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P E R 1 O DIe O D E DIe A D o A L Á LIT E R A T U R A.
Serie III. Bogotá, 8 de Mayo de 1875. Número 35.
LA PRIMERA MUERTE.
Dixitque Cain ad A.b e! frah e m
auum: Egrcdiamur for as. Cmnque
essent in a g ro, cons un-exi t
Cain adversuB ñ'atre m suum A.bel,
et interfecit eUID.
GÉ1''ESIS, C. IV. Y. S.
I
Aun era el principio del ID un do.
Todavía bullian en la mente de Adan y Eva los
gratos recuerdos del Paraíso, de aquel. Eden de celestial
iuocencia, ajeno de los d?lores fíSIcos y á lo pesares
del alma; de aquella Vida tan dulce y pe~{e~ta,
como la del Empíreo, puest~ ~iue toda ella habla Sido
un puro deleite; un eterno e IUma?ulado amor; eterna
luz, y ",ternas belle7.a~ y D~mOnIaS en lo.cre ad? exc1usivamente--
para dos seres S111 mancha, s!n pas IOn es
liviascuas ...... ó realizar
cion, no hacen sino dismiouir el ímpetu, la pro- ántes algun gran progreso ...... era cosa dema.funuidad;
los niños no son acaso pequcños sal- siado larga, imposible! Porque eso perro del
vú-jes ? " E, tu. edad es sin compasion " <.lecia La demonio me enloquecia más y más; porque conFontaine.
"Todos nosotros h emos sido pequeños tra mi voluotad qlleri,\ no verle y le estaba miasesinos,
d ecia una noche S.ylsed, con quien yo rando siempre.
convcrsaba, á la lumbre del hogar. Todos hemos Habia sobre todo momentos en que el sol
nacido pícaros, y francamente lo confieso, yo al iluminar la vidriera, 10 rodeaba con una.
tobé." aureola r esplandecien te. En t6nces permanecía
Lucg-o añadió: allí mUI'avillado, fa cinado; le veia ev mi pen-
- Si cflda cual hubiera sido castigado, 6 mns miento, en mia ensueños, siempre lo mismo: por
bien iluminado C0l110 lo fuí yo, se podrian abolíl' fin lo cogia, 10 tocaba, lo admiraba por todos
los pI' i porque, como ser Sr lsed! te lo lados; lo chu pabo, lo rasguñaba con delicia injuro,
no habría l aurone . explicable. Decididamente 111 tentacion crccia
Si csto parece merecer una explicacion, leed de din en elia y era preciso que toda esa dicha
la hi torieta que me rdiri6 Syl ed, en justifica- se realizase; era necesario ...... absolutamente
cion de su paradoja ..... . y de las mias ?...... necesario 1
11 Pero, repito, de qué modo? Una sencilla con-fesion
á mi madre, un dcseo expresado en alta
voz habria bastado; sin embargo no vino en
mi auxilio esta idea. Hay ciertos descos de la
infancia, como el del primer amo)' i se le quiere
desear y conquistar en secreto; su pensamiento
naciente se oculta á todos, aun á la misma madre!
Tenia doce años, y estaba de externo en el
colegio ele * .... donde, siguiendo la clásica costumbre,
iba d.os vecos pOI' dia, 10 que na turalmente
hacia que pasase cuatro veces por la calle,
que de nuestra casa conducia allí. En la mitad
de esa calle habia. una tienda de un soberbio
confitero. y una de sus vidrieras cataba destinada
á. los juguetes de azúcar. Todos los dias,
cuando yo pasaba, echaba una mirada á la vidriera,
aunque indiferente hasta ent6nces, porque
la golosina no era mi defecto capital.
Un dia sin embargo, la vidriera presentó á
mis ojos un magnífico perro de aZllcar, que al
punto me: conquistó.
Por lo mónoa cinco minutos permanecí en la
Pero Satanás estaba siempre allí ...... Satanás
que, para mi perdicion habia confeccionado el
perro de azúcar, Satanás, que, sin duda ningu~
na, me sugeria la idea de hacerme dueño de él.
