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PERIODIOO DEDIOADO A LA LITERATURA
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erie n. Bogoti, 6 de Febrero de 1875. Número 22.
Al\. DE.
EL DOCTOR SANGRE_
(Contilll1:lcion. )
FiESTAS.
-" Oielo hermoso, ya no te veré más!" así
exolamó Garcfa, al despertarse despues de un
su eño fatigoso y pesado en que su alma habia
sufrido las torturas del infierno y su cuerpo habia
luchado con la angustia y la fatiga, como el
pez moribundo entre las ondas negras y pesadas
del mar de Sodoma.
El cielo estaba alegre, azul y sereno y una
de sus luces ontraba juguetean ~ro al tl'aves de
los negros enrejados, como si quisiese llevar al
reo Ulla ilusion de esperanza, léjos cantauan los
gallos y las campanas n.e la iglesias despertaban
á. la dormida cin rlad.
García saltó de la barbacoa y sus ojos maquinalmente
se posaron sobre la cruz que colgaba
en la pa.rea como la illlágen de la resul'eccion y
la gloria. Hay almas para las cuales los grandes
peligros son como el fuego para el acero,
las retemplan y afirman. Así era esta: el remordimiento
y la duda la habían agobiado; la
muerte cercana le volvia su vigor. Alzó sus
ojos á Dios, se despidió de la v ida, cuyos principales
acontecimientol! habia repasado lugubremente
su sueño anterior y esperó la hora.
No tardó ésta en llegar: corrieronse los cerro·
jos y el preso sumergido en una meditacion
profunda no oyó su crugido. Valverde entró con
aire desenfadado, el manteo echado al hombro
y hácia la nuca el sombrero de teja. Era. talllbien
hombre de pelo en pecho y juzgaba que si
el anuncio de la muerte puede causar impresion,
la muerte en si misma era más bien un premio.
Dejóse pues de salamerias y gritó:
-García, los momentos urgen,
-Ya lo sé, padre, estoy listo.
-De rodillas, pues j ya sabes la obligacion
del cristiano.
Sentóse Valverde en la bnbacoa, quitóse el
sombrero de teja, dejando al aire su ancha corona
que con la calva se confundia, apoyó la
cabeza devótamente sobre In. mano derecha en
que colgaba su pañuelo de rabo-gallo y prestó
atencion. El reo se santiguó y poniéndose de
rodillas acercó sus labios al oido del sacerdote
y dejó caer en él sus confidencias íntimas, la
historia de sus miserias y do sus desgracias.
AlU el sacerdote no es hombre, es un vicario
do Ori to cuyas palabras bajan como del cielo,
llenas de uncion y ternura. Despues de una hora
de conferencia, Valverde se quitó la mano
del rostro, bañado en sudor y bendiciendo al
preso le dió un estrecho abrazo, diciendo como
Oristo: Vade impace.
El preso se levantó: su marmóreo semblante
e taba resignado y tranquilo j su alma no vivia
ya en este mundo, la voz del sacerdote la habia.
llevado á. los horizontes de la inmortalidad.
La familia de García no habitaba en la capital,
pero dos ó tres amigos llegaron á darle el
último abrazo y á animarle con sus palabras: á.
todos contestó con serenidad.
En seguida entró el alguacil mayor, seguido
de una turba de agentes subalternos que traian
unas grandes tijeras y una larga túnica blanca
manchada de sangre. Por órden del alguacil
mayor, so pu o el preso de rodillas; uno de los
alguaciles le cortó el cabello y otros dos le pu"
iuron la t ún iea.
Afl:era se oía el murmullo de la plebe, aglomerada
á la entrada de la cárcel, en donde una
humilde borrica, tristemente enjaezada, esperaba
á su jinete cosas de Esp'lña.
Eran las ocho de la mañana. El preso salió
sostenido por los alguaciles y acompañado por
el sacerdote. Montáronle en la borrica y cuatro
soldados de ccl.saquilla azul y calzon bajo tocarOn
en sus pitos y tambores una especie de
marcha fúnebre, en tanto que Val verde recitaba
con aire gangoso las oraciones de los agonizantes.
