad sublime:
Juegos juzgaba yo de fantasía
El rico paraíso que el poeta
Con colores de aurora y ángel pinta 1 ...
JI.
Lujosa de esplendor, rica de notas,
Naturaleza encantos me prodiga.
Las tardes al morir, los arreboles
Con que ciñe su frente el rey del dia,
Me hablan en un idioma misterioso
Que el corazon escucha y adivina.
Tristeza indefinible y á par dulce
La luna, diosa del amor, me inspi'
Su luz ahuyenta la legion de sor
l
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•
307 LA T A R D E
•
Que á veces cruzan la region vacía.
Vaga mi mente ent6nces por las sel va s
Que á lo l éjos columbro enlutecidas,
y que ronda el silencio, recogiendo
Las quejas de las hojas que suspiran.
La flor exhala aromas delicados,
Fara mi pecho todos; y las brisas
Me acarician la sien, cual de una r eina
Africana, que muelle se reclina
De la palma á la sombra en el desierto,
El abanico halagador: desc ifran
que sin duda serán sacrific ados. Lo que dijo
aquel hombl'e es oierto: no son mis hij os, pero
no habiéndomelos. dado el cie lo, los amo oomo
si lo fueran y ellos peligran .
-No l e haco, dijo e l oonde, c o nta~os contigo;
yo me encargo de l os niños y de ti; no telliuS,
que yo te lib er taré de don Luis.
-Entónces qué debemos hac er?
-Marchar al castillo. Si el ataque no se hace
esperar, estar é con v osotros i pero si dc aquí á.
mañana, á esta. hora no ha tenido lugar, dejo á
Edúardo que me reempla ce y parto á. la COl'te á
d onde me llaman con urg encia con motivo de los Los arcanos de m i alma de l as aves
Amadoras las s u aves melodías;
y en ola.s de r ecuerdos y esperanzas
Vienen sus notas á l a mente mia.
•
IIJ.
I asuntos polítioos. P obre Patria. mia.! E stás al
borde de un abismo en que te ha puesto nuestro
d escuido y el r ey ; p e ro ¿, qué hace r? La patria.
en ataque toda .
Dios mio, te bendigo! En el lenguaje
D e tus obras mi espíritu adivina
Siempre tu V e rbo: sé que no te ofende
Esta fe licidad suprema é íntima,
Porque es tan pura cual la blanca ve ste
De tus querubes. Oh! jamas permitas
Que r etorne mi ser al sueño inerte
De la materia; de mi casta dicba
Prolonga el s u eño , arTobador y berilleS)
Como el de Ada.n al lJaludar la villa!
ELTE~ BJ R.
RE.ALIDADES.
Cuando pensaba que por fin iban
Mis castos su eños ¡í realizarse,
Cuando cual nunca yo te adoraba
Tú me olvidaste 1
Yo en el camino de tu existencia
Sembré amoroso flores fragantes;
1 tú de espinas que me dan muerte
Me coronaste!
Fortuna, lauros. grandes virtudes
D eseé tan sólo para brindarte;
Pero tú iDgl'ata ... no ... me equivoco ...
Tú no me amaste!
J. M. VELASCO CASTILLO.
Popayan.
Los pastores de la playa,
~ TT~ "~rlAnndo á algunos de los arrendatarios
n} e al castillo; por demas
,,- u Ij(, hombres, que no entie'D"
T¡Pf , que puedan ayudarnos.
Eduardo, con Enrique y
Dios juzga rá :t los culpablee; les pedirá estrecha
cuenta del suelo que les dió.
-Qué plan adoptamos? preguntó el capitan,
-Tod as las mujeres partirán para la c0rte,
los hombr es permaneceremos en el Castillo, en
d onde t oma r emos las medidas necesarias para la.
defen sa, allí haremos la distribucion de los tra·
bajos. Marchemos ,
Un momento despues sa.lian todos en direccion
al Castillo,
ENRIQUE Y EDUARDO
A su vuelta del Castillo, Enrique encontró á
Eduardo que se paseaba en una hermosa alameda
del parque. Estaba tan absorto en la contemplaoion
de un objeto que tenia en la mano,
que no vió á Enrique sino cuando estaba enteramen
te oerca.
