RepÚblica de Colombia .
LOS LUNES DEL CORREO
SUPLEMENTO LITERARIO A "EL CORREO NACIONAL"
Director, B. PALACIO URIBE
flERlF i." ~ J30GOT Á, foA'ftZO 29 DE 1906
SUMARLO
Nota del Ilmo. Sr. Arzobispo.-Tres cat· tas.-La
noche, de Guy de Ma.upassant.-La p1·otesta
de la Musa, de José A. Silva.-Julio Flórez,
de Francisco A. Gamboa.-La. canción rota,
de B. Palacio Uribe.-La guitarra, de Arturo
Reyes.-Paisaje, de V. M. Londoño.-Hacia
lo infinito, de Eduardo Zamacois.-Dios y
A una neivana, de Eduardo Eoheverría..Sub
Terra, de Luis G. Urbina.-Erase una
griseta ..... , de Julio César Arce.
NOS BERNARDO HERRERA RESTREPO
por la gracia de l>ios y oméstic o
de Nuestro Santí.ümo P<~.dl'e el P~pa, Asistente
al Solio Pontificio, etc.
Teniendo en consideración la mauifestación
que de palabra nos ha heclw
el Sr. Director de Los LuNES DEIJ OoRREO,
DEORE1.1AMOS :
Levántase la prohibición y censuras
impuestas por uuestra autoridad al periódico
Los LUNES DEL ÜORREO en lo
que haoe relación á los uúrneros que se
publiquen de esta fecha en adelante;
Hiempre que, según lo promete el Sr.
Director del periódico u o vuel vau á publicarse
ni á reproducirse escritos de
ninguna clase en prosa ó en verso que
ofendan la Religión y la Moral.
Oomuníquese, y para conocimieuto
de los fieles, publíquese este Decreto.
Dado en Bógotá, el 26 de Marzo de
1906.
+BERNARDO,
Arzobispo de Bogotá..
Carlos Cortés Lee, Secretario.
San -1\hrino, Marzo 22 de 1906
Sres. B. Pt1lacio Uribe, Hafael Espinosa
Guzmán, Alberto Sáuohez, Rafael Pombo,
V. M. Londoño, Carlnil Villafañe, Ismael
López, Francisco Valeuciu, Diego
Uribe, Ricardo Tirado Mach,.., Eduardo
Posada, Javi~r Acosta, Jn~t.n Pastor Río A,
Clímflco Soto llLlrdo, l~nrique Alvaroz He nao,
Lui" María i\Iol'a, E Ji1chevel I'Íu,
Jorge l'eref\ Sllnolerneute, l•'elipe Azorín,
F. Hi "'"~ Fmde, fii . Arias Correa, JD. de I·
G., D . l:'la lgndo Gómez, Eduardo O~tstillo,
Auge! 1\ltHÍtt Cé$pedes y -'-,.· (nntor de
Antfgonn )-Bogot1i.
Mny f'Stimado~ •'tfiore · y a.migo~:o~ :
Onmplo con (~1 deber ·agrado tle dar
{t n ·te des mis pr ofwHliH.; a~radeci m ien.
tos por laH UCI la~ eorn pOSÍ(:iollt~H qUe me
dediearon e11 Los IJUNJiJS IHJL ÜORH.RO
las cnah\H hicieron vibrar; las fibra¡.¡ má~
fotirna!:o\ de mi corazón. Sou ellak; frutos
de genios ·nobles y gonero:-~os qtw ~o~a.ben
regocijan;e eon el qnL sale vic;torioso
del pf~ligro.
Termino didendo :l ustedt>R con el
poeta: '' Crear eon al('gría p:, a tributo
divino."
Soy do ustedes Mincera amiga,
SOFÍA REYES DE V ALENZUELA
San J\1aririo, .l\Iarzo 22 de 1906
Sres. B. Palacio Uribe, Rafael Espinosa
Guzmán, Alberto Sánchez, Rafael Pom.
ho, V. M. Loudoño, Uarlos Villafañe, Ismael
L6pez, Francisco Valencia, Diego
Uribe, Ricardo Tirado .M:acías, Eduardo
Posada, Javier Acosta, Justo Pastor Ríos,
Clímaco Soto Borda, Enrique Alvarez
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Los Lunes S.el Oorreo
Henl).o, Luis María Mora, E. Echeverría,
Jorge Perea Sanclemente, Felipe Azorín,
F. Rivas Frade, E. Arias Correa, E. de
l. G., D. Salgado Gómez, Eduardo Oastillo,
Angel María Oéspedes y X (autor
de .A.ntígona).-Bogotá.
Muy estimados señores y amigos :
Leí con vivo interés el número 11
de Los LUNES DEL 00RREO, en que
ustedes con tan bondadoso cariño hablan
en favor de mi hija Sofía y de mí,
refiriéndose al deplorable suceso del;10
de Febrero. ¡Que Dios haya perdonado
á esos desgraciados, como yo se lo pido
y lo deseo!
¡Qué impresiones produjo en mi ánimo
esa lectura f Son ellas de las que
más naturalmente se experimentan.
Hay almas nobles á quienes su propia
nobleza las hace compartir nuestros pe-
. gros, asociarse á nuestras angustias y
regocijarse al vernos salvos ; á almas
de esa índole me dirijo, al darles á ustedes
las gracias más sinceras por tántos
sentimientos delicados y por tántas
palabras tiernas que hallé en los escritos
de ustedes : todo eso llegó al fondo
de mi corazón de padre para uo borrarse
jamás, todo eso hace salir de mi alma
este voto: " Dios con ser ve en ustedes
esos sentimientos de sublime belleza
cristiana, para que puedan contrapo .
nerse á Jos mezquinos odios qne dieron
lugar al atentado."
Soy de ustedes agradecido amigo,
R. REYES
San Marino, Marzo 22 de 1906
Sres. B. Palacio Uribe, Rafael Espinosa
Guzmán, Alberto Sánohez, Rafael Pombo,
V. M. Londoño, Carlos Villafañe, Ismael
L6pez, Francisco V alenoia, Diego
Uribe, Ricardo Tirado Macias, Eduardo
Posada, Javier Acosta, Justo Pastor Ríos,
. Clíruaco Soto Borda, Enrique Alvarez Henao,
Luis Mat-ía Mora, E. Echevenía,
Jorge Perea Sauolemente, Felipe Azorín,
F. Rivas Frade, E. Arias Correa, E. de I.
G., D. Salgado Gómez, Eduardo Castillo,
Angel María Céspedes y X (autor de
Antfgona )-Bogotá.
