BoaoTA, AaosTo 1 8 DE 1 900
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Organo del IUiaisterio de
Guerra y del Ejército
Son colaboradores de este periódico los Jefes y
Oficiales del Ejército
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Dh·ector ad honoreiD
Francisco .T. Vergara V.
General, Miembro de la SCJciedad Co1om bian
de Ingeniero&
lSTUl.\1.1:. 1GB
Y LICENCIA INDEFINIDA
Orden general para el 15 de Agosto de 1900
Art. 2435· La Comandancia en Jefe, en uso de las plenas
autorizaciones que le han sido conferidas por el Ministerio de
Guerra, ha dispuesto declarar en uso de letras de cuartel ó de licencia
indefinida, según su clase ó grado, á los Sres. Generales,
Jefes y ()ficiales del Cuartel generalísimo, de los Cuarteles generales
divisionarios y del Cuadro de Jefes y Oficiales en disponibilidad,
que en esta fecha no se hubiesen presentado aún ·á la
~omandancia en Jefe á ponerse á disposición del Gobierno del
Excmo. Sr. Vicepresidente, reconociendo así la legitimidad de su
existencia, pues no sería decorosa para ellos recibir sueldo de autoridad
que no sostienen, ni aceptable para el Gobierno mantener
á·s'u servicio á militares que no reconocen su existencia legal. El
Estado Mayor generalísimo queda encargado de hacer insertar en
e~t:i Orden general la lista de los militares á quienes se refiere el
presente artículo.
Art. 2436. Por mandato de la Comandancia en Jefe declárase
suprimida la 2.a División del Ejército permanente, y por lo
tanto separado del servicio activo el personal que compone su
Cuartel general, con fecha 7 de] presente, por cuanto, con excepción
del Sr. General José B. Ortega, ninguno de dichos Jefes y
Oficiales ha servido ú ofrecido sus servicios al Gobierno del
Excmo. Sr. Marroquín. El General José B. Ortega queda incorporado,
con esa fecha, en el. Estado Mayor generalísimo, como
primer Ayudante general.
Publíquese-El General Jefe encargado, F. J. VERGARA Y V.
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FJlAGMENTO DE UN ESTUDIO ESPAf:lOL SOBRE ASCENSOS Y RECOMPENSAS
(Conclus ión)
Podrá en otras partes ser muy conveniente el sistema ele la
elección como exclusivo medio para ascender al Generalato y
dentro de sus diversas clases; pero aquí en España nos~parece
que hemos ido demasiado aprisa.
Aparte de que, como ya se ha dicho, el verdadero General
no empieza á bosquejarse sino en el mando de las unidades de
tercer orden, y que por tanto el de una brigada es mando puramente
técnico, dígase lo que se quiera; aparte de esto, la
misma exageración del principio ha originado en la práctica
males sin cuento.
Como es muy duro aplicar la ley con completa libertad de
acción, porque á cada vacante que ocurre puede repetirse la
frase famosa del General Esponda: "Si hay algún Aníbal, que
pase adelánte," se ha caído en el extremo opuesto, y rara es
la promoción al y dentro del Generalato que no se ajusta á la
antigüedad más rigurosa.
Olaro que hay excepciones; pero esas excepciones revisten
un carácter como en uingún país lo tuvieron jamá , y para
eso tampoco cabe exigir aquí lo que en otros Ejércitos e exige
de los exceptuados. Estos pueden decir, y dicen con razón,
que no pidiéndose condiciones para s er promovido, si ellos no
ascienden no es por defecto de cualidades, sino por falta de
influencias. Porque si es, verbi gTacia, la murrnnración de las
gentes lo que impide el a censo, ! qu ó r a z ó n llay para que a -
cienda á lo mejor uno de quiou llan murmurado durante diez
años, y quede sin ascender otro de qui e n no ·e murmuró sino
'res meses!
Es además frecuente que uno que s e \~ e postergado en la
promoción de Febrero, por ejemplo, alga adelu.ute en la do
Abril 6 Mayo: ¡qué cualidade ha podido adquirir en esos
dos 6 tres mese , que ya u o tu y·iera ante , hallándose en el
último período de la carre ra militar y á la cabeza de la escala!
Como ascendió en Abril pudo ascender eu Febrero, y este ejemplo,
invocado con cierta ela. ticidad por lo que van quedando
rezagados un año y otro año, tiene, cualquiera que sea el grado
de sinceridad con que se le saque á relucir, suficiente eficacia
para. mantener la esperanza de que algún día el que parece postergado
entrará en el reino de los cielos.
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Si la selección existiera y fuera una verdad para los ascensos
dentro de las altas clases de la milicia, la antigüedad combinada
con la elección evitaría espectáculos que dañan e1 prestigio
de aquéllas. Cuando la. elección ~ignificara en cada caso
que las sobresalientes cualidades se abrían camino, no podrían
los más antiguos que el promoviuo sentirse mortificados en el
grado que hoy necesariamente baQ de sentirse, porque aguardarían
su turno de selección para ver si entonces la postergación
era ineludible y efeetiva.
