Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
--____ -,c::---,~ s ~ 2 ?~~--SS--___ - -
•
PERIODICO DEDICADO A LA LITERATURA •
, •
Serie lII. Bogotá, 6 de Marz0 de 1875. Número 26.
Al\. DE.
.-
LAS TIJERAS.
Las tijeras, esa doble arma del bello sexo,
han representado ya su papel en el mundo profano
y sagrado. Sin contar las de Atropos con
las que la inflexible Parca corta el ~ilo de
nuestl'os dias, hemos tenido las de Dalila quitando
á Sanson su fuerza capilar y las monstruosas
de la señorita de Montpensier, la alia·
da coqueta de los Guisas, que deseaba hacer
un cerquillo de fraile á su majestad cri tianísima
Euriq nc IlI.
Las tijeras son para la hija del pueblo lo CJne
era la espada de los nobles y caballeros en lo
tiempos de heróica memoria. Mirad cómo brillan
álo largo de un vestido recientemente plan·
chado, pcndiontes de una larga cinta de seda 6
terciopelo, que las sujeta á la cintura. Para 01
vulgo es un útil y para el observador un arma.
Permitid me que os cuente la historia de un
par de tijeras de acero dorado, cinceladas con
arte exquisito, de encantadora hechura, que en
todos tiempos cortaban como navajas inglesas.
El cuento que voy á referiros es esencialmente
germánico. El estuche de las tijeras de que
voy á hablar ha salido de los talleres de las
mÚgenes del Rhin, de aquel sitio del globo
donde el charlatan Rouge intenta contrarestar
la. popularidad de Lacordail1o haciendo poner
su retrato sobre los toneles y pipas.
Sin embargo, no perdais de vista que no es
más que un cuento, de cuya autenticidad no
salgo garante, como diria un periodista.
En un rincon bastante oscuro de la ciudad
de Dusseldorf vivian harto pobremente un sastre
y su mujer, los esposos Sproutt. El hombre,
que frisaba en los cincuenta primaveras, se asemejaba.
á esas figuras de yeso, cuya fealdad ha
monopolizado la Ohina; sus ojos eran redondos
y habrian parecido tan feroces como los del ti·
gre si no hubieran sido imbéciles como los del
pavo: su talla era pequeña, su abdómen abultado
y sus piernas formaban zig-zag á fuerza de
tenerlas cruzadas, cuando trabajaba. sentado sobre
el mostrador.
Sobre todo maese Sproutt parecia infinitamente
pesado alIado de su cara mitad j todo lo
que él tenia de gordo, tenia de flaca la mujer,
y así como Sproutt se condenaba á completa
inaccion corporal, no dando libertad más que á
sus brazos, para coser, su querida esposa. Isabel
parecia una atdilla, corriendo de aq uf para
allá por la causa más leve y por el más frfbolo
motivo.
llabíase verificado un milagro: en aquel nido
de buhos habia nacido un ángel; los esposos
Sproutt poseian una hija, que podriamos
muy bien llamar un querubin de Dios, con sus
ca bellos hn rubios que dejaban al sol opaco
cuando éste se atrevia á mezclar con ellos sus
rayos, y su tez tan sonrosada, que á su presencia
se ocultaha la reina de las flores para no
enfermar de envidia. Ademas de esto tenia el
talle de Oleopatra, la mano de Dido, la mirada.
de Camila, el pió de Diana y la sonrisa de Venus,
si es que Venus, pobre divinidad caida,
conserva todavía sonrisas. Todas estas perfecciones
se revelaron desde su nacimiento, y el
dia del bautismo no hubo quien no elogiase su
Lelleza sobre todo encarecimiento.
---¿, Es posible, exclamaban las vecinas, que
padres tan feos tengan una hija tan linda?
---Por eso sin duda eres tú tan hermosa, contestó
la esposa de Sproutt dirigiéndose á la madre
de unos niños onclenques.
En la noche del dia del bautismo cua.ndo i.!e
derramaba abundante la cerveza y se asaba.
con precaucion un pato cebado, exclamó maese
Sproutt :
-j Qué lástima que no tengamos aquí una
hechicera para dotar á esta hermosa. niña!
--Bah! bah! Que idea tan peregrina!
- ¿ Pues qué no sabeis, observó madama Isa-bel,
que segun creencia popular todos los años
viene alguna hechicera para proteger al niño
más lindo que produce la Alemania?
-Es exacto, respondieron los convidados, y
apostamos cualquier cosa á que esperais que
vuestra hija sea la preferida.
-.. Así lo creo.
---Sin embargo, ha nacido en un año en que
ha nabido más niños hermosos, como por ejemplo
la hija del rey.
-.. Ergot del' ffild, exclamó maese Sproutt
apurando un vaso de cerveza y haciendo alarde
de su escepticismo político; siempre se ha
dicho que los hijos del príncipe son hermosos;
siempre tenemos la fábula de Lessing, La mona
y sus hijos.
---Pues bien, consultemos á la suede. Se asegura
que cuando es preferido el hijo de una
familia cualquiera, basta hacer una evocacion
contando durante la cena la Kook tradicional.
... ¿ y cómo se hace esa evocacion? preguntó
la madre del niño toda turbada.
---Nada más fácil, respondieron los parientes
y amigos: partis la torta en tantos pedazos,
más uno, como personas tengais en el festin.
---Muy bien: y despues?
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
•
•
202 LA TARDE
-·-Distribuis dichos pedazos, y luego cogíendo
el que queda lo desmenuzais en el fuego,
diciendo :
"Espíritu de los espíritus del bautismo, {~ n·
gel redentor del p ecado ol'iginal, el niño que
duerme en esa cuna, ¿ marchará el primero en·
tre los nacidos en el presente año ?"
---Bueno! dijo maese Sproutt, algo conmovido
por aquel ceremonial, ¿ y el e:;:piritu de los espíritus
responde?
---Jamas.
