RepÚblica de Colombia
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·lOS LUN .ES DEL CORREO
SOPI;.EMENTO LITERARIO A "EL CORREO NACIONAL'•
Dlreotor, B. PALACIO URIBE
J30GOT Á, jlBRXL f8 OE i906 ~j'{ÚIIERO {6
SUMARLO
Divagaciones, de G • .Hartínez Sierra.-El Vencedor,
El Mártir, de Pacho Valencia.-Elllan.
to, de Emilia Pardo Bazán.-Redeaci6n de
Enrique A.lvarez Henao.-Magdalena, de Da.
vid Salgado Gómez.-Díblica, de Alfredo G6-
mez Jaime.-Salmo de invierno, de Clíma~o
Soto Borda.-Lueiérnagas, de Julio O. Gai.
tán.-Piedras preciosas, de Andrés Mata,Bouquet
de Alfredo G6mezJaime-A la. Srita.
Magdalena Ricaurte, de Antonio G6mez.: Restrepo.-
El hombre de los perros, de Santiago
Rusiñol.
p IV J.GACIONE~
Bendición de palmas. La iglesia estaba
frfa y muy oscura. Sólo unas cuentas viejas
quedaban dentro. Fuéra reinaba Abril, el
Abril fi.orido de Ja tierra de España. Recuerdo
cómo por las calles de la aldea on ·
· dulaban las palmas procesionales y cómo el
turiferario iba lanzando al aire nubes blan.
oaa cuyo aroma :fingfa la fragancia de una
ftor m6s recién nacida. Silbaban los rapaces
en hojas de lirio ; llevaban las mozuelu
en la mano romero bendito. Oulebreante,
la procesión se detuvo en el atrio. A.ttolite
portal, principe• vestras et introibit rex
tloriaJ. Oonmovióse el recio portón ; abrióse
luégo de par en par; el aire matutino, en trAndoae
en la iglesia, empalideció las luminarias
del fondo y estremeció los paños
de duelo, audarios de las santas imágenes.
Las viejas rezadoras sintieron erizarse sus
cabello&. Colóstrnn pájaro por el boquete
azul, hendió la nave con las alas abiertas,
ae posó en el retablo, rompió á cantar •••. y
de eate modo entró la primavera en el
templo.
•
Hoy ea la primera tormenta del año, y
la voz de sus truenos es de buena nueva,
porque Boa dice con pompa inofensiva:
"¡Ya viene el verano! Ya están deseando
nacer las amapolas en los campos de trigo."
El aire eata tarde ten fa calentura, pero
ahora ha comenzado á llover, y el olor á
búcaro que aube de la tierra mojada vale
mú que un imperio, vale un poema. ¡ Con
qué ansia está bebiendo la tierra las gotas
de lluvia escasas, muy grandes 1 ruidosas!
Arrecia el chaparrón, las gentes correo,
pero los árboles, que ya tenfan sed, extienden
las ramas para baiíarae en lluvia. Me
gustan las tormentas y el . verano es mi
a.migo: quisiera ser como loa árboles, quistera
ser como una pradera, para beber el
sol y bañarme en las aguas frescas que
ahora caen del cielo : tengo envidia á las
últimas ramas de los árboles : son menudas
frágiles, de alegre color recién nacido, qu~
apenas se atreve á ser verde; á medio dfa
cuando les da el sol, centellean, refulgen, y
tan blancas parecen, que son como 1lorea •
c~ando amanece son las primeras que re~
ctben la luz, y al anochecer son las últimas
que se quedan sin ella; nuncá están en
sombra, porque sobre ellas no hay más que
el cielo, y si hay lumbre de luna para ellas
es, y para ellas se ha hecho la celiltia, que
es el resplandor claro de las estrellas : en
estas lluvias de verano, únicas lluvias que
ellas conocen, son las primeras que sienten
las caricias del agua, y siempre t-stremecidas
y vibrantes, parecen atisbar el más
Jigero soplo de viento. Asf, como eatas
ramas,.quisier~ mi alma: vibradora y aiem·
pre recién nacida, cara al sol, cara al cielo
al medio dfa y al atardecer, saboreadora d~
las fiebres del aire y de la frescura del agua
que cae, amiga de los :vientos :y de Jae cal mas,
iaquieta siempre y siempre emocionatla,
y como las ramas morir cuando muere
el verano, y caer en la tierra y deshacerme
P!Onto cuando aún tenga e) otoño fraganCias
; porque de todos los tristes destinos as
el más triste el de las _hoj_as solitarias, que
se quedan durante el 1nv1erno prendidas al
tronco y tienen frfo.