-¿ Qué haceis, señor Eduardo, que estais tan
pem:at:vo? No parece sino que no tuviéramos
otras oosas graves de que ocuparnos. N o sabeis
que pisnsan ataoar el Castillo y que tendremos
gresca?
-Atacar el Castillo? De dónde sacas ese
cuento: probablemente te han referido nna historia
vieja. y habéia tomado las cosas á pecho.
Quié n puede atacar el Castillo?
-Tóma, pues los bandidos que han desenbarcado,
No lo sabeis ? pues yo los vi, lo mismo
que el señor Capitan y el señor de Ibáñez.
-Qué onpitnn ¿ qué bandidos? estás soñando
Enrique: no te creia tan niño.
- Ya venimos en la lucha, si soy tan niño.
-Pero bien, explioate, qué oourre ?
-No os puedo informar porque soy tan niño.
Adios, f'eñor Enrique. No os desouidcis.
-No te vayas, mira. Explícame eso, que no
volveré á decirte que eres niño.
-- Os lo explicaré, siempre que me prometais
darme armas para. pelear y que me teneis á. vues·
tras órdenes.
-Pero tu padre no consien ~e ...
--Si, ya ha consentido, y ademas ......
-Ademas qué?
-Creo que para eso no se necesita consenti-mient(
j) : no vamos á defendernos de unos bandi.
('o
-Seño
. 1
oyen una situilcion exe
don Luis por una fatao
que la ayude. No puedo
que están á mi cargo, y
dos? ..
-Bien, concedido, explica te.
-Dicen que en el castillo hay un tesoro y
o •
1
quieren apoderarse de él, don Luis y BUS conpa.ñaros.
Tengo un 'deseo de pelear con don Luis ...
•
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• LA TARDE 808
-Ahora conprendo. Voy á, buscar tí mi padre.
-El señor conJn está en la Cabaña con el se·
ilor cnpitan y el seilor de Ibáñez. Si quer0is va-mos
allá. .
Eduardo y Enrique partieron de prisa en di·
reccion de la Cabaña, pero fueron detenidos por
la voz del cal>itan que gritó:
-Quién vi ve.
-Nosotros, dijo cándidamentc Enrique.
-Pero, quiénes sois vosotros.
-Eduardo y Enrique, dijo el primero sonrien-dose.
-Padre, continuó dirigiéndose al conde, que
ocurre?
Me dice Enrique que atacarán el cilstillo.
Quién? Cómo? Por qué 't
-De prisa vais, dijo el capitan. No preguntais
siquicra quién flamas.
-Perdonad.... '
. El señor capitao'Dieron, y la marina entera
y el señor de Ibáñez, mis amigos, dijo apresuran·
do~e el conde á presentarlos tí. su hijo. Mi hijo
Eduardo de Alvarez, vizconde de Laredo, inje·
niero del reino.
Ahora, Eduardo, vamos al castillo y sabreis
lo que ocurre.
Impuesto el jóven de 10 que ocurria, principiaron
todos á ocuparse en los trabajos necesarios
para la defensa, para lo_ cual el capitan comunicó
:i su gente órden de unirse en el castillo, trayendo
las armas y municiones deque habian venido provistos.
Eduardo tomó á su cargo los trabajos cn
el alar del edificio quc lindaba con el parque y
por consiguiente escogia el punto más peligroso
por fler el que naturalmente seria atacado con
mayor ímpetu, debido á la cÍl'cunstancia de que
el tesoro existia hácia ese lado.
El conde se encargó de la fachada 6 parte
principal; el callitan, del ala opuesta á la que
debia defender Edual'do y el señor de Ibáñez too
mó el mayor interes en que deiaran á su cargo
la espalda del edificio con parte del parque,
el acueducto y los muros exteriores. Hácia e e
lado quedaba situada la cabaña. Tambien se
empeñó en conservar á Enrique á su lado, pero
éste manifestó que acompañaria á Eduardo; y
el señor de Ibáñez tuvo que ceder.
Dispuestas las cosas en ese órden, aunque con
muy poca jente, 6rdenarou que Sebastian partiera
acompañando la comitiva de las Señoras que
debian ir á esperar en Madrid el resultado del
ataque.
