LA JER
--~+---
Directores: RlJ y FAR
SERIE III } Bogotá, Marzo 4 de 1896 { ~UM. 31
LA MUJER
SENCILLEZ
¿ Creéis, amables lectoras, que
os vamos á hablar de seneillez,
aquello qne se entienue por majadería
? N o, señoras, es de otra
cosa enteramente diferente. Es ele
una cosa en que tal vez algunas
de vosotras no os fijáis con detención,
á pesar de vuestra perspica-
• cia, de vuestro talento y de vues·
tra muy buena voluntad.
La mujer, en todo caso y en
toda circunstancia, hace lo posible
por agradar al hombre. Esto es
muy natural, muy corriente y
hasta un deber. Sin embargo, en
algunas ocasiones os dejáis llevar
por vuestro capricho; capricho que
está en completa pugna con el
gusto de los hombres.
Cuando estáis al frente de vuestro
tocador, peinando vuestra hermosa
cabelJera, poniéndoos una
hermosa joya, ó arreglando vuestro
rico .traje, de seguro estáis
pensando en agradar á los que os
vean, y con mayor razón á vuestro
prometido, si lo tenéis.
Pues bien: en esos momentos
tal vez habéis desechado un sencillo
traje de o]án 6 de muselina por
uno de rico terciopelo 6 Taliosa
seda; la hermosa cinta que ador·
naba vuestra garganta por un costoso
collar de perlas ó de diamantes;
habéis botado al suelo la sen-cilla
flor que adornaba vuestros
rizos, por un gancho en que se ostenta
una piedra preciosa. ¿Y todo
esto por qué? Porque creéis que
de esa manera vais á agradar mejor
á los hombres, á las tn ujeres
y á vuestro prometido. ¡Funesto
error ! ¡ Raro capricho !
Con vuestro sencillo traje de
ohtn 6 de muselina, mostrabats
vuestros quince años, vuestra elegante
forma, vuestro delgado
talle; y P-n vuestros movimientos
rápidos y sencillos, dejabais ver
vuestra viveza y vuestra elegancia.
Con el rico traje de terciopelo
que tenéis ahora, mostráis cinco ó
diez años más de los que tenéis·
vuestros movimientos son forza:
. dos, y no deja hacer notables vuestras
esbeltas formas.
Las joyas os pesan demasiado . . ' y por consiguiente ese tan gracio-so
tnovimiento de cabeza que teníais
ayer, lo habéis reemplazado
con un n1ovirniento sin gracia,
perezoso y pesado; en fin, habéis
perdido la mHad de vuestros en·
cantoa ~
Ahora, comeneemos por vuestro
p:ometido que, de seguro, es
el pnmero que os ha visto y á
quien permitiréis le cedam~s el
primer puesto.
Ayer, cuando os vio con vuestro
traje de olán, vuestra cinta en
la garganta y la sencilla flor que
lucfais en vuestra cabellera, no
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
242 LA MUJER
pensó en otra cosa sino en amaros
más y en que la fecha fijada p~ra
vuestro enlace llegara pronto ;
hoy, cuando vio esos costosos trajes
y avaluó vuestras joyas, pensó
en su capital, no muy grande, en
_ la dificultad de ganarse }q. vida,
en lo trabajoso que le seria sostener
ese lujo y ostentación, y, en
fin, temió que se llegara pronto la
fecha señalada para el matrimonio.
Las mujeres que os han visto
así, todas han contero piado vuestra
belleza y la han admirado ;
pero ninguna ha dejado de criticaros.
En cuanto á los hombres_ ...
¡qué hermosa les habéis parecido
.. ! pero •. · - ¡qué costosa ... !
Ellos saben admirar la hermosura,
sn.ben avaluar las joyas; pero
aman más, y les conviene mejor,
como á vosotras, la sencillez.
RE(J.AÑOS AL OORAZON
Este pedazo de carne que tenemos
dentro del pecho es de Jo más variable,
á consecuenciA, sin duda, do que nece ·
sita de impresiones, sean Vl;!rcht(lcrns ó
falsas, como dice Dumas. El mío ea el
más inquieto, voluble é inconstante, y
me ha hecho pasar algunas, que ....
En la semana pasada, por ejemplo,
!ui á una tertulia y estnve al prinCipio
entre indiferente y amable con todas;
me hallflba por en ton.ccs poseído do ese
orgullo que nos hace creer que estamos
encant~dores y que, si no toda8, por lo
menos t1es ó cuatro están que ee dan
tres caídas y un tropezón por que las
miremos una vez siqniora; en una pa·
labra: estaba desgajando flore s. PaEenba
la mirada en contorno mío con la in·
diferencia de n sultán, y me gloriaba
de poseor t<>doa &quellos corazoncitcs
que con la menor indicación, con una
sonrisa, se me habrían rendido; yo era
un músico que, al pulsar cuaJquiera tecla~
habría producido un sonido.
Por fin se me antojó salir de eae estado,
y me enamoré; nada más fácil; y,
para colmo, se le puso á Matilde estar
esa noche encantadora: tenía traje blanco
y tan sencillo, que me parem6 leve,
aéreo, vaporoso; au cintura, dócil al
menor soplo, como una columnita de
humCl, pudiérala haber encerrado entre
uña pulsera sin el menor esfuerzo.
Nil,gún adorno tenh el traje en
el pecho, y además est~ba tan rolliza,
tan blanca, tan tersa, con mej tlías tan
rosaditas, con ojos t~n lind0s, tan seductores,
y con beca ¡ay! con boca ...•
tan carmínea, tan dulcemente en ganadora,
que hubi era seducido á un santo.