•
En invierno se vive más que en verano·
por Jo menos se da uno más cuenta de qu~
vive. Sin embargo, prefiero el verano, durante
el cual, aunque acaso se tenga menos
alma, es nuéatra toda el alma hermosftima
de la naturaleza, que no se cansa de vttir
Si supiera, barfa unos versos maravillas~
al sol de la canícula, al que ananca chis~
de los terrones y hace de todo tt.l aire u'na
única é inmensa vibración. ¡Mi amigo el
sol!
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Los Lunes del Oorreo
•
Debemos ir por la vida como por un
jardín.
Pienso esto recordando el buen rato que
pasé esta mañana con uno de mis amigos.
Oasi todo el mundo es agradable para.· una
hera, porque cada alma da su flor. No pedir
á nadie sino aquello que nos pueda dar :
acaso sea este el gran secreto de la tlicha.
Y este otro : N o dar á nadie sino aquello
que de nosotros desea recibir.
G. MARTINEZ SIERRA
~L YEf\CEDOR
~~·"" .. '''W"'•"-''•JIII•n:l'l'l~fq~MJJllf
Los mármoles en Delos sudaron amargura
A la presión nefasta del numen de aquel día ;
Se dobla, se desquicia la recta noble y pura
Del Parten6n vencido por la Melancolía.
El arrayán del monte tendiendo su verdura
Llorosa entre los juncos, formó una arcada umbría,
Y en ella las Bacante&, sedientas de ternura,
Oon Dyonisos danzaron en la última orgía.
Terrible, en el Pegaso, con su carcaj, sus lauros,
Se aleja el dios A polo: Jo siguen en tropeles
Ruidosos, los pastores, las ninfas, los centauros;
Y lejos, sobre un flanco del Oiter6n, sereno
Espiritual y triste, sin dardos ni laureles,
En un borrico asoma Jesús el Nazareno.
~L MÁRTIR
Despu~s de haber llorado con Marta y con María,
Bañada de la tarde la faz de curva hebrea,
Hundido en las visiones que urdió la Profecía,
Avanza por la oriiJa del mar de Galilea.
Hacia Salem va el Hombre, á la ciudad impía
Donde el rabino avieso la púrpura pasea,
Donde pondrá á sus plantas la muchedumbre, un día,
Las palmas que nutrieron los montes de Judea.
Dilata la mirada por la exten~i6n, y absorbe
En el profundo cerco del ojo triste y manso
Toda la luz caída sobre la faz del orbe,
Y al columbrar el astro, que arriba como un lirio,
Anuncia á los que lloran el Reino del Descanso,
Lo invade la grandiosa neurosis del martirio.
PJ.CBO V ALENOIA
f.~ .. .. ~~.~.~::~
¡ Qué hermosa f'ra la princesita. ! Robadle
i la primavera los matices de sus rosas
pálidas, y tendréis su cutis ; al mar meridional
su azur líquido, y tendréia sus pupilas;
á la seda nativa au áureo y fino tusón, y
tend~éis la mata de su pelo. Y tomad (ai
sabéis dónde encontrarlas) las virtndea dulces
y frescas de un alma. de :flor la piedad
la ternura, la generosidad, el a~or ideal ha~
cia todos los humanos, y tendréis el espfritu
celeste de la princesita hermosa.
Esta perfección era justamente lo que
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traía inquieto al Rey su padre. No tenfa
otra hija sino aquélla, y habíala conseguido
tarde ya, cuando llegaba al límite que separa
la madurez de la vejez; por lo cual hubiese
anhelado resguardar con su fa·nal á la
princesita, elevar al rededor suyo paredes
de acero, y sobre todo recubrir su corazón
tierno, palpitante de presentimientos y de
emociones sagradas, con la triple coraza de
cuero batido, del egoísmo, la indiferencia y
la aoberbia.