La gente do la plaza miraba, cuchicheaba
y tal vez sonreia, que hay almas tan viles ó ignorantos
que hallan una fiesta en la muerte
bárbara dada á uno de sus semejantes por una
sociedad que no se sonrojaba de llamarse cristiana.
El cortejo marchó al centro de la plaza, en
donde la horca alzaba sus de'3cal'nados brazos
dejando ondear al aire la soga fatal. Especi<'Ícul~
horroroso! Subieron al preso al andamio que
debajo de ella se alzaba. El verdugo le ató la soga
al cuello con un nudo corredizo, á. la vez
que otro verdugo trepaba ~í la cima de la horca.
Un momento despues ei verdugo saltó al suelo,
el andamio desapareció y el cuerpo de Gal'cía
quedó colgando tranquilament0 ; pero al instante
mismo 01 que ocupaba la cima de la horca se
descolgó _ violentamente por la soga, quedando
a ahorcajadas sobre los hombros del infeliz condenado.
El toro más violento al sentir sobre sus
lomos por primera vez al llanero, y en sus hijares
las agudas rodajas de la espuela no habJ in
dado saltos y saoudidas más violentas j pero el
jinete estaba. aganado á la cuerda y sus piernas
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170 LA TARDE
de acero estaban cruzadas en torno a l cuello del
moribundo. Aquel rato fué espan toso, su rostro,
de lívido se convirtió en morado; sus ojos estab?,
n iny'ectados, horribles y la lengua le colgaba
hmchaClay negra. La multitud miraba, por un
momento aterrada y el doctor don Francisco de
San de, Presiden te del Nuevo Reino, miraba
complacido desde sus balconelj el espectáculo.
No en vano le llamaban el doctor Sangre.
Cuando hubo expirado, el verdugo saltó al
su elo y Valvdrde subiendo a l andamio dirigió
á la multitud una platica, mostrando el cndaver,
como un ejemplar de la justicia humana. Entre
tanto un hermoso castaño de la saban a rica~
ente enjaezado, con una silla de terciop~lo roJO
con cantoneras de plata entraba al palacio
d e l Presidente. Don Jaime, l os oidores Enriquez
y G Ó?le z de Mena, que siemp r e acompañaban al
PresId ente en sus maldades, llegaron lujosamente
v cstidos, en briosos caballos y tras ellos los
miem bros de uno y otro cabildo, la clerecía y
toda la grandeza de Santafe.
La multitud que habia a sistido á la prim era
fiesta, dejó de oir el se rmon, se 01 vidó de la horca
y volvió curiosa y alegre á extaciarse e n la
comitiva que ruid os a y feliz marchaba al encuentro
d e l Visitad or.
D es de San Victorino para abajo el camellon
estaba lleno de toldos blancos sobre l os cuales
flotaba la bandera amarilla y d ebajo las lindas
vendedoras de spachaban á los númerosos COUlpradores,
mantecados y bizcochos, barquillos y
palacinos, ora destapando los botellones de aloja
cubierta con claveles, ora sacando en totumas
hmpias y nu evas el oloroso vino de lllaÍz color
de oro. Todo era alegría y el mismo so l parecia
regocijars e como ignorando lo que se oc ultaba
allá en el fondo de los corazones.
Serían las cinco de la tarde cuando la comitiva
regresó entre una nube de polvo, al r e pique
de las campanas y al tronar de lo s co hetes
que poblaban los aires. Oasi toda la ciudad estaba
afuera, los que no á pié, á caballo y só l o
en algunas ventanas de donde llovian flores dejaban
ver lindas caras, ante las cuales caracoleaban
los pisaverdes de Santafé. L os vivas
a~r?~aban los aires; pero notóse que todo iba
dll'l g Ido al poderoso señor clan Andres Saliema
de Mariaca, Vis itad or del Nuevo Reino, miéntr~
s que ~l nOl;nbre del do cto r Sangre só lo ha~
na. podIdo OIrse en. alguno que otro grupo,
lrómcamente pronunClado.