Si llegado el momento ascendían, entonces, por antigüedad,
seguirían torturados, ¡ quién Jo duda!: por la celosa pena
que siempre experimentamos los mortales, salvo caso de ·seráfica
resignación, al saber que hay otros más inteligentes, más
brillantes y hasta más guapos; pero ]a dignidad personal no
sufriría quebranto, por cuanto á su tiempo se reconocía y proclamaba
que reuníau las cua1il oficio, distinguiéndose en el ejermmo
de su empleo, no servirán para mandar un Ejército. Y por el
cout.rario, quizá algún divisionario que aparezca inferior, resulte
por otras cualitlades extraordinarias excelente caudillo.
Por eso Ja elección absoluta, sin trabas ni ditstingos, sin
explicaciones por parte del que elija ni refunfuñamientos tolerados
de parte r condimentar esta ración por los cuidados de los furrieles
que preceden á las compañías) '*. En este caso la autoridad local
facilita en especial al batallón, en vez de la manutención del
alojamiento, una porción que entrega en un plazo fijo (dos horas,
lo más tarde, antes de emprender la tropa la marcha); ó bien da en
dinero la equivalencia. Se expide recibo como para el alojamiento
con manutención; pero naturalmente se previene con severidad á
los soldados que no han de exigir víveres á sus patrones, á no ser
algunas legumbres ó un poco de pan, cuando no se ha distribuído.
Por este medio se logra la doble ventaja de poder distribuír á
la tropa, con regularidad, sin dilación y en todo tiempo, las raciones
neceszrias; y de dejar así á la autoridad local la facultad de degollar
las reses, cocer la carne, etc., ó de hacer venir de las cercanías,
donde generalmente están escondidos, los abastecimientos
precisos.
Semejante modo de proceder es más regular y justo, tanto
para la tropa como para el habitante; y es evidente que está en el
• Estos métodos -e emplearon muchas veces y con completo éxito por el 8.0 cuerpo
en a u marcha desde Metz hasta el Ejército del Norte.
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interés de una autoridad local inteligente el emplearlo, porque simplifica
su tarea, á la vez que facilita la derrama ó reparto que ha
de hacer después para el pago de lo consumido. El interés de todos,
incluso el suyo, queda con eso garantjzado; y su consideración
no puede menos de salir ganando. Donde las autoridades locales
han emprendido la fuga se ha visto á las personas que provisionalmente
las han sustituído, aceptar y cumplir compromisos de este
género, porque han comprendido que obrando así, las que se ven
obligadas á hacer anticipos están siempre seguras del reembolso de
los mismos al firmarse la paz, y se conquistan, además, la fama de
buenos patriotas.
En todo caso será cuerdo exigir el previo depósito de una
caución ó de una garantía hasta la total entrega de la porción pedida
ó de su equivalente (en harina, embutidos, etc.); porque sin
esta precaución, de intento y con toda clase de pretextos se retrasaría
la entrega hasta el último momento, con la esperanza de no
facilitar una parte del pedido.
Pero si se encuentra algo de buena voluntad, se debe otorgar
sin dilación el recibo correspondiente, con el objeto de adquirirse
con esto buenas re1acione3 para más adelante.
Acontece también con frecuencia en otras ocasiones, que la
alimentación no queda bien asegurada sino cuando se autoriza al
batallón para comprar directamente sus víveres. En efP.cto, la experiencia
ha demostrado que aun allí donde las requisiciones forzosas
(por ejemplo en una comarca que ha sido rica) no han dado
resultado alguno, se ha encontrado en menos de doce horas todo lo
necesario, mediante promesa de pagar al contado á un precio equitativo,
y la seguridad, además, de no hacer pesquisas en los puntos
de donde las provisiones se han sacado. Esto obedece sencillamente
á que las gentes acomodadas ocultan sus acopios de tal modo,
por temor á las requisiciones forzosas, que no pueden ser descubiertos
por las tropas si no es por delación ó por la casualidad.
De esto resulta que el empleo de las requisiciones forzosas es
casi siempre m~lo y falso (excepto cuando se usan como castigo, ó
para hacer efectiva una contribución en metálico destinada á pagar
los víveres que ha habido precisión de comprar); puesto que su
única consecuencia es producir que las gentes de posición desahogada
ocultan má~ y más sus provisiones, y que sólo los más pobres
de los habitantes sean los obligados á entregar su último pedazo de
pan y su última cabeza de ganado. Si se llega á este punto, entonces
reviste la guerra un carácter de fría crueldad; no recibiendo el
soldado la alimentación necesaria, lo achaca á la mala voluntad del
habitante ó á la falta de solicitud de sus jefes, y tiende á los excesos
que perjudican al buen espíritu, minan la disciplina, y destruyen,
por último, la valía de las tropas.
