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Aguardiente | Marca de agua
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Estás en: Marca de agua: memorias de Ciudad Bolívar

Agu(a)rdiente

Hay aguas que hierven por un fuego que ha sido formado a través de pregones, organización comunitaria y liderazgo social. En esta localidad, los lugares calientes son espacios de encuentro y cuidado.

Una de las principales marcas de Ciudad Bolívar, que nos permiten pensar en su identidad política y social, tiene que ver con el surgimiento de los procesos comunitarios que dieron lugar a la consolidación de los barrios y de las comunidades. Una vez se aseguraba el techo, el principal reto era fortalecer la integración vecinal: para ello, se utilizaron varias estrategias, concebidas y calentadas en el fuego de ollas comunitarias, estufas de cocinol y pregones derivados de revueltas, cineclubes, bibliotecas y festivales culturales. En este capítulo, conocerás algunos liderazgos y procesos que han calentado la montaña, la han llenado de cuidado y han abrigado los corazones de niños, jóvenes y adultos mayores que habitan la localidad.

Con la garganta caliente

Una fría mañana, el calor y la efervescencia de los habitantes de Ciudad Bolívar se tomó las calles de la capital en lo que fue un hecho sin precedentes para la historia de la protesta social en Bogotá: el paro cívico de 1993, que dejó como resultado la consolidación y la democratización del acceso a los servicios públicos en la localidad. El paro marcó un hito que cumple 30 años y fueron las vías de hecho las que nos permitieron sentar un precedente en la administración pública de la ciudad y sus recursos. Los principales triunfos derivados de la protesta social y la organización comunitaria fueron las vías, el acceso a la vivienda popular digna, la alimentación, y la construcción de colegios y centros de salud.

Después del paro, el arraigo con las montañas se fortaleció, pues los habitantes supieron que la mejor manera para destilar sus problemas y exigir derechos era a través de la juntanza comunitaria y la organización para salir adelante, creando la consciencia de que la unión hace la fuerza, levantando las banderas de la resistencia, socavando las minas de donde se extrae el miedo y sentando las bases de colectivos artísticos, organizaciones, juntas de acción comunal y líderes que, a punta de aguante, han digerido por años aquellos mefíticos tragos amargos y dulces.

Las bases de la resistencia y acción colectiva han tomado muchos caminos durante estos cuarenta años de vida de la localidad. Una de las principales marcas del territorio es la capacidad de sortear la carencia, para florecer a partir de ella. El arte, la educación, la conciencia ambiental y la organización política han sido sus principales armas para combatir la desigualdad social, el abandono e ineficacia de las instituciones del Estado, y el oportunismo de la politiquería.

Estas circunstancias les han permitido contar con una historia rica y diversa de organizaciones sociales que han surgido en el seno de estas montañas, al margen de las políticas públicas y sus programas. De ahí que cuenten con colegios comunitarios como el Instituto Cerros del Sur (ICES); la sala de cine comunitario POTOCINE; el Movimiento de Fotógrafos; bibliotecas comunitarias como Semillas Creativas, Baúl de Letras o Letras del Sur; los festivales Ojo al Sancocho y Bogotá Colors; el comité por la defensa de la Quebrada Limas; Museos comunitarios como El Café del Paraíso, Escuela Comunidad ACPO VIVE, El Resbalón, y cientos de colectivos culturales, políticos y sociales que hacen de esta localidad un escenario vivo, que es ejemplo para la ciudad y para el mundo.

De esta forma, se creó una eficaz y sencilla receta a base de agua, metas, canela, perseverancia, clavos, arte, aromáticas, dignidad, aguardiente e indignación. Esta fue y es la fórmula acompañante de las luchas que, desde la montaña, se han fraguado a lo largo de las últimas cuatro décadas: luchas que hacen del canelazo, en conjunto con la resistencia, los insumos propicios para formar ciudadanías que resisten, con arengas y pregones, y alzan su voz caliente para encontrar un lugar en este mundo.

Desliza para conocer algunas de las historias de liderazgo y construcción de la vida en comunidad, como la del Museo ACPO VIVE, ubicado en el barrio Potosí.

Blanca Pineda: una investigadora ejemplar

Parte de la historia de Ciudad Bolívar, una de las localidades más pobladas de Bogotá, reposa en la memoria de Blanca Pineda (1954), una historiadora e investigadora empírica que desde niña se ha dedicado a recopilar y contar los sucesos de su localidad. La historia de Blanca es como la de muchos que han llegado a estas montañas al sur de la capital. En medio de una numerosa familia y con escasos recursos económicos, la familia Pineda se instaló en lo que entonces era un lugar apartado de la metrópoli capitalina.

Blanca no solo ha documentado los procesos reivindicativos y culturales de su localidad, sino que además ha sido parte desde adentro de estos movimientos. Su participación en esta organización comunitaria le valió algunas amenazas, razón por la cual tuvo que salir del país por algún tiempo. Sin embargo, Blanca volvió con la profunda convicción que siempre la ha acompañado: servir a su comunidad.

El poder de la palabra, las letras y la memoria están presentes siempre en el trabajo de Blanca. No en vano, ha participado e impulsado numerosas actividades que tienen como centro a la literatura y la narración de las personas y los procesos comunitarios, pero también del agua, del río, de la montaña: todo esto para alcanzar la promesa, negada a muchos en estos territorios, del derecho a la ciudad.

