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Uileclor, }3};,\3 8· 80 \ Hr:&l'TA
Amor de Padre
Por la noche cuaudo nwlvo de la ull.cina, Pablo conoce · meuiatamentc
mis pasos'en la autecámara. y SÍII uarme tiempo á que cJ~je el HOill·
brero y el bastón, se me sube por las piernas y se cuelga de mis hotnbnJs,
lanzando alegres gritos que anuncian mi llegada: "Aquí está pgico
estoy más apurado que él y falta lllll_\' poco pant qnc st•a yc.> t•l qut) pide
perdón.
* ..
*
Pero la anterior semana PI asunto fue mucho m(ts gran•. El ::>c:iiori.
io l'¡¡IJJo se recottucía tau culpable que ni auu \'Íno ií. mi cm:uentro, permaneciendo
en un rineón tlel comedor, \·ergunzuso y telllblandu como
un crimiual que aguarda su senlcneia.
-Espero-dijo mi mujer duramcnte-CillC por esla yez lo cot•n>girás.
¡\licia se empL>ria en que yo tengo la culpa de que Publo de'iobedl'z~a,
ele que Pablo sea tra\ ieso, de que Pablo lo rompa todu.
-Uué suceue?-preguuté .
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6007 EL CORREO DEL VALLE
-:Míra- esclarnó ella abriendo la puerta de mi gabinete-míra. Miré
y,Yi en efecto que á la izquierda de la chimenea había un vacío. De
dosjarronesjaponeces que adornaban la corniza~ faltaba uno.
-¿Y el otro?
-Roto en mil pedazos, ·
Aquello me exasperó. Yo apreciaba aquellos vasos como un niño ama
un juguete largo tiempo deseado. Durante un mes habían despertado mi
codicia desde el e$caparate de un anticuario y al fin los babia adquirido,
afuerza de economizar para reunir el subido precio que por ellos pedían.
¡Eres un bribón !-exclamé furioso-No te quiero, ¡véte!
Le prohibí la entrada en mi despacho para siempre, y sin recordar
qne yo mismo había sido otro Pablo, dedaré que los niños heran inaguantables,
torpes, y el castigo de las familias.
Nos sentámos á la mesa. Como hacía falta un castigo ejemplar, decidí
que Pablo se quedara sin postre y que se acostase inmediatamente
después de comer.
El niño, muy digno no lloró ni dijo una sola palabra. La. comida
fue triste, pues genemhuenfe Pablo la alegraba con su graciosa charla, y
aquella \'ez se vengó con su silencio, resultando nosotros más castigados
que él.
. Al llegar á los postre:-:, Pablo dijo heroicamente á su madre:
-Ivlamá, bájeme. ro tengo hambre, quiero dormir.
La madre lo bajó de la mesa y lo puso eo mis brazos. Yo lo oprimí
contra mi pecho, un poco turbado y reteniéndome para no perdonar
demasiado pronto. De pués Alicia se lo lle\'Ó á acostar.
No tuve valor· para acabar li.l. comida sin él y me fui al salón. Allí,
en medio e' e' humo de un cigarro, me puse á pensar en los niños.
¿No los castigamos á veces lOn demaciada crueldad? No tienen la
~dad de la razón y .\ a !m; quisi ~ ramos impe<;ables, más sensatos que nosotros
mismos. ¡Ay! Es qt~ c 11osotros somos tan cuerdos?
Esta reflexi(m me traJo ú. la memoeia una pregu::lta que un día me di-rigiú
mi hijo. •
Díme: ¿c¡uién es quien ríiic ú los papá~?
Tenía tnucha pella por lnber dej ado á mi hijo sin sus postres; así es
quE cuando mi mujer se puso ú bordar, abandoné el salón subrepticiamente,
abrí sin ¡·uidu el arnnrio clel comedor y cogí un gran cucurucho
ele COOf\tCS que orullé COliJO puJe bajo Ja ]~ata.
Cuándo llegué ít la alcol;ita de l'ablo, Yi con desesperación que estaba
ya dormido. 7\Ie inc!ÍIIC: para besarlo dulcemente y ¡cosa extraña!
sus mejillas se pPgalmn ú mis labios.
¡Como que las Lcnía cltlbadurnn.das de dulce!
La madre bahía te11i.Jo la misma idea qne yo. ¡Oh, las mujeres!. .....
* .. *
A media no<:lte, l' ck examinurlo, recetó, y apurado pot• nttestras preguntas,
acabó por conf,:sar qnc no podía decir n1.da hasta la s~gunda ,·isita.
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EL CORREO DEL VAL LE 6058
-Sin emhargo-aüadió-e;:¡pero que no será cosa. de cuidado. Tratad
de que se levante y si le veis que juega y vueh·e á estar alegre y turbulento,
como de costumbre no me .llaméis, porque será St>ñas de que está
curado. Un niño que saltct y juega esti1 bueno
En cuanto se marchó el doctor me despedí de Pablo, que me parecía
muy abatido, y, recomendaado á la madre que me a\·isara mmediata·
mente si ocurría algo grave, me marche lleno de aucietlatl.
Siempre me acordaré de aquel día. l\Ie fue im¡Jo.;ih!c trctbajar ni un
minuto, y cada vez que el portero me anunciaba á alg·uien, figurábame
que me buscauan á causa del niño, dándome el corazón una terrible sacudida.