El Visitadol' se mostraba taciturno: e l de
~ande, don Jaime y los oidores, por e l contrano,
com~l?,cientes, decidores y galantes p ara
con el VI sItador; así es el mundo: estais arriba?
r espirad el incienso, señol' mio; pero cuidad
de no dejaros caer.
El Visitadol', que venia cabizbajo, al desemboc
a r la comitiva á la plaza alzó la cabeza y vi6
la horca, en que colgab a todavía el cuerpo l ácío
d el condenado. Como era corto de vista no
c~mpr~ndi ó d~ qu é se trataba y preguntó al
vll'ey Si le tema prepara da alguna fiesta de maroma,
.para obsequia: su llegada.
-SI, señor. Visitador, dijo el de Sande, esa
fiesta la. tengo siempre preparada para los malos
servldores del virey, cualquiera que sea su
clase.
Bstas palabr as las dijo con aire somb rí o, pero
a l punto cambió de tono y añadió melosamente:
--Lo mismo tcndl'eís que hacer vos, seilor;
porque ya mi mi"ion ha concluido y os voy á
dejal" el puesto.
No quiso el de Salieroa darse por notificado
de aquella ameuaza qne comp r endió muy bion
y contestó:
--Bien sé que de vos y de vuestro Gobierno
sólo podré dar á la Oorte lo s más favorables informes.
La comitiva llegó á la puerta de palacio y l os
grandes subieron a l salan en donde l os esperaba
l a Prcsideilta, do ña Ana de Mesa.
Favor singular que e l Presidente quiso di sp,
ensar al Visitad?r, ~orqu? d esde su llegada de
G~atemala no la habla dejado ver de nadie; temIendo
que su belleza ca 11 tivase otr os cora7.Qnes
y ta l vez q u edase en olvido e l suyo. Una
mesa suntuosa espel'aba al Vi. itador, que fué
colocado alIado d e la Presidenta, miéntras que
los oidores tenian en medio al de Sande v otras
varias damas y caballeros ocupaban los· lados
d~ la mesa. Manjares ricamente preparados,
VlD OS generosos ~e. España y brindis halagadores
y galantes, hlCIeron aquella hora memoraole
en la sombría y silenciosa casa del doctor
Sangre.
Al cao r la noche todos acompañaron al Visitador
á la casa quc se le habia preparado. La
ciudad estaba en silencio i pero en ese silencio
y en e l contento d e aquel dia un buen observador
habria notado que no era tanto por las dos
fiestas como por las esperanzas del porvenir.
En vano procuran los tiranos dorar lal¡ cadenas
de los que oprimen y distraer con festines y con
músicas á los que nacieron p a ra vivir libres.
Continuará.
--==->O<>-Orinto, humo de Lóndres, verde mar, viol eta de los
bosques, vapOl', azul de Suecia, &e, &c. &c. Fuese uno
negro ó blanco, gordo ó delgado, de pelo negro 6 ~ubio,
nadie se cuidaba de eso; ante todo era preCIso
llevar el I!olor de moda.
Hoyes completamente diferente, vivimos en plena
libertad, y este estado de cosas ha traido sobre cada
dama una especie de responsabilidad de su bel~eza;
ya no hay escusa para vestirse de un modo que SIente
mal; conviene, pues, fijar una séria. atencion en las
hechuras y en los colores que se adoptan, y la cuestion
tiene gra.n importancia; puesto que se tr.ata. á.la
vez de parecer lo mejor posible, y de probar SI se tiene
6 no esa cualidad esencial mento femenina, el gusto,
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174 LA TARDE
El t ac to y el to snn fl ores de la civilizacion ;
yénse:í. las veces oculta l' e á tal dnque a para dej nl'se
coger por la primera niña que se presenta. Tomad un
\'"estido de seda y de gnst u, y compadeced lo vesti
dos de terciopelo de mala eleccion.