Muy estimados señores y amigos :
Por conducto del Sr. Dr. Julio H.
Palacio, de palabra, y del Sr. B. Palacio
Uribe, por escrito, quise expresar á
158
cada uno de ustedes lo muy profundamente
que me han conmovido las bellas
composiciones que ustedes dirigieron
á mi señora con motivo del nefando
suceso del 10 de Febrero y el agradecimiento
que siempre les profesaré por
prueba tan delicada de galantería y
bondad.
Después de los sucesos de días pasados,
me he alejado de Bogotá, pero sin
olvidar, aunque me baya retardado, el
deber de presentar á ustedes en nom.
bre de mi señora y en el mio, la expre·
si6n más sincera de nuestra gratitud y
de los fervientes votos que hacemos por
la felicidad personal de ustedes.
Soy de ustedes afectuoso y leal
amigo,
ULPIANO A. V ALENZUELA
-~-
·~
PESADILLA
Amo la noche con pasión, la amo como
se ama el suelo natal ó la esposa, con amor
instintivo, profundo, invencible. Oon todos
los sentidos : los ojos que la ven, el olfato
que la aspira, el oído que escucha su silencio;
con toda mi carne, que sabe percibir la
caricia de las tinieblas. La alondra canta á
la luz, al aire tibio, al ambiente sutil de lae
mañanas claras. El buho, huyendo entre la
sombras, traza un rasgo negro en el espacio
negro ; y encantado, embriagado por la negra
inmensidad, lanza. su chirrido estridente
y siniestro.
En el día me canso y me fastidio, porque
es brutal y estrepitoso. Me levanto displicente,
me visto con pereza, me disgusta salir.
Cada paso, cualquier movimiento, un
gesto, una palabra, el pensamiento mismo,
me fatigan cual si soportara un peso enorme.
Pero al ponerse el sol invade una ale·
gría confusa todo mi cuerpo. Me despabilo,
me animo. Conforme crece la sombra. me
voy sintiendo otro, más joven, vigoroso, más
vivo, más feliz. Miro la inmensa y dulce
sombra que se desprende del cielo, cómo se
va condensando é inunda la ciudad cual
una onda intangible é impenetrable; cómo
oculta, horra, desvanece los colores y las formas;
cómo extingue los edificios, las personas,
los monumentos~ con su imperceptible
contacto.
Siento entonces deseos de gritar como el
mochuelo, de recorrer tejados como un gato;
y me enciende la sangre un deseo de amor
impetuoso, irresistible. Salgo, ando, visito
los suburbios sombríos 6 los bosques cercanos
de Parfs, donde oigo bullir á mis hermanas
las bestias y á mis hermanos los merodeadores.
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
159
Aquello que más violentamente amamos,
acaba por producirnos la muerte. Per8 3,qué
explicación dar á Jo que á mí me sucedió, ni
siquiera de qué medio me valga para hacer
aceptable mi relato~ No lo sé, lo ignoro. Sé
únicamente que me sucedió, y eso es todo.
Es el caso que ayer ~osaría ayer1 Sí, no
cabe duda, á menos que fuera antes, el día
anterior, el otro mes, el año pasado, ¡quién
sabe! pero no : sí fue ayer, puesto que no
ha habido otro día, ni ha vuelto á salir el
sol. Mas ~odesde cuándo es de noche~ ~t,Desde
cuándo1 ~t,Quién lo sabe! ~t,Ni quién lo podrá
saber jamás?
Ayer, pues, siguiendo la costumbre, salí
después de comida. Hacía un tiempo espléndido,
apacible, tibio. Bajaba por los boulevares
mirando arriba la franja negra, tachonada
de luces, que recortaban sobre el cielo
los techos y que ajustándose á la revueltas
de la calle, parecía un río ondulante que
arrastrara estrellas.
Todo parecía nítido en el aire sereno, lo
mismo los planetas que las llamas del gas.
Resplandecían tántas luces en la altura y
tántas en la ciudad, que las tinieblas resultaban
luminosas. Las noches brillantes son
más alegres que los días de sol.
En el boulevar fulguraban los cafés. Se
reía, se paseaba, se bebía. Entré al teatro
por algunos instantes. ~t,A cuál Y N o lo sé.
Pero vi tánta claridad que, entristecido, salí
con el corazón sombrío á causa de aquel
choque brutal de luz que reflejaban los antepechos
dorados, que caían de la enorme
araña de cristal; á causa del coreo de fuego
del pasamanos y de la melancolía de · aquella
luminaria falsa y chocante. Llegué á los
Oampos Elíseos donde los café-cantantes semejaban
hogueras encendidas entre el follaje.
Los castaños heridos por los reflejos
amarillos, parecían pintados, parecían árboles
fosforescentes. Y los globos eléctricos,
como lunas deslumbradoras y pálidas, como
huevos de luna caídos de arriba, como perlas
monstruosas, animadas con su luz nacarada,
misteriosa y regia, deslucían los mechero~
de gas, el gas mezquino y las guirnaldas
de vidrios de colores.
Me detuve un momento bajo el Arco del
Triunfo para mirar la Avenida, la extensa
Avenida, admirable, estrellada, que se dirige
á París entre dos líneas de luces y de astros
: los astros del cielo, los astros desconocidos,
arrojados al acaso en la inmensidad
donde dibujan esas figuras caprichosas que
tánto hacen soñar y fantasear.
Entré al Bosque de Boloña, y allí me entretuve
mucho, mucho tiempo. Sentí un calofrío
singular, una emoción imprevista y
violenta, una exaltación rayana. en la locura.
Anduve largo rato, muy largo. Luégo
regresé. ¡A qué hora pasé por el Arco del
Triunfo! Lo ignoro. La ciudad dormitaba y
las nubes, espesas nubes negras, se tendían
lentamente por el cielo.