A cuantas person[.ls entraban en mi oficina para hablar de asuntos
de la administración, lea daLa parte de mi pena, le,; refería la
aventura del jarrón, mi cólera, el castivo demasiado se,·ero, Ain duda, la
entereza del chiquitín ...... L\le tratab,l de estupido, me acusaba de tener
la culpa U.e su enfermedad;
Negros presentimientos me im·ndí;\11. Vt>ía fl Pablo enfermo, con uu;~.
neumonía ó una meningitis, ¡qué sé yo! Soñaba en las largas noches
pasadas á su lado, en las lágrima<; que coreen silew.:iosas cere<1 de la cabecera,
y oín, al través del ruido ele la cucharilla remo'\"iendo la repugnante
medicina, los tristes gemidos del peqneñuelo.
* ;;
*
No tuve paciencia para esperar más y salí de la oficina autes de la
hora.
Al pasar delante tlel bazar en donue me tletengo para comprar juguete~:~
á Pablo, me ca1·gue los bolsillos de /Jibelots, vol \'Í á correr como
un loco.
En el portal ele mi casa tropecé, .,;in excusarme, con gentes que subían;
subí los escalones de cuatro en cuatro; llegué ante mi puerta, jadeante, sudoso,
y allí, sin valor para seguir adelante, me puse á escu~har.
Escuchaba si oía á Pablo jugar, charlar,cliablear, en fin ...... Pero no,
nada; un silencio completo reinaba en mi casa; un silencio que me heló la
sangre en la venas.
Abrí y llegó mi mujer .
... ¡Y Lien! ..... ¿Y el uiño? ...... ¿La verdad?
Alicia me miró con aire extraño, 'JUC uo comprendí entonces, :r Lles-pués
me dijo:
-¡Ha roto el otro jarrón!
¿Dónde está'? ¿Dónde esUi'l
Lo encontn~ cn el salón, escomlidu detrus ele uua butaca; lo cogí eu
brazos, lo h~s~ con fn:nest, ú través de mis lágrima::;, que ya no poc\ía
retener,le gnte en la tllJSllHl cara:
-¿Has roto el sognudo jarrón, querido mío? Tótna, monín, tt'11na jugut:
t.cs; registra. mis bolsillos; para tí, ¡todo esLo para tí~
Y cOilJO mi mujc1· me minll.>a cstupefaet.a, yo le dije, aliviado tlc mi
pe nn, fclí.l completatnente ii.:liz:
-Acabaré por uee1· qnc In tranqnilidatl de los padres consi~ll' eu tener
nifws que alboroten mucho y que rompan totlo cuanto encnenlreu á
la mano.
UNIIIHI'E l\IALI1'
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EL CORHEO DEL VALLE
Mariposas Negras
Parécerne tu. alegTe carcajada
como una mofa á mi dolor inmenso.
¿No oíste por ventum la campana
que aquí en mi corazón tocaba á muerto ?
¿No vez? . . .. Esta es la cámara mortuoria . ...
De luto están vestidos mú; recuerdos . .. .
No profanes mi pena, adentro lloran ... .
Hoy de mi cm·azón sacaron muerto!
* * *
Hay recue'rdos-gusanos de la v1:da,
de los gusanos de la muerte hermanosque
nunca el alma olvida;
que más nos muerden mientras más se alejan,
porque son el veneno que nos dejan
del mundo los fatidi~os gusanos!
En un límpido cielo, entre vistosos
celajes brWa el sol,
y oculta m~be negra al propio tiempo,
desata en Tecia lhwia su vellón
Cuántas veces también de la alegría
luce en mi frente el sol,
y mis lágrimas caen ent1·e tanto
en silenciosct lluvia al corazón!
ENRIQUE LLERAS
1 Memorias de la escuela
.·1 mi condiscípul~t Delfina García C.
Conservo de mi niñez recuerdos queridos y dulces, que temerosa de
que el tiempo-·con su implacable borrador,-hága desparecer de mimente,
quiero copiar en éstas hojas, para buscar su lectura cuando mi espíritu
abatido por los venda' a les de la vida, quiera sentir la benéfica influencia
que pueda prodigarme la memoria de la calma, inocencia y alegria,
que fueron inseparables compañeras de mis primeros años. Recuerdo como
si hubiera sido ay<: r, cuando una hermana de mi padre, me llevó por
primera vez á la escuela; era el local de ésta una casa vieja que aún existe,
con el cortejo de cecuerdos infantiles de ires generaciones que han recibido
bajo su techo la lJCCesaria instrucción y han aprendido también á
rendir homenaje á la virtud y f¡. ser virtuosas.
Las maestras, madreé hija, la primera de edad muy avanzada, me
recibieron con la dulzura propia de todas las del gremio, al recibir una
nueva alumna. Despur~s. cuántas veces al propinárseme el merecido cas~
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EL CORltEO DF.L VALLE 60()0
tigo por frecuentes infracciones de las leyes ó reglamentos escolares, b 8
echaba en cara,-con carencia absoluta de razón-que el primer día me
habían abrumado á contemplaciones, nada más que para animarme á ir y
tener en mi su <> L-.1s niñas de la escuela, me miraban
al principio con extrañeza, que después se cambió en cordialidad franca y
fraternal.
Yo concurría contenta y entusiasta, y el día que la bondadosa institutora
me dijo que debía llevar costura, no tuve sosiego, ni se lo dije á mi
madre, hasta que élla me entregó lo necesario para bordar un pañuelo,
que apenas comenzado empezó á cumplir su misión de recibir lágrimas,
pues las mías lo humedecían cada vez que se me ordenaba desbaratar lo
mal hecho. La mtsma alegría con igual resultado, experimentaba cuando
un nuevo libro, po1· orden de la maestra, buscaba sitio en mi mesa de
estudio.
