Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
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Prii"T\ .. ,er nrem. r · -,1 o . , €nriau 0' ·. 1 e •arte
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LECTURA Y ARTE
niEDEM;lN, NOVIEnlllRE 190 L
Junta Directiva : Antonio J. Cano. Francisco A. Cano.
Enrique Vida!. Marco Tobón Mejía.
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LITO<>BAI!'ÍA J>l~ ,J. L. AHA. ' (;Q,
Director, ENJ IQGl~ Vna.1..
hiPHR~\TA JH:L DJr.P.\ RTA~lEC\TO.
Director, LL'•J R. O PL ' A.
lAS PORTADAS
Al tratar del re ·nltatlo lll
•nte se ~in·i<'l'On ~ns nuton·s atend<>r :'t
nue.-tro llnlllamiento; y ~cgnnda, porqne
uien e tuI'Íall Rijeto
á que ~e destinaron; i11spinwión ~aca(
la del¡.¡. natnraleza-con'('jeea infalible del
artista-;-y estimaeión completa aien. determinado -r, claro.
Composición cl~l·'t·a p1de 1~~ P_I'O(lnc~~JOn qm:
otro h.t. de nprecnn· . Conre ·,y mujPre~,
y niíío ·, y p:llúmH~.
Conocer los medws de tntm-pretar, como lo
materiales de conHtrueción, si se trata de un
edificio es otra cosa que no puede echar~
en olvido sin correr el coHtiug-ente de qn ~
las otras cualidades significadoras de victoria
en un eonenr:o, queclen ~in valor nlo
·nno si esta cualidad fue omitida. b
En la última l)ágina pnblicamo' cuatro <1 ~
los dibujos que t·ntraron á, concur o. !JO"
nombres de r. :\lnnucl "Griu Ang l.
' ' ...•.. mn, valida
Venu nmt rnan dal c ielo,
E in llin pir:ibile a re
Pieto a il trasporto."
(Jfanzo1wi. Ocla sobre la m.uute de Napaleó
,~).
Caótica y arbitrarias fracciones del tiempo
serían, ~eñores, las épocas y todas la.8
edade , sin la memoria de los gratHles hombres.
Ni los astros, rodando con pa mosa
regularidad rn inmensas órbitas y presentúndose
de ciclo en ciclo al ojo del astrónomo;
11i los fenómenos de la Na.ttu,,leza físisica
al repetirse en constante y perfecta
igualdad, y ni aun las excepcionales revolucioues
de la Naturaleza. misma, cuando
parece romper sus leyes pal'a revelar á lo
humano su potencia aterradora, bastarían
{t hacer que los tiempos se partiesen y diferenciasen
e u tre sí. Los fósiles marítimos
incrustados en las altas cimas uto
de la. materia, siempre mortal, siempre deleznable
y perecedera. E 'e hombre, sobre
cuyo cach\ver llora afligida la antioq ueíla
familia, caracteriza su época., pre entánaose
como norma y dechado tle todas las virtuues
sociales. Mañana el biógrafo hablará
tle URtBE ANGEL como Pmiuente médico;
tpero la r érdida. que hace la Ciencia produce
en los corazone8 el profundo sentimiento
arga los corazones, se debe á
la pérdida del ilustre geógrafo antioqueño,
del notable historiadorV Nó; la Geografía y
la Historia eguirán su mar(}ha ascende~ate
de perfeccionamiento, y vendrán nuevo,
sabios á colmar el vacío que deja UR1BE
ANGEL entre los geógrnfos é historiadores
(le nuestra Patria. &BJsa. tristeza infinita que
veo pint.ada en todos los semblantes, so debe
á la pérdida del ilustre literato que engalanó
las letras patrias con nn considerable
número de obras y escritos, en que lli-
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zo lucir la sublime sencillez rle su estilo.
Nó; la Literatura, como toda ciencüt, como
todo arte perfectible, seguirá su marcha de
progreso, y otros eminentes literatos vendrán
á colmar el vacío que URtBE ANGEL
deja en las letras castellanas.
¡ Bllo es que no hemo venido {t llot·ar ante
el cadáver del Rabio, del Filósofo, ni del
ilustre Médico! ¡La Ciencia carga su luto
en d cerebro, y nosotros lo lle\~amos en el
corazón 1 .Porque hemos perr vo día.,
Do apenas sale el sol, cna.nclo ·o sconcle,
En las tini l>la ele la noche fríaf
Y~ ~qué virttul llevamos ;í quien haya .<}e
juzgarnos eu lo Eterno, ''allá en ese país
desconocido, de cuyos lindes ningún calliÍnauto
torna" 1 A Qué recuerdo legamos á. las
gene1·aciones que han ele fallar sobr · une, tra
memoria, como representantes d la conciencia
social Y ¡La virtud del asceta que
muere con el cuerpo maeerado por la pe11 itencia
y roído por el eilicio ~~ Nó; porqne el
asceta ha pen¡.;aclo en su excln ~ vo bien, en
su dicha futura, y se substrae de las obligaciones
que tifne para con la hnmaniclad.
tLlevaremos el Genio, el Poder,. la Gloria,
a Riqueza! Nó; porque e al'; manife~taciones
rle la pequefíez y vanil Hombre Dios señaló,
como suficiente para redimir de todas
las culpas; ésa que fue la. virtml sobresaliente
de URIBE ANGEL:
El Amo·r á la Humanidad.
122
TUllO OSPINA
EN TARASCON
Dnrant.e la Exposici6n parisiense de 18 ..
fui víctima-como lo serú todo el f)Ue COII·
cuna. á tales certámenes con el propósito
de verlo y e~cudriñarlo todo-de un hartazgo
mortal de novedades y conocimiento~;
I?or9ue no es pmdble (}UO un cerebro e
a 'llntle unpunemeutc, en un mes, la noción
de todo cuanto existo en el mundo. La fatiga
meutal que experimentaba me impelía
á la. contemplación de esceuas serena~ y repo
~ a da ~ ; y sobre todo me seducía el Sur do
Europa, libre entonces del éxodo anual de
t'lt'tistas cnr i~, que viajan al destajo, por
~1 cartabón f)Ue les marca Borclecker, cuyo
hbro de past.a roja. so ve siempre en sus
manos.
Puse la proa al asunto, y Ull beiJo oía de
Junio partí en el tren expreso de Marsella.,
ql~e, como una exhalaeión, volaba por entre
trigales y viiíedos salpicados de alquerías
con sus jardinito~ y su· huertas, de risueñas
aldea~ y cte vi~Jas villas de color eeniciento
como un reflejo sombrío de la Edad
Media.
Pero no todo el'a flores eu aq nel viaje
tau deseado. El vag·ón estaba colmarlo, y
al frente me q uedabau un par de recién casados,
en viaje (le boda, que se acariciaban
oon ternura ele tórtolas y cini. mo do mono~;
y {L la der·echa un yankee ién n Arlés, para. q nn
:siguiéramos juntos el Yiaje ha, ta Génova.
¡Oh neeesidala.uneuazo de i\'Iulct: el tema
era nl triunfo do Santamnr a ~oln .-e laTarasca,
en la' orillas del Hódano. ¡ Qu Dios
les haya perdonado, {t él 1 voema, y á la.
Academia lo: laureles!
D spués de ·omer me llevó mi amig·o á
toma.r el caf~ n el Uíreulo. En una me .. ita
próxima á la que ocup{tmo~, nn ujeto ~e~'
entón, d sPmblantP heroi o, moftctndo,
barrigón y lmrbi ·ano, exp nía, con voz RO·
Hora y adeumues en ~rgicoR~ un proyecto dP.
explora ioues n globo al e •ntro del Afriea,
qut~ otroH enatro itulividuos, de aspecto más
lnuniloaF\
(le quince metros ~j caricaturo,;co, hauladot·, omhuAtoru,
gal:mte, taujnctancio•o en teoría, ron1o cándido y cohartl<'
n la ojeen ión , p ·ototipo el lo Prov u:~.n,Je. , cr ado por All'on o
IJaud t., c¡uieu e:< c riuió sn · u,·eutnrns on tr s lihrol'l (inmortal
los dos primoro$) 1¡u s titulan : 'l'artc,rfn ele 'J'arru~eña.
'l'artmin e,~ los Alpes ." Port-'J'atascón.
123
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Empezó aquél por interrumpir, coh distracciones
y reticencias, u animad a. con versación;
luégo se levantó de u mesa y fue
acercándose poco á poco á la nnéstra, seguido
de sus compañeros.
Con genial desenfado, y sin saludarme,
me dijo:
-&Conque tenemos grandes Rerpien te
en las selv:t de Colombia, eh? ·Y no hay
quién las mato~ .... ¡Cáspita ! ¡Quisiera pasar
una temporada. por allá para librarles á
Uds. de tan sucias sabandijas!
-¡Librarnos! ¿y cómo~
-· Táte ! con mi escopeta.
-budo que alguien se atreviera, porque
si se marra el primer tiro es segura la
muerte.
-¡Marrar yo! ¡ tá! ¡ tá! ¡Yo oy Tartarín
do Tarascón!
-Lo "é; pero snpongamo por un instante
que U el. marra ~ e, entre otra· razone ·
porque al1{t. la pólvora, con la. humedad del
aire, piercle sn fuerza .. . Si tál nc die ~ e,
el monstruo "e lo sorb ría á Ud. como . i
fuese un~ píldora. o ignora Ud. Ja atracción
hipnótica que ejerce la boa ....
-"·(~ue me sorbería!¡ Diablo · !", replicó,
dando un paso atníR, con 110 <.lisilnu1ado 08·
panto -"pues echaría. á. e rrer."
