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Imagen de apoyo de  John Jairo Junieles - Fragmentos: "Ella y la ciudad", "Algo nos ha sido confiado" y "Metafísica de la cocina

John Jairo Junieles - Fragmentos: "Ella y la ciudad", "Algo nos ha sido confiado" y "Metafísica de la cocina

Por: John Jairo Junieles Acosta | Fecha: 12/03/1906

RepÚblica. de Colombia. LOS LUNES DEL CORREO SUPLEMENTO LITERARIO A "EL CORF{EO NACIONAL" Director, B. PALACIO URIBE J30GOT Á, flAftZO f2 DE !906 ~ )'1 ÚMERO f2 SUMAR.IO Una visita á Mauricio l\Iaetet·linck, por Dirca 8aint Cyr .... 1 Morir 1 por Julio Flórcz.-Un día, por Roux Senine.­La. voz de los besos, -por Clirnaco Soto Dorda.-Una con· decoración merecida, por Alfredo Oapus.-La canción buena, por Eduardo Castillo.- Una carta, por Ru.fino Blanco Fombona.- Pétalo, por Carlos Villafañe.- E¡ sueño de una noche de tempestad, por Máximo Gorki.­De noche, pot· Guillermo Manriquc Tcrün. PNA VISITA Á f:-AU.fliCIO fiA€TERLINClt El que guiado por las a.pa. riencias cree leer a.certada­mente en su alma, arHla tan errado como el que pretende ver al través de la noche y percibe pa.laoras que nadie ha prof,...rido. Esta sentencia latina., vi.·ihlement~ gra­bada en el pórtico, es lo primt-ro quti atrae la atención d~l que visita. la morada de Maett~rliu<"lc Si al poda. belga se le fuera á juzga.r por el tinte melaneólic:o de qu~ es­tán imprt>~narlos sus dramas y sus versos, . podría fáctlmeute imaginárselo como un anacor~ta cansado de la vida, c1ue aguarda tranquilo-- la mnt->rte en alg(w viE"jo casti· 11? solitario, y pereihe 'Una apacible voce­c~ ta dentro dH sí, t>1m \"oz qu~ su genio ha sabido baeer vibrar alr~lletlo · tlt-1 mundo. Natla tufls Hrróneo. l\Iaett-"rlinc:k eonsnme la ItHtyot· parte de su tif'tupo eu París, y po· see en Pa.'sy uua. eueantatlora casa consti'UÍ· da á la antigua, que recuerda la época tuf'dio­eval. Allí crwr ibe, lee y redlw á us amigos. .Wra uo ht-nuoso día, al eontit>ozo del oto· ño. El que esto e. erihe dirigióse á la casa uel poeta, quien previamente lH bahía con­cedido la en tr·evista, (:o m o represen tan te del 1'heatt e Magazine. 1\iaurice .l\lat>terlinc·k, llamado por algu­nos el SlHtkf'Spt>are helga, naei6 en Gbt~nt, Flandes, el año de 18ü~. Oueuta, pues, 44 años de eclad. Pot· la raza y por la iutelec· tua.lidad es un flamenco puro. Po. ~e todas las cu~tJi,Jades f1sicas de sus robusto. paisa. sanos, su vigorosa salud y E>se dulce al par que int~nso amor que sienten los flamencos por todo lo místico y sobrenatural. Delante del extranjero, el poeta reserva un tanto su manera de ser; pero al conocerle mE-jor, da rienda suelta á sus sentimientos, y entonces habla libre y deliciosamente. Sus modales son encantadores, sin afectación ; su cono­cimiento de los hombres y de las cosas es profundo. Al oíl'le hablar con SE>dedad y elocuencia, discutiendo con autoridad cual­quier materia, es imposible SU!:~transe á la evidencia de que estamos en presencia de una notable personalidad ; y ya sea que se censuren sus métodos literarios 6 que se simpatice muy poco con su perpectiva de la vida, estamos obligados á reconocer su eJe. vada posición eu la literatura contempo­ránea. La conversación que se sostuvo en fran­cés, fue algo cerE>moniosa al principio; pero el poeta fue perdiendo por grados su tuás· cara de J'eRerra, y conversó ahü•rtarnente sobre asuntos fliversos. l:Iahlámos de ..4..mé. rica. Confe:.ó qLw ap~nas t.euia. algún eono· cimiento real dt~ uuestru paít;, y no expresó niugúu deseo de conoc~rlo más atuplia. mete . . -MA asustnrfa, dijo, vh•ir en una ciudad como Nueva York. Eotif'nclo que el diut-ro, el bullicio y el t-~Struen1lo sou Jos prineipal~s rasgos de su eará.ctE'r El diuHlJ es útil, ciertam~nte, pero no lo es t(,do. Tamhiéu el estruendo y f-d bullicio son iuher+-ntes á la inclu~tril\ humana, pt'l'O no apurtan nada. á la COIUOdida!l del hoJUhre, UÍ fUtt·sf,,Ct'O laS aspimciotws de l:lll allua. A1uéri• a e$ totla.vía uua nadón dt>ntasia1lo jo\'~n para ir eu ltus­ca de la B(1IIPZlla r•~nga. hada ustt·dt'S los ameriean(.s .. ·uando se ca.n­seu de twr S• lamente gente rica. ~ntouces culti \'arán, < ~o mo ación, el art~ y laN lt>tras, y ~quién saht'! V un día quízas ustf'rh•s avf'u taj¡uá.n a.l ViE'jo J\1 nudo e u el t>spiHndor tle sus edificios y en el ~~uio dt-~ sus t'Scntores. Ustt>tlt>:s constituyen un gran pnt'hlu, tal vez el más grantle que el munr.l" haya. jatuás contemplado; pero su~ fut~l z t.S wás portero· sas estáu aún adonuecidas. Vi ve u ust,P.t.les solí<:itamente (>ntn~gatlos á la. asimilación del flxtraojf'ro, demasiado empt>ña.dos en negocios púrameute materiales, para que puf'dan consagrar ui su tifnupo ni sus gu:)tos al culto de la Btllleza 6 de lo Desconocido. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Los Lunes del Oorreo 134 . -------------------------------------------~------------------------------ (Jna.ntlo América se dediqne á hermosear su propio lwgar, pasmará al Vi ... jo .Mundo. Aunque su eto franr.esas, y á pesar de que fue un franrés -O,·tavio MirllPau-qniPn primf'ro le ape· llidó el SbakPspeare belga, Mptado sin rPSt~rvas en París. Sus f'tnO­cionantes obras El Oiego y La intrusa agradaron al auditorio habitual y refinado · del Tt>atro Antoine, ansioso de que se le proporcionara una sensadón nueva; pero .Monna Vanna no fue un éxito en la capital de Francia. Rf'siéntese amargamente Maeterlinck de este fracaso. -Necesitaría muchísimo tiempo y Pnergía para ahrirrue paso en París, elijo. Pero rue propongo alcanzar que se me reconozca como dramaturgo. EscribÍ Jlfonna Vanna, como usted sabe, para mi mujer Gf'orgette Le­blanc. üooclu{tla la pieza, la ofr.-cí á varios de los primeros empresarios de París, quie­nes cou mucha finura la rechazaron. Por último, me fue ofrecida su reprt>sentación en un oscuro teatro, cerca dt~l boulevar San Martln. Aunque con cierta rf>pngnancia, consentf, porque ansiaba ensayar mi obra ante un auditorio parishmse. Muy pronto hube de lamentarlo. El drama fu~ montado del modo más deplorable, y en tan malas condidones que mi mujer-quien me parece encarna perft~ctanwnte (ji caráctf>r de la obra-no llegó á interprf>tar correetamente la parte prindpal. Las decoracioues eran des­arrapadas, sucias y fuera de época; tenía­mos sólo dos ó tres comparsas para r .. pre­sentar el pueblo, y aun estos mismos no iban vestidos con propiN1amprf>sario no podía proporcionar los trajt>s ~jaban ver por la parte inferior los pantalones modernos. Aquello fue para mí una pesadilla; y me sentía tan dh¡gustado, que no quise prPSf'n­ciar la priruera rPpresf>ntacióo. La crítica juzgó bien mi obra des1le el punto de vi t~ litt~rario; pero comentó adversamente m1 trabajo como dramaturgo. -Onando Monna Vanna fue prohibida en Inglatt>rra, me s~ntí verdaderamf'ute he­rido. Nada hay en mi obra que pueda ofen­der el sE>ntido moral de los más ~xigentes. Cierto que mi heroína va á la tienda de Priuzevalle envuf>lta solamente en un man­to por una imposición infa.me; pero á ello la'impulsan motivos puros y elevados. Su actituu y la de Prizevalle, cuaudo e~:~tán en la titmda, no puede ser más df>corosa. En Alemania fue muy biE>n recibito tlli drama, y touavía se ~f>presenta .en aqut>l ~afs. En América ha stdo E>Spléndtdamflute Interpre­tado por Harrison Grey Fiske. Eleonora Duse tiene actualmente en consideración los dt>rechos italianos; pf>ro ella no se acPrca completamente á mi concepci6n de la prota­¡ onista. -¿Cuál f'S el verdadero carácter de Mon· na Vanna 7 le prE>guntrlmos. -El de una mujer hermosa y espiritual, contestó .Maeterliuek. Para analizar su ca­rácter dehe Pstudiarse la situación en el drama y la época en que se desarrolla la ac­ción, así como tpner alguna idea de las pa­siones que siE-mpre h~tn germinado en la raza latina. Guido es un soldado vehem~nte, acostumbrado al mando, y desposa á Monna Vanna, rnuj<'r bella y adorable. La hembra italiana rara vez tiene facultad para elegir e~poso, sohre todo en la época de mi ohra • Sin embargo, ella es obediente y sumisa, y se esfnNza por llenar sus d~beres para con el hombre á quien ha siuo entrPgada. Guido la ama apasionadamente: Monna Vanna corresponde á su ternura con la devoción y el respeto propios de una Psposa. Quizás 88 engaña á &i misma. Prinzevalle ruauda á decir que dará víveres y municiones á la hambrit'nta ciudad de Pisa, siempre que se le envíe á Monna V auna cubierta sólo con su manto. El marido, por supuesto, se horrori­za y arde en celos, pero la virtuosa MoiJna Vanna está pronta al sacrificio, sin que la muPva ningún pensamiento amoroso ó im­púdico cuando ofrece hacer este ultraje á su dignidad, por salvar las vidas de sus con­ciudadanos. Fue