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Cuanto más numerosas son las masa5 que afluyen á un espacio
reducido, más frecuentes serán los tránsitos por unas mismas
ciud-ades, y más importará que el jefe de batallón impida, en la
medida de su esfera de acción, toda requisición forzosa, y aun todo
alojamiento con manutención.
Los que primero lleguen vivirán seguramente en la abundancia,
pero los últimos hallarán cada vez meno5 elementos *.
Parece contradictorio, al primer golpe de vista, fiar á las
compañías el cuidado de proveerse de víveres á su arbitrio, y prohibirles
á la vez transgredir las autorizaciones concedidas; en efecto,
la compañía tiene la pretensión de percibir, cuando menos, las raciones
reglamentarias; y desde el momento que recibe la orden de
procurárselas efectuando por sí misma, según las necesidades, la
requisición, se siente naturalmente inclinada á emplear al efecto
todos los medios que crea más productivos.
Un jefe de batallón, por su solicitud y por las órdenes que
dicte, puede contribuír á la exacta observancia del principio, con
arreglo al cual debe su tropa estar provista constantemente de las
raciones indispensables, por lo menos para la jornada del siguiente
día. También recomendará que las compañías transporten en sus
carros una parte de la porción de reserva (arroz, café y sal), que,
como acredita la experiencia, se consume demasiado pronto.
Cuanto mayor ha sido el cuidado con que el jefe de batallón
ha atendido á todas las necesidades de su tropa, más severo puede
mostrarse en la reprensión de todo acto arbitrario de las compañías
en las requisiciones que verifiquen por sí mismas (por ejemplo
cuando los comandantes de las compañías se muestran demasiado
cuidadosos del interés exclusivo de sus soldados). Seguro estará
entonces el jefe de conservar siempre á su tropa animosa, sufrida y
disciplinada; y le bastará con castigar severamente á alguna oveja
descarriada, y 'con éipelar al punto de honor general, así como á la
autoridad de los jefes subalternos para asegurar, aun en las más difíciles
circunstancias (como lo es el momento de la llegada á un
• Delante de París, durante los seis meses de sitio, no se careció nunca de carne, no
obstante las pocas medidas adoptadas al efecto, porque los ganados entregados por los habitantes
ae les pagaban al contado, y hasta se dice que desde Bretaña se llevaron rebaños
de carneros voluntariamente á los sitiadores, por preferir los comerciantes venderlos al
enemigo más bien que facilitarlos á su propio ejército á cambio de recibos. El esta•io sanitario
fue, en consecuencia, relativamente satisfactorio delante de París, pues las remeaas,
sacadas de un radio bastante extenso, fueron !ntficientes para completar los abastecimientos.
Si en alguna parte hubo escasez, dependió de que los proveedores temieron ver
arrebatados sus acopios de reserva por requisiciones extraordinanas decretadas por la autcridad.
Por esto es por lo que dichas requisiciones ocasionan falta de vtveres por lo general,
sin que, en el caso más favorable, traigan consigo la abundancta sino para una e scasa parte
de la tropa. Si una necesidad momentánea obliga á adoptar semejante medida, no se la
debe emplear sino en la última extremidad; pues sus consecuencias nunca dejan de ser
perjudiciales. Por lo demás, esto no sucederá sino allí donde el servicio ha)•a sido mal
orEanizado, ó donde no se haya vigilado de un modo suficiente el consumo de la porción
de; reserva.
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punto de etap~, ~urante la noche y después de una jornada fatigosa),
el establectmtento reglamentario del alojamiento y el servicio
regular de víveres.
En. la eventualidad de alguna de estas situaciones difíciles,
deber~ s.te~npre recurrir á medidas especiales: en cuanto sea posible
prescnbtra que los furrieles se adelanten con las raciones, y que
tan pront~ _,como lleguen á la etapa hagan cocinar los ranchos de
las com~ar11as, ya en grandes locales, ya en las plazas al aire libre
(por cocmeras requisadas si es preciso), á fin de que la tropa lo
encuentre todo preparado á su llegada.-(Continúa).
VON ARNlM
•••
SOBRE EL SERVICIO DE LAS TROPAS EN CAMPA~A
(EJÉRCITO BELGA)
TITULO I
IMSTALAClÓN DE LAS TltOPAS :!N CAMPARA
Acantonamientos-Vivaques-Campamentos
Consideracion es g en erales sobre el e&tacionamiento-Deflniciones
Art. 1.0 .El reposo es una necesidad que se impone en
razón directa del trabajo realizado; Ql mando está en el deber,
por consiguiente, de asegurar á las tropas todo el descanso
que sea pQsible concederlas.