:\IacIama de St a el , qne era fea, se n,do l'lla b a~ con
plumas convirtiéndose en horribl e. Madama de Recamier,
I'ln e era lindn, se ponia un prendido de dos pesetas
en la cnbeza, y es taba divina.
El tac to es la ciencia de la oportunidad en toda las
cosas; el t acto es más que una gra ci:l, las bace valer
todas, las de la imaginacion C0mo lns esteriores. El
tacto se adqni f' re, el gusto se forma, tienen un orígen
comun: el deseo de agradar bien entendido.
Para concl uir p e rmítas~ n os al gunos con, ejos gene·
rales, ll pl ica blcs á to d~s las latitudes y á todos los
tiempos.
Los colores claros: el azul bajo, el color de paja, el
rosa, el verde pálido, convienen á In tez morena y colorada,
el blanco e su triunfo. Por el contrario el
negro; el rnjo, los m·\ti ces oscuros r concentrados son
más favorabl es á las rubias, y !'obre todo el color rubio
pálido.
Lo que es una verdad con á las colores,
puede muy bien apli carse con respecto á los tejidos :
las mujeres gruesas deben gastar telas ligeras, y las
delgadas telas de mucho cuerpo. Si empre los contras·
t es. Lo contrario efi al ejarse de la armonía, y puede
decirse que en materia de toilette, las antít es is son
con frecuencia las que obtienen más victorias.
No tratamos aquí de ciertas bell ezns fuera de lo
ordinario, ó de ciertas originalidades sin ej emplo: estas
ti enen seguridad de ser admiradas bajo todas las
forma y maneras; pero las reglas no e hucen para
las escepeione . No hemos querido más que hacel' algunas
indicaciones generales que nos sabrán Ilgl'adecer
las lectoras indeci as.
UN JURAMENTO_
Conclusion.
El hombre del fusil se aproximó; y :í. los mo·
ribundos resplandore~ del crepúsculo Ralph
creyó reconocer en él al cazador J uau Deuis, el
mismo á quien habian cnterrado por la maña·
na en el castillo.
Entre este apuecido y el de la noche anterior
habia, para el vizconde, la diforencia que existe
entre lo bello y lo feo; entre una mujer seductora
y un hombre de rostro repugnante.
Fulmen muerta y saliendo de la tumba, era
inconcebiblemente bella aun; adcmas Ralph no
la habia visto como habia visto al cazador,
acostado en su ferétro, inmóvil con eEa palidez
amarillosa que es indicio cierto de la muerte.
Viendo aparecer á Fulmen apénas habia temblado;
pero la fantasma del cazador tuvo el
terrible poder de erizar sus cabellos y de hacer
Cl'ugir sus dientes.
El mu~rto, sin decir una palabra, levantó la
mano é hiZO seña á Ralph de que lo siguiese.
El vizconde era incapaz de dirigÍl' su caballo;
pero éste dominado sin duda por una fuerza in·
vencible, se puso en marcha de tras del cazador.
. El muerto caminaba lentamente; pero sus
plés no hacian crugir la nieve y apénas dejaban
sobre ella una huella ligera.
El caballo seguia maquinalmente. El vizconde
de quien se había apoderado el terror se sentia
como clavado en la. silla é incapaz de desmontarse¡
insensiblemente fué familiarizandose
con el terror y cuando llegó á calmarse ae hizo
la siguiente reflexioIl :
- t, Quién sabe si este hombre ha muerto en
r ealidad? ó si quieren burlarse de mi
La sospecha empezó á tomar grandes propor-ciones
en su espíritu.
De r epente detuvo el caballo y gritó:
-Hola 1 Juan Denis.
-¿ Qu6 desea monseñor?
-Saber á dónde me conduces.
-Al camino del castillo que está tí cicn pasos
de aquí. Venid señor, yo os mostraré á Roca
Negra,
Ralph no se movió.
-Dime, Juan Denis, ¿ me asegurais que has
muerto realmente?
-Toma! ¿ no habeis asistido esta mañana á
mi entierro?
- Si; ciertamente.