. -Padre y aeñor, dijo un día la princesita,
colgándose ddl cuello del Rey : si es
verdad que me quieres, que deseas complacerme
y hacerme la vida dichosa, permiteme
que la dedique á consolar tánta desgracia
como debe existir en el mundo. No las
he visto, porque tú me rodeas de esplendor
y de alegría, y á mi alrededor se alza el bu·
llicio de las risas y las canciones; pero yo
adivino!que lo habitual por ahí fuéra será la
desgracia, y que yo podrfa mitigarla quizás,
acercándome á ella.
-Ni lo imagine•, gritó el Rey con Tiolencia
amante. Nada remediarías, y sufrirlas
en cambie infinito dolor. Orée en mi expe·
riencia, y vive por encima de la muchedumbre
miserable; vive alta1 vive lejos: ni la
mires ni la oigas. ¡ N o tienes fe en tu padre!
Pues ahora mismo van á venir los sabios
para que les consultes ; ¡ ya verás si su
consejo está de acuerdo con el mío !
Llegaron en efecto los sabios, y se formaron
en aemicfrculo ante la princesita, que
contemplaba con cierto asombro sus caras
marchitas por el estudio, sus barbas desaliñadas
y grises, sus ojos hundidos, de párpados
abolsados, protegidos por las gafas de
plata, y sus frentes rugosas, que la calvicie
bacía vastas 1 claras como lunas.
-El hombre, opinó el profesor de Antropología,
no merece que nadie se moleste
por él. Al hombre que le quedan múltiples
rastros 1 estigmas de su primitiva. animalidad;
el hombre es un lobo para el hom·
bre, y su instinto y ley es la guerra de todos
contra todos por la existencia. El hombre
natural y verdadero es el salvaje, una fiera
criminal.
-El hombre, opinó el profesor de Sociología,
se encuentra aún t~n Jos comienzos
de su evolución, lenta y trabajosísima, hacia
un estado menos imperfecto qne el actual.
Lo que se hace por mejorar su condición
equivale á soltar un chorrillo de agua
dulce en las olas del Océano para desamargarlas.
Transformaciones incalculables, la
acción de siglos sin cuento, requerirá la
obra de remediar en parte las deficiencias
de nuestra organización social presente. Y
¡ qni~n sabe si muchas de estas deficiencias
son irremediables ! La ciencia verdadera
teme afirmar demasiado.
-El hombre, opinó el profesor de Psicología
y Moral, paga con ingratitud y á veces
basta con odio el bién que se intenta
hacerle. Sn instinto, en este particular, muchas
veces acertado, dice tal que es rarísimo
.Los Lunes del Oorreo
el desinterés, y que la beneficencia se ejerce,
por lo general, con algún fin útil al mismo
bienhechor. Y á los bienhechores del
todo altruistas, les desprecia en el fondo de
su alma, perque la razón le grita: "No &e·
rías tú tan inocente."
-El hombre, opinó el profesor de Hi·
giene, es una cloaca y una sentina. Para
guardar la. salud, nuestra época adelanta~&
no ha sabido discurrir cosa mejor que lo di&·
currido por nuestros abuelos: el aislamiento •
Feliz el que puede, como nuestra encanta·
dora princesita, habitar lejos de toda infec·
ción y de todo contagio, respirando aire á
torrentes, embalsamado y puro, bebiendo
agua de ro.ca que conducen cañerías de cris·
tal. Donde ae reúne gente pobre acecha el
germen maléfico, el mortal bacilo.
-El hombre, opinó el pr?feaor de. Est~·
tica, e¡¡ la cosa más repulsiva que Imaginarse
puede, si le faltan condiciones para
hermosear y robustcer su organismo de~de
la niñez. La educación griega era la úmca
racional. La muchedumbre menesterosa cau·
saría horror á la divina princesa si á ella tuviera
el mal gusto de aproximarse. Que se
reoree en el arte, en la belleza eterna, noble
y pura de los cuadros y las estatuas ; en
la armonía de Jos instrumentos, en la cadencia
de los versos que se enlazan y se huyen
como parejas de diestros danzadores- .. : Que
no profane sus ojos posándolos en la rmndad
y degradación de las formas, eu la fealdad,
en la desproporción, e u la chusma. . .
-¡Has oído! advirtió el l{.ey á su ~~J~, la
cual, con los ojos bajos, las manos opnmtendo
el agitado seno, los labios cerrados, escuchaba
la sentencia silenciosamente.