A este tiempo negó un emisario de la reina,
el cual traia al conde órden de partir inmediatamente
para la córte. Esto introdujo alguna
variacion en la distribucion hecha anteriormente
y el Capitan se encargó de reemplazar al conde
en asocio de Sebastian, que á todo trance queria
tomar parte activa en la, refriega.
El conde llevaria á. J ulian en su compañía y
seria él quien acompañaba á la parte débil. Fijaron
la partida para el dia siguiente en el
supuesto de que no fuera esa noche el ataque.
Entre tanto, cada uno de los jefes recorria la
línea que tenia á. su cargo y tomaba todas las medidas
que creia convenientes: ya ordenaba destruir
algun objeto que podia favorecer al enemigo
en la parte exterior; ya construir algun parapeto
que podia. contribuir á la defenfJa.; ya enSG-ñando
á. los labriegos el modo de manejor tal 6
cnal arma y ya animandolos lo mi s mo que ti. las
muj eres que habian querido permaoecer en el
castillo apl'sar dél peligro: nadie esta ba ocioso.
Excusado es decir que Enrique estaba atento
á todo y que no perdia la mús lig'era indícacion.
Avanzaba la noche y no ocurria uada de particular,
lo que hacia creer que no seria aquella.
noche el ataque anunciado, y se convencieron de
ello cnando empezarou á. asomar en m'iente los
primeros rayos del sol. j ' bta era In h ora señalada
por el conde para partir, y como todo estaba
dispuesto, partieron sin inconve niente alguno.
Grande fué el pe s ar para todo~; Eduardo be conm
o Yiú en extremo al abrazar á su m a dre y á su
pequeña hermana que parccia una mn.ripo a que
vuela de flor á flor, abrazando al uno, l1caricíando
al otro, bromeando á. éste, nmeuazando ti aquel;
pero e notó que 6e conmovia mucao más al despedirse
de un modo u\oderado, casi tímido, de la
jóven Julia, que tambien experimentó cierto rubor,
cierto sobrei'alto, cuando el jóveo, casi con
lágrimas, se inclinó y besó la mano que le tendia.
La madrugada estaba bastante frin, lo que bizo
que los viajeros tomaran todos las precauciones
del caso para conservar el calor natural: el conde
iba envuelto en su ancha capa ; Julia estabo.
cubierta hasta los ojos con un viejo capotan mi·
litar; y cada uno de los señores habia tomado el
mejor a brig0 que habia hallado. Julia enpezaba á.
tiritar de frio, porque en aquellos momentos nadie
pensaba siuo en las personas que dejaba y
en el peligro que corrían, y Enrique, entusiasmado
con las armas, apénas pensó en despedirse
de su hermana.
Habian andado cerca de un cuarto de legua.
cuando los alcanzó Eduardo, para decirles que
tuvieran cuidado en el camino no fueran víctimas
de alguna acechanza. En seguida, fingiendo, del
pcor modo l>osible, que caia en cuenta del frio
que sufria Julia, le ofl'eció su oapa, que se vió
precisada á. aceptar por obedecer al conde y á la
condesa, quienes mezclaron á sus inshnci ' s al¡
runas d eliead as pullas rela ti vas á. la gala n terír
de Eduardo; pero como notaran que Julia sufria
en aquel momento lo que J) estras Jectoras habian
experimentado en propia Ó en ajena cabeza, guardaron
silencio t n luego como Eduardo, en extremo
corrido se despidió de nuevo y se perdió
entre las malezas del camino.
Como no dudamos que el lector ha estado
enamorado, comprendemos que no se figura que
Eduardo no se volvió al Castillo como si no
hubiera ido más que á cumplir su mandato' no
señor lector, él hizo lo que vos mismo hubi~rai~
hecho: siguió la comitiva con la precaucion necesaria
para que no se repitiera la escena que
acababa de tener lugar, si por una casualidad
Ó un descuido suyo era descubierto por alguna
persona y sus padres sabian que él los seguia.