Las tropas en campaña, concentradas generalmente en
grandes masas en un mismo pnnto, se disponen en acantonamientos,
vivaques 6 campamentos.
Se entiende por acantonamientos el conjunto de pueblos, aldeas
y caseríos que ocupan las tropas, sin estar en ellos acuarteladas;
por vivaques, los parajes donde se instalan por un
tiempo, ordinariamente muy corto, á cielo raso 6 bajo abrigos
improvisados; y por último, por campamentos, los lugares en
que se establecen para una permanencia de alguna duración,
bajo tiendas 6 en barracas.
El jefe es quien determina la clase de estacionamiento, y
los emplazamientos que han de ocupar las diversas unidades.
Las tropas se acantonan con cuanta frecuencia es dable:
no se vivaquea ~i no en caso de necesidad absoluta, y en la
proximidad inmediata del enemigo.
Por lo general, en la guerra es mixto el sistema de estacionamiento
diario ó de marcha, estableciéndose una parte de
las tropas en acantonamientos y otra parte en vivac. En principio
debe procurarse estacionar por unidades constituidas.
Oua~do todo el espacio disponible en las habitaciones está ocu-
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pado, las tropas que no han podido guarecerse bajo techo vivaquean
en los alrededores.
De los campamentos no se hace uso sino en tiempo de
paz, y en algunos casos particulares durante la guerra, como
por ejemplo en el sitio ó bloqueo de una plaza fuerte y -du-rante
un armisticio. ·
En tollo acantonamimento, vh·ac ó campamento, corres.
ponde el mando al jefe de mayor graduación; y en igualdad
de ésta, al más antiguo.
Personal de instalación
Art. 2.o El personal ~ncargado del reconocimiento y de la
preparación de los acantonamientos, vivaques 6 campamentos,
consta :
Por div·isión: de un oficial jefe del personal de instalación,
y de un funcion'lrio de la intendencia.
Por brigada: de un oficial ayudante de órdenes.
Por batallón de infantm·ía, por regimiento de caballería ó
por grupo de baterías: de un ayuuaute mayor y un ayudante.
Por compa1íía, escuadrón ó batm·ía: de un furriel, un cabo
y dos soldados.
En un cuerpo de ejército el segundo jefe del estado mayor
ú otro jefe de éste puede ser designado por el general en jefe
para tomar el mando del personal de instalación del cuerpo de
ejército.
En una fracción inferior á uua di dsión es ejercido el mando
de dicho personal por un oficial expre amente nombrado
para esta misión.
Para el reconocimiento del terreno que debe abarcar el
acantonamiento puede ser acompañado el comandante del pertional
de instalación por un oficial de ingenieros, especialmente
encargado de los trauajos
res por hogar, sien(lo el hogar de 3 á 5 llabitante~. Para las
tropas {t caballo es la proporción de ~ caballo por un infante.
Art. 9.o En el acautonamiento-abrigo sólo se procnra instalar
hombres y animales de modo que queden preservados de
la intemperie, con tal de q ne tcugan las tropas el espacio suficiente
para acostorse al abrigo. Un hombre ocupa 3 metros de
longitutl por 1 de latitud, y nn cahallo 3m,5 por lm5. Se debe
cuidar de dar libre acceso al aire.
Vlll-I"f
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"--y-'
Para alojar á las tropas se utilizan especialmente: las
granjas 6 cortijos, las fábricas, las casas de recreo 6 quintas,
las de labranza, las posadas, las casas espaciosas, en una palabra,
todos los locales que se presten á agrupar, en un mismo
edificio, las unidades inferiores (compañías, escuadrones, baterías,
secciones, escuadras y pelotones). Las tropas preparan por
sí mismas sus ranchos, ya en los mismos locales si existen cocinas
suficientes, ya fuera, en los patios, en los caminos, en los
terrenos eriales, etc., si se corre peligro en el interior. Los vívere8,
la leña, la paja, etc., se requisan sobre el terreno, á menos
que se as~gure la subsistencia ue las tropas por medio de
columnas 6 con,oyes de víveres de los almacenes, ó excepcionalmente
por las raciones que el soldado lleva en su morral.
Art. 10. En los acantonamientos ordinarios los oficiales
no está11 mezclados con la tropa, ;si bien se alojan en la zona
afectada á la unidad á que pertenecen; y en cuanto es posible,
en las posadas donde pued~H tomar sus comidas. En los acantonamientos-
abrigPs se alojan en meuio de la fracción de tropa
de que forman parte, pero en casas ó en habitaciones que se les
destinan al efecto.
También se uesignarán locales especiales para servir de
oficinas á los estados mayores, de calabozo correccional, de
enfermerías, de almacenes para la administración militar, etc.
; Distribución de las tropas
(Dislocación)
Art.. 11. Las agrnpaciones de las tropas en los acantonamientos
deben ordenarse, en cuanto sea posible, en el orden
de batalla.