-Eutúnces porqué lo dudais?
y la fantasma soltó una carcajada estridente
que hizo estremecer el bosque.
Ralph montó en colel'a y puso la mano en
sus pistoleras.
-Pardiez, dijo, quirro saber á punto fijo si
estais muerto ó vivo.
-Ah! ah!
Tomó el vizconde una pistola y la preparó.
-Nunca muere uno dos veces, continuó, y
jamas he oido decir que una bala haya hecho el
menor daño á. una faDtasma.
- Yo tampoco dijo el cazador con tono de
burla.
-Entónces no arieago sino una cosa.
-Ouál?
- M;1tar á un pillo que se ha burlado de mi.
Esto di ciendo el vizconde apuntó al cazador.
-Ea la frente, dijo, haciendo fuego.
El tiro partió; un relámpago ilumino el bos,
que y una carcajada satánica se dejó oir, despues,
cuando la nube de humo que le habia envuelto
se disipó, el vizconde no vió ya á Juan
Denis, hnbia desaparecido como desaparecen los
fantasmas ... , ..
Entónces Ralph clavó las espuelas en los flancos
de BU caballo y en algunos segundos llegó al
camino del castillo.
La noche empezaba á caer; pero en lontananza
alumbraban las luces sobre la sombría
fachada de Roca Negra.
IX.
El vizconde Ralph llegó al castillo más pálido
y conmovido que nunca.
Un hombre le esperaba á la entrada del
puente levadizo. Era el baron que estaba mu~
cho más alegre aun que por la mañana.
-Ah! mi querido huesped, dijo corriendo á
• • • su encuentro, es necesarIO convemr que no S018
muy feliz, os habeis extraviado, y perdido la
caza; nosotl"OS hemos pasado el resto del dia.
buscandoos inutilmen te.
U n secreto instinto de prudencia impidió al
baron hablar del extraño encuentro que habia
tenido.
Efectivamente me he extraviado, dijo, hice
mal en fiarme de mi caballo.
-¿ y no os ha sucedido nada?
-Nada ...... absolutamente ..... .
La voz de Ralph temblaba á pesar del esfuerzo
que hacia para ocultar su emocion ..
-Está. bien! dijo el baro~, que parecla no
•
•
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• q
LA T A RDE
¡
l ~liJ
hab E' rlo notado, vaDlOS á. la mesa ; IIe r mi n i a ' Es b u eno, pr osiguió porque mo ba per ..:ninos
e p e ra, y vo s d e b eis tener m u ch a h amb r e . t ido r e cata r me. Si un h omb r e mo amara más
-Mucha, balbuceó e l viz conde , d esmontan- a llá de l a tumba . . . .. .
dose y solta ndo las bl'iaas d e s u caballo. j Yo os amo, exc l amó! Ralph.
Como lo habia anuncia do e l b a r on , H erm i nia i , y c u ando m i mano toq ue la vue stra, a r ro-las
e s pe raba en el com e d or. L a j óve n estaba j a r ei s un grito como l a !loche últi ma, y t e ndreis
p á lida y miraba al vizc ond e co n un a i n d ec i b l e miedo .... . . i L os muertos siempre tiencn frío !
tristeza, habló poco durante l a comida y p ar e- D a dme vu estr a mano , re pondió Ralpb
ció absorta en una m e di tacion profund a . tendien d o la suya r es u e l tamente á l a m u e r ta.
S ólo el baron es taba al e gr e. R a lph p or s u ¡ H ela a quí .
parte d ese aba qu e la comida s e terminase . Q u e - Ra lph es p e l'im entó un a sensacio n t erri b l e;
ria v er de nue vo á Fulme n. p e r o tuvo v al or para co n te n e r se y f u erz a p a r a
-La amo! murmuró m etie ndo se e n s u l ec h o so nre ir. Cub rió á la mue r ta con un a m irad a !l ey
apagando la bugia y con voz t embl or os a y na d e a mo r y l e d ij o :
conmovida empe zó á g¡'itar : --Yo os a mo!