---Entónces, qué hace?
---Se sirve á cada. uno ponche en la cerveza
de Magdebu1'go, que trasciendc á especias, y
despues de haber bebido todos silenciosamente
y sin chocar los vasos, con tinúa la plegaria al
poder invisible:
" Si el niño cuya purificacion cristiana hoy
celebramos está predestiuado, haznos saber bajo
qué forma prosaica se refugiará la h echicera
destinada á guiarle á la felicidad."
---Yentónces, dijo un comentador con aire
solemne, se oye en lo interior de la habitacion
gran estruendo y se descubre la hechicera.
---Pues bueno, exclamó resueltamente la señora
Sproutt, alargando su brazo ético, hagamos
la prneba.
---Sí, sí. hagamos la prueba, dijo el coro en
todos los tonos.
Cada uno ocupó su asiento con respetuoso
silencio; en cada frente se reflejaba el recogi.
miento; las mujeres se hincaron de rodillas,
los hombres dejaron sus vasos, y hasta el mismo
volteriano Sproutt cesó de reir y contó cou
atencion los botones de su chupa para darse
cierto aire de despreocupado.
La señora Sproutt levantó la voz, y dospues
de haber padido en trece pedazos una gran torta
rellena de pasas dió once á los concurrentes,
puso el duodécimo en su plato, y desmenuzando
el décimotercio en medio de las chispeantes
llamas del hogar, dijo:
-EspÍl'itu de los espíritus, áogel redentor
del pecado original, el niño que duet'me en esa
cuna, ¿ marchará el primero entre los nacidos
en el presente año?
Inmovilidad t\.bsoluta siguió tí este episodio
místico, y prosternándose todos los coucurrentes,
solo permaneció de pié la amorosa madre exorcizando
á la llama.
Despues de una pausa continnó :
-Si la niña, cuya purificacion cristiana hoy
celebramos, está predestinada, haznos ver bajo
qué forma prasáica se refugiará la hoohicera
encargada de guiarla á la felicidad.
Al llegar aquí, todos los alientos estaban reprimidos,
todos los cuellos estirados y todos los
ojos se alzaban tímidamente .
Apénas el orador materno hubo concluido
cuando resonó un grí~o general:
-j Mirad, mirad, qué prodigio! exclamaron
algunos, y todos se ilenaron de estupor.
Acababan de caer las tijeras de maese Sproutt
el incrédulo j las tijeras que de ordinario estaban
colgadas de un cla.vo del mostrador.
-Ya se ha presentado la maga, la hechicera,
dijeron algunos de la compañía; tan pronto
habita el nido de un pájaro como la lana de una
rueca; hoy viene tí ilus~rar el instrUmento fa-vorito
de un sastre aleman.
Entónces con la mayor circunspeccion recog'Íer
on las t ij eras caidas y las pu ieron cuidadosamente
en su sitio.
Era dc ver como miéntras duró la infancia d6
la protegida querian todos á. pOl'fia frotar y pu~
El' con la arena más fina y el esmeril má.s perfumado
el bienhadado instrumento, cllyas dos
hojas cortantes dirigia una divinidad bi6Dhechora,
y como la tradicion de las magas familiares
queria que se utilizaran siempre y mucho
los in strumentos en que se refugiaban, maese
Sproutt no se sirvió ya mas que del genio bueno
de su familia. Sin embargo, una mañana al
cortar unos calzones para un bal'on wurtembcrgés,
se hirió un dedo de la mano izquierda.
-j Por San Pancracio! exclamó, i la maga
tionc á veces sus ratos de mal humor!
--j Pues qué te ha hecho! le pregunto su
• mUJer.
--Me ha heri<).o horriblemente.
La escuálida COVsol'te se sonrió con aire ma-ligno.
- Ya sé por qué, dijo.
--¿ Puedes decín elo?
-Sí; las magas, como tú sabes, defienden la
rectitud y la verdad.
--¿ y quién la disputa?
-Oastigan la bribonería y rechazan el fraude.
--¿ Quién te ha dicho.jamas lo contrar:o ?
-Ahora bieu; ¿ qué haces tú con esas ti-jeras?
-¿ Qué hl.lgo? Lo que todos mis compañeros;
corto casacas, chupas, calzones, capas.
- j y robas! exclnmó su mujer.
--j Silencio! murmuró el sastre; ahorral' una.
vara de paño de vez en cuando no es robar, sino
aumentar los productos.
- Sí, pero las tijeras mágicas se niegan á semejante
dilapidacion. Procura acordarte de esto
miéntras te sirvas de ellas, bi no quieres
atraer calamidades y llliserias sobre nuestra humilde
casa.
R esulta, que el p!imer milagTo realiz.ado por
las tij eras inteligentes fué volver hombre de
bien á un sastre, pue¡;¡ desde aquel momento
trabajó éon conciencia y prohidad; devolvió la
tela que sobraba á sus parroquianos, con no
poco asombro de los mismos. Esta conducta,
loable bajo todos conce¡;tos, se hizo pública y
n otoría en la ciudad, donde maese Sproutt pas6
por la virtud armada de una aguja, y de todas
partes le llovian encargos, en tales términos
que al poco tiempo le fue imposible hacerlo todo
por sí mismo; alquiló un espléndido taller
cerca de la catedl'al, y á vuelta de unos cuantos
años se halló al frente de cincuenta dependientes,
entre oficiales y aprendices, y de una fortuna
más que mediana. Si por acaso alguno le
preguntaba sob1'e el orígen de aquella opulencia,
contestaba maese Sproutt:
-Esto nada tiene de estraño. •
-¿ Cómo? •
---Es sobrenatural.
---a Luego no sois el único autor de tan bri-llante
resultado?
---No por cierto.
--¿ Se puede saber quién es ?
-·-Mis tijeras que son magad •
• •
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
•
LA TARDE 203
-~-Bah! bah 1
-- í, magas poderosas, que no solamente me
han hech~ sastre á. la moda, sino capaz de lu·
caar con los primeros al;ti tas de costura de la
A l-emania.