Durante la marcha se acantonan en el ortlen de marcha
del día, ó mejor en el del día sigui nte, salvo modificación si
es necesaria. Se evita fraccionar los r~giruiento~ nezolano Castro, es poco conocida
en el interior, y bien merece que le consagremos algunas líneas
en estos momentos en que ya lucen los fulgores de una larga era
de paz y bienandanza para Colombia.
La hoya ó valle del Chucurí, postrero afluente izquierdo del
Sogamoso, se abre de S. á N., entre este último y el de La Colorada
(ambos tributarios del 1\r:lagdalena), al respaldo del extremo
septentrional de la agria y empinada sierra de Los Lloriquíes ó
Los Cobardes, en cuya vertiente oriental se asienta Zapatoca,
teniendo por opuesta muralla un ramo de la misma serranía, el
cerro d La Paz, que el Sogamoso cruza por formidable cañón para
llegar á las playas de Barrancabermeja.
El valle en cuestión, que mide unas 8 leguas de S. á N., es
grieta entre las dos formaciones geológicas llamadas esquistos de
Villeta y de Guadalupe, la cual indicación basta y sobra para que
del aspecto de la comarca se formen idea quieneR conozcan el camino
de Honda y el de Bucaramanga; la altitud del fondo sube
de 200 á 2,ooo metros, y la densidad de la población apenas alcanza
á unos IO á 12 habitantes por kilómetro cuadrado.
El pueblo de San Vicente de Chucurí, emplazado en la parte
media del valle, casi al O. de Zapatoca, dista de esta población 4
leguas en línea recta, 7 de la Mesa de Jéridas, 9 de Hucararnanga
y 12 de Barranca bermeja, lo cual equivale á decir que es un
saco sin salida para los rebeldes, puesto que éstos no dominan el
río Nlagdalena.
El l\1unicipio de Chucurí, de no muy reciente creación, se
divide en I 8 partidos insignificantes y comprende los dos caseríos
de l\tfontebello y La Vendee; y en el plan ó sitio designado para
cabecera, á inmediaciones de la orilla izquierda del Chucurí, apenas
exiHen unas pocas :casas de tapia y varios ranchos. El plan,
como allí se llame:~., es uJ a hondonada de clima ardiente y mortífero,
por lo cual la población poco ó nada ha adelantado en los último$
años.
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La población del Municipio ascie .1de á poco más de 3,000
almas, que viven en un territorio que colinda con los de Zapatoca,
Betulia, Lebrija (Puerto Wilches) y selvas del Carare., y donde
reinan endémicas las calenturas, que ocasionan una mortalidad del
10 por 100 anual. .
El territorio mencionado se compone: hacia el 0., de llanuras
incultas y selvosas; y al E., de cerros y cuchillas de difícil
tránsito por la falta de caminos y lo áspero del suelo. Las principales
selvas se denominan Cascajales, Oponcito, Cerbal, Cantarana,
La Llana, Guadual, Primavera, Pavansera, La Paz, Mesetas,
Chanchón y Loma Redonda, las tres últimas ya en la caída oriental
del páramo de los Lloriquíes. Los terrenos planos permanecen incultos,
salvo exigua extensión, en donde se encuentran algunas
labranzas, potreros de ceba y cacaotales.
En el territorio en referencia ruedan además del Chucurí,
que por la derecha recibe la qneb1·ada del Medio, los ríos Oponcito
y Casca jales, tributarios del Colorada, nacidos en selvas y montes
desiertos, sólo rara vez cruzados por atrevidos caucheros.
De la cabecera parten cuatro caminos: I.0
, el de Zapatoca,
por Cruz de Piedra, que se prolonga al O. hasta el Oponcito y
por lo tanto hasta el Opón (reemplaza el antiguo de Puerto de las
Infantas); 2.0 , el de Zapatoca, por Betulia y Santa Inés, y que
también guía luégo al Oponcito; 3.0
, el de Girón, por la V endee,
ósea Chucurí abajo, en dirección del Tablazo; y 4. 0 , el de Monte bello,
que sigue por el mismo valle á encontrar el Soga mosoal pie del cerro
de La Paz. Los dos caminos de Zapatoca, al cruzar la cuchilla
que se alza entre el Chucurí y la quebrada del Medio, cruzan sendos
boquerones que son paso obligado para las recuas. Existen además
diversas trochas que guían á los campos de los labriegos y á las
selvas, alguna de las cuales avanza hasta Galán, pero cruzando
los Lloriquíes por boquerón donde 100 hombres pueden detener á
Io,ooo. Las tales trochas, únicamente para peatone y difíciles en
verano por las malezas, fangales y barranco s, son peligrosas en invierno
aun para los que las trajin a n de ordinario; por lo cual la
fuerza que se deje acorralar en Chucurí, ce1 rado los caminos de
Zapatoca y Girón, está condenada á entregarse ó disolverse para
huír por los ríos á perderse en las selvas de las márgenes del
Magdalena.