-Fulme n ! ...... Fulmen !...... --Pobre a m ig o mi o, co n te s tó e ll a son rienc1C',
Un ins t a nte d e pu e s de esta evoc acion mi s t e· cr e o qu e em p eza is á amar me .
riosa, las b lJgias de la cbime nea se encendi e r on -i Olt ! yo os l o j u r o ..... .
y Ralph, cuyo corazon palpitaba violentam e nte, El a ~ or qu e s o prof es a á un mu e r to es u n
vió aparecer la muerta. amor es t éril; y p a r a qu e v u es t ro a mo r pu d i ese
Despues de todo lo que habia visto, Ralph abrirme l as pue r t as d e l ci el o, se ria n eces ario
creía ya en los aparecidos. que fu ese t an profu ndo, tan ar diente, tan apa-
!Si hul-iese dudado de la muerte de Fulmen, s ionad o, qu e odi a r as l a vi day amar as la t umba ...
despues de haber e trechado su mano hE'lada; y á. vues tra ed a d, R a rh , l a vida es muy b e lla ! ..
si no hubiese dado fe á la iLscripcion fúnebre de El escoc es movi ó la cab e za y dijo:
la capilla, habia por lo m énos un acontecimie n- --Ah! vivir sin vos , es la muerte; la vida,
to que no dejaba duda. Era la mue rte del ca- unirm e á vos e n l a t umba.
zador. Ralph le habia apuntado perfectamen t e , Ouidado, ami go mi o .
y estaba seguro de haberle clavado la bala en P orqu é, qu e rida Fulm en ?
la frente: P o rqu e s i hi ci eceis s em ej an t e v oto, Dios
Esta circunstancia quitaba al vizconde sus podria a d m i t irl o .
últimas excépticas ideas. Ah! continuó 01 j óve n c on exa ltaci on , j se r
Al evocar la fantasma de Fulmen, lo hacia vuestro es po s o e n el ci e lo! atrav esa r con v os la
con la buena fe de un nigrom á ntico, eternidad de los sigl os , no es la ve rdader a
La fantasma apareció, arroj ó su sudario y s e vida, la f eli cidad sin límites?
sentó en una silla á la cabecera del lecho de Ralph continu o la mu erta e n c uyos ojo s
Ralph. brillaba una al egría ce l estia l , cuid ado.
Tenia efectivamente la palidez cadáverÍca de i N o t e mo la mue rte !
los muertos, los ojos apagados y el andar peno · P e ro si me ama s, m orirás ..... .
so y lento de los que vienen del otro mundo; Lo d eseo ardi e ntemen t e .
apesar de esto estaba hermosa hasta el punto de S ois e l prom e tid o d e mi h erm ana.
hacer palidecer la inconcebible belleza de su Ralph d ej ó e sc apar uua explo sion de cólera.
hermana Herminia. --Oh! la odio, dijo.
Ralph esperimentó una suprema emocion; --Porqué ?
despues se sintió dominado, fa scinado y por d e - --Porque ella vive , mi 6n t ras la tumba s e h a
cirlo así atraido por el luminoso semblante de ce rrado para vo s . ¿ Qu é ha h ec ho ella para
Fulmen, y una vez más olvidó que ella no per- gozar aún de los r a yos d el s ol, d el perfume do
tenecla ya á este mundo. las flores, del can t o d e las aves ? ¿ Era m á s b e -
-Oh! murmuró con voz temblorosa; oh!... 11a, má s j ó ve n ? ¿ T e nia el co raz on m ás puro ?
al fin !......... ---Ra lph murmuró la mue r ta , sois injusto y
-Aquí estoy, dijo Fulmen, por cuyos labios oruel. Mi h e rmana no dirigia el dedo del de s-descoloridos
rodó una angélica sonri, a. tino qu e m e t ocó en la fr e n te .......
-¡ Cuán buena sois! murmuró Ralph mi- Quizá t e neis razon, Fulmen, p e ro os juro
rándola con amor. Tenia mucho mi e do que no que no me ca s aré nunca co n H e rminia, y s i
Dios qui e re llamarme y unirnos en la eternidad,
estoy pronto á morir.