Los Lunes del Oorreo
Por primera vez presentí que iba á ocu·
rrir algo extraordinario, algo nuevo. Me pareció
que hacía frío, que el aire se hacía
denso, que la noche, mi adorada noche, gravitaba
sobre mi corazón. La avenida estaba
desierta ya. Sólo dos serenos se paseaban
cerca de la estación de fiacres; y sobre la
calzada, apenas alumbrada por las espitias
de gas moribundas, una. fila de carros cargados
de legumbres que se dirigen á los
mercados, iban á paso lento, llenos de zanoharias,
de nabos, de coles. Los carreteros dormían
acurrucados, invisibles: los caballos
caminaban monótonamente, siguiendo el carro
de delante, silenciosamente sobre el piso
de madera. Al pasar por cada farol de la
acera, las zanahorias se iluminaban de rojo,
los nabos de blanco, las coles de verde, é
iban uno tras otro aquellos carretones rojos,
con rojos de fuego, blancos, con blancura
de plata, verdes, con color de esmeralda.
Los seguí: luégo crucé por la Calle
Real y regresé á los boulevares. Ya no babia
nadie. N o había ni un café alumbrado.
Sólo algunos rezagados marchaban precipitadamente.
Jamás había visto á París tan
muerto, tan solitario. Saqué mi reloj y eran
las dos.
U na fuerza irresiatible me empujaba, la
necesidad de andar. Llegué ltasta la Bastilla.
Allí advertí que jamás ltabía visto noche
más sombría, pues ni siquiera colum braba
la columna de Julio, cuyo geniecillo
dorado se perdía on la impenetrable oscuridad.
Una bóveda un gato enamorado.
¡Nada!
¡,D6nde estarán los serenos~ Entonces
me 1lije: "Voy á gritar y V(lndrán." Grité.
Nauie responuió. Llamé Juás fuerte. Mi voz
se perdió sin eco, 11ébil, ahogaua, aplastaua
por la oscnridad, por aquella oscuridau impenetrable.
Y aullé: ¡socorro, socorro! l\li llamamiento
desesperado queuó sin respuesta. ~oQué
hora sería, pues1 Saqué el reloj, pero no
llevaba fósforos. Escuché el tic-tac ligero
de la máquina con cierta rara alegría desconocida.
Parecía que viviera. Yo me sentí
menos solo. ¡Qué misterio! 1.\-Ie puse de nuevo
á andar como un ciego, tanteando las
paredes con el bastón y levantando á cada
momento los ojos al cielo, con la idea de
que por fin iba á amanecer: pero el espacio
estaba negro, negro del todo, más profundamente
negro que la ci uuad.
¿Qué hora podría ser~ A mi parecer venía
andando hacia infinitos siglos, pues las piernas
me languidecían, se me oprimía el pecho
y tenía un hamhre espantosa.
1\ie decidí á llamar á la primera puerta.
cochera. Oprimí el botón 1lt1 cobre, y el
timbre t·eson0 eu la. casa vacía, de un modo
~xt.ra.ño, cual si aquel ruülo vibrante fuera
el único ~n todsaba. á
los mercados. Estaban clesiortos, sin un rui.
do, sin un movimi~>uto, sin un earro, sin un
hombre, sin un montón de legumbres ó de
flores. ¡Estallan vacíos, silenciosos, desocupados,
muertos!
Me entró un terror horrible. ¡Qué pasaba.
Dios mío! 1Qué pasaha~ .Me volví. ¿Pero la
hora' ¿La hora ·~ ~Quién me daría la bora'l
Ningún reloj sonaba en los campanarios 6
en los edificios públicos; y pensé: "Voy á
levantar t>l viurio del mío y á tentar las
aguJa~ con el dedo." Lo saqué ...... no so-naba
..... estaba parado. Y uada; la ciu.
dad estaba inmóvil; no había ni un reflejo,
ni el eco de nn sonido en el aire. Nada,
nada absolutamente, ni el rodar lejano del
fiacre. ¡Nada, en.fin!
Había llegado á los malecones, y una
frescura glacial subía del río.
180
~cOorría el Sena todavía'
Quise saberlo, busqué las gradas y bajé.
No se oía la corriente romper sus espumas
bajo los arcos del puente. Algunos pelda-ños
más ...... luégo arena ...... lodo ••....
luégo el agua ..... metí la mana ...... el
agua corría _ .... fría, fría, fría .....• casi
helada ...... casi ago~ada .... casi muerta.
Sentí que me faltaba. absolutamente la
fuerza para subir de nuevo. Y que allí iba
á morir yo también, de hambre, de cansancio,
de frío.
GUY DE MAUPASSANT
--m-
PROSAS LÍRlCAS
En el cuarto sencillo y triste, cerca de
la mesa cubierta de hojas escritas, la sien
apoyada en la mano, la mirada fija en las
páginas frescas, el poeta satírico leía su libro,
el libro en que había trabajado por meses
en teros.
La oscuridad del aposento se iluminó
de una luz diáfana de madrugada de Mayo;
flotaron en el aire olores de primavera, · y
la. musa, sonriente, blanca y grácil, surgió
y se apoyó en la mesa tosca, y paseó Jos ojos
claros, en que se reflejaba la inmensidaa como la de un niño asustado y
sorprendido; he hecho un libro de sátiras,
un libro de burlas.. • •• en que he mostrado
las vilezas y los errores, las miserias y
las debilidades, las faltas y los vicios de ,los
hombres. Tú no estabas aquí ...... No he
sentido tu voz al escribirlos, y me han ins
pirado el genio del odio y el genio del ridículo,
y ambos me han dado :flechas, que me
he divertido en clavar en las almas y en los
cuerpos, y es divertido ...... Musa, tú eres
seria y no comprendes estas diversiones; tú
nunca te ríes; mira, las flechas al clavarse
herían, y los heridos hacían muecas risibles
y contracciones dolorosas; he desnudado las
almas y las he exhibido en su fealdad, he
mostrado los ridículos ocultos, he abierto
las heridas cerradas; esas monedas que ves
sobre la mesa, esos escudos brillantes, son
el fruto de mi trabajo, y me he reído al
hacer reír á los hombres, al ver que los hombres
se ríen los unos de los otros. Musa, ríe
conmigo. . . .. La vida es alegre ...... y el
poeta satírico se reía al decir esas frases, á
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
~6~
tiempo que una tristeza grave contraía los
labios rosados y velaba los ojos profundos de
la .Musa.. .. ..