Por ent6nces dormia yo en una gran pieza
donde todas las noches me dejaban solo. En la
misma pieza que servia ademas para relegar los
muebles inútiles, se encontraba en aquella época
un armario, cuyos cajones estaban vacíos la.
mayor parte) los demas estaban entreabiertos.
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LA TARDE 270
En uno do los últimos, una noche al acostarme
vi brillar una cosa blanca. ~cerquéD1o._El'a una
moneda de cuarenta suoldo~.
Explique quien quiera las r elaciones que~:se
establecen al punto ontre las cosas más l ejanas
en apariencia! La m oneda de cuarent · sueldos
me hizo pensar al punto on el perro de azúcar.
Más bien por una especie de fantasroagori
mágica, p or obr3. de Satanas, estoy seguro de
ello, se tra formó r epentinamente ...... tonJó la
forro a de mi ideal. Sí. Veo operarse el prodigio
como si estuviese todavía allí.. .... era el mismo
perro de mil colores! Naturalmente mi primer
movimiento fué el do t omarla i pero el fria de la
plata me detuvo rep entiname nte. RetroceJí.. ....
tu ve miedo, ..... reflexion é .
E . ta moneda no era mía! La habían dejado
• olvidada sin duda! Sin duda vendrian á tomarla
al dia siguiente! Todo se doscubria entónces y
. ., d b" N me castlganan, ...... no e la ....... o, no, 110
podio. !
Oon el eorazon oprimido y la cabeza singularmente
trastornada, me acosté i pero hasta la mitad
de la noche logré dormirme, mirando siempre
de l'eojo la moneda de ouarenta sueldos que,
á lo léjos y en medio de las tinieblas, me parecía
brillar como la mirada del dilblo.
Al dia siguiente, á mi primera vuelta del colegio,
subí apresuradamente á mi estancia. La
moneda estaba todavía en el mismo sitio: Hubo
una nl1eva tentacion, una nueva lucha_á. la cual
resistí aun.
A la hora de la comida hice un esfuer7.o supremo
para no subir. Por la noche encontraba
en el cajon siempre entreabierto y de la misma
manera la maldita moneda de cuarenta sueldos.
Me encolericé, cerré violentamente el cajon,
me acosté inmediatamente y quise dormirme.
Al traves de mis párpados cerrados, al tra ves
del cajon veia aun la moneda de cuarenta sueldos.
La lucha se prolongó otros dos dias con sus
noches. Pero ya tenia fiebre. Dormido, despierto,
veia siempre el perro de azúcar y la moneda de
cuarenta sueldos que se confundian, que se tmsformaban,
que daban vueltas en torno mío como
una pesadillll.
Nuevo San Antonio rogué á Dios que el con·
fitero vendiese su perro de azúcar, que encontrasen
la moneda, y que ámbos á. la vez no volviesen
á aparecer nunca.
Pero no ...... no I El perro estaba siempre en
su vidriera; siempre en el cajon la. moneda de
cuarenta sueldos.
Oansado al fin, llegué á decirme: ella está olvidada.
Nadie sabe que está allí, nadio sabrá que
yo la he tomado. No es de nadie: es mia, .....
solamente mia.
y Satanás, sin duda me empujó el brazo ......
pero en fin, qué quereis ? ...... Tomé la moneda
de cuarenta sueldos.
Seria imposible describir la mezcla de emociociones
que embargaron mi oorazon. Era la hora
de ir al colegio. Bajé las gradas de la escalera,
dí un salto hasta la tienda del confitero, y con
un gesto, con una voz que ningun oómico podria
reproduoir, arrojé la moneda de ouarenta sueldos
sobre el mostrador y grité:
- El perro de azúcar ?
-Cuál perro de azúcar?
- -
--El que est:i en la vidriera, el azul, el her-moso!
-T6malo.
y el oonfitero me lo daba.
-Al fin!
Quise huir con mi tesoro, pero el confitero
me detuvo.
-1\1ira, mira, me decia al mismo tiompo, olvidas
tu moneda.
-:Mi moneda?
-Sin duda, no es tuya e a moneda de dos
francos?
- Sí.
Pues bien, el perro no cue s ta sino quince
sueldos.
