REP 'BLIC_-\ D~ COLOl\IBfA.-DEPARTAl\fENTO DE ~~"'\TI QL'L\.
Revista de Literatura, Artes y Cienciase
DlHEUTOlt
®abriel Jraforr.e.
AÑO l. Medellín, Diciembre de 1897. Número 4.
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
1.)2 EL l\ION'l' ÑÉS
VISITA TRNEl\10S
(E LA KA\ IDAD DE 1896.)
A Cristo en su lecho de pajas, oh niños.
Piado os y amantes habéis visitado:
Contad con que pronto la tierna visita
Vendrá, agradecido, Jesús á pagaros.
Hoy viene! Vestíos de gala en su obsequio;
Con música y flores salid á encontrarlo;
Servidle á la mesa sabrosos manjares,
Y vinos añejos verted en su vaso.
Ma , cuenta, no sea que al ver cómo viene
~ 1 H uésp d di vino, lleguéis á engañaros !
Del alma lo ojos abricl para verle,
Que 'lo con ésos podréis contemplarlo.
¿Creéis, por entura, que llega cu biert
De e pléndida veste, de fúlgido manto·
~eguido de larga, magnífica corte·
En carro de fuego, por ángeles guiado ?
¿ Contái con que trae ceñida la frente
Con áurea corona, y el cetro en la mano ?
Pue. , niños, entonces la augusta visita
O deja por siempre, por siempre esperando.
¿ Sabéi cómo viene? Modesto y humilde,
~in fuerzas ni aliento, vestido de harapo ,
Sin más compañía que niños y pobre ,
Doliente y enfermo, sin capa, descalzo.
Al veros anoche llegar reverentes
¡Oh niños queridos! al mísero establo
Do quiso la carne vestir de los hombres
Y á cuestas echarse los duelos humanos;
Al ver cuál doblabais rodillas y frentes
En torno á su cuna- que es símbolo santo
De cómo Dios ama la humana pobreza,
De cómo Dios quiere que el pobre sea amado;-
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DIMITAS .ARIAS
Al ver, alma pura , que a í comprendíais
La íntima esencia del dogma cri tiano,
Jesús complacido quedó de vosotros
Y quiso el obsequio desde hoy retornares.
Por eso hoy de pobres se llena esta casa:
La corte de Cristo, vestida de harapo ·,
La in ade, la anima, la alegra, la honra;
El Rey de los pobres la trueca en palacio.
Yá viene! Ve tíos de gala en su ob equio,
Con música y flores salid á encontrarlo,
Servidle á la mesa sabro o manjare ,
Y vino añejos verted en u vaso !
La Doctora, 2 5 de Diciembre de 1 8g6.
FIDEL C · o.
Dll\fiTAS .A.R A
(AL D T R t:RIBE A _ -G E L)
PORQUE ra de bahareque y p rque lo apuntalaban d o
palos por el costado de abaj y un diente d e tapia p r e l
interior, no se había venido al suelo aquel cascarón de
,.,......,,- .... .:../ca a. Era 1 techo un pelmazo gris de algo que a í pud
ser palmicho como carmaná, todo él constelado de parchones
de musgo, de lamas verduscas y de tal cual ma nojo
nuevo, puesto allí por vía de remiendo. Bardaban el caballete
ha ta cuatro docenas de tejas centenarias, por entre cuyas
junturas medraba el liquen y asomaban mustias y enfermizas unas
matas de viravira; pendíale por un extremo, desparramándo ·e
que era un gusto, un matorral de yerbamora fructificado además.
Era el interior una gran sala, con un tenducho de madera en el
ángulo frontero á la puerta de entrada, el cual se cerraba como
una alacena y olía á ratones y á viejo. De tierra apisonada, y
con muchos hoyos y rajaduras era el suelo. Dos ventanillos de
batientes partidos por mitad, alumbraban el local; daba el uno á
la Calle-abajo, y el otro, al Callejón de El apero, pues la casa
aquella estaba en esquina. Tenía tres puertas: la de entrada,
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una que comunicaba con un cuartucho, y la del interior: es ta
última se abría á un corredor húmedo; y esto era todo el edificio;
que el tingladillo que hacía las veces de cocina estaba ai lado
obra de doce varas más adentro. U na piedras medio enten
·ada en el suelo servían de pasadizo. Defendían esta propie dad:
un trincho, cubierto de maleza, por el lado del cé,llejón ;
do guayabos macho ' tres naranjo agrio y un saúco, entreverado
con unos palos carcomidos, por los dos lado restantes.
Arrimada á los cercos, hjlera de ruda y de eneldo, una mata
muy cuidé'.da de romero de Ca tilla y una· cuantas de ro a chag-
re. Detrás de la cocina, se extendía un solar inculto y pro in diviso,
que allá muy lejos tenía por lindero natural l arroyo
enlodado y fétido conocido con el nombre de El Sapcro. La ca -
a estaba ituada en la punta de la Calle-abajo, la Patagonia d 1
pueblo, como quien die ~ .
Era la e cuela.
La sección acababa de reunir~e.
U na leyenda, muchacho !-dijo el Maestro con t no d e
cariiio. o e tímulo .... y aquello principió.
De una banca donde e arracimaban ha ta do docena y
media de mocosas, se levantaban, creciendo, atiplánd en t -
rrible on onete, todos los horrore lel deletreo: cre-a-ra, cr c -i
ri, e oía p r un lado; be-a-ba, be-z"-bi, por otro; aquí, ese -a-cle
sal- crll-C-7.'C, sah'e ,· por allá, una trabazón de sílab§l· imposibl e d
desenredar. T tal: un Babel chiquito.
En la banca fr ntera, e alineaban como veinte var ne:, no
men atareados, no menos chillone que las chica , i bien al gun
· un tanto rave · por sus adelantos, cacareaban con más
formalidad, casi de corrida, y á pura memoria por upue. t o .
aquello de "por Ja eñal d la Santa Cruz enció Con. tantino al
tirano l\1agencio", pasaje de h cartilla que abría á aquello e -
tudiante , horizontes ublime en el cielo de la hi toria y d e l
arte. Cuando e llegaba á eso, e taba uno iniciado en los mi terío
de la humana sapiencia.
Separados del grupo, como lo dioses de la ma a de los
m01·tale , había tres ó cuatro por allá en un rincón. N o alzaban
mucho la voz, no señalaban el rengl 'n con el puntero, y, aunque
hacían muchos visajes, e tirando el pico, bizcando á rato ·,
apenas si miraban el catón. "A los azores, a\ es de rapiña,
cuenta San i\.lberto Magno", cantaba éste; '"'San Lui , Rey de
Francia, al acostarse con sus hijo ", cantaba aquél; y, absorto ·,
émbebecid · en su grandeza, en los ejemplos estupendo del libro
inmortal de San Casiano, ni cuenta de la vida ni de u propi o
sér e daban estos sabiondos.
Compitiendo en aplicación, en apuros y en afanes, pronto
se can aban los dos bando . Era entonces el rascarse la cabeza,
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DnriTAS ARIAS
el bostezar tedio ·o, el estregar e uno contra 0tro aquellos
cuerpecito~ . Venía un aleteo rumoro o de cartillas, catone y
cito!egias; ya no había Constantino ni M agencio~. ni los buey;s
71ZllgÍa1l, 1lz' tz"raban de los carros, ni araban la. tiCJTa / caíanse al
suelo 1 punteros, ) había que irlo á bu<·car; una muchacha
pellizcaba á u compaiiera; un rapazuelo metía las mano en lo·
bolsillos, las sacaba y hacía fieros; el otro le arrebataba 1 s corozos.
Llega el momento de la quejas: "que éste me está
crrempujando", ''que Carmela me jurgó", "que Toto rpe rompió
la ruana"· á la vez que de banca á banca e acan la. lengua ~ ,
se hacen gesto, y aquel murmullo define en · alboroto e!
veras.
Siga la leyenda !-grita el Mae tro.
Ni por ésas. :Muchos se atropellan y q uicren ir á dar b. lecci
'n, todo á una. Como pocos la áben, el Mae tro, ·ofocado,
e grime el puntiagudo chuzo de macana con que apunta, y aquí
pincha una mano, allá un molledo, acullá tumba un catón. ·
oyen chillidos last1mer , tanto más lastimero cuanto má fingidos,
y t dos e apartan. Pasa en ton ce una co ·a horripilante: de
la camilla-carreta donde ) ac el l\1ae tro, e alza, largo y delgado,
un palo que tiene en la punta un rejo má largo todavía;
a ·íta e en el aire, ondula y ilba como culebra olad ra, y, ea
en la banca de la hembras, sea en la de los macho , no ·e oye
s ino giiipi, juipi.l En van . e frunce, e compa~ta, se achiquita
la rapacería; en van pro te ta á v z en cuello, porque la culebra
sigue á destajo, y, caiga donde cayere, cada cual lle\'a su part e .
pagando á ece justos por pecadore . iempre va á la mont
nera; que en ca ione. e ceba en determinado delincuent . .
y cuidado si es certera!
A raíz de la tormenta, le ac meten á la mayor parte nece
·iclad apremiantes. Pónense en pie, le\ antan la mano, y, por
turno. pronuncian las palabra sacramentale . Entre confu o y
enojado dice el Maestro:
Vayan; per cada cual por su lado, y cuidado con ajuntasen.
Pues es de saberse que el campo aquel tenía dos departamentos,
otras tantas entradas y una frontera infranqueable en
derecho.
Pasadas la lectura y toma de lecciones, entra el Maestre
en la enfadosa tarea de eclw1' el 1'englón, que consiste en palot s,
á los de pizarra, y el nombre del discípulo, á los de papel.
Sólo Carmela Aguirre no tiene que hab 'rselas con el lVIae -
tro ni con nadie, sino que e ienta muy satisfecha, y toma por
modelo una muestra de letra ingles3. que decía: El úzocente
duerme tran.yuilo.
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156 I::L l\fO~TX~É
El pobre Maestro quedaba rendido, y, cuando y~ los escnbanos
garrapateaban en sus puestos, llamaba al monitor de la
arena, para que dirigiera esta sección, constituída por los que de
tiempo atrás se denominaban los gorgojos. Este monitorazgo,
gloria suprem3. de la escuela. lo disfrutaba seis meses hacía Toto
Herrera, no sin que sus envidiosos condiscípulos intrigaran cuanto
estaba á su alcance por arrebatárselo.
Inflado dé orgullo, alzándose los calzones y sonándose con
estrépito, salió el afortunado. Los gorgojos se arremolinaron, y
apercibieron sus chuzos y clavos para trazar la letras. Una vez
en sus puestos, saca Toto la menuda arena del cajón, riégala en
toda la tabla, y. pasándole con mucha petulancia la plancha de
madera que emparejaba aquello, grita con ese tonillo peculiar
que á nada se asemeja:
Manos abajo. Atención!
Toma su chuzo, se agacha, traza algo y torna á gritar, en
tres tiempos:
Vean la letra A. V éanla bien antes de hac erla. I Iáganla.
No ha terminado el berrido, cuando tod2. aquellas manitas,
torpes, apresuradas, describen, haciendo crugir la arena, escarbamiento5
de gallina, colas enroscadas de animales desconocido ,
jeroglíficos de monumento indígena. Si ha cesado la chillería
del deletreo, es para empeorar: la voz de Toto , atascada por el
desarr Ilo de las glándulas carótidas, se destaca bronca y cerril
sobre ese fondo d e ruidillos á cual más fastidi o (J: lo g o lpes y
los rayones del lápiz sobre las pizarras, que de t e mplan los dientes;
aquella plancha de la arena que parece pulverizando azúcar
refinado; ese sobar con babas sobre las engrasada~ pizarras á
cada garabato que no sale á gu to del calígrafo ; las muchacha: ,
que siempre han de estar en secreteos, que se r o zan, que se e -
triegan las ropitas; aquel otro zarrapastroso que s e rasca contra
las a perezas del suelo el jarrete colonizado p r las niguas; el
de m á allá que tira de las greiias al vecino; la otra mocosuela
que lame el chisguete que ha echado sobre la plana· los sustos
é inculpaciones por esta catástrofe; el mojar estrepitoso de
las plumas hasta el fondo del tintero; aquella mo ilidad nerviosa
de lagartijas, aquel rebullicio de granujas; todo ese ajetreo de
rapaces reunidos, ponen al infeliz Maestro de pulsarlo con vino.
Como regañar sería inútil, cierra los ojos por no ver aquello,
y qué de cosas se pierde.
U nos, muy pagados de sus planas, estiran ei pico, ladean la
cara á medida que escriben; hay una rauda pendolista que, á
cada palotada, levanta la cabeza y da un hipido imitando el movimiento
de las gallinas cuando beben; hay una de las judíotas
que quiere Doña Sola de Samper pintándose lunares en los brazos;
uno que lleva los calzones amarrados con el guaral del
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DDIIT AS ARIAS 1G7
trompo, ha tstablecido la chumbimba sobre la pizarra, y tiene el
corozo á tiro de apuntar á la cabeza del Maestro que ha tomado
por mocha; un gorgojo hembra, con la cara de ángel toda
sucia y el pelo rubio hecho un birutero, se ha quedado como reza
la muestra de Carmela, pero con la boca bien abierta; en tanto
que los hijos del alcalde, vestidos de paño verde que fue de un
billar, acan de los guarniele los manises, los carestos y los amo-
Jaos, para despertar envidia~. .
Aunque de todas las clases sociales, nivelan aquella escuela
J s remiendos, lo desgarrones, la mugre y el olor. Orejas hay
allí que parecen untadas de asiento de chocolate; pies tomaditos
de carrumia y faltos de uiias, si no es que el bicho aquél se lo
tenga purulento y manantiales. No hay cabeza que dé indicios
de peine, ni corpiño de muchacha que tenga broche con broche,
ni po adera de varón que carezca de ventana. Hay faldas rajada
ha ta el borde, y que no tremolan porque un nudo hecho
con su ~ puntas las detiene; calzones que, á fuerza de rodilleras,
más parecen manga . De los sombreros no se diga: todos los lle\'
an á la e palda colgados del barboquejo. Calzado no se ve de
ninguna clase ; pero sí vario guarniele , cuáles de vaqueta, cuá]
e de pañete, otros que fueron bordados en anjeo por la mano
cariño a de una madre. Pañolón de trapo gastan algunas, montera,
una que o tra, ni pañolón ni montera, las restante ; y tale_
ata ío mujeril e s stán colgados en un lazo que hay en un rinCÓil,
á man e ra de percha.
Al tenor de la descrita, tenían lugar tres sesione cu tidianamente:
por la mañana, al medio día y por la tarde. Para entrar
y salir no e fijaron hora determinada , por la sencilla razón
de qu e en e l pueblo no había reloj público; y de bolsillo, sólo
el Cura y D . Juan Herrera, padre de Toto, lo gastaban.