La maestra revisaba las costuras ayudada de sus lentes, pues era á
éste ramo de enseñanza al que dedicaba especial atención, y cuántas
veces al encontrar la mía llena de manchas de tinta ó de frutas comidas
escondido, en lo que era mi cómplice el tambor, pues tras él m~ ocultaba,
manchas que yo había tratado de ocultar con tiza, un «maula)> y un cocacho
sonaban al mismo tiempo.
El día sábado era en extremo anhelado por nosotras, tanto por su vecindad
con el domingo, como porque era costumbre escribir en la mañana
de ese día, cartas dirigidas á alguna persona de la familia, y teníamos
que presentarla personalmente á la madre de nuestra maestra, que permanecía
en otro departamento de la casa, pues nuestra escuela eramixta,
y la anciana enseñaba los niños, que poco más ó menos eran de nuestra
edad y con los cuales nos veíamos algunas veces, y no faltaba alguno que
generoso nos regalara dulces y frutas para el recreo, burlando la vigilancia
de las celosas institutoras. Como decía antes, la que en la mañana
del sábado, presentaba su carta sin borrones, con buena ó regular letra y
con correcta ortografía, recibía en élla la calificación 5 y tenía tarde, lo
que quería decir que no tenía que volver ese día á la escuela. La que por
el contrario no llenaba estos indispensables requisitos, tenía que extender
humildemente la mano y recibir en ella tántos palmetazos, como borrones
y faltas ortográficas contuviera su epístola, perdiendo, además la deseada
tarde. Por supuesto que esto pasaba en presencia de los niños, lo que aumentaba
á nuestros ojos el horror del castigo. Vivo está en mi memoria
el recuerdo de las veces que mis lágrimas empaparon el terrible instrumento
y aumentardn los borrones de mi carta ! Saliendo luego confusa
y avergonzada, por en medio de los ninos, oyendo las burlas, ó las palabras
compasivas que me dirigían al pasar. Oh ! 5, que fuiste tantas veces
objeto de mi ambición, pues tu cifra querida, de los estudiantes, eras
para mí, sinónimo de alabanzas, premios y juguetes! con acariciadora mirada
te contemplé, muchas veces adornando mís planas y calificaciones
mensuales, y años más tarde, con qué horror te sorprendí en ·el almanaque
el dia fatal en que empezó mi orfandad!
Teníamos un profesor; al cual molestabamos mucho; una vez notando
mi distracción, se acercó cauteloso y con paso de felino, logrando asf conocer
el trabajo que me ocupaba. y cual sería mi sorpresa cuando vi que
contemplaba con aterradora seriedad, un horrible muñeco que yo acababa
de pintar, y al eual le había puesto 1Kla inscripción que decía, uEste es el
maestro>, El me pagó la hechura de·!u retrato haciéndome permanecer de
rodillas hasta terminar la clase, y lo que es peor con el retrato en la mano!
Una ocasión, cansada de estar callada á lo que me obligaba un buche
de agua, con lo que lograba la maestra imponernos silencio; boté con des·
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(jOG1 EL CORREO DEL V A LL E
cuido al importuno, y meneando el asiento á mis vecinas, grité al mismo
tiempo jtemblor! el efecto de esta terrible palabra superó en mucho á lo
que yo me había imaginado; baste decir que las niñas aterradas se precipitaron
al patio, causando estragos en el jardín que con tánto esmero cultivaba
mi maestra; las costuras rodaron al caño, junto con sedas, hilos y
demás utensilios. Recuerdo con horror esta que fué la más terrible de
mis travesuras, y de la que fué mi mejor castigo contemplar el rostro demacrado
de la anciana que con voz temblorosa invocaba á San Emigdio.
Ellas supieron que yo había sido la autora de ese desorden que pudo
ser de fatales consecuencias, pero contra lo que yó esperaba, trataron
mi causa con indulgencia, á lo que sin duda las movió la angustia y el
susto de que me vieron presa, pues sólo se contentaron con hacerme prometer
no t:eincidir en faltas de esta clase, promesa que como es de suponer,
hice muy gustosa.
El mes de Mayo, era esperado por maestras y discípulas con gran entusiasmo,
ensayando cantos y contratando con ·anticipación las flores de
los jardines cercanos á nuestras casas, pues á cada dos ó tres niñas les to-
-caba celebrar un día, y era de ver el afán de cada una en que el suyo fuera
el mejor. El altar se llenaba de variadas flores, q.ue esparcían en el
aula sus perfumes, millares de cirios ofrecían su luz jun<::o con la luz de la
fé que irradiaba en nuestras inocentes oraciones. Flores, p0rfumes, cantos,
luces y alegría infantil, era como valiosa corona que ofrecíamos con
manos puras á la Reina del Cielo.
Por fin llegaban los afanes de fin de año, cuando se presenta la prespectiva
del exámen, entonces cesaban las travesuras y los juegos, y con
el libro siempre abierto, esperábamos temorosas ese día, término de nuestras
tareas escolares, princivio de suspiradas vacaciones, y dí:~. de llánto
al decir adiós á las queridas maestras y compañeras de colegio.