DistraidQ con la idea que lo dominaba, continuó
su camino por un largo trecho. Dejémosle entregado
á sus ilusiones, á sus temores, á sus espe¡'
anzas, á eso monton de mentirllR CfllA constitnvAn
la vida de los enamorados y I ~mo~ t~ '
explicacioo acerca del estadc del jóvc
Ya comprendemos que el 'tor ha
clamado: "Cáspita, eato B 1 le es " .....
los amores como UIla pedra.o
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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
, • 309 LA TARDE
, - - • lo ---- -
rsto suc de siempre eon 1 primer amor, que
no tiene motivo p ra ocultarse: nace y cre sin
que pueda decir e CUán?O ní cóm? y. aqu los
que cst:ín corta, que son mteresadoi", 111 se figuran
qué puede suceuer.
Querido lector, haced de cuenta que sois padre
del jóven 6 de la niña. E tais on el mismo caso
de ios conde!>, para quienes la sorpresa del descubrimiento
ha sido la mi~ma,
En sus excurciones Eduardo habia visto á la
niña, y como era bella, él, j6ven, vivian en la
soledad, y del cam po, no tenian obst¡lculos fácilmen~
e se comprenderá que lo que al principio
fué una di traccion para él, se convirti6 muy
pronto en una profund¡\ p? 'ion , pa~ion tanto. mrís
violenta, cuanto que el J6ven vela en J uha la
realizacion de l os cn ueños poéticos; ella representaba
para él todas s ilusiones del jóven que
reune á u na imaginacion viva y '/lsta l os latidos
de un corazon ardiente y amoróso .
La experiencia nos enseña que cuando el hombre
llega á la edad en que puede decirse que
principia la vida; á eSfl edad en que el mUDdo
parece pequeñ.o ; en que las f~erzas morales
y físicas bastanan para cualqUIera empresa;
en que, con la mirada fija en u~ punto del
horizonte, 6 en una. estrella, so deja vagar el
pensa:nie?to, .6 se recorren e~ la ima~i~acio~ l~s
e paclos mfimtos y de sconoc idos, qUlza f¡¡ntasticos,
pero llenos de eocan to, de ilu iones y de
dicha, s'" ama á las flores, se ama el campo, se
ama la fuente que murmura, la golondrina que
besa las ondas bulliciosas, el aura que riza las
aguas y juega con las flores. .
ErJ esa edad todo es ternura, todo es sentimiento;
el hombre es un niño que llora por el
m enor notivo ; basta el quejido lastimero de la
palom a heri?a para que ¡¡sornen. las lagl'imas á
- t r .J.ú las buenas cualtdadcs se
UI1
tir e u.
ro
el de tal mallera, que la caridad ha<:
1 un "an Martin. Por no oecir quizá
" ó i:J. , no aseguramos que el Santo al par·
n a o un mendigo, 6 estaba simpledad,
6 estaba enamorado.
n mar, puee, i Julia, esa niña ino ·
ros a; á :.ja niña botada en la playa
lin tallo que por un capricho de la
se marchitará; á esa niña cuya
un misterioyara él y para sus
niña que temo. el en"'anto de lo
~ Cómo no amarla, cuando ~uizá
Ira para ella la fuente de su mfor!
I. ser el roble que sostuviera aque-
1?
Imo • Eduardo la. amaba con toda la
I -= -
'uando Julia salia al campo con :Enriquc á.
desempeñar sus tareas, él la seguia de l6jo , y
cuando distraido Enrique en· sus ocupacione y
ella, formaba ramilletes de margarita y florcs
marítimas, 61 la contemplaba absorto horas cnter
a s.
Así había podido h1cer su retrato que era el
objcto '1u!: comtcmplaba cuando Enrique Re acercó
á .él para "Comunicarlo las novedades quo
ocurnan.
Al principio Ed uardo sinti6 una a.ersion mortal
a~ eñor de Ibaiiez; pero luego que se convencIó
de que aqucl debia tener otro motil'O que
el suyo para segui\' y o bservar á los j6venes
principi6 á sentir simpatía por aquel hombre
que era .ca i un anciano y que no podia inspirarle
senos temores, tanto ménos cuanto que haLia
observado que sus cuidados y atenciones eran
más con Enriq ue que con Julia i el amor de otro
á la persona que amam:>s jamas se nos oculta,
por