mi idea mostrar en esa eseena un magnífico espíritu de altruismo; y ~n la de la tienda presentar el casto influ­jo de una mujf'r honrada venciendo las fut>rzas de la maldad. Prinzeval le se en­cuentra completamente desarmado en pre­sencia de aqut>lla virtud, y siente nacer en su comzóu un amor noble y espiritual hacia esta ruujPr, á quien él ya bahía adorado como un niño. Monna Vanna se da cuenta del freno quE-- él se pone á sf rmsmo, y S8 siente profundamente conmovida por esta prueba. de su amor. El hombre es dueño de su destino : todo depende dt-1 momente en que nos tropPza­mos con las vicishudes de la vida. Monna Van na ha hallado al fin su alma gemala: ese ~s el homhre á quien ella. verdadera­mente ama; pPro como es una mujer hon­ratla., no es sino más adelante cuanto se rinde ante esta realidad. VuPive junto á su mari(lo, feliz de verse otra nz á su lado y de haber predominado sobre su enf'migo, y recompensa á Prinl8· valle salvando su vida. Guido, hombre or­dinario, es incapaz de concebir que se puE>da amar, y más aún reprimir la pasión. Ante estos dos hombres de caracteres tan desiguales, Monna Vanna analiza la pro· fundidatl de sus propios sentimientos, y amenazada del peligro de perder á Prinze­valle, mi heroína triunfa por encima de todos los ohtáculos con la absoluta fuerza de su voluntad. Según mi análisis, la obra está compuesta de tres principios fundamen­tales distintos: 1?, el sacrificio de Monna Vanna; 2.o, el despertar de su alma; 3°, el triunfo del amor y de la voluntad sobre el destino. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 135 Los Lunes del Oorreo Ma~terlinck lleva una. vida senr.illa: la mañana la emplea casi si~mpre en escribir. Trabttja actualmente en un drama por el estilo de su Barba Azul, que espera terminar en breve. A sem .. jaoza de casi todos los homhres de genio, Maeterlinck ti('ne sus manfas: ahora su ocupación favorita es el automóvil. Nada le gusta tánto como una -carr~ra rápida á lo largo de los caminos campestres, y conoce el mecanismo del mo­tor en sus más mínimos detalles. Si no fuera ya uno de los más grandes poet.as del mnndo, sería seguramente uno de sus más notables chau.tfeurs. en París ~n laR mismas tristes condiciones que Monna Vanna . .Ma~tt~rlint~k ama el carácter de su protagonista más que todas sus otras crea(dones literariaA; y flD tfeeto, pne1le tomarse esa ohra como la clave de su mauera de ver la vida en la actualidad. -Joyzelle, dijo, es una criatura espon­tán~ a. llt>na de vida, de gracia y de amor. Quiero probar en ella. cómo la Vida. y el Amor pue!len triunfar sohre la Mut-rte y el Destino; y principalmente quiero alentar al Hombre á encontrar nuevos motivos para vivir y perseverar en el triunfo. Esta ohra está también destinada. á su es­posa . .Á ella pertenece el influjo que ha operado tan a.dmirahle cambio en Maeter­linek, quien antes fue apóstol del triunfo de la Muerte sobre el Amor. Una mnjf'r y un matrimonio feliz han convertido á un fogoso sacerdote del pesimismo en un poeta de la alegría y del amor! El poeta pasa regularmente sus vacacio­nes de verano en Bélgica, su tierra na ti va. Allí se entrega con todo el placer de su alma á su pasión por el automovilismo. Al entrar el otoño vuelve á reanudar sus labo­res literarias en París. Antes de despedirnos nos habló de su re­ciente drama, Joyzelle, que se representó DIRCE S.AINT 0YR • ¡ jVioRIR ! Morir! cuando los sueños de vPntul'a Frescos están, como las gayas flores Que ostenta en su regazo la llanura; Morir • ••• en la estación de los amorPs, Ouando vierten más lumbre las e. trellas Y más trinos los pardot! ruiseñore~; Morir • ... morir ...... cuando las siempre bellas Y ca tas iln~iones de la virla Deja.u al alma luminosas huellas; Cuando la primavera florecida Llena de luz y aromas el ambiente, Y de cantos la selva entristecida; Cuando en el pecho palpitar se siente La inmensa llama del amor que oscila Al grato impulso de pasión ardiente; Cuando más que la estrella que titila Brota fulgores de igrwrada lumbre El obscuro cristal de la pupila; Cuando no hay en el alma pesadumbre, Y todo es lnz, ensueños y rumores Y se ama el alma y no la podredumbre, Pasto de los guganos roedore~; Morir .... morir .... cuando la Juz primera DP Ja ~loria, ya esparce ~us fulgores .... ¡Oh! ¡Qué triste es morir de esa manera! /lJLIO FLOB'BZ Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Los Lunes del Correo P n'A 1'{ 1 •••••• (En el redeiJte Certamen literario promovido por Le Jow-rv1l 1le París, ganó el primer premio de los Cuentos alegres e te que publica mus hoy). El padre de Jnanito le elijo la misma noche que se instalaron en el campo: -La epidemia nos ha obligado á hnÍt' de la ciuda<1. Aquí esperaremos hasta que ter­mine. Diviértete, que eso es propio de tu edad , pero no te olvides de estudiar. No te expongas sudado á las corrientes de aire: así es como se pescan los catarros. N o comas frutas verdes, porque dan dentera. No te en­carames á los árboles porque te puedes rom­per una pierna. Y sobre todo, nunca pases de ta hilera de cipreses que separa la pra­dera del camino; abundan los vagabundos y los malhecl10res: J u anito había retenido estos sabios con­sejos. Habían corrido varios días y casi no merecía un solo reproche; no parPcía haber olvidado completamente el estudio por el juego; su afición por las frutas maduras im­pedía naturalmente que se comiera las ver­des; no trPpaba á los árboles porque era in­hábil para ello; ni había traspasado todavía los límites de la casa de campo. Pero la obe­diencia tiene también sus límites. Todas las tardPs, á una misma hora, Jua­nito desde el portal \"6Ía pasar por el cami. no á una joven. Traía un amplio traje cla­ro, que se distinguía dPsde lf'jos, un gran sombrero de paja y blondas. Tenía ojos ver­des, somhr~ados por negras pestañas, y sus cabellos rubios se torcían, cual una llama, sobre su nuca gorda. A BU paso esparcía cierto perfume. Iba sin duda en busca de provisiones, pues balanceaba en el extremo de los del1os, en los cuales relumbraban sor­tij<' s, un cesto tejido de mimbres, festonea­< lo, un hermoso cesto adornado con ciutas. Juanito había oído decir á BU madre, re­firién• lose á ella: -¡Qué f<~stitlioso es tener por vecina á una de estas criaturas! DicQn que recibe á todo el mundo. En su casa pasan cosas .. Y había notado que su padre se burlaba de estos discursos. Excitada sn curiosidad, aguardaba con emoción el paso de la joven todas las tardes. La joven estuvo mucho tiempo sin dig­narse nota.rlo. Después, divertida sin dnda con la admiración que provocaba, pasaba sonriéndole. En cierta ocCt.sión le arrojó ella una flor. Y aquP-IIa tarde, rozándolo con sus faltlas, le dijo á media voz y sin pararse: -Ven! Juanito estaha solo, á la entrada de la casa. Su madre hahía. ido á la aldea; su padre andaha de caza. Sus dudas fueron cortas. Temblando por la audacia ue desobedecer y por la llamada de la hermosa pasaj~ra, llegó hasta la linea de Jos cipreses y la tras­poso. La mujer se bahía parado á esperarlo. Lo miraba llegar y se reia . .Enseñaba los diente& 136 blancos y le brillaban Jos ojos. Cuando Jua­nito lle~?:Ó junto á ella, emocionado y sin saber qué decir, le agarró la ca lwza. hruscanwnte y apoyando una hoca. ar•1i.-nte ~obre la boca clel chico, lo bizo desfalleeer en un beso Jar¡?:o y penetrante. Esto fue rápido y des­lumbrador. Juanito bahía cerrado los ojos. Cuando Jos abrió, la joven (>staha ya ).,jos. Huía volviendo ba<:ia Juanito el rostro. Sus ropas muy arregazadas descubrían un poco do carne rósea por encima de las medias negras. Jnanito se quedó Pn pie, plantado en el augosto sendero invadido de locas hierbas. Los dientes d~ los ciprPses negros mordían el ch•lo crepuscular. Se oían retiñir débil­mente, en f'l prado vecino, las campanillas colgadas al cuello del ganado que andaba paciendo. Y el olor tlel heno se avivaba con otro perfume, á un tiempo ardiente y suave, como los labios que acababa de besar. Cuando la joven desapareció en el sitio donde -el sendero doblaba y se hunde brus­camente entre los árboles, Juanito volvió á carrera al portal de su casa.. El encuentro, el llamamiento, la salida, el beso, todo había ocurrido en un instante. Pt1ro el muc:bacho acababa ele sentir una emoción tan extraordinaria y la inaudita aventura ocupaba en su espíritu un lugar thn considerable, que no suponía sino que dehfa ocuparlo también muy amplio en la duración del tiempo. En aquel minuto un trastorno de toda la naturaleza. le hubiera parecido la consecuencia natnral deJ. traa­torno súbito de sus sentidos. Y casi se sor­prendió de ver cómo las cosas conservaban su habitual aspecto. El agua del arroyuelo corría blandamente, y los ánades hatían Jas alas en él, como de costnmbro. I..