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170 IJA MUJEU,
da un placer inmenso, desconocido, sin
igual, pero que lleva en su fondo el
germen de grandes dolores.
Y estos grandes dolores son la prueba
que sublima á la mujer virtuosa y
la redención que salva á la culpable.
Y estos grandes olores son la pena
de ese placer in ruenso.
Todas las sensaciones, intereses y
cariños se relajan á un extremo delcorazón
para dar paso á ese otro sen timiento
que lo llena tollo y todo lo
domina, levantándose majestuoso y
radiante con el nombre de arno?" maternal.
El primer paso en la nueva senda
está xento de pe ates.
En la época de las gracia inocentes
y de las travesuras deliciosas.
El niño es ·1 lazo que une los cora--
zones de los cónyuges.
La alegría de h e sa.
El ol dal matrimonio.
La infancia de los hijos e la luna
de miel de las mndrc ... .
De pués )mph znn 1 asomar elt o tro
lo di gustos.
Lo bu no:s y mal o!:i rato alternnu.
fá auelante crece el número de lo
último ..
Por fin súlo 6 parPcen breve alegrias
entre una ca lena. de ~in abores.
Pero el cariíio ele la madre no disminuye.
Está en rhzón directa con las amarguras
qne le oca ·iona.
Bueno ó malo, rico ó pobre, feliz ó
desdichado, . u hijo <.> S siempre su hijo,
carne de su carne, sangre de su sangre,
vida de su vida.
N o hay fal t~ s cometidas po1 él que
carezcan de di ... culpn á sus ojo.:..
Los ojo con que una m, dre mira á
su hijo, sólo vt. n las virtudes para engrandecerlas.
Antes e condenaría ello. misma que
condenL rle
. Antes se dejada matar que permitir
e~ su presencia el daño de u hijo.
¿ IIa.béis l)Ído ponderar el furor de
la leona á quien arrebatan su~ cachorro
?
U na mndre no tiene la fnerza ni el
valor salvaje del león; pero arrebatadle
su hijo, y veréis á la leona.
Su pasión es ciega, deliran t~, loca.
Aunque su hijo sea el más despreciable
de los hombres, ella es su madre,
lo ha criado, y debe defenderlo á pesar
de sus infamias.
Cuando un hombre es rechazado por
todo el mundo, aún tiene abiertos los
brazos de su madre.
Por esto, si hay algo de divino en
la tierra, está en el corazón de la mujer
cuando llora, ien te y pide por el
fruto de sus entrañas.
El amor de la madre es excepcional
entre todos los amores, por lo único,
grande é infinito.
N o pide sino un poco do correspondencia,
y en cambio da el al m a, !a vida
y la honra.
Es un amor urna onsoladora de los
olores, espejo refractario de las alegrías.
Es un amor cuyos radios se proyectan
sobre la tierra pero cuyo foco está
en e] ciclo.
Eti un amor, n fin, que no puede
comprenderse hasta que no se llega á
ser pnd1 e.
La Pr videncia tiene re erTadn á
la madre pruebas duri irnas, amarguras
terribles.
La más desesperadora es la de aq u ella
que premntUl amente ve morir á su
· hijo.
Este es el dolor agudo, enérgico,
desolador, inconmensurable.
Es la apoteosis de las desdichas.
Dolor que si no tuviera una causa
tan grande, parecería abortado por Satanás.
I.Ja madre no podría sobrevivir á su
hijo, el exceso de su desespet ación la
mataria, si no fuera porque Dios no
quiere que nadie sucurn ba de dolor ;
porqt e Dios quiere que el sufrimiento
sea la redención de las alma~~J .
Asi es que llegando la tortura al
grado en que parece que va á estallar
la vida, no pudiendo llegar más n11á,
el sentimiento desciende, languidece,
se doblPga, y la madre se torna insensible,
fria, inmóvil, enjutas las me-
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.LA. 1\IUJEH 71
jillas, áridos los ojo~, cri pados los
miembros, entumecido el e8píritn.
Esta es la calma ficticia tan terrible
como ]a tempestad.
Este es el sueño del dolo1·.
¿A qué enlutar sus ropas ?
Ella tiene el luto en su semblante,
en las arrugas de su frente, en las canaR
de su caLeza, en el vacío de su cor~
ón.
¿Habéis visto una planta altiva,
frondosa, elevando su 1 amas al firmamento
y alimentada por un claro
arroyo?
E a es la madre Ratisfecha, dichosa
con sn hijo, que se alimenta de él de_pnés
de haberlo alimentado.
