Por:
Anónimo;
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Fecha:
1880
De acuerdo con los Evangelios del Nuevo Testamento, cuando Jesús fue crucificado se le infligieron cuatro lesiones: dos en cada una de las manos y otro par en los pies; ya muerto, un soldado romano le clavó una lanza en el pecho. Estas cinco llagas vinieron a constituirse como una expresión devocional al sacrificio espiritual, promovida, entre otros, por San Francisco de Asís, a quien le aparecieron las mismas marcas —teológicamente denominadas “estigmas”— en el cuerpo. Durante el siglo XIII, varias monjas de distintas Órdenes reportaron apariciones milagrosas, en las que Cristo les señalaba la quinta perforación, lo que llevó al culto de su corazón como metáfora del amor y la vida. La mayor expansión de esta manifestación religiosa se dio a partir del siglo XVII, cuando Santa Margarita María Alacoque, una monja francesa, señaló haber tenido múltiples visiones en las que Jesús se le manifestaba con el corazón abierto, exclamando amor a la humanidad; a partir de este momento, la mujer dedicó su vida a promulgar el culto de manera oficial.
De esta manera, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se extendió a todos los lugares en los que la Iglesia Católica tenía presencia, promoviendo, incluso, la consagración de los países a su divinidad. En Colombia, esta difusión vino por parte de misioneros y Órdenes religiosas, que buscaban convertir al catolicismo a las distintas poblaciones que hacían parte del territorio. El “Nuevo manualito para los Devotos del Sagrado Corazón” forma parte de uno de los materiales por medio de los cuales se animaba el culto, incluyendo además de himnos y plegarias, algunos rezos que obran a modo de guía y protección. Asimismo, aparece un grabado en el que se retrata a Jesús sosteniendo su corazón en llamas, iconografía por excelencia de su sacrificio y sacralidad.