~os pollos picoteaban en el estiércol. El gato delgado y cauteloso, andaba sobre un ramo bajo de la hignMa, con prudentes miradas de disi­mulo. Detrás de la tela amarilla y roja ten .. dida sobre la puerta de la coeina, se oía el resuello regular del fuelle, que activabtl un rumor de fritura, cuyo olor se acentuaba. Nada había cambiado fuera de su propio sér. Su padre llegó primero y en seguida su madre. Los labriegos regresaban de los cam­pos. En la. mesa, Jua.nito pensaba con deli­cia en su aventura, que él solo conocía. Un secreto, uu grande, qnerido y precioso se­creto :florecía en su interior: sus labios sa­brían callar1o. Hahlóse, y de nu~vo la conversación re­cayó sobre ella. VeÍ<\ á su madre escanda­lizada y á su padre que sonreía maliciosa­mente. '' Bneoo, pensaba, puf)dtos r~frtfl: eso no impide que ella me haya besado y tú lo ignores .... " Se acostó y durmi6 mal. Al día siguiente tenía su plan bien trazado. Costara Jo que le costara, iría hacia ell.a, hacia el beso per­fumado de sus J.•ios bermf'jos. Disimulan­do sn impacienc;., fingfa leer, esperando la hora de la siesta. Como de costumbre, su Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 1$7 madre fue á tenderse en el sofá del sal6n. Su padre encendió la pipa, agarró su fusil y se marchó. Entonces, resueltamente, Juanito se des­lizó hacia afuera con un aire muy natural, y salvó la portada, cuya reja estaba abierta de día. Se hallaba en el angosto sendero de marras. Y pronto dflJÓ atrás los cipreses que limitaban sus conerías . .Ah! el hermoso paisaje prohibido! :El to­rrente, ancho y profundo, corría hervoroso entre dos diques verdes, plantados de rosa­les y cubiertos de una verdadera :floresta de cañas, rígidas como lanzas y apretadas como los tubos de un órgano y cuyas anchas hojas puntiagudas, animadas de un perpetuo ca­lofrío, parecían cuchichear y quejarse. En ocasiones el movimiento de las hojas, aumen­tado por una ráfaga de viento, hacía creer en la presencia de un sér invisible .• Juanito suspendía entonces la marcha y escuchaba trémulo, sofocando la respiración. U o sendero cómodo estaba abierto al pie del dique. Juanito encontró preferible con­tinuar su camino por lo alto, entre el agua veloz, en la cual lo hu hiera precipitado cual­quier paso dado en falso, y los rosales que le rozaban el rostro. Hermosa adolescencia y juvenil imaginación! Era entonces como t-1 explorador atrevido que penetra en la selva virgen y misteriosa; encarnaba los hé­roes más audaces de las novelas de avento· ras, olvidado casi de la dama de los perfu­mes y del beso. Según sus conjeturas, ésta debía habitar por aquellos sitios, en una casa poco distan­te de la suya. Desde el Cl\mioo que seguía con tanta incomodidad, descubrió de súbito á algunos metros de distancia, detrás de la móvil cortina de cañas y por cima de una fila de cipreses, semejante á la que rodeaba la casa de sus patlres, una pared blanca, agujereada por una ventana única bajo un oLlicuo techo de tf'jas pálidas. Esta ventana, situada en el primer piso de la casa, queda­La al mismo nivel del lomo del dique, á la altura de los ojos de J uanito, el cual casi podría tocarla con sus manos. Estaba abier­ta d~l tvdo, y por ella se podía ver libre­mente un aposento. Los latidos precipitados de su corazón le advirtieron á Juanito que iba á verla. Dis­tinguía en el interior del aposento cuadros colgados en la pared tapizada con un papel pintado ue ramas, una cama de~:~hecha, y ropa ~sparcitla sobre las sillas. Y de repente, ella apareció. Era ella -ciertamente; pero no tenía ahora su traje vaporoso 6 estaba des­nuda, uesnuda por completo. Los cabellos rubios Je rodaban por los hombros blancos, por el seno opulento, cuya doble redonuez dejó á J uanito estupefacto. La joven debía de contemplarse en un es­pPjo que él no veía. Estiraba sus brazos, se desperezaba, •cndia su cabellera, bosteza­ba y sonrefa .... La emoción ten fa aún á J u anito fascinado, con loa ojos dilatados y la boca abier,a, ouandQ un hombre, que Los. I .~unes del Oorreo. cruzó rápidamente por delante de la venta­na, llegó y cogió en sus brazos á la joven. Esta se puso á dar suspiros débiles y des­pués grititos roncos y entrecortados. J uanito temblaba por ella y por sí mismo. El mieuo le agarrotaba las piernas. a-Aquel hombt·e sería un vagabundo, un ladrón, un asesino? ...... Prudentemente, con infinitas precauciones, trató de apartar los rosales para deslizarse, sin ruido, pretil a. bajo. Rom­pió con los pies una. caña seca. Entouces se aga.zapó entre las hojas, sin rebullir. Arri· ba., en el aposento, sonaba un ruido de mo­nedas. Después rechinó una puerta. Esperó totlavfa unos instantes, Jleno de angustia. U u terror invencible lo obligó á levantarse de un salto. Se arrojó á ciegas contra los rosales, separándolos con viol~ncia y saltó al sendero de abajo. La caheza le daba vuel­tas y t"nia los ojos extraviados. Corría y corría como si tuviera alas en los pies. De repente tropE'ZÓ con alguien que marchaba delante de él, cayó y se levantó anhelante. U na mano ruda lo había agarrado y lo de­tenía. Una voz le preguntaba: ''¡De dónde vienes túf" Estaba frente á su padre. Nun­ca lo hauía visto antes con aquella cara con­traída, sospechosa, con aquella frente irri­tada. -¡Oe dónde vienes tú?, repetía con voz enronquecida. Juanito no trató de mentir. Tartamudean­do contó lo que acababa de ver ...... No pu­do acabar. Una cachetada lo hizo vacilar. -Bribón! le dijo su padre, que se había puesto todo pálido. -Juanito se sobaba la mejilla; los ojos, llenos de agua, le parpadeaban con las ga­nas tlel lloro. Sentía un peso en el estó­mago. -Vamos! Marcharon por el angosto sendero, calla­dos, el uno detrás del otro. Delante iba Juanito, con los codos pAgados al cuerpo y la cabeza gacha. Oía detrás de sí, la respi­ración de su padre y el tamborileo vago de sus dedoa sobre la culata del fusil. Asi lle ­garon al lindero de cipreses. -Sécate los ojos! J uanito no tenía pañuelo. Su padre le dio el suyo. E inmediatamente el aire se im­pregnó do aquel intenso perfume que derra­maba la presencia de la bella desconocida. Fue como una sutil cl\ricia de ella, sobre la faz del adolescflnte. Tan profundamente lo trastornó aquE'l perfume, que tuvo un fugaz desfallecimiento. Su padre lo sostuvo, y como llt:>garan á la entrada de la casa, le dijo, con la. voz singularmente dulcificada: -Yo no le diré nada á tu madre; tú harás bien en callarte también ..... Y entró en su casa, después de haber to­mado el pañuelo de Jaa manos febriles de su hijo. ROl1X BERVINE Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Los Lunes del Correo 188 j...A VOZ DE LOS BESOS .. , .... , .. ,,.,,,, .. ,."•''•'''' .... ,,.,,.,,., .... , Tu beso es dulce y cálido y sonoro, Es nota cristalina que modula Tu corazón, laúd de cuerdas de oro ; Mi beso es ronco y lúgubre, es la nota, El doble triste que en el aire ondula Y dá mi corazón, campana rota. Por eso, amada, cuando 'Vuelan juntos Nuestros besos quemantes y lascivos, Se mezcla con el canto de los vivos La canción espectral de los difuntos ; Y dice aquella música perdida Del aire frío en el girar incierto, Que en tí se en tona el canto de la vida Y que en mi corazón tocan á muerto. 1906 P NA CONDECO}\ACIÓl-{ MERECIDA I Dentro de pocos días van á ser condeco­radas varias personas con diversas órdenes, que utilizan los franceses pat·a distinguirse unos de otros. De todas estas condecoracio­nes la Legión de Honor es la más soli<.:itatla. Pero hay que convenir en que las palmas académicas y el mérito agrícolo tienen tam. biéo sus partidarios. Estas órdtmes han adquirido en pocos años una legitima popularidad y su presti­gio crece de día en dia. Hasta la medalla de salvamento es muy buscada y honra como las condecoraciones más solemnes. A este propósito me refirieron días atrás una historia ocurrida hace dos 6 tres. Un comerciante de París, llamado Du­rand, tenia la costumbre de pasar el verano, en compañía de su mujer y de sus hijos, en una quinta situada al borde de un riachuE~Io, el Deuce, que no se distingue por su anchu­ra sino por su profundidad y por la rapidez de su corriente. Un día al atravesarlo en un bote, hizo Durand un movimiento brus­co y se cayó al agua. Mantúf'ose un momen· to á flote, pidiendo socorro; pero como nada· ba muy mal, se hubiera ahogado infalible· mente si un aldeano que trabajaba en el campo, no lejos de allí, no hubiese acudido en su auxilio. Duraod fue saoado sano y salvo, y dio una buena recompensa á su salvador. Des­de aquel momento, madama Durand no qui­so que su marido utilizase el bote, y duran­te un mes te estuvo echando en cara la im­prudencia que habfa cometido. OLIJU.OO SOTO BORDA II Pero Durand tenia, entre otras manfu, la de la pesca, y todas las mañanas iba con su caña á sentarse al borde del rfo, junto á un alto ribazo. Un día, al alzar el anzuelo con demasiada precipitación, perdió el equi­librio y se cayó al rfo. La corriente lo arras­tró con violencia. El infeliz daba desespe­rados gritos y no tardó en perde! el con?