-¡Oh profanación! murmuró ésta, paseando
una mirada de lástima por el libro
impreso y viendo el oro; ¡oh profanación! ¿y
para clavar esas :flechas has empleado las
formas sagradas, los versos que cantan y
que ríen, los aleteos ágiles ele las rimas, las
músicas fascinadoras del ritmot .... _ . La
vida es graYe, el \"erso es noble, el Mte es
sagrado. Y o conozco tu obra. En vez de las
pedrerías brillantes, ue los zafiros y de los
ópalos, ue los esmaltes policromos y ue los
camafeos delicados, de las filigranas áureas,
en vez de los encaJeS que parecen tejidos
por las luulas, y de los collares de perlas pálidas
que llenan los cofres de los poetas,
has removido cieno y fango, donde hay reptiles,
reptiles de los que yo odio. Yo soy
amiga de los pájaros, de los seres alados
que cruzan t-1 cielo entre la luz, y los inspiro
cuando en las noches claras de Julio dan
serenatas á h~s estrellas desde las enramadas
sombrías; pero ouio á las serpientes y á
los reptiles que nacen en los pantanos. Yo
inspiro los idilios verdes, como los campos
:florecidos, y las elegías negras, como los
paños fúnebres, donde caen las lágrimas de
los cirios .. _ . pero no te he inspirado. ~Por
qué te ríes~ ¡Por qué has convertido tus
insultos eu ob ra de arte' Tú podrías haber
cantado la vida, el misterio profundo de la
vida; la inquietud de los hombres cuando
piensan en la muerte; las conquistas de hoy;
la lucha de los buenos; los elementos domesticados
por el Lto1nbre: el l.tierro, blando
bajo su mano; el rayo, convertido en su esclavo;
las locomotoras, vivas y audaces, que
riegan en el aire penachos de humo; el telégrafo,
que suprime las distancias; el hilo
por donde pasan las vibraciones misteriosas
de la idea. &Por qué has visto las manchas
de tus hermanos? ¿Por qué has contado sus
debilidades? ¡Por qué te has entretenido en
clavar esas :flechas, en herirlos, en agitar ese
cieno, cuando la misión del poeta es besar
]as heridas y besar á Jos infelices en la frente,
y dulcificar la vida con sus cantos, y
abrirles, á los que yerran, abrirles amplias,
las puertas de la Virtud y del Amor' ¿Por
qué has seguido los consejos del odio' ¿Por
qué has reducido tus ideas á la forma sagrada
del verso, cuando Jos versos están
hechos para cantar la bondad y el perdón,
la belleza de las mujeres y el valor de los
hombres? y no me creas tímida. Yo be sido
también la Musa inspiradora de las estrofas
que azotan como látigos y de las estrofas
que queman como hierres candentes; yo soy
la Musa indignación que les dictó sus yersos
~ Juvenal y al Dante; yo inspiro á
los Tnteos eternos; yo le enseñé á Rugo á
dar á los alejandrinos de los Castigos, clarineos
estridentes de trompetas y truenos de
descargas que humean; yo canto las luchas
de los pueblos, las caídas de los tiranos, las
gran~ezas de los horn bres libres ... . .. pero
Los Lunes del Oorr e o
no conozco los insultos ni el odio. Yo arrancaba
los cartelones que fijaban manos desconocidas
en el pedestal de la estatua de
Pasquino. Quede ahí tu obra de insultos y
de desprecios, que no fue dictada por mí.
Sígue profanando los versos sagrados y conviértelos
en :flechas que hieran, en reptiles
que envenenen, en Inris que escarnezcan;
remuéve el fango de la envidia, recóge cieno
y arrójalo á lo alto, á riesgo de mancharte,
tú que podrías llevar una auréola si cantaras
lo sublime; activa las envidias dormidas.
Y o voy á buscar á los poetas, á los
enamorados del arte y de la vida, de las Venus
de mármol que sonríen en el fondo de
los bosques oscuros, y de las Venus de carne
que sonríen en las alcobas perfumadas;
de los cantos y de las músicas de la naturaleza,
de los besos suaves de las luchas ásperas;
de las sederías multicolores y de las espadas
severas; jamás me sentirás cerca para
dictarte una estrofa. Quédate ahí con tu
Genio del odio y con tu Genio del ridículo.
Y la Musa grácil y blanca, la Musa de
labios rosados, en cuyos ojos se reflejaba la
inmensidad de los cielos, desapareció del
aposento, llevándose con ella la luz diáfana
de alborada de Mayo y los olores de primavera,
y el poeta quedó solo, cerca de la
mesa cubierta de hojas escritas, paseó una
mirada de desencanto por el montón de oro
y por las páginas"de su libro satírico, y con
· la frente apoyada en las manos sollozó desespera
u amen te.
JOSÉ A. SILVA
Joven todavía, Julio F16rez es quien lleva
actua_lmente en su mano el cetro de la poesía
lírica en Colombia. Allí, donde el ardiente
verso lírico es flor de planta indígena que
vive en perpetua primavera, es necesario
poseer numen altísimo para llegar á merecer
por unanimidad el glol'ioso dictado de
pt"imer poetl,,
Hay en Colombia muohos buenos pQetas
que han escrito más versos que Julio Fl6-
rez ; hay otros, oomo Guillermo Valencia,
que cincela ·n mejor que él las estrofas de sus
cantos, pero ninguno le iguala en sentit· y
en hacer sentit· la ardiente poesía viva y vibrante
que en raudal sonoro se desprende de
su alma virilmente atormentada y realmente
~stremecida.
De ahí su fuerza. Creería uno que al po.
oer la mano sobre una página de versos suyo
s, va á sentir el calor de la vida, como se
Eliente sobre la piel de una ave. Su dolor es
fincero, por eso la expresión de su dolor es
justo. ¿De qué sufre? Del mal de la vida.
De ese grave mal que ha atormentado á tántat~
almas escogidas, á las más exquisitas almas
que ha producido la humanidad en todos
los eiglos. Sufre de ese ''nuevo dolor ''
que según Víctor Hugo, inventó Baudelairtl.
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Los Lunes del Oorreo
S61o que ni es nuevo ni es inventado: lo
nuevo, lo inventado por Baudelaire fue el
saberlo expresat· y el hacerlo senti1·.
Algo semejante sucede con Julio Flórez.
Mientras otros poetas, Gntiérrez N ájen,
pudieran llamarse los poetas de lo blanco;
6, como Rubén Darío, los poetas de lo az'ltl,
Julio FJórez es el extraño poeta de lo negro.