A í es qu e los niños no an iaban el oír campanadas, sino
una tosecita que alía de los lados del corredor y que era preludio
de la dicha estudiantil, pues no bien sonaba, cuando se abría
la puerta, y as o maba, larga y escuálida, la figura de una viejecita,
que decía con voz tediosa:
Y' es 1' hora pa largar.
Con lo cual se armaba el gran bochinche de la salida.
Era esta figura nada menos que la señá Vicenta, mujer
del Maestro. Tenía carita de loro; traje siempre lavado, con el
corpiño abierto por detrás; pañuelo de yerbas en la cabeza, anudado
bajo la barba á guisa de capota, y alpargatas en chancleta;
toda la viejecita muy aseada y correcta, si cabe corrección
en la miseria.
El sumo sacerdote de este templo de Minerva yacía en su
camill.1. de ruedas. Sobre ser Maestro de escuela, estaba tullido
desde tiempo inmemorial. Para los alumnos fue siempre una te-
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rrible y mi "terio a adivinanza, cómo aquella cabeza de hombre
pudie e estar encabada en •·una cosa tan chiquita que ni cuerpo
de cristiano parecía"· pues el bulto que presentaba bajo la delgadas
mantas .esta pobre humanidad de "El Tullido" por antan
o ma ia, no era ma) or que el de un rapazuelo de ocho aíi o ·.
Tan contraído y deformado estaba que parecía faltarle el espina zo.
Con d:ficultad podía menear el pie derecho; sólo en la nuca
y en los brazos tenía movimiento, y éste un poco forzado en el
izquierdo. La sinie tra mano la veían lo. granujas en St' p ~adilla
: eran cinco garfios apartados y nudo os de pieza ent ra,
que nunca e cerraban, que agarraban rígidos, in apretar: algo
a í como la mano de palo que apaga la luce del tenebrario .
~ on la derecha, á más de per~ignarse muy bien y de esgrimir el
:trre ador y el chuzo con abido , escribía claro y pronto, ·i no muy
co rrectamcnt ; y para lo último le ervía de pupitre una caja
pcqueiia qu tenía si mpre entre el marco de la carreta, caja qu
parecía estar clavada allí, y en la cual guardaha el recado d e: c
ribir, lápic de pizarra, algún pliego de papel, que no dineros,
como pretendían los di cípulos. La cabeza, en forma de calabaz
. podría reprc entar la de un sace rdote po eído de neuro. i a -
céti a; era aplanada de cráne , d cab llo recio y ntr cano,
cortado siempre al rape como un cepillo; ni pelo de barba e n
a quella cara amarillenta y marchita; y no porqu fue e lampiíio
e l ant varón, s ino p rqu su compadr F liciano, alma carita tiva
e m o p ca ·, lo afeitaba ju e y d ming y le c o rtaba e l
p e l cada quince día. , m rccd á Jo cual 1 formaba por t od a
la rapadura una . mbra cenici nta que lo aclerigaba más y m: ..
L jo pardo resultaban muy triste y abi ma os entre el par
é nte i de la hir uta ceja y de la jera negra, tan negra que se
dijera de corch quemado, tan honda que semejaba cicatriz.
S ' lo do raigoP.e. amarillo asomaban bajo lo· hendido labi o··
la nariz to ca, de fo a · n1uy abierta . Esa cara tan fea tenía una
expre ión de tri ·teza r signada y beatífica que atraía.
o fue Mae tco atrabiliario ni de viarazas: i chuzaba y
daba azotes á la indómita chusma, obedecía á la con igna del
·uperior, á la ley de ·u tiempo, en que era un axioma aquello d e
"la letra con angre entra y la labor con dolor."
II
Por e as calendas hubo en la aldea cambio de párroco. A
los pocos días de llegado el nuevo, llamólo El Tullido para que
lo confesa e; y luégo, al punto quedaron encantados uno de
otro: el sacerdote, de hallar alma tan sana en cuerpo tan enfermo;
el l\iaestro, de tanta sencillez y mansedumbre en aquél que
él diputó por lumbrera de la Iglesia.
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DDIIT.AS ARL-\;;
Acabada la confc ion, sacó el padre su yesquero de cuerno
engastado en plata, ofreció lumbre y cigarro al penit nte, y no
bien ambo. hubieron er1cendido, acercó aquél un taburete junto
á la carretilla, y, con tono de viejo amigo, y como quien reanuda
una conversación, dij:::>:
Conque hace treinta años que está tullidito?
-Sí, mi padre, treinta años largos-contestó el infeliz, n1uy
agradecido por el tono insinuante y cariii.o o del sacerdote.¡
Bendito sea mi Dios que no me ha dejao morir de necesidá!
Y luégo, como el padre Cura le manif< sta e deseo de e nacer
u historia, El Tullido habló así:
los siete meses de ca ao, me comprometí con los H err -
ras á iles á componer un m lino, puallá á Vo/caues, qu' e· la
caiiada má fea y má enferma que hay. Me fuí apenas con eu
uí dos oficial , y de de el día en que llegámo encomenzámo
Jos trabaj s. lbamos ya muy adelante, y hasta creíamos que
íbamo á acabar ant de mes y medio, qu' er' el tiempo que
habíamos calculao; perc1 resultó que lo asserradore ca y r n
con fríos en la mi ma emana, y, como lo 11 vábamo alcania . ,
nos quedámos de balde. Como yo, mi padre, era un hon1bre
muy guapo y de mucha f, rtaleza, aquí nde u té me v , y e -
m estaba de mucho afán, porque tenía qu v nimc á ac tnpaiiar
á Vicenta, qu' n e os día iba á alenta e, le dije: aminen
vamos á traer esa madera, y, ~ i no hay a errada a errém -
la no tr . , que yo tambi 'n s ' a errar.-t:llo dijer n que í al
mom nto; echámos bastimentas n una jíquera, y cogimo falda
arriba pal aserrader . Re ultó que no había qué traer, y, entr
los tres arrimám · y m ntámos lo· palo , y dijimo á echar
. errucho. Cuando íbamo á bajar del a errader , dizqu pa
comer algo tempranito, e escureció e pre to ¡y dice á llo,· er,
mi padre, y á hacer huracán en aquel monte que aquelloparecía
el día del juicio! Mientra corrimo al rancho qu' estaba ai mi . m
, nos vol imo p:ttos. Al momento corri r n quebrada de
agua de toditos lao , y el rancho se anegó. Creímos que un
aguacero tan terrible pronto escampaba; pero de rato en rato
más se desataba el aguacero, hasta que se olvió una granizada
que parecía desgranando máiz. Por todo el rancho s' iban haciendo
los panes de granizo, que no había un campito onde
parase uno. A todo esto vuelve el huracan más duro que ante ,
y dice á bramar y á tumbar palos ! Pocas ocasiones me ha dao
miedo á yo; pero, mi padre, cuando oímos eso, me coló uri recelo
que, ai mismo, entre la granizada revuelta con el pantano
del aserrín, nos hincámos de rodillas á pedir misericordia. Ninguno
de los tres sabía rezar la Maunífica; pero rezámos el anto
Dios y una porción de credos y de padrenuestros. Tiritando
y escurriendo los trapitos nos estuvimos hasta la propia oracién,
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160 EL l\1
que vino á e ·campar, y tuavía tuvimo qu' e perar un rato á que
bajara la creciente que venía por la trocha. Ya muy de noche
arrimámos al molino, y, después que nos calentámos al pie de
una jogonada qu' encendimos, merendámo muy á gusto y echámos
á grogiar por lo que nos había pasao y el susto que
nos dio.
Esa noche, anque me sentía muy foguiao, no pude dormir,
sino que me lo pasé voltiándome en 1' estera. Al utro di·a,
cuando aclariaba, me fuí á levantar; pero sentí un dolor en la
pierna tan sumamente duro, que tuve que volver á aco tame.
A propia ora me dentró un causón muy alto: pues á la noche
ya yo estaba gritando ele dolor; pero no era en las piernas no
má sino en todita 1' arca 'el cuerpo: me parecía que me machucaban
todos los güesos, q u' m' iban el a vando estacas atrave
adas y de punta. Me fuí entiesando, entiesando, hasta que
quedé casi sin mo ención. Mis compafieros y la cocinera que
n 0 llevaba la comida desde el molino de abajo, me alían como
á un chiquito.
í pas ' como v in te días: tirao en aquel zarzo, sin pe ar
1 s ojo , in pasar más alimento que uno~ tragos d aguadulce
ó de caldo de güevo. Los compa.ñero me daban obas de guae
, y baii os de cordoncillo, y bebida fresca ; pero nada me valía.
Uno d'ello fue á recur -ase al molino de abajo, y trajo un
purgante de jalapa y calomel. Me lo tom ' .... y como si 1 hu-i
ran echao á !'acequia. Antoces mandar n por fío Luna, qu'era
el médico d'esos laos. Vino al momento, y agarró á tirame de
la canillas y de lo braz s, dizque pa ver si me desentie aba, y 1
qu'hizo fue atorm ntame y acabame de postrar. Visto que no
hacía nada puese lao, se fue pal ra tr jo, y trajo las siete yerba
·; la machucó bien, y compuso con ellas un unto de sebo
derretido, y les ra pó un poquito de l'uña de la gran be tia, del
colmillo clel caimán y del cacho del cier o que manijaba siempre
en el carriel, y, así, bien calientico, me untó por todo el
cuerpo. Me dijo qu'estuviera tranquilo, que con ese unto m'iba
á aliviar precisadamente. ¡Quién dijo, mi padre! Al otro día
amanecí pior, y con una sequía y un fogaje que me quemaba
por dentro. Antoce dijo ño Luna que lo que yo tenía era la
reuma regada por todo el cuerpo, y que se m' estaba secando
l'agua' el cogote; pero qu' él m' iba á dar un vaho. Al momentico
mandó al molino de abajo que le trajeran tabaco en rama, y
todos lo cabos que toparan, y un' olla grande. Al momento se
aparecieron con tres mazos y con una jiquerad 'e cabos y 1' olla.
Pu ó todo el cabero con el tabaco picao á jerver, y á un rato
subieron 1' olla al zarzo. Entre los dos compañeros y un mozo
que vino del molino, me alzaron en guando de 1' estera, y ño
Luna me pu o 1' olla por debajo, y les dijo que me fueran \'Ol-
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nTl\IITA 161
tiando muy de pacio paque recibiera el vaho. J'ensé que me
ancochaban las espaldas con eso tan caliente; y, cuando me
voltiaron boca abajo, y se me vino esa jedentina tan fuerte, me
dentraron tantas ansias que ai mismo vomité un caldito que me
había bebido. Pero resultó que, con la chapadanza que hacíamos
en aquel zarzo tan estrecho, se quebró 1' olla, y se perdió
el remedio.
-Gracias á Dios!-interrumpe el sacerdote-porque si no
lo envenena ño Luna con su vaho.
-Tal vez sí, mi padre, porque desde propia hora en tí una
fatiga, una maluquera tan grande que hasta se me olvidaron los
dolare . Creí firmemente qu' entregaba esa noche lo anisero ;
y les dije á los muchachos que vieran á ver i podían enir al
sitio puel Cura, á ver si me alcanzaba. Pero, qué cura, mi padre
¡cuando e e monte qued' en el cabo 'el mundo y hacía un
ivierno que no había caminos!
· Lo que sufrí en e e monte con ese mal tan viol~1to me paree
qu me ha de servir pa compurgar mis culpas. o Luna se
fue, creo que ha ta caliente con yo, porque le dije que no me hacía
má su remedios. Antoces le dije á los compañero~ que yo era
un pobre, pero que le daba una vaquita que tenía y lo que me
debía el patrón, con tal que me sacaran al sitio, á ver i aca o alcanzaba
á llegar con vida á mi casa. U no d' ellos fue al molino
á buscar socorro, y dio la fortuna que topó allá al patrón que
acababa de llegar. El patrón mi mo ino aonde yo, mand' e rtar
guadua , y qu' hicieran una barbacoa e n unos arco de chusque;
me pu ieron en ella tapao con unos enceraos, y entre cuatro
pione me trajeron en hombro al molino. ¡ Antoces sí fue
que me puse malo! Cada ratico me descargaban en el camino
pa dame algún alim nto; y en tod el medio día alcanzaron á
sacame al alto del Contento. Ai pa é la noche. Cuatro día anclaron
con yo á raticos, porque les daba un pe ar de ver cómo
me ponía; pero por fin me arrimaron á las Animas á cas de un
conocido mío. Ai nos topámos con el padre Inacito, que Dio
tenga en su gloria, qu' iba á confesame; y, anque le parecí muy
malo, dijo que d' eso no me moría, y que lo que tenía era debilidá.
M' hizo matar gallina; y que me la comiera, anque fuera
sin gana. Determinó que no siguieran con yo, porque, en el estao
en que yo me hallaba, era mata me de una vez. Despachó
los piones pa la mina, y arregló con los dueños de la casa pa
que me asistieran por unos tres ó cuatro días hasta que yo estuviera
más fuertecito, y se comprometió á mandar por yo del
sitio. Al otro día mandó medecinas, azúcar, sagú y otras cosas,
y desde ese mismo día recobré alguito de alivio; y si n' hubiera
sido por la cosa de Vicenta, no 1' hubiera pasao tan mal con
esa gente tan formal y tan caritativa. Pero yo no, mi padre, no
me halagaba por nada, y siempre rne parecía que me moría.
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1G2 EL 1\IO~T KÉS
Como á lo cuatro día e apareció por yo el dijunto Aguirre
con otros dos cargueros. Desde que lo vide me dio no sé que
recelo, porque al pobrecito-mis palabras no le ofendan-le agusta
el aguardiente, y me pareció qu' estaba con traguito . No
·bien arreglaron la barbacoa, alzaron con yo; Aguirre solo por
la punta de abajo, y los otros dos por la cabeza; y cogieron falda
arriba. Cuando llegámos al Alto¡ dice á llo er !, y determinaron
de cargame dizque pa que descansar,a; pero fue pa ellos beber
aguardient . Aguirre sacó la cacha, -y entre los tres se la metieron
íntrega. Sin escampar siquiera, me alzaron otra vez; y en
una casita que había más abajo me volvieron á descargar; y yo,
de de el alar onde me tendieron, reparé, por un roto del encerao,
que compraron trago otra ez y que volvieron á llenar la cacha.
Antoces 1 dije que yo me sentía muy malo, que me dejaran
ai; pero guirre dijo que ni bamba, qu' estaban comprometidos
con el padre Inacito á poneme en el sitio muy temprano, y que no
fuera cobarde, que me tomara un trag·uito, y vería cómo me comJ..>
OnÍa mucho. Tant<) me jeringaron, mi padre, todos tres, que
tuve que meteme el trago. No me pareció que me hubiera sentao
mal, y les dije que siguiéramo", pue . Pero má valía qne me
le. hubiera ranchao: me cog:eron á carrera tendida, y encomencé
á zangolotiame en aquella barbacoa como árguenes en un
muleto. Yo les uplicaba por Dios que anclaran más despacio,
que me acababan de matar, que e caían con yo; y pior Jo hacían.
Aguirre principió á grogiar: "que aquí llevamos al dijunto
Dimita Aria que se murió pua ' en Volcanes''_,- y, haciendo que
tloraba, decía :
"No murió de calentura
-;-.; i de dolor de costao,
Sino de una corneaíta
Que le dio el toro pintao."
-¡Ah, alvajes !-prorrumpió el sacerdote, poseído de santa
indignación.
-Eso era del aguardiente, mi padre; ellos no estaban er..
su sentido. Yo sentía que la cacha iba pasando de mano en mano;
y seguían con la groja del dijunto. Y como los dijuntos montañeros
hay que llevalos muy ligero, porque la sepoltura los
tira, me llevaban volando. ¡Me matan estos verdugos !,-grité yo
ca i llorando del desespero y la fatiga. Y no había acabao de
decilo cuando el Aguirre se resbaló, y yo caí con todo y guaduas,
y al caer me alí de la cama, y fuí á dar puallá muy abajo
contr' una piedra. Ai mismo se me fue el mundo, y me aicidenté.
El Tullido hizo una pausa, y el Cura una mueca que parecía
un puchero. Por disimular su emoción, volvió á sacar lumbre
y á . encender.
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DIMITAS ARIAS 1G3
-Cuando volví en sí-prosiguió el narrador encendiendo
0tra vez el cigarro-e tab' el padre Inacito encomendándome
1' alma. No supe cuando llegámos al sitio; pero, entre gallos y
Inedia noche, me acuerdo que la casa se llenó de gente, que so-naba
el esquilón y que el padre me trajo á N u estro A m o ____ y
que yo lo recebí con mucha devoción.
Como la gente d' este sitio es tan buena, no me desamparaban
un mom nto en esos días: todos creían que me moría más
hoy, más maiiana. yo me manijaban unos· ratos los hombres;
otro , las muj res; pero como yo no perdí enteramente la conocencia,
y auservaba que Vicenta no estaba con yo, ni la vía
por parte ninguna, y se me ponía á ratos que se había muerto en
el trabajo ; ma sin embargo, no oía llorar criatura ni nada.
Como 1' iba diciendo, yo siempre ponía cuidao á ver si oía
á Vicenta y á la criatura; pero habían tapao la puerta del cuartico
con un' e tera, y á. yo me tenían en un rincón de la ala,
casi tapao con unos trapos que colgaron de unos varales. En
oca i ne me parecía oír la prenuncia de Vicenta, como hablando
pa ·ito, pero pronto vía que eran pareceres míos no má ; y última
amente, mi padre, yo no e taba más que pa gritar con
lo · dolores que pa lecía y pa preparame· á buena muerte.
El padre Inacito staba cada momento á mi cabecera, pulándome,
ayudando á bregame, rezándome 1' oración á mi pa-dre
San J sé y otras devocione · muy preciosas.
Un día í que me dijo:
Hombre Dimas, d' é ta no te morí .
Y comenzó á consolame, diciendo que yo lo que ten;a era
rema tí , y que me había de::,compuesto en la caída; pero que no
má me fortaleciera un poquito, iba á mandar por un componedor
muy hábil; y que ya le había escrito á un dotor de la Villa
contándole mi achaque, pa que n1andara la receta.
Antoce le dije:
Bueno, mi padrecito, pero ¿ Vic nta sí es muerta? N o me
lo niegue.
El se riyó con una risa que tenía, muy sabrosa, y levantó los
trapos de la cama, y fue y levantó 1' estera del cuartico, y dijo:
Vicenta, hablále y asomá la cara pa que te vea.
Yo no la vide bien; pero sí le oí que me dijo:
No tenga pensión, mijo: desde aquí de mi cama lostoy
acompañando: fue que quedé algo enferma.
Y yo dije, muy confundido:
¿ Pero esto qué contiene?
Y el padre me contestó:
Lo que contiene es que te quedates sin conocer la pinta:
el muchachito se lo llevó mi Dios á los tres días de nacido: la
ví pera de traerte lo enterrámos.
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164
Aquí dio un suspiro El Tullid0, hizo pausa, y luéao, con
tono que quería hacer jovial y resultaba amargo. agregó:
Y sin conocer la pinta me quedé.
-¿Cómo fue. ___ ?- repone el sacerdote con aire de va-cilación.-
No tuvo más hijos?
-No, mi padre;- murmuró el pobre hombre un tanto
conmovido- desde el día que caí con ese mal, hasta volveme
como estoy, no volví á servir pa nada. La crianza qu' iba á
hacer Vicenta con los hijos, la ha tenido que hacer con yo ___ _
Porque, ya ve, mi padre~ que casi me tiene que lidiar como á
un chiquito.
-¿Pero ni un día siquiera pudo levantar e?
- Ni uno, mi padrecito. Lo qu' es el suelo no lo he vuel-to
á pisar. La·pobre Vicenta, en lugar de marido, lo que le quedó
fue un estorbo._ .No me valieron medecinas de ningún
dotar; como tres componedores trajo el padre, y no hicieron
más que atormentame: no me valió nada. Mi Dios no qui o sino
que yo compurgara aquí mis culpa , porque me pusieron tnedidas
del Señor Caído del I-Iatogrande, y el padre Inacito fue allá
á pagar una promesa que mandámos. __ .y tampoco me valió.
De día en día m' iba engorobetando más. Primero se me fueron
juntando los muslos con el estómago, después, las canillas
con lo muslos, y asina me he ido quedando tie o como fierro,
lo mismo que compás de carpintero cuando se mogosea. Lo que
fue dolare sí se me fueron quitando poco á poco; despué me
volvían p r tiempos; pero ya hace muchos año g u e no s:ento nada.
Un dotar que vino á ver á la mujer de D. J u::tn, e admiró de
que yo no e tuviera embobao ó loco, dizque porque tengo no
sé qué quebradura en el espinazo y no é cuanta cosas más.
Pero ¡bendito sea mi Dios! dé fatuo sí que me parece que no
tengo nada; antes me parece que tengo más conocencia que
cuando era mozo y alentao.
III
El Tullido, engolosinado con la mucha atención que le
prestaba el sacerdote, prosiguió el relato, que, por vía de prontitud
y claridad, terminaremos de nuestra cuenta y cosecha.
Cuando el padre Ignacio, protector declarado de Dimas,
persuadióse de que éste era un inválido, se dio á entender que
era preciso inventar algo para libertarlo del hambre. Desde luégo,
se le ocurrió hacer de él un maestro-escuela. Vién.se entonces
al buen sacerdote tomar soleta todas las tardes, lloviera que
tronara, en dirección de El Sapero, á cas de Vicenta; viéraslo
haciendo el pedagogo con un discípulo que en su vida había
agarrado cartilla, ni tenido noticia cierta del uso de la tinta, y á
quien impedían estudiar los dolores del cuerpo y las tristeza
del espíritu. Entre pizarra y catón, entre papel y citolegia . e
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DIMITAS ARL\8. lG:l
fueron endilgando aquell'os cursos, y hoy deletreo, mañana junto
sílabas; ora palote , ya signos, día llegó en y u e Di mas era hombre
de escribir-con lirismo ortográfico, se entiende,-cuanto
se le dictase, y de lanzarse él solo en una lectura tan de corrida,
que ni punto final, ni el interrogante más pintado, eran parte á
detenerlo, ni á que cambiara en tin ápice siquiera aquel tonillo
piadoso de novena que tomó desde el comienzo, y que lo mismo
para él que para el Cura era lo supremo del arte. Y á tanto alcanzó
en esto de lectura, que, en voz alta, y acentuando cada
, ·ez más el e tilo, se apechugó todo el A reo Iris de Paz y toda
La Familia Regulada. Oyéndole estos primores, pasaba el
padre Ignacio las horas muertas, y le chorreaba cada baba que
ni parvulillo en dentición.
No menos avanzado se andaba en caligrafía: con ser que
la posición era harto incómoda, la pluma, si muy parada y casi
cogida del arranque, iba resbalando por el papel sin trepidar un
punto. Y, bien que el estilo del Maestro fuera clásicamente morante,
el discípulo se mostró desde el principio original y personalísimo,
sobre todo en letra gorda. Y cuenta si sabía garbear!
Caracoles ra gueaba, al arrancar mayúsculas, que parecían cachumbos
de vitoriera; palo y rabillo más eran cosa de dibujo,
y su rúbrica, la de Pilatos pintiparada. Para ''echar cuentas" lo
tenía el Cura poco menos que p or un Newton, y en cuanto á saber
la doctrina y explicarla, se quedaban en pañales lo d ctores
de la Igle ·ia. En suma, que á lo nueve me3es e casos le discernió
el grado. Fue aquello desde el púlpit0, donde po eído de la
elocuencia que da el entusiasmo, hizo el panegírico de El Tullido
y anunció la gran nueva d ~ que al día siguiente se abriría la
escuela bajo su inmediata vigilancia.
No hay para qué encarecer si la exhortación tuvo efecto,
siendo esta escuela le>. primera que se abría en el pueblo y teniendo
un patrón de aquel calibre.
Con ser que la sala era espaciosa, el Cura se vio y se deseó
para acomodar aquel muchacherío, sin revolver las hembras cou
los machos, ni los de siete años con los de quince ó dieciséis.
Otra clasificación no se intentó siquiera, ni había para qué; pero
sí hubo distribución de días y de materias: martes y viernes
enteros, para doctrina; los días restantes, para lo demás; y medio
sábado, para toma de lecciones. A más de este plan, que
poco á poco se fue perfeccionando, ideó el Cura la cama-carreta,
la caja-escritorio y el palo con el rejo; que lo que fue el chuzo
lo inventó El Tullido mucho tiempo después.
Todo discípulo, bien fuese un mocosuelo de seis años ó un
grandulón de quince, pagaba una peset~ mensual ó su equivalente
en especies. Así era que, á fin de mes, llevaban: el almud
de maíz ó el cuartil!o de fríjol, los hijos de labradores; sus dos
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166
libras de carne filtrajosa, los del carnicero, y así cada cual · u
parte, siendo pocos los que llevaban lo do · reales. Amén de
esto, El Tullido recibía á menudo de mano de sus discípulos ó
cie las madres, regalos de tabacos, de cuartos de cacao, cie bizcochos,
etc., con lo cual, se daban marido y mujer la gran vida, tomándose
al día cinco cocos cie chocolate de harina, con much o
quesito y muchí ima arepa de maíz sancochado, fuera de los almuerzos
de espinazo y las comidas de fríjoles con trope.zón ci e
marran0.
Tal era el famoso establecimiento de cuyas au'as salió toda
la sabiduría de. los viejos del pueblo.
A los pocos años de fundado, pudo el padre Ignacio morir
tranquilo con el auge de su protegido. Ni aun en su testamento
lo olvidó: lególe la imagen de mi padre an Roque con todo y
nicho, y un Niño Dios quiteño, en el cual cifró El Tullido la.
delicias y el consuelo de su vida, i no fue que se le antoja e ver
en él la pinta aquella que no alcanzó á conocer.
Era tan lindo y tan gordito. entado muy orondo en su
dorada silla de copete, con su mitra de plata y u túnica bordada
de lentejuelas, con u carita tan lozana y u mejilla arrebo ladas,
parecía un obispito de gran parada. En la die tra 11 vaba
l mundo, y n la izquierda, una flor qu El Tullido hada
renovar todos los días. Sobre tan buena parte ~ , tenía el Niño la
de poders e estir, la cual daba lugar á la conte mplaciones y a l
mimo por el lado de los trapos.
Estas imágenes, lo mismo que una d e la Cueva anta,
tra de la Virgen de Balvanera, y algunas más en cromo-litografías
empolvadas y roñosas, ocupaban una tabla á modo d e
aparador, colocada arriba del ventanillo, y qu e llenaba todo el la-.
do del Callejón de El Sapero. En el centro. el nicho de San R oque,
en cuyas al.as de escaparate estaban pintado en la parte in terior-
y no por Vásquez seguramente-una anta Rita muy
escurrida y tocada y un San Pedro Alcántara, muy e queletudo
y miedoso, con tamaña calavera en una mano. Un pañito bordado
d'e hilo rojo, agitado de día por el viento, per eguido de
noche por las moscas, colgaba á los pies del .:. iño. Por delante,
por los lados, por todas partes, con simetría pri~itiYa, lucían
candeleros de barro, frascos con flores de botón de oro y de
siempreviva y ramilletes de flor de uvito.
IV
En aquella escuela szú géncr-is, la disciplina era cosa de.:;conocida,
claro está. Novillos hubo hasta de semana entera; en la
clase misma, fuese por acción ó por omisión, casi todos se salían
con las suyas, si bien los chuzone. y latigazos lograban tal cual
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DDHT~ ARL\.S 167
vez meter en cintura, siquiera por un día, á más de un revoltoso.
Pero en la época en que lo presentamos, el Maestro estaba
ofuscado con un diablo de muchacha que le tenía perdida la e -
cuela, y á quien, por moti os especiales, no podía dar pasaporte,
pues era nada 1nenos que Carmen, la de la muestra inglesa, hija
del ditunto Aguirre. el de la cacha de aguardiente, y de su ,-ecina
Encarnación, ecina á quien él debía muchísimo favores.
No había qué hacer con la indómita: ni por las buenas, ni
por las malas, ni haciéndose el desentendido, sacaba de ella el
pobre Maestro cosa de provecho. Y era lo peor que ni iquiera
inquina le podía cobrar. ¿ Cón1o, cuando ella tenía por él y por
la eiiá Vicenta los mayor miramientos? Carmen corría por
candela cada vez que c;e le apagaba el tabaco; Carmen ayudaba
á pilar el maíz y le atizaba el fogón á la vieja; Carmen le traía el
tarro de agua, y era de verla con aquella guadua dos veces más
alta que ella. En cuanto 11 gaba el maestro Feliciano, ya e taba
Carmen inquiriendo si era la hora de ia afeitada, á fin de buscar
papeles para limpiar la navaja, aprontar el plat ncillo de agua
tibia y con eguir 1 tr.apo enjugador. Era un erdader brete
cuando el Mae tro determinaba que 1 llevaran á mi a: de de el
ába o por la mañana tomaba la acuciosa el ajuar d minguero
de la cama-carr ta, para devolved á la noch , aplanchadito y
con todo el azul el Prusia qu el caso exigía, y ella mi ma enfundaba
las almohada , t ndía el rodapié bordado de ojetes, tapaba
las pobres manta con la histórica colcha de zaraza, en la
cual se r producía hasta por veinte veces "una eñora montada
en un caballo muy chisparoso", que era el encanto de los muchachos.
N o bien l maestro Feliciano y sus hijos alzaban con El
Tullido, ya estaba Carmen al pie de la cama, y ni en la calle, ni
en la iglesia lo despintaba, hasta traerlo á la casa. Los domingos
iba siempre á compras al mercado, y, unas veces hojaldres;
otras, empanadas ó siquiera dulunsogas ó pepinos, nunca le faltaba
el regalo para su Maestro; sin contar los manojos ele coles y
los de cebolla que á menudo le llevaba de la hermosa huerta
que cultivaba Encarnación; sin contar las malvarrosas y claveles
con que ofrendaba al Niño Dios. En fin, que la rapaza, en
medio de su travesura y de su desaplicación, era una providencia
para el pobre matrimonio. Y como su casa estaba á un paso
de la escuela, la hallaba siempre á mano la señá Vicenta para
cualesquiera menesteres.
Con la misma facilidad, con el mismo entusiasmo con que
los desempeñaba, insurreccionaba la escuela y le armaba al Tullido
unos líos, que el pobre se mareaba, columpiándose entre el
deber y la gratitud. Un sentimiento análogo, bien que inconsciente,
animaba á toda la turbamulta escolar con respecto á
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1 8
Carmen; pue · todos, ya de un modo ya de otro, tenían algo
que agradecerle; esto sin contar la rosca de pandequeso que
le hurtaba á Encarnación y luégo repartía en la escuela en menudo
pedazos. De aquí el que hasta los más grandulazos y
pue tos en orden se prestasen á todo enredo, á todo de.:;ordcn
iniciado por ella. Tal cual vez le entraban arrechucho de aplicación
y decía: "Estudiemos hartísimo, muchachos!" Y el lwrt/
simo con si tía en chillar hasta quedar ronco ; y todos la seguían,
y todos quedaban atronado y dispuestos á d:trse al de- can
o y á la divcr ión después de tal haza:la.
El Maestro. habituado al fin al mariposeo y al vocear de lo
muchacho . podía perfectamente descabezar un suel.o en plena
·e ·ión; y pocas veces dejaba de hacerlo al medio día, hora en
que le entraba el perro.
El, que cerraba el ojo, y Carmen que principiaba. Era una
criatura invencionera que cada día aiiadía algo nuevo á la pizpirigaiia
(que por ac~t se ha llamadq siempre pz"=inga77a), al cst:olldc
la rama y á otro juegos infantile . Pero lo má fr cuente en
e to r toz s clandestinos, era alguna fanta -ía q u se le curría
de pronto, como banda de música, n qu lo popo de vitoriera
hacían de larinetc , la cartilla · arrollada . , ele bajo , y 1 mueble.
, de tambora. I-<..n ci rta vez hizo un muiieco de paií o lone ,
y, arr jánd lo á la banca de los macho , exclam ': ''R e jan el
botaíto'', y 1 botadito pa ó de mano en mano muy acariciado y
arra. ajado por tod . . ayó e to tan en gracia que ca i siempre
J pedían por unanimidad el botado, nombre con el cual quedó
b _ utizada la invención. Y así, al tenor de é ta, iba cando mil
bobería , para la edificación de los alumno y la buena marcha
del e ·tablecimiento. Verdad que e · tos regocijo acab· ban sie mpre
con r jo á la redonda, que ni estando muerto el M 1.e tro d -
jara de entir el albor to; pero e to en nada arr draba á la arm
la, porque u divi a era aquélla de que "de pués de un gus-to
______ ', que, al fin y al cabo, Yino á ser di isa de todo el mu-chachería.
El anto varón, con serlo tanto, se daba al Diablo; y á la
rapaza, los dictados más depre ivo , amenazándola con el destierro
perpetuo de la escuela. Poníase ella como una Magdalena,
y juraba y perjuraba que nunca volvería á hacer nada reprensible,
y la enmienda duraba hasta la primera 0ca ión de acreditarla,
con ser que á la indina la aterraba la idea de no olver á
la escuela.
El Mae tro, por su parte, trataba de hacer esfuerzos para
pelearse con l\1orfeo, pero al fin se persuadió de que era en
\·ano, y dio e á pensar que no pudiendo él, como no podía, con
el suefio, cuanto meno había de poder Carmela con ese genio
que Dios le dio. Tan lógiccs razonamientcs, unidcs á los fa\'Ore
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DDHTAS ARJAR 169
referidos, acabaron de inclinar al Maestro en favor de e ta chicuela,
que necesitaba de tan poco para loquear, según le viniera
el humor.
También le daba mucha guerra el monitor de la arena,
hijo de D. Juan Herrera, uno de los magnates m á morrocotud
del pueblo; y no porque fuese de la laya de Carmela, sino por
altan e rote y levantisco, y porque toda cuc tión con los con di ·cípulos
la di·rimía á pescozones. Con ' 1 había siempre alguna
bronc a ca ada para la salida, si no era que la arma e en plena
esión; y aunque Toto salía siempre mal ferido en la refriega,
no por ello se dejaba de retos ni baladronadas.
I ara tal Reinaldo, tal A rmida. A poco de haber entrado á
á la e scuela, estando en la clase de e critura, se le acercó la
Aguirre con muchísimo mi terio, y le dijo al oído:
_uer's que eamos no io_, ole Toto?
Quedóse el requerido pensándolo un momento, y, al cab o ,
contestó:
-Cuando salgamos te digo.
-)Jo; decíme yá-exigió ella.
-Pues bueno, ole-resolvió él, como quien corta el nudo
gordiano.
Consistía la acilación del muchacho en que Carmen, á m á ·
de p co garbosa, era muy cachetona y cari oplada, á cau a del
ahoguío que padecía; pero al mismo tiempo admiraba 1 oto e n ella
una trenzonas muy ere pas y uno diente s de porcelana; fuera
de que no le parecja nada chinche ni acusona. Las ro ca de
pandequeso acabar n de decidirlo. Fueron acusados ante el
M a e tro, q u se echó á r ír exclamando:
sin a tenía que suceder. Como nos dejen con vida todo
está bueno.
En un principio, los novios no e mostraron muy entu ia -
mado , porque ni en la e cuela, ni en las hoguera y juegos de
la plaza, ni en las cabalgatas en palos de escoba allende El Sape1'
0, ni en el mataculín, ni en el columpio se buscaban demasiado,
y acaso el noviazgo se hubiera vuelto tablas, si el Maestro,
primero, y luégo los di cípulos no hubieran contribuído á anu~
dar estos dos corazones.
Fue el caso que El Tullido-y detrás de él toda la escuela
-vio en las trapisondas de Toto alguna conexión con los enredo
de Carmela, y viceversa. De tal suerte se poseyó de esta idea,
que si Carmen jugaba, regañaba á Toto; si éste reñía, Carmen
era la culpable. Los ponía de enemigos malos, de barrabase ,
de mataperros y de otras cosas que no había por donde agarrarlos,
cargando sobre ellos todas las culpas que se cometían en la
escuela.
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] 70 EL
Esto denuestos agradaban por demá á lo condiscípulo .
pero ninguno les encantó tanto-aca o por lo terrible de las
circunstancias-como el de Perjuicz.os que les espetó cierta
memorable ocasión en que la novia, por instigación del novio,
·acó rle debajo de la cama de seiiá Vicenta no sé qué utensilio.
¡ Qué horror el de aquel día!
Desde entonces se quedaron con el mnte de los Pc1juz"cios .
Y como quiera que el precepto gramatical sobre lo nombre.
epicenos no cuela á los chiquillos, dieron á la hembra la disinencia
femenina, y Carmep se quedó [>e¡J"zticia, y por }~CJjuicia se le
conoce aún en su pueblo.
De todo esto re ultó que lo Pe1juicios aceptaron incondicionalmente.
como se estila ogaño, la solidaridad que se les achacaba.
Al ·alir de una sesión prorrumpió ella, apasionada por u
cau a:
Por la pica que e. te Tullido y todo estos zambos de la e -
cuela nos levantan te timonios, no hemos de querer hartísimo
yo y Toto, y hemos de hacer hartas cosa .
-Sí, ole ;-aprobó Toto con grande efervescencia-ma
que no pelen.
PCJjuicia sobre todo tomó el a · unto con el fanatismo y
alarde de las hembra cuando abrazan la cau as política. y
r e ligio as, cuando e le antoja que van á meter mucho ruid o
y á repre entar el gran papel.
¿Le ncitos á armela! De de e e día llevó má pand e qu :
d 1 que lle ara en antes; llevó algarr ba y corozo · grand ·.
para tener el gust regalárselo t o do á su Pojnicio y d jar á
1 demás "e mo perros v lone ". De de e e día inventó lo:
bu eh de agua arrojados á media sala; retrató la calav ra de
an Pedro Alcántara en las plana propia. y ajen s, perfeccionó
''el J uda ": y en verdad que quedaba diabólica con aquello.
párpado sanguino! nto doblados hacia arriba, con aquella bocaza
de tarrallada ha ta Ia or jas, e n ambos índices parados
como cachos, y más que todo, con e e estrabi mo de ojos, que
era su grande e pecialidad. Esto horrores, y otro mucho que
. ería largo enumerar, los hacía sin que El Tullido se durmiera,
con lo cual se llevaba unos ramalazos de padre y eñor mío.
Tres cuartos de lo mismo le acontecía á .Pc1juicio. Sin alardear
mucho del amor á su prometida, e dejó decir en una cla e
que no estudiaba ni rezaba la doctrina, ni e cribía si á PeJjttz"cz"a
no le daba la real gana; y cuando El Tullido, d spués de ord -
nar silencio general, fue á sermonearle por esta bocarada, el faccio
o metió un c07'CO'i'CO que á poco más e viene abajo el Niño
Dios. (¿Sabe Ud. lo que es corco7•eo.9-Es un silbo sumamente
agudo y de templado que se produce cruzando los dedos de
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DI1\1ITAS ARI.-\R 171
ambas mano~, apretando las palma é insuflando el aliento por
la juntura de lo pulgares, y que dice clarito: corco'iJeO, corcm eo ).
El 1\'Iaestro, aturdido con tal onomatopeya, levanta el palo
para acabar con el silbante; mas de pronto se su pende, y, convirtiendo
la cara á las vigas, exclama con profunda amargura:
Dios mío, Dios mío, revestíme de pacencia pa no hacer un
hecho con este per erso!
Da luégo un acecido y grita á los muchachos:
¡ Váya~en todos antes que mate uno!
Era un rapto, un desate nervio o que nunca había sentido.
En e ta repentina, inu itada exaltación se le agolparon en la cabeza
sus miserias de enfermo, sus angustias de maestro, el lote
de desgracia que le había tocado en suerte.
Si le tumbarían la escuela esos enemigos! Eso y á no era escuela,
e o yá no era nada, ni una merienda de negros. Más re -
peto le tenían á Lll1 palo que á él; y abusaban por su desgracia ;
p rque no podía valer. e ni arrojar de la escuela al mal ado,
puesto que D. Juan lo había socorrido siempre y acababa de regalarle
una cobija. podía arrojar á Carmen tampoco, p rque
a ·í ella como su madre lo t nían obligado con tanta fineza . Y
lo mismo daría, p rque la escuela toda se la tenían perdida
aquello enemigos. ¡Valiente muchachos tan terrible eran los
de ahora! El, que enseiio á todo 1 itio, no había manejad
nunca una canalla como ese par. ¡Y de no i0 y mataperreand
junt , cómo s irían á poner! Si él pudiera dejar ese diantre de
e ·c uela. Pero, cómo? quién lt) mantendría? Y i no ponía remedio
al mal ¿con qué cara iría á cobrarle plata á los padre., para
que inieran l · hijos no sól á perder el tiempo, sino á aprender
maldades? Ay! i esa pobrecita Vicenta pudiera trabajar en
alg , iquiera para comer agua negra. Pero ¿en qué iba á trabajar
una pobre vieja? Harto había hecho la infeliz en bregarlo ú
él con tan buena oluntad, en conformarse con no tener marido
·ino un gusan . Gu ·ano no, qUt- e t tan siquiera se arra tra-ban
por el suelo, y él estaba ahí en e a cama como en un cepo.
Si tuvieran algún hijo que elara por ellos. Que Dios no le dejase
perd r su alma al cabo de la vejez! Que si era su santísima
voluntad que Vicenta tuviese quf> salir á implorar el bocado, le
diera valor para aportar esa vergüenza, para recibir la limosna
con humildad. ¿Por qué se habría puesto así, tan dese perado,
después de haber sufrido tánto, tántos años, tranquilo y
resignado?
Volvió la cara hacia el Niño Dios y con el alma le dijo:
Mi niño querido, mi único consuelo en esta vida, il umináme
lo que he de hacer pa arreglar esto. Mandáles aplicación y formalidá
á estos niiios, pa que yo pueda seguir en mi escuelita, pa
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172 EL l\IONTA?É
que pueda conscgu=r el pan nuestro de cada d;a; pa que no
tenga que pedilo. ¡..J"o me dejés de tu mano, niiio adorado.
Y aquí siguieron varios padrenue tros y otras oraciones:
La eiiá Viccnta, maravillada al c o mprender que la escuela
había salido sin que ella diese el aviso de ordenanza, entró á
informarse de la novedad. y en cuanto vio al Maestro tan cariacontecido
y con señales de haber llorado, murmuró, como hablando
co 1sigo misma:
Es' es qu' est' enfermo.
-Ello no, hija; estaba aburrido r largué muy ligero; pero
no tengo nada .
-En la prenuncia se le ve qu' est' enfcrmoso.-Y se acerca
á la cama y le pasa la mano por fr .nte y cabeza.-
-Qué achaque he de tener! No ea embelequera. E~ que
hoy me ha agarrao el flato. (El Tullido, corno toda la gente d l
pueblo en Antioquia, decía siempreflato por tristeza).
-Eso sí 'stá malo,-replica la vi jecita arreglándole la
colcha-porque como yo lo ea siempre contento, lo demá
at va.
-Esos~ m~ pasa, hija. ¿No ha visto, pu s, que yo siempre
estoy tan alegre ?
-Pues por e o me choca verlo a ina. Tal vez es que tiene
mucha de la fatiga con toíta la bulla que han h cho hoy . o
m uchach . V y á tr le la comidita.
Y salí'.
¡Esta sí era la que e iba á ir para el Cielo con todo y ropa!
Valiente mujer! Toda la vida bregando con un tronco de carne
tirado en una cama, y iemprc con el mi mo modo y iempre con
el mi mo carilio, in descuidarlo un momento .... cuando otra
por ahí. ... casadas con hombres alentados y buenos mozos ... _
El, iempr era muy malo cuando no le agradecía á Dio e a
mujer que le dio. Era mucho el purgatorio que iba á chupar por
su poca conformidad, por su mucho de agradecimiento.
En tantos años de sufrir, no recor aba El Tullido haber
experimentado una angustia como la de e e día, y nunca la·
notas de su desgracia le parecieron tántas y tan lamentables.
De ello sacó en limpio que era un hombre comido de pecado
, á quien todavía le faltaba "mucho palo" pa.ra ponerse en
buen punto de cristiano y aprender á conformar e con el querer
de su Divina Majestad.
Esa tarde no dio escuela, sino que mand' llamar al Cura,
quien, después de confesarlo, le aplicó todos los bál amos y unturas
espirituales del caso, aleccionándolo, ademá , sobre el modo
cómo debía obrar con los Pe1juicios, lo cuales, por de contado,
figuraron no poco en este largo parlamento.
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DDIITAS ARIA"' ] 73
V
Amaneció aquel lugar envuelto en niebla t.u: espesa, que
entre la cocineras que madrugaron á coger el ag-ua en lo chorro
de la e quina del Cabildo, hub choque y quebrazón de
olla y calabaz . El a ri tán, arrebujado en su bayetón, y. en
. u manteo, el Cura, hici'"'ron sonar los zueco· en las empedrada
aceras y tocaron á mi a; más de un perro, hecho una rosca.
tiritaba por ahí contra alguna puerta; h vaca , echando vapor
por todo el cuerpo, reclamaban u crías en los c _ rcado ~ · é ta
contestaban desde adentro. pero nadie sal;a á los ordeiios; pajarito
cantare· no ~e oyeron, sino que la lora del Cura, des pué
ele pedir repetidas vece al lorito real q11c sacara la pata, entonó
el anto Dios con lengua más e tropajosa que de co ·tumbre.
De peinada y flechuda , e andaban por toda part la gallina
, e carba que más carba, comacrcando .i Di s tenía qué;
en tanto que un puercos protestaban de la argolla y de la
horqueta con grui1idos de amenaza, hociqueo en las paredes, e -
tregamiento contra las quina .
o bien lo. tul aq u llos e de corrí ron, y el rayo amortiguado
d un ·ol anémic de puntó por detrá de la torre, e
abrier n lo bale n de la casa de D. Juan, y mi 1a icola a
·alió á tender en la baranda lo paiiales del pequei:uelo; y
detrás de lla, tra madr que, á falta de balcone., extendieron
los trapaj os en taburete , frente á las puertas de su. re p cti\
·a casa . Un capítulú de gallinaz s, gra es y meditabundo·.
que también asoleaban u. ropa. en las altura de la ba ílica y
en el palacio municipal, e desgajaron cauteloso., atraído in
duda por aquella· bayetas de parvulillo, mientras que otro ,
más muchacho y tra\·icso ·, se agolparon al fr nte de la carnicería,
por ver si l og raban una parv:dad de fil~raja. Abrió el herrero
la fragu::t; lo_s de la renta, el estanco; eiió Benjumea, el
\·e ntorrillo · D. Juan Herrera, la tienda; y principió el palpitar
febricitan!-e, el hervir de la gran metrópoli.
¡Qué tien qué ver la de Semíramis! Grandio~:;as fábricas
de vara en tierra, ele bahareques, de techumbres de rabihorcado,
ahora junta , ahora disper as; alto y bajos relieves de boñiga
en muros y pa imentos; mozaicos de chorretas y rayones por
dondequiera; avenidas alfombrapas de yuyoquemao, de abrojo,
de espadilla.
Filigranas de e p3.rtillo y de helecho visten los muros de
huertos encantados; sobre los alero de paja y de terrón E:e espacian
la verbena y la sarpoleta y se desata en bucles la acedera;
extienden lo· morales sus e pinosas ramazones á través de
la verjas de mac an as; p~r los alladares de madera preciosa de
caunce y de sietecuero , se entretejen la batatilla y la batata;
túpenlos y refuér2a:1lo el lengüebuey y el barbasco .... tal vez
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174 EL )IONTAKÉR
para que ning .. ma vaca invasora vaya á perderse entre aquella ~
formidables vitorieras que, cual las huestes nap8leónicas, han sepultado
las mafafas, confundido los achirales, invadido hasta el
cogollo lus arr gante · platanales, puesto en duda la existencia
de los chiqueros, borrado las fronteras y enredado la geografía
de aquello continentes.
Cual la insen atez humana que paga tr~buto al lodo inmundo,
bordan las márgenes de El SajJe7'0 sauces llorones qu lo bean;
chacha frutos que le riegan sus pétalos purpúreo ; borracheros
que le adulan con la grosería de sus perfumes y la hipérbole
de sus flores; dragos que enrojecen sus hoja por adornarlo.
En las ciénagas, vestid:ts de espadaña, agitan los yarun1os su
follaje de doble faz; en las hondonadas se yergue el zarro, e a
palmera de la tierra fría; en los collados ostenta la flor de mayo
u ríspido ramaje y su tricolor eflorescencia; descuélga e por la;;
breñas d colchón de pobre; el helecho se prodiga por dondequiera;
y por allá, de trecho en trecho, como caricatura de cu ·todia,
se empina, de::~airada y grotesca, tal cual mata de gira ol.
Cubre este lujo pesetero de la naturaleza un riñón atrofiado
de los And s. Sobre él á horcajadas está el pueblecito. Lo.
gallinazos, esos poetas que giran en la altura, deben contemplarlo
desde allá e mo el delineamient
de un alacrán. Las do callecitas de Et
Alto, cur adas a ·imétricamente, son la.
antenas; la plaza larguilucha, el cuerpo;
la tre calles que medio arrancan de ella
á lado. y lado son la pata , _ , por último,
forma la cola con todo y nudo~. la llamada
Calle-abajo. De modo que la escuela
iene á quedar en la ponzoña. La paja de
los tech s, la paredes húmeda ó empal-adas,
el humo, las telaraña , el abandon
, hacen de aquella aldea una mugre, un
harapo de villorrio. El cielo que lo cobija parece de zinc lo mi -
mo en invierno que en verano. Tiene la hermosura de la miseria,
la poesía de la tristeza, la nota pintoresca del desampar :
dij 'rase una gitana convertida en pueblo.
Consta de muy buena tinta que El Tullido tuvo una noche
toledana y que, á pesar de ello, no dejó de llamar á las cuatro
de aquella mañana á la señá Vicenta, para rezar de cama á cama
el rosario, los padrenuestros del Carmen y los actos de fe,
como tenían de costumbre. Cuando hubieron terminado, salió la
buena mujer tiritando para la cocina. Y en qué apuros se vio para
hacer llamarada, pues, aunque enterró muy bien la noche antes,
el frío había penetrado la ceniza; y aquella brasa moribunda
no quería re ivir. A fuerza de soplos, de pujos y de encarnizarse
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DIMITA 173
ln. ojos, obró el milagro de hacer entrar por el deber á aquella
leila aterida. A poco la chocolatera de barro, acariciada por do
lenguonas rojas que la lamían por los flancos, cantaba en delicia o
gorgoreo, en tanto que el tiesto encaramado en las tres piedra ,
se e tremecía rabioso, al sentir en su abrasadas concavidades la
frialdad de aquella masa que se le pegaba como una vento a;
pues primero se cortar~ la cabeza eiiá Vicenta que dejar al
"viejito" sin su arepa caliente al de~ayüno. ¡Y cómo S~ le enternecía
la pajarilla al buen hombre, al oír el cuchillo raspa que
ra pará , y el molinillo de raíz, que ·e volvía tarumba entre
aquella onda espesa y perfumada! Después de apechar e el coco
"c:ebado por dos veces" tuvo tiempo de echar una tongadita
cie sueño.
Que no fue tan corta que se diga, porque en mañanas como
é a los di cípulo t;:.rdaban n llegar, y no por dormil nes,
. ino porque, á má. de la "ranchada de la leña", de que no se es-apaba
ni la casa le D. Juan, lo chico ~ e entretenían en la ralle
apo. tando á cuál "echaba má llcb!ina". Y qué bocaza las
que abrían aquella criaturas para arrojar el aliento, y qu' de risas
y comentario cuando al ún ' eííor" asomaba á u pu rta '
iba de -pidiendo, entre bo_ tezo y e tremecimient d frí , cada
bocanada que ni fumando tabaco.
Vedados le e taban e tos placere á la pobrecita Pcrjuz'cia,
pues Encarnación no la dejaba madrugar, por mi do de que le
ataca e el ahogu í con esos frí s matinales; razón por la cual llegaba
la última á la se i 'n de la maííana.
La siete de é~ta serían cuando salió de ca a, a pirando el
aroma de un enorme clavel, de ésos que por entonces ignificaban
"amor ivo y puro", que llevaba para ob equiar al iño
Dios.
Ufana por demás con la ofrenda, se llegó á la escuela, dio
los buenos días al Tullido, se informó de u salud-atención
que nunca omitía-y estiró la flor á Cleto Villa, que, por ser el
má maño o de los chicos, era el encargado de ponerla en lamanita
del r iño. Pero cuando el muchacho, después de encaramado
en un taburete, iba á verificar tan delicada operación, le gritó
el Maestro en tono de regaño :
Detente, Cleto; no le ponga eso al Niño Dios.
-Por qué, Maestro ?-exclama Pc1jwicia en extremo sorprendida.
-Por qué? Porque él no recibe sino flores que vengan de
manos de una niña obediente y respetosa; de unas manos pu-ras
_____ .y las suyas están manchadas.
-Sí, ya sé-gimió la chica, emperrándose á llorar á todo
pecho.-Eso fue porque Toto _____ .ji! ji! ______ chifló ayer el
corcoveo .... Yo qué culpa tengo, ah?
10
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1 7G EL
-Sí ti ne la culpa, í la tiene, porque u té y él se han pauta
pa cometer falta y pa irre petar á su :Maestro. Por e o el
N iiío Dio no le quiere su flor. Llévese la y vaya á la iglesia, y
ai, junto al altar de mi padre San Cayetano, está el retablo de
mi padre an Miguel con el Diablo á los pies .. __ Póngasela á
Lucifer, que ése sí le recibe u flor. ¡Vaya pónga ela corriendo,
que allá la está esperando !
Por este registro sí no había entonado el Mae tro, y los niiio.
estaban aterrado . ¡Y qué bonito e taba diciendo e as coa
: in poner e bravo ni nada, sino como el ·urita cuando
echaba la prédica !
Pajuicia, entre tanto, con la cara apoyada en un brazo, y
é:te contra la pared, seguía ollozando.
El Tullido suspt:nde un instante su filípica, y luégo, dirigiéndo
d nuevo á la muchacha, le dice:
¿Qué es que no se mueve? No le digo que el Diablo 1' est' esp
randa? Y u t' no debe hacerlo a ruardar: la. ni.iias endi;Lbladas,
com usté, deben ir todo lo· días á hacerle la i ita. ¡ 1 o ve
que él es el que las manda?
-Por la Virg n, Mae trico,-grita Pe1juicia desesperada,
tirándo ·e de rodilla -no me mande p' nde el Diablo, no me
mande, que yo no soy endiablada .... _ ¡No me mande, no me
mande. _____ ! Yo no lo vuelvo á hacer, no lo vuelvo á hacer,
Mae trico de mi vida! Yo le obedezco á usté todito lo que me
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DDIITAS ARIAS 177
<.liga _ _____ Yo no vuelvo á ser juguetona nt necta ______ Pé-a
ueme i quiere ; déme rejo,
-No, yo no le pego; no se afane. ¿Para qué le voy á pegar?
¿N o ve que usté no está sino pa darle gusto al Diablo? ·
-Al Diablo no, Mae trico-plaiíe PC1J"zticz'a.-¡Yo no lo
vuelvo á hacer; no, por Dios !
Y sigue de rodillas, y de rodillas se va hacia atrás y se \·iene
hacia adelante, y se me a el pelo y se estriega los ojos, conYulsa,
dese,perada.
El Maestro, recordando que el Cura lo ha motejado de falto
de entereza, sigue en su propósito, aunque se le vuelva cuesta
arriba al ver cuál se pone la muchacha.
Levántese de ese suelo,-le manda en tono más s vero qu e
antes-y déjes de hacer papeles. que yo no le creo.
Y dirigiéndose á una muiíeca de las más gorg-ojas que se
estaba acurrucadita en un rincón, le dice cariñoso:
Vaya usté, mija, tráigame á u casa una florecita pal Ni-iío.
-¿En casa, caso hay bonitas ?-replicó el ángel con un
mohín de lá tima de lo má encantador.
-Eso no le hace, mijita. Tráigame de la que haiga.
Felicí ima con la distinción, corre á cumplir su cometido.
Carmen, sintiendo que á su pena se agrega algo como un
ultraje, y. concentrando toda su amargura, toda su humillación
e n un chillido muy largo, e arra tra de hinojos ha. ta la camilla
del l\'Iaestr , y, hundiendo la cara en lo t e ndidos, sigue ollo-·
zando.
La niña, coloradita y jadeante, torna á poco con una ro. a
amarilla, de ésas que llaman de muerto, y dice:
o había sino de e to que güele muy maluco.
-Está muy linda,-replica El Tullido, recibiéndole aqu -
lla pobre flor,-y anque no estuviera: el iño Dios la recibe con
mucho agrado, porque ésta sí viene de manos puras y virtosa .
T óme, Cleto ; póngasela.
Dejara de ser mujer Carmen Aguirre si, á pesar de su quebranto,
no hubiera levantado la cabeza para ver la flor. Tan luégo
como el Niño la tiene en su manecita, se alza la cuitada y
exclama:
Quíte ela, por Dios, Maestrico, que eso está muy feo y jiede
mucho.
-Está muy preciosa _____ -Y el Niño no la va á güeler.
Ella, entonces, se retira á su puesto á llorar en silencio su
tristezas.
El Tullido, como para borrar la impresión que esta e cena
produjo, como para aturdirse él mismo mandó :
¡Ea, pues, muchachos, una leyenda bien sabrosa!
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17
Y la gréln chillería e arma.
Cuando se iba calmando gritó, una muchacha:
¡lVIaestro, Carmela está con el ah go!
Y, en efecto, Carmela parecía en lo supremo del ataque :
levantaba la cabeza y abría tamaila boca para poder recpirar,
dando unos acecido y produciendo unas her ezones y unos leYantamientos
de pecho, que in piraba compa ión.
i está con el mal, váyase pa la ca a-le dijo el Maestro,
echando el resto de valor, porque y á se le quería figurar que se
había desmedido en el castigo.
J e1iuicia, hc..ciendo todo el alarde po ible de enferfDedad,
se tocó con el pañolón como una iuda, no dejando fuera ino
la punta de la nariz. Le pareció muy d 1 ca (J un patatús horrible;
pero por más que lo pro ocaba y lo fingía, el patatú no
·e quiso pre ·entar, por lo cual hubo de contentar e con alir
agJ.rrándo e de la pared y de la puerta : ¡estaba tan desfallecí
a!
Por h"ab r enfermado de las glándulas, dejó de asi tir l)crjnicio
por tres días 'Í la escuela, pasad . los cuaJe compareció
n ella muy sati fecho y campante. Llegada la hora de pontificar
en la ar na, e apercibió para ello 1 monitor insigne; pero
.... e pos quedos !-el Ma ·tro le dice:
pa, hijo; n se mu va de su pue to .
\, revolviendo la i ·ta por toda la cla ·e, ailade:
Salga u té, Cl to, á en eñar en la arena. U té e. el monito r
de hoy pen delante.
¿Vi te á un general cuando lo degradan? Lo que é · te pu e de
entir e nada, comparado e n 1 que ·intió Tot I errcra.
El, el hijo d . Juan, el más aliente de toda la scucla, suplantado
por e b b , por ese pobr tón de Jeto Villa. ¿ 'm o
no e abría la tierra y e tragaba l do 1 itio? aía cada lágrima
por los cach tes e Pe1izticio como arv Ja.
VI
¡No hay qué hacer con el pr gre o! un ~Iiciftí artero,
perseverante, que espera el momento preciso, el cuarto de hora
de los pueblo , para echarles el zarpazo.
Tal pensaba, más ó meno , D. Juan Herrera cuando discurría,
que era á. toda hora, sobre el incomparabl adelanto de
aquella población. Con él opinaban todos sus convecino : para
ellos no parecía el progreso cosa indefinida, toda vez que habían
pue to punto final al de su pueblo: de allí no e podía pasa1·,
era el non pbts ultra. En realidad de verdad, aquella aldea había
c o n _eguido en veinte años lo que en muchí irnos no lograra.
¡ _ué de cosas sucedidas en tan corto tiempo! El asalto fue por
e. te orden: una da comercial que rompió el aislamiento de esa
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DTMTT. S ARIAS Jí9
comarca; creación de escuela oficia le"; minas y finca que e
n1ontaron y que, dándole valor á las tierras y ocupación á Jo~
brazos, atrajeron no pocos inmigrantes; tejares que supeditaron
la paja; tapias que derogaron los bahareques; un Cabildo clw-
777tdo que echó agua y levantó pila· y, por tíltimo, una enonnidad
de u ceso, un colmo que casi deja pa mado á D. Juan y á
us turulatos convecinos· una Legislatura munífica que erigió
aquella parroquia en cabecera de circuito.
1 h, el Circuito!"-Y D. Juan abría aquella bc)ca, y abría
aquello· jos, y abría aquellas pata . E e Ci re u ito que lle ó tánt
hombre sapientí imo , que e tableció 1 foro, que elevó el
pueblo á la categoría de ciudad, que po::>tergó, que puso bajo su
¡.>lant·t aquella aldeas limítrofes tan antipática , tan aborrecida .
¡ _ué triunfos, qu' glorias! Todo allí a u mió un carácter eminentemente
ciudadano: 1 jipijapa del Cura fue reemplazado por
la teja clá.-ica, y, no contento con la vieja iglesia, no so eg_' ha. ta
crear una junta é iniciar lo trabajo de un nu vo templo; las
grande dama pasaron de la alpargata á la babucha de cnrd -
bán; mermaron un , . inte por ciento zu cos y bayetone ; ·tableci
ó e zapatería· ptL ieron letreros en tr s ó cuatro tiendas·
pint · ron como ocho casa ; se mpapelaron la d 1 Alcald y
la de D. Juan Herrera, y tu\·ieron bomba y mtsa central; Doíia
icola. a no volvió á admitir pañal s en us balcones, e n er
que Tot le había ll nado la casa de PC7juiciccitos, pu iba yá
¡Jara diez a fio que e había ca ado con armela.
Tod esto era nada comparado con la in trucción: á má
de la e cuela oficiales, abriéronse do colegios para hombres
y para mujere , y no se oía sino "plantel de educación", por
aquí, "plantel ele educación", por allá. El de eñoritas era un
ueiio; hasta la ca. ad ra , y aun papanduja y que dada fueron
á abrevar sus espíritu· en aquella fuente de abiduría.
Estamo en ovi mbre. La ciudad se reviste de todas . u
gala· para concurrir á la "fiesta suprema de la civilización." La
comunidad vestida heterogéneamente al gusto de cada alumna,
atraviesa la plaza, al són de La Garibaldina que tocan dos clarinetes,
un bajo y la retumbante tambora del maestro Feliciano;
precede aquel mujerío sabiondo Doña Carmela Bedoya de Pulgarín
la pedagoga ilustre; síguelo la embelesada turbamulta.
En la naye central están en rueda todos los taburetes del pueblo,
el gran tablero de vaqueta embetunado y la ostentosa me-a
de los ''réplicas y catedráticos", paramentada con las colchas
de damasco de misiá icola a. Lo más granado de la ciudad ha
acudido; aun vibran los últimos bolillazos de Feliciano, cuando
mi iá Cornelia toca la campanilla y dice: "Se va á dar principio
al apto." I-Iace una señal con los ojos, y, de en medio de la comunidad,
sale una n1uchacha, chirriar.do los guasz"11toucs.
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1 o
Cuán hermosa é interesante! Viste un ornamento de merino
azul de cielo, escotado y de manga troncha; áurea soga de filigrana
le da tres vueltas en el cuello, le pende por delante y . e
coge en una cadera con un prendedor de águila; recógele una
redecilla la enorme castaña; cuatro cachumbos le cuelgan á cada
lado; luce zarcillos de lámpara griega, y, en el copete, un
ramo de flores de mano de varios colores. Qué e plendcr! E
Ester Solina Herrera, la seca-leche de mi iá Nicolasa, el mimo
de D. Juan. De pie, cerca á una mesa donde e . tán las plana y
los dibujo . e tira en redondo la mano, ~elumbrante de pedrerías,
y dice:
"Señores: El magnífico espectáculo que h o y tenéi la sa ..
tisfacción d presenciar, es de la fiestas más espléndidas que e
celebran en las naciones civilizadas, porque e la que hace la
educación en la b lla y elegante carrera del sab e r. Pues bien, e-íiores,
educad vuestra hija y ellas serán felice . ___ "
Esta arenga, obra maestra del D ctor F o rero, el famo o
abogado de la "ciudad", iba electrizando la muchedumbre; ma ·
de repente aquello no fue ya electricidad: fue el pasmo. N o ra
para menos: el di curo aqu e l tenía su pa o, u e cena culminante:
ello fue que de pronto dice E ter o lina: ''Valdréme
aquí de las palabra de María", y e po tra d e hinojo , y cruza
1 brazos, y echa toda la "Maunífica", desde e l ''eng-randece' '
ha ta e l "p o r lo ig l " . El cura c lwco /iaba / e . naba D. Juan
p r disimular lo· puch e ro ; mi ·iá ic o la ·a pali 1e cía d e moci ó n
ante la belleza y el abe r de u pimpoll .
iguió luégo el xamen de francé . El Fi .~ cal, que era el
profesor, abre un texto de Ollendorff y le dice á una niña:
Bueno, señorita Tangarife , írva e U d . verte rm al franc é:
la frase que yo le vaya diciend en es paiiol.
Tosió y ijo:
¿Tiene U d. mied o ?
La ~eñorita Tangarife, á p ar de sus rubores, pronunció
muy claro:
¿ Abé bu p er?
Los ojos que abrió aquella gente ____ ! A Pe 1/ztic~·a le aco-mete
tal risa que no tu o más remedio que romper por donde
pudo, con la boca taponada con el pañuelo, y salirse al atrio á
desahogar el ataque. Tres ó cuatro viejas, contagiada , la siguen,
y detrás una porción de muchachos y noveleros. El Fiscal cambiaba
de colores; D. Juan estaba en a cuas con su nuera.
"La cabra iempre tira al monte", se decía el viejo, y eso
que quería mucho á Pe1JÚÍcz·a; con una de esas querencias por
reacción que son las más intensas.
Porque fue mucho lo que se opuso al casamiento de Toto,
y muchísimo más misiá Nicolasa: no podían concebir cómo san-
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un
gre de Herrera y Reboyerlos fuera á mezclarse ccn la de
aquella zamt>ita, hija de un borracho y de una mujer tan de todo
clmái;; como Encarnación. Pero el mozo, que á cuentas debía
descender de algún aragonés, metió cabeza, y, quieras que no,
los españoles de us padres tu\·ieron que tragarse ''la Aguirrona'',
que decía mi iá Nicola a.
l\!Ias como la muchacha no era ni11guna pintada en la pa-
7·cd, y como siempre fue de la humana condición eso de pa :u
de un extremo á otro, Carmen Aguirre, e n todo su íiapangui -
mo, con todo y 1 mote de Pcr_¡-"uicia, ~e les impuso al fin y al
cabo con su caráct r insinuante, con su corazón bondadoso y.
má que todo, con el am r á su marido y con el estricto cumplimiento
de u d beres de espo a y de madre; y á tánto alcanzó
en el corazón de su. suegro , que, á pretexto de que Toto
tenía que ausentarse con frecuencia, como minero que era, determinaron
de común acuerdo traérsela á su ca a; en la que Carmen
Yino á er e mo un centro que recibía, para devolverlo con
creces, el cariño todo de la familia.
"¡Qué matr na! "-repetía D. Juan, e te e pejo de lo op-·
ti mi ta ·.-''E ha ta honita e te diantre d Per:fuicz'a /"
Pero así y todo, 1 echó u buena reprimenda por la carcajada
y el de orden aquel! . : "¡Haber interrumpido con esa m ntaií
rada aquella manifestación suprema d 1 progreso!"
VII
Víctima de él-que no hay progreso que no los haga-fue
d ~de luégo el in(! liz Tullido.
;::,iempre había creído 1 pobre que con la invalidez vitalicia
y sus consecuencia., lo tenía Dios má que probado. Pero cuando
vio ubrogada ·u e cuela por las gratuitas y para él acabadas
o el Gobierno; cuand pre intió el mendrugo arr jado por la ca,
·idad y urgí' en su conciencia la idea de que era un hombre
inútil, un pará ito obligado de la savia ajena, vino para aquella
alma tri te el Get emaní de sus dolare .
Qué amargura la de e e cáliz ina atable! La fe que henchía
aquel corazón sencillo, se conturb' en la crisis. Ansias de
tnorir le a altaron. Morir no para unirse á su Dios, sino para dejar
aquella vida miserable, onerosa á una pobre anciana que ét
había envuelto y precipitado en su de gracia, y á un pueblo á
quien él debía su tento, consideraciones, tal vez prestigio. Tiempo
hacía que su organi m o, anulado por el sufrimiento, para nada
entraba en la dicha de vivir; tiempo hacía que aquel sér humano
. e había dado cuenta y razón de que su parte animal era como
un sarca.;mo de naturaleza, como una prueba inaudita de la Providencia.
Por e o la vida la refería toda al espíritu, al corazón.
Pero he aquí que de repente) por un hecho tan común como
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inopinado, aquella actividad se encontró s in objeto en que em plearse.
Con la de ·bandada de la escuela, con la lobreguez d
su casa, acabóse para él ese campo que culti ar; el calor en antes
no apreciado de afecto y de ternura que le daban sus alum no
-hijos suyos por el e píritu. ¿Si Dios querría· tambi ' n anularle
las facultades del alma, después de haberle anulado la d el
cuerpo? ¿Si erÍ3 él uno como cadáver insepulto? ¿Si sería eso
la existencia?
Y Vicenta? Vicenta, la santa iejecita, en vez de un co n suelo
en su de gracia, vino á ser para El Tullido como un remordimiento.
Sí, porque aquella mujer, toda abnegación y cariño,
no le apagaba la ed de ternura que le abra aba el altna e n
aquel desierto de su vida.
La anciana había dejado el calor del fogón y pa aba lo :;;
día junto á la cama de "su iejito", remendando l . pobre ·
guiiiapo ó hilando los n e vado copos que le diera la ca ridad d e
Encarnación. La pobre viejecilla se arrecía de frío en aqu e lla sa-
.13. húmeda, donde soplaban los cierzos ce e as altura.s andinas.
Solitarios como la tristeza, silencio os como la irtud,
acurrucaban los do e ·po os todú el día, y e l otro, y el si ·ui e nte.
El pan e la caridad que á na ie falta en nuestras aldea.
¿quién ino PrNi~tiáa debía traerlo?
En cuanto la rapaza, en m e dio d e s u a turdimiento , pud
darse cu e nta de la situaci ' n e u Má. e tro ocurrió e l e e n u in ventiva,
alir lla misma á recoger e l c o ndumio para l par d e
viejecito ·. gobiada por enorme ces to, n había ca a a donde n o
se llegara con u muletilla: "La limosna p'al tullidito ' ; y n e. ta
co tumbre per e eró la muchacha ha ta ca · ars c. D ahí e n
adelante, ostuvo ella misma al Tullido á u propias e xpe nsas.
Hizo más: recabó d e Toto y de su suegro que le reedifica en al
infeliz Maestro la' ieja casa, que yá se enía abajo . Las o racion
s, e e hermoso regalo con que la pobreza r compen a al ric o
que la socorre, la le aban á tarde y á maiiana el par de ancianos
por su bienhechora.
Sin embargo, la no talgia de niiiez, esa necesidad que arre cia
con los ailos, que se hace apremiante en la senectud, eguía .
experimentándola, sin definírsela, aquel viejo sin hijos, aquel
Maestro sin discípulo .. Seguía cada vez más abrasadora, la ed
de aquel desierto; ino el espejismo: soñaba despierto con los
Pel'juicios, con Cleto Villa, con los gm~gojos, con la chusma de
rapazuelos que antes lo nloquecieran.
En ese sér, ajeno á las luchas y á los placeres de la ida, privado
de los goces del amor y de la paternidad, inerte, deformado,
sin vida corpórea, el espíritu, tanto más activo cuanto obraba
solo en aquella ruina humana, tenía que perder la noción de
la realidad, del vivir, para vagar por las regiones del delirio. La
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DDIITA~ AP.L\S
monomanía de afecto á la niiíez, lenta, vacilante en u~1 pr:ncipio,
fue acentuándo e podero a, dominante-chochez ó locura, nadie
supo definirlo.
Es lo cierto que aquel Niiio Jesús, á quien siempre había
querido tánto y tributado el culto fen iente y tierno del cristiano J.
su Dios, á su Dio que quiso humanarse en la niiíez desvalida,
ino á ser para aquel loco, no una imagen, ni iquiera la repr -
entación del má grande misterio de su reli:::;ión, ino una criatura
en carne y hueso, angre de su sangre: su hijo, e:: u · unig~ni-to,
Dimitas Arias. el sér más hermoso de la creación.
Fue bajado d u altar y de pojado d u ropaje e m ig-nia.
, para cr luégo envuelto, como en el p rtal de B lén, en lo
pobres harapos de la cama del Tullido. Lo arrullaba con los
cantos de las madres á sus niños, y se quedaba dormido, abrazado
á la prenda de su corazón, para de pertar, sobresaltado,
con este grito: "Me lo mata! me lo mató e e Aguirre!"
Vino la enseñanza: Dimitas deletreaba, Dimitas escribía en
la arena, leyó después de corrida é hizo planas que ni soñadas.
Locura extraña, delicada en su misma extravagancia: nunca . e
le ocurrió que su hijo necesitase de alimento: nada para el cuerpo,
todo para el espíritu. Vestíale á veces sus galas epi copales
y le ponía en la manita, ·no la flor de otro tiempo, sino el bácu-
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1 '±
1 , que no era otro que el chuzo de macana, aqu 1 chuzo formidable.
Entonces, Dimitas era el Obispo Gómez Plata, que venía
á confirmar á todo los niños del Sitio. Con Su Jiu trísima rezaba
el rosario, y daba tiempo á que él le contesta e las avemarías.
¡Qué dulces debían resonar en el alma de aquel loco las
oraciones en boca de su hijo, ese varón preclaro de la Iglesia.!
Y siempre los sobresaltos por los peligros que corría su niií.o; por
1 s asechanzas de Aguirre.
La seiiá Vicenta, esa alma de Dios ocho veces bienaventurada,
no era para acobardarse demasiado con las locuras de su
marido, ni menos aún para definirlas y apreciarlas. Bien e L
alcanzaba que esta chochez era harto extraiia en un hnmbre que
ella había considerado iempre tan sabio y tan religioso. A í y
todo, no podía menos de reír al oírle tántos disparates.
La noticia de las "ideas" d 1 Maestro corrió por todo el
pueblo desde d principio, y muchas personas fueron é verle, con
achaque de llevarle algún socorro, para sati facer solament la
groserota novelería. '' ___ .cito!"-les decía la seiiá Vicenta á los
Yisitan e .-Y agregaba paso: •·EJ. iempre está di. traído, 1 pobre
Tullidito. Tan iquiera no está furio "
u ando los graneles certámenes, estaba el l\1 ae:stro t mas
en el apogeo de su locura.
Pnjuicia iba á verlo á menudo, y sa1Ía cada vez más impre:
i<:nada con ·u extra\·qgancias y má compadecida d su d -
m en cta.
VIII
e acercaba la gran f, ti vi dad del orbe cnsttano, la fic ta
¡.>or ex~elencia de lo· hogare ::¡ntioqueiio : aquella que, con su
idílica ncillez y anta poesía, obliga á la familia á congrcgars ,
atrae á los miembros ausentes, hace pagar el tributo de lágrima
á los muertos queridos y cultiva los afectos más puros del
corazón. i en la casa má pobre de e tas montaiias deja de celebrar
e. En nue tras aldea , los mendigos imploran, no ya el bocado
de pan, sino la moneda para hacer en su choza lo platc s
obligados de ochebuena. Y e que nuestro pueblo no ve en e -
ta festividad una co:tumbre tradicional y religiosa tÍnicamente,
que ve un deber ineludible de cristiano: en el fongón donde no
e hace "]a nochebuena" se revuelca el Diablo, y toda h. casa
que da contaminada.
En la de D. Juan Herrera había comenzado el brete de de
la antevíspera. Aquella cocina era un embolismo, un caos de
cedazos y coladores, de pailas y de cazuelas, de trastos y de cacharros
de toda especie. Las señoras de la casa se multiplican :
cuelan, ciernen, amasan, baten. Aquí chirrían los buiiuelos; allá
revienta la natilla; acullá se cuaja el manjar blanco. Corre el
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] ,.)
bolillo obre la pa ta de hojuela ; el mecedor no cesa entre el
h:rviente oleaje; forma copos de espuma la superficie del almíb:-~
r; en esta piedra muelen la yuca y la arracacha; en aquélla,
la canela y la nuez mo cada; en arte as y platones blanquean
los que itos y las cuajada ; campan la manteca y la mantequilla
en hojas y cacerolas; saltan los huevos en cascadas amarillas.
Se sofoca ésta desmenuzando; atiza aquélla por todas parte. ;
una ma.ndan, otras pid n. Los chicos todo lo hu mean, todo
lo tocan, de todo se antojan, de todo comen. Cuál se ofrece para
traer lo azahare , cuál para soplar la forja, cuál para acarrear
la ajilla. Los grandes entran, indagan, alen, tornan á entrar,
tornan á salir, y, ahora bufíueh, !u' go ra pado, cuando llega
la hora del banquete e tá toda aquella gente más para agü.itas
d e apio q•.1e para manjare .
P er:fuicia corre con la distribución: la delicadezas y filigranas
para el Cura, para el sefíor Fi cal ; lo buñuelo ingentes
para lo Zutanitas y Menganita ; la enorme batea d natilla de
quesito y la cuyabrona de bufíuelo de cargazón para los pres s
de 1 a cárcel; en fin, la ración para el pobre, el plato que bendic
e la abundancia del ric . Al Tullid , como era de rigor, le r e -
ervaba de todo con opulencia y largueza.
T )do los afanes anticipado de la P crjuic ia eran para tener
libre el día iguiente, á fin de fabricar, en compañía de Cleto
Villa y de algunos chico ·, el p ·e bre d e l Tullido . e ·de niña
había "id una de la má a ·idua á c · ta ~ deliciosas faena , e n
las que tomaban parte, especialmente para acarr ar lo s materiale
·, casi todos lo muchachos de la e cuela, razón por la cual el
tal pe cbre era clásico en el pueblo. P erjuicz·a no dejó ni un año
de ayudar en la empresa, . á pesar de sus obligaciones de señora
ele casa y de madre de famiiia.
Flla y Cleto se proponían aquel año hacer una maravilla;
y no sólo por sentimiento de piedad y por di er ión, ino porque
ambos á dos habían mandado la novena al Niii.o, para que
le quitara al Tullido "las ideas."
Desde la siete de la noche, la casa del Tullido era un hervidero
con la gente que entraba y que salía.
¡Nunca en el pueblo se vio prodigio como aqu '1! Ocupa todo
el testero de los santos La puerta del cuarto de señá Vicenta
quedó ca i cegada, con sólo una abertura por donde la viejecita
podía pasar de lado raspándose y magullándose. Hasta
el vértice de aquella pajiza techumbre llegan las guadua que
se cruzan en arcos ojivales; más abajo se entrelazan los chusque
, formando tupida, erizada bóveda de verdura; cuelgan de
las vigas racimos dorados de plátano guineo, gajos descon1unales
y artificiosos de naranjas y enormes ramos de espigas rojas
de cardo y de flor de u vito; ringleras de palomas de cuerpo de
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1 'G
e ra negra y de cola y alas de papel plegad·
nico medio abierto, se mecen al extremo de hebra sutile ; la
naranjuela, ese recurso decorativo de tierra fría, se columpia
en gargantillas desde las vigas, pende en festones por las parede
. se apiña en mazorcas sobre lct. tabla de los :=;antos. y en toda
partes alegra con u púrpura y su ter ura metálica; decora
el nicho de mi pacire San Roque grandioso arco de gén ro bb.ncn,
abullonado en bomba regulares, separadas por létzadas de
madejas de lana de lo colores más e cand:tlosos; la Virgen de
Bal van era. la de la Cueva, todos lo santos. quedan sepultado.
hajo d tapiz e pe o d colchón de pobre y colchón de rico, y
obre él r ·alta o tentoso un zodíaco de amarilla flores de
muerto. Bajo e te. olio, un terruño antioqueño de aspereza . de
escarpas prodigio a . En la cumbre de un picacho e y r 0 ue,
cual i fu ra la apoteo i de nue tra democracia, una negra gigante
ca de cera con tamaña batea de buñuelos en la cabeza.
Búrl~ e con olímpica sonri a de una ciudad liliputien e que le
queda al frente, en el borde de ertigino o precipicio: e. Bel 'n
de J udá. ~ us 1nagnífico palacio· de cartón recortado, us grandio
as ba ílica de tabla de pino e 1 antojan monum nto le\
'antado al m n. truo de la tiranía y al mito tenebro o del fanati
·mo. Por la. garganta , por lo de filaderos, por las hondona<
ias se apelmaza el capote e lor de ro ·a. 1 d erdor pálido; los
líquenes blanc que mejan e ponja , lo mechone de musgo
>· curo y afelpado, la or ja y la barba de palo. Plumaje de guacamaya
_ de cardenal, de toche y de gallo · de monte alfombran
lo. ribazo y e torna Jan en la · pl~ ndi nte . l:n la ba e fr o ntal
de la obra de Cleto Villa y de P crjuicia . entretej n hel hos,
cardo , parásita y todo lo prodigio · de nue tra !va . n l
centro, el anta antórum: un udad c ro le junco por t echu¡;nbre;
1 or columna. , do popo. forrados en el mi mo pap 1 que tapiza
la ala de D. Juan ; á lado y lado, como guardiane del r cinto,
senda reyes de e pada recortados primoro amente por la fina
tijera de Pctjnicia; detrá de ello , do caracoles marino , ornato
de las mesas de mi iá icola a; un paiiuelo de eda Yerde
y e la el mi ·terio. En candeleros de barr di · per ·o acá y allá; en
alcayatas el a acla á la pared e , en tres araüones de pal que
cuelgan de la viga , arde como una glori~ todo el sebo que labró
1--:ncarnación .
Todo era allí alegría y bullicio. Sólo El Tullido pennanecía
indiferente en ta función que él mismo había moti ado. Reca
tado en su camilla que o tentaba las galas de renovación estrechaba
en us brazos, en n1Ístico c:ilencio, á su Dimitas.
Los pesebrista · , ntre tanto, se hallaban en mil apuro y
creteo . Con ultada la seiíá Vicenta, les dijo: " N o tienen pa
qué: él no lo afloja. Si no consiguen otro, e pierde e te pesebre
tan precioso. Ni e lo pr pongan porque . e enfada.'
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DDHTAS ARIAS
Esto que tal oye la Pcrjuicia, llama á Clcto Villa "á palabra
y perdón", y salen ambos muy apurados calle arriba. ¡Con~
eguir niiio en noche como aquélla? Un milagro! Y aquí ele los
recursos de Pe1~juicia. La que inventó el mataculín en redondo
y el botadit?, mal podría desmentirse en esta circunstancia suprema.
Fué. e á s.u despensa, hizo bajar una de las tun~gas de
maíz que colgaban de una viga, y luégo, con la mejor mazorca
· algunos trapajos viejos. formó un muñeco: cátate á Dimitac;.
Llegóse á poco al lugar del conflicto, sentóse junto á la camilla
y principió á hacerle mil carantoñas y zalamerías á su Maestro.
Cuando meno lo pensó Cleto Villa. Pajuicia le n1et.ía por debajo
de la ruana al Dimitas verdadero, en tanto que, volviéndo-
·e al Tullido, le decía con mucho cariiio:
No vaya á destapar á Dimitas, que puede darle ceguera
con tánto velerío.
-Aquí lo tei1go empuñao en el rincón-murmuró el pobre
loco con trasporte, estrechando la mazorca.
A poco principiaron la novena. Mucho hubiera gozado el
l\1aestro con la lc)'cnda de Pc7J"uicia: aquel t no gemebundo y
atragantado, la voce di paratadas, el irrespeto á los signos d
puntuación. hacían de aquella novena, leída con tánto fervor, una
ó m í. s letra3, en cada caso.
-¿E · de ir, que, despué de cada letra alida, se cambia el
puesto de las do· que iguen ó de tre ·?
-Precisam ente.
-Pue .~ yo no . oy tan bolonio como Ud. piensa, para pon r-me
á bregar un a co a que no sale. Me acuerdo que con las diez
cartas, poniend o el a , do , tres, cuatro ______ con carta de por
medio, lograba sacar hasta el cinco, y despu 's se me enr daba
todo. ¡Calcule cómo ería aquel 7'C'uoltijo, cambiando tre ó cua-tro
letra en dieci éis ó veinte ______ ! ¡D~ mí no se burla U el!
- guarde, amigo; no la tome por donde quema. Voy á
mo trarle que sí . ale en un caso, para que Ud. bregue otro.
Coja veinte papelitos y escriba en cada uno una letra de las
que voy á ponerle; luégo la acomoda sobre la palma de la mano,
con la cara en que esté la letra vuelta hacia arriba, poniendo
la letras en e te orden, de abajo hacia arriba:
TIE _ ZGOAAUUNÑFVEOLE
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190
?uelve Ud. el montón de abajo á arriba, de modo qu quecien
las letras hacia abajo, y vaya sacando y ac0modando letras
así:
1? Sale la letra de arriba _________________________ -1
2? La que sigue arriba pasa debajo del montón.
3? Saque la letra que quedó arriba _________________ 1"'1
4? La letra que sigue arriba pasa debajo.
5? epare y acomode la letra que sigue arriba ------- z
6? Letra de arriba pasa abajo.
7? ale la que sigue arriba ________________________ en
8? Letra de arriba pasa abajo.
9? ale la que quedó arriba _______________________ l>
1 o? Letra de arriba pasa abajo.
1 r? ale la que quedó arriba __________ . ____________ e::
1 2'? Letra de arriba pasa abajo.
13? ale la que que
26? Letra de arriba pasa abajo.
27? Sale la que quedó arriba _______________________ :Z!
28? Letra de arriba pasa abajo.
29? Sale la que quedó arriba _______________________ e
30? Letra de arriba pasa abajo.
3 1? Sale la que quedó arriba _______________________ :z
32? Letra de arriba pasa abajo.
3 3? Sale la que quedó arriba _______________________ e::
34? Letra de arriba pasa abajo.
35? Sale la que quedó arriba _______ . __ . ____________ ITI
36? Letra de arriba pasa abajo.
37? Sale la que quedó arriba _______________________ <
38? Sale la última. __ . _ .. _. _____ .. __ . _ .. _ . ___ . ____ Q
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•
"RO:\fPE-CABEZA ' PARA N'OCHEBUENA 191
-Hombre! muchas gracia ! Que lo tenga Ud. muy dichoso!
Pero no ha salido sino con cambio de vna letra. Muestre un
ca o de más l etras cambiadas.
-Escriba letras en los papelitos y colóquelas, como la vez
anterior, en este orden :
MEAAANMLNGIEDODU
Voltée el montón como antes, y aya sacando y acomodando
letras, así:
~~ Letra de arriba, que sale _____________ .. _ . ______ ;:
2~ Pasar, una tra otra, tres letras de arriba á abajo.