­cimiento. Cuando recobró e) sentido, se vto acostado ~o su lenho y rodeado de toda sn familia. Dijéronle que había siclo salvado por un desconocido, que después de presta. do el servicio, había echaclo á correr sin de­cir su nombre. Dura.nd, completamf:\nte restablecido, prac­ticó inútiles pesquisas en busca de su sal­vador. Estos dos hechos y su desenlace casi pro­videncial, fueron muy comentados en todo el paiR. TJOS periódicos de la locaJidad pu­blicaron los corr~spondientes relatos con todo género de detalles, y Durand recibió gran número de cartas de felicitaciones. Como era natural, renunció definitiva­mente á pasear en bote, á pescar, á tomar baños fríos, y, en general, á todo ejercicio que exi~iese el contacto del agua. Y como no es posible pasar tres mflses en el campo sin distracciones, compró Durand una jaca. y un carricoche para dar largos paseos por los alrededores. La jaca era muy mansa y su mismo dut>ño la guiaba. U na tarde, en el camino situado junto al río, asust6se el animal, levantó las orajas y echó á correr con extraordinaria velocidad. Al cabo de pocos instantes estaba deabocado. El pobre Durand se entregó en un aegttn­do á muy crueles re1l~xiones. Recordó que Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 1H9 dos veces se había salvado milRgrosamente y creyó que bab(a llegado su última hora. Comenzaba á encomendar su alma· á Dioa, cuando un campesino que venía en sentido in verso se lanzó á la cabeza de la jaca y la dominó cen vigoroso brazo. Durand dio las gracias á su salvador., el cual prosiguió su camino. Condujo por la brida al animal á su casa, y pálido de emo­ción refirió á su mujer la trágica aventura en que nuevamente había estado á punto de perder la vida. III Estas historias extraordinarias, ocurridas una tras otra, no tardaron en crear á Du­rand una situación en extremo lisonjera. Pasó por un hombre que en varias ocasio• nes había visto muy de cerca la muerte y que estaba dotado de un valor á toda prue­ba. Se acercaba el 14 de Julio. Aquel dfa, por el correo de la tarde, recibió Durand ua voluminoso sóhre con el sello del Ministerio del Interior. Una carta escrita de puño y letra del Ministro le anunciaba qne el Go­bierno tflnía el deber de premiar el mérito, doquiera que le encontrase, y que se inte­resaba en ello tanto más cuanto que el in­dividuo acreedor á u·na recompensa daba pruebas de una gran modestia. Por tanto, enviaba al heroico Durand una medalla de salvamento por haber salvado á dos personas que se ahogaban en el río, y por haber detenido á un caballo desbocado. Durand se quecló sorprendido y consultó con su mujer, la cual le aconsejó que acep­tara. Sin embargo, Botes de hacerlo, convi­dó á comer á varios vecinos notables de la comarS una forma de arrepentimiento f ¡Quién sabe! El tiempo, que se llev6 en sus cambiantes é inquietas alas los amores, no ha podido llevarse los recuerdos. Escúeha la historia, Azucena; escúchala así como pasó en mi corazón. El pBisaj~, poco antes risueño, se hizo lú­gubre. El sol ya no espolvoreaba su alE-gre oro aobre la cabelfflra de cristal de la fina lluvia. A última hora las cosas cambiaban de aspecto, como si comprendiesen. El cielo y yo estábamos tristes. Era el instante; el buque iba á partir: llegaban los adioSf's. La ola gris, l& bocanada pardusca de la ehiróenea, la distante y confusa playa, el pá· lido horizonte, el borroso paisaje, mis l'gri­aas y tú, todo se aeordaba dentro de mi alma, eomo una or({uea~, y empezó á Tibrar Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Los .Lunes del Correo en mi espíritu una. sorda. melodía, una serenata silenciosa del dolor, una callada música de entierro. Yo quedaba allí, en la isla remota: y des­conocida, sobre la tierra que tú hermoseas­te una mañana con tns risas y tus charlas, y que ahora sin el encanto de tus primave­ras, me pMecia hostil. ¡Ni el beso tuyo, ni el beso de la patria! De ti me separaba el deber; de la patria la dignidad. Para entonces el honor no tenía, en la tierra de la honra, derecho de asilo. Y la temerosa isla, aquella isla. del espan· to, en medio de la hruma abría su puerto, como una siniestra boca. Cuando arribé á la costa, ya tu barco na. vagaba muy 1ttjos, ya no se percibía el blan­co adiós de los pañuelos, ese como último 140 beso de las manos que reciben los ojos del viajero, ese último beso volador, de una me­Jancolfa penetrante. En la difusa niebla sólo se pi o taha un lastimero y tenue llilo de humo. Con ese tenue hilo de humo empecé á. trE>nzar mis dolores. '!'ras de ese tenue hilo de humo voló mi pensamiento. Con ese hilillo flotante, con esa ola indecisa de obs­curidad ptlregrinaban mis amores, mis sue­ños; él se llevaba consi~o mis ilusiones; él ioa adonde yo no podía. ir: á mi patria; él viAjaba con mi novia. ¡,V es, querida Azucena Y Todo pa.aa. Hoy me río de mis lágrimas de ayer. Pero ben­ditas sean, ya que sembraron en mi corazón algunas lindas estrofas. RUFINO BLANCO FOMBONA fETALO A veces pasas, pasas y desfloras tus galas ...• Un aliento apacible de violetas exhalas Y yo murmuro glorificando tu camino: El dulce complemento de tu labio es el trino, Y son el complemento de tus hombros, las alas!. ~L SUEÑO DE UNA ~OCHE DE TJ!!MP!:ST.l.D Acababa de terminar un cuento de invier­no, sombrío como los díaR breves y tristes que vivíamos entonces. Arrojé la pluma y comencé á pasear Ja habitación. Era de noche. AfuE~ra se anunciaba la tempestad. Apresaban mi vida extraños ru­mores, parecidos á bisbiseos ó á suspiros que UE>gaban desde la calle basta mi cuarto, ves­tido de tinieblas en sus dos tercios. La nie· ve, empujada por el viento, besaba los mu­ros, y su capa. blanca y espesa pasaba y caía por delante de los cristales, entorpeciendo, enfriando mi alma ..... Me aproximé á la ventana y miré á la ca­lle. Estaba desierta. De vez en cuando una rá­faga levan taha la nievE~ muerta sobre la cal­zada y colaban copos ligeros y blancos .... Frontero á mi ventana lJahía un farol; la llama temblequeaba, luehaba contra el vien­to. De cuando en cuando el surco de luz va­cilante se alargaba en el aire como una es­pada. Caen los copos y se irisan de c,.nte­lleos multicolores al atravesar la banda lu­minosa .... Y yo, invadido por la tristeza, me desnudo, apago la luz, me acuesto ..... . La obscuridad se entronizó en mi cuarto, los sonidos adquirieron más distinción, más firmeza; y la claridad de la ventana proyec­tó sobre mf una gran mancha blancuzca. Mi reloj coDtalJa los segundos. A veces, el ru. mor de la nieve ahogaba el ¡tic tac ! impasi­ble, pero de nuevo se o fa el caminar de Jos CARLOS VILLAF A~E segundos hacia la eternidad. Era un ¡tictac! seco, que me adueñaba, que entraba en mi cerebro. Y pensé en las páginas recién escritas. ¿TPnían alg6n objt'to 6 algún valor! Eran la narración sencilla de dos pobres: un anciano cie~o y su mnj~r, dos olvidados de la vida, tímidos, dulces. Una madruga­da, la víspera de Navidad, clejaron la aldea y mendigaron por los caseríos cercanos, para comprarse un poco de júbilo y gozarlo el gran día. Y mecidos por la. esperanza, recorrieron la contoruada creyendo volver á la hora. de vísperas, repletos sus hol8illos de regalos lle­cbos en nombre del Sf'ñor. Y las espemnzas se vistieron de desenga­ño y las limosnas fuPron escasas. Era.ya. muy tanle, cuando el matrimonio comprenuió que debían volver á la. cahaña. sin fuego. Y Jos dos ancianos se encontraron en la llanura blanca, con ligera carga en sus espaldas, con pE-sada tristt>Z'i. en su corazón. Ella iba ade­lante, y agarrada á su cintura segufa el cie­go. Marchaban Jentam~nte. La noche era negra. Las nulws cubrían el nielo; la tem­pestad danzaba con la nieve ; y los pies de los míseros se huniHa.n ; y la aldea estaba lejana. Prosf'gufan sobre el camino polvo­rient~> de nieve, silenciosos, helados por el viento nortt>ño La anciana equivocó el ca­mino ; seguía la largura del valle y el viejo renegaba: -¡LJ(IIgaremos pronto! Ya verás cómo no llegamos á laa vfsperae. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 141 EJJa contestaba qne las casas estaban próximas. Se set1tía pudida, pero quería ocul­tarlo. A las vect-s oía la1lritlos, marchaba en su busca, pero en seguida sonaban en el ex­tremo opuesto. Y, ya vencida, lo descubre : -j Perdóname, en nombre del Cristo ! .. No6 llemos extraviado .... y no puedo avan. zar más ...... Quiero detenerme. -Te vas á helar. -Quit>ro sentarme un poco.. . .. ¡Qué importa que nos helemos 1 No es nuestra vida tan dulce que apene perderla. Cede, suspirando, el viejo. Ya se sientan en el suelo espalda con es­palda, semejrtntes á dos montones de harapos, juguetes de la borrasca. La nieve los cuhre, lt~s hieren cristalitos agudos, y la vieja, peor vestida que su compañero, siente extraño calor. -¡Madrecita !-llama el anciano ateri-do.- Levántate ¡vámonos l ... .. . Pero ella está adormecida; sneña. y le ha­bla de cosas incomprensibles. El intenta le­vantarla y no puede. -¡Te vas á helar! .... grita. Se aterra, pide auxilio. Pero ella no le oye. Y cuando, fatiga­do, cae de nuevo sobre la nieve, es la suya la muda desesperación de los fatalistas : todo lo que sucede es voluntad de Dios. Y la bo­rrasca va dasgarnndo alegremente los an­drajos, protección de los cuerpos cansados del trabajo y de los años .. . ... De pronto trae el viento campanadas. Son ruidosas, so-lemnes ..... . -¡Madrecita! ...... Están tocando á vís-peras ..... ¡Vamos pronto! Pero e1la partió para el mundo del cual no se vuelve. -¡Oyl>s! ¡Levántate! ¡Eh! ¡Que están tocando t ¡Que Tamos á llegar tarde! Intenta levantarse y no puede. Todo está perdido, y la súplica pasa por sus labios: -¡Sefior! ¡Acóge el alma de tus siervos! Ambos somos pecadores, pero otórganos tu perdón y tu gracia. Entonces le parece que ha recohrado la vista. A.l través del llano, en una nube de nieve centelleante, se alza un templo de f'X· traña estructnr ... ~ el templo de Dios que avanza hacia él. Ti~ne la forma de un cora­zón, y de corazones ~mmanos y ardientes está hecho. Y en la cima está Jesús. El an­ciano se levanta para caer de rodillas sobre el atrio d~l templo imaginario y cont~mpla al Salvador, al Mártir; y Jesús le habla con voz clara y consoladora: -Los corazones inflamados de misericor. dia, son las bases de mi templo. Entra, pu~s, en mi templo, tú, que has tenido tánta sed de misericordia durante tu vida, tú, que has aido desgraciado y humillado, éntra y rego­cfjate. -¡Señor 1 dice sollozando de felicidad el viejo vid~nte. ¡Tú vives, SPñor l .... Y Oristo sonríe al anciano y á su compa­liera, resucitada por esta sonrisa. Los Lunes del Oorreo Y de este modo se hPiaron dos pobres mi· serahles una noche, en un campo .... * ;¡, *' Después de recordar esta bistoria, dudé si era bastante sencilla y entt>rnecedora. ¡Despertaría la compasión de los que la le­yeran f Yo creía que sí. Y contento de mí mismo, comenzaba á amodorrarmE'. El reloj tictaqueaha, marcando dPspiada­do las parcelas tle mi vida, que huían sin dejar huella. Oía el murmullo sordo de la nieve, que caía siempre .... Aumentó su vio­lencia. la tempestad. El fa.rol se apagó. Chi­rrió t'l maderamen de la ventana; las ramas de Jos árboles golpearon obstinadas la te­chumbre. Y se oyérou suspiros, lamentos, aullidos, silbidos .... Armonía l6gubre que en volvía. el corazón en tristeza .. .. La mancha de la. ventana se esclareció con luz azulada y fosforescente que vino á besar mi cama. Y en esta lumbrada azul apareció una nube espesa., blanquecina, hu­mosa, sembrada de estrellas recordautes de ojos humanos, y que oscilaba gallardamente bajo la influencia de un fervor misterioso. Y esta nube giraba., se oscurecía, se aclaraba, sa desgarraba .... Yo la creía infinita, amena­zadora, y su murmullo de ira traía el terror á mi alma. Luégo Jos jironflS se destacaron más ne­tos, más distintos. Visibles en la azulosidad que les cercaba, se desunían lentamente y tomaban poco á poco formas conocidas, fa­miliarE~ s á mis ojos. Allá bajo, en el fondo, estaban niños, sombras de niños; uetrás ha­bía una figura de viejo con harba blanca, mujeres .... ¡ De dónde vienen estas sombras y qué son Y se preguntaba mi espíritu. El movimiento de mis ideas no estaba velado á estos huéspedes de qna noche de tempestad. -L Que quiénes somos y de dónde veni­mos f dijo una voz grave, una voz que tinti­neaba lenta y fria. -Acuérdate. t, No nos reconocPs 1 Yo movía silenciosamente la cabeza, ne­gando toda posible relación con estas som­bras. Y ellas se balanceaban ampliamen·te en el aire, como si danzaran una. danza so­lPmne al ritmo de la borrasca. Siluetas con­fusas semitransparentes, se f'Strecllaban de­lante de mi. De pronto, distinguí entre ellas á un viejo, el viPjo ciego, agarrado á la cin­tura de una anciana encorvada, que me mi­raba con sus ojos llenos de rE>proclles. Los harapos estaban cubiertos ele copos de brillo cegador y extfndían la frialdad f'n tor no suyo. Sabia quiénes eran, mas ¡por qué­estaban allí f -&N os reconoces ahora~ Ignoro si fue la voz del huracán ó la de mi conciencia la que habló; pero esta voz era imperiosa, suhyugante. -Ya has visto quien<>s somos continuó. Y los otros son, también, los héroes de tus Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Los Lunes del Oorreo cuentos: nifios, muj~res, hombres que has hecho sufrir por el placer de los que te leen. Abre los ojos y mira; van á desfilar ante ti Y. pourás j uzga.r cuán numerosos y desgra· ciados son esos hijos de tu imaginación. Entonces, las sombras pasaron: las pri­me~ as fueron un nmcha.cbo y una niña pa­rectuos á dos grandes flores de nieve que es-talaban claridad lunar . .... . -Ahí tienes dos niños que hiciste morir bnjo la ventana de una casa. donde brilla.ba el árbol de Noel. Acuérdate: le contempla­ban temblorosos de deseo y quedaron allí inmóviles, helados. Mis pequeños hét·oes pasaron silenciosa­mente delante de mi y se desvanecieron en la azulosiuad. A su vez se mostró una mu­jer aniquilada, de rostro pálido. -~sta es la madre ansiosamente espera­da que en la noche de Naviuad se esforzaba en llegar al pueblo para entrE-gar á sus hijos pobres regalillos buscados muy lejos, y que desfalleció en el camino. Yo miré á la somhra aterrado y piadoso. Y el cortejo continuaba. Y la voz inexo­rallle nombraba á los héroes de mis obras de tristeza. Y estos fantasmas flotaban de­lante de mf, ondeantes sus blancas vestidu- . ras; yo teruhlaba bajo el frío de estas som­bras lúgubres y silencioaas ....• Me opri­mían los movimientos y la angustia indeci­ble de las vagas miraua.s ....•. ¡Qué que­rían de mí? &Ouál era el objeto de esta apa-rici~ i • El último, el viE>jo ciego, de harapos ne- . gaScar(:ha y de sus h\llios pendían ca­rámbanos. La anciana. tenía la souri~a feliz de los niños, mas t>ra una sonrisa muerta, helada en las arrug-as f»cialt>s. :Al fin desaparecieron los espectros; pero el huracán cantaba siempre su melancólico estribillo y dt>spertaha en mi alma la rebe­lión. Acababa de VH la fantasmagoría en silencio y como al través de la bruma del sueño: ahora había surgido algo en mí que me forzaba á hablar. Las sombras se unieron nuevllmente, en un solo grupo, y formaron confusa nuhe donde vigilaban ojos multicolores, los ojos rle mis personajes que m? miraban angustiados. Y mi malt-star y m1 vergüenza anmf'ntaban bajo la mirada de estos ojos inertes. La tempestad cesó de aullar y todos los sonidos se anularon con ella. Yo no oí más el tictac del reloj, ni el murmullo de la nieve, ni la voz qne me hahía hablado. El silencio era absoluto, y la vil:;ión perma.ne· cía suspensa en el aire y parecía espf'rar al­gún signo misterioso. Y yo, yo también es· paraba apasionadamente con todas las fuer· zas que respetaban á mi alma. Esto ~luró largo tiempo y no podía apar­tar la v1sta de las sombras. Al fin grité: -¡Dios. mío!. ... ¡Por qué es estel ¡,Qué os proponé1sf 142 Entonces la voz lenta é impasibld tinti­neó de nuevo: -Resoónde tú mismo á tus preguntas. ,Por qué has eserito tollas estas cosas? ¡Por qué sin contentarte con desgracias realee, con la infelicidad tangible y visible de la vida, hai inventauo nuevas torturas y te esfuerzas en vestir de realidad tus fantasías! ¡Qué pretenues conseguir? & Deshacer loe escombros de aliento que restan á Jos hom­bres; arrancarles toda esperanza de mE-jora­miento, mostrándoles sólo el mal? &Acaso eres enemigo de la luz y te complaces en arrojar n~gruras y tristezas sobre el ya. ne­gro y triste desencanto humano! O bien, ¡odias tanto á los hombres que quieres tles­truír en ellos el deseo de vivir presentándo­les la exist(>ncia como un suplicio sin tér­mino? &Cuál es tu propósito! Dilo! Yo e~taba consternado. Estos reproches eran muy raros, ¿no es cierto! Todos t-m· plean el mismo proeedimiento f)ara es(:ribir, sobre todo cuando se trata de cuentos de Navidad. Se coge de cualquier sitio á un pohre muchachuelo ó á una pobre niña, y se les hace morir de frío bajo las ventanas de una casa opulenta donde brilla el árbol iluminado. Es una