Las flores negras de Flórez exhalan el
mismo perfume que las Flo'res del rnal de
Baudelaire; unas y otras se han nutrido con
la misma ~avia trágica; ambos poetas han
extraído de esas flores un licor raro, quizá
el mismo licor desconocido con que se em .
briagó Edgar Poe antes de escribir El
Cuervo.
Y si ''está escrito" que alguno de los
poetas jóvenes de América haya de legar al
mundo un nuevo poema como El Cuervo,
ese poeta será Julio FJórez. Cuando abro los
paquetes que me traen periódicos de Colombia,
siento misteriosa emoción de inquietud,
porque oreo que en alguno de ellos voy á
encontrar ese poema.
Hasta aquí lo que puede expresR.rse al correr
de la pluma, acerca de un gran poeta,
en unos cuantos renglones impresionitltas.
162
Julio Flórez pertenece á ese grupo escaso
pero magnífico, formado por vates extraordinarios
que aparecen de tiem'Po en tiempo,
y cuya obra debe ser estudiada por los antropólogos,
á la luz de la psicología oientf.
fioa, más bien que por los hombres de le.
tras. Aunque, para hablar con exactitud, ha
llegado la hora de que la crítica artística no
merezca oste alto nombre sino cuando está
vaciada en los sólidos moldes de la ciencia.
A esta crítica corresponderá el estudio
formal de las obras poéticas de Julio Flórez,
y entonces sabremos bien por qué sus versos
van de boca en boca estremeciendo las
alma1:1, como sabemos por qué el rubor colora
las mejillas y por qué el ari'l del Fausto
acelel'a más que cualquiera otra música los
latidos del corazón.
Y sabremos también en qué consiste que
el poeta haya encontrado en los brillantes
matices de las flore~ el fúnebre color que
simboliza la muerte, y cuál es la causa misteriosa
de que sus versos, azules como el cielo,
sean á la vez acerbos como el mar.
FRANCISCO A. G AMBO A
(De La Quincena del Salvador).
(En un álbum)
La luna es el lloro triste
Que el cielo pálido vierte
Ouando la tierra se viste
I
De un vago crespón de muerte.
(¡Musa sutil! En las horas
Del silencio, me importuna
Tu canción ¿ Acaso lloras
Lágrimas como la lu~a f)
Las estrellas que en derroche
De luz, van por los inciertos
Espacios, son en la noche
Las lágrimas de los muertos.
(-¿Qué hiciste, Musa, el violín
Donde cantabas enantes f
-Lo he roto ya en el festín
De la vida,. _ del esplín ....
-¡No cantes, Musa, no cantes!)
B. PALACIO URIBE
Era verdaderamente una tentación para
Paco el Levantino aquella guitarra de palosanto
con mástil de ébano, el clavijero de
marfil y adornada con una moña de vivísi._
os colores.
Cada vez que pasaba por el baratillo detentase
en su puerta para recrear sus ojos
en el ambicionado instrumento, á cuyos sones
y tañido por su mano quería él cantarle
su cariño á su Trini en tangos y en soleares,
y aun en seguirillas gitanas.
Y un día, día en que á su buena voluntad
para el trabajo, vióse con un puña-
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
163
do de dinero en el bolsillo, penetró en el
poco lujoso establecimiento, y
-¡,Cuánto vale ese avichucho' preguntóle
al baratillero, cogiendo cuidadosamente
la guitarra y haciéndola vibrar diestra y
suavemente sus cuerdas.
-A ver si dejas eso en su sitio, repúsole
desdeñosamente el Sr. Curro ; déjala y no
jurgues, quepa mercar tú eso necesitas hipotecar
jasta la luna.
-¡Pos no tengo yo muchos pa'rneses, camará!
exclamó Paco golpeándose el bolsillo
del pantalón, convertido por él en caja
de caudales.
-Qué es eso, chaval, ¡has vondfo alguna
arción del Banco i
-He veodío el túnel del Chorro; conque
vamos á ver qué vale esta alondra, que es
lo que me interesa.
-Pues esa alondra vale un millón y un
pico.
-Y ese pico es dfi chami1·i ú es el de
Tenerife.
-Ese pico, si yo te la vendiera que no te
la venderé, seria de ocho duros y tos los
ocho alfonsinos.
--¡Ocho duros! Camará, con ocho duros
me traigo yo de Sevilla la Giralda y de Córdoba
la mezquita.
-¡ Y sabes tú lo que ti es en las manos Y
.Eso que ties en las manos es un fenómeno.
-¡ Conque ocho duros por el fenómeno,
eh, Sr. Curro 7
-Pero no te la vendo, no te la puedo
vender, y déjala ya ahí y no la jurgues más,
que respinga.
Paco dejó tristemente la guitarra en donde
estaba y salióse pensativo á la calle;
¡ocho duros, es decir, todo el capital que
posefa, todo el dinero que había ganado trabajando
toda una quincena fuera de hora,
rompiéndose el alma y dejándose pegada la
vida al banco del trabajo.
Además, aquel dinero ya no le pertenecía
; teníaselo prometido á su Trini,
á su compañera, á aquel encanto de sus
ojos, á la que tenía pobremente vestida;
pero ropa se encuentra todos los días, y
mientras más tardara en hacérsela, más
á la moda estaría; y guitarra como aqué·
lla, de corte tan gracioso, con sonidos tan
limpios y sonoros; guitarra, en fin, como la
tan codiciada por él, no se encuentran de
lance más que de higos á brevas.
Y pensando en esto estaba el Levantino
en mitad de la calle, cuando un nuevo parroqaiano
que penetró en el establecimiento
dirigióse al baratillero, con el cual púsose
á hablar, al par que acariciaba distraídamente
las cuerdas de la guitarra.
-Ese se la va á llevar, pensó .Paco; y
penetrando rápido y decidido en el baratillo
y encarándose con el dueño, díjole al par
que arr~~oncaba bruscamente la guitarra de
manos del desconocido :
-¡Vale cinco duros como cinco soles! ¡O
como cinco pnñalaítas que nos peguen á los
dos!
Los Lunes del Corro
-& N o te he dicho ya que nó, que no
puée ser'
-& Y seis' lo Seis duros acabaítos de acuñar~
-Que n6, te digo.
-¡Por tó lo que tengo, ocho chuscos, ¡y
no me pestañee usted siquiera porque lo
mato!