Aquella misma nocb~ la anciana nodriza
de la princesita, al acercarse á su cama para
arreglarle la ropa, advirtió que por las. mejillas
tersas de la virgen corrían lágnmas
abundantes, un rfo de llanto.
-¡Quién te ha hecho mal, niña1 pre·
guntó la vejezuela. cariñosamente.
-Nadie .... Nadie ha querido hacerme
mal.
-Pues tú lloras .... Es la primera vez
que te veo llorar así.
-Es que estoy infinitamente triste, ama •••
contestó la princesita. Y lloro por los malos,
por los feos, por los sucios, por los que no
tienen qué comer.
Y sin reprimir las lágrimas, añadió :
-También lloro por los sabios .. - . Y
todas las noches, ama, he de llo~ar asi. ~o
puedo hacer otra cosa ; no me deJan asoCiar
de otro modo al o.t'VoM~~~ ... :~~~-~~~
El hombre de los perros era cojo, era cargado
:de espaldas, tenfa poca vista y no le
sobraba la salud, cualidades todas para ser
pobre.
En el mundo no tenía más que la ropa
que llevaba puesta: una gorra peluda, de
una piel que no se ha podido saber á qué
animal habfa vestido en su vida: el traje de
la estación, que todo el año era el mismo •
u!l zurrón, en q~e llevaba la comida, el ca~
p1tal, la ropa, dtgamos blanca; las agujas
para zurcirla, !os pedazos, los muebles y los
instrumentos ele trabajo ; en las piernas, los
c~l~ones; y en los pies, las alpargatas ...•
VleJaS.
La casa la tenía allí donde se le bacfa de
noche; la mesa, donrrompidos,
una mañana de primavera, sin quitarse el
traje, sin decir adiós á los compañeros y sin
despedirse del maestro, huyó con una perdiguera
á poner casa por su cuenta. Bien
hizo moverse á aquella pierna el buen maestro
para atrapar á los fugitivos; bien de voces
dio por los pueblos ; pero ya podía desgañitarse
llamándolos. ¡ Si sólo saltaba
quince pies, figúrense ustedes los que saltarla
con ella ! ¡Hasta al extranjero debieron
llegar; una luna de miel al trote; unos
amores á campo traviesa; días y días de
bohemia por aquellas llanuras inmensas!
Después de esta desgracia vino otra. Al d~
aguas, un día, allá en la ciudad, le cogieron
con lazo; del lazo al carretón y del carretón
al depósito ; como no llevaba el traje
y como no dijo que era sabio, le mataron
con loa del montón, como á un perro cualquiera.
La ciencia ahogó al arte, como sucede
tántas veces. Después tuvo más discípulos,
y gastó más paciencia para volverlos
á enseñar, y ellos más mala voluntad para
volver á escaparse; después sintió que iba
envejeciendo; después se fue volviendo más
cojo, y más triste y más amargado ; y, no
encontrando lecciones ni discípulos, por último,
él y Palomo se encontraron abandonados
en medio de la carretera.
La tristeza que sintió aquel buen hombre
al encontrarse sin familia y andando por el
mundo con sólo el amigo por compañía, sólo
la puede sospechar el que ha padecido mal
de añoranza en una llanura sin árboles y sin
nubes. Caminando triste le parecía que los
pueblos estaban más lejos, pareclale la tierra
más áspera y los hombres peor encarados.
El sol, en lugar de ponerse, parecía que se
apagase, allá en el fondo de los caminos. El
frío de la soledad le helaba, y el caminar
sin esperanza le hacía doblar las rodillas y
muy á menudo se sentaba sin gana de seguir
adelante, acariciando al animalito que se
colocaba á sus pies como en la tumba de un
pobre.
Palomo, el pobre Palomo, bien hubiera
querido consolarle, pero no había aprendido
más que á hacer gracias; bien hubiera querido
ganarle la vida, pero no sabía ganarla
más que en broma; bien quería á su maes·
tro, y no lo quería de broma. Cuando le veía
suspirar, se metía debajo del cesto, y desde
allí se ponía á mirarle con aquellos
ojos húmedos que tenía, y, como no sabía
cómo distraerle, le lamía. las manos; si le
veía triste, se hacía el cojo ; si lloraba, se
hacía muerto, y muerto y todo meneaba el
rabo, como diciéndole: No te asustes, que
yo no te abandonaré nunca; pero como de
bromas no se vive, todo el ingenio que tenfa
y todas las habilidades que hacía no le sirvieron
más que para una cosa: para dejar
de ganarse el pan y pedirle de puerta en
puerta con el platillo en la boca..