A los doce años de edad, mis padres pensando que era tiempo de prepararme
á hacer la primera comunión, acto dulce, tierno y conmovedor, me
sacaron de la humilde y quel'ida escuela que he diseñado, y me llevaron á
un colegio de moda entonces,donde permanecí un año, pasado el cual se
clausuró éste del todo, y sin haber cumplido yo catorce años dejé los bancos
de la escuela, y dando mi postrer adiós á las aulas, partí con mis libros
bajo el brazo, y con el alma henchida de gratitp.d y cariño, única
ofrenda q1,1e podía ofrecer y aun ofrezco á mis queridas maestras é inolvidables
condiscípulas.
Oh infancia, ! cuán fugáz eres, y de que manera tan indeleble g raba
vuestro recuerdo en el alma!
Marzo de 1.911
Bien venida
-Oyes? la lluvia· tengo frío!
La noche tiembla; el cierzo hace pedazc>s
las ramas de lns árboles, el rio
muge rabios0; estréchame en tus brnz0s,
posa tus lábic>s en el s<-mblaote mío;
ya uo me c¡uieres? abre tt>ngo fno.
-Te esperaba, has tardado. tengo sueiio!
sufro, la vid:~ me atormeuta. a¡::uclas
me hinca las uñas con hru:al em¡wño
la zs1·pa del dolor. mas tú me escudas.
Entra! oh muerte adorada! sé mi dueüo:
quiero dormir tontig0, tengo sueño!
¡c:r.ro FLOREZ
LÍA DELVALLE
Dios te guar·de
Morena. Dios te goardel
La luz de tu pupila soñador:t
es alegre y es triste· en ella arde
un crepúscul0, á veces, de la a u rora,
un crepú•cul,,, á \"eces. de la tarde
Dios re guarde, morena'
Tu corazón que tiene exceslitudes,
no conoce la sombra de b pena •...
llres feliz! .... Embriágate azucena,
ea tu pr >pi a tragaocia: las virtudes!
VI(.TO~ RACAMONDE
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EL CORREO DEL YALLE
El Retrato
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60G2
Cansado de andar, r~citando versos, por entre los matorrales, me
senté sobre el tronco de un árbol, á la vera del bosque, y, como de costumbre,
me puse á contemplar el gracioso retrato en miniatura de mi
amada, de la que fuera mi adoración y que ya no existe. Absorto en la
dulzura de los recuerdos, permanecí por largo tiempo sin hacer un movimiento.
Los pájaros, que me habían perdido el miedo á causa de mi quietud,
volaban á mi alrededor, cantaban sobre mi cabeza y se posa.ban en la
yerba cerca de mis pies, con desperezamientos de alas. Una brisa fresca
hacía estremecer blandamente las ramas de los árboles. De repente un
mirlo vino á posarse sobre mi hombro. Juzgo que fue con la intención de
mirar más de cerca el retrato de mi amada.
Mi amadai Cuán cruel fue para mí, en otro tiempo! No fue necesa·
rio que ella muriera para que yo derramara muchas lágrimas. Constantemente
me torturaba con sus frialdades y con sus traiciones. Yo la
amaba con un amor profundo; me le había entregado tan completamente,
que todo lo que no era ella no era nada para mí. Me agradaba
hacer versos porque ella gustaba de la música de las rimas; deseaba
la gloria para hacer de ella una auréola que luciera al rededor de su cabeza,
como desea·el amante un aderezo de ricas gemas para regalarlo á la
que ama. Todo fue inútil. Ella no se cuidaba de mi pasión siempre en
aumento. Aceptaba, como si le fueran cosas debidas. todos mis sacrifi·
cios, la ofrenda de toda mi alma. Sólo tuYo para mí sonrisas burlonas.
En nuestras horas de pasión. cuando yo besaba sus ojos y su boca, permanecía
impasible. Y nunca medió la benéfica ilusión de que compartla mis
goces. Yo era como un elegido que viera bostezar á su Dios.
Para otros hombres, ay de mí! ella era más complaciente. Cierta
vez la sorprendí con las manos entre unas manos que no eran las mí;1s:
sus miradas tenían una dulce melancolía que yo jamás había visto en ella.
Ah! era muy mala, muy mala! ¿Tan duro era tu corazón que no se pudo
ablandar con mis súplicas? ¿ O acaso tu pecho estaba vacío '?
Ya hace mucho que murió. ¿Por qué florecéis aún, flores de los jar,
dines, porqué cantáis todavía, lindos pájaros del bosque, si ya su labio se
marchitó, si ya su voz no vibra ? ¿Cómo es posible que no hayan desaparecido
con ella todas las gracias y todos los encanto3 del mundo?
Desde el día de su muerte olvidé todos sus engaños y sus crueldades
y la veía en mi pensamiento tal como hubiera debido ser: era para mf un
delicioso dolor el contemplar en el querido retrato la frente marfilina que
yo empañe tántas veces con mi aliento, los ojos vagos donde se había mecido
mi sueño, y la boca sonriente y fría, aquella adorable boca que me
debía tántos besos.
Mientras que me inclinaba sobre el retrato para aumentar, aunque ya
en vano, aquella deuda, oí detrás de:mi una risita seca, semejante al temblor
del agua entre las guijas. Me volví y me encontré frente á frente
con un viejecillo inclinado por la edad, de aspecto de mísero y de baja estatura.