El bllen hombre atribuia á milagro una cosa
tan natural y sencilla, como es, la de que cuan·
to mlÍs se trabaja, mayor perfeccion se adquiere.
Eu e to 010 estribaba el secreto de su capacidad.
Entr~tanto la jóven protegida de la maga,
que se llamaba con el dulce nom bre de Resecla,
iba á cumplir sus quince años, edad que se juzgó
á propósito para que se comunicase directamente
con su protectora, y el dia ani versario
de su nacimient.o le fueron solemnemente entregadas
las tijeras maraviliosas.
-Hija mia! le dijo su m dre, tu padre no
ha ton ido mn.' que el u ufructo del te.oro que
to pertenece. B:ljo este frio metal, d'n est'3 aco-
1·0 fu ible hay un poder á que nada . e resiste.
un poder de la inmensidad, y cuenta que solo
por tu hermosura h.a consentido on despojarse
de u esencia radiosa para ser\'irte. No despreoies
jamas á. e"ta tierna compañera, ántcs por
el cORtrario manifiéstele tu mano s;empre todo
tu cariño y Agradecimíento.
A fller de hija sumi.sa y obediente escuchó
Reseda á su venerable madre, y desde aquel
momento prestó á las t,ijeras toda. su atencion y
cuidado; eligiendo desde luego para no estar
ociosa el oficio de costurera, y casi sin hacer
aprondizaje ninguno, adquirió fama en toda la
Alemania. La fe ciega qUA tenia en su útil favorito
le daba sorprendente habilidad en el
corte j así es que léjos de arrastt'al' e pOl" el carril
de la rutina como sus émulas, inno\·ó, dejó
Correr libremente laa tijeras encantadas sobre
el terciopelo, el raso, el brocado de oro y la ga·
sa, y de sus dedos delicados "al ¡eron adomos
tan ligeros, suaves y adorables de elegancia y
de buen gusto, que desde Berlin hasta Maguncia
reinó un verdadero furor por los productos
de !a hermosa costurera.
Digámoslo de uua vez; Res"da al cumplir
los diez y seis años el'a un prodigio de belleza;
había rea.lizado todas las promesas de su graciosa
infancia, y su hermosura reinaba sin igual
en toda la comarca, hasta el punto do enamo·
rarse perdididamente de ella los más apuestos
é ilustres caballeros, sin obtener una palabra
de esperanza.
Es preciso, sin embargo, distinguir entre la
multitud de adoradores al príncipe Ralpb, hijo
del gobernador y uno de los más afamados por
su nobleza, .,pues no es posible hallar un am ')r
más respetuoso que el suyo, y nunca caballero
m:í.a getil defendió con más moderacion y elocuencia
la causa de su corazon.
-Reseda, deoia á. la jóven, yo os amo.
-y yo ti1mbien, respondia ella.
--Pero mi padre ne ~uerrá consentír jamas
en nuestra union.
-Quién sabe?
-Cómo, querida enoantadora de mis pensa-mientos,
¿ os atreveríais á esperar f
-Sí
-¿ Y cuál es el buen génio bastante podero-so
para. decidir á. un oonde á dar á su hijo la
hija. de un sastre?
• -E te, oontestó Reseda, mostrando al j6ven
ft80mbrado sus tijeras.
-¿ Y cómo se verificará eso?
--Lo ignoro.
-¿ Y sin embargo esperais ?
-Con toda seguridad j las magas son infali-bles.
y la que represonta este instrumento precioso
hallará sin mí el medio de vencer la repugnancia
de vue tro padre.
---Vamos, ánimo, dijo Ralpb, y el cielo proteja
uue. tros amores.
Dos semanas despues de esta conversa cían
fué llamada Reseda por una jóven vestida de
J uto perteneciente á una de las primel'as familias
de Dusscldorf.
--·Señorita, dijo á. la jóven artesana, he perdido
á mi padre hace pocos dias, y todo lo que
puede recordármelo es grato para mí por más
de un título.
La costurera hizo una ligera inclinacion de
cabeza.
-E ta es su capa de conde del imperio de
Alemunla, terciopelo de Utrecbt carmesí con
e. trellas de oro, ¿ se podrá hacer de ella un
abrigo para mí?
Re. eda examin6 la tela.
--Seguramente, cortando con cuidado este
magnífico tejido, trendreis un sobretodo encantadol'
que os sentará á las mil maravillas y casará
perfectame~te COR los adornos de vuestro
tocado.
---Llevaos, pues, esta preciosa reliquia y excedeos
á vos misma en el trabajo qUt:l os confio.
Apénas llegó Re eda á. su casa, se puso á eorta~:
la capa ducal; la tela chillaba bajo el acero
mágico, cuando de repente se paró.
---j Hola! ¿ qué tienes, mi buena hechicera?
Te he confiado á las manos del afilador más hábil
j marcha, sigue cortando.
L'Is tijeras no avanzaban ni una línea,
J~lltónces Reseda se puso á tentar el raso blanco
del forro ... Allí habia un ost4culo.
---j Oh.! . oh! exclamó j la maga sabe lo que
quiere y su voluntad es inalterable,
Registrando despues el forro sacó un papel
que estaba cosido ó más bien oculto en la capa
ducal.
ErRo un plan de conspiracion contra el 'príncipe
reinante; pero plan perfectamente detallado;
nada faltaba en él, ni el sitio de la reunion, ni
las circunstan~ias del atentado, ni los nombres
de los conspiradores.
Reserla mandó traer un coche y se encaminó
á casa del gobernador.
---¿ A qué debo pI honor de vuestra visita? le
preguntó el funcionario público.
---Vengo, señor, á parlamentar úon vos.
---¿ Sobre ese proyecto de matrimonio con
mi heredero Ralph?
---Tal vez.