Pero aún no he acabado, que la sencillez
es digna de que se admire: sobre la
frente y al empezar el pelo color de aza·
bache, tenía un u corona de azahares
(¡qué mal nombre tiene esa florl) que,
dejando caer sus botones sobre la frente
alHbastrina: paredan apostar cuál de
los dos sería más blanco. Y si la hubieras
visto de pie, ¡qué cnerpecito
aquél! ideado no sería mejor. Se movia
sobre l os pies con una titilación que no
es más bella en la flor con que se chan·
cea una brisa. ¡Ah, 1-fatilde linda!
S alimos á bail r, y para colmo de fe·
licidades, tocaron un strauss. N os es·
tre chamo~ cuanto nos fue posible, y salímos,
no diré caminando, bailando ni
corriendo; íbamos volando. Bailar asi
! ea perder la idea de este mundo terrenal,
y volar como los ángeles por espacios
que tengan por atm6afera la ilu·
aión. Pedacitos de cielo qua nos sumargen
on un infierno son esos valses. 1\Iedia
noche pasámos juntos; lo que nos
djjimos queda para quien lo suponga;
ya pueden imaginarlo.
Cuando nos separámcs me dijo al
oído estrechándome la mano contra su
pecho:
-Tuya siempre.
-No me olvides, le contesté.
En eso quedámos y me fui á acostar.
Cuando estaba entre mi cama ¡qué
nube de ilusiones tan preciosas la que
pasaba por mi imaginación I Volteaban
al capricho mostrando tan distintas fases
y de tan diversos colores, como si
fueran nn iris: más no suena el musulmán
narcc~tizado por el opio. Matilde
con su dulzura, sus modales, sus ojos,
su amabi)jdad, su boca y su •..• tooa
era mía; ella misma me lo había prometido.
Y ¿creeréis que el corazón, conocién·
dolo ya como lo conozco, me hizo dormir
creyendo en todo esto de buena feP
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Lft. MUJER
Al día siguiente, que era lunes,
aunque ya no me sentía tan inclinado
como en la noche anterior, me fuí á vi·
sit~r á mi ~!atilde, á quien encontré
tan distinta, que llegué á dudnr de si
eeríu b miama. La mayor ptlrte de sus
en can toa se habían quedado entre las
aibanas y prendidos en la almohada.
Como tengo la mala costumbre de no
decir sino lo que siento, es decir, lo quo
el corazón n e aconseja que diga, estuve
en ,la visita displicente, mal humo·
rado y lacónico; la pobre de ~f tildo
quería ser la misma, pero el pícaro de
mi corazón se había propuesto hacetme
quedar ma1, y así lo consiguió; no dejó
sulir de los labios ni una palabra de
cumplimiento. Al fin ella hizo lo que debía:
se puso desdenosa y bravn, y yo
salí de allí con lus orejas hirviendo.
1fio fni para cas , y mo encerré para
pode desahogar mi cólera.
-¡Gran pedazo de carne! ¿Es ese el
modo ele portarse con una sef1orita?
Después de que me comprometes me
haces quedar como un malandrín. ¿Qué
necesida tengo yo mo también una do las
más bion educadas. finas é in inuantc•s.
!~o pertenecí á la,alt socio lad, es d -
cir, á lo que llamamos créme, pero PÍ á
uua distinguida familia de la capit d, y
ocupaba posición rt:ept!tab.e. Cuando la
traté por primera vez, no hacía mucho
tiempo quo había perdido su padre,
quien le había dejado bienes euficien te8
para podet· vivir en Bogotá con algunas
comodidaues.
Después de dos ó tns anos en qn~,
por circunstancias no explicables, ninguno
d' los dos habíamos tenido no ti·
cin. del otro, fui convidado en esta ciudad
á un baile que se dab,\ en casa de
un amigo mío. Además de que no tenía
intenciones Jo bailar e-a noche, medió
algún motivo especi, 1 por el q nc no
pude ir á la hora citada; y más biem por
hacer acto de presencia que por cualquiera
otra cosa, llegué á la fiesta, ya
tarde de la noche, casi á la mitad del
baile.
Aunque la sala en que s · bailaba era
bastante capaz, no por eso dejaba de ser
estrecha para la concurn ncia; y el
calor era sofocante á causa también de
la poca ventilación y de las muchas lu·
ces que adornaban el sal61~, cuya única
puerta daba á un corredor sin vidrieraE',
y por donde se colaba un aire frío que
penetraba por un pasadizo que tenia á
uno rlo Joalüdos.
A tiempo de mi llegada so estaba bailando
une pieza, y el duefío de la caea
se hallabn en•ac¡ucllos momentos en su
cuarto, adonde me dirigí parA saludarlo.
Estuvimos converc;ando largo rat~), de
manera que cuando mo separé de él y
llegué frente á la sala, se bailaba otra
pieza. ~fe de tu ve un rato en la f)Uerta
para ver quiénes bailaban y luégo reti·
rarme.
No hacía. un mon1ento qne estabn allí,
cuando oí en la sala, muy cerca de don·
de me hall
Citación recomendada (normas APA)
"La Mujer - N. 31", -:-, 1896. Consultado en línea en la Biblioteca Digital de Bogotá (https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/3687037/), el día 2025-05-31.
¡Disfruta más de la BDB!
Explora contenidos digitales de forma gratuita, crea tus propias colecciones, colabora y comparte con otros.