3~ acar letra de arriba ____________ ...... _ . ______ )>
4~ Cambio de letras, una tras otra, de arriba á abajo.
s<:> acar letra que sigue arriba ______ . _ .... _ . ______ :z
6 ale letra que sigue arriba ______ . _ ........ __ .. _ ITI
10
16
26~ Cambio de letras.
27«? Sale letra que sigue arriba . _ .. ___ .. _ . _ . _ . _ ..... r-
28~ Cambio de letras.
29~ Sale letra que sigue arriba _______ . _ ...... ______ e
30«? Sale la última ______ .. _ . ________ . _ .. ___ . __ .. - . e
-¡N o! qué cuento de aguinaldo ! Si y á pasó el tiempo, y
entre hombres no vale.
12 Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
-Y ¿qué culpa tengo yo de que e te Jl1onta77és i\ a tras-
7lXItado, sacando cada mes el ntímero del anterior? Mi ''RompeCabezas"
fue arreglado en tiempo oportuno, y no le perdono á
Ud. mi aguinaldo. i quiere empatar las albricia-=> con la Empresa
de El .!VfontaJJés, se le ofrece pagárselas en una suscriciÓll
por un ailo, ca o' que Ud. logre encontrar los anteojos, digo, si
a1•crigua )' c1l'uÍa primero que nadie una solución correcta del
"Rompe- Cabc:::as."
-¿Es decir que hay que explicar cómo se acomodan la
letras para formar cualquier palabra ó frase, con los cambios que
se le antoje á U d. seiialar?
-Sí seilor. E e es el problemita cuya solución le permitirá
á Ud. entretener á sus chicos buenos ratos, con tal que, yá sabe
Ud. __ .! lo de la viejecita! Porque si Ud. no busca de cierto
modo, aunque le ponga m á ecuaciones que las que en eíían 1 s
Ejercicios de Algcbra de los Hermanos Cristianos ¡no gana las
albricias!
17, Diciembre, 97·
]. M. E.
(li\lPRE. JO · E: PERSO ,r LÍ."DL\.")
UA'L llamarásc e ta Res eíía porqnc sí: pues. n1al
ntado, medio mes hará que nació la precedente. "\: i en
.-_,,,,3o., .. , .. " runo completo apuradamentc ocurr n cosas para llenar
; dos párrafo , que será en una mitad! Pero la má negra
e. que e ta vez ·í han ocurrido, y desgraciadament , no
para 1 pobre J'rólogus. Que lo suce os-frutos má ó
menos maduro y dulce que el árbol del tiempo deja caer-ahora
cayeron al otro ladu de la valla con que me encierran, al lad
o político. Y de de aquí, hecha la boca un agua, los veo, pro~
vocatÍ\'O y tentadores. Los hay de todas layas: de los que hae
n reír y de los que hacen llorar, de los que indignan y de los
que dan lástima. Pero ¡ay! e a puerta, la de la política, me la
tienen vedada, que-y bien me lo é yo-suele ser ella la de la
c~rcel, y detrá de ella suelen hallarse-flaco hallazgo-las multas
y la· suspensiones.
Si el me de Noviembre se lo llevaron de claro en claro los
certámene , lo que va de Diciembre io han monopolizado las elec-
•
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ciones, que venido á ver son también un certamen, "una exhibición",
que dijo el otro, "de caracteres y fuerzas morale '', y de
algunas que no lo son, agregaría yo, si me atreviese. Y bien que
hace ya doce días que las elecciones pasaron, parece que no han
acabado todavía, como que "el drama empieza cuando acaba el
drama"; y aunque ya se presume quiénes han sido los llamado ,
a venturd sería apostar sobre quiénes sean los escogidos. Al público
se le tiene, entre tanto, en una espectativa tan tirante que
apenas si lo deja respirar.
Una cosa sí he creído ver: como· que los partidos-todos
ello , es lo curioso-no están completamente sati fechas de í
. mismos, de su conducta ni de su situación; algunos como que
dirigen miradas codiciosas á candidatos del cercado ajeno. ____ _
¿Será que ha habido en todos falta de franqueza? ¿Empezar .in
á arrepentí rse?. __ . (*) Pero ¡hola! Prólogus, ¿por dónde te e ~
tá entrando? Pára, pára. Cúrate en salud, y cúrate por la hotneovatía:
para evitar suspensiones, suspende.
Jurado había no hablarles más de certámenes, y ahora e
fuerza que hable otra vez, para sub anar un olvid , que no lo
fue. Pen ámo poder conseguir y publicar el magnífico discur o
que en la oiemne distribución de premios de la Univ rsidadla
llamo a í para qu me entiendan-pronunció D. Gregario
Pérez-por de g-racia, la pícara suerte y los compromi o no lo
han querido.-Y como no habría sido bien visto, tal vez, que la
emprendiese El Montailés á elogios con los de la casa· ni habría
sido corriente que pieza de tal mérito se mencionase á secas,
sin decir siquiera cuántos aplausos había arranc~do y merecía,
me callé. Pero hoy, ya que, al menos por lo pronto, no podremos
ofrecerla á los lectores, sí puedo con toda llaneza felicitar
al joven profesor por la espléndida producción, que fue-como
era de razón esperarlo-la nota suprema de las fiestas de
educación que llenaron todo el mes pasado. La belleza artística
de la forma no le va en zaga á la solidez de la doctrina, ni á la
intención beneficiente y patriótica. Entre las reformas que apuntó
para nuestro sistema de educación hay una que recojo aquí,
para que él mismo y cuantos puedan tener alguna influencia en
el asunto, la ton1en bajo su amparo y no desistan hasta verla
implantada: la autonomía universitaria. Que se declare á la
Universidad mayor de edad. Nadie mejor que ella misma puede
(") Los ucesos acaecidos en e tos últimos días dan un extraño sabor de profesía
á lo que, cuando esto escribía, pensaba yo y no podía decir. Ahora seguirá, es
de cajón, una concentraci.Sn contra el enemigo común. Falta saber quién es él ..••..
Diciembre -zo.
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1D4
saber lo que nece ita. Qu~e los g-raduado., que á ella deb n lo
que son, y los profesores, á quienes ella debe lo que es, teng-an
influencia decisiva en su dirección. Que se la redima d 1 lodazal
miserable de la política y se la asiente sobre el terreno firme de la
ciencia y del cariño noblemente orgulloso. Que no sea yá máqu!na
para hacer partidarios, y sí lugar de disciplina de verdadero
hombres, de verdaderos ciudadanos. ¡Ah! aunque no fuera sino
por haber tenido el bello valor de pedir e o en circunstancia tan
·olemne; de haber invocado la alma matcr allí, donde ella d -
biera ser y de donde se la ha desterrado, merecería el di curso
ele Pérez todos nuestro aplausos. Y és_te, ya lo dije, e apenas
uno de sus méritos.
* * *
Perji!t.·s ha bautizado el ing .... nioso Julio de Frant-i ~ co einticinco
onctos en que se propu o-y lo logró-retratar otros tanto.
tipos bogotano . La galería resultó sobre manera int r :ante
y curiosa. Merece guardar e. Pero i como colección pictórica
e. obra meritoria, como poe ía se me ti gura un p cado. Un
•·pecado de angre fría" hubiéralo llamado 1' bbé Moigno, si '1
s metiera en estas lit raturas. Pu s qué ¿será lícito en sana
1 ·ía-si hay po ía sana--e coger fría y deliberadamente, con
alevo ía y pren editación, veinticinco títulos-nombres de gremios
y categ ría -y e petarle á cada cual u onet . plicatiYo
( veinticinc sonetos, como quien nada dice)? ó; é a, m á ·
ue atre ida, e empre a de cabellada, en que no podría ·a-lir
airoso, y que . ' lo puede nacer n mente nimia y prolijas,
q u 1 método ha llegado á tiranizar-ca z"teras, que diríam ·
p r acá en Antioquia.- Y no puede intentarse impunemente.
¿ _ué mucho, pu s, qu de lo einticinco sonetos de d l ... ~ranci -
co haya ba tantes que como poesía son meramente mediocre , y
no falten vario que 11 gan á malos? nte demos racia al
instinto poético de Julio -que í e poeta-que logró, á pe. ar de
la camisa de fuerza que le impu o la convención-esto no es política-
producir unos cuant s sonetos que son de eras bueno ,
como La Criada antafcreila, El Embolador, La India, El Cobrador
(que es muy bueno) y otros. Ca tigo má o-ra e merecía
el poeta pecador: que todos los anetos le resultaran pésimos.
Pue fue el suyo pecado mortal contra la sinceridad y la espontaneidad,
fuente única de la belleza artí tica. Y no es que yo
crea en la inspiraáón como en co a aparte y maravillo a, oplo
sobrenatural é irre. istible-divillzts ajjlat?ts-que arroba los sentidos
y arra tra la imaginación. Nó; yo estoy por creer que
la facultad poética no sea más que una predisposición morbosa
á la asociación de ideas-principio de locura.- Pero sí
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~reo que ella tiene us fuero , aunque no sea sino como enfermedad.
Y que no s lícito á nadie-y menos al que de veras la
padece, al que es poeta-ni fingirla, ni pro ocarla; o pena de
que no lo crean enfermo. ·
Siguen los autore , muy amables, enviando á El llfontaités
·us produccione , y yo sigo con la mejor intención de decir uno.
cuantos disparates de lo que co echo, sobre cada una de ellas.
Pero como es la intención, en e te caso, mayor que el tiempo y
el espacio-aunque parezca esto una herejía científica-e decir
rnayor que el tiempo que á mí me sobra y que el espacio que
tne dan, me contentaré hoy, y suplico á los mentados autores
que se contenten tambi 'n, con mencionar apenas los títulos
de las obras recibidas. H3.n llegado, pues, por acá los B7~oclta::
os de D. Camilo Botero Guerra, el Estudio sob7"e el Ré<
riuzen de los Bienes eJz. el Matrimonio, por D. Julio Echavarría,
hifonne y Documentos relati-vos al Ferrocarril de A ntioquia, por
mucho autores, á 1 que parece, y ____ se me han perdido en la
memoria lo títulos de la otras obras; pero ni la pér ida e tan
grande que no echemo á llorar por lla, ni tan irreparable,
que ya tcndr' yo cuidad de a egurar y pre entar á los lectores
los título rebeld tan pronto como logre ponerles encima
los ojos.
Y ya que habl d que e recibe, voy á decir algo obre
lo que n e recibe. Y ste parrafill el único del cual tengo
cert za que ha de llegar á dcJnde lo enderezo. Va él encaminado
á ciert administradores de correo tan aficionado á la lectura
-ca i pong buena-que seguramente habrán de leer e e to
que estoy escribiendo, por más que ni sean suscritor al periódico
ni entre sus amista les cuenten á nadie que lo sea. óm
logran hacerlo, ya e presume, y da ver vergüenza d cirio. Al
·efior Admini · trador General de Correos toca poner coto á esta
de medidas aficiones literarias de sus subalterno , que de e ta
manera dejan sus deberes sin cumplir, á los suscr.itores de El
Montai!és in el número que tienen pagado y al pobre Agente
·in crédito. Pero si no ha de ser po ible la cura de esto alarmantes
casos de "cleptomanía literaria" de nueva clase, manden
los señores admini tradores de correos aficionados á la lectura
más que barata sus nombres á la Agencia General del periódico,
y se les servirá oportunamente su suscrición, con tal de que
no toquen las ajenas _____ _
"Esto no lo digo yo
Ni lo pienso, por supuesto,
Esto me lo dijo Ernesto
Cuando el lance me contó."
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Ya es fuerza que acabe. ¿No me dejé decir cuando empecé
que é te era un mes sin sucesos, como no fueran político ?
¿Pues cómo pude olvidar que ayer fue día de agu-inaldos,· que
la del viernes será uoclze-buena / que estamos en Diciembre el
mes de la alegría y de la infancia, cuando vuelve á nacer el
Dios-niño ; cuando todos los rostros y todas las almas se desarrugan
y refrescan; cuando, por tornarnos todos un poquito como
ni.iíos, nos toca-siquiera por una hora-nuestro caclúto de
reino de los cielos; cuando hasta la misma indigesta y estirarla
·'buena sociedad'' de la Villa se echa á correr y triscar por e os
campos de ioc:, y olvidada del ridículo y del qué dirán, se comporta
como cualquier hijo de vecino y hasta se divierte en grande.
Estos on los días en que ni páran los coche , ni reposan lo.
caballos, ni los hombres se preocupan ______ E tamos en Di-ciembre.
y yo lo había olvidado! Miren si e taré dejado de la
mano de Dios!
Pero ¡ay! si para mí no llegó esta ez el tiempo bueno de
la Nochebuena, que sí llegue para todos los que me han leído
ó hayan de leerme. Eso deseo. ¡Ea, pues! lector, suelta el cuaderno;
déjate 1 ctura , y haz co a de má pro echo : que é -
te e tiempo de viYir y no de leer. Anda; que ya bandola~ y
guitarras hacen reír el aire; que hogueras y luces de Bengala lo
enrojecen d contento; que cohete cr pitante lo hacen gritar
de entusia mo, y el con tante clamoreo alado de la campana ·
acaba de cnlvq uecerlo. Anda; que ya los buiiuelos . tallan en
la cazuela y perfuman la casa, y la natilla te espera temblor ·a .
Vé; que a e to día de música y de luz y de gozo no hay . ino
niños que gritan y corren alborozados, y mujere que onríen
resplandeciente de placer, y hombres que, á fuerza de r gocijo y
cordialidad casi hacen olvidar lo que son. _ .. y recuerdos que ollozan
en lo hondo de la alma . V éte, lector, con lo~ que gozan y
d 'jame solo. Andate á almacenar recuerdos dulce , que más tarde
serán acíbar, ó á paladear con amarga fruición lo que yá
guardaste. Y olvídate por completo de este pobrecillo Prólogu ,
que, con sus compañeros, te desea muy dichosas pascua y un
alío nuevo aun más feliz. _ ..... .
Diciembre, r 7 de I 897.
PRÓLOGU ·.
ERRATAS
De muchas con que han salido lo cuentos de D. Tomá Carra quilla, publicados
en esta Re is ta, no e re ponsable el autor, que para nada ha intervenido en la
corrección de la prueba .
Corríja e en ·te número la siguiente, que no e la única: en la página 173,
línea 37~ dice: mozaico s, léa e mosaicos .
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Citación recomendada (normas APA)
"El Montañés: revista de literatura, artes y ciencias - N. 4", -:-, 1897. Consultado en línea en la Biblioteca Digital de Bogotá (https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/3683765/), el día 2025-06-25.
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