Quince sueldos ese magnífico porro de azúcar!
quinco sueldos solamente I yo habia oído mal...
era un escándalo, uua monstruosidad. El perro
azúcar y la moneda de cuarenta sueldos se habian
balanceado tan largo tiempo en mi jóven
imaginacion, quo seguramente debian valer lo
mismo y todavía ......
-Toma los veinticinco sueldos que te restan,
precisó el confitero.
1\1i primer movimiento fué el rechazarlos, pero
el confitero me los puso en la mano, y como la
tienda se llenaba de gente:
-Vamos, dijo empujándome, vamos, los parroquianos
me esperan ...... Vamos, pero este muchacho
está loco I
Una vez en la calle 110 pensé ya sino en el
perro de azúcar i era mio ...... solamente mio!
Yo lo tenia, podia admirarlo á mi gusto. Lo cubria
completamente C011 una mirada apasionada.
Repentinamente como babia llegado sin apercibirmo
á las puertas del colegio, y algunos camaradas
se acercaban, miré uoa última vez al
perro de azúcar y con no mónos voracidad que
Tántalo, á quien hubiesen permitido dar un mor
dizco, lo devoré.
Ah! exclamó Sylsed, al llegar á este punto de
su sencilla narracion, llh! cuán exq llisi to era r
todavía se me viene 01 ag'ua á la boca. Ahora
pueden ofrecerme los manjares más rebuscados
y nada podrá. pal'ecerme tan exquisito como ese
perro tan soñado. Desafío á. todos los confiteros
de Paris.
Luogo, prosiguió, como mis manos estaban sucias,
al sacar el pañuelo, los veinticinco sueldos
que me habia devuelto el confitero cayeron al
suelo.
E 'os veinticinco sueldos eran ell'everso de la
medalla; era mi conciencia despertada por Dios ...
era el remordimiento I
1'1e arrojé atras y debí sonrojarme horriblemente.
Sentí por todo mi cuerpo un doloroso estremecimiento
de espanto. Desde luego quise huir
dejando allí los veinticinco sueldos; pero iban
á verlos, á interrogarme, á descubrirlo todo.
No. Los alcé vivamente; los escondí en el fondo
del bolsillo y los tapé con el pañuelo.
Mis camaradas me arrastraron á la clase y 09
juro que no entendí una palabra de la leccion.
Pero no era en el perro de azúcar, en lo que
pensaba ya, era en los veinticinco sueldos, que
me quemaban ...... que parecian hacer que todas'
las miradas estuvieran fijas en mi. ..• AsÍ. estaba
más embarazado ~ue un la.dron que se h~Qie.
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280 LA TARDE
ra robado una joya. conocida, que nn ascsino con
su puñal ensangrentado.
La clasc so terminó y el cmbarazo fué más
¡;rrandc : cómo en.trar ú la clase con los veinticinco
sueldos? no mc ha b ria atrevido nunca.
Pero, qué hacer entónces ?
Un instante pensé llevarlos otra vez al eonfit.
ero i pero el maldito h ombre no los queria.
D ónde ponerlos? dónde ocultarlos? N o me atre·
via a un á tocarlos ...... tenia miedo!
A fin de r eflexionar con lib ertad entré en una
iglesia que se encontraba casi contigua con ('1
colegio.
El año anterior habia hecho mi primera comunion
y tenia el eorazon lleno de esas dulces
ideas re1igiosas que florecen en las almas jóvenes.
Un anciano sacerdote que rue habia preparado,
pasó procisamente por delante de mí, dirigiéndose
:i un confesionario, en el cual entró.
Despues del diablo, el buen Dios se ponia
evidentemente de parte mia.
U na idea repentina me bajó al cerebro, precipi
téme h ácia el confesionario, donde, como
un gran culpable, hice sollozando la confesion de
todos mis crímenes.
El sacerdote, anciano de cabellos blancos no
me respondió nada i pero saliendo del confesonario
me condujo por la mano á la puerta de la
iglesia á donde llegamos bien pronto, él sonriendo,
yo temblando.
Allí, sobre las gradas se encontraba un ciego.
Junto :i éste estaba un perro, que en su boca
tan rosada como la de mi víctima tenia una bandejilla
de madera.