Tal es la zona donde vino á morir la rebelión herida de muerte
en Palone¡ro, y que por lo mismo ocupará página inolvidable
en la historia militar del país.
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(LECTURAS PARA EL SOLDADO)
Traducido del francés
sna
El I o de Enero de I 87 I, en una pequeña cabaña aislada situada
sobre ~1 camino que conduce del Grand Lucé á Mans, una
mujer anciana remienda medias á la luz vacilante de una vela de
sebo. De tiempo en tiempo se detiene, con las tijeras ó la aguj~
en la mano, para escuchar los rumores que vienen de fuera.
La anciana está inquieta. Su hijo Jacques ha partido desde
por la mañana para el Grand Lucé, y no ha vuelto aún. Es viuda;
ha perdido cuatro hijos; sólo le queda el más joven,de edad de diez
y nueve años. Debiera ser su consuelo, su apoyo; pero es un perezoso,
un libertino, y teme que acabe mal.
Jacqucs ha devorado ya una buena parte de las pequeñas economías
que ella había hecho con su marido cuando estaban al servicio
de un viejo comandar.1te, militar retirado. Está inquieta porque
todo el día ha oído el caiíón á lo lejos.
El ejército de Loire está delante de Mans, cerrando el camino
al enemigo. Hasta la puesta del sol el ruido de las detonaciones ha
hecho temblar la cabaña.
Su hijo ha ido á Grand Lucé á buscar noticias; desde luego
ella le hab1a dicho que no permaneciera mucho tiempo afuera. Con
tal que no haya encontrado á los prusianos y que no les haya buscado
querella todo andará bien; porque es amigo de camorras, y
cuando está c0lérico nada le detiene, nada le acobarda: por vengarse
de una palabra, de un gesto, j ugaria su vida.
Comprende que hizo mal en dejarlo partir; pero ¡diablo! él es
intratable, y cuando se le ha puesto una cosa en la cabeza, es imposible
hacerle cambiar de ideas.
La anciana piensa en esa carnicería que llaman la guerra; no
comprende que los hombres puedan ser tan locos ... ¿Por qué matarse
u nos con otros? ¿A quién aprovecha la sangre derramada? •• ,
Cuando la paz se restablezca, los soldados vencedores no serán
más ricos, y los vencidos quedarán más. pobres y más agobiados
por los impuestos.
Puesto que hay tribunales para arreglar los asuntos de los particulares,
¿por qué no hay jueces para arreglar los asuntos de los
pueblos?
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Entre un conquistador y un asesino vulgar ella sólo encuentra
esta diferencia: que el primero es un asesino por mayor y que el
segundo también es asesino pero en pequeño. Dios no da hijos á
las madres para hacer de ellos carne de cañón ___ _
Seguramente que era necesario defenderse, puesto que los
enemigos habían invadido la tierra; pero en lugar de asesinarse así,
hubiera sido más simple arreglar pacíficamente la diferencia.
Ella sabía que los prusianos habían matado á su padre, á consecuencia
de haber herido á uno de ellos que le había insultado.
El reloj de la campiña dejó oír un pequeño ruido seco y en
seguida dio nueve campanadas.
j Las nueve[ La anciana se levanta. ¿N o vendría, pues, J acqucs?
¿Y su comida? ¡Ohf no podía tardar en llegar.
¿Qyé hacer entonces?
Coloca su trabajo sobre un banco, se dirige á la puerta r la
abre. Se pone á escuchar, y en seguida da algunos pasos por el camino
á fin de oír mejor.
Sus zuecos resonaban sobre la tierra endurecida; un aire frío
penetraba en el cuarto. Vuelve á entrar murmurando:
-Nadie. ·
Arranca de un manojo algunas ramas seca~, las rompe sobre
sus rodillas y las arroja sobre los carbones; después, gimoteando,
se pone de rodillas, é inflando los carrillos, sopla algún tiempo los
tizones.
Algunas chispas ]e pasaron por la cara, la ceniza revoloteaba;
un humo espeso subía por la chimenea; después, como un rayo, la
leña se inflamó.
Se levanta penosamente, sofocada, y aproxima al fuego el
pequeño caldero.
-Así! él puede volver; eso estará caliente.
Vuelve á sentarse, teniendo su trabajo, su dedal y sus tijeras
en su regazo, y extiende la s manos hacia las llamas.
De repente le vanta la cabeza y escucha. Por la chimenea le
llegaba un ruido confuso de voces. ¿Era Jacques?
Se levanta y va á entreabrir la puerta. Oye distintamente la
voz de Jacques mezclada á un rumor confu s o, á pa~os numerosos
que sonaban con ruido seco en esa noche glacial. Se pone á escuchar.