-· Qne dice Ud .. La boa., aunque ordinariamente
lenta, oe arra tra con increíble
rapidez cuando se initn, y ]e per eguiría {¡,
Ud. sin tregna.
-''¡Tate! ¡ I ocul La ría. tnls el tronco de
alg·ún árbol gip;ant •, co, un bo, bad, una
ceiua, por cj mpl ! ' Al <1 ~ ci r esto miraba
á los lado._ , con oj 'tHtntado. , como bu::;cando
el árbol protector.
-¡Olvida d. ~1 olfato (1 la iel'pe! .. .
Allá iria á bn carie como tlll perro de pr ·a.
-~'¡Ira de Dios!', repu o, en completo
desconcierto,''¡ me subo al árbol y me alv0!'
-¡To(lo inútil! La serpiente no tendría
má que enroscar"e por el tron o al'riba
para, atraparle por un pie.
-"¡Pero, . eñor !", exclamó, <.lnTihando
una silla al retroceder con lo brazo, abierto"
y la barbas· erizadas, "esto e, demasiado.
& Qué malle he hecho yo á Ud~ & Qué
interés tiene d. en q}-"W ese animal me trague~"
. . . . . . . .....
En este in tante Mulet, qne hacia rato
parecía inquieto, me dijo: "¡Son la .. ocho
meuo cuarto!' Hice nna galante cortesía
al grupo de valientes cazndore;, que permanecían
estupefaetos, y salí á toda pri a
con mi amigo.
Por rl camino, con l:t rapidez de la marcha
y la impr~sión de 1lt. escena que acababa
de pasar, no cruzámos pa.laurn; p~ro en
la. E ta.ción, sentarlo yo en el tren, qne empezaba
á agitat·se como ensayando sus fuerzas,
me dijo aquél, estrechándome la mano:
124
DR . . JOSE TOMAS IIENAO
Goh rn ndor ra la llallaría,
sin hacer largos viaje¡;¡, y mereeería la
bendiciones . cara
y entre los filos cortnn tes
uo pefia"cos, que rGl~tmhrau
al rayo del sol pon i<\11 te,
125
Llegó hasta la excelsa cima
q ne la soledad circunda
y eternas nieves esmaltan
de inmaculada blancura;
ningún aliento de vida
do~· e, ~~~ re~ión ~ugusta
l. o m1ster10 1
~1 ~n.cia conturba;
1 r; ~1 U i liom bre y el bruto,
I/ . • v • t'acwn s wseguras
ro~a, dolor é instinto,
(', .
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CliMACO SOTO BORDA
¿POR OU E? (*)
(_ Antonio .. To,.;- I~esircpo).
Para. LECTUUA Y ARTE.
Omai rlesp1·er1·a.
te, ta natura, il bntflo
J>oter que accuJo á comu11 dan no impera
E l'intiuita ranifrí <7el tntto.
LE PAinr.
Y la marlte lo condenó á ¡•ida.
CIIATEADBHJA. 'D.
Siete meses, apena iete mese. vivió
allá en los senos obscuro , vecillo de las
eut;~liías. Siete me ·es que arrancaron de'de
la. herruo a noche ::t elltro
Jos hombres, le leyó el alto veredicto <}tte
le eotlllenaba {¡,vivir'' ha tala muerte", en
medio de la fieras, como Dauiel en el lag
de los lcoue!".
urió Jo ,' ojos y contempló la lnz, esa luz
opaca l>a,io la cual ~e agi.ta la inhumana ~~u~mauiüad
· esa luz tan tiztuHla áculo de paz fue timón que
llevó {t playa segnms esta nave que en hnena hora le fue contiada.
Amor fue la divisa de la Ca a lt>~ en l arí~ el afio
pnsado,-prometí hacer nn studio ele elicha
obra, JI evado del e u tn . ia~mo que tle" piet ta
siempre en mí el trinnfo dl· nn \]Ompa.triota,
y sin caer en la cuenta. ele que no es comúu
que resulte verdarela piedra la esencia apenas
lle la composición atrevida do nuestro modernista
pintor.
Yá salió la palabra: lllodernismo, lmp,·esionismo
(Ooloris11W diríayo),-es la escuela
ú. la cual- según informes y re que ' e contente
·ólo con coloracione raras, y bien vi ·ta ,
Ren ti el a é interpretaclas, si110 que . e vale
d e llas com de meclio para expresar la impresión
recil>ida. 'll . u cerebro de lo .. a ' J> etos
granitán.-Lo trajo un posta, dijo, y
d Coronel no ha vuelto. Pero es urgente.
Hlanco arrebató el papel, abrió y se puso á
leer, preocupado. Manolo seguía humillado
y aturdido, observándole. Era todo un
soldado : alto, esbelto, de músculos firmes
y vibrantes como los de un felino. La faz
morena y pálida, de rasgos aguzados y enflaquecidos
y la expresión dura y audaz.
El despacho anunciaba que el enemigo
con fuerza superior iba en marcha sobre
ellos. El General que mandaba su división
había muerto la víspera, combatiendo con
parte de las tropas á 13 leguas de distancia.
¡ Mejor! pensó Blanco. El General era
un asno. ¡Nos envía aquí de vanguardia
con el Coronel, á servir de c~bo al enemigo,
y él, por fuera, se deja coger como un
ratón. ¡Lo celebro! .. _ . Pero hay que tomar
disposiciones.
129
- y e, gritó á Julio, que salía: ¿no han
pa reciclo las m u las ?
-N ó, mi Capitán.
-¡Pues hay que conseguir mulas! Y
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volviéndose á .Manolo qu~ vigilaba aturdido
todos los rasgos de su fisonomía, le gritó:
adiós, Sr. Alférez, préparese U d. á bien
morir, porque viene Bejuco.
- ¿ Be.;itco? ¿ Qué había oído Manolo ?
¿Venía Be.;uco, el guerrillero, cuyas tropas
había visto tan de cerca el día de la refriega
cuando le hab an herido? . • . . Recordaba
la escena y el minuto preciso, con todo
rigor. Marchaban por una senda limpia,
á campo raso y en columna. Un grupo de
soldados á cahallo les precedía á corta distancia.
N o había noticia de enemigos. De
pronto, al costear una ladera, los jinetes,
preparando las armas, hicieron alto brusco.
Dos volvieron grupas. Al mismo tiempo,
en un repliegue del terreno sobre la pendiente,
resonó un disparo. Manolo cerró los
ojos. Cuando volvió á abrirlos, en medio
de un estruendo sordo y nutrido, vio que
los caballos galopaban sin jinetes y que
todos los objetos cambiaban de lugar. Arrojó
el fusil y dio á correr. U na mano robusta,
detrás de una piedra, le estrujó un brazo
y sintió que un látigo le cruzaba la espalda.
Era el Capitán. Se detuvo. Los so.ldados
se habían desplegado, tirándose por
tierra y hacían fuego. intió olor de pólvora,
calor de llamaradrts y silbidos agudos
en el aire. A su lado un sargento bañado
en sangre, agonizaba. Se inclinó para verle
y ayudarle y en ese instante fue herido
por un grueso proyectil de plomo en el
muslo derech o . No supo más de sí hasta
muy tarde, al despertar en el hospital, moribundo.
con un dolor implacable que martirizaba
sus fibras. Ahora experimentó un
frío extraiío, u na ;-mgu tia indecible, cierta
especie de náusea ·y una sensadón particular
de peso en la boca del estómago. Estaba
solo en la . ala de la Escuela, donde habían
puesto la ambulancia. Era el único
enfermo. Tenía la pierna atravesada. Tenía
fjebrcs. Tenía tristeza. Tenía miedo, sobre
todo, un gr;1n miedo y un horror invencible
por la guerra. Al anuncio de que
venía el guerrillero, sintió crecer su soledad
y su desamparo, aumentar sus dolores
y agigantarse su miedo. ¿ Qué harían
con él ahora ? La tropa-unos 400 hombres-
se retiraría sin duda, dejándole indefenso
á merced del enemigo. ¡Jamás consentiría
el Capitán en ilevarle!
Un toque de corneta le llegó vibrante y
claro, á través de la ventana. Manolo tenía
regular oído. Sabía tocar bandola y conocía
la cartilla militar. Tocaban atención.
Pero él creyó oír el primer toque de marcha.
No le había ocurrido, ni lo más remotamente,
que pudieran combatir. Como todos
los seres pusilánimes, atribuia á los demás-
reclutas, soldados veteranos, oficiales,
al mismo Coronel-su propio miedo.
La Cé\sa de la ambulancia e!litaba en la
extremidad de la poblacion, aislada. Era
de tapias sólidas. Tenía tres grandes pie
zas. La ventana, junto al lecho de Manolo,
miraba al campo abierto, dominando un
trayecto de camino á lo largo del valle encajonado,
en donde se abrigaba el pueblo.
Abajo, se veía rodar el río, por una vega
umbrosa y verde, orlado de bellos limoneros
y macizos espesos y frescos de bambú.
Manolo se irguió un poco y miró allá.
Vio un grupo de soldados. Asce ndían las
vertientes de montaña que empezaban á
empinarse desde la margen. Sobre el agua
del río, vertiginosa y espumantc, brillaba
el sol. Lé\s frondas oscilaban agitadas por
el viento. En los alambres telegrá ficos su ·
jetos al alero de la casrt, las ráfagas chocaban,
arrancando un rumor que tenía modulación
semejante al silbido de las balas.
Manuel volvió á otra parte los ojos, estremeciéndose.
Sobre un plano inclinado, ft
cien metros de distancia, había un rectángulo
de tapias; un solar de tierra roja y
árida, en el cual se veían cruces. En la mitad,
un túmulo. Menudas manchas blancas
esparcidas entre el polvo, le parecía que
eran huesos; y recordó, al día siguiente,
cuando le traían á él moribundo, el desfile
de los mu~rtos que pasaban hacinados en
parihuelas improvisadas, y que habían dejado
podrir, por incuria y abandono, en las
puertas del cementerio. El sol ardía, vivo
y claro, resquebrajando la tierra. El soplo
de la brisa se hacía caliginoso, como en la
puerta de un horno. Reinaba en la sala del
hospital un olor leve, nauseabundo y acre,
de medicinas y de cadáver. Mil heridos,
por lo menos, le habían antecedido, durante
el tiempo de la guerra en esa sala. Sonaron
nuevos toques alarmantes y galoparon
caballos. En el camino apareció el Coronel.
Tenía cuarenta años. Era rubio, robusto,
silencioso y malvado como el Capitán.
Acababa de llegar, llamado á toda
prisa de una excursión predatoria en que
andaba desde la víspera con cien de los
soldados. El y su ayudante se detuvieron
enfrente del hospital. El Coronel montaba
bien y parecía satisfecho. A veces, sin embargo,
fruncía el ceño, y Manuel le encon-
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traba feo, terrible. Recordó que era calvo.
Pero ahora: con el casco de campaña en la
cabeza, su aspecto era marcial. De pronto,
inesperadamente, volvió el rostro, y sus
ojos grandes, verdes y de mirar dañino, se
fijaron en ManueL Este ocultó rápidamente
la cabeza. El Coronel se acercó á la ventana
y llamó imperiosamente:-¡ Hola! dijo.-
El herido quiso saludar militarmente.
Lo hizo mal, balbuceando, y sin saber cuál
era su mano derecha.
-¡Ajá!¿ Qué tiene Ud.? preguntó el
Coronel.
-Yo ..... yo ..... pues yo estoy aquí herido.
-¿Dónde?
-Pues .... en la pierna derecha.
-¡Eso no vale nada, hombre! En el res-to
del cuerp 1 le caben á U d. doce balas
todavía, concluyó el Jefe despectivamente,
comprendiéndole el miedo. Y se fue.
Manuel creyó désfallecer del todo. Sintió
deseos de llorar. Recor Ió su casa, su
pueblo. El no servía para soldado. Era tímido,
débil de alma, débil de músculos,
aunque gordo. Jamás había pensado en
guerra. Preferiría haber sido cura, ó sacristán,
como su tío materno, ó marido de Antonia,
una de sus primac;, blanca y rosada,
que vivía frente á su casa y con la cual había
jugado á las muñecas cuando niño.
Al empezar la guerra, su padre era alcalde
del pueblo. Había hecho reclutar gente:
muchos mozos del campo y lel lugar. atisfaciendo
antiguas rencillas, había cogido
los hijos de cierto gamonal para engancharlos
en un batallón. Despué~ había tocado
al gamonal er alcalde y vengarse. Manuel
era la víctima expiatoria. Y así, porque su
papá y un vecino rural se aborrecían, iba
él á ser sacrificado ... _ ¡Antonia!. ___ gi-mió
en voz baja, invocando á su prima con
fervor como á un ángel de la guarda. Y si guió
gimoteando amargamente.
Pero una voz fresca y vívida, de tonos ardientes
como el canto de los turpiales, se difundió
repentina y alegre en la enfermería.
-¡Alférez!, decía, ¡Alférez ! : levántese
que vamos á pelear. ___ ¿Se ha muerto Ud.
Alférez ? .. __
Manolo volvió el rostro ávidamente.
Era Lola, la hija de una vieja que cuidaba
por caridad á los heridos. Lola tenía un
novio guerrillero y paseaba con insolencia
ante todos los soldados y oficiales su sombrerito
de cintas rojas, que tremolaban gallardas
como símbolos guerreros sobre su
faz picaresca. Tenía veintiún años. Era co-queta.
Le gustaba el Capitán. Hada muecas
tentadoras al Coronel, y compadecía
hondamente al Alférez que la miraba seducido,
con timidez, desde el lecho.
-¿Conque vamos á pelear? repitió guiñando
de ojos.
-¿Van á pelear? interrogó Manolo alarmado.
-¡ liíl dijo ella. Y se golpeó el bolsillo
haciendo resonar objetos metálicos. Luégo,
con mimos y monerías infantiles, metió la
mano y sacó un puñado de cartuéhos de
fusil.
Manok• abrió los ojos desmesuradamente
y miró inquieto á la puerta y á la ventana.
Eran cartuchos de máusser, cartuchos
robados para enviar de regalo á los guerrilleros.
El herido pens articular palabra.
Volvió á erguirse en la cama, asomándose
á la ventana para verla otra vez cuando
cruzara el camino. Venían á caballo el Coronel
y los oficiales. hila los saludó militarmente
con su gracia habitual y burlona de
pájaro travieso y siguió en marcha. El Capitán
la seguía ávidamente con los ojos.
Ella penetró en una vivienda humilde que
hacía frente al hospital, á corto trecho, una
casucha pintore crt, media oculta en la sombra
de plátanos frondosos, entre los cuales
alzaba su cimera de follajes una palma. Sobre
· el techo, pajizo y vetusto, flotaban
guirnaldas de bellísima. En medio de los
follajes cantaban los pájaros.
. Manuel fijó los ojos allá y se puso á pensar
en las flores, en los pájaros y en su pueblo,
porque sentía una cólera sorda, impotente
contra el Capitán.
Pasó á toda prisa un soldado. Era amigo
de Manolo. Este lo llamó. ¿Qué hay? le
dijo.
El otro contestó el saludo. Era un mu-chacho
listo. Por respuesta hizo el gesto
significativo de disparar un rifle.
-¿Pero qué es lo que hay?
-Yo no sé. Diz que vienen á atacar. Y
están haciendo una trinchera allá abajo y
otras dos allá arriba. Y designó el camino,
á lo lejos, y los altos de los cerros al frente
del cementerio.
Manolo por el momento sintió más miedo,
como antes, en la mañana, cuando le
había recetado el Coronel las doce balas.
Luégo pensó en los guerrilleros. Y al darse
cuenta exacta de que iban á comb:ltir con
ellos, en medio del horror que la idea del
combate le inspirabrt, experimentó cierto
alivió. Sus compañeros serían probablemente
vencedores y nada tendría él entoncc
qué temer.
No obstante, seguía su desazón.
Al e abo de un par de horas volvió Lolrt.
Le traía leche, bizcoch(l)s y tabacos. Estaba
muy linda, con los labios-unos labio~ delicados
y bonitos, algo pálidos-colmados
de sonrisas.
-Fume, poquito, yá sabe, le dijo autoritariamente
al entregarle los tabacos.
El, absorto, hubiera querido decirle qu
se quedara, que le hiciera compañía, qu
sintiera otra cosa por éi, que no hubiera
más guerra, que no tuviera él más n1ied
ni más debilidad. _ . _
Por último, se atrevió á decirle, cuando
creyó que se iba:
-Espérese un momento.
-¿Qué quiere? contestó ella.
-Estoy muy aburricio y no viene nin-guno,
siguió él sin precisar su deseo.
-Ni vendrán, dijo ella. Casi todos se han
ido porque viene. ___ E intertumpió brus-camente,
asomándose á la ventana para
ver quién pasaba.
-¿Porque viene quién ? dijo él.
-Porque viene .... , siguió ella. Porque
viene. __ .
Y con rapidez, causándole sobresalto,
prorrumpió, por último, con acento d. terror,
frunciendo el ceño, como si hablara á
un chiquillo:
-Porque viene el Coco 1
-Aquí no viene nadie, se atrevió él con to-no
envalentonado; y al que venga le pegan!
Ella se puso á contemplarle, maravillada
y colérica, con ojos desmesurados. ¿Quién
era él que hablaba en ese tono? ¿Qué ha-bía
osado él á decir. ?. __ _
-¿Les qué?, exclamó con el más desde.
ñoso de los acentos.
132
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-Les pegan, se atrevió él á concluír.
-¡Ja! ¡ja! ¡ja! ¡ja!, soltó á reír iracun-da.
¡ Pues levántese y á pegarles! ¡Vamos
á ver los valientes ! ....
De buena gana, herido en otras fibras,
por el sarcasmo de Lola, hubiera confesado
Manolo que él era un cobarde, pero que
todos sus compañeros eran bravos.
A ella le pasó en seguida la ira y dijo
con otra voz : Bueno, y si les pegan ....
pues en todo juego hay desquite. Y como
antes, pensativa, se dirigió á la ventana y
se puso á mirar hacia las montañas obscuras,
á la línea del horizonte sombría y amenazadora.
Meditó seria un minuto. Luégo
levantó el puño cerrado, y lo dejó caer con
un ademán de energía y resolución como
blandiendo una espada.
La espada de Manolo pendía justamente,
á la cabecera del lecho, junto con un
cinturón lleno de cartuchos. Una idea repentina
se apoderó de ella. Rápidamente
se ciñó la espadá y se echó sobre el hombro,
cruzándose el pecho de través, el cinturón.
Luégo se cuadró militarmente en
medio de la habitación. El arreo bélicolos
cobres y aceros de los cartuchos, el puño
resplandeciente de la espada-prestaban
á su busto airoso y grácil, un encanto singular
d .... vigor y de osadía. :Manolo la miraba
subyugado. Ella exclamo: ¡ á nosotros
no nos pega nadie ! y se dirigió á la puerta.
Manolo la llamó: ¡ Lo la! ¡.Lola ! ¡ espérese
Ud.! ¡No se lleve eso! Oiga Ud.,
¡ Me castigan !
Pero ella se fue con rapidez, riéndose á
carcajadas y entonando su estrofa favorita
de canción.
Por la ventana volvió él á llamarla. Ella
se detuvo en el camino-desierto ahoramirándole
de allá con su sonrisa triunfal de
hurla coqueta y de desdén y meneando la
cabeza de un modo seductor par;t decirle
que no.
-Vea Lola, es que me castigan, suplicaba
él.
Pero ella seguía, indiferente, repitiendo
con la cabeza que no y retirándose de espaldas
con lentitud.
El quiso levantarse, ir en pos suya. Pero
le era imposible. La pierna atravesada estaba
inerte y dolía aún.
Por fin hizo ella un gesto de misericordia.
Abrió la mano para decirle que esperara
y le gritó: Ahora le llevo sus cosas;
pero préstemelas un ratico. Y se marchó
hac;a la casa.
El pensó que la verían los sold·ados; que
preguntarían de quién eran esas armas; que
la ultrajarían á ella quizás; que informarían
al Coronel. Se reclinó fatigado. Sentía calor,
angustia, un intenso malestar en todo
su sér, en el cuerpo agotado, y en el espíritu
sometido sin cesar á pruebas insostenibles.
Hacia la plaza, donde estaba el cuartel,
se escuchaban nuevos toques de tambor
y de corneta.
Pasaba el tiempo y Lola no volvía. El
llamó á otro soldado que acertó á cruzar
por el camino.
-¿ El Coronel ? le pregun'tó.
-No sé, dijo aquél. Creo que se fue pa-ra
el puente de la Victoria.
-¿Y e\ Capitán Blanco?
-¿ El Capitán ? Creo que está en el
cuartel. ¿Quiere que se lo llame?
¡ Nó! ¡ Nó! dijo él rotundamente. No
lo necesito para nada.
El soldado pareció sorprender lo enérgi-
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co de la negativa; pero como Manuel callaba,
se fue.
Avanzó el día. No había vuelto Lola.
No venía el enemigo. Varias compañías de
soldados regresaron. Algunos le echaban
miradas á través de la ventana. Los más,
seguían serios, en formación, marcando el
paso. Voces firmes de oficiales repcrcu tían
en el aire : ¡ Armas al hombro! ¡ A la derecha!
¡Marchen! Y el ruido vibrante y uniforme
de lac; armas se alejaba monótono é
igual como la marcha de un autómata. Bajo
el sol, las bayonetas 'al desfilar, chispeaban.
La tarde declinó con lentitud. Poco á
poco se apagaron los fulgores incandescentes
de aquella. atmósfera blanca. Los
tonos del follaje se hacían suaves y opacos.
El sector de cielo azul, que alcanzaba el
enfermo á divisar, más allá de las cumbres
fronterizas, se fue <..lulcificando y haciéndose
sombrío. Un velo nebuloso invadió luégo,
lentamente, amortiguando aún la luz.
Hacía en torno silencio, un silencio sereno
y augusto que aumentaba, difundiendo su
influjo como un hálito somnífero emanado
de los bosques. La voz del río, aguda y
breve, rodaba solitaria en el espacio. La tierra
exhalaba un olor vago de perfumes vegetales
y de fiebre .
Muy cerca de las seis vino á verle y á
darle alimento la enfermera. Manuel había
dormido unos minutos, con un sueño turbado,
lleno de sobresaltos y de visiones.
-¿ Lola? ¿ Dónde está Lo la ? preguntó
exacerbado.
-Se f~e á bañarse y no había vuelto
cuando yo me vine, dijo la vieja.
-Y Ud. ¿por qué no me trajo la espada
y el cinturón ?
La vieja hizo cara de lástima y de susto.
Creyó que había recaído en la fiebre y deliraba.
-Por Dios, repitió él ; hágame el bien,
que me matan si lo saben!
Ella procuró calmarlo. Le creía loco.
No sabía de qué hablaba, porque Lola en
su camino, había tropezado con soldados y
había entrado á la casa de una amiga, dejando
allá las armas.
El precisó el caso. N o hay remedio, le
dijo. Aunque no me dé de comer, como me
traiga eso! Váyase sin tardanza, que me
matan, me matan, se lo aseguro á U d. !
Y su emoción era tal, que los sollozos le
entrecortaban la voz.
La vieja salió lentamente, dubitativa y
distraída. El tenía sueño y terror. Sintió
náuseas, desaliento, dolores en los huesos
y la espalda. Tiritó unos momentos y después
tuvo fiebre.
Anochecía. El sol, al ocultarse, reflejaba
en la zona oriental del firmamento con un
tinte rojo y trágico de llamas. El cielo parecía,
sobre las cumbres tenebrosas y escarpadas,
una tienda de púrpura fulgente. Los
senos <..lel espacio se poblaban de luceros.
No venían, no volvían con la espada y el
cinturón. En medio de su angustia, poco á
poco, vencido por la honda tristeza del crepúsculo
y por el sopor de la fiebre, Manolo
~e durmió. l \ las nueve de la noche, el toque
solemne y prolongado de la trom¡..>eta
que ordenaba ¡silencio! le despertó estremecido.
Durante unos ::;egundos no pudo
darse cuenta de las cosas. Mas luégo comprendió:
ahora no venían, no podían yá
venir con sus objetos. ¿ Qué sería de él ?
Maldijo á Lo la con u na ira infantil de flaqueza
y de despecho. Maldijo al Capitán.
Después recordó otra vez á su prima, que
no era como Lola y con quien quería él
casarse. Luégo rezó una oración al santo
de su nombre, porque vinieran con lt e -
pada muy temprano, antes de la visita del
Capitán.
Volvió á dormirse y soñó con la guerrilla.
Atacaban; y vio á Lola que hacía disparos,
con su espada, al lado del Capitán .
La mataron, .Y el Capitán dio un latigazo
al Coronel, porque éste arrojaba el fusil y
salía huyendo. A él, le rompían de un balazo
la otra pierna. Despertó tarde. La
ventana seguía abierta. Reinaba quietud en
los ámbitos callados de la noche. Millares
de luciérnagas cruzaban el espacio trazan ...
do arabescos fosforescentes. e incorporó y
miró lejos. obre los montes obscuros, á leguas
de distancia, destellaba en diademas
refulgentes, el incendio propag·ado por los
guerreros. Ardían casas, sembrados, florestas.
Picachos remotos inflamados simulaban
volcanes. Los senos del cielo, sobre
aquellas comarcas, se teñían de tonos pálidos
y tristes, en que apenas brillaban las
estrellas. A Manuel pareció, en su débil
imaginación, ver la imagen viva y corpó ·
rea de la guerra en ese fresco monstruoso
y fantástico de llamas trazado sobre el muro
de la tierra .. __ Y á no vendría el enemigo.
El Capitán le mandaría apalear al
día siguiente por la pérdida de la espada y
el cinturón. Creyó oír pasos acelerados. No
era nada. Volvió á dormirse. Antes de ama-
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necer saldría la luna. A las cuatro, ó poco
más, despertó súbitamente, lleno de agitación
y de temor. Un pálido esplendor ensanchaba
los ámbitos del cielo, dejando percibir
confusamente los contornos de lascosas.
A ras de tierra, flotaban en el aire grandes
copos de bruma conde:1sada. Un paisaje
de blancura, envuelto en nieblas hasta
los últimos confines, se dilataba á lo lejos.
Manuel sentía palpitaciones en el pecho.
De pronto, yá cerca de las cinco, se oyó
un ¡alto, quién vive 1 que rasgó sonoro el
aire. Contestó, más allá, irregular y propagada
por los ecos, una descarga.
A la luz débil del alba, vio Manuel, en
seguida, las compañías que desfilaban como
un tropel fugitivo de fantasmas. Sobre una
de las trincheras, la más cercana, crepitaba
yá, cerrado y furioso el tiroteo, dilatando
su línea por momentos, al llegar de lo; soldados.
Entre el ruido de los disparos, descollaba
la nota de las trompetas que estimulaban
al fuego con su acento agudo y
trágico. Manuel se agazapó bajo el cobertor;
temblaba de los pies á la cabeza. Oía
golpes secos de balas en lo~ muros de la
casa ó en el techo, donde despedazaban las
tejas. Hubiera querido bajarse y esconderse
debajo de la cama. Sus ideas eran confusas.
Oyó carreras de soldados que pasaban
y volvían, conduciendo pertrechos. La
cuenca de cerros y colinas en que el pueblo
se abrigaba, al extremo de un valle angosto
y largo, repercutía sordamente, agigantando
el estrépito.
La lucha se había trabado á cosa de una
milla de distancia, en toda la amplitud del
valle ; pero en el curso de una hora, poco
á poco, había ido precisándose en un punto
más lejano, donde un puente atravesaba
el río, en un recodo angosto cerrado
por estribos de roca que morían en opuesto.
sentidos sobre la orilla del agua. Parte
de las trepas enemigas había cruzado q uizá
el puente y aspiraba sin duda á rechazar
á los defensores para dejar paso al resto.
Otra zona de fuegos, más débil pero
más extensa, indicaba en apariencia que
habían tratado los enemigos de franquear el
río, vadeándolo en una dirección oblícua.
Manuel no hacía suposiciones, ni comprendía
el terreno, ni se daba cuenta precisa
de los hechos. Imaginaba simplemente
el suelo sembrado de cadáveres y convertido
en una charca de sangre.
Yá era día claro, un amanecer nublado
gris, ó incierto.
El enemigo parecía cejar, después de
unos momentos de resistencia suprema.
Los fuegos disminuídos se condensaban en
la región del puente. Gritos estridentes y
tumultuosos y voces de trompetas llegaban
confundidos. Se había levantado un viento
fuerte, que azotaba en el interior las puertas,
golpeándolas con tánta violencia que
resonaban como tiros de fusil.
Manolo, un poco más sereno, en esa calma
indecisa se atrevió á incorporarse para
mirar hacia afuera. No había nada. Miró
más. Sonó cerca un disparo y él se ocultó
con rapidez. Hizo otro esfuerzo, volvió á
erguirse y asomó cautelosamente el rostro.
Vio un hombre, un soldado que venía por
el camino Estaba herido en la frente 6 en
!a cabeza, y u na ola de sangre se extendía
sobre la cara desfigurándola de manera que
parecía llevar una máscara roja. Andaba
despacio. En un punto hizo alto; se pasó
las manos sobre los ojos y se puso á gesticular,
agitancio los brazos e!l el aire como
loco. SJguió atHLllldo. lVIanuel volvió á ocultarse.
El fuego crepitaba todavía, irregular y
disperso: aumentando y decreciendo, más
cercano ó más lejos, sin obedecer en apariencia
á ninguna ley fija. Manuel juzgó
que la victoria era de ellos. Había instantes
en que no se e c uchaba ni un disparo.
A cierta distancia, entre el ca:nino y el río,
se distinguían algunos soldados diseminados
que parecían en asecho
Se oyeron pasos lentos en el zaguán y
alguien abrió con lentitud, sigilosamente, la
puerta de la sala. Manuel vol\'iÓ rápidamente
la cabeza é hizo un gesto de espanto.
Era un soldado e! que entraba; venía
del campo de batalla y estaba herido en el
hombro y en el cuello, heridas leves que
daban sangre, tiñendo su ve tido desg.lrrado
y fangoso; luégo, una mano, que sostenía
con la otra: u na herida á través de la
muñeca, deforme como la mordedura de un
monstruo; los huesos triturados, dispersos
entre colgajos de carne viva y roja. La sangre
se escapaba con lentitud, como cediendo
á la presión de una máquina. El rostro
del herido-un rostro ancho y estúpido de
campesino-estaba lívido. Sus labios entreabiertos
dejaban escapar un silbido estertórico
de angustia. Miró á Manuel, y con
un ¡~y! profundo se dejó caer doblegándose
como una bestia rendida. Manue~ se sentó
con un esfuerzo supremo tratando de bajarse
de la cama para ir á darle auxilio, mi-
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'{)
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_J
_j
u..J
m
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randa en torno suyo á todas parte:-;, impotente
y espantado. Pero en tanto, inesperadamente,
y otra vez á corto trecho desde
el puente disp11tado y por todas las riberas
del río hr1sta muy c e rca del pu e blo volvieron
los fuegos á é!Cti varse, prolongando sus
líneas con la velocidad de un reguero de
pólvora. Una fila de tiradores p :uecía re
plegatse de la m :trgen del río atrave ando
el camino para tomar posiciones sobre las
béljas laderas acciclcnt.td;ts que se extendían
al frente del hosp ·t.d hacia los cerros abrupto
. l~n breve pa-;aron soldados fugitivos.
Dos de ellos penetraron por las tapias posteriores
y el solar, en el hospital. Uno llegó
á la sala, con el fusil en la mano. Se ex
plicó confusamente. Era de la Compañía
de ·Manuel, que se hallaba á retaguardia.
Sólo sabía que despué · de ganar terreno un
trecho, cuando todo parecía simple a ·unto
de persecución, la vanguar. lia había retro·
cedido ante una re istencia ine perada y
terrible: al mismo t=empo, por el flanco,
desde el otro lcHio del río, donde nada preciso
se r.abía manifestado en l.t mañana, un
enemigo numeroso y die.-tro había 1 oto el
fuego sobre e11os. 1-f abía sido forzoso aban-donar
la riber e • El narrador daba á LIS
p .dabras el t olorido de un p~nico. Manuel
le pr puso que cerrara la ventana. El otro,
asom ;.indo, e d ~ l fon.l de la sala, h zo ti ll
~e t desconfiado. La fu e r; a replcgad .t continuaba
d t fi ' ando, y ) á domina 1
1 a el ho. pi
tal de de lo:-; .d to~. con u fuego. El tiro
del enemigo, á esp dda' de la casa en la ri .
bera del rí , se cruzab;t con aquél aunentando
sin cesar y preci ·ándose. Las balas,
cada vez más numernsas, silbaban sobre los
techos y herían los murns . l\L111uel y el fugitivo
cesaron ele hablar y se pusieron á
mirarse, cam ' ,ia:1do g .' t s vagos de temor,
c . tupefactos ante el pel ·gTo. El otro herido
yacía en tierr :1, inmóvil, e n los ojos cerrados
y las facciones contraída-; en una mueca
convuLa. La cuerda telegráfica cortada
por un proyectil, cayó de pronto a~otand)
los barrotes de la ventana, con un quejido
mf'tálico y sonoro. El fuf'go de. barataba las
tejas. Por momentos, en medio del estrépito,
la trompeta del enemigo dejaba perci.
,¡ r sus sones al tos q 11e toca han á la carga.
Y muy en breve, protegidos por los pliegues
del terreno, los asaltantes cruzaron el
camino á su vez, por todas partes, dando
gritos de entu:-;iasmo y derrochando cartuchos.
La atmósfera se nubL{ba á St! pa o.
Algunos se agruparon en torno de la casa
formando un núcleo de ataque destinado ;l
cubrir con un tiro más sereno la marcha de
los otros. Los muros y la armazón del edificio
vibraban como incendiados. El solda
do fugitivo se puso en un rincón, en cuclillas.
Manuel siguió acostado, presa de una
especie de parálisis de miedo, considerándo
e muerto. Tenía la impresión de asistir
á un choque gigantesco de armac;, á una
especie de formidable cataclismo en el que
era fatal é inevitable su extinción. Uno de
los soldados de fuet a lanzó un ¡ay! y cayó.
Otro dio un paso, á socorrer quizás á ése, y
llegándose cerca de la vcnt
y ordenó que despejaran el edificio cuantos
estaban de sobra. Acallados y en dispersión,
quedaron sólo los conductores de
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las VICtlmas, hablando en voz merlida, y
empezó el ambiente ltígubre y helado á
poblarse de palabra de dolor y reproche
y súplicas y acentos de a g onía. El herido
de la maüana, inmóvil y callado, tendido
en el pavimento, pareciS despertar de su
atonía al influjo de los quejido<; y empezó
á dar ayes lentos y hondos de m :utirio.
Manuel hubiera querido pedir que levantaran
aquel hombre y le prestaran a u x · lio;
pero no osaba desplegar los labios. Un segundo
oficial se presentó y todos los presentes
rr1anifestaron deferencia hacia él. Su
faz blanca tenía aire distinto, superior á los
demá , y sus maneras parecían delicr1das y
atractivas. Manuel pensó que á ése sí se
atrevería á hablarle. De la mita 1 del cuarto,
al entrar, se habí:J Yuelto á mirarle sin
dureza ni maldad, y le ha bía saludado con
un gesto bondadoso. Manuel se irguió un
poco y fue á dirigín;el e . pero entraron en
ese momento otros 'sol ciados; y observando
que las bay,, netas de sus fusiles, arm, das
todavía, estaban sangrientas, volvió á a c o -
tarse atemolizado, dio un quejido sordo y
se quedó en silencio. El h c·rido, por tierra,
seguía dando gritos. Lvs otros heridos, colocados
en l t· chos improvisados, se q11eja
ban también, y sus voces se podían percibir
di tintamcnte. En la puerta y en el camino
se oían palabras de mujeres qu-. disputaban
con los centinelas. Una sollozaba
y gemía.
Luégo vino un grupo numeroso: clos oficiales
más y u na decena de soldados. Traían
otro herido y al llegar á la puerta clcl cuarto
ele Manuel, decidieron co locarle allí. Es
el Coronel, dijo u no de los ofic iale. , jovei1
y de estatura que descollaba entre todas.
Le conozco. Es el Coronel Rom e ro.
Manuel sintió una conmoción profunda.
¡El Coronel!. ... Volvió á mirar. Le traían,
efectivamente, herido, con el vientre atravesado
por un pn)yectil. N o h tblaba; se
movía apenas, con el rostro de ensajado y
el tórax sacudido por el hipo. 1 odos con.
vinieron en que antes de la noche moriría.
Pero en tanto, los jefes su perinres habían
dispuesto marchar con las tropas á otra
parte; se oían toques preparato: ios y voces
de mando. Las operacionc ... militares
exigían que se emprendiese camino apresuradamente,
dejando los muert ns insepultos
y los heridos abandonados á la caridad
ajena.
Como á las cuatro, bajo un sol medio
vdado por nubes plomizas de tormenta, s~
13
puso en camino la vanguardia. Habían toma
·lo en el pueblo algunas arma , víveres
y m u ni ionc de lo: soldados f11gitivos. Pe ..
ro ha ch fa! ta transporte, y todas las pesquisas
para con eguir algunas bestias de
carga resultaban estériles. Uno de lo . oficiales
que habían e--tado en la ambulancia,
preguntó á Manuel en tono conciliador, insignificante:
¿ Cuántas b e ~ti:-t ~' tenía la tropa
élq11í?
-Treinta y nueve, dijo l\1anuel.
-¿ Y se las 11 var on to las ?
-No sé, mi Caritán, replicó Manuel
atribuyéndole el grado. Ayer se habían
percl ido.
-¿De v e ras?
-Sí, señor. Y nn parecieron por más
que las buscaron.
-¡Pero hombre! ¿Tan mal vigilan Uds.
bs cosas del Ejército? Eso no parece de
militares serios !
- í, mi Capitán, asintió pasivamente
Manuc·l.
-¿Y en dónde estaban las bestias de ordinario?
Manuel el io la especie de señas que había
oído. hl oficial alió á toda prisa.
Entónces Manuel r~...nsó que tal vez los
S')ldados enemigos acerta rían á descubrir
el paradero de la:; m u las ó que é ·tas e deJarían
d e sc ubrir y rob;:¡r de ellos por un a c to
de voluntaria compli c idad. ¿Dó nde es
ta rá d Capitán ? se preguntó, ¿cuán d o
volverá? ¿Le habrán matado?
A 1 Coronel lo habían colocado final mente,
no en la misma pieza, sino en otra anterior,
la más pequeña de la ca";¡, do1 de
habían descubierto un lecho limpio. Dizque
yacía allí, dijo á Manuel un solda o,
sobre una estera, con una sábana por t odo
cobertor y una maleta por almohada. Al
guíen en el pueblo había querido llamar al
médico y al sacerdote de la población más
cercana; pero era imposible porque lastopas
se encaminaban precisamente allá. El
jefe había dicho con una sonri.:a de iro:-.ía
que él mismo y sus soldados se encargaban
de despachar esos auxilios. Ahora, apenas,
volvió M m u el á acordarse de su espada y
de su cinturón perdidos. Nadie había enido
á verle. Estaba sin comer desdt• la
víspera pero no sentía hambre. Las emociones
excesivas habían embotado su org.1-
nismo. Tampoco había sentido fiebre. Pensó
en Lola, en el novio guerrillero, en u·
armas y su suerte. Pronto volvió el ofi ·iéll
de Jas preguntas á dar el último vistaz á
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•
los heridos. Estaba risueño y se acerco a
Manuel :--Hombre, le dijo ; yá parecieron
las mulas; se habían escondido en un monte
á dos pasos de la dehesa. Diga U d. á
sus compañeros, cuando vuelvan, que no
tengan cuidado por ellas, que en nuestras
manos están seguras. Adiós. Y se fue rién~
dose. Manolo experimentó indignación, no
sabía á punto fijo si contra el oficial ó contra
las bestias.
Pronto marcharon los tíltimos soldados.
Manuel vio desde la ventana sus columnas
que trepaban por uno d~ los senderos, hacia
las cumbres y alcanzó á escuchar los
hurras estruendosos é insultantes con que
se despedían del pueblo. En medio de los
solJaJos iban las mulas del batallón con
las cargas de armas y municione~ conquistadas.
Luégo se presentó, asomándose por la
ventana, un chicuelo de la casa de Lola.
Le traía una botella llena de café y un pan.
Manuel le preguntó por Lola. ¿Por qué no
vino? dijo.
-Porque .... yo no sé porqué. Ha es-tado
muy asustada y muy triste.
-¿Triste? ¿ Por q ucf ?
-Por. ... diz que por Juan .
-¿ Quién es Juan ?
-Pes .... yo no sé, concluyó el mu-chacho
con indife rencia.
-¿Y qué le pasó á Juan? in isti ó Manolo.
-Que se volvió á largar con la tropa.
Entonces Manuel suplicó al chico qu e
fuera en busca de su espada y su cinturón,
explicándole la necesidad que tenía de ambos.
Pensó en aquel Juan de quien le hablaban!
Pensó en Lola. Y una sensación
exagerada de amargurcL atravesó su alma.
Se fue prometiéndole volver con las dos
cosas. Habían entrado varias mujeres á ver
á los heridos. e quedaban en el pueblo expresamente
por ellos. No hacían caso de
.. 1\tianuel. Y éi no se atrevía á pedirles nada.
La tarde estaba obscura.
Era cerca de las seis. Se oían truenos á
lo lejos. Llovió Juégo por espacio de una
hora con violencia. U na de las forasteras
compadecida, cerró la ventana que daba
sobre el lecho de Manuel y le dirigió preguntas.
Algunos de los heridos dormían;
otros continuaban quejándose. Dos habían
muerto en el curso de la tarde .
A las diez de la noche se oyeron disparos
y alga :~ara e.1 las afueras dd pueblo.
En el hospital hubo alarma. U na muj e r,
139
avisó en seguida que eran los fugitivos de
la mañana que volvían.
Pronto se les oyó que gritaban en las calles
desordenadamente. Había voces de
ebrios entre ellos. Luego prendieron fogatas;
dos ó tres hogueras en la plaza; una
muy cerca del hospital.
El ruido de las voces y la luz de los fogones
atrajeron á los dispersos que habían
permanecido ocultos á diferentes distancias.
Antes de media noche se habían reunido
uno:; cincuenta con algunos oficiales inferiores.
Sabían que el enemigo no volvería
al menos por el momento.
Varios entraron al hospital. Se entendían
con los heridos y las mujeres como camaradas.
Ei ordenanza del Coronel llegó jadertnte
preguntando por aquél. Le habían
dicho que estaba en el hospital, herido, y
corría á verlo.
Seguían los truenos y soplaba viento húmedo
y frío. En las montañas de los contornos
la lluvia continuaba. Manuel se sintió
un poco reanimado con la vuelta de los
compañeros. Preguntó por el Capitán. Varios
le habían visto en el campo de batalla;
algunos afirmaban que era muerto; otros,
que se hallaba herido. U no declaró rotundamente
que le había visto salir á la hora
de la derrota, y designó el camino preciso
que seguía. Todos-cada uno á su manera
-relataban además, los detalles del combate
y las hazañas personales que habían
ejecutado. Manuel oía con admirad' n y temor.
Por último, rendidos, le dejaron olitario,
sumiéndose en el sueño poco á poco.
El también se durmió profundamente.
Afuera las hogueras vacilaban moribundas,
agitando sus lenguas de luz en el espacio.
Otra vez, á las cinco de la mañana, se oyeron
estrépitos en la calle. Llegaban más
soldados, y hallando que el enemigo había
robado sus ropas y cobertores, se refugiaban
en el hospital. Contaron que la víspera
algunos fugitivos les habían hecho fuego
en las veredas de los montes, tomándoles
por una patrulla de enemigos. Después habían
tenido que pasar toda la noche á la
pampa, en un corral de ganados. El Capitán
se les había unido más tarde y debfa
de llegar á la población muy pronto. Manuel,
al saberlo, sintió una vaga contracción
de malestar y de :Tiiedo. A las seis oyó
que le aclamaban con vivas. Y al cabo de
uno minutos, le sintió que se acercaba
dando órdenes enérgicas en tono de impaciencia.
Luégo le vio entrar abriendo la
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puerta rudamente. Iba á ver al Coronel.
Pasaron dos minutos. Uno de los soldados
que habían subido al interior volvió á la
sala asustado. El Coronel murió, dijo.
-¿De veras?, preguntaron.
-Sf; el Capitán fue á verlo y estaba yá
frío.
Se oyó la voz del Capitán que daba órdenes
para el entierro. Un herido, adentro,
exhalaba ayes lastimeros. Manuel ~intió
miedo otra vez, como la víspera, en ese
ambiente funesto de muerte y de dolor.
Había querido hablar á alguien, dirigiéndose
á cualquiera; pero todos habían salido
con la preocupación del momento. Se
oía en la plaza la corneta que tocaba llamada.
Apareció el Capitán. Le seguían Julio
Pinto y unos pocos soldados. Manuel se
incorporó un poco y saludó militarmente
desde el lecho. El Capitán le dirigió una
mirada de severidad. Tenía el rostro encendido,
el uniforme desgarrado y sucio, las
botas cubierta<> de lodo. Los ojos inyecta
dos y los párpados hundidos revelaban el
cansancio de la vigilia fonmsa en la intemperie.
Había bebido también, probablemente.
Ud., dijo á Manuel ásperamente, después
de unos instantes de silencio: ahí d tt rmiendo,
como todo un valiente, ¿no es
cierto?
-Mi Capitán .... , tar.tamude ' Manuel,
yo ....
-Usted, ¿Ud. qué?, interrumpió el primero.
Ud. nada. Ud. está herido, va á decirme:
pero si no estuvie:-a herido no estaría
cumpliendo con su deber tampoco!
-Mi Capitán, volvió Manuel con la voz
entrecortada, lleno de an~ustia y bajando
los ojos á las duras miradas del oficial
irritado: Mi Capitán, yo no puedo ....
-Nó, exclamó interrumpiéndole de nueuél.
I'¡Ud. no puede ser más que un
cobarde indisciplinado
é inútil.
Eso loséyá muy
bien! ¡Vaya!
-Pues entonces,
mi Capitán
-se atrevió Manuel á observar después de
un ~ilencio breve y con acento humildemá::,
valía que me dieran de baja.
Aquella frase, aquel asomo de réplica
acabaron de exaltar al superior. Los soldados
que .. , miró si m plomen te el dolor
njeno; no . t;;<.• euitló Col.' :l. su~ pena
~ , stH~ gmndcs J)l'llas, las tu \'O 11 su ' último,
· din:, porqne era impo ·iule malltellerl
e ignorante del dolor de los demás y y:í no
ra po:il>lc qnc en e:-.to ·tiempo· lloviera. del
ciclo 1 man{L con qn en otros hubicnt acu dido
{L sn socorro. Sn canícter se 1 podría ..
pintar <.licietHlo do él qn , habient A
1 /
oura D. :J.ltmoleón ó La ley delmontaííés, comedia
q ne, {t jnieio licada eu ht · entrega: 3 11 y 4~ clp
La .11 i aelúnea ..