" Sylsed, me dijo entónees el buen anciano,
Dios perdona cen la limosna, hijo mio. ¿ Ad i villas
d6nde debes ocultar esos veinticinco-sueldos
que pesan: en tu conciencia ( "
Ah! sí, yo lo habia adivinado. Ya el dinero
del crímen estaba en la bandejilla del ciego .
Tuve al punto en el alma uno de esos fanatismos
de virtud que hacen creer que para rescatar
un pecadilIo, una sola expiacioT' no es suficiante
y que hay necesidad de muchas otras.
Subí las gradas y dije al sacerdote:
-Ya estoy libertado de esos veinticinco sueldos,
pero la moneda de cuarenta?
-Bien! bien! dijo el anciano, tú comprendes
que esto no basta. Quisieras, no es verdaCl, que
la moneda de cuarenta sueldos se encontrase en
el cajon ?
-Oh! si. Pero ay I esto no se puede!
-Quién sabe?
y el sacerdote se sonrió angelicamente.
-Qué es necesario hacer? grité. Oh! hablad!
-Trabajar, me respondió, trabajar con la
firme voluntad de conseguir el premio de excelencia
en el concurso del semestre.
-Yeso hará volver la moneda?
-Obedece, concluyó misteriosamente el buen
anciano¡ tal es la penitencia que te impongo.
Obedeoe y espera.
Tres semanas despues tenia. ganado el premio.
. Estoy contenta, muy contenta, me dijo mi
madre abl'azándome.
y por recompensa me dió cuatro monedas, de
diez sueldos. Justamente mi cuenta. Pero con
estas monedas no salia. bien mi negocio.
-Madl'e, le dije ruborizándome un poco, en
lugar de osas cuatro monedas no podrias darme
una de cuarenta ueldos?
-Con mucho gusto.
COD qué pl esura subí tí mi cuarto! Con qué
loca alegría volví tí colocar la nloneda en el sitio
en que estaba la otra, en medio del hermoso
cajon !
P ero cosa singulal' ! la misma neche noté que
habia desaparecido.
Las vacaciones que preceden á las rascuas se
pa¡;aron muy pronto y el gran dja llegó!
Al volver á entrar do vísperas encontré á mi
madre que tenia en las manos un nuevo cuadro,
que no le conocía y que parecía contemplar con
extraña emociono
1\1e acerqué y miré ...... Qué asombro. En lo
alto del cuadro estaba la moneda de CUfLrenta
sueldos, más abajo, en In misma línea, los veinticinco
sueldos del confitero, los mismos .. , .. .
Oh ! yo los conocia tan bien!
-Los he rescatado al ciego, díjo mi madre
abrazándome.
Al mismo tiempo entró el sacerdote mirándonos
con la misma sonrisa que yo le habia visto
en las gradas de la escalera de la iglesia.
Todo lo comprendí.
Sacerdote inteligente! buena y dulce madre!
oh ! porqué todos los hombres no han podido re·
cibir en la infancia una lecci'ln semejante?
No solo acababa de ser corregido del robo
síno que habia aprendido al mismo tiempo el
trabajo y la caridad.
Una palabra por último.
Desde aquella época, siempre he adorado los
perros ...... los verdad eros i pero jamas be podi-do
decidirme á comer un segundo ...... perro do
azúcar. •
CÁRLOS DESLYs.
ORA PRO NOBIS·
- - Muere el sol: la noche llega,
Su manto el aura desplega,
La luna empieza á nacer,
Niña, ¿ qué debes hacer?
De be acercarse á la orilla
La lijera navecilla,
Debe el hombre descansar,
Debe dormh la avecina,
y un alma buena rezar.
i Quién sabe cuántos tiranos,
Maltratan á tus hermanos,
y cuántos gimen á solas
y cuántos alzan las manos
Buscando apoyo en las olas!
•
Ruega, ruega ...... yen tu anhelo
Llama al ángel del consuelo
y pídele caridad,
Perque está. mirando al cielo
La mísera humanidad.
JUAN CLEMEN~ ZENEA. .
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Citación recomendada (normas APA)
"La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 35", -:-, 1875. Consultado en línea en la Biblioteca Digital de Bogotá (https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/2092950/), el día 2025-10-05.