A veces venía con un compañero, como
diciendo : Acaso éste te servirá. Pruébale.
¡ Quién sabe ! Y el amo le probaba sin fe,
sin ganas de enseñar, ni el discípulo ganas
de aprender. A veces, si no le daban pan,
hacía lo que nunca. había hecho : ladrar á
Jos que no le daban; algunas veces, cuando
veía que su amo no podía andar más, que se
cansaba, que se iba quedando ciego, se sentaba
á sus pies y lloraba ¡el pobre Palomo!
pero no gruñendo á modo de perro, sino cayéndosele
unas lágrimas más sentidas y más
tristes qne muchas que derraman los hombres.
Una tarde ó una mañana, que para el que
no ve da Jo mismo, el maestro se quedó ciego
del todo. La última puesta del sol descendió
en su vida, sin esperanzas de amanecer.
Las ventanas del paisaje de la lus y de
la armonía se le cerraron para siempre jamás
; y pobre, desamparado, no sólo sin ver
el camino, sino sin saber adónde ir, se hiso
llevar á un Asilo.
Hizo que le llevasen á un Asilo, pero no
había pensado en que no hay asilo para los
perros; no había pensado en que tenía que
dejar en la puerta á Palomo; y cuando estuvo
en la puerta, abrazado al perrillo y cayéndote
las lágrimas de la sombra : N o te
dejaré1 le dijo. Vámonos los dos solos. Llévame
adonde quieras, Palomo. Y Palomo,
como si lo entendiese, poniéndose delante,
ladró como si dijese : Ata.me una cuerda
que, aunque sea de broma, ya. conozco las
carreteras por lo mucho que las he andado,
y te guiaré de pueblo en pueblo.
Y el amo, con su compañero, volvió á ca-
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minar por aquellas carreteras blancas, que
se habían vuelto negras; las fue siguiendo
á tientas, y las encontró mucho más largas,
y hermosas, sombrías como un camino de
tinieblas, y volvió á oír el tintinear de los
yunques y llorar de todas las campanas, y no
volvió á ver un rayo de sol, ni un rastro de
oro sobre el camino, ni el mecerse de las espigas,
ni el azulear de la llanura; y aquel
cordel que llevaba en la mano era el único
nervio sensible que le ponía en comunicación
con la tierra.
Un día el cordel se detuvo, y él sintió
como un escalofrío.
-¡ Qué tienes, Palomo f ¡ Por qué te
paras!
Y Palomo ladró un poco, como queriendo
decir: "No tengas miedo," y siguió andando.
-Te vas haciendo viejo, Palomo, le dijo.
Y el perro le lamió la mano.
-Descansemos, si quieres, que no me
importa llegar tarde. Ya sabes que para mí
siempre es de noche.
Y el animalito no respondió; pero se
echó á andar más aprisa para quitarle toda
sospecha, y volvió á pararse de repente.
-¡Palomo 1 exclamó. ¡Anda, Palomo!
Y Palomo no respondió.
-¡Vén aquf! ¡No hagas el muerto!
Y no se movía,
-¡Levántate !
Y no se levantaba.
Y, sobrecogido el pobre maestro por un
sudor de agonía, alargó la mano en derredor1 y, á pesar de tener la mano helada, tocó
una cosa aún más fría.
Palomo ... . se había muerto sin decir
nada, sin quejarse, sin querer despertar al
amo y el amo al encontrar muerto á su amigo,
solo, solo, en medio de 'la carretera, fue
cuando se encontró ciego.
SANTIAGO RUSIROL
D• AI.ISB.li:RYE
(Para B. Palacio U.)
•
_Sé pacífica y buena; sé piadosa ....
V1érte sobre mi yermo solitario
El sol de tu mirada dolorosa:
Pón un rayo
Citación recomendada (normas APA)
"Los Lunes del Correo - N. 15", -:-, 1906. Consultado en línea en la Biblioteca Digital de Bogotá (https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/3690789/), el día 2025-07-23.