Y diciendo esto, sacó violentamente Paco
el Lev antino todo el capital que poseía, y
mostróselo en la palma de ]a mano al baratillero.
Este miró un momento lleno de incertidumbre
la cantidad ofrecida por aquél ; y
después, apartando de ella los ojos, repúsole
con voz grave y como el que acaba de realizar
un acto verdaderamente heroico .
-No puée ser chav6, y lo siento; pero
mi palabra es una escritura, y esa guitarra
está ya vendía, y tengo dineros tomados en
señal y no puée ser lo que tú quieres, manque
me dieras á ganar pa comprar un lagar
en los montes ó una cortijada en la vega.
Il
Cuando Paco, tras sonado entre ambas
manos, entregó el dinero á Trini, ésta sentóse
junto á su marido, lo rodeó el cuello
con los mórbidos brazos y lo besó repetidas
veces en la cara.
-Vamos, díme, ¡qué vas á jacer con esos
cuatro chavitos! preguntóle Paco correspondiendo
pródigamente á las caricias de Trini.
-Estos dineros, ¡no son míos, no son
para mí solita, para que yo me compre lo
que me dé la gana 7
-Sí, señora, pa. usté solita.
-Pos entonces ... me compraré.-.- me
compraré ....
-Una chaquetilla granate, ¡eh !
-Güeno, una chaquetilla granate y ... no
me preguntes más, porque no te lo digo,
manque me jagas una novena.
-Güeno, está bien; ya te veré puesto el
que te compres; pero supongo que el pañuolo
que te trajo señá Pepa la Vendeora, ese
sí te lo comprarás. ¡ Y que no vas á estar
tú mú bonita con él, y que no tenías tú mucha
gana de cogerlo!, ¡, verdá, delirio! -¡y aya, como que es una preciosidá!
-Mira, lo por qué no haces una cosa ?
-¿ Qué quieres que haga!
-Mira, que vayas de un boletón á casa
de señá Pepa, y te traigas el pañuelo, no sea
cosa que le vaya á salir marchante y vayas
á quedarte sin él.
-Pos, mira, no está mal pensao eso, ahora
mismito; ¡vas á venir conmigo!
-Nó: te espero aquí, pensando en lo rebonita
que eres.
-Pues yo vuelvo á menos que canta un
gallo.
Y levantándose Trini alborozada, con los
hermosísimos ojos radiantes de júbilo, mal
trenzada la obscura y luciente cabellera,
sonrosadas las curvas y aterciopeladas mejillas,
y la boca fragante y sonriente, y co·
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Lo..s Lunes del Oorreo
locando sobre sus hombros un mantón negro,
salió de la estancia; arrojando como despedida
sobre su marido una maliciosa y cariñosa
mirada.
III
No se enteró Trini de lo que las gentes
decian al verla pasar; no fuE'ron seguramunte
advertidos por ella ni la codiciosa mirada,
ni el chispeante n•qniebro con los que los
mozos del barrio celebraban su hermosura,
el garbo de su persona y_ el ritmo acompa!
ado y gallardísimo con que parreía resbalar
entre ellos.
No se enteró seguramente Trini de
aquello, repetimos. Su Paco llenaba su corazón
y su pensamiento, y pensando en su
Paco y en sus buenas acciones, cruzó calles
y calles y penetró al fin jadeante, no en casa
de la señá Pepa la Vendeora., sino en casa
del Sr. Curro, el baratillero.
-Aquí me tiée usté ya, Sr. Curro, exclamó
dejándose caer fatigada sobre una silla.
-¡ Hóla, prodigio 1 Que Dios te ponga.
un beso en cá poro, y que me dé á mi el encargo.
-t Pa qué, eso? ¡ Pa que se le pique á
usté la dentadura !
-¡ Cá, tú no sabes lo firme que tengo yo
el esmalte I ~Y qué es lo que te trae por
aquf, salero 01
-Pos que Yengo por fin por esta señora,
replicó Trini cogiendo ]a guitarra. _,Y vienes por ella sola ú acompañát
-Acompañá de estas treinta y una co lumnarias,
que con cuatro que tiene usté ya
en su poder suman, si no me equivoco, los
siete duros del trato.
-Justos y cabales, dijo el baratillero
después de contar, mirar y remirar las monedas,
y no dirás tú que soy informal pa mis
cosas; jace un rato no he querío venderla
con un duro más encima de lo que tú
me has dao ; pero yo soy asín, y lo mismo
que no tengo más que un terno, no tengo
más que una sola palabra.
-¡,Y quién ha sío ese capitalista que ha.
querio darme ese disgusto? preguntó con
voz indiferente Trini.
-Un chavalete casi, más negro que el
cordobán y con toa la cara llena de lunares.
-¡,Con la cara llena de lunares~ ¡Qué
señas tenía ese cabaHeru 7 preguntóle po·
niéndose seria Trini.
-~Le vas á jacer el padrón ú lo vas á citar
á juicio 7
-¡Hombre! acabe usté ya de una vez:
¡, qué señas tenía ese cabayerazo ~
-Pues ya te las he dao: más negro que
el carbón de có, con la mar de lunares en el
sitio que más se nos ve, con los ojos grandes,
no mal edificao, con una venda en la zu·rda,
y muy aficicmado á toser cuando el hombre
le da en el gallillo y á cojear una miajita
cuando le aprietan los brodequines.
Trini, á medida que aquél hablaba, habíase
ido poniendo triste y meditabunda, y
1
164
cuando el Sr. Curro hubo terminado de hablar,
llevando medio oculta la guitarra por
el mantón, salió Trini del baratillo sin acordarse
siquiera de saludar al dignísimo baratillero.
Y cuando veinte minutos después, aun
lleno de sorpresa y de júbilo, lmbo Paco
concluido de templar la primorosa guitarra,
díjole Trini con acento ll<'\no de ternuras y
de reproches :
-Tóca murcianas, que quiero yo cautarte
una copla para ti solito .
Y fl. Jos sones de la guitarra, maravillosamente
tañida, cantó Trini con voz dulce y
de quejumbrosas cadencias:
"No son que1eles, querelPs
de los quereles que igualau,
si unos dan lo que les sobra
y otros dau lo qne les falta.''
ARTURO pgyES
fA lSA~
Hosca noche de invierno la llanadlt
Y los montes altísimos domina;
En jirones se parte la neblina
Sobre oscuros peñascos enreoatla.