---Pues bien j debo deciros que de muy buen
grado os elegiria por nuera si pudiera hacerme
superior á. las preocupaciones, pues ¿ dónde la
hallaría más bella y amable, ni de lLás talento?
---¿ y cuál es la preocupacion que os detiene?
---Vuestra condicion plebeya., hija mia.
---Es que no vengo á dirigiros ninguna só.pli-ca,
sino á proponeros un contrato.
.--U n contrato! Hablad, hermosa comercían-
•
-
•
•
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
•
•
204 LA TARDE
ta, oontadme por vuestro cliente. Qué vendeis?
Sonrisas y gracias?
---No, sino traidores.
··-No os comprendo.
---La cosa, sin embargo, es bastante comprensible.
Vendo traidores, hibones, tenebrosos
conspiradores.
--·Conspiradores! exolamó el gobernador, ¿ Y
contra quién oonspiran ?
---Contra la seguridad del Estado, contra la
vida del soberano.
---¿ Quién os ha descubierto eso?
---Mi maga ...... Estas tijeras.
El gobernador se sonrió.
---Oh! no os burleis j aquí está el pacto y las
firmas.
---Dádmelo.
---No por cierto, no lo doy así tan graciosa-
• mente oomo querels.
---En ese caso ¿ qué pedís, oro, alhajas?
---Una sola promeza, el perdon para todos i
quíero servir al rey sin delatar á nadie j juradme
que serán indultados todos los conspiradores,
y será vuestro este papel.
. --Sublime niña! dijo el gobernador j lo juro.
De esta suerte quedó frustrada una de las
maquinaciones políticas de que oon harta freouencia
era teatro la Alemania en aquella épooa,
y el nombre de R 3seda, generosa reveladora,
que obtenia al denunciarlo el perdon de los
oulpables, corrió muy pronto de boca en boca.
El dia que cumpiló veinte años debia ausentarse
su invi ible proteotcra, porque segun la
tradioion no podia es tal' á su lado más que ese
tiempo j en ese di a, pues, la llamaron al pala-cio
duoal. .
--Bella Reseda! le dijo el gobernador, aquí
teneis á Ralph encargado de pagaros la deuda
de gl atitud del Estado j ¿ le querris por esposo?
---Oh, señor! murmuró la jóven, poniéndose
encendida de rubor y felicidad.
---Querida Reseda, suspiró Ralpb, de hoy
más serán de nosotros dos las tijeras.
---Ay! desde mañana dejarán de ser mágicas.
---En ese caso, dádmelas.
---No, señor, dícese que las tijeras dadas cor-tan
la amistad i dadme alguna oosa en cambio,
un krflntzer, un alfiler, la más pequeña bagatela.
---Tomad este papelito.
---j Oh, Dios mio! exclamó Reseda, un títu-lo
de condesa, y todo esto viene de la maga.
---Conozco á esa hechicera, añadió el gobernador.
---j Cómo! ¿ A la maga de las tijeras?
---Sí, es una divinidad en la que basta cree.z
para triunfar; que se halla incesantemente al
lado del hijo del pueblo, dispuesta á levantarlo
sobre el rango inferior donde le ha colooado
su nacimiento. A los hombres abre todas las
carreras j á las mujeres de estimacion, riquezas,
felicidad y virtud.
---¿ y cómo se llama la maga de las tijeras,
monseñor?
-·-Se llama ..• el Trabajo.
E L R E Y D E :s A S 'r O S.
(ContiDuacion.1
-Pues bien, señor, partid al instante, por·
•
que dentro de una hora quizás seria tarde.
-¿, Tarde?
-Sí. Los polacos van á saber dentro de al-gunas
horas que se está muriendo el rey de
Francia, y que su propio rey les abandona, y
como este abandono es un insulto, cortarán el
hilo de sus días.
- Qué dices ? .. exclamó el rey con altanería
-Digo seüor, que si tardais en partir estais
perdido, porque hay protestantes en Polonia
que llaman hermanos á los protestantes de
Francia, y que cuidan reoíprooamente de f us
intereses. Esos preferirán mataros que veros en
posesion del trono de Francia, porque ni J arnac,
ni Muncontour están perdonados.
-Pero es una fuga!
- Una fuga que vale un trono.
-t. y que dirá la Europa?
-La Europa aplaudirá porque hay fugas
que son heroioas.
-¿o y cómo huir? sin escolta sin nadie!
-Yo os tengo dispuestos los caballos en to-do
el camino, y os acompañará. vuestro bufon.
-y tú?
-Yo, señor, oouparé aquí vuestro puesto dos
dias. El parecido les engañará á todos pues
hasta vuestra misma hermana, que me ha enviado
aquí, tambien se ha engañado.
-Pero ouando aescubran que no eres el rey
van á matarte!
-El Dios que manda en los reyes y en los
honbre , me guardará la vida_
U n relámpago de admiracion pasó por los ojos
de Enrique de Valois.
--Eres un digno hijo de tu padre.
-Trataré de serlo, señor.
Un reloj vecino, uno d.e los primeros que se
fabricaron, dió las diez:
-Partid, señor, partid, esclamó Héctor con
presteza, es preciso que al despuntar el dio. Ueveis
andadas treinta leguas.
El rey despertó al bufon que se habia vuelto
á dormir. - -Mi capa, le dijo.
El rey se puso una capa oscura, tomó un sombrero
sin pluma que se caló hasta los ojos, y
tendiendo la mano á Héctor, le dijo:
-En el Louvre te espero.
-Dios IDO lleve lo más pronto posible. Buen
• • VIaJe.
El rey dió un raso hácia la puerta, y volviéndose
otra vez, exclamó:
--i y la marquesa que me esperaba esta noche!
---Y o iré á jugar al ajedrez con ella, respondi(
l Héctor.
IX.