Su faz era pálida, luciente sin arrugas, y sus cabellos eran largos
y tinos como los de una abuela,
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•--::....,... Desde hacía algún tiempo habíamos hecho conocimiento. Era loco y
habitaba el manicomio que se había construido sobre la colina, á causa del
aire salubre de que! paraje. Como era del todo inofensivo COI\ sus sue-
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6oG3 f~L CORREO DEL VALL!c~
ños infantiles, se le dejaba en libert::td dE' pesar por la campma. En ella
nos conocimos una mañana de primavera. Arrodillado al borde de un pantano,
el loco se f'ntretenía en silbar en una cañ1. de cinco agujeros para
enseñar á las ranas el aire de una vieja canción. Me atraía hacia él una
cariñosa misericordia, pues yo sabía su historia. El también había sufrido
en otro tiempo po1· el amor de nna mujer. El derrumbamiento de su felicídad
le había hecho perder el juicio, pero su viejo corazón no estaba
muerto y la fuente de las lágrimas no se había secado en él; cuando veía
el vuelo mezclado de dos mariposas se apretaba á dos manos el pecho, como
para comprimir dolorosos latidos; luégo, entre sollozos, se enjugaba
los ojos con sus largos cabellos blancos.
III
Con risa burlona me dijo:
-¿Para qué miras ese retrato? ¿Para qué lo besas? No tiene ningún
parecido. ¿Crees tú reconocer en él á la mujer que amastes porque ves
sus ojo,;¡, su boca, su frente todo su rostro? ¿Te imaginas que la belleza de
la mujer es la mujer misma? Si es ~Bí, estás loco rematado. La boca miente,
los ojos engañan, la frente no dice la verdad. Lo que tienas entre las manos
es el trasunto de una hipocresía; iba á besar la imagen de una máscara.
Ház venir á todos los pintores de h tierra, á los más sutiles, á los más
grandes, á los de ahora y á los de antaño; muéstrales á tu amada sin un
afeite, sin un velo, absolutamente desnuda y ordénales que t·eproduzcan
sus formas en el lienzo y que se entreguen al trabajo-Rafael, Van Dyck,
Holbein, M. Ingres- con todo el ardor de su voluntad y todo el poder de
su genio. Verás nacet· magníficamente bajo los pinceles las miradas, las
sorisas, las carnes que has amado, pero aquellas miradas, aquellas sonrisas,
aquellas carnes no son tu amada misma. En verdad, los que deseen
tener el verdadero retrato de una mujer deben conseguir el de su corazón.
Y o lo escuchaba con tristeza.
-De esa clase de pinturas no existe. Qué artista, por extraordinario
que sea, sería capaz de expresar por medio de1 color y de la línea las indiferencias
ó las crueldades de las idolatradas?
-Te engañas-me dijo el loco con la voz estridente y las pupilas llenas
de increíble ferocidad, - Esos retratos existen y yo tengo uno de ellos
Sí, yp he roto todas las miniaturas y las fotografías en que parecía reviviv
la que amé; pero he conservado, oculto á todas las miradas, la imagen
perfecta de su corazón, tan perfecta, que menos se asemeja á un lirio
á un lirio, una hoja á una hoja, una gota de sangre á una gota de sangre, que
esa imagen á su corazón. Y es tan extraordinario ese retrato, que no sólo
representa á la que amé sino á todas las mujeres que han sido queridas
sobre la faz de la tierra!
Yo moYí l:::t cabeza con aire de duda, y ya me disponía á continuar mi
camino cuando el loco, aganándome por el brazo, me detuvo y me dijo
con misterio:
-Insensato! vén conmigo y te mostt·aré el retrato.
IV
Cuando estuvimos en lo más intrincado del bosque, lejos de la vera y
de los que pudieran pasar, el loco se detuvo, casi sin aliento. Con cierta
inquietud miraba á su alrededor, como si temiera una presencia curiosa.
1 '-¿Y bícn? le dije yo:
- Espéra, m0 respondió. y sacó de su gabán un estuche de seda azu 1,
que las lágrimas habían destci'lido, lo beso, lo_abrió lentamente y sacó de '
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EL CORREO DEL VALLE
él un marco dorado, pequeño y redondo, de aquellos que se usan para colocar
retratos, y me lo enseño con aire de triunfo.
Miré curiosamente, pero entre la periferia del marco no había na-da
...... nada .... nada ...... aire ...... un poco de espacio .... nada! ..... .
Era como la órbita de un ojo arrancado.
-Hé ahí el retrato de su corazón! El retrato del corazón de todas las
mujeres.
Luégo, después de un brusco sollow:
-Cuán parecido es! dijo besando el agujero vacío con sus labios mar-chitos.
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CATULO MENDES
Como hablan las madres
CuP.oto diez hijoSdice
la madre-;
me viveo siete
cinco casados ·
¡ Lo f]Ue ee goza con los que viven! .....
¡lo que se sufre
con el recuerdo de los que faltan! .....
Y en sus ternuras, que son de mieles,
gotas destila de hiel la pena ....... .
de los que vi\·en
relata cosas con embeleso ....... .
¡pero la nota de los que faltan
se escucha siempre como un gemido! ....
Dice la n13dre:
-De los que viven estoy contenta,
son buenos hijos
y- no les falta salud ni suerte;
ppro aunque goce por 'este lado,
¡ no se me olvidan nunc<1 los otros!
Tengo mis nietos,
tan revoltosos, que tllgunas veces
me hacen que ría
con su~ diabluras y con sus graciuf';
pero hay entre ellos
una rubita. dl:l ojos azules,
roja lo mismo que los madroños,
cuya presencia me pone triste, ....... .
que es eu todo la \'ÍVa imagen
ele una hija mía
que se lle\ara Dios á Jos ~ielos
. ¡ya mujercita!
\os.; que hay pocos como mis hijo~ ....