costumbre, la he segui· do y he aquí todo. -Escucb;ld, comencé. N o sé quién sois ni lo quiero saber. Me habéis hecho prt-gun­tas y voy á contestarlas, después de lo cual espero no me nfgaréis el derecho de dormir tranquilo el resto de la noche. Describiendo estas miserias, estas agonías, no pienso más que en despertar en mis .semejantes senti­mientos de compasión, de hnmanidantanllo dolores imaginarios, ¡pre· tt>ndes despertar buenos sentimientos en loa corazones acostumbrados á dolores reales! ¡Reflexióna! Cuando ]a realidad miserable DO enternece á los hombr('S y DO ofende su alma, acaso van á lograr tus. fantasías con­mover la conciencia de estos hombres! ¡Y cret>s triunfar7 ¡Y tienes esperanzat Continuaban las somhras gesticulando su muda carcajada. Me parecia que no acaba. ría nunca, que hasta el dfa. de mi muerte la Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 143 Los Lunes del Correo Terfa ...... La tempPstad tamhién rf'Ía ... . Y )a voz impla('ahl~ hablaba, hahlaba ...... . Quise t>SC~tpar de la ohst>si6n. Me hundí en·la oscuridad ....... De pronto, rE>shalan. do dPI IE>rbo, fui prE>cipitblas clavaban sobre mí sus muertas miradas. ahalanzarme sobre las cuartillas donde ha­bfa. dt-serito la avE>ntura del vif'jo y de su compañE>ra. Las ra. I!Ué sin leerlas. Y en el aire (~taro d6 la mañaua, arrojé sus trozos que ruariposE>aron. Asf volaron, á gusto de la nocturna alu­cioaci6n, las visiones que himeroo pasar a o te u lis ojos todas las tristezas, todos los sufrimientos, todas las opresiones, cuya ina­gotable historia pretendí narrar. Desperté al alha, dolorida la cabeza, an­gustiado •..... Mi primer movimiento fue La cascada, al lanzarse al precipicio en un volcán de nieve se destrenza, y en la negra vorágine suspensa es como una virtud rodando á un vicio. De peñas entre el áspero cilicio emerge el río su blancura intensa cual un albo Pontífice que inciensa en la virginidad de un sacrificio. Todo duerme eu la selva y en el llano. La canda, con hervores de oceano, grita en la soledad, trágicamente, y al surgir en los árubitos la luna va á besar, bajo el dombo de su cuna, la cabellera blanca del torrente .••. __ MÁXIMO GORKI (De Páginas Bl 144 --- ----------- r=~~~~=~==~~~~~ ~ AVARIA 1 -PRODUCTOS Y PRECIOS DE VENTA Bogotá., Septiembre 20 de l.9ú5 Oerveza Pílsener, Lager y Bock, docena de medias batellas .... $ 100 de botellas dobles.... . . • 190 Doppel Stout de medias botellas .• ____ 130 Oulmbacher (marca Tigre) 130 -Higiénica 180 -En banil, Pilsener, Lager y Bock, el litro _____ ~. _____ .. __ . 10 Agua gaseosa pura docena de medias botellas._____ 60 Agua gaseosa con diferentes jarabes- -. _ ... _ 66 Sparkling Bavaria Kola - ....... _. 100 GingerAle - ...•••.. 100 Baval'ia Cider (Cidra espumosa) - o....... 120 Extracto de Malta - .. _ .. _.. 420 H ' el o por mayor, la libra ......... _... . . • • . .... _ ......... _ 6 Carbón mine&'al y vegetal de Zipac6n, vendemos á los precios co­rrientes y á domicilio. Descuentos sobre los productos embotellados 5 por 100 en 10 6 más docenas. 10 por 100 en cien 6 más docenas. PRECIOS: son los corrient~s del día del despacho, aun en el caso de anticipaciones de dinero. BOTRLLAS: Vendemos y alquilamos botellas cerveceras. BARRILES : Para la venta de nuestra cerveza en barril, hay barriles desrle cinco litms. OORCHOS Y LUPULO: Vendemos á muy buena calidad y á dife­rentes precios. CEBADA: Compramos al contado y á los mejol'es precios de la plaza grandes ca u ti dad es de cebada en grano. DEUTSCH COLUMBIANISCHE BRAUEREI G m. b. H. El Gerente, LEO SIEGFRIED KOPP ., ~~~=~~~-~~~~~ Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Fuente: Biblioteca Virtual Banco de la República Formatos de contenido: Prensa

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Los Lunes del Correo - N. 12

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Los Lunes del Correo - N. 5

Por: | Fecha: 05/01/1906

RepÚblica de Colombia LOS LUNES DEL c·oRREO SUPLEMENTO LITERA.RIO A " EL CORREO N:ACIONAL" Director-Redactor, B. PALACIO URIBE _llERIE i." ~ J30GOT Á} ~NE~O f5 OE i906 -- -r ~ÚJIERO 5. 0 Lu eamor&ldas, por A. Fernández Garcia-Año uucvo, po r A. Gómez Restrepo-Los libros amados ••.• , por Manuel Bueno--La casa solariega. por Enrique Alvarez Henao­Lu incurables, por Emilio Carrere-Ros:4 mística, por · Ollmaco Boto Borda-El modorro, por Joaq.uin Dtc~ n ­taA- Demt llbro, por Carlos Villafañe- Hlstorm de almas , P9r G. Martfnez Sierra-Una boeá perversa, por F. Mar­tfnez Rlvas-Eu pt·osa, por Alberto Carvajal-~ Porqué?, poi' K. Antonio del Cor:-al-Ei pequeño márttr, por V. Rooc»y-Sllencio, por Diego Uribc - Yo v engo de un bru· mo&o pala lejano, por Amado Nervo. ~~~~~~~~ ~ LAS ESMEftAl.OAS (Cuontn fantástico) En el patio de la antigua casa tiOiariegn , · maoi.:a como una fortaleza, crecía en el si­lencio la maravilla de un jardín. Era uu jardfn abandonado, eo donde, rompiendo la maraña verde de una malez(' vulgar, uso ­maban aoñ y acullá, sus corolas pensati vtt , la nobleza de algunas flores. Anchas rosas rojaa refan al sol, mos~ran~o .lt.' saugre ~e sus pétalos, y la anemia dt vma de alguu lirio, inclinaba su cáliz de vago marfil, oomo vertiendo, en el silencio y desolación mor­tal de su abandono, en una gota de rooio, au pulcra ánima cristalina. Bajo la verde maraña hostil, mostt-aba á las veoes un cla­vel au detonante corola, viva y purpúre~t OOlllO una herida. Y bajo las flores humilla. das bajo la maleza invasora, dol'mía la ois · ter~a profunda, con su clara pupila eu el fondo, en donde, como en un sepulcro, el alma del agua soñaba, muda y solemne. J..a cisterna oculta bajo las tlores era el Mima del jat·dín abandonado. A su fondo oaían año tras año, todos los cálices muer­toe. Y una primav~ra toda aroma y color, caía á su fondo, en el sacrificio de sn inútil belleta. Los aromas de las flores muertas y de las hojas en con-upcióu, unidos en un eolo aroma acre y extraño, se difundían poi' toda la ancha casa. Y la piedra sensible se saturaba del raro perfume sutil. Sobre el silencio de la casa volaba el per­fums. Y el silencio se perfum~ba . En la antigua casa solariega sólo vivía la anciana, acompañada de su. dos nietos . Era una familia de Rntiguo origen el!pañol, venidtt á América eu lejanos tiempos. Era una de esas familias que triunfan, esplenden, dan á la vida su cosecha de paladinea, de ·poetas y de artistas, llenan la historia, ago­tan la leyenda, hacen la poesía, dejan en el mundo un rastro azul y rojo, y desaparecen luégo, en algún descendiente, vago, pálido 1 marchito, devorado po1· la anemia y la n~n­rosis. Hnsta la casa uo llegaban loa rumoree de la ciudad, y en su silencio conventual . viTía la vieja paralítica, sentada etetnamente en su silla rodante. Los nietos una que otr vez en los días mejores la paseaban alrede­dor del jardín, por los corredores anchoe y sonoros. Y la vieja delante del jardín reoor· daba sus antiguos días, historias de fiestas, recuerdos de amor, tal vez . Entre las almo· hadas de su silla rodante, vestida de blan· co, seca, enjuta, avellanada, los ojos que un tiempo fueron azules, ahora deslustrado• por la vejez, !noiendo un vago brillo gl'is, mostraba su arrugado roBtro amal'illo, del co~or de una hoja ttbarquillada por el sol. Los dos nietos gemelos y de lm perfecto parecido, á los dos lados de la silla rodante, mudos y silenciosos siempre, expiaban e rostro de la anciana, para sorprender el gea­to acostumbrado de llevarla. Y al 1 de la anciana, los dos nietos, lívidos y escuáli­dos, tiesos como dos cirios, parecfan velar la · muerte de las cosas que se desvanec~n en la nada. Los dos nietos jamás salían de la casa. Huérfano~ al nacer, se h'lbían acogido al amox de la anciana, y habían crecido allí mustios y enfet·mizos, consumidos por la atrofia. En sus cartls jamás sembró la ado~esoen· cia sus rosas fugaces. Jamás el rubí de loa deseos juveniles animó con su llama mila. o-ro::¡a la fuente triste de su sangre anuinada. Sus rostros mofletudos y cristalinos, sin aeo­mo de viriles señales, eran apenas alumbra­dos por dos ojos claros y asombrados oon el asombro de grandes niños apacibles. Su -inteligencia, como su sexo, ~ra una inteligencia en germen, latente, vaga, inde· cisa, como todo su sér. Y co~pal'tfan toda ~u vida entre la realidad y la sombra. Eran bocetos humanos, borrosos como loe boce­tos, caprichos de un pinto1· que distrae s_ui ocioa de creador, dibujando siluetas vapero. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Los Lunes del Correo 46 ---------------- - - -- -- sas. Vagaban por la casa como fantasmas siempre juntos, distrayendo con nimias ocu­paciones el ocio de sus vidas. Y al cruzar, por el jardín abandonado, realzaban con su presencia la bellezá melancólica de las rosas humilladRS, bajo la verde maraña vulgar. En sus perennes dfas pálidos, encontra­ron al fin un encanto. Olvidada en un rin· eón de la casa encontraron para abrir al pla· cer de la imaginación sus cabezas abotaga­das, una llave vieja y triste, fuente de ma­ravillosos ensueños y consuelo de mil des· graciados: la llave del vicio. Y esa llave fue la ruorfina. ¡ Blanca llave, blanca y sutil, minúscula y misteriosa, que abres las pner· tas secretas .de nuestro espirito, que n-os en· señas arcas y tesoros ignol'Bdos por nosotros mismos! ¡ Ganzúa habilidosa para la cual no hay cerradura complicada, si es que nos quieres dar la felicidad ! Fne un viejo negro, un antiguo esclavo, quien puso en suA manos la llave miste· riosa. El esclavo los inició en el vicio, lenta­mente. Sus almas, bajo la acción de la dro­ga, despertaron á la vida. Las cosas le de­oían ahora sus misteriosos encantos. Las rosas les enseñaban ahora la maravi- 11" de sus pétalos, el cielo les daba su azul, el perfume su ala sedeña, el agua su canto armonioso, y el aire su invisible cabellera de cristal, donde la música derrama sus in­visibles claveles. Bajo la acción de la droga, fueron hur­tando á la abuela pal'alítica, para mantener su e.x.tnña pasión y la del esclavo, las eso&· sas monedas de su renta. Y el esclavo ex· pl•taba el vicio de los hermanos gemelos. LQ mayor parte de la rent~ e consurufa de­nochada por la avaricia del esclavo. Validos de mil subterfugios, solicitaban de la abuela el dinero necesa1·io. Y ante los gestos de la anciana paralítica, gestos la ma. yor parte de las veces reprobatorios, fueron cobrando lo,. do11 nieto11 cierto germen de repulsión por la anciana inmóvil. De allí fue que recurrieron al fraude. ExviRban las horas del sueño, é introdu­cidos eo la cámara silenciosa, el oído alerta, indagaban el sitio que en la antigua cómoda guardaba las monedas y las joya!!. A falta de monedas eran las joyas victimas de su codi­cia iusaciabl&. Llenos de temores y de an· gnstias óometían estos robos, pues la vieja podía de un momento á otro S\brir ttu ojo acusador sobre ellos. Y temían á la mirada tija y dnra de la vieja como á un puñal. Un día la vieja, deede los almohadones de "" silla rodante, mientras ellos en silencio rebullían en la vieja cómoda los antiguos cofres, ab»iÓ sobre ellos su pupila inmóvil, dura, fría, penetrante como una daga, y hu­yeron hacia el jardín helados de espanto. Desde ese momento la abuela estuvo ojo IL vizor. Apenas dormfa, y se desarrolló en ella el espíritu de una avaricia fatal. Hizo rodat· au 1illa rodante junto á la vieja oó-moda y se conatitnyó en guardadora perma. u nte de sus tesoros. La a va ricia 11e despertó en ella de una n11mera poderosa. Los nietos erraban de un lado 1i otro de la casa como bestias perseguidas, atenaces­dos por el vicio, menesterosos de imagina­ción. Pero la abuela no mudaba de sitio. Una aversión profunda se despertó enton­ces en sus almas infantiles, una aversión ciega, enfermiza, caldeada á oada momento en sus almas rudimentarias por el recuerdo de sus maravillosos ensueños desvanecidos. Pensaron entonces el! victimarla, pero el recuerdo de sus pupilas, duras como puña­les, los atemorizaba. Ellos recordaban haber visto en un cofre antiguo de la vieja cómo­da de caoba dos enormes esmeraldas. Dos . esmeraldas de nn verde maravilloso, en donde culminaba el color vivo y fresco que tienen ciertas olas del mar. Y era como si el alma verde de varias olas se hubiera fundí· do en una sola gota densa . Viendo las dos enormes esrnernldas se oreerfa escnchar la voz profnnda de los mares, esas voces he­chas oou el lamento de millonen de náu· fragos. Y las dos claras y gigantescas esmeraldas los tentaban con el señuelo de su verde pres· tigio. Tal vez en el fondo de las esmeraldas vivía el e. píritu de una. sirena que en el si· lencio de la casa solariega enviaba hasta ellos el sortilegio de su canto. No pudiend<> sopo1·tar por más tiempo la tortura de aquella situación, resol vieron htutat· las esmeraldas . Si la abuela se opo­nía, la matarían. Y provi t o de do& puñale1 que desprendieron de Ullfl vanoplia, que de ti•mpo inmemorial adornaba la cámal'B an· tigua donde habían muerto sus anLepasadoa, penetraron en la pieza de la abuela. La abuela dormía.. Pooo á poc o, oon pasos cautelosos, ~te aoeroarou á la cómoda de oaoba. Abrieron las hojas del mueble, y en el fondo del mueble brillaron á. la luz las esmeraldas. Verdes, claras, transparentes irradiaron en la sombra. Los dos hermanos fue• on ex.­tendieudo a ~llas las manos. L11s manos de los dos ~erulanos pálidas, hinchadas, orista· linas, mano:; de cloróticos, se acercaban cada vez más á las dos piedras preciosas ..... · Pero cnando estaban cerca, cuando sos la1·gas uñas pálidas ya iban á tocarlas, se despertó la anciana y abrió sobre elloll las duras y fijas pupilas. Sintiéronse entonces como atravesados por un mismo puñal, y de improviso, en un solo ímpetu, hundieron en ·el pecho enflaquecido y arrugado de la vieja su~; dos dagas antiguas. Cuando fue­ron á coger las esmeraldas habían desapa· recido. Un gato negro, que hnía por la. pieza, les mostró de:;de la puerta, entre la sombra, t!U8 dos pupilas fosforescen tes. A. FERNÁNDEZ GAROÍA. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 47 AÑO NUEVO (Inédito) Ya la primera luz toca á la puerta; Abre, bien mío, la oriental ventana, Que es cariñosa amiga la mañana Del que sin odios ni ambición despierta. Ya con blando trinar nos dio el alerta Desde su nido 1~ avecilla ufana; Ya del tumulto de la vida humana Llega á nosotros resonancia incierta. Démosle cariñosa despedida Al año muerto que dejó marcada Pura estela de luz en nuestra vida, Y con la vis_ta hacia el futuro alzada Alégra tú su oscuridad temida Oon el lampo de sol de tu mirada. ANTONIO GOMEZ RESTREPO ~OS LIBROS AMADOS,,. Con distraído andar paseo la calle. La luz del día se amortigua tras las tempranas sombras de la tarde, y en la melancolía ru­morosa del crepúsculo suena el fabordón de una lejana iglesia. Los viandantes pasan á mi lado al compás de sus íntimas preocupa­ciones; unos van lentos porque ó son ricos y nadie es tan dueño del tiempo como quien tiene dinero, ó son perezosos, y ya es sabido que la indolencia es un alifafe de la raza. Otros marchan celeros porque ó no son es­p~ ñoles, ó son esperados por el amor de una mujer ó el brillo de las codiciadas pesetas, dos variedades de la ambición, que siempre darán alas á nuestros pies. Mujeres muy be· Has y elegantementé defendiclas del frío in· vernizo, cruzan la calle apostadas en sus carruajes, entre un niágara de blondas y un océano de pieles. Nuestros ojos llamean al verlas pasar, las siguen con deseo y las espían con tenacidad porque, como somos jóvenes, poetas y soña· dores, creemos en el imposiiJle, en la quime­ra de que una dama se apee de su cocb~ y nos diga que no puede vivir sin nosotroN. ¿No os asegura á menudo el cronista de uu diario de la tarde que las señoras se perecen por él ! . . . . f, N o os dice que los coches ele­gantes le persiguen ' Voy solo por la calle ; es decir, solo no. Me dan escolta mis afanes y mis recuerdos, las tentadoras perspectiv-as de lo que será y las dolientes remembranzas de lo que fue : el mañana y el ayer. Y en la claridad ya difusa del día, el jadear de la vida social se difunde con monocordes sono­ridades de colmena. Me detengo ante un mercader de libros usados que planta su tienda al aire libre. Los ejemplares tendidos sobre una tarima dan á aquel trecho de la calle la apariencia de un ángulo del cementerio, y sobre las. Los Lunes del Oorreo desteñidas cubiertas de los libros aparecen nombres queridos y respetados: Olarin, Daudet. Eusebio Blasco, Dickens, y tam­bién nombres que nada evocan en nuestro espíritu : López Bago, Emilio Gaboriau, Martinez Barrionuevo, Jorge Ohnet; todos se codean y se confunden con ese campecha. no desenfado con que la invalide1 y la muer te enrasan á los seres. Harto sé que estos últimos cuatro escritores viven; pero para nosotros no han nacido tOdavía. Mi aten­ción no se detiene en ninguno de los Ji. bros que tengo delante. Los que ·amo me son conocidos y me acompañan en mi casa. Los otros esperan la mano piadosa que los abra. El hombre del tenderete, el dueño de la tarima me retiene. -Si pasara usted mañana por aquí, vería muchos libros notables, me dice cortés .... -¡Y de dónde proceden? ¡Quién los va á traer! .... -Son de la biblioteca de un literato que acaba de morir. La familia los saca á su­basta entre nosotros Jos libreros de viejo ... -¡Y ese literato !