El rey salió del palaoio por una puerta secreta
que daba á un inmenso parque, y se~uido de su
bufon que iba gruñiendo siempre, llegó á una
callejuela desierta donde un palafrenero desconocido
le esperaba oon dos caballos ensillados.
El conde Héctor asomado en una ventana del
palacio, vió á los dos fugitivos atravesar el parque,
luego oyó resonar la tierra endurecida por
el frio, con las berraduras de 108 caballos, y por
fin cuando ese ruido se apagó á lo léjos, se quitó
de la, ventana j un sólo ser viviente se halla-
•
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
-
•
LA TARDE 205
ba con él eu la sala, era Niso que dormía en su
blanda cama d" almohadones.
-j Niso ! le dijo á media voz.
El perro abrió los ojos, miró al conde, le tomó
por su amo, y se alzó á echarle sus grandes
patas.
-Sí el perro sc engaña, dijo para sí el conde,
mojor se engañará la querida.
y sentándose .e n un gran sillon cbvetcado- de oro, murmuró tnstemente :
--Margarita, has hecho mal de decirme que
. me ama b':\s, porque temo que jamas volveré á
verte ... Tu hermano está en salvo á mi costa .....
A pesar de toda la prisa que me he dado, he
perdido tres horas sobre el mensajero de muerte,
y el puñal que amagaba al rey de Polonia
se clavará en mi seno ...... No tomo la muerte,
mas sin embargo es muy cruúl morir léjos de
ti, sin una mirada ..... .
El conda se puso una mano en la frente y
contestó:
-Tenia razon mi padre. La Providencia habia
fijado en mi los ojos para bacer un gran servicio
á la monarquía. No fa~taré: j Viva el rey!
Héctor se aproximó á una mesa donde habia
un timbre de plata y una varita de ébano. Pegó
con la varita en el timbre, y al punto se abrieron
las puertas, y los geu tiles-hom bres ordinal'ios
del rey entraron con sombrero en mano.
-Señores, dijo el conde, que dispongan mi
litera; voy á casa de la marquesa de AureviHey
á donde me acompañareis esta noche.
-Muy bien, respondieron los gentiles-hombres
creyendo hablar con el rey.
El supuesto rey entró en la litera, y salió
escoltado por ocho gentiles-hombres polacos.
A ::quella hora las calles de Varsovia estaban
ya desiertas; sólo de trecho en trecho se
descubrían algunos transeuntes bien abt'igados
del frio con sus grandes capuchones.
La litera del rey llegó atrrvesando muchas
calles hasta la puerta del palacio habitado por
la marquesa de Aurevilley, y que Enrique de
Valois habia mandado construir á las orillas
del rio.
En el mismo instante en que se detenia la litera,
un hombte envuelto en una gran capa que
le oCllltaba la mitad del rostro salia precipitadamente
del palacio deslizándose por la calle con
la furti va ligereza de un fantasma.
- Señores, dijo de repente el conde Héctor á
sus gentiles-hombres, me estoy ahogando y temo
ponerme malo si entro al instante en casa
de la marquesa que tiene la manía de perfumar
los cuartos con toda clase de olores del Oriente:
po deis ir ántes, miéntras doy una vuelta á la
orilla de Vistula.
Los gentiles-hombres que se hallaban acostumbrados
á los singulares caprichos del rey se
inclinaron y ~bedeeieron sin responder palabra.
Solo un paJe se quedó en compañía del su-puesto
rey. .
Héetor hizo una seña al paje para que le
siguiera, y en vez de ir hácia el rio se echó á
seguir al hombre que huia arrimado á las paredes
de las casas.
El paje y el conde Héctor disimularon tambien
el ruido de sus pasos, siguiendo exactamente
las huellas del desconoci, do.
E . te último cuando hubo corrido algunos minutos,
juzgó sin duda inútil el continuar aquella
marcha precipitada y aílojó un poco el paso.
Héctor y el paje, sin perderle de vi:>ta, hicieron
otro tanto_ Ior fin el embozado se detuvo ante
una casa de mala apariencia dando brillaba una
luz blanquecina, y que tenia á la puerta el ramo
tradicional que en los lugares de todos los
paises indica una posada.
Esta era una de las más humildes, y el hombre
que habia entrado en ella debia ser bien
pobre ó debia tener buenas razones para afectar
semejante sencillez.
El hombre de la capa pegó un golpecito en
la vidriera, la puerta se abrió y él entró.
El conde Héctor, por el contrario, sc dct1,lvO
á la vidriera, y echó una. mirada investigadora
por el negro comedor de la posada .donde el desconocido
se quitaba la capa, en tanto que una
vieja, únioa. propietaria de la humilde tabernale
sel'via con presteza. una comida poco esplén,
dida.
Era aquel un hombrc en la fuer1.a de la eJad,
con los ojos torcidos, la frente baja, los hombros
atléticos, y que llevaba con bastante gallardía
su espada al costado.
-¿ Es él? se preguntó HéctOl' vacilando.
L1. voz del descono~ido puso un t6rmino á la
duda.
-Anciana, dijo á la posadera tirando s(,bl'e la.
mesa una moneda de oro, echad un pienso ;l mi
caballo, porque pienso partir cn este misllw instante.
El conde reconoció la voz por habeda. oiclo
al traves de las parcdes del Louvre, y," "lviéndose'
húcia 01 paje y poniéndole en la malla una
pistola, le dijo:
-Si ese hombre que estás viendo) ahí Ü, traves
de la vidriera tratase de salir, le pegas un
tiro y le matas.
-Está muy bien, respondió el paje.
El conde fué derecho á llamar á la puerta.
El hombre se levantó asustado y echó mano
á la espada, en tanto que la anciana iba á abrir
la puerta temblando.
El conde entró, y cuando le vió el desconocido
se estremeció, y retrocedió algunos pasos.
-Buenos dias, M. de OliVl'y, dijo el cond&
friamente.
-j El rey! murmuró Olivry estupefacto.
-El mismo j pero podeis sentaros.