•• • VlUleselS.
-j Es muy léjos del otro mundo á aquí!
• • amIgo mIO.
-Luego la distancia existe para los muertos?
preguntó ing6nuamente el escoces.
-Como para los vivos, amigo mio; yo os lo
he dicho, estoy condenada ...... El infierno está
mns léjos que el paraíso .......... ..
-i Condenada-! murmuró Ralph.
-Sí, porque he muerto con un pensamiento
de amor.
-Dios es bueno, sinembargo ......
-Si, Dios es bueno pero severo.
La voz de Fulmen estaba impregnada de lá-
• grllllas.
La muerta retiró brnscamente la mano y
dijo:
-Prefioro subir al cielo á obtener mi rede ncion
por semejante sacrificio.
y levantando se vivamente dió un paso para
l·etirarse.
-Adios, dijo, adios Ralph ...... casaos con
Herminia y rogad á Dios por mí.
Ralph se lanzó tras e Ua y cayendo de rodillas .
-¡ Fulmen! i Fulmen! murmuró! no m e
b d . I I a an onels....... i os amo.
-Vuestro amor es la muerte.
-j El la dicha, es la lipertad ! . .. . . .
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176 LA TARDE
Abundantes lágrimas corrian pf)r sus mejillas,
y su acento era tan vcrdadero, tan simpático
tan conmovedor, que Fuhnen se detuvo.
-·-Entónces me amai verdaderamente?
---No ambiciono sino morir para vivir eter-namente
contigo.
-y si depondies.e de mí el matarte al instante
-Ah i no vaciles, murmuró lleno de exaltll-cion
y de amor.
La muerta quedó pensativa.
--Escucha, dijo al fin, extendiendo la mano
h:ícia una pequeña cómoda esculpida por Boule
¿ veis ese mueble?
-Si.
-Pues bien, dentro se encuentra un fra qui-to
que contiene un licor rojizo ... reflexiona aun
cuando yo no esté aquí.. ....
-¿ y ese licor?
---:Bs la muerte_
---j Es la felicidad! dijo Ralph lanzándose
hácia la cómoda.
Fulmen le detuvo con un gesto.
-Todavía no, más tarde ...... A media noche
hay tiempo para reflexionar ..... .
Inmediatamente las bugias se apagaron y
Ralph quodó en una oscuridad completa; sin
embargo creyó ver la blanca fantasma de la
muerta alejarse lcntamente, y despues borrarse
y desaparecer, como se borran y desaparecen
los fantasmas.
x.
Si el vizconde Raph hubiera sido frances, es
probable que, cuando Fulmen hubiera partido
hubiese corrido á. abrir la ventana para exponer
su frente ardiente al aire frio de la noche.
Pasado este primer acceso de fiebre, hubiera
reflexionado y dicho:
-Tado esto es una locura, tengo vcinte y dos
años, soy mosquetero del rey, voy á. casarme
con una hermosa niña rubia como una madona
y blanca como una azucena y que me trae de
dote cien mil libras de renta. Verdaderamente
no tengo sino que dejarme llevar por la corriente
de la vida
y se hubiera acostado tranquilamente sin
pensar más en Fulmen. Pero Ralph era escoces j
habia sido auullado en su infancia con esa extraña
leyenda de la doble vida que se repite en
las faldas del monte Cheviot, habia llegado á.
tal punto de exaltacion, que para él, en lo suce-
• • • • • • 8IVO, monr era VIVlr, era reunIrse para sIempre
á Fulmen.
Luego que la fantasma hubo desaparecido,
se precipitó hacia la chimenea, y buscando un
tizon se puso á. soplar para encender una bugia
couió luego á. la cómoda, la abrió y encontró
con facilidad el frasco.
-FulmenL .. Fulmen!...cspérame! yo te amo!...
y esto diciendo, bebió el contenido del frasco.