Bajo el cárdeno cielo que fulmina
Al estruendo de hrouca marti liada,
La melena del bosque remolina
Por el áspero vi to l camino.
Y á los muros en ruinas y d(>siertos
Salta un gato nervioso que maúlla, ·
Con los ojos noctílucos abiertos.
v. M. LONDON'O
)lACIA LO l~Fll-{ITO
.... -
Tened pacienc:ia.-aconsejaba el Cura
cruzando I'Us manos re:igrJadameute bajo
su ro tro marchito ror la difícil y laboriosa
interpretaci6n de los libros 1nísti.
cos ;-pues la inagotable bondad de Dios
jamás separa en la otra vida á les que
supieron ser, en este bajo mundo, perecedero
y mn.lable, e. pejos aceudrados de
fidelidad y de cor stancia. La condesa
rouri6; ¿qué importa 1 Su nusencia es
temporal; vos moriréis también, y ella,
que acaso fsté esrucbfindono8, saldrá _á
recihiros para llevar O'~, como por la mano,
hacia aquella., lejanías donde la 1 uz in.
creada resplande< e.
El conde hizo un gesto negativo de
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
165
inexorable y amarga convicción. Os en.
gañáis, dijo; los muertoR no esperan á los
vivos, aunq ne sabios textos afirme u lo
contrario. Los muertos se -vau, los muertos
caminan, alejándose perpetuamente
de 11osotros ; es un movimiento que arlquirieron
las almas al nacer y que nada de.
tiene. Como nosotros caminamos por el
mundo, así van eliM, arrastrando á leutos
paQ,os por los caminos flotantes de> la eter.
nidad sns sudarios blancos. Redimidas 6
precitas, las almas avanzan siempre con
andar rítmico, que las obliga á ir solas.
Los círculos del paraíso dantesco no flxisten.
Por eso t~stoy cierto de que nuuea.
daremos alcance en la otra vida á los se.
res amados que fallecieron antes que nos.
otros.
Y afia.dió tras una pausa, durante lA.
cusll sus cejas canosas, llenAs de noble
autoridad. ~-;e contrajeron fierarnente bajo
la ancha fre•• te arrugada por el dolor:
-Y o be o! Llo andar á Rol: a Bla u ca;
sus pierecitos ca minan, caminan . Algo
sobr<>hun•aHo la empuja por la espalda.
Ya 111.1 la veré nunca. Cuando yo muera,
ella irá muy lejos ...
Calló, ahismando sus miradas severas y
agudas e u la ardiente entraña del hogar,
donde los leños, flagelados por las disr·iplinas
mordientes del fue o, morían cantando.
El conde Fadrique pasaha de los
cuar~nta años.; uua barba puntiaguda
prolongaba mefistofélicamente sn rostro
seco y largo; lo blancos bigotes &e retor.
cían bajo la aguileña nariz, descuhrieudo
la ex:presi6r. imperioBa y desolada de lo.
labios. Vestía ropa ceñida de terciopelo
negro con mangas acuchilladas y brahones
y holgados gregüescos ; al rededor de la
cabeza un cuello de lechuguilla extendía
!\UR rizadas nieves.
El anciano Capellán reflexionaba, mos.
trando, sobre el negro fondo de sn sotana,
la mancha pálida de sus manos exaogües,
cn1zadas por el hábito de la súplica. Las
llamaradas del hogar arrojaban las sombras
de los dos interlocutores muy lejos,
prolongándolas con dislocados perfiles
por la amplitud del vasto salón oscuro;'
interrumpiendo la uniformidad tenebrosa
de las paredes, algunas armaduras insi.
nuaban sus fieros y brillantes perfiles. El
viento gemía en las barbacanas; bajo la
tormenta, las puntiagudas techumbres del
Reñorial castillo retemblaban ; quebrando
el silencio de la noche, el mar embrave.
cido alzaba al pie de los acantilados su
grito polífono ...
Yo es aseguro, repitió el conde, que
á Rosa Blapca n.o la veré nunca. Cuaudo
yo mue~a, ella sentirá mis pisadas, como
Los Lunes del Oorreo
yo oiré las suyas ... y la desesperaci6n de
no reunirnos llerá nuestro tormento.
El Capellán miró al condl:) buscando en
sus facciones un rasgo de locura. El conde
Fradique compreudió.
-No, dijo, no e~toy loco. Hay, en el
fondo de todo fsto, un terrible secreto que
voy á confiaros. Cierta noche me hallaba
en la. cripta rezando de hinojos por la que
táuto amé. Después acercánuome á su
tumba, abracé su e,tatua yacente y per.
manecí inmóvil, los labios apoyados sobre
sus mejillas de piedra. De pronto, en el
1-ilencio del subterráneo, cavado, como sabéis,
á pico, en el granito de la montaña,
oí ruido de pasos; aquellos pRsos venían
de la tierra y eran cada vez más apagados,
m1ls tenues, como si alguien caminase
hacia abajo .. y aquel eco tenía la tristeza
suprema de los muertoR que, luég<> de
mirarnos, cierran los ojo¡.;. U u sudor frío
bañrS mis sieoe~: acababa de comprender
que aquellos pasos eran los de Rosa Blanca,
andando eternamente de espaldas á la
vida.
Se detuvo; el dolor le estrangulaba, la
desesperaci6n Je retorcía los brazos. El
Uapelláu preguntó :
i Y después 1
-Cogí un pico, y hacieudo esfuerzos
Rohrehurnanos, levanté la tapa del sarc6.
fago . El urouce del ataúd resplandeci6
bruñido por la luz de los cirios; me acer.
qué, aplastando la nariz contra el cristal
que permitía ver el rostro de mi muerta;
pero el cri tal e taba empañado y nada
pude ver. Un horrible presentimiento me
ncometi6. Entonces abrí la caja; un in.
tenso olor de flores marchitas me envol·
vió; la almohada que mis manos pusieron
bajo la cabeza de Rosa Blauca, conservaba
el aroma rle sus cabellos ; el ataúd, en
suma, tenía el ambiente perfumado del
lecho donde ha dormido una mujer hermosa.
Pero Rosa Blanca no estaba allí ...
i Por qué puerta se fue 1
El Capellán se e&tremeció.
-i Estáis loco? gritó ; i qué me decís i
-L~ verdad.