Olivry se sentó sin decir palabra.
-Me haceis el favor, dijo el oonde con frio
acento, me hnceis el favor de decirme ¿ por qué
dichosa casualidad estais en mis Estados?
-Señor, balbuceó Olivry, venia á veros ....
-¿ y por eso, grandísimo tunante, os apeaia
aquí y no en mi casa? ¿ Pensais quizás que los
Valojs han dejado de ser hospitalarios?
Olivry se puso blanco.
-¿Habeis venido á aguzar el puñal que debe
asesinarme? continuó el conde Héctor.
Olivry lanzó un grito de sorpresa, y suponiendo
con razon que no debia esperar cuartel, se
apoderó de su espada y saltó Moia atras en
actitud defensiva.
El conde se encogió de hombros, sacó una.
pistola de debajo de la capa, y apuntando con
ella al mensajero del duque de Alen~oD, le dijo:
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
206 LA TARDE
-Arrojad al suelo esa espada.
Olivry obedeoió pidiendo perdono
-Ya e.stais viendo, continuo Hécto.r, que 10
sé muy bIen to:io; ademas, tengo vuestra vida
en la boca de esta pi&toln., y como soy el rey,
puedo hacerme justicia cuando quiera.
Olivry temblando se echó al suelo de rodillas.
-Miserable, prosiguió el oonde, vas á hacer·
me una conf")sion general, y á contarme palabra
~?r :palabra tu conversacion con la marquesa.
t)l n11entes, lo veré; porque un traidor como tú
palidece en presencia de la muerte y se turba á
los gritos de su conciencia. Y si veo semejante
cosa, te lovanto la tapa de los sesos.
-¿ y me perdonareis si lo confieso todo?
preguntó Olivry con voz temblorosa.
-Sí, habla.
-Señor, repuso Olivry con acento agitado,
tl,le han enviado con este mensaje á la mar·
quesa:
" Ha llegado la hora del rey de Bastos."
-Lo sé, veamos.
-El duque quiere decir con esas palabras
que consiente en ratificar las condiciones estipuladas
por los protestantes de Francia.
-; y despucs ?
--Aceptadas esas condiciones, el duq ue de
AlenC(on tiene que ser rey ... y para que lo sea ..
--Tengo que morir yo, ¿ no es cierto?
--Así es. '
-¿ y moriré?
. Moriréis si vais á casa de la marquesa esta
noche, y si obedeccis á las órdenes de los jueces
francos,
-¿ y si no obedezco?
Olivry se quedó ¡:ensati"vo un momento, y
luego dijo:
-Señor, con un buen caballo que ande diez
leguas en hora y media, y saliendo al instante,
podeis escapar á la suel'te que os amenaza,
-¿ Tú lo crees ?
Olivry titubeó, y el rey supuesto añadió:
-¿ Te convendria el gobiel'llo de una provin-cia
y el grado de caballero del Espíritu Santo?
Los ojos del mensajero de muerte brillaron
con una alegría inusitada.
-Respondo de la salvaoion de V. M., con tal
de que se decida á salir al punto mismo,
Héotor meneó la cabeza y dijo sonriendo:
-Allá veremos.
Despues mirando á Olivry y traspasándole
.con sus ojos de ágila, continuó:
-¿ y qué interes puede tener en mi mnerte
la marquesa que es mi querida?
-Si ,el duque es rey, la marquesa será duo
quesa y querida suya.
-Ahl
El conde se quedó meditabundo.
-¿ Qué respondio cuando la dijiste que habia
llegado la hora. del rey de bastos?
. Exclamó: I (fracias á .J)ios ! Y l~ego añadIó
: esta noche no jugaremos al ajedrez, sino á
las cartas ...... y el rey tendrá. muchos especta·
dores.
-Eso lo vel'emos, dijo el conde.
-Pero no ireis! exclamó Olivry con in-quietud.
-Iré!
-Ir es la muerte.
- y no ir es la vergüenza. El honor del rey
de Francia es ántes que todas las cosas.
-Si vais, Enrique de Valois no sel'á nunca.
rey de Francia.
-Lo será. cuando llegue al Louvro, y llegará
porque hqce dos horas que está andando.
Olivry retrocenió e~tupefacto.
-Conque tú tambion, exclamó el conde con
una carcajada, conque tú tam bien te has engl'.·
ñado ? El cielo está en nuestro favor puesto que
me ha dado un parecido tan perfecto.
-¿ No sois el rey?
-Soy el que debe ocupar aquí su puesto~y
el que le ooupará dignamente.
-Pero si os dejé en el Louvre...... .
-He corrido detras de ti y si no he podido
alcanzarte ha sido porque no tenia dinero para
comprar buenos caballos; pero sin embargo he
llegado á tiempo, puesto que el rey está en
sal va.
-y vos estais perdido, dijo Olí vry recuperando
su audacia y volviendo á apoderarse de BU
espada. .
--Bobadas! dijo el eonde: si no tiras tu espada,
ó si adelantas un paso, vas á quedar ahí
muerto como un perro. .
Y el conde le apuntó nuevamente con su pis.
tola.
El capitan de guardias soltó al punto la espada.
--¡ Conque entónces estoy perdido sin remedio!
murmuró entre dientes.
--No, dijo el conde, te prometo que serás
perdonado.
-Pero :;;i no sois el rey.
-Si, pero el rey ha partido sin saber nada.
Olivry respiró y balbuceo:
-Muchas gracias.
. Ahora, continuó Héctor, como desconfio
de ti, vas á quedarte aquí bien guardado, porque
no quiero que corra nadie detras de Enri·
que de Valois. Dame tu espada.
Héctor tomó la espada, la partió sobre su ro-dilla,
y llamó al paje.
El paje se presentó con una pistola en la mano.
-Quién soy yo ? preguntó Héctor.
. El rey, respondió .el paje sorprendido con
aquella pregunta.