Instituto Cerros del Sur (ICES): educación popular y transformación social

Evaristo Bernate fue asesinado por apostarle a la educación comunitaria en Ciudad Bolívar.

Después de trabajar en proyectos similares por otras partes de la ciudad, en septiembre de 1983 llegó a Potosí junto a un grupo de profesores para construir un Centro de Desarrollo Comunitario enfocado en el arte, que luego se convirtió en colegio.

En un lote comprado por cien mil pesos con tableros y sillas improvisadas, autoconstruido, como la mayoría de lugares de Ciudad Bolívar, nació el Instituto Cerros del Sur (ICES). Las madres del barrio, preocupadas por la educación de sus hijos, donaron muebles de sus casas para darle asiento a los primeros 250 estudiantes del nuevo colegio de la localidad.

Con un currículo co-construido, los niños del colegio aprendieron a leer por medio de sus elementos comunes: telas de paroi, lata y madera. Desde la misma autoconstrucción empezaron los procesos de aprendizaje. Creyendo en la “educación como práctica para la libertad” de Paulo Freire, este colegio se mantiene con la misma meta que comenzó hace 40 años: garantizar el derecho a la educación para todas las personas.

Al igual que el ‘Palo del ahorcado’, este colegio resiste los ataques de quienes buscan derribarlo para explotar los recursos de la montaña. Cuando el acceso a educación de calidad sea común en Ciudad Bolívar, este colegio se convertirá en un Centro Cultural. Sus paredes, hechas a mano y construidas con el apoyo de la Secretaría de Educación, formarán artistas que contarán la historia de sus tierras.

Ciudad Bolívar es un sancocho

Janeth Gallego es la cofundadora del Festival de Cine Comunitario Ojo al Sancocho junto a Daniel Bejarano y Alexander Yosa Moreno. El Festival se realiza en la localidad de Ciudad Bolívar en Bogotá desde el año 2008 y es “una iniciativa comunitaria que busca fortalecer la participación ciudadana y el empoderamiento político, cultural y social, así como la democratización del cine y el audiovisual. El Festival es un espacio que promueve la memoria, la identidad, la diversidad, la democracia, la solidaridad y la libertad, especialmente en actores y comunidades que habitan en territorios con desigualdades sociales” (Ojo al Sancocho, 2023).

“Comenzamos con Sueños Films Colombia en el 2005. En el 2007, me decidí finalmente por estudiar pedagogía infantil, y el énfasis en audiovisual surge al principio de la carrera cuando me proponen hacer una tesis desde el inicio: ahí es cuando me viene la idea de crear una escuela audiovisual infantil, se lo propuse a mis compañeros y al día siguiente empezamos a gestionar lo necesario para la materialización de este sueño”. Para finales de 2007, se creó la escuela de cine comunitario y, en 2008, inició la primera versión del festival Ojo al Sancocho, que lleva 15 ediciones ininterrumpidas.

Con el propósito de transformar imaginarios sobre Ciudad Bolívar, el festival –ahora internacional– le apuesta a que, durante ocho días, personas extranjeras y nacionales se queden dentro de la localidad, viviendo y compartiendo con las familias de los barrios Potosí, La Isla y Jerusalén. “Al principio pensaban que estábamos locos, porque los festivales de cine supuestamente no son para estos lugares, que no son turísticos pero sí estigmatizados. Para hacerlo posible, empezamos a promover las economías solidarias con la comunidad para gestionar los hospedajes y la alimentación de los invitados” –cuenta Janeth.

El Festival, al igual que el proyecto Potocine –una sala de cine popular y comunitario en el barrio Potosí–, es una apuesta por utilizar distintos lenguajes (como el audiovisual) para transformar los imaginarios y las realidades de Ciudad Bolívar, con el fin de que sean contadas por sus propios habitantes a partir de reflexiones críticas propiciando otras maneras de hacer proyectos de vida en la localidad, sobre todo para los más jóvenes.

Luz Ma, pionera del documentalismo y las bielas

La vida de Luz Marina Ramírez está marcada por el constante movimiento. Desde sus primeros años, cuando tomaba la cámara Leika de su padre para capturar instantes efímeros de todo lo que se movía a su alrededor, pasando por sus años como ciclista profesional, pedaleando por diferentes lugares de Colombia como parte del club deportivo El Indomable Zipa, hasta después de su retiro, cuando decidió retratar la realidad cambiante de su nuevo hogar, Ciudad Bolívar, con una cámara de video.

Luz Marina llegó a Ciudad Bolívar a finales de los 80. En esos años, el proceso de autoconstrucción fue clave, pues los residentes aprendieron habilidades de construcción y se involucraron de lleno en el proceso de crear sus hogares. Estas obras se hicieron de a pocos, con ayuda de manos vecinas, y fueron cambiando el paisaje de las montañas.

Para Luz Marina, la documentación audiovisual se convirtió en un tesoro para preservar la historia en evolución de su localidad. Pero su labor no se quedó ahí: también apoyó la creación del Potocine y se ha dedicado a escribir historias locales, aportando a la visibilidad de su comunidad.

A pesar de enfrentar desafíos educativos y sólo haber cursado la primaria, los enormes conocimientos de Luz Marina son invaluables y siguen impactando positivamente a su comunidad: “He compartido con mi comunidad todos mis saberes, lo que he aprendido, y también por medio de talleres, enseñándoles fotografía, también a armar guiones, contar historias, narrar, escribir, todo esto, en varias salidas en las que hemos estado”.

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