Los que venían se habían detenido á diez pasos de la cabaña;
oye que Jacques decía con una voz vinosa:
-Dadme veinte francos más, y os conduciré á través del
bosque.
-No tendrás nada más, respondía una voz ruda, con acento
extranjero. Sabes bien lo que te he prometido. Hé aquí tus diez
piezas de oro. Márcha adelante, ó te hago fusilar como un perro.
-Y bien ¿qué? No hay necesidad de hacerse tan maligno
porque lleváis un gran sable y tenéis amigos! ¿Creéis que por
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doscientos francos me arriesgue á hacerme agujerear la piel por los
franceses? ¡Ah, no! ¡ciertamente que no!
-¿Entonces rehusas?
La .anciana oyó el ruido que hace un revólver cuando lo preparan;
tiembla pero está lista á lanzarse hacia ese lado.
-¡~é diablos! poco á poco, señor oficial, no os chanceéis
con vuestro juguete. Fusilado por fusilado, prefiero serlo más tarde_-:--
Entonces ¿queréis que os conduzca á la Tuiliere por el
cammo más corto? ¿Y deseáis pasar por Mulsaure para sorprenderlos?
-Sí, y despachémonos; no tenemos tiempo para charlar.
j Vamos, en marcha!
-Dadme veinte francos más para beber á vuestra salud.
-¿Imbécil, no has bebido ya bastante?
-¡Oh! es que el camino me ha alterado, y después eso me
haría ver más claro.
-Vaya, tóma. Pero acabemos. ¡Er, marcha!
-Muchas gracias; pero ved allí mi casa, quiero llevar este
dinero á la anciana, porque una vez que os haya conducido allá,
vosotros podréis suprimirme y volver á tomar vuestras monedas.
- 1Bribón ----! ¡En marcha! Te sigo, y si quieres escaparte,
te prometo que tendrás que hacer conmigo.
La anciana le mira acercarse; ¡estaba aterrada!
¿Cómo su hijo, su J acques, era bastante miserable para traicionar
á su país? Por algunas piezas de oro iba á servir de guía á
esos prusianos que querían sorprender nuestras tropa!'! Pero enton-ces
era un canalla, decididamente ____ ! Pues bien: no, él no iría.
Ella, su madre, la hija de un hombre á quien los alemanes habían
dado muerte, no lo permitiría ____ Vivir como un perezoso, como
un borracho, arruinarla, pase! ¡pero traicionar á su país! ¡No,
jamás! ¡.Ser la madre de un Judas! ¡Qué vergüenza! ¡Era preferi-ble
monr!
J acques entró dando traspiés.
-¡Hola, madre ____ ! Tóma; tú dices que yo no gano jamás
un centavo! Recíbe, míra.
Arrojó un puñado de oro sobre la mesa y se puso á reír estúpidamente.
-¿No dices nada?
El oficial prusiano estaba de pie sobre el umbral de la puerta;
tenía un revólver en la mano, preparado para hacer fuego al
primer amago del borracho para huír. La madre miraba con desprecio
el casco puntiagudo sobre el cual centellaba la luz del fuego.
-¿Dí> madre, vas á comértelo con los ojos?; es un buen muchacho.
Es él quien me ha dado eso. Tú sabes los papele3; dicen
que los prusianos no cometen por todas partes sino porquerías y
asesinatos. ¡ Y bien ! esas son bolas. Ellos me han ofrectdo en ~1
Grand Lucé vasos de vino sin medida.
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
216 . 80LETIN MILITAR
~
-Ya le contaréis todo eso mañana, muchacho. ¡ Vamos ligero,
despachémonos !
-Vaya, madre, recóge las monedas.
La anciana agarra el montón de oro y lo arroja al través de la
puerta. El oficial recibe una pieza en plena cara. Exhala un ru-gido
de furor, y apunta con el arma á la desventurada ___ _
U na refl~xión le detiene .... Si mata á esa mujer, su hijo
no querría ciertamente servir de guía. Baja su arma diciendo:
-Os prevengo que si dentro de cinco minutos no hemos partido,
os levanto la tapa de los sesos á todos dos. ¡ V amos, tú vén !
Y saca fríamente su reloj.
J acq u es, estupefacto, mira ya al oficial, ya á su madre con
ese aire embrutecido de los borrachos cuando tratan de comprender
algo que les inquieta.
Después se pone á reír y se agacha para recoger las piezas de
oro que detenidas por el cuerpo del oficial han rodado por el suelo.
-Esperad, dejad que recoja el dinero y parto.
-Cuatro minutos aún, dijo el oficial
La n1adre da un salto hacia la puerta encontrando la fuerza y
la agilidad de la juventud para defender su honor.
El miserable se dirigía hacia esa puerta con la cabeza agachada
buscando el oro ! Bruscamente choca con su madre y levanta
la cabeza ... Retrocedía.