-¿ Ves bien á ese hombre?
El paje contestó afirmativamente.
. Pues bien, ese horo bre está loco; pretende
que yo no soy el rey, sino uno que se le parece .
El paje se encogió de hombros.
-Vas á servirle de centinela, prosiguió Héctor,
y á guardarle aquí con pistola en mano hasta
que yo vuelva; si mañana al medie dia no
he venido, le dejarás marchar, pero si quiere
salir ántes, le matas.
y el conde miró á Olivry; pero ya no descu·
brió en su rostro ni terror ni odio. Aquella na·
turaleza mala y corrompida se sentia enagenada
de adroiracion por la sublime conducta del conde.
-j No vayais, no vayais! le dijo, viendo que
Héctor se ajustaba. el cinturon y se ponía la.
capa. ~
-El honor del rey! respondió Héctor, el honor
del rey ante todo.
Salió en direceion al palacio de la ma.rquesa
murmurando:
•
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
-
LA TARDE 207
-Está hecho el sacrificio de mi vida j pero
Margarita 1 ..... no volverla á ver nunca 1 ......
x.
La marquesa de Aurevilley era una mujer de
unos tieinta y dos años, pequeña, morena, con
los ojos negros, y la tez un poco curtida como
las italianas. Esperaba al rey medio tendida
sobre una alfombra oriental, to!pando café, licor
muy nuevo entónces, y acariciando con sus
hermosas manos el cuello musculoso y brillante
de un hermoso galgo.
En su derredor estaban cuatro ó cinco gentiles-
hombres, mudos, graves y acompasados, que
acariciaban sus golillas para matar el tiempo y
miraban á. la marquesa con unos ojos que querian
decir;
-j El rey si que es dichoso!
En medía del salon habia una. mesa con un
juego de ajedrez y una baraja, y junto á la mesa
se hallaba un velador cargado de sorbetes,
dulces, confites y almendras, escogido todo al
gusto de Enrique de Valois.
La frente de la marquesa parecía misteriosa
en demasía, y sus labios estaban comprimidos
como conteniendo con mucho trabajo un gran
secreto. Ouando alzó los ojos sobre sus cuatro
adoradores, los cuatro se estremecieron.
-Conde de J ablonowski, dijo á uno de ellos;
¿ creéis que los protestantes franceses tienen
mucho ioteres en el reinado del rey de Navarra?
El conde Jablonowski clavó una mirada ar-diente
y profunda en la marquesa y respondió:
-Si lo creo.
-¿ y en el del rey de Polonia-?
-No, respondió el conde, cuyos ojos se in-flamaron
de ira.
-¿ y en el del duque de Alen~on ?
--Quizá ... si ratificase nuestras proposiciones.
--Ah! exclamó con descuido la marquesa;
¿ y cómo es eso?
-Una sóla palabra bastaría, respondió el conde
en el mismo tono, una palabra relativa á
cierto rey de bastos que anda por el mundo.
-Ah 1 repitió la marquesa, y en cse caso
¿ seria útil para la caso. reformada que el duque
se hiciera dueño del trono de Francia?
---Sí por cierto ...
---De modo que el dia en que se trate del rey
de bastos ¿ el rey de bastos mol'Írá ?
El conde Be estremeció de nuevo.
---Sí j dijo con voz sorda.
La marquesa abria ya la boca, sin duda para
hacer otra pregunta, cuando se abrió la puerta
• y anunOlaron :
---Los gentiles-hombres de S. M.
La marquesa se levantó precipitadamente,
vió á los gentiles-hombres entrar solos y preguntó
agitada:
-¿ Dónde está el rey?
Al notar el acento de la marquesa, el conde
de J ablonowski y sus tres compañeros se miraron
de un modo significativo.
--El rey, respondió un gentil-hombre, ha bajado
á dar UDa vuelta por las otillas del Vístula.
. ¿ Sólo? preguntól" marquesa con ansiedad.
-Oon su paje.
La marquesa respiró un poco.
-Po deis tomar asiento, caballeros, dijo, miéntras
llega el rey.
Pero la marquesa comenzó :í. inquietarse más
y más, cuando al cabo de algunos minutos no
vió entrar al rey en el aposento. Fijaba bUS ojos
en el reloj de arena que corria inexorable devorando
el tiempo, y los cuatro gentiles-hom- '
bres que habian precedido al rey, viendo la anRiedad
de la marquesa, se miraban entre sí y
parecian decirse:
-Un gran acontecimiento se prepara, y mu·
chas cosas hay en la cabeza de la marquesa.
Pasaron diez minutos, un cuado de hora, y
el roy no parecia. _
La mal'quosa prineipia ba á expcrimentar mortales
angustias j seguia la marcha de la arena
con los ojos extraviados, y prestaba el oido al
menor ruido que se sen tia.
-Dios mio! exclamó de repente j si le ha bl'á.
sucedido algo! corred en busca del rey, caballeros.
Dos gentiles-hombres se levantaron con su
impasibilidad. habitual y marcharon hácia la
puerta á pasos contados.
Pero de repente se abrió la puerta de par en
par, y una voz gritó; el rey!
El rey entró con la frente pálida, el ojo altanero
y la cabeza echada hácia atras j se detuvo
un segundo en el umbral, hizo un saludo, y por
último::;e dirigió hácia la mar'luesa Y le besó
la mano.
-Mucha gente tenemos esta noche, le dijo
friamente.
La marquesa se estremeció con el acento helado
del príncipe.
-Señor, balbuceó, creí que os gustaria que
esos señores asistieran á vuestro juego.
-Yen efecto, es así, respondió el rey con
acento soco.
y haciendo seña á uno de ellos para que le
trajera un sillon junto 111 ajedrez, se sentó gravemente.
-Señor, dijo la marquesa conmovida, ¿ teneis
empeño en jugar al ajedrez?
-Sin duda alguna, marquesa, ¿ Pero qué
significa esa pregunta?