-Luego la tumba donde creíamos que
el cuerpo de la condesa reposaba .. .
-Está vacía.
-¡ Va(\ía! repití6 el Capellán.
-Sí, Rosa Blanca se había marchado,
y yo la oí andar, con lentos pasos, á lo
hngo de esas galerías subterráneas que
s6lo los muertos conocen. Desde entonces
paso los días y las noches allí, llorando
sobre el&arc6fago deshabitado, escuchando
c6mo ella se va ; sus pisadas se oyen perfectamente.
Venid, Capellán; venid y oíd.
las vos mismo.
r -=rUBUCI\
·~, A!?p._l'.¡GO
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Los Lunes del Oorreo
Cogi6 una tea, que encendi6 en el hogar
y ech6 á andar seguido d e l Cura·
.cruzaron varios salones, desr endieron un~
pendiente y retorcida escalera, atravesaron
otr.os vastos a~osentos subterráneos, y ~i gu¡
endo un dedalo de es calerilJaq y corre.
dores, llegaron á la cripta flojameute al u m.
brada por el resplandor amarillento de los
cirios puestos sobre grandes y macizos can.
delabros de plata, y entri. tecida, con tris·
teza augusta y magnífica, por las estatuas
yacentes de todos los tataradeudos del
conde Fadrique, acostados los más de ellos
en ac~itud de cúbito supino, levantando al
espaCio sus semblantes de virtuosos castellanos
6 de bravos guerrero~, pulidos por
el suave gotear de las horas.
El conde se había echado de bruces so .
bre el sarc6fago de Rosa Blanca casi de
rodillas, los brazos abiertos, esÚrando el
cuello con un gesto de vehemente ansiedad.
-i Oís 1 murmur6.
El C~pellán no contest6; sus tímpanos
no perCibían el menor ruido; el s ilencio de
aquel lugar profundo, adonde los aritos
de la tormenta no alcanzaban, era ~bso .
luto. El conde prosigui6:
-Son sns pasos majestáticos, s u andar
como de reina, bondadosa y maanífica ·
en el ritmo ondulante de su cuerp; llen~
de gracia y de virtud .. . '
Qued6se inmóvil e sc uchando ; era un
and~r sempiterno, irresis tible, como e l
cammar de los relojes y de los astros .
-iN o oís nada, Capellán 1 dijo.
-Nada, señor.
-i Es posible?
-Os juro por mi honor que nada oigo.
Sin duda el eco de esos pasos d e que ha.
bláis vive en vuestro cerebro . . .
El conde Fadrique se irgui6 gallardo ·
una grave e x presi6n de desdén compasi v~
eodureci6 sus facciones altaneras.
-Lo creo, e:x:clam6, porque Jas almas
vulgares, nada que no sea material y gro.
sero, comprenden. S6lo los visionarios
desequilibrados, como yo, por las exalta:
ciones de amor 6 de la fe, oyen los musi.
teos con que los muertos nos llaman desde
la otra vida.
EBUARDO ZAMACOIS
-~--
pxos
(TEMA ÁRABE)
En una noche tétrica y sombría
Que ningún astro con su luz alegra,
Dios ve una hormiga negra,
La. oye y su marcha por las sombras guía.
1996. EDUARDO EOHEVERRÍA
168
ft UNA NElVAl'{A
En la brillante 1 uz de tu mirada
Luce el candor que tu existencia anima
Y en tu alma soñadora y delicada
Ostentas la blancura inmaculada
Oon que adorna su cúspide el Tolima.
1906. EDUARDO EOHEVERRÍA
Ouando yo muera, que cubran
con mis cantares el féretro,
que pongan por almohada
mis coronas y mis versos;
quiero llevarme conmigo,
á la sombra y al misterio,
todo lo que en este mundo
brotó de mi pensamiento.
Que me lleven mis amigos
sin lágrimas y en silencio,
al rincón más solitario
del sombrio cementerio.
Que cuide, que cave honda
la fosa el sepulturero;
donde no sea posible
que llegue á turbarme un eco;
que allí me dejen, que olviden
mi paso por este suelo,
6 que, si se acuerdan, digan:
-Sufd6 mucho, pero ha muerto.y
yo don:airé, entre tanto,
soñando, si acaso sueño,
con mis desdichas postreras,
con mis amores primeros,
con las tardes del Otoño
y las noches del Invierno,
en que, llegando á mi puerta,
la Musa, tocaba quedo,
se iluminaban de pronto
las sombras de mi aposento,
crujía mi negra lámpara,
lanzaba quejas el cierzo,
yo deshojaba tranquilo
las :flores de mis recuerdos,
y ella, tomando mi frente,
que sellaba con un beso,
las blancas alas abría
para remontarme al cielo. ,.
* * Y como estará cercado
con mis cantares el féretro
tal vez bese mis coronas,
quizá recite mis versos;
y si en ton ces toma forma
lo que qued6 en el cerebro,
-cual después de los festines
en la copa quedan luégo
las rojas heces del vino-si
aun se agita el pensamiento,
os juro que algunos años,
después del triste suceso,
han de brotar de mi tumba,
hechos :flores, cantos nuevos!
LUIS G. URBINA
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
167 Los I.Junes del Correo
~RASE UNA GRISETA ___ _
¡Y por qué profundizas en mi sér tu ironía
con el fiero sarcasmo de tu reír felino 7
En tu labio una frase sentenciosa adivino:
La envenenada frase de tu galantería ...•
¡Acaso el vino pone en ti falsa manía
de reír locamente? Pues no tomes más vino ....
Vén y sigamos juntos nuestro alegre camino :
no importa lo que luégo diga la Burguesía.
Y mientras los burgueses rían ingenuamente,
yo tocaré la flauta y tú la pandereta,
y así nos burlaremos de la vida inclemente.
Mas, ¡ríes f .••• Te comprendo, eres una griseta
y yo buen bizantino: no seré el imprudente
que comparta con tigo mi vida de poeta.
JULIO CESAR AROE
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como lupulo de Bohemia y Bav1era superwr, malta de cebada colombia- 1~
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aegún su examen comparativo con las demás cervezas. 1¿1 ~
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Citación recomendada (normas APA)
"Los Lunes del Correo - N. 14", -:-, 1906. Consultado en línea en la Biblioteca Digital de Bogotá (https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/3690788/), el día 2025-05-25.
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