De estos que viveu,
uno es un santo por sus vit·tudes.
tiene talento que causa asombro;
pero do fijo
uo fn<'ra Pn zaga, por au~ bondaclP!';,
otro de aq uelloR
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6065 EI1 CORREO DLE VALLE
¡de los que duermen bajo la tierra!
Los dos mayores de los casados,
. J"a tienen canas,
y s1ento goce de verlos fuertes:
¡pPro tendría ya de seguro.
de uno de aquellos, tres que no viven,
viznietos grandes~
¡ Lo que se gosa!. ...
¡lo que se sufre!. ...
Cuando á mi mesa logro reunirlos,
uno por uno los voy contando ....... .
Jamás me sale caballa cueutu .. ..
¡faltan los otros!
VICENTE MEDl~A.
Corazones infantiles
Aunque sus respectivos padres-cuyas casas se daban frente á la sali.
da del villorrio-no hubieran tenido nunca ningún disgusto, los dos niñosMagdalena,
hija única de los Blanchard y l\lauricio, hijo único de los
Thuvin-no habían perdido nunca la ocasión de testimoniarse abiertamente
sus hostilidades. Aun antes de que sus padees les permitieran corretear
solos por la plaza y usar sus primeros zuecos, ya se odiaban mortalmente.
Sectados en el regazo de sus madres se divertían en hacerse gestos espantosos
al travéz de los vidrios de las ,-entanas de sus casas. Y nada
era tan eficáz para provocar la hilaridad en el uno como que el otro llora-ra.
Ni los Thuvin ni los Blanchard les daban importancia á esas puerilidades.
«Cosas de chicos,•> decían las madres que se extasiaban con la
precoz inteligencia de sus progenituras.
< asistir había
dado una excusa: su madre estaba enferma, clavada eu d lecho por los
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6067 BL CORREO DEL VALLE
dolores, y si su mal estado no inspiralm, en opinión del mérlico, serios te.
mores, al menos se necesitaba que todos los n1iPmbros ele la familia estuvieran
cerca de la paciente. IIé acp:tí por;¡ue, cuanrlo llegó el momento de
los adioses, momento doloroso si los hay, l\Iauricio le roge'¡ ft su padre
permaneciera á la cabecera ele la enferma en lugar de ir á despedirlo á la
estación.
Con tm modesto saco de viaje en la diestra, el joven aLandon6 su casa
paterna.
La calle estaba desierta y el sol brillaba alegremente. Todas las
puertas estaban cerrad¡:¡s, inclusa la de lo~ Blancharcl, debido á que eran
horas de trabajo. Sin embargo de eso, tras la vidriera de la ventana sobre
la cual se había apoyado Mauricio, bañado en lcígrimas, pasó una
sombra. El joven quiso alejarse, pero apenas había dad'J alguno.s pasos
el ruido de una llave le obligó á volver la cabeza.
En medio de la calle, ~Iagdaler.a estaba en pie, blanca h:.:tñada en lá-grimas,
con los ojos fi1os y dilatados por la angustia.
Entonces el joven corrió hacia ella gritando:
-~lagdalena! ...... ~lagdalena! ......
Las dos manos se unieron y sellaron la unión, sin que eilos l.ubieran
tenido necesidad de pronunciar una palabra, de cambiar un juramento
para confirmar su felicidad.
Cuando, seis s~manas después, l\Iauricio obtu \'O su primera licencia,
sus padres lo argollaron con Magdalena, sin que ninguna de las dos familias
comprendieran porqué después de haberse creído odiar tánto, los
jóvenes habían acabado por adorarse.
P.\.'CL VER~lOIS
A orillas del lago
1 Fue mi raje del mundo de las almas?
No sé si fue verdad 6 vago sueño,
Pero es recuerdo que ea mis noches vive,
Y fiota como luz ea mi cerebro.
1
La luna se ele\•aba entre los árboles
Sebre un giróo azul de limpio ctelo.
Y á la cita acudieron nuestras almas
Que ea otra \•ida para aqul se dieron
Dormido el lago á nuesttos pies temblaba,
Y se abrían las fiores, por el beso
De la luz despertadas. y nosotros
Oíamos, callados, el silencio
Y viéoclooos unidos y felices.
Pensando en la~ almas sin consuelo
Que no se unen jamás, aunque s" buscan,
Y que sucumben, perstgiendo un sueño.
Pensamos eo aquellos corazones
Do arde la llama de un amor eterno,
y no encuentran un alma que lo; ame.
Y pasan tristes .... en la vida muertos.
Fue sueño 1 Fue verdad? ....
iAy! ¡Cuántas veces,
Cuando viene á mi mente, ese recuerdo,
Mi corazón, enfermo de tristeza,
Palpita entre la nieve del invierno'
!S~L\EL ENRIQUE ARCINIEG, S
'
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
1
1
(_
EL OORR.I!.:O DEL VALLE 6068
El último sueño de Luis XV ·
Bnjo el murmurio lento de las ttltimas palabras de absolución, el rey,
muy déuil, se durmió. .
El anciano sacerdote, de rodillas, hizo !.1 acción de bendecir. Después,
y con una mano sobre el brocado del gran Jecho aparatoso, le levantó.
Durante un minuto contempló pensativo al moribundo, lamentable,
cuyo rostro tumefacto destacábase, violado sobre la blancura de las sábanas,
en la media somura del baldaquino de cortinas de seda azul.
Hubo un largo suspiro lleno de filosofla en el sacerJote; luego, atravesando
la grao cámara vacía y muda, abrió con precaución la alta
puerta blanca.