-Nada. Ya sabeis que soy supel·sticio~a.
-y bien! Qué imp.orta esa supersticion ?
-Importa mucho. La noche última he soña-do
que continuamente perdia.
-Ah! ¿ Y no quereis perder por lo visto?
-Así es.
-Entónces, ¿ á qué quereis jugar?
-'fenemos aquí al conde de Jablonowski,
dijo ingenuamente la marquesa, que conoce un
juego húngaro muy divertido, y que tendrá sumo
gusto en enseñárnoslo.
El conde de J ablonowski se estremeció visiblemente
y una feroz alegría se pintó en su pálido
rostro.
-¿ Y cómo se llama ese juego, marquesa?
La marquesa se detuvo trémula un momento,
y al cabo contestó haciendo un visible y penoso
esfuerzo:
-Se llama el juego del1'ey de bastos.
Los ojos d-e los cuatro gentiles-hombres que
se hallaban en el aposento de]a marquesa, despidieron
cuatr9 destelIoa de alegría.
•
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
•
•
•
•
208 LA TAR 'DE "
El rey, 6 por mejor decir, el conde Héctor,
se hizo cargo de ello, pero su frente permaneció
impasible, y su ojo siguió tranquilo é indiferente.
- Véamos, señor conde, dijo tomando un puñado
de almendras, véamos ese juego.
El conde se inclinó friamcnte y tomó asiento
enfrente del rey.
El rey tomó los naipes y barajó.
-Alzad! le dijo.
Cuando pronunciaba estas palabras, uno de
los tras compañeros del conde Jablonowski se
dirigió sin afectacion hácia la. puerta y salió.
El juego del rey de bastos era bastante insignificante,
por lo que no abrigamos la idea de
enseñárselo á nuestros lectores.
Sin embargo, por escaso que fuese su interes,
el rey dió muestras de interesarse mucho
en él, lo mismo que la marquesa y el conde Jablonowoki.
En cuanto á los demas gentiles
hombres, como eran verdaderos cortesanos, aun,
que aquello les cansaba mucho, juzgaron conveniente
inr>linarse sobre la mesa de juego con
nna avidez de las más señaladas.
-j Es muy divertido! murmuró el rey al cabo
de un cuarto de hora de ejercicio .
-El haber sabido dar gusto á S. M. me colma
de alegría, respondió el conde con su acento
frio.
-Principiemos de nuevo.
Pero en tanto que el supuesto rey baf'ljaba
los naipes, se abrió la puerta y un hombre vestido
de negro, enmascarado, mudo y siniestro
como todo mensajero de muerte, entró en el
aposento andando lentamente hicia el rey, se
inclinó tres veces, arrojó un pergamino sobre la
mesa de juego, y le clavó con un puñal que pe·
netró profundamente en la madera.
En seguida, siempre grave y fatal, siempre
silencioso, aquel hombre se inclinó de nuevo
delante del rey y atravesó el salon por medio
de los gcntiles·hombres que bajaban la cabeza
atónitos de espanto, y desapareció por donde
habia venido.
( Contintta1·á. )
• --0:>0<:>-0<"": --
PASADO" PRESENTE" PORVE1~IR-
¿ Qué es el pasado ?-Es la nada
Donde se va sepultando
Toda la vida acabada,
y que al mirarla pasada,
Con el alma llorando
Vivimos recordando ...... !
¿ Qué es el presente ?-Es la nada
Donde vamos encontrando
La realidad despiadada
De esta vida desastrada,
Que bella vemos, cuando
Vl·V .I mos ay ,. s-onand o .......'
•
¿ y el porvenir ?-Es la nada
Tras la cual nos va llevando
La esperanza desalada ......
Mentida aurora encantada,
1873.
Que siempre, suspirando,
Vl·V .l m09 esperaud o ....'..
TBMíSTOCLEs TEJADA.
SOÑABA.
Jamas me dijo que me amaba; un dja
Que bajo un tilo en su jardin dormia
Mi nombre entre suspiros pronuncio:
Yo la besé lo~ labios rojos, y ella
Sin despertarse, como nunca bella,
De súbito mortal palideció.
CÁRLOS GUlDO -y SPANO.
ARISTOCRACIA.
Levántome á las mil como quien 80y.
Me lavo: que me vengan á afeitar:
Polvos: venga el vestido verdemar:
Un libro: ya leí: basta por hoy.
Si me buscan, que digan que no estoy:
Pongan el carruaje: á galopar:
Un ratito á la mesa de brillar j
Ahora otro rato á mi descanso doy.
De un lado á otro sin cesar vagué:
Yá. de noche á mi casa me volví:
Oambié trage: comí: vuelta al café:
A la tertulia: al juego: ya perdí:
A las tantas rendido me acosté ...
¿ y esto es un racional? Dicen que sÍ.
Esto un poeta decía,
Hombre á fé que lo entendia :
Mas hoy ya la aristocracia
Tiene muy distinta gracia.
o -: Q
A JUDAS.
Cuando el horror de su traicion impía
Del falso apóstol fascinó la mente
y del arbol fatídico pendiente
Oon rudas contorciones se mecia ;
Complacido en su misera agonía
Mirábale el demonio frente á frente,
Hasta que ya del término impaciente
De entrambos piés con impetu 1c asía.
Mas cuando vió cesar del descompuesto
Rostro la convulsion trémula y fiera,
Señal segura de su fin funesto j
Oon infernal sonrisa placentera
Sus lábios puso en el horrible gesto,
y el beso le volvió que á Cris-to diera.
JUAN NrCAsIO GALL~GO.
•
•
Citación recomendada (normas APA)
"La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 26", -:-, 1875. Consultado en línea en la Biblioteca Digital de Bogotá (https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/2092978/), el día 2025-06-25.
¡Disfruta más de la BDB!
Explora contenidos digitales de forma gratuita, crea tus propias colecciones, colabora y comparte con otros.