Ralph esperimentó por un momento una
sensacion extraña inexplicable, un gran frio én
el pecho y mucho dolor en la cabeza; en seguida
sus ojos se cerraron poco á poco, su piernas
flaquearon y una laxitud extrema que se apoderó
de él, le hizo caer en cl suélo murmurando
con voz inteligible:
---Fulmen ! ...... espérame! ...... te amo!
Al beber el contenido del frasco, Raph creyó
partir para el otro mundo. Se engañaba.
----•
El frasco DO contonia sin un narcótico, y el
vizconde se llenó de asombro cuando al despertarse,
al cabo de alguna horas, se en con tró en
su lecho y vió qu por la ventana entraban 106
ravos del sol.
" Una mujer estaba n. su lado. Ero. Fulmen,
pero no Fulmen la muert iuo Fulmen jóvell y
bella, con la mirada ardiente, la boca fresca y
sonrosada, vestida con e e traje color do púrpura
y con el corpiño de terciopelo negro que llevaba
en el baile de la Opera, donde Halph la
per eguia con us promesas de amor.
Por un momento el vizconde croyó estar muerto
y en el otro mundo, pero bien pronto reconoció
el aposento en que e encontraba, y vió al traves
de los barrotes de la ventana los árboles del
parque de Roca Negra.
Ademas, Fulmen le habia cogido las manos y
le miraba sonriendo.
-Ah! querido esposo, le decia, ahora si podremos
unirnos, porqué estoy segura de tí i porque
creyéndome muerta has querido morir i
porque has aceptado hasta la última prueba.
Tranquilísate, amado Ralpb, Fulmen no ha
muerto y sólo quiere vivir para amarte siempre.
Ralph atontado miraba á Fulmen y parecia
no comprender.
La jóven dió tres golpecitos en la pared y la
puerta por donde ella entraba al cuarto del esco
es cuando hacia el papel de fantasma, se
abrió para dar paso á Herminia, á. su padre y á
un elegante gentil-hom1re cuya presencia hizo
arrojar á Ralph nn grito de terror.
Era Juan Deni, pero sin barbas, con el saco
azul y las polainas de cuero que ántes usaba.
-Querido vizconde, dijo el baron de Roca
Negra, permitidme que os presente al marqués
Juan Denis de l\I aurever, esposo de mi sobrina
Hermia, que se ha prestado, en compañía de su
mujer á los caprichos del otro mundo de mi
querida hija Fulmen.
Fulmen que tenia siempre las manos de Ralph
entre las suyas añadió sonriendo:
-¿ Quereis saber de que provenia la sensacion
de frio que espcrimentabais ?
le ponia unos guantes de piel de culebra
tan delgados y diafanos que no se lo apercibia.
Mi primo de Maurever se habia disfrazado de
cazador, y h:tbia hecho confeccionar en Paris
su imigen en cera, que es la misma que has visto
en el féretro. Mirad amigo mio, con muy poco
se llega á ser fanático j y de un hombre esc6ptico
y burlon se ha hecho un hombre que cree
en los aparecidos.
-Pero, exclamó Ralph, que recobro al fin el
uso de la palabra, espero que el señor de Maurever
me explicará. cómo consigue hacflr frente á
una bala, y de que modo llega :i desaparecer
sin dejar la menor huella sobre la nieve.
-Muy sencillamente, respondió el marqués:
Vuestras pistolas estaban cargadas solamente
con pólvora y mientras el humo os rodeaba, yo
salté á la rama de un árbol donde me oculté.
El vizconde frunció las cejas y dijo:
-Todo, todo esto es una burla.
-No, dijo Fulmen, es la consecuencia de tu
juramento, amigo mio. Habias jurado amarme
más allá de la tumba y he querido saber si cumpliria.
e tu juramento. Ahora, seré tu esposa .
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Citación recomendada (normas APA)
"La Tarde: periódico dedicado a la literatura - N. 22", -:-, 1875. Consultado en línea en la Biblioteca Digital de Bogotá (https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/2092947/), el día 2025-06-15.
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