Su madre, soberbia bajo sus cabellos grises, con los ojos fulgurantes,
las manos temblorosas, estaba allí, amenazante y con los
brazos cruzados, obstruyéndole la puerta con un gesto de mando
supremo.
-¡Tú no partirás de aquí. No quiero,¿ me oyes? vendido!
¡ N o saldrás !
Admirable de cólera, de grandeza de alma, de conciencia in-dignada,
se alza esa anciana hija del pueblo.
-Tres minutos aún, repite el oficial.
Jacques, que había retrocedido, vuelve á avanzar.
-Vamos, mi vieja, no hagas tonterías. Bien sabes que nos
hará fusilar como lo dice.
-No saldrás, miserable! No saldrás.
-Dos minutos aún, ya estoy cansado.
Jacques aprieta los puños con rabia.
-Pero, señor oficial, no es mi culpa. Yo querría bien ... Pero
no puedo pegarle á mi madre. Escuchad: vue~tros hombres están
allí, decidles que la separen de la puerta .
............. ........ --···· ·-····· .......................... ···-··
-Miserable, cobarde!
-Un minuto, el último.
Jacques, enloquecido, furioso, se arroja sobre su madre con
os puños levantado , pero retrocede arrojando un grito espantoso,
y rueda por el suelo de la choza, agitándose, torciéndose, aullando.
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80LETIN MILITAR
~
217
-Oh! mis ojos! mis ojos!
Su madre con las tijeras en el momento en que J acques se
precipita sobre ella para pegarle, de un solo golpe con las dos puntas
le ha reventado los ojos.
-¡Ahora sírveles de guía!
El oficial se lanza hacia ellos; pero demasiado tarde.
El desgraciado daba botes por el suelo, se torcía, rugía, teniéndose
los ojos con las dos manos. Lloraba sangre, que se deslizaba
por sus mejillas. Se levanta tratando de orientarse, pero tropezaba
con todos los muebles.
-¡Madre mía! ¡M4dre mía! ¡Ah, Dios mío!
-¡Canalla!
Los prusianos habían invadido la cabaña, y aterrorizados miraban
á esa madre, muda, feroz, insensible á todo lo que pasaba á
su alrededor.
Había dejado caer las tijeras, que brillaban á sus pies, abiertas,
en forma de cruz, con las puntas enrojecidas.
-Señora, le dice el oficial inclinándose con respeto y descubrióndose,
permitidme saludaros!
Después, volviéndose hacia sus soldados:
-¡Fusiladles!
Los soldados arrastran á J acques, que gemía y marchaba vacilante
con las manos extendidas.
La madre pálida, con la tnirada fija en el oficial, el labio desdeñoso
y la frente levantada con al ti vez, avanza á colocarse por sí
misma delante del muro, al lado del ciego que no comprendía nada
de lo que pasaba, y á cinco pasos de los soldados. A la claridad de
la luna que surgía entonces de en medio de una nube, la anciana
apareció como la estatua del deber.
En el momento en que el oficial da la orden tde fuego, la
madre estrecha la mano de su hijo, y los dos caen como heridos
por el rayo, dándose un último apretón. ¡Imploraba un perdón
de su hijo en cambio del que ella le daba!
El oficial mandó desfilar á sus soldados delante del cadáver de
la madre, y saludó militarmente á la modesta heroína. Después
hizo conducir los cuerpos hacia la choza y colocarlos sobre las
camas.
Fu'e allí, al día siguiente, en tanto que la tierra temblaba
con el espantoso cañoneo de Mans, que los franceses los encontraron.
Ese día Francia agonizaba.
El cadáver de la madre tenía una majestad suprema. La cabeza
pálida, rígida, se destacaba sobre las almohadas tintas en sangre.
Los ojos abiertos, vidriosos, guardaban una inmovilidad extraña.
La sencilla campesina, muerta por el deber y por la patria,
después de haberse sacrificado corno madre, presentaba una expresión
sublime de victorioso martirio.
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218 80LETIN MILITAR ...._...,.._,
POR SANTIAGO PEREZ
(Continuación)
Dice el compilador Acosta que desde entonces se sintieron
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26 55 70 65 .•. 'i4 25 92 85 111 40 157 85 139 25 185 70 232 lO 178 55
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• Al Comandante en Jefe del Ejército se le liquidatá á raz6u de S 400 meo ualea.
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
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MES DE 31 DIAS
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NoTA.-Para la liquidación de los sobresueldos al 50 por lOO y al25 por 100 ae tomará la
mitad del haber en el primer caso, y la cuarta parte en el se~undo, y se le agregará al sueldo de
c¡ue •• trate.
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Citación recomendada (normas APA)
"Boletín Militar: órgano del Ministerio de Guerra y del Ejército - Año IV N. 165", -:-, 1900. Consultado en línea en la Biblioteca Digital de Bogotá (https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/3691081/), el día 2025-06-06.
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