Qnitt\d el arroyo, trasplantad la
planta á un desierto, y voréi. de .. aparecer
u lozanía, marehi tarse, quedar
de. hojatla y ~ca, ____ y vivir única-mente
por nn prodigio de veg tación,
como cosn. que se de hace, com luJ~;
que agoniza, eomo hálito qu se apagn.,
como e p rauza que muere.
La corona de las madres e la corona
del martirio.
'"o puede negarse q no e isten marlres
desnaturalizadas, cuyo mayor delito
es manchar el nombro que llevan;
pero ( as mnjere tarde ó t mprano
sienten el dedo de Dios obre el corazón,
y el llanto redime su culpaQ,
La religión, infinitamente misericordiosa,
deja siempre una pu~rta
abierta á las conci ~ncias daf ada ·.
La puerh del arrepentimiento.
ADOLFO LLANOS r ALCARAZ.
LUZ DE AMOR
".Jamú el amor
ha pretendido una cosa en vano."
l\lnLÓ •.
¡Qué ciego es el mnnllo, madre!
LQué ciegos los hombres son!
Piensan, madre, que no existe
!Iás luz que la luz del sol.
Ouantlo cruzo los paseos,
Cuando por las calles voy
Y oigo decir á mi lado :
-¡Pobre ciega !-digo yo:
-.Pobre ciegos, que uo ven
J\fás luz que la luz del sol!
Ellos ven lo que no veo ;
Yo veo lo que ellos nó;
Ven la g·nerra, mas no pueden
ver la paz del corazón.
Ven el lujo, y Je riquezas
D mentes corren en po ,
rozándose conmigo
Exclaman á media roz:
-¡Pobre ciega! que 110 ve
J)e la vida el csplcuu,
P . ort de la e i tcncia,
Del cutendimiento . ol,
lmz n noeh d amargm·a,
; y de ci \yilizacilirniento dPl w
0
deber.
Ojalá que el amor de mi lectora
no se extinga como el de la de, graciada.
Julia, sino que perdure en sucorazón
como flor de juventud ete1 na y
delicado aroma.
J ES -:s Onnó~Ez SuÁREz.
BESO DE AMOR
Es. hermosa, encantadora
De una mujer la sonrisa,
Y suave como la bri a
El acento de su voz ;
Di\"ina es una mirada
Seductora, una malicia;
Mas ¡qué iguala á la delicia
Del primer beso de amor!
TUS OJOS
Con la luz de tus ojos
.Al mundo pierde ;
V éu ac{l., hermosa niña,
·Dí si me quiere~.
Tns ojos, ojos no son;
Niñt , sou tlos navaja
Uon las que pinchas y rajas
El más duro corazón.
EL RELOJ
-¡ ~fe murro, abuelita, me muero
! exclamó de pronto la hermosa
Mirta.
-¿ Qué te pasa, lucero de mis
ojos ?
-¡ Me muero, abuelita !
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il74 LA ~IUJER
-¿Te sientes mala ?
-Sí, gra ví i m a..
-Supongo qne lo dices en broma.
-Lo digo de veras.
-Pero si estás más lozana que una
flor primaveral.
-No importa.
-¿ Por qné dices que vas á morir?
-1 Porque el reloj ha dado y á la
hora t
-¡ Vaya una razón para dejar de
existir !
Veinticuatro veces al día señ!ila el
reloj la hora, !:'in que nadie piense en
exhal· r el último suspiro.
-Es que hay horas y horas, abuelita.
Las doce H.Car con
el dominio árabe eu lD, penín ula. española~
y que emprendió la couquista de
Granada, metrópoli de la civilización
de aquella Ó!)Oca, y residencia de reyes
poderosos.
Para llevar {t efecto la conquista,
forma ejércitos, bu ca recursos, compromete
á los nobles; y ella misma se
Jlone á la cabeza do sus tropas, traRladando
su residencia á Santafé, ciudad
que fundó al frente de Granada para 1
dirjgir el sitio; hasta que logró que el
pabellón ondad, y hace examinar
su proyecto p<;>r los sabios y los teólogos
de su tiempo; pero todos lo rechazan
como un absurdo, y al extranjero
l)Obre y de conoeido lo tratan de loco
y lo apellidan demente.
Colón, que era el e ~tranjero, con la
~egoridad
Citación recomendada (normas APA)
"La Mujer - N. 22", -:-, 1896. Consultado en línea en la Biblioteca Digital de Bogotá (https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/3687029/), el día 2025-08-22.