-pregunto sin presen · tir á quién se refiere .... -El Sr. Navarro Leclesma-añade él con naturalidad. Debía ser muy ilustre escri­tor, porque en su entierro iba un coche da ministro .... -¡Bueno, allá veremos! Pasaré por aqui ... Y me clespido bruscamente, con el alma afligida. Recuerdo lo que amaba los libros el pobre é infortunado Paco, lo que los codiciaba, Jo que rebufa el prestarlos. En su honesta vida de escritor desdeñoso de la calle y del trato social, en su austero apartamiento de polí­grafo, los libros equivalían y suplian á los amores no contraiclos en sociedad, á las amistades no trahadas en el mundo. Eran para él copfidentes, colaboradores, amigos y consejeros . De su calor, de la vida que exhalaban sus páginas, se nutrió el maestro; á ellos y no al comercio humano debía lo más típico, lo más fuerte de su personalidad. Muerto el escritor, esos libros, esos amigos . queridos, se dispersan, van á otras bibliote­cas, á otras manos. ¡ Qué bibliotecas será~ más hospitalarias que la sobria estantería que los albergaba! ¡Qué manos los h'ojea·' rán con más mimo que las manos, ya disuel:. tas ó incorporadas á la tierra, del pobre Pacof Acaso se adueñe de ellos un burgués rico, los mande empastar fastuosamente y les dé alojamiento tras los esmerilados vidrios de un gentil armario. Quizás los compre uno de esos hombres que para proveerse de lite· ratura y de ciencia tlScriben de cuándo en cuándo á Fé en estos ó parecidos términos: "Mándeme usted dos mil pesetas de li­bros .... " ¡ Quién sabe ! Tal vez pasen. á' poder de un erudito empalagoso de esos que tan confortable asilo tienen en la Academia por habernos enterado de quién lavaba la' ropa de Calderón y quién rasuraba á Cer-. vantes. ¡,Por qué no 7 Yo he rehusado aque' ' Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. !.,Jos Lunes del Correo Jlos ejemplares. Me parece una deslealtad ~dquirir por dinero en la calle lo que era ,.legrfa y consuelo tle un amigo en las férti ­J~ s y apesaradas horas tl~ su breve existencia No ignoro que tras esa venta que saca á .la intemperie Jo que Navarro L~desma te QÍa eu la intimitlad de su cuarto de traba ­jo, se esconde una historia triste · la historia de loa escritores que mueren pob~·es es de . c.ir, de todos los escritores. No imp~rta; yo / 48 no be querido ver uno de aquellos libros que él poblaba de notas y comentarios. Ojos in· diferentes podrán v~r en esos libros una roer· cancía; yo veo en ellos lo que el pobre Na­varro vio : el grande y duradero amor de su vida. Mis escrúpulos son pueriles, ya lo sé; no puedo, á pesar de todo, sustraerme á ellos .. . Y estoy contento ... MANUEL BUENO LA CASA SOLARIEGA ALBUM DE LA SEÑ"ORITA GEORGINA FLETCHElt (INÉDITA ) Sobre el verdor del prado floreciente, Y tras esbelto, tropical ramaje, Descuellan, con misterio, entre el follaje Al ti va torre y levadizo puente. Retrata el lago azul y transparente Un diáfano y espléndido paisaje ; Y al fulgor apacible del celaje Los cálices aroman el ambieute. Al ensueño el espíritu se entrega, Y evoca algo poético y lejano .. . . Y no sé qué de tierno al alma llega, Cúando aún en las frondas de la vega e escucha la canción del hortelano Que cultivó la Oasa Solariega. Enero: 1906. LAS U{CU'RABLBS Es un caserón pardo y conventual, si~o en el número 11 de la calle de Amaniel. Allá en tiempos remot,os fue la casa solar de un noble~ viejo y austero, el conde de Monterrey, y aun al través de los siglos y de haber sido varias veces remozado el edificio, a6n parece flotar en él el espítitu de las an­tiguas vidas. En 1824 fue adquirido por la condesa de Lerena y por su pia voluntad convertido en asilo de ancianas incura­blC! I. En el amplio portal hay una hornacina ooo nna imagen, ante la cual arde una lám­para roja y cuelgan amarillentos ex-votos d~ cera. Yo he cruzado varias veces ese portalón en un triste y lejano mes de Mayo, llev•do por una devoción dolorosa, y he su­bido lentamente la gran escalera jalbegada de aznl tenue, en uno de cuyos testeros y junto á un lienzo borroso que representa un p~je evangéliao,. albea una lápida de már­moJ . ~rpetuando la fecha en que un carita· ENR,QUE AL V AREZ HEN 0 tivo señor, en descargo de sua 1laquezaa mundanas, hizo al morir donación de ~us haciendas á la santa casa. Nada hay tan hondamente melancólico y monótono como un hospital. Yo be presen­ciado el drama vulgar de esos míseros viví­res, con sus días abrumadoramente idénti­cos, el alma desolada y la carne rolda por la carroña. Llevan en la frente, como un tremendo tatuaje, la desconsolado-ra palabra Inet.trable, y arrastran la penosa cadena de sus días por las salas blancas, llenas de le­chos iguales con un número y la efigie nimbada de algún santo. En las horas beatíficas de solecito, las an­cianas á quienes el mal no retiene en el lecho, salen á una galería alegre, adornada clln macetas, que cae sobre el jardín gris . y simétrico con una fuente vieja en el ~o­tro. Todas las asiladas son muy vi~jas; al­gunas llevan en su alma la pesadumb_(e de un siglo de. recuerdos, y pocas persouas van á visitarlas. Las Hermanas suelen -entrete- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 49 ner su amarga soledad con la narración de milagrosas historias de santoral. Los días de fiesta, el Administrador y sus hijas visitan el establecimiento, y es muy triste ver pasar al grupo familiar, con la ex­presión de su felicidad serena y amorosa y de su bienestar burgués, por l~s salas hela­dos • llev.ad, quién Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 58 .Lo& Lunes del Correo --------- - ·------ ----- sabe por cuanto tiempo, clavada en el alma, inm6vil, torturante ; el último grito de la locomotora; 1~ voz rítmica y suges­tiva de 1~ camFana que anuncia la hora suprema; la~ trémulas ondulaciones de 1~ pañuelos; el tren que se aleja ... .. ba. cen vibrar mi espíritu houdameote .V gozo, gozo sintiendo, en toda su intensi. dad, el dolor de la madre que deHpide 1\ su hijo, del enamorado que se baña por última vez en el escándalo de luz que se escapa de lo~ ojos de ~;u amada. Esa mañana me pa~eaba, como de cos­tumbre, por los andenes de la estaci6n v~éndolo todo, observándolo tocio, pero poco 4 poco fue apoderándose ,je mí el mald1to opio de lo" Rueños . No sé qué fantá stica leyenda enhilaba mit mente, cuando fui sorprendido por un ligero ta. coneo que á mi espalda golpeaba delicio . samente el embaldosado. Era una mujer bella, trajeada de blanco. Pas6 por mi lado indiferente y fue á buscar el tren. A t~u paso dej6 saturada la a t m6sfera con el aroma de un perfume exquisito y extrafio. Ese aroma me era conocido. iLo babia aspirado en d6nde? No sé . Pero lo ha­bía aspirado en otra parte ; muy lejos de allí; hacía quizás mucho tiempo, afios tal vez. En el ambiente tibio de una aleo. ba, mientras mi cabeza reposaba sobre la intachable curvatura de un hombro fe. meni1 y una mano delicada y fina acari. ciaba mis cabellos; á la luz atenuada y meditativa de una basílica cristiana; á bordo en una mañana de primavera, 6 en mi ciudad nativa e nclavada al1á en una hoyn de los An tles como una garza soño­lienta á orillas de un lago inmenso de verdura. y de luz. Todo pasaba ya para mí inadvertido. Solo me quedaba el alma de ese perfume que flotaba silenciosamente en la atmós­fera de asa mañana de otoño, mientras los pasajeros se aprestaban para la mar­cha y que, apoder,ndose de mi . espíritu, lo en vol vía y lo acariciaba con una rara oluptuosidad. A su conjuro misterioso se agolpaban en mi menté ideas extrañas ; iban y ve. nían coronados de rosas y de espinas re . cuerdos de épocas pasadas que se llama. han con el nombre de una mujer, de una ol~d~d, de una villa, ó simpleme11te con el de una fecha, una calle 6 una posada. Ese pedume me había hecho recons­truír toda una vida inconsciente al prin­cipio, feliz y soñadora en Ja adolescencia, dolqrosa luégo; y en ninguna de las com­plicadas ramificacicines de las rutas tran. sitadas aparecía el rastro de su aroma extrafio, y sin embargo me era conocido. ~ El pito del iten que empezaba á m o. verse me volvi6 á la vida. Lo miré alejar­se y entre los pañuelos que se agitaban diciendo adioses creí contemplar uno en el que palpitaba, por última vez quizás, ti alma de ese perfume extraño y dolo. roso. He cruz~tdo el mar; he recorrido ciu. dades ; he visto mujeres hermosas ; he llegado á las estaciones á la hora de la partida del tren y presenciado dolorosos adioses; hé escuchado el último grito de ltl locomotora y la voz rítmica y sugestiva de la campana que anuncia. la. hora su­prema; he aspirado perfumes exquisitos y raros; pero aquél que me tox-turó en una mañana de otoño envolviendo mi e$­pírit\. l. y acariciándolo con voluptuosidad extraña, se fue para siempre entre los pