Por:
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Fecha:
21/12/1901
~oletin Jftilitutt de toton¡bia
Orga.no del Ministerio de Gnerr& y del Ejército
DtRECTOil AD HONOREM
Francisco J. Vergara y Velasco
General de Ingenieros, Miembro de varias Sociedadea CientUlou
Son eolaboradores do este periódico Jos Mes 1 Oficiales del Ejército
~9fáa/~
DECRETO NUMERO 1407 DE 1901
( DICIEMBRE 1 2 )
por el cual se organiza la División Bollvar en la Costa Atlántica
EJ Vicepresüünle de la República, uzcargado del Poder .Ejeculiv,,
DECRETA
Artículo único. Organízase en el Departamento de Bolívar
una División que llevará este mismo nombre, compuesta de cuatro
Batallones denominados Carlagena, Barranqw1la, Mompós y Magangué.
Con destino á dicha División hácense los siguientes nombramientos
para el Cuartel general y Cuerpos :
Comandante General, General Luis Vélez R.; Jefe de Estado
Mayor, General Antonio M. Rodríguez; Inspector, Coronel
Julio de la Cuadra; Comisario Pagador, asimilado á Coronel,
Francisco Morales; Primer Ayudante general, Coronel Luis Alberto
Tobar; Primer Ayudante general, Coronel Justo N. Vásquez;
Segundo Ayudante general, Teniente Coronel Francisco
Campuzano. Jefes de Cuerpo: Tenientes Coroneles Francisco
Vargas, José María Garzón, Rafael Bermúdez é Inocencia Reina.
Sargentos Mayores : Carlos Villafañe, Manuel Galvis M., Ignacio
Cortés, Antonio Estrella 0., Antonio Acevedo, Bruno García y
Adolfo Forero. Capitanes: Inocencia Reina N., Cupertino Mirque,
Carlos Ruiz, Daniel Villarraga, Adán Hernández, Juan H. Wil-
To:uo n-~9
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
~t[rll!\ !nititett be G.olombia
'- 770 ......)
ches, José J. Díaz, Antonio Neira, Zen6n Reyes y Angel María
Matéus. Tenientes: Demetrio Boh6rquez, Ismael Ramírez, Francisco
Díaz R., Aristides Millán, Pedro José Fonseca, Juan Aya y
Roberto González. Subtenientes : Víctor Cordobés, José María
Mesa, Salustiano Rodríguez, Domingo Gómez, Eduardo Olaya,
Isaías Hernández.
Comuníquese y publíquese.
Dado en Bogotá, á 12 de Diciembre de 1901.
JOSE MANUEL MARROQUIN
El Ministro de Guerra, JosÉ VICENTE CoNCHA
DECRETO NUMERO 1415 DE 1g01
(I 3 DE DICIEl\JBRE}
por el cual se honra la memoria del H .. P. Luis J. España, S. J.
El Vt'ceprest'dmle de la Reptíblz'ca, encargado del Podn· Ejccu171. .. o,
CONSIDERA. 'DO
Que el día 9 del presente mes murió en el Alto de la Cruz
el R. P. Luis ]. España, de la Compañía de Jesús, quien con caritativo
y heroico celo acompañaba como Capellán las fuerzas del
Ejército de la República ;
Que el finado acompañó durante larga campaña al Ejército,
al cual daba fecundo ejemplo por la práctica de eximias virtudes
cristianas, con sufrimiento ejemplar y heroica abnegación que lo
llevaban á los lugares de mayor peligro para cumplir sublime apostolado,
DECRETA
Art. 1.0 La muerte del R. P. Luis J. España se considera
pérdida imponderable para el Ejército nacional y para la República.
Art. 2. 0 El Ejército JleYará luto por tres días, en señal de
duelo.
Art. 3. 0 El Ministerio de Guerra dispondrá que se hagan
Honras fúnebres en la iglesia de San Ignacio de esta ciudad al
finado, y concurrirán á ellas todos los Jefes y Oficiales del Ejército.
Comuníquese y publíquese.
Dado en Bogotá, á 13 de Diciembre de 1901.
JOSE MANUEL MARROQUIN
El Ministro de Guerra, JosÉ VICENTE CoNCHA
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
iBotdin !niiitar be (olomhia
'- 771 _)
DECRETO NUMERO 1336 BIS DE 1901
(DICIEMBRE 14)
por el cual se destinan varios Jefes y Oficiales á la División Bollt'ar
El Vt'cepruidenlt de la Rtptíblica, encargado del Poder Ejecull'vo,
DltCRETA
Artículo único. Destínasc á los siguientes Jefes y Oficiales á
d Dzvisión Bolívar, en los puestos que el Sr. General Comandante
geñeral de ella tenga á bien destinarlos:
Coroneles Ram6n Argáez, Joaquín Hoyos y Aureliano Mora;
Tenientes Coroneles Braulio Rodríguez y Guillermo Bonilla C.;
Sargentos Mayores Bias Arbeláez, Sergio Maza y Rafael de la
Cuadra; Capitanes Druno Aza, Ram6n Chaves, Manuel Agustín
L6pez, David Villarraga y Martfn Montañés R.; Tenientes Sixto
Boh6rquez, Juan C. Lara, Marco A. Berna! y Sebastián Murillo
M.; y Subtenientes Camilo Huertas y Juan de Dios Macías.
Comuníquese y pubH uese.
Dado en Bogotá, á 14 de Diciembre de rgor,
JOSE MANUEL MARROQUIN
El Ministro de Guerra, JosÉ VICENTE Co cnA
RESOLUCION NUMERO 25 DE 1901
( I 2 DE DICIEMBRE)
por la cual se ordena expropiar todo el carbón de piedra como elemento primor
dial tle guerra
El Mz1tt'slro de Guerra,
CONSIDERANDO
Que el carb6n de piedra es elemento primordial de guerra, y
que hay notable escasez de él para el servicio de Jos trenes militares,
SE RESUELVJl
Expr6piase todo el carb6n de piedra que sea necesario para
el servicio del Ministerio de Guerra, tomándolo del que llegue á
la ciudad, previas las formalidades de que trata el artículo 33 de
la Constituci6n. Encárgase de esta medida al Inspector general
de Brigadas.
Comuníquese y publíquese.
El Ministro, J. V. CONClf.l
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~"ldin !nilitat be ~olombi•
'- 772 _;
RESOLUCION NUMERO 26 DE 1901
( 1 3 DE DICIEMBRE)
por la cual se prohibe el reclutamiento en la capital de la República
EL Mz'núlro de Gue1·ra,
CONSIDERANDO
Que el reclutamiento en la ciudad de Bogotá causa gravísimos
perjuicios, tanto porque contribuye á encarecer los artículos
alimenticios, amedrentando á los vivanderos, como porque lleva
inmotivado alarma al ánimo de los habitantes,
RESUELVE
Prohíbese terminantemente el reclutamiento en esta ciudad
y en sus afueras, y autorízase por la presente á todo individuo á
quien se trate de reclutar, para pedir auxilio á la autoridad más
cercana, á fin de que haga respetar su libertad.
Ordénase terminantemente· á todas las autoridades civiles y
militares impidan cualquier acto de reclutamiento que presencien,
detengan al que intente ejecutarlo, y lo pongan á disposición de
este Ministerio para imponerle el castigo del caso.
Comuníquese y publíquese.
Dada en Bogotá, á r 3 de Diciembre de 1901.
JosÉ V ICENTX CoNCHA
LA DIRECCION DE IJA GUERRA
EXPOSICIÓN SUCINTA DE SUS PRINCIPIOS Y MEDIOS DE EJECUCIÓN, PO.I. U. ,
GENERAL COLMAR BARON VON DER GOL TZ
(Traducción para el Boletl11. Mtlitar)
Continúa
El acometedor no podría discernir claramente si tiene á su
frente un destacamento avanzado por la guarnición de la plaza, 6
la vanguardia de una fuerte columna que se adelanta á su encuentro.
En tanto que esta duda no ha ya sido disipada por medio de
un combate, no le será posible continuar sus operaciones; la
toma del lindero, que efectuada por él solo le ocasionaría gran
pérdida de tiempo, no lo sacaría de la incertidumbre, porque nadie
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~oletin !Jlilitctr bt €olom()ia
'- 773 _)
podrá saber qué hay oculto en el bosque. No sería sino hasta el
momento en que lograra rechazar al defensor hasta el lado de
Ars, sin tener noticia de llegada de refuerzos, cuando podría darse
cuenta clara de la situación. Pero en aquel:momento el destacamento
habría logrado ganar el tiempo que se le hubiera fijado,
y su misión estaría cumplida.
Si, tomando una posición de flanco, el defensor logra rechazar
el ataque, habrá obtenido también la ventaja de ver al acometedor
comenzar su retirada en condiciones muy poco favorables,
porque no podrá volver á tomar la dirección natural, la que le
conviene más, sino ejecutando un cambio de dirección. Si el defensor
lo ataca partiendo de su posición de flanco, podrá rechazarlo
completamente fuera de su línea de re\irada.
Con las posiciones tácticas de flanco se obtendd. mayor efecto
cuando se espere en ellas al adversario inmediatamente después
de la salida de un desfiladero, como, por ejemplo, de un
puente sobre un gran río. En este caso también, si el acometedor
es rechazado, su retirada será penosa, porque tendrá que efectuarla
por un desfiladero situado sobre uno de sus flancos.
XIII
OPERACIONES Ql'F. SE HACEN E, CONDICIO. ES ESPECIALES
Todas las operaciones odr~n sufrir cierta modificacione ó
restricciones por causa de la configuración y de la natllral za del
teatro de la guerra. Antiguam ntc se concedía también i sta configuración
una importancia a pi tal, y según lla e daba nombre á
ciertas maneras particulares de hac r la guerra. Así, I or ejemplo,
la guerra de montaña se consideraba .como una cosa aparte,
absolutamente independiente, y se fijaban principios que le eran
propios y especiales. También había una teoría especial que reglamentaba
el ataque y la defensa de las líneas fluviales, &c.
De una manera absoluta, no es n~cesario fijar demarcación,
á lo menos en cuanto á los principios de la dirección de la guerra.
Hasta en teatros especiales, ésta se maneja por las leyes generales
; bastará adaptar sus fórmulas al terreno sobre el cual se
trate de aplicarlas.
Los territorios impracticables, las cadenas de montañas, los
ríos, &c., deberán, ante todo, considerarse como obstáculos para
la marcha de los ejércitos; formarán, pues, una ventaja para la
defensiva.
Si se supone á esta última dueña de una cadena de montañas,
tendrá la ventaja de poseer un frente que, de una manera general,
no será vulnerable sino en puntos definidos, allí en donde los
caminos atraviesen la montaña. Estos puntos podrán estar defendidos
por fuerzas relativamente mínimas, y, según nuestra idea,
unidos entre sí por un obstáculo infranqueable para el acometedor;
de tal modo que toda la cadena nos hace el efecto de
un frente seguido. En este caso, se tratará de una sencilla defen-
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~otetb' gi(ittu bf Q,olombta
'- 774 ....J
sa de frente, á la cual el conjunto de la situación parecerá convidarnns.
Se tiene la tendencia á considerar este frente como muy
fuerte; pero habrá que tener en cuenta, en primer lugar, que en
los países del Occidente todas las cadenas de montañas se han
hecho accesibles, gracias á los progresos de la civilización, y
á que están surcadas por buenos caminos •. Apenas puede decirse
que constituyen un obstáculo.
En segundo lugar, no se deberá. creer que una montaña que
no tenga caminos abiertos, es por esto una región impracticable.
Este fue el error que cometió el Estado Mayor turco en 1829,
en 1877 y en 1878, en relación á la cadena de los Balkanes t. En
fin, cadenas de poca extensión, que tengan á sus dos extremidades
apoyos sólidos, tales como las costas de dos mares, son muy raras.
En la montaña, las posiciones serán, ó bien muy extendidas,
y por esto relativamente débiles en todos los puntos, 6 bien tendrán
flancos vulnerables. El peligro es doblemente serio, porque
los grupos aislados, repartidos sobre el frente, no estarán
sino débilmente ligados entre sí y no podrán sostenerse recíprocamente.
En el punto amenazado, la defensa no podrá resistir mucho
contra el ataque sino haciendo avanzar tropas de la retaguardia,
y estas tropas, para avanzar sobre el frente, tendrán que
vencer las mismas dificultades que el acometedor que penetra en
la montaña.
Sabiendo bien esto, el acometedor que encuentre una cadena
de montañas ocupada por las tropas del defensor, se contentará
con distraer á é te sobre el fr e nte, y buscará el modo de envolver
una de sus alas, ó ambas á la vez. Si el defensor, para precaverse
de este peligro, se e. · tiende más y más, ocupando un número cada
vez mayor de pa~os situados lateralment , facilitará a] acometedor
que haga avanzar us rese rTas, la ocasión de atravesar la línea de
defensa. Para con eguir esto, éste se apoderaría de uno de los
puestos y mantendría los otros en su posición, atacándolos menos
enérgicamente. La consecuencia final será que toaos los puestos se
batirán en retirada con precipitación, cuando sepan que la línea
ha sido forzada :t.
Por su parte, el defe nsor preverá naturalmente que las cosas
pasarán así, y por esto preferirá, á menos que circunstancias particulares
lo obligue n á una resistencia decisiva en la montaña
misma, no ocupar sino débilmente la cadena y sus gargantas, con
el fin de reconocer la fuerza y situación del acometedor ; reunirá
• Nuestros caminos d e montaña es tán p o r lo gene ral bien arreglados,
porque reposan sobre un sudo muy sólido, y porque por todas partes se ti enc7
los materiales á la mano. ,.,
t La infanterÍ:l. actual tri unía de t od os lo obstáculos; las marchas de ma
oiobra del tiempo de pa z de las trop ::ts alpina - italianas y francesas nos lo demuestran.
Las mulas siguen á los s oldados de infantería por caminos que ofrecen
dificultades inaudit s; a s í pues, la artillería d e montaña podrá su '1ir muy alto.
! La dt>fensa desdichada de la lín e a de l os Dalk:mes por los turcos, durante
el invierno de 1877 á 1878, es el más reciente ejemplo del peligro que hay de
exagerar el valor de las cadenas oe montañas como posición defensiva.
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~otdin !Jhlitat be &ototúiA
'- 775 _.;
el grueso de sus fuerzas, ocultas á retaguardia de la montaña, con
el propósito de arrojarse sobre el enemigo en el momento en que
sus columnas de marcha desemboquen penosamente de los desfiladeros.
En este caso, será una mera defensa de emboscada.
No hay, pues, lugar á fijar nuevos principios para la dirección
de la guerra, sino sencillamente adoptar los que ya conocemos
en cada situación particular.
Lo mismo se hará para el ataque y la defensa de las línea¡
fluviales, que casi siempre tendrán el inconveniente de ser demasia.
do extensas para que de un extremo al otro se pueda vigilarlas de
una manera conveniente. Aquí también el defensor preferirá,
la mayor parte de las veces, no defender el curso del río sino en
la extensión necesaria, para darse cuenta de las fuerzas y de la intención
del enemigo; concentrará la masa principal de sus tro ..
pas más á retaguardia, para atacar al adversario en el momento
en que éste atraviese el río y se vea obligado á aceptar la batalla,
cuando su ejército aún no esté desplegado y tenga obstáculo ~
retaguardia.
Los trabajos artificiales de defensa no modifican en principio
las reglas de la guerra : exigirán sencillamente disposiciones especiales
en vista de la ejecución.
Fijaremos tres categorías: las posiciones organizadas, los
campos atrincherados y las plazas fuertes.
Las posiciones organizadas tienen por objeto procurar al defensor
un frente muy fuerte, cuyos flancos estén igualmente res¡;
uardados y permitan á un ejército, numéricamente débil, resistir
de una manera decisiva á un enemigo superior en número, 6 bien
están destinadas á no reforzar sino una parte del frente, á fin de
que se pueda disminuír el número de fuerzas empleadas sobre este
punto y tener muchas más disponibles para el resto.
Para las primeras hay necesidad de encontrar un punto de
apoyo fuerte, pues su papel es especialmente estratégico. Citaremos
la líneas de Torres-V edras, lo mismo que la posición del Da ..
newerk, que se e. ·tiende del mar del Norte al Báltico, destinada
á cubrir el Schleswig septentrional y el Jutlan. En la actualidad,
Czataldcza y la línea fronteriza francesa fortificada contra Alemania,
que se extiende de un te1 ritorio neutral al otro, son ejemplos de
tales obras de defensa. •
La segunda categ orfa de posiciones organizadas depende,
sobre todo, de la táctica. Ellas no dispondrán sino por rareza de
un apoyo sólido para sus dos alas, y la línea atrincherada no comprenderá
sino una parte del frente, aquella que no se quiera ocu ..
par sino débilmente. Previendo ser envuelto, lo primero que se
hará será escoger un campo de batalla aliado de la posición, sobre
el cual se piense emplear con éxito las tropas que se hayan economizado
en la defensa de la posición.
• También se encuentran varios ejemplos de esta clase en la historia de ltt
,;uerra de Secesión americana.
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tioldin !ntlitar be €olo~iCl
'-- 776 _)
El campo atrincherado cubre también las retaguardias, forma
un todo bien cerrado y hace frente de todos lados, pero se parece
á. la posición organizada en que para darle valor se necesita un
ejército. Desde que éste lo abandone, habrá perdido toda importancia,
como el campo de Conlie, cerca del Mans, en 187 1.
El campo atrincherado está destinado á servir de preciso
punto de apoyo al ejército que, para hacer uso de él, renunciará
deliberadamente y por cierto tiempo á sus líneas de comunicación
y de retirada. Pero no se retirará uno á un campo de esta clase
sino cuando no se tiene la fuerza suficiente para enfrentarse al enemigo
á campo raso. Lógicamente se desprende que también se
contará con poca fuerza para abandonar este espacio en presencia
del enemigo, es decir, para desprenderse uno mismo si se ve rodeado.
No deberá uno, pues, retirarse á un campo atrincherado
sino cuando le sea permitido contar con el apoyo de un ejército
que avanza. Entonces el ejército tendrá la ventaja de no debilitarse
al continuar su retirada, y de obtener de este modo la mayor
parte de las veces una suspensión temporal de operaciones.
También se podrá muy bien hacer uso de un campo atrincherado
como de un punto de apoyo para permitir que una de las
alas se apoye en él, en tanto que la otra maniobrará, ó bien para
no ser lanzado lejos de un punto importante, tal como el paso de
un gran río, en tanto que el grueso de las fuerzas se haya alejado
por algunos días. Pero en este caso, el cam¡:1o atrincherado tendrá
más bien el carácter de una plaza fuerte provi ional ó auxiliar, cuyos
trabajos no serían tan completos como los de una yerdadera
plaza fuerte. Dresde desempeñó este papel en 1813, y en 1866los
prusianos la destinaban á que lo desempeñase de nuevo.
La plaza fuerte es más independiente que el campo atrincherado
: está establecida con más solidez y más en firme; el acometedor
no puede apoderarse de ella con los solos recursos que
le ofrece su equipo de campaña; ella está provista de todos los
establecimientos que le permiten hacer subsistir su guarnición, y
tiene importancia, hasta sin la presencia de un ejército.
Resulta de esto que, propiamente hablando, las plazas fuertes
no están realmente bien colocadas sino allí en donde queremos
mantenemos en posesión de una parte de nuestro territorio, alejado
del teatro de la guerra, sin formar un ejército especialmente
destinado á este objeto. Si hay provincias que queden á mucha
distancia del centro del país, sin buenas líneas de comunicación
con este centro, 6 si su situación es tal que la reunión de un ejército
en esta región ocasione una diseminación desventajosa de
las fuerzas nacionales, entonces se puede fortificar allí una ciudad
importante que será defendida por una guarnición de efectivo débil,
y cuya toma por medio de un sitio regular exigiría cierto
tiempo. Si el territorio abierto que rodea la plaza fuere también
invadido por el enemigo, se podrá al firmar la paz, reivindicar los
derechos de posesión, y no se corre el riesgo de perder esta provincia
lejana.
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13eletin !nititar ~e ~oiombia
"- 777 _¡
El Imperio turco cuenta dos provincias que se encuentran en
este caso: el Epiro sobre las fronteras griegas, y la hoya albanesa
sobre las del Montenegro. Si flotas extranjeras se apoderan del
mar, no se podrá enviar sino con mucho trabajo tropas á ellas, por
la vía de tierra; y una vez que estén allí, no podrán salir: quedarán
en imposibilidad de concurrir á la defensa general del Imperio.
La Puerta tendrá, por tanto, muchísima razón en fortificar las
cabeceras de estas dos provincias, Janina y Scutari, de manera
que fuerzas siempre disponibles sobre los mismos lugares pueden
mantenerse allí. Koenigsberg, en la Prusia Oriental, podría, llegado
el caso, desempeñar un papel muy análogo, si Alemania tuviese
que emplear sus fuerzas sobre diferentes teatros de operaciones,
con el fin de sostener una lucha larga y tenaz.
Pero es fácil ver que para el establecimiento de plazas fuertes
de esta clase, las consideraciones políticas prevalecen sobre las
consideraciones militares. Tratamos únicamente de tener, para
cuando se firme la paz, una prenda que garantice nuestras pretensiones.
Por esto bastará aquí una resistencia puramente pasiva,
ue en ninguna otra parte podría conducir al fin buscado.
Quizá será útil agregar algunos fuertes que nos permitirán
conservar en nue. tro poder todo el territorio, lo que ayudaría no.
toriamente á nuestras pretensiones al derecho de posesión. Entonce
se necesitaría disponer de un pequeño cuerpo de defensa
móvil, con el fin de mantener las comunicaciones, aun cuando su
f ctivo no fuere bastante consi erable para ¡ onerlo en a itud
de dc:sernpeñar el pap 1 de un ejército independiente.
En todos lo otros casos uno se contentará, si hay n ccsidad,
con una po ición organizada, ó con un campo, cuando el ejército de
campaña esté presente, 6 cuando á lo meno. proteja de modo indirecto
con su presencia los puntos que importa defender, y no
parezca indispensable hacerlos del todo independientes. Pero el
temor de verse olSligado á separarse por largo tiempo con el ejército
de uno ú otro de estos puntos importantes, conducirá fácilmente
á establecer plazas fuertes, destinadas á servir de punto de
apoyo á las operaciones. Por esto en 18 I 3 Napoleón pretendió
transformar á Hamburgo en verdadera plaza fuerte, .con el fin de
no perder la línea del Elba inferior. Sobre el curso medio del
Elba, donde se encontraba su ejército, se contentó, como ya lo
hemos dicho, con transformar á Dresde en campo fortificado.
El defensor puede convenir en que se Yerá obligado á abandonar
al principio un punto importante situado cerca de la frontera,
precisamente cuando pretendía utilizarlo desde que hubiera
reunido todas las fuerzas del interior del país. Esto es lo que pasó
con Kars, al principio de la guerra ruso-turca, en el teatro asiático
en 1877.
La idea de solidaridad entre el ejército de campaña y las pla.
tas fuertes ha llevado á proveer á éstas siempre de un campo, rodeándolas
de fortificaciones independientes, defendidas por el ca-
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5tlttbt !'tUibn be ~owmbi4
'- 778 ..J
ñ6n que protege el terreno necesario para acampar todo un ejército
•.
Bajo esta forma, las plazas fuertes, en concierto con los ejércitos,
tendrán que desempeñar el pa¡lel siguiente :
El ejército que retrocede ante un enemigo superior, podrá
dejar la plaza fuerte entre él y el acometedor, como el botarel de
un puente destinado á recibir el primer choque de la irrupción. El
enemigo pondrá cerco á la plaza, 6 se verá obligado á dejar enfrente
de ella un destacamento considerable, con el objeto de observarla.
Llegará, pues, con menores fuerzas delante de las posiciones
que el defensor habrá ocupado en seguida á fin de enfrentársele.
Las probabilidades de éxito de este último aúmentarán. Así
fue como el 21 de Junio de 1877 Schmed Monuckthar Bajá logr6,
cerca de Zewin, rechazar á los rusos cuando tomaron la ofensiva
por primera Tez, luégo de haberse debilitado por el sitio de Kars.
Si, como pasó con el General turco, el ejército del defensor no
deja la plaza sino poco tiempo antes, no por esto el resultado
dejará de ser seguro; en efecto, el adversario no puede conocer
el efectivo de las tropas que han quedado en la plaza, y por tanto
le será menos permitido pasar de lado sin preocuparse de ella.
Es claro que la plaza deberá ser bastante grande y la guarnición
suficientemente fuerte para que el acometedor se vea obligado
á tenerla en cuenta. Además, la posición que el defensor
haya escogido para librar batalla, no deberá estar muy inmediata
á. la plaza; sin esto, el acometedor haría venir el cuerpo de sitio
para la batalla, y luégo lo vol vería á nviar enfrente de la plaza.
Una plaza fuerte puede también ervir de punto de apoyo
para los flancos, porque no hay que perder de vista que, con las
defensas exteriores y las piezas de largo alcance, con frecuencia
ella dominará una zona que cuente 'varias jornadas de marcha.
Formará, pues, al propio tiempo, una buena parte del frente. 'Tampoco
es necesario que el ejército se una directamente con la plaza.
Podrá, sin inconveniente, dejar entre ésta y su posición un espacio,
que puede ser tanto más consid~rable cuanto más numeroso sea el
ejército.
Ya en 1870 los proyectiles del fuerte del monte Saint-Quentin
alcanzaban á Ars-Sur-Moselle, situada á 7,500 metros de Metz. Si
el ejército del Rhin, en su marcha retrógrada, hubiera tomado
.. Estos trabajos bre el enemigo.
Al mismo tiempo Kellermann párte al galope, coloca una parte de
sus escuadrones en horca, para hacer frente á la caballería austriaca
que ve á su frente, y desp és, cOI• el resto se arroja sobre el
flanco de la columna de los granaderos, acometidos de frente por
la infantería de Boudet.
Esta carga, verificada con un vigor extraordinario, rompe la
columna en dos. Los dragones de Kellermann acuchillan á derecha
é izquierda, hasta que, acometidos por todas partes, los desdil.
chados granaderos rinden las armas. Dos mil con el General Zach
á la cabeza, se entregan prisioneros.
En toda Ja IíiJea de San-Giuliano á Castel-Ceriolo nuestros
soldados han vuelto á tomar la ofensiva; avanzamos presa del
vértigo de la alegría y del entusiasmo al ver que la victoria vuelve
á nuestro lado. La sorpresa, el desconcierto han pasado aliado
de los austriacos. Kellermann desbarata á los' dragones de Lich-
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eoldbt 9Jlilitelf be €olombi4
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tenstein y los pone en fuga. Lannes a vanz:a á paso de carga ; la
guardia consular á pte, marcha con la bayoneta calada y todo lo
arrolla á su paso; el granadero Doubette, de este cuerpo escogido,
toma una bandera al enemigo.
La caballería austriaca pretende cubrir la retirada. El primer
Cónsul lanza contra ella á los cazadores y granaderos montados.
Bessieres, que tiene á su lado á Oudinot y al joven de Beauharnais,
está á la cabeza del ataque y carga á fondo sobre los jinetes
enemigos. En el momento en que los aceros van á cruzarse, un
soldado austriaco, caído por tierra y herido, extiende las manos á.
nuestra columna suplicándonos que no lo pisemos. "Amigos míos,
grita el valeroso Bessieres, abrid filas, salvad la vida á este desdichado."
A nuestro frente se encuentra el cuerpo de los dragones austriacos
de Bussi, como en número de dos mil hombres; un ancho
foso nos separa de nuestros adversarios; lo atravesamos con rapidez,
y la acometida es tan rápida, que en un instante cortamos
la cabeza de la columna. En medio de la confusión, es tomado de
encima del caballo que monta, el General que manda este cuerpo,
y montado á horcajadas sobre el pescuezo del que monta el Capitán
Daumesnil, por cazadores de á caballo, que lo agarran tan
vigorosamente y lo mantienen tan apretado, que le es imposible
moverse: de esta manera lo conducen al cuartel general.
Los dragones vuelven caras, y en la persecución les damos
fuertes sablazos en las espaldas. Esta caballería escapa desesperadamente
en dirección de Alejandría, y una gran parte cae en
fosos llenos de agua. Los cuerpos de unos sirven para que pasen
los otros. Tres banderas toman el sargento Lanceleur y los jinetes
Milet y Leroy de los granaderos montados de la guardia consular.
La confusión en los puentes de la Bormida aumenta á cada.
instante. Soldados de infantería, jinetes, artilleros, se estrechan
allí en desorden. Como los puentes no pueden contener á todo el
mundo, se arrojan á la Bormida para buscar vado. Un conductor
de artillería trata de pasar el río con la pieza que lleva, y lo logra.
Entonces toda la artillería pretende seguir su ejemplo, pero parte
de los carruajes queda sepultada en el lecho del río. Nuestros soldados,
ardorosos en la persecución, lanzan á los austriacos en el
Bormida, en donde muchos encuentran la muerte. Es espantoso
ver á estos infelices que se ahogan ; no se oyen sino gritos. Esto
dura hasta las nueve de la noche; tomamos los carruajes y los
cañones.
• Por último, el combate cesa. Ocho mil austriacos muertos 6
heridos, cubren el campo de batalla. Más de cuatro mil han caído
prisioneros. Por nuestra parte, las pérdidas son crueles: contamos
cerca de seis mil hombres muertos 6 heridos, y entre los primeros
á los Generales Desaix y Champeaux.
El entusiasmo de nuestras tropas ha llegado á su colmo ; los
heridos se levantan alegres para aclamar al primer Cónsul mientra5
recorre el campo de batalla.
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eoletin !Militar be 5otoMbi4
'- 783 _)
Savary, Ayudante de Desaix, busca ]argo tiempo el cuerpo
de su General, y acaba por encontrarlo en medio de los muertos, y
ya despojado de sus ropas. Lo reconoce por su abundante cabellera,
de la cual no han desprendido toda vía la cinta que la ata.
Envolviéndolo en una capa de dragón que se encuentra en el campo
de batalla, Savary lo car2"a sobre el caballo de un húsar y lo
conduce hasta Garaffoli. Esa misma mañana Desaix había dicho
á este oficial, como presintiendo su próximo fin: "Hace mucho
que no me bato en Europa; las balas de cañón ya no me conocen;
algo me pasará." Hecho curioso que debe anotarse: el~mismo día,
en otra parte del mundo, caía bajo el puñal de un asesino, uno de
nuestros mejores Generales, el ilustre Kléber, coronado con recientes
laureles de Heliópolis.
La noche de la batalla, al regresar al Cuartel general, el primer
Cónsul, en presencia de los Jefes del cuerpo que lo han acompañado,
manifiesta de la manera más viva el pesar que experimenta
por la pérdida de Desaix. " ¿ Por qué no me es dado llorar?,
exclama. 1 Ah ! cuán grande hubiera sido la jornada si hubiese
podido abrazar á Desaix sobre el campo de batalla! Iba á
hacerlo Ministro de Guerra ; y lo habría hecho Príncipe si hubiera
podido." Después, dirigiéndose á Kellermann hijo: "General,
habéis llegado muy á tiempo, y peleado valerosamente ; Francia
os debe mucho"; y á Bessieres: "La guardia de los cónsules que
mandáis se ha cubierto de gloria." Y por último, á Eugenio de
Beauharnais : "Tu entusiasmo, amigo mío, dice á su yerno, te llevará
lejos."
Al otro día, al amanecer, nuestros granaderos atacaban ya
las avanzadas que el enemi2"o había dejado á la cabeza de los
puentes de la Bormida, cuando un oficial austriaco se presentó y
anunció que el General Melas solicitaba enviar un plenipotenciario
al primer Cónsul. Este infortunado General austriaco se vio
obligado, después de dos días de negociaciones, á firmar la convención
de Alejandría y á retirarse detrás del Mincio.
Italia estaba reconquistada.
___ ...,. _ _
FORMACIONES DE COMBATE
IV
IMPOSIBILIDAD DE QUE EL "ORDEN LINEAL " PUEDA SUSTITU{R AL MJXTO
COMO ORDEN DE COI\IBATE
Algunos tácticos pretenden que al entrar en la zona eficaz del
fuego enemigo tome también la formación dispersa la línea de sostenes,
aunque no necesiten reforzar la línea de fuego ; otros quieren
hacerla extensiva á las reservas para que sus formaciones sean
menos vulnerablesj otros, en fin, para rebatir el drgumento presentado
contra el orden disperso, fundado en lo asequible que es al
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~oietin .!Rilitcn be ~otomiia
\._ 784 _.)
desorden, quieren sea corregido éste por el hábito, á más de la
r~glamentación, y que desaparezcan las formaciones cerradas,
stendo sustituidas por las líneas dúta11dadas y adoptado un solo
orden de formación, el lineal, en que los soldados han de estar
siempre en una fila.
El Coronel Mignot, en su folleto Consüleraáones sobre la láctz'ca
de infanlerfa. Formaáón en una fila, defiende este orden y establece
bases para la formación de todas las unidades. La escuadra la dispone
en una fila, con su cabo un paso delante del centro, para que
tenga más ascendiente sobre la tropa. Para formar la sección dispone
las escuadras unas detrás de las otras, con separación de dos
pasos. La compañía es formada colocand.o las secciones unas al
lado de otras, separadas por intervalos de despliegue, constituyendo
en realidad una línea de columnas de sección; admitiendo
como formaciones concentradas la misma columna de escuadras,
constituída por las secciones, colocadas unas detrás de las
otras, con la misma distancia de dos pasos que tienen las escuadras
entre sí, y la columna doble formada por dos sencillas de
frente de escuadra, correspondientes á las medias compañías y
colocadas una al lado de la otra. Para la formación preparatoria
de combate disminuye el fondo de las secciones, formando líneas
de columnas de media sección, y al entrar en la zona de fuegos
de la arti11ería enemiga, separa las dos líneas de la compañía á
distancia de 100 á 150 metros, componiéndose cada línea de ocho
escuadras en una fila con intervalos variables. Con el batallón
adopta formaciones análogas, y para la de combate, si está con
otros, forma cuatro líneas, separadas por di tancias de 100 metros,
constitufdas cada dos por dos compañías distintas, separadas por
intervalos de diez pasos; y si está aislado, varía sólo en la colocación
de las líneas 2 . ., 3: y 4.•, en las que deja más intervalo entre
las escuadras de distinta compañía para que sean rebasados los
flancos de la primera facilitando su protección.
El plan es ingenioso, y tiende sobre todo á la supresión de la
columna, considerando que dados el alcance y precisión de las
armas modernas, la penetración de sus proyectiles y la facilidad
que da á la puntería la adopción de la pólvora sin humo, será
imposible la permanencia de una tropa en columna en la zona del
fuego enemigo, y mucho más el conducirla al asalto, sobre todo
en el caso posible de que el campo de acción esté en terreno llano
y despejado. También considera que una línea única, debilitada
por la acción de las balas, no tiene fuerza de choque suficiente
para desalojar de su posición al adversario, pues necesita el refuerzo
de otras y que éstas lleguen á tiempo de prestarle ayuda. No
desdeña la línea; pero por considerarla menos vulnerable, prefiere
la fila única, y entiende que la formación de filas sucesivas, separadas
por distancias de 1 oo á 1 50 pasos, cuyo a vanee en marcha
concéntrica compara con el de las olas, es la que puede mejor sustraerse
de la vista del contrario, que confundirá engañado las
líneas atacantes y esparcirá y dividirá sus fuegos, que siendo menos
eficaces facilitarán la marcha de la primera línea, cuyo es-
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~oldin W'lilitat be (oú>m~ia
\._ 785 ..J
fuerzo será secundado sucesivamente y con poco intervalo de
tiempo por las restantes, obligándole esta marea creciente y estos
choques sucesivos y concéntricos sobre el punto llave, á flaquear,
entrar en desorden y abandonar la posición.
No desconoce que estas líneas, delgadas y largas, fluctuarán
y se romperán á veces; no desconoce que habrá confusión, mezcla,
desorden entre las diferentes unidades; pero considerando que este
desorden y esta mezcla son esenciales é inevitables en el combate
moderno para la finalidad del asalto, entiende que este desorden
sólo puede ser disminuído reglamentándolo, haciéndolo familiar al
soldado y robusteciendo su instrucción al simplificarla con la supresión
del orden cerrado y de los movimientos y evoluciones que
le sean propios y exclusives. El argumento que puede oponerse á
tal sistema, funuado en la carencia de cohesión en sus formaciones,
se combate haciendo notar que "la cohesión" en las tropas
~'proviene de su disciplina, de su educación, del grado á que esté
elevada su instrucción individual, de su abnegación, sentimiento
del deber y menosprecio de la muerte, nunca de que la compañía
6 el batallón estén formados en cuadro, en columna, en figura
romboidal ó en cualquier otra simétrica."
No puede negarse, en efecto, que la cohesión proviene de una
causa moral en que nada influye la figura de las formaciones;
pero no se negará que cuanto más próximos se encuentren los soldados,
más tentan el reproche del camarada, más se estimulen
con el arrojo del amigo y estén más sometidos á la mirada y á ]a
voz del Jefe que los dirige y señala con voluntad firmí ima el único
medio de vencer, más medios tendrán de conservar la abnegación
y disciplina que han debido serles inculcadas antes, y que tan
ruda amenaza sufren cuando el peligro arrecia. Aunque sólo fuera
omo medio material de conseguir esa disciplina y sujeción de
que está el soldado tanto más necesitado cuanto menos tiempo permanece
en filas, ie mpre sería conveniente la conservación del
orden cerrado en los reglamentos; pero e ·iste una razón capital
que lo hace necesario, y es la necesidad de la maniobra.
Esas líneas concéntricas y suce ivas sólo son capaces de dos
movimientos: el de avanzar y retroceder rectamente. Podrá designar
el jefe la dirección que deben lleva1· como centro de concentración
; pero, ¿·cuán difícil no será conseguirlo cuando se trate
de una línea extensa ó se quiera llevar la dirección del ataque á
m s de un punto de la línea enemiga? Podrá ser reunida en todo
6 en parte, sin que por ello resulte más manejable, á no ser que se
tome una de las formaciones concentradas explicadas antes; pero,
¿no será más breve y hacedero tener de antemano constituidas éstas
y llevarlas después con facilidad al punto y en la forma que
convengan? ¿No constituye también esto la mejor disposición para
la defensiva, pues que permite economizar las fuerzas desplegadas,
mientras no se conoce el plan del atacante, para llevarla
después rápidamente al punto amenazado ó conveniente?
TC..ú ' II-50
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eolettn 9»ilitar be ~owmbia
\._ ¡86 -'
A cierta distancia de la línea enemiga no se podrá maniobrar,
pero antes sí ; y si puede hacerse á cubierto ó está dominado el
fuego contrario, con más razón aún ; hacer difícil ó imposible la
maniobra es, pues, renunciar á un importante factor del éxito, y
esta facilidad maniobrera no debe ser exclusiva de las reservas
generales, pues puede ser necesaria hasta para las de Batallón y
aun para las de Compañía cuando esté aislada. La ventaja mayor
de la ofensiva es la de poder acumular fuerza sobre el punto ó
puntos en que vislumbra probabilidades de atacar con éxito. ¡Ventaja
grande es en la defensiva aprovechar las posiciones que le
permitan reunir con seguridad propia un gran número de fusiles,
cuya intensidad de acción por medio del fuego quebrante al atacante
y haga imposible su acceso! Ambas ventajas se consiguen
mejor con la conservación del orden cerrado.
¡ Es que se quiere reglamentar el desorden y la mezcla consiguientes
al orden disperso! ¿Podrá ser nunca el mejor medio
de evitarlo principiar por extender el mal? ¿No será mejor tratar
de corregirlo, dejándodo reducido al menor tiempo y á los menores
límites posibles, sin perjuicio de que una esmerada instrucción
habitúe la tropa á semejante estado, poniéndole con frecuencia en
las mismas condiciones á que podrá ser arrastrado en la lucha?
No le queda, pues, más ventaja al orden lineal que examinamos
que la menor vulnerabilidad de sus formaciones en terreno
llano y despejado, ventaja harto escasa si se compara con sus inconvenientes,
y que aun dentro del orden mixto y escalonado que
constituye la esencia de las formaciones de combate modernas, se
puede buscar por otros medios. Podrá discutirse si debe desaparecer
]a columna como forma de ataque y formación apropiada á
los escalones posteriores, ó si, por el contrario, debe ser preferida
á la línea en determinadas condiciones; podrá estudiarse el frente
y fondo rnás convenientes para determinar la reunión ó separación
de las unidades, según el terreno y distancia á que estén del enemig-
o ; serán variables y podrán modificarse el número y composición
de los escalones; po -Irán alterarse también las distancias
que deban separarlos, pero ietnpre quedará como esencial, mientras
profundas modificaciones en el armamento no exijan otra
cosa, la formación dispersa para los elementos que se juzguen
precisos para la ejecución del combate por el fu·ego, y la cerrada
para los que deban secundar su acción, impulsando el asalto y e -
· tando preparados como reserva para las contingencias posteriores.
Todas las doctrinas, generalmente, tienen su lado bueno, no
exagerando la nota; y así, vemos que los principios del ordm Nneal
6 formaciones en una. fila, no aplicados á las fuerzas destinadas al
asalto sino á las que deben concurrir á la acción del fuego, han
ejerciao alguna influencia en los reglamentos tácticos, aceptándo ..
las en algunos casos y simplificando en otros el escalonamiento en
profundidad. Lo primero, para mayor seguridad de algunos escalones,
que no pueden obtenerla por otros medios; lo segundo, para
conceder desde Juego gran potf'ncia á la línea de fuego, á fin de
alcanzar pronto la seguridad buscada.
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tioldin !RUitat be 'olombia
'-- 787 _ __;
Mas la consideración de las dificultades que entraña para la
maniobra la formación en orden disperso de las unidades superiores,
y de que un despliegue .P:ematuro podía comprometer el
combate en desventajosas cond1ctones, han hecho se retrase aquél,
ó mejor dicho, pase por diversas fases á partir de las formaciones
concentradas, ó desde el orden de marcha, constituyendo en las
últimas lo que se llama orden prepara/orzo de combate, en que aparece
indicado, y aun á veces casi terminado el despliegue; pero conservando
las diversas fracciones ó unidades, espaciadas entre sí,
su formación cerrada, lo que les permite la aproximación al enemigo
en ventajosas condiciones por presentar pequeños blancos al
tiro de su artillería, sin perder por ello la necesaria movilidad para
rectificar, si procede, la dirección de la marcha, con la ventaja de
ejecutar rápidamente el definitivo despliegue, adelantándose al
adversario.
ANTONIO ALEIXA. DRF.
--~- -+~ ----
INFORME SOBRE EL EJÉRCITO ALEMÁN
(Continúa)
Hé aquí por qué el oficial prusiano está colocado tan alto á los
ojos del soldado y de la sociedad, y por qué el Gobierno mismo le
muestra tanta confianza y tanta estima.
El Gobierno, y con él todos los altos dignatarios qel ejército,
están, en efecto, penetrados de esta verdad: que cuanto más se
eleva á un hombre su situación, más siente á su pesar la necesidad
de mantenerla. Por eso en todas circunstancias se muestran celosos
gua.rdianes del honor del uniforme, protegiéndole con cuidado
contra todo lo que pudiera atentar la menor cosa á su prestigio,
tanto á los ojos de la Nación como á los del extranjero. Se ha par_
tido en Prusia de este principio: que la sociedad militar debe ser
organizada de manera que se pueda encontrar en ella misma la
iniciativa y la autoridad suficientes para desembarazarse de aquellos
miembros que se mostraran indignos de llevar el uniforme ó
incapaces de satisfacer las exigencias del servicio.
Desde luego, en el ejército prusiano, como en todos los demás,
se cometen á veces infracciones más ó menos graves, á los
reglamentos militares y aun á las leyes del país; pero nadie oye
jamás hablar de ellas. El Gobierno toma, en efecto, todas las medidas
que dependen de él para no dejar llegar á oídos del público
6 de la prensa, nada que pueda, por ligero que sea, tocar el
honor y la dignidad de la profesión militar y del ejército. Si algo
ocurre en un cuerpo, se castiga al culpable con todo el rigor de
las leyes, pero nada transpira al exterior, y nadie, salvo aquelJos
A quienes es indispensable saberlo, se informa de ello.
Se observa tan estrictamente este principio, que nunca un diario
militar publica las sentencias Ó decisiones que afecten á un
miembro cualquiera del ejército. De ello no se hace mención sino
en las 6rdenes oficiales, pero no se hacen públicas las de esta
.¡
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_,oietin !nilitar bt €olo1nbi•
'- 788 _;
especie, concretándose á enviarlas directamente á los interesados
y á los que tengan necesidad de conocerlas.
Aún son más minuciosas las precauciones cuando se trata de
oficiales. En efecto, se quiere que el prestigio del uniforme del
oficial quede incólume, sea como fuere, y que en ningún caso el
público tenga la más ligera censura para las faltas en que pueda
incurrir el que tiene el honor de llevarlo. Así el que se abomine
qu& un oficial sufra arrestos en la guardia principal de la plaza
(Hauptwache). Existe la convicción unánime de que aquel es un
¡itio demasiado visible y que de ningún modo debe exponerse así
la persona y el uniforme de un oficial á las burlas del público y de
los individuos de la guardia. Jamás un oficial sufrirá arrestos en
otra parte que en su casa, y jamás un3. palabra de sus jefes 6 de
sus colegas hará de ello alusión ni aun en su ausencia. Por lo demás,
estos casos son extremadamazle raros. Todos piensan, en efecto,
que una simple observación verbal debe bastar á un oficial para
hacerle lamentar la falta que haya cometido y para obligarle á
hacer esfuerzos para no reincidir en ella. Si una amonestación d1
tsle gtntro resultase ineficaz, probará que en d z'ndividuo de quz'en se trata,
los sentimientos del honor personal estcín mu.Y poco desarrollados para qut
pueda contz'nuar llevando el u1zij'orme de ofidal, y sus mismos compañeros
le obligarán á dejar el servicio.
Creo haber dicho lo suficiente para hacer comprender el
género de vida de los oficiales alemanes y el papel que desempeñan
tanto en la sociedad como en el ejército. Sobre ellos exclusivamente
reposa todo, y ellos son quienes toQo lo dirigen.
Seguros de estar siempre ostenidos por sus jefes y compañeros
en virtud de la estrecha solidaridad de intereses que les une,
no tienen por qué temer censura, ni crítica alguna del exterior.
Penetrados del sentimiento de su valer personal y de sus deberes,
á ellos se consagran por entero, puesto que á ellos les lleva su
propio interés y saben que es el úmco pero z!!falz'ble medú; para el
ascenso. Así pues, al dar á sus conciudadanos el ejemplo del cumplimiento
riguroso del deber, del respeto de sí mismos y del uniforme,
son verdaderamente, en el sentido más elevado de la palabra,
el alma de sus regimientos y del ejército entero. Y si al concluir
reproduzco esta afirmación por la cual comencé, es porque toda
insistencia parece poca para inducir á meditar muy seriamente
¡obre este lado de la cuestión. El estado actual y los éxitos recientes
del ejército prusiano son la prueba más brillante de lo que
puede obtenerse de una oficialidad bien escogida.
Basta, por lo demás, vivir algún tiempo entre los oficiales
prusianos, tener acceso en su intimidad, conocer sus trabajos y su
amor al oficio, para comprender que uz senZt.fanles cond1cÜmes el servido
se hace interesante, atractz'vo, y que gracias á su superioridad
intelectual sobre el soldado, ~1 oficial se mantiene fácilmente en la
elevada situación de la cual el Estado y la sociedad le prohiben
descender.
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, l\oletin !nilitar be €oiombia
'- 789 __)
VII
,
EL ACUARTELAMIENTO-LA ADMINISTRACION-EL SERVICIO INTERIOR
Los principios que han servido de base para la distrioución
de las tropas prusianas en el territorio, me parecen dignos de fijar
la atención.
El Imperio alemán, por su situación geográfica, se encuentra
obligado á mantenerse dispuesto para la guerra con cada uno de
sus vecinos en caso de necesidad, y, en consecuencia, es necesario
que los diferentes regimientos y también las diferentes armas, estén
diseminados casi uniformemente sobre toda su extensión. Principalmente
en virtud de estas con ideraciones es por lo que se ha
establecido la dúl1cación 1lormal * del ejército tal como existe hoy.
Vamos á examinar las preciadas ventajas que con ello resultan
para este ejército; pero no debe olvidarse que estas ventajas son
debida , ante todo, á la mz'sma permanencia de esta dzslocaáórz normal.
Nada en efecto más á propósito para desorganizar un cuerpo
de tropas, que los repetido cambios de guarnición. Todo se resiente:
la instrucción e interrumpe y la progresión forzosamente
se descompone; el funcionamiento regular de la máquina administrativa
se entorpec , y la moral de los hombres no padece menos.
E·, en una palabra, e n la \'ida del regimiento, una faz anormal
bajo todos conceptos.
En Alemania e han hecho perfectamente cargo de e tos graves
inconvcni "' n es, á lo s cual n pueden sustraer las tropas
que ·stén siempre en·ant : y sin domicilio fijo. A í ues, no se ha
vaciladu en e tablee r, ante lo d u , como principio, que los cuerpos
no debc.·n jamds ectm f't'ar de cruar n.(:/ón. Y de hecho no s~.; les mueve
sino por moti \'OS políticu~ el una gravedad .·cepcional y en los
límites más restringidos posibles.
Cada regimiento tiene, pues, su. casa, que habita por lo regular
desde mucho años, y la que está seguro de encontrar en todas
circunstancias. Después de la guerr~ de 187 I y la evacuación del
territorio francés, todos Jos regimientos vol vieron á instalarse en
sus antiguas guarniciones, salvo las modificaciones que por consecuencia
de la anexión de las nuevas provincias, hubo que hacer
en la división de las tro s. No puede imaginarse la importancia
que tanto el oficial como el soldado conceden á la idea de }a vuelta
á la vivzetlda, del hdmkehren, como dicen los alemanes.
Pero no trato de examinar aquí la cuestión sino desde el punto
de vista de los intereses del servicio.
• Di.rlocaczon-:Pal~bra extrai1a á nuestro tecnicismo militar, pero que no
he dudado en traducu literalmente por encontrarla apropiada á la idea que
representa de desnumbract01! ó disemiuación de tm ejército que ocupa distintos
cantones.~ puntos «;stratég1cos para recibir en tiempo de paz la instrucción y
preparac10n necesanas para la guerra con una localizació1t absoluta de sus fuerzas.
Véase lo que con respecto á esta palabra dice Almirante en su nunca bien
ponderado Diccionario Militar: " Dislocación. En Alemania es técnica y usual
esta voz para expresar la distribución de un eJército m ca11to11es la disposición
de acanto~tamiento. En Francia también se ha adoptado esta paiabra bastante
propia y expresiva!'-(N. del T.).
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otetin !JUHbu be €otomiia
\..._ 7g;> -'
Hé aquí las principales y muy serias ventajas que produce al
ejército el sistema de las guarniciones permanentes.
1.° Faczlzdades de 1·eclulamienlo-El regimiento se recluta en
las inmediaciones mismas de su residencia, y eso le permite efectuar
esta operación con la prontitud y precisión que hemos indicado
en el capítulo del reclutamiento. En caso de movilización es
sobre todo cuando las ventajas del sistema se hacen sentir vivamente,
y á él en especial se debe esta rapidez increíble con que
se efectúa el paso del pie de paz al de guerra.
Sin duda existen en Alemania algunos regimientos como los
de la Guardia y las tropas de Alsacia-Lorena, que no tienen tan
á. la mano ni sus reclutas ni sus reservistas, pero son en muy corto
número para entorpecer de un modo serio el funcionamiento del
mecanismo general.
Sabido es que la movilización comprende dos períodos distintos:
en el primero, los cuerpos se completan de hombres, caballos,
material, &c. ; en el segundo, estos mismos cuerpos, una vez
completos, son transportados al teatro de la guerra. El reclutamiento
regional y el estacionamiento de los regimientos en medio
de sus reservas, simplifican singularmente la primera operación á
la administración prusiana, y, lo que es sobre todo importante, los
viajes de los reservistas no embarazan los caminos de hierro, que
pueden con toda holgura entregarse á la tarea que el transporte
de las tropas les ha de imponer algunos días después.
2.° FaczHdades de adminisfraáón.-Una condición no menos indispensable
á una movilización pronta y regular es la constitución
de repuestos locales de vestuario y equipo para las tropas. Más
tarde veremos que efectiva mente esa es una de las partes más mara
vi llosas de la organización militar alemana. Pero la tan notable
instalación de estos almacenes, los que conoceremos bien pronto, y
el orden perfecto que veremos reinar en todo, son cosas absolutamente
incompati les con perpetuos cambios de guarnición. Solament
bi n convencido un regimiento de que está en su casa, puede
organizar e con el cuidado y la comodidad que se encuentra en
todos los cuerpos dotados de cuarteles. Y aun aquello que están
alojados en el vecindario, residiendo siempre en el mismo lugar y
bien concentrado , han podido sacar de su situación el mejor partido
posible. No se di persa á lo hombres sino rara vez entre las
casas particulares : están más bien, en general, agrupados por secciones,
pelotones y aun por compañías, en algunos grandes edificios
facilitados por las municipalidades. Viene á ser, como se ve, un
medio acuartelamiento en cierto modo, ya que los lazos administrativos
del cuerpo no se han roto, y que se respeta siempre por
lo menos la integridad de la sección, es decir, el más esencial de
sus órganos interiores. En semejante ca o también se asigna un
local seguro de una manera permanente para los almacenes del
regimiento.
3.° FaczHdades para la /nslrucción-Los oficiales conocen perfectamente
las cualidades los defectos tanto físicos como morales
de la población, siempre la misma entre la cual se reclutan
sus soldados. Pueden, pues, elegir el método de enseñanza que me-
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lJoletin !nilttar ~' €olom~t4
'- 791 -'
jor les convenga. La mayor parte de las veces los usos y costumbres
del país, el dialecto mismo local, les son familiares. Así pues,
r~ro es que llegue un recluta á un regimiento donde nadie le entiende.
Todo esto no· contribuye menos á hacer más fácil y pronta
la instrucción.
Cada pueblo de guarnición cede un terreno para campo de
maniobías y sitios para el establecimiento de un campo de tiro, de
un picadero y de un Spn1zggarlen. * Sabiendo el regimiento que
se encuentra en su casa, no descuiaa nada para instalarse lo más
cómodamente posible, animado con la idea de que si trabaja es para
su provecho y no para el de otros que pudieran sucederle el año
siguiente. Se construyen gimnasios y se provee de todo lo que es
necesario ó pueda ser útil á la instrucción, &c. Está, en una palabra,
en las mejores condiciones para ocuparse seriamente de sus
quehaceres, recoger el fruto de sus experimentos anteriores, que
habrá quizás seguido desde muchos años, y adoptar con pleno conocimiento
de cau a procedimientos racionales de enseñanza.
4. 0 y último. La disciptz:na, la moralidad y la consz'deradótz para
el ejército, ganan igualmente mucno con la estabilidad de los re ..
gimientos y el reclutamiento regional. Imposible es permanecer
algún tiempo en un pequeño pueblo de alguna provincia alemana
sin que cause impresión el papel que en él representa la guarnición.
Puede decirse que ella es, en cierto punto de vista, el centro
de todos los intereses. Los militares son allí siempre eminencias:
constituyen el elemento principal, la clase directora de la sociedad,
.Y ésta rara v z emprenderá ú organizará álgo sin su participación.
La mayor parte de los habitantes, de padres á hijos, han
s n·ido en el mismo regimiento, y al rescnte forman parte de su
reserva ó de su landwehr, &c. A todos alcanza, por consiguiente,
el interé por su re aún/en/o y el de ayudarle en· toda circunstan•
cia. La mayor parte de los individuos de tropa, y con frecuencia
los tenientes, on también hijos del país; al onerse el uniforrne no
rompen ninguno de los lazos que á él les une, ni renuncian á ninguno
de los intereses que les son más caros, &c. De ello resulta
que el servicio militar no les inspira repulsión alguna, y sirviendo,
por así decir, á la vista de la sociedad á que pertenecen, excita su
emulación, y hacen punto de honor merecer como soldados la estima
y aprobación de sus conciudadanos.
Pero no es solamente entre los hombres de un mismo Cuerpo
donde se desarrolla esta emulación: se la encuentra también y en
más alto grado entre los mismos regimientos. Formados en gran
parte por habitantes de un mismo distrito, de una misma provincia,
cada uno de ello hace á su vez punto de honor rivalizar con los
regimientos inmediatos. Y por poco que se haya tenido ocasión de
estudiar de cerca la vida íntima de las tropas prusianas, bien pronto
se percibe la excelente influencia que todo este conjunto de causas
ejerce sobre la :lisciplina y moralidad del soldado en tiempo
de paz. En cuanto á los frutos que semejante emulación puede pro-
• E,n el capítulo que trata de la caballería se ha dicho lo que si~nifica.
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l'oldin !JlititClt be ~olombiCl
\_ 792 _)
ducir en tiempo de guerra, sabemos desde las últimas campañas á
qué atenernos á este respecto.
Se ve, pues, en suma, que la conservación permanente de una dúlocación
racionalmente estableczaa no presenla más que ventajas bajo lodos
los conceptos, y ningún inconveniente resulta para el país de que
un regimiento se componga únicamente de brandeburgueses y otro
de westfalianos.
Conlz"mta
MEMORIAS DEL GENERAL PABLO MORILLO
{Concluye)
El fondo y la forma de estos despachos no hicieron sino aumentar
mis dudas, ó, por mejor decir, me dieron nuevos indicios
de la falta de sinceridad de S. E. el Presidente de Colombia. En
sus notas oficiales ya no se veían sino ofismas capace , cuando
más, para engañar á los que ignorasen la verdad, ó á los que quisiesen
dejarse engañar por tan torcidas interprctacion . No solamente
disculpaba y aprobaba la conducta d 1 Gen ral Urdaneta
en los asuntos de 11:aracaibo, sino que hasta de pué de haber desaprobado
en principio la del Comandante Heras, concluía con lapretensión
de que había sido dictada por la justicia y por la necesidad.
Declaraba. que Maracaibo había dejado de hacer parte del
territorio español, desde el instante en que un pequeño número de
facciosos, sorprendiendo y-aprisionando á la mayoría de los habitantes,
había lanzado el grito de la independencia, sin el consentimiento
del país al cual pertenecía, para formar con él, en relación
á lo político, una sola familia indivisible; y era él mismo quien en
Mayo de 1817 había declarado traidoras á muchas personas respetables
de su Gobierno, cuyo único crimen era haberse separado
para fundar en Cariaco instituciones que entonces les parecían que
garantizaban mejor su seguridad y su bienestar.
El Presidente de Colombia consagraba de una manera solemne
el derecho de rebelión á viva fuerza: él, que tantas veces
lo había condenado, y con tanta severidad, en los lugares que dependían
de su Gobierno; él, que había inundado el suelo de Venezuela
con la sangre de aquellos que habían pretendido hacer
uso de este supuesto derecho, que entonces él consideraba como
un crimen. Comparaba la ocupación de Maracaibo con la de Montevideo
por las tropas portuguesas, en tanto que el hecho mismo
- 'de la reclamación dirigida al Brasil por el Gabinete de Madrid~
afirmaba una agresión. Por otra parte, nada á este respecto estaba
todavía decidido definitivamente, y los acontecimientos podían
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eoietin . mi!itat be Ciotom&ia
'- 793 _J
impedir el efecto de las reclamaciones, sin que dejase por este
motivo de haber habido agresión y violación manifiesta del derecho
público.
Veía con sorpresa que Bolívar trataba de sacar ventaja de
algunas frases de cortesía pronunciadas en medio de la alegría
que había causado la éntrevista de Santa Ana. Ninguno de estos
detalles se me había olvidado, y recordaba que habiendo rec~{do
la conversación sobre las dificultades que la demarcación de los
límites fijados por el armisticio podía originar, S. E. el Presidente
de Colombia había dicho á mi predecesor que, si llegase ese caso,
nombraría por árbitro al Brigadier D. Ramón Correa; el General
Morillo, continuando en el mismo tono, había respondido que entonces
él escogería al Coronel Pedro Briceño Méndez. Cuál debía
ser mi asombro al ver que Bolívar hacía uso de esta conversación
en una nota oficial, y con una aplicación tan falsa, cuando yo sabía
muy bien que la cortesanía, el honor y la posición del Brigadier
Correa, se juntaban á la práctica establecida por todos los
Gobiernos, y á las costumbres particulares de la monarquía española,
para oponerse á semejante arreglo.
Penetré fácilmente la intención de Bolívar: su pretendida
franqueza no tenía otro objeto que presentar luégo su proposición
como prueba terminante de la buena fe más aquilatada, y esperaba
de este modo engañar á las personas alejadas del teatro de
nuestras discordias ó extrañas á nuestras negociaciones.
Examiné con la más escrupulosa atención todo lo que encerraban
los despacho. de Bolívar, v mis observaciones fueron bien
dolorosas. . .~ •
Sin embargo, mi deseo de conservar la paz y de no apartarme
de la línea que me había trazado, me decidió á hacer nuevos
sacrificios. Por tanto, me contenté con dirigir á S. E. el Presidente
de Colombia las respuestas siguientes:
"Excmo. Sr. :
'"Tengo el honor de acusar recibo deldespacho de V. E. fechado
en an José de Cúcuta el 19 de Febrero último, en el cual
expone todas las razones que juzga capaces de justificar la ocupación
de Maracaibo por un Cuerpo de sus tropas; me es imposible
responder de una manera formal, antes de conocer las inteilciOrtesde
V. E. respecto de la carta que le dirigí el 23 del mismo
mes. Sin embargo, me apresuro á asegurar á V. E. que el Gobierno
español en Venezuela, invariable en la m·archa de franqueza,
lealtad y buena fe que sigue á la vista del mundo entero, no se
apartará nunca, por obstáculos que se le presenten, y considerará
siempre como su primer deber el cumplimiento de sus palabra y
de sus píomesas. Desea ardientemente que el mundo lo reconozca
como modelo de estas virtudes. Por esto V. E. puede estar bien
persuadido de que jamás el armisticio podrá ser roto por él con ]a
menor apariencia de injusticia, y que si se ve obligado á llegar á
tan duro extremo, fiel á sus compromisos, cumplirá religiosamente
el artículo 12 del Tratado de Trujillo, que prescribe un tér-
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~oletin 9JHlitar be ~oltmbt4
'- 794 _./
mino de cuarenta días, á contar desde el instante de la notificación
que deberá comunicarse por duplicado á todos los Generales Comandantes
de Divisiones.
"Dios guarde, &c.
"Cuartel general de Caracas, á 13 de Marzo de 182 I.
MIGUEL DE LA ToRRE."
u Caracas, 13 de Marzo de 1821
"Excmo. Sr. y mi estimable amigo:
tt He recibido vuestra carta del 19 de Febrero junto con una
nota oficial de la misma fecha, relativa á los acontecimientos de
Maracaibo. Veréis por este despacho que me es imposible absolver
definitivamente vuestra preguntas oficiales, en tanto que no
tenga respuesta á las comunicaciones que dirigí el 23 de Febrero
á vos y al General Urdaneta; creo haber manifestado en ellas de
una manera perentoria mi deseo de conservar las relaciones leales
que hemos jurado mantener, conciliando los extremos en un asunto
tan delicado.
"Vuestros comisionados y los míos se han ocupado en arreglar
el nuevo armisticio, en tanto que se concluye el armamento
de la corbeta de guerra La Aretusa, destinada á llevarlos á España.
Durante todo el viaje serán tratados con las con ideraciones
debidas á su carácter.
"No puedo prescindir de advertiros que lo oficiales de vuestro
ejército y lo demás individuos bajo vue tra dependencia que han
pasado las líneas de demarcación para asuntos públicos 6 particulares,
se han conducido con muy poca delicadeza. Sus conversaciones
han indispuesto generalmente los e píritus contra llos y
contra su Gobierno, porque, con perjuicio de la buena int ligencia
que existe entre nosotros, han faltado de manera enojosa á la circunspección
que debían observar.
"Como no hay urgente necesidad de hacerme remitir vuestros
despachos con vuestros agentes, espero que querrái adoptar
un modo de correspondencia más ventajoso en el e tado de cosas,
y n viar sólo vuestras cartas á mis puestos avanzados, de donde
me llegarán con seguridad.
"Si algún oficial de mi ejército ha observado una conducta
semejante á aquella de que me quejo, os suplico me lo informéis,
y haré uso de toda la severidad necesaria.
"Deseo que vuestra salud ~ea buena y que contéis en toda
ocasión con la seguridad de los sentimientos de afecto con que
tengo el hon >r de ser vuestro amigo verdadero y afecto servidor
que O. B. L. M.,
MIGUEL DE LA ToRRE.''
Sin embargo, lo · comisionados de S. M. y los de S. E. el
Presidente de Colombia continuaron tranquilamente sus conferen-
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cias relativas al nuevo armisticio solicitado por Bolívar, y yo acttvé
todos los preparativos necesarios para su partida en La Are/usa;
no descuidé nada para que fuesen tratados en este buque con
toda la dignidad que caracteriza á una gran nación. Yo enviaba
con frecuencia órdenes á los diferentes jefes para que á toda costa
vigilasen el cumplimiento de un Tratado observado con religiosi-.
dad por nuestra parte, y sacrifiqué á este deseo las medidas que
hubiera debido tomar respecto de los oficiales portadores de despachos
de Bolívar, cuya conducta durante su viaje y permanencia
en la capital habría sido muy opuesta á la que la naturaleza de su
misión les prescribía observar. En medio de estos diversos cuidados,
recibí el despacho siguiente :
" RepúbHca de Colombz'a- Cuartel general de Boconó de Trujz1lo, IO de
Marzo de I82I. ·
Simón Bolívar, Libertador Presidente de la República, General en Jefe del Ejército,
&c. &c., al Excmo. r. D. Miguel de la Torn•, &c.
"Excmo. Sr. :
"A mi llegada aquí he encontrado hoy dos cartas del General
Guerrero, Gobernador de la Provincia de Barina , y del Coronel
Plaza, en las que me anuncian que c3.da día ven aumentar el
número de enfermos y disminuir lo víveres. Atribuyen la falta
de rebaños al armisticio, que ha entregado este género de comercio
á los habitantes de Apure. Me han impresionado mucho con
el cuadro de las miserias que experimenta el Ejército, y me aseguran
que es imposible que resista á una permanencia más larga
en la Provincia de Barinas. Como la necesidad es ]a ley primitiva
y la más obligatoria, aunque con pesar, me veo obligado á someterme
á ella. Entre el resultado dudoso de una campaña y el sacrificio
evidente del ejército por el hambre y las enfermedades,
no hay que vacilar: es pues, mi deber hacer la paz ó combatir.
"Si el Gobierno español desea nuestra amistad, ha tenido
tiempo para decidirse á medidas pacíficas, autorizando á los Sres.
Espelius y Sartorio á tratar de la paz en conformidad con la única
condición admisible que el mundo entero conoce desde har.e diez
años: la INDEPENDENCIA. Si este Gobierno no ha hecho sino
volver á pedz'r U?l armz'stz'do que se le había rehusado de una manera tan
solemne, veo en ello una nueva prueba de su perseverancia en sus
principios políticos y de su obstinación á rechazar las exigencias
enérgicas y justas. Estamos, pues, en el caso previsto por el artículo
xn del Tratado de armisticio, y os lo notifico con dolor, á datar
del día en que este despacho os sea entregado.
"Si los comisionados Sartorio y Espelius están provistos de
poderes bastante exten os para atajar los horrores de la guerra,
me apresuraría yo á entrar en negociaciones con ellos en San
Fernando, á donde voy á conducir ]a mayor parte de mi ejército
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para disminuír la distancia que nos separa ·y facilitar nuestras comunicaciones
recíprocas.
11 Dios guarde, &c.
BouvAR"
La historia del mundo entero no presenta acontecimiento más
extraordinario. Leí y releí varias veces este despacho que levantaba
al fin el velo de incertidumbre en que estaban envueltas las
anteriores comunicaciones, y cada lectura me hizo apreciar mejor
su importancia; nunca hubo queja más mal traída, ni formulada
con más incoherencia ; nunca la buena fe y la razón habían sido
tan escandalosamente violadas.
Nuestras comunicaciones relativas á ]a sublevación de Maracaibo
estaban toda vía sin resultado, y S. E. el Presidente había
contribuido á prolongar esta demora por las explicaciones que exigía
su nota del 19 de Febrero. Lo mismo había sucedido con las
negociaciones iniciadas por sus comisionados y los de S. M., para
la conclusión de un nuevo armisticio que él sólo había pedido, y
en tal estado de cosas venía á intimarme la alternativa de reconocer
la independencia de su Gobierno ó continuar la guerra. ¿ De
acuerdo con cuáles principio ? ¿por qué causa ? ¿con qué objeto?
El tiempo instruirá de ello al universo, y aquellos que han soportado
ya el peso de las turbulencias de la Costa firme, han podido
fácilmente preverlo desde el primer instante.
La conducta de Bolívar es inexplicable para los hombres que
no saben pensar, hablar y obrar sino con rectitud. En todas nuestras
relaciones, él no había ignorado nunca que reconocer la independencia
de Colombia e.· cedía nuestros poderes, y que tal acto
no podía emanar sino del Gobierno upremo de la monarquía. De
acuerdo con estos principios y en virtud de nuestra declaración
franca y leal hecha en Cúcuta n Agosto de 1820, nunca se habría
tratado sino de suspender la hostilidades en tanto que estos comisionados
fuesen á llevar sus reclamaciones á la Corte de Madrid.
El Tratado estaba ratificado en este sentido de manera clara:
los Sres. Revenga y Echevarría, provistos de poderes del Gobierno
de Colombia, habían ido á Caracas para pasar de esta ciudad á
España, y repentinamente, por una contradicción inconcebible,
Bolívar venía á exigir á los comisionados del Rey el reconocimiento
de la independencia de Colombia. ¿Cómo se atrevía á afirmar
que el Gobzerno espa1iol no había hecho sz'no volver á pedir un. armistz'cio
rehusado tan solemnem!nle? Habría olvidado, pues, que el mundo entero
sabría que el Gobierno Español de Venezuela, después del rechazo
sufrido en Cúcuta, no habría hecho á este respecto ninguna
tentativa, y que el tratado era resultado de sus propias instancias,
con frecuencia repetidas desde el 21 de Septiembre hasta la mitad
de Octubre.
El Gobierno español, siempre inclinado á devolver la paz á las
infelices Provincias del Nuevo Mundo, había hecho todas las diligencias
posibles; pero después del rechazo injurioso que había
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soportado, el honor nacional le prohibía renovar sus ofertas. Bolívar,
que conocía hasta los menores detalles de nuestras negociaciones,
debía saber por ellos, si por otra parte no había llegado á
su noticia, que nuestros poderes no se extendían hasta reconocer
la Independencia. Tan convencido estaba de ello, que en su carta
del 25 de Enero me había dicho: Nadze hasta hov 11os ha hablado,
ni autz en la intimidad de la convtrsación, de reconocernos como 1zación~·
y era después de haber enviado comisionados á este efecto á Madrid,
cuando llegaba á formularnos semejante exigencia.
Yo me decidí á contestarle del modo siguiente:
"Excmo. Sr. :
"Tengo el honor de acusaros recibo del despacho que me habéis
dirigido el r .0 de este mes, de Boconó de Trujillo. Sin ha ...
blarme de las discusiones que se han suscitado entre nosotros respecto
de los acontecimiePtos de Maracaibo, discusiones que no
están toda vía aclaradas, sin parecer recordar que nuestros comisionados
se ocupqn, de acuerdo con vuestra formal invitación, en
ajustar un nuevo armisticio conforme á las condiciones que vos
mismo les habíais prescrito1 vos me señaláis por alternativa 6 el
reconocimiento de la independencia de Colombia, por los tomisionados
de . M ., 6 la vuelta á las hostilidades.
'·En este estado de cosas, tan inconcebible como inesperado, ~
el sistema invariable de franqueza y de buena fe que caracteriza
al Gobierno español, y del cual me he formado el deber de no separarme
nunca, me impone la obligación de haceros saber que
habiéndome llegado vuestro despacho el 19 de este mes, las operaciones
militares deberán, en conformidad con el artículo xn del
Tratado de armi ticio, comenzar el 28 de Abril próximo.
"El mundo, que tier.e los ojos fijos sobre nosotros, y que ha
seguido nuestra conducta en las negociaciones establecidas para
librar á estos países de los horrores de una guerra fratricida, el
mundo sabrá de dónde saldrán las calamidades que van á desolar
toda da á estas desdichadas regiones, y esa terrible responsabili-dad
no pesará sobre el Gobierno español. ·
"Dios guarde, &c.
u cuartel general de Caracas, 2 r de Marzo de 182 1.
MIGUEL DE LA ToRRE"
De este modo es como después de manifiestas violaciones del
Tratado que el Presidente de Colombia y sus subordinados se habían
permitido, y que yo había tolerado para sostener la paz, se
me advirtió la renovación de las hostilidades de la manera menos
prevista. Ni el Gobierno de Venezuela, ni los fieles y numerosos
habitantes de estos países, ni mi heroico ejército, ni yo, temíamos
este instante, y mil combates han dado de ello prueba. Si en algunas
circunstancias hemos creído deber hacer el sacrificio de
nuestra sinceridad y de nuestra franqueza, y aparecer como que
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no nos dábamos cuenta de la mala fe del Presidente de Colombia,
Dios, que lee en el fondo de nuestros corazones, sabe que semejante
sacrificio ·nos era impuesto por el deseo ardiente de obtener
una paz honorable y conforme con la justicia y los principios liberales
de una gran Nación. Hemos pasado por todas las pruebas;
ninguna nos ha parecido penosa para conseguir nuestro objeto.
Hemos querido dar al mundo todo pruebas concluyentes de nuestra
moderación y de nuestra buena fe: lo hemos conseguido; y
no tememos su veredicto.
De este modo la guerra ha vuelto á aparecer en países que
debían esperar otro presente de aquel que se da el título pomposo
de su Libertador. Ello ha querido, él lo ha declarado; y el deber
imperioso de conservar sin mengua el honor de la Nación española,
injustamente herido por amenazas inoportunas, nos ha obligado
á tentar todavía, á pesar nuéstro, la suerte de las armas; en
cuanto á mí, fiel á mis principios y á los de mi augusto Gobierno,
protesto ante el mundo todo, que en todas posiciones y en todas
circunstancias, mi primer cuidado será el de la pacificación de
estas provincias, y que en la guerra, seguiré religiosamente las
re~Ias de conducta observada por el Presidente de Colombia.
Creí de mi deber advertir, por medio de las proclamas siguientes,
á los pueblos y á las tropas, de la próxima reanudación
de las hostilidades.
"Habz'latzles de tslas provt"ncz'as. En medio de un armisticio escrupulosamente
observado por vosotros, el General Bolívar me ha
notificado -la ruptura de él. Las explicaciones que me exigió el 19
de Febrero, respecto de los acontecimientos de Maracaibo, no se
habían dado todaYÍa, y las conferencias continuaban entre sus comisionados
y los nuéstros para la prórroga del Tratado que él mismo
había pedido, cuando repentinamente me ha intimado la alternativa
de reconocer su Gobierno ó de continuar la guerra. us pretextos
se fundan en sostener que el Tratado de Trujillo es perjudicial
á su ejército y le hace sufrir pérdidas enormes. El General Bolívar
sabía muy bien que este reconocimiento excedía mis poderes.
El tenía la seguridad formal de esto desde San Cristóbal, en el mes
de Agosto último; y por este motivo se estipuló un armisticio por
el tiempo que los comisionados emplearían en trasladarse á Madrid,
en donde debían exponer todas sus pretensiones y negociar
la paz. Por esto nunca se ha visto acto más extraño ni más intempestivo.
"Habitantes de estas Provincias : yo no he vacilado un instante
en responderle que los cuarenta días estipulados por el artículo
xn del Tratado de armisticio se comenzarían á contar desde
el 19 de este mes, época del recibo de su despacho. Por tanto, el
28 de Abril mis tropas reanudarán las hostilidades.
"Nuevas desdichas van á afligiros, y se las deberéis á la voluntad
caprichosa del General Bolívar. La responsabilidad no pesará
sobre el Gobierno español, que ha desplegado para evitarlas
un desinterés y una generosidad superior á toda expresión. Su
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