El cuchicheo hipócrita de las conversaciones se extinguió. Silenciosamente,
según las e>strictas leyes <.le l:1 etiqueta, la corte, en traje de gala,
llevando todas sus insignias y decoraciones, entró con lentitud y de pié,
ceremoniosa, pusose á mirar la muerte de su viejo rey.
Entretanto, Luis XV tenía un gran sueño; estaba muerto y bajo un
cielo azul, donde las estrellas de oro se agrupaban en flores de lis, al través
de una llanura inmensa, hacia el horizonte pálido, an1aba él buscando
el camino del Paraíso.
Andaba, andaba ...... y ante el ninguna estrella se elevaba en el firma.
mento para guiar hacia Dios á su majestad cristianísima.
Luis XV sentíase fatigado y pensaba que era muy descortés el Padre
Celestial al mostrar tan poco interés en darle la bienvenida.
-Es verdad, sólo en Versalles hay modales cultos, se dtjo.
De pronto apareció, caminando á su encuentro, una figura extraña;
era un gran cuerpo decapitndo, revestido expléndidamente con una casulla
de oro incrustada de piedras preciosas; una aureola cerníase encima
de su cuello sangriento, y llevaba en las manos, cubierta con una mitra
de plata, una cabeza de barba blaul!a.
Luis, el Bien Amado, la reconoci6. Sin duda, San Dionisio venía á
saludar á su alma, de parte del Altísimo, d8spués de haber recibido sus
despojos terrestres en su antigua abadia.
Pero se equivocó; San Dionisio no lo conocía y le preguntó quien era.
-·Soy el rey de Francia y busco el Paraíso.
El santo no demostró sorpresa; ¡había visto tantos reyes de Francia!
-A la derecha, siempre á la derecha, dijo.
Luis XV readquirió valor y se hundió de nuevo en la llanura ilimitada
... En el cielo,de un azul sombrío, las flores de lis palidecían ..
Anduvo, anduvo y siempre el horizonte monótono retrocedía.
Parecíale muy du1·o al allciano monarea encontrarse tan solo en
aquel desierto. Meditaba y se <.lecía, que en aquel otro mundo debía ser
muy pobre cosa para estar así, tan abandonado. Había siempre creído
que un rey de Francia era uno de los primeros cerca del buen Dios, y he
aquí que ahora envidiaba á M. de Choiseul, desterrado en sn peqtteña
corte de Chanteloup.
Al fin, columbró, arrodillada sobre la arena á una mujer de cabeza
áurea, y á quien encontró pareciJa a. esa pobre condesa cuando en el pequeño
boucloir de Luciana Leonartl la peinaba.
Y al pensar en esas cosas, Luis, el Bien Amado suspiró.
Ln mujer dijo:
-Soy l\Iuríu Magdalena; ¿quó buscáis?-
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GOGD ET~ COHREO DEL VALLE
Luis X V inclinóse con galantería y, sonriendo ante los bellos ojos de
la rubia, respondió q11e era el rey de Francia y que buscaba el Paraíso.
-A la. izquierda, siempre á la izquierda, le dijo Magdalena .
. \quella voz de mujer cantó largo tiempo en el al:na del pobre rey du-ran
Le la penosa ruta. ·
El cielo vol dase negro y las flores de liEl ya no Írt'ad iaban en él. Tan
sólo flotaba una ~omo nebulosa clara.
Luis XV se sentía cansado, muy can!'lado, y el horizonte desplegaba
á su Yista inmutable, la desesperanza de su línea infinita.
Por último, cayó la noche y, sin ver nada, el rey seguía andanllo.
Pero súbito en la sombra un gran viejo lo detuvo. Lle\·aba una llave
de oro y una larga espada.
-¿Que buscais?
-Busco el Paraíso. contesto el monarca. San Dionisio me ha indi-cado
el camino por la derecha; María Magdalena por la izquierda.
-\'erdadE:>ramente, exclamó San Pedro, no seguías la buena \Ía ......
Pero ya adivino quién sois; sólo el rey de Francia es capaz de tomar consejo
de mujere.:> ligeras y de hombres sin cabeza.
Y en el firmamento nocturno las flores de lis se desvanecieron ......
Un tintineo de campanilla resonó argentino. EL rey abrió Los párpados
hinchados; vióse en su gran cámara, en el fondo de su lecho aparatoso.
Lentamente, llevando el viático, un obispo avan:mba. Todos los
cortesanos, de rodillas, doblaban, bajo las pelucas blancas las cabeza3
pensativas.
Y parecíale bueno á Luis, el Bien Amado, de ballar::;e aiiu sobre la
tierra y de l:ler rey de Francia.
Y cerró los ojos.
Cn cirujano se inclinó sobre él; en seguida, alzando la fl'ente, hizo un
signo.
El capitán de guardias vino y se colocó á la cabeza uellecho.
-Señores, ¡el rey ha muerto l
Hepítió dos veces:
-¡El rey ha muerto ! .
Luego, sacando la espada, gntó:
-¡ Yi\·a E>lrey!
Ultimo ritmo
El sueño del sepulcro no me aterra.
Cuando la palidez de la agonía
cubra mi rostro. acércate. alma mía
y con mano sutil mis ojos cierra.
El infinito que tu amor encierra,
pon de~pués al besar mi boca fría.
cual perfume de intensa poesía
que me haga estremecer bajo la tierra
Haz que el piano solloce una rom:mza
que nos diga á los dos cuán ilusoria
pa 6 por nuestra-; almas la esperanza ..... .
Y al morir llevaré de cuanto existe,
¡ como errabunda luz en mi memoria,
un pensamiento musical y triste,
FRO!LAS TURCIOS.