LECTUU.A. Y AR'l'E con. igua aquí .·n aplan
·o a.l vencedor.
--------·--------
t\ N UESTR S LECTORES
Al volver {Lnncstra. ·tareas :t 1:t música de tu voz cri . talinn. ;
L:t lnz d los salon s llll:t lluvia <1 ucso
B. p:trd a 1\ lns htl.>io r on tu ojos, 11 e. o
Ojos gratules qnc jnntan b cln.rida
iora. y pariese un hijo.
16. Noomi, recil>ido el niño 6 recién Jl achlo, le puso
eu !W reg:tzo, haciendo con ól oficio de ama y de nifie1·a.
17 ..... E . te fuo padre do Isaí, que lo fno de David.
Yá Noemi está alegre; yá no se llama Mara,
Su hija yá fue ungida con el óleo de Zara:
Ruth es madre de Obed, de Obed que será vid,
Vid que dará á Jessé, y Jcssé dará á D1vid;. ____ _
¡Oh Ruth, tú eres la Fuerza, y la Vida y Natura,
La mujer cariñosa de la Santa Escritura;
Fuente alegre que canta con las guijas que lleva,
Tierra fresca y fecunda que reclama la esteva;
Espiga que no teme abrir el pecho amante
147
t Ruth. Cap. IV).
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Al cariñoso beso del astro fecundante;
Grano que busca alegre, sin miedo ni congojas,
La tumba de los surcos para brotar en hojas;
Acorde sonoroso de un arpa solitaria
Que busca el otro acorde para formar el aria;
Torcaz que se halla sola en el bosque extendido
Y llama al compañero para formar el nido!_ .. _. _
.. ___ -i Oh Ruth, tú eres la Vida que cumple su destino,
Varo1za que prosigues sin miedos el camino!
¡Oh Ruth, yá tú eres madre de Obed, que será vid,
Vid que dará á Jessé, y Jessé dará á David_. ___ _
Y así de rico engendro en engendro potente
Hasta llegar al Virgen, al Puro, al Inocente. _____ . __ ._.!
G. MARTINEZ SIERRA
GOLONDRINA DE SOL
I
El cura y su hermana discutían acaloradamente.
-Míra, Faustino, que te ha de pesar.
-Mentira parece que digas eso, Paqui-ta.
¿Por qué ha de pesarme una buena acción?
-Yá sabes que el chico es de mala casta:
gitanos los abuelos, gitanos los padres;
ladrones, ios me perdone, todos ellos.
-Haz bi n y no mires á qui ' n.
-¿ Pero no es un cargo de conciencia,
Faustino de mi alma, malgastar la caridaJ
en este mastuerzo, habiendo por el mundo
tántos infelices que lo merecen más y no lo
necesitan menos?
-Sofismas, Paquita, sofismas y sutilezas
del espíritu malo, que para tentar almas
buenas como la tuya se disfraza de ángel
de luz. ¿Cuál es la miseria que estamos
más obligados á socorrer? La que tenemos
más cerca, créelo, hermana.
Doña Paquita cabeceó, atrincherando su
obstinación tras significativo silencio. "No
me convences", parecían decir los ojillos inquietos,
único resto juvenil en su rostro
marchito de sesentona.
Era casi anochecido. El cura y su hermana
discutían, lejos uno de otro, porque
ella, pegada á la reja, aprovechaba los últimos
destellos de luz para perfilar los zurcidos
de un alba, y él pa: eaba, abajo y arriba,
las honduras de la habitación, yá anegada
en sombras.
Al cabeceo de doña Paquita siguió un
prolongado silencio; pero, sin duda, la in-
EUSEBIO ROBLEDO.
dignación que de los ojos le brotaba tenía
el raro privilegio de atravesar la obscuridad
y llegar al hermano traducida en palabras
de protesta; porque al cabo de un
rato repitió .él, como replicando á un largo
discurse suasorio:
-Parece mentira, Paquita, parece men-tí
ra. __ _
-¡Alma de Dios !-exclamó ella con
arrebatada viveza de expresión, mientras
doblaba calmosamente el alba yá zurcida.
-Haz. lo que se te antoje. Dios te pagará
la caridad; pero el chico á disgustos te ha
de quitar la vida.
-¿Y si antes se la quita á él el hambre?
-Mala hierba nunca muere.
-No seas testarvda, mujer. Ahí le tie-nes:
la madre, muerta esta mañana; el
padre, Dios sabrá_ _ _ _ ¿ Le hemos de de-jar
en la calle? ··
-De la piel del diablo es el condenado.
-Acá le enseñaremos como Dios man-da.
_ . _ yá verás tú si ha de ser mozo de
provecho.
El objeto, sujeto, motivo ó como quiera
llamársele de la fraternal pelea, estaba acurrucado
en un rincón d ,...l cuarto, tan inmóvil
que nadie hubiese acertado á decir si
dvrmía ó velaba.
Era un rapaz de entre siete y diez años,
retostado y flacucho, con ojos inmensos y
greñas lustrosas, obscuros los unos como
endrinas, negras las otras como tizones.
-¿ N o es verdad,-dijo el cura dirigiéndose
á él,-que tú has de ser bueno, y te
has de sujetar á lo que te manden?. __ .
148
El chico no respondió.
-Sí, sí,-susurró dubitativamente doña
Paquita.
-Vén acá, muchacho,-insistió don
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Faustino. Y viendo que el interpelado continuaba
inmóvil, se acercó á é , le cogió por
un brazo y le llevó á la luz, junto á la ventana.
El rostro del rapaz se mostró ceñudo.-
Rehuía las miradas del clérigo, y en
cambio, acechaba de reojo el rostro de la
anciana, su aparente enemiga.
-¿Cómo te llamas t-Silenc·o. El cura
preguntó de nuevo:-¿ Cómo te llamas,
criatura ?
-Er Mengue, me dicen,-refunfuñó t..On
voz desentonada el arrapiezo.
-¡Ave María Purísima !-chilló doña
Paquita:-¡ El Mengue! ¿Has oído, Faus-tino
? ___ _
- í, mujer, sí._._ Y vamos á ver: ¿tú
te quieres querlar con nosotros? ¿quieres
aprender Doctrina y buena crianza? ¿ q u ieres
estar recogido en casa, ir á la escuela.
_ .. ? ¿sabes rezar? ¿sabes persignarte ?
-Atropellaba el bueno del cura la i~tterrogantes,
que iban gradualmente adquiriendo,
á medida que las anteriores qu d;lban
sin re puesta, matices de enfado.
El gitanillo se oostinaba en su silencio;
parecía como si todo aquello no rezase con
él, como si en aquel momento se estuviesen
tratando en presencia suya cuestiones
las más remotas y alejadas de su propio interés
y conocimiento.
Don Faustino. rr-,
la desespp·· _v mo
pidiendo ~•L .u. ~e cncogio de hnm -
bros, y dando media vuelta se di:;tJuso á
salir de la habitación; al verla el chicuelo
alejarse con la lentitud de movimiento á
que t.1n recio contraste formaba la vivacidad
chispisaltadora en el hablar, dio un suspiro,
cual si de un grave peso se aliviase, y
encarándo:-5e con el cura, le dijo breve é i mperiosamente,
como quien reclama un derecho:
-¡ Quiero pan !
-¡Santa María !-exclamó don Fausti-no
:-¿lo ves, Paquita? Mientras nosotros
discutíamos en tonto, esta criatura tenía
hambre. ¿ Lo ves, lo ves? Antes de discutir
si debe hacerse el bien, debemos empezar
por hacerlo. __ .
Y arrflstró al chico á la .cocina; dos mi.
nutos de:;pués devoraba el cuitado abundante
pitanza, y una hora más tarde dormía
como un tronco en el camastro improvisado
por las manos piadosas de doña Paquita.
II
Tres días después don Faustino, como
sumido en el sitial de empinado respaldo,
tiene frente por frente á Juanillo. Tras pacientísimas
investigaciones, doña Paquita
ha logrado averiguar que Juanillo es el
nombre primitivo y cristiano de "El Mengue".
Va mediando la mañana, que es mañana
de Mayo, clara, ruidosa y empapada en
buenos olores. Las dos ventanas de la sacristía
están de par en par, y por ellas entran,
con torrentes de luz, todos los ruidos
del pueblo, pero fundidos en conjunto tan
armónico y confuso que no alcanzan á turbar
la paz de aquella antesala del Santuano.
El maderamen de los arcones chisporrotea
al sol como si fuese bronce! bruñido ;
los espejos, quebrando aquí y allí algún rayo
de sol, pintan el arco iris sobre la blancura
de las paredes; las sombras de la reja
tienden en l ;1s b. ldosas del pavimento ringleras
de cruces, que {t cada paso crecen y
menguan como buscando inquietas su destino.
También hecha sombras ·ti suelo-y
alguna de ellas, irreverente, se atr~ve á acariciar
las m ejiilas e cuálida del cura-la
copa de una acacia que se balancea dos pacos
más allá, en el cm • ']1/Cs ·i/!o/ bajo las tejas del aler hay,
sin duda, peleas ele gorriones porqu e escucha
piar incesante; á intervalos algún
cantor más fino preludia un gorjeo de esos
rápidos, casi balbucientes, que nacen y mueren
en un segundo, de esos que sólo se oyen
en primavera; los fuertes aromas de la acacia
embalsaman el aire, desparramando g·érmenes
su ti les de sensual somnolencia; en
la sacristía emprenden batalla con las emanaciones
ascéticas del incienso; hay en la
contienda de los aromrls algo de la eterna
lucha entre cuerpo y alma; el caso es que
poco á poco el perfume de fuera triunfa y
señorea; el incienso, vencido, sale por las
ventanas en tenues nubecillas, enrosca al
pasar sus volutas á los rayo:; de sol, queriendo
acaso mermarles bril 1o, y sólo consigue
centellear un instante, revolotear
aturdido, tornarse azul y plata como nimbo
de virgen, y perderse después hecho
trizas en las ondas clarísimas del aire.
149
Juanillo está en pie; pero el sopor latente
en la naturaleza influye sobre su desmedrado
cuerpecillo, que da muestras frecuen-
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
tes de laxitud
en forma de estirones
y bostezos.
Lleva
las greñ~s trasquiladas,
y el
rostro, merced
al paso del
agua regenera- ,dora,
muestra
en substitución
de la costra negruzca,
matices
retostados corno
de barro ¡·
b i e n cocido; 1
también la limpieza
y el tras- 1
quilco dejan
otras tantas
heridas ganadas
á pedrada
limpia en numerosas
contiendas
por el
honor del
nombre.
El cura interroga
y aconseja
con acento
doctoral; el
muchacho se
aburre indudable
y soberanamente.
pe re i b ir en
frente y cabeza
ciertas huella~
blancuzcas, ci-ca
tri e es de
Exmo. Gral. RAFAl~L iJtEYE,'
Prc irlcnte rmulando sus entusiasmos
con remini. cencias de lecturas piado. as.- ·
Verás, mujer, verás; si el muchacho ha ele
ser una alhaja. Toda la energía que pone
en sus picardihuelas y maldades, ha de tener
para amar la virtud, una vez que llegue
á comprenderla. ¡ Eso va de mi cuenta,
Paquita, de mi cuenta!
La confidente cabeceaba. No era doñ;\
Paquita incrédula; p~ro tenía ese tenaz espíritu
de contradicción peculiar á todas las
mujeres, por buenas que sean, cuando no
pose n para vertcerlo un entendimiento
que repase los límites de lo vulgar, y bas
taba que don Faustino tuviese el convencimie:
1to de la conversión del pupilo para
que ella c!udase.
-¿N o dices nada, no contestas, mujer?
El semblante de: la buena señora adquirió
e:1 aquel momento el grado máximo de
in di g n ;¡ e i ó :1. ·
-¿Qué te ocurre ?
-Pc:ro ¿no oyes, hombre, no oyes?
Oía e, en efecto, 1 a voz de J u a ni !lo. Subía
alta y vibranL desde el huerto, y decía:
-¡Ña Paquita, iia Paquita, baje corrien
do, que er gayo pinto quiere escaparze! ..
¡Na Paquita!
-¿N o estás oyendo ? ¡Habrá insolencia!
-¡ J\.Iujer !-El cura se apurab .l qucrien-dt)
penetrar el motivo de aquella violenta
i nci ignación · al fin hubo ella de expl i ~·arla.
-IIa de saber que ese arrapiezo sin
pizca de respeto no quería llamarme por
mi nombre.
-Lo sé ....
-Y que decía al hablar eJe mí: "esa
mujer".
-Bien s .. bes que se lo tengo prohibido.
-Bien sabes el caso que te hace.
- rden le di de que te llamara doña
Paquita.
-Y em¡ cñó e él en llamarme scíid Paquita,
como á la última del lugar.
-Reprendíle de firme.
-Y mira el alma mía lu que ha inven-taJo.
Para no pecar y salirse con la uya,
n1e llama iia Paquita. ¡Claro!- ~1 cura se
reía.-Reíte, reí te, que el caso ti en e gracia.
¿Te gu ·ta el mote? p~tes por él me
conocen en todo el lugar.¡Na Paquita arriba,
ila Paquita abéljO! ¡Si hay para e ·
gerle!. ...
-Citarilas non z'rascitur,-dijo el clérigo
con ben 'vol o a e en to; pcrq las palabras del
Apóstol fueron por esta vez pólvora en as
cua . que hizo saltar en pedazos hasta la
tradicional calma de movimientos de la anciana
señora. Alzósc de la silla bruscamente,
dej' soltar los puntos de la calceta, y
después de desafiar con en' rgica mirada á
centenares de enemigos invisibles, sin duda
ocultos en los rincones, salió de la estancia
con paso menudo y precipitado. Iba somormujando
indignados monosílabos. La voz
de Juanillo seguía vibrando en el huerto :
• -¡1. -a Paquita, ila Paquita!
IV
-Juanillo, á dar la lección.
152
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
El despacho de don Faustino está sumido
en mística penumbra: sobre la mesa
descansa el Breviario protegido por funda
de estameña; sus hojas, carcomidas al margen,
testimonian la fidelidad en las preces
del santo varón; múltiples chirimbolos de
cartón forrad0s en papel anogalado, la habilidad
paciente de sus manos: hay, entre
otros, una papelera, motivo de admiración
casi extática para Juanillo. . . . ¡ c0mo que
tiene cuatro compartimentos y otros tantos
tabiques divisorios recortados en forma de
lira! Son estas liras simbolismo inoce11te:
don Faustino guarda de sus remotos estudios
retóricos cierta debilidad por las musas,
y en sus horas de insomnio suele hacer
versos, versos que canta el sJcristán en las
novenas con ritmo gangueante. Al eco,
siempre formidable, de la voz lección, se
despereza el Mengue. Estaba tendido en
el suelo, atisbando la raya de 1 uz que por
bajo la puerta 5e filtraba. Juanillo, perezo~
o como una culebra, tenía amores con el
sol, y andábale buscando en los imperceptibles
escondrijos, donde le graba por suerte
burlar la vigilancia meticulosa de doña Paquita,
enemiga implacable de toda luz en
:tquellos días que se dicen verano.
-¿Qu é haces, chiquillo?
-Ayá voy, zeñó cura.
Dirigióse á la mesa con andar incierto;
los ojos, borrachos de luz, le fingían cí rcul
o s de oro bailotean tes en la penumbra; algunos
venían á prendérsele en las pestañas;
otros se enlazaban en rosarios movientes:
parecían sartas de e ·carabajos con caparazones
de iris. Luégo, en las paredes
blancas brotó una erupción de puntos negros,
tantos como discos de oro en el aire.
¡Son divertidas las cosas de la luz! Por lo
menos Juanillo hubiese dejado pasar la vida
mirándolas, y atín más que la vida la
hora tediosa de la lección.
Pero no hay remedio; por mucho que,
merced á varias curvas, se alargue el camino,
pronto se andan los siete palmos que
van desde la puerta á la mesa del cura ;
hay que llegar; preciso es tomar · el libro y
buscar la página, y cerrar los ojos á los círculos
de oro y abrirlos á las letras ; pero
¡ oh milagro! sobre la página, danzando
entre las letras, los círculos de oro se mueven
también ; y entonces las letras, quitándose
el luto sempiterno que visten por las
pobres ideas, endosan ropones color de
iris, ·y sus miembros, flacos y tiesos, se hinchan
y ondulan, y se mueven, sí, se mue
153
ven, ¡van á bailar, bailan, están bailando
cogidas del brazo con los anillos de luz!
Después todo se aquieta; las letras se
alínean, cesan las danzas, apáganse los cír ·
culos de luz, la página entera, correcta y
sabia, se torna incomprensible para el pobre
gitano .... , y balbucea el mísero: i-i ;
g-1-e, gel : i-gel.
-Iglé, criatura, iglé; iglesia dice.
-Iglezia,-replica dócilmente el discí-pulo;
y prosigue la accidentad..t lectura.
-Pero, hijo, tú no comprendes lo útil
que es saber leer.
-¡ Util !-Juanillo suspira.- Mire usté,
zeñó cura,- explica luégo.-Usté dice que
ahí dice iglezia : bueno, lo dice; pues yo
zargo á la plaza, miro á la iglezia, la veo .• ,
y acabo antes.
-Pero hay muchas cosas que no podemos
ver: están muy lejos; al fin del mundo.
-Pues ze cogen las piernas, y andando.
-Además, los libros hablan de gentes
que se han muerto.
Juanillo har.e una mueca soberanamente
despreciativa. Las gentes que se han
muerto ¿qué le importan á él?
Así, á diario, trabábanse largas polémicas
entre el viejo maestro y el di cípulo
discutidor. Ponía en la enseñanza don
Faus tino fervor apostólico, y ponía en el
aprendizaje el rapaz socarrona benevolencia,
como si desde incógnitas altura-; intelectuales
consintiese en bajar á nivel de un
capricho respetable, si bien asaz pueril, del
pobre señor.
V
Da gloria ver el huerto en día d~ colada.
La diligente abeja sesentona se agtta entre
los lienzos recién salidos de la tina, más
blancos que la luz; y mientrás va y viene,
canta, señores, canta una copla tan vieja
como ella. ¡Pues qué! en su tiempo también
se cantaba.
¡Pobre_ doña Paquita! Su piedad es~rupulosa
hace en la faena purificante divisiones
llenas de respeto. A la izquierda, junto
á los cuadros de coles, está tendida la
ropa familiar; á la derecha, bien aparte, cabe
un seto de ros
Citación recomendada (normas APA)
"Lectura y Arte - N. 7 y 8", -:-, 1904. Consultado en línea en la Biblioteca Digital de Bogotá (https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/3683663/), el día 2025-05-04.
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