A."ATOLE FIU.NC'E
~onetos Clásicos
Yo tuve una cordera Su mirada
Tal expresión de human1dad tenía,
Que más que una cordera, se dirh
La reina de la fábula encantada.
Y un lobo que rondaba la maja,la,
En una noche tenebrosa y frí;~,
Mientras tranquilo en mi cbocil dormía,
Arrebatóme la cordera amada
¡ Pastores que hab1tá1s est0S chociles 1
Tomad ejemplo de las cuit;.~ mías
Que humedecen de llanto la,¡. praderasl ..
!No dorm1r, y gu.udar \Ucstros rediles,
Que rondan lobos por las cercan!as
Y se puedeu llevar vuc tras corderas!
FR NCISCv \'lLL.\ESPES,\. '
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EIJ CORERO DEL VALLE 6070
Decálogo para el cuerpo
I
Amarás á la luz sobre todas las cosas. La luz del sol es el símbolo de
Dios. Todos los bienes proceden de ella.
II
Jurarás no asistir á espectáculos en lugares cerrados, sean de la clase
que sean.
III
Higienizarás las fiiestas. Lo que la virtud para el espíritu, es el baño
para cuerpo.
Las lecturas religiosas y las prácticas higiénicas son el mejor medio
de aprovechar el tiempo cuando no se trabaja.
IV
Honrarás al aire y al agua corriente. Sou el padre y la madre de
nuestra salud, que necesita para engendrarse y sostenerse de la ventilación
y de la limpieza.
V
No beberás nunca bebida espirituosa; quien las bebe se mata ó mata
al prójimo.
VI
No fumarás; quien fuma respira humo en vez de aire y causa molestia
á los demás.
VII
No escupirás; quien escupe roba la. salud á sus semejantes.
VIII
No levantarás polvo bajo ningún pretexto; ni trasnocharás; quien
hace lo primero, siembra el dolor, quien hace lo segundo no ama la luz
del sol, que es el simbolo de la vida y de la verdad.
IX
No desearás nada que venga del azaró por el albur; quien juega no
trabaja; engaña ó es engañado; si alguna vez gana dinero, pierde la tranquilidad,
que es la salud del alma, y la salud, que es la paz del cuerpo.
X
N o gastarás el dinero más que en alimento sano, ropa limpia y cama
<. dura, para conseguir lo cual no se necesita codiciar los bienes ajenos.
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
6071 EL CORREO DEL V ALL"l!i
SUELTOS
Atentamente presentamos
nuestro cordial saludo á Monsieur
Felix Serret, notable publicista
francés é ingeniero civil
quien se encuetrtra actualmente
en esta capital. M. Serret
colabora constantemente
en varios periódicos de Europa
y Estados Unidos; es un turista
observador y hombre de
ciencia. Que su permanencia
en esta ciudad le sea placentera,
son nuestros deseos.
Damos el pé~ame al señor
don Benjamín Martínez R. por
el fallecimiento de su señora
madre Virginia Rodríguez ocurrida
el día primero del que
cursa.
Han partido para Buenaventura,
los estimables amigos
D. Jorge Orejuela y don Manuel
S. Caicedo. Que lleven gratas
impresion¿s y buen viaje.
El sábado 29 cluasuró sus sesiones
la Asamblea del Departamento
del Valle.
El General Emilio Santofimio
se encuentra gravemente
enfermo. Hacemos votos
por su importante salud.
Como un estímulo á las señoritas
caleñas que hoy se inician
en el campo del Arte, damos
preferente acogida en el
El Correo del Valle á las produciones
que con los seudónimos
de B Zanca del fi1ár y Lia
Delva!!e se nos han remitido.
Sabido es que entre nosotros
1 es muy deficiente la instrucción
que se da á la mujer,y que
por lo tanto es muy meritorio,
cualquiera manifestación intelectual
que ella produzca.
Bienvenida. Reciban muy
afectuosa los apreciables caba·
lleros don Julio Delgado y don
Ramón Buendía quienes se encuentran
transitoriamente en
esta ciudad.
Los 'que viajan: De Tuluá
han llegado las señoritas
Irene y Tránsito Lozano; de
Buenaventura don Pedro Bergonzoli
y don Manuel José Cobo;
de Cartago el doctor Julio
Torrente; de Roldanillo don
Guillermo Vallejo, y de Bug-a
don Daniel Rivera y su señora
esposa.
Los saludarnos.
-------------, ~
Se vende
una finca de campo ¡·omput?::da d~>
casa, ca.caotal &. &., á pocns cuadras
del Puerto de Juanchito.
ANTONJ~O SANDO\ Al.
Calle 1-! NQ 90
El Correo del Valle
(Fundado en 1894
Se publica todos los fueves
Edici6n 2.ooo ejempiares
Valor del ejemp~ar ... $ 0,05 cvs. oro
Remitidos, columna, 2,50 ,
Gacetilla, palabr.1. .. , 0,01
Anuncios, págiua en·
tera ............... .. ... , 2,00 ,
Las repeticiones .... , 1, GO ,
Los anuncios dd Exterior, pagarán
dos y medio centa\'OS oru, por
centímetro lineal al ancho de columna
6 el doble si el centímetro lineal
ocupa el ancho de la página.
'
Citación recomendada (normas APA)
"El Correo del Valle: periódico literario, industrial y noticioso - N. 426", -:-, 1911. Consultado en línea en la Biblioteca Digital de Bogotá (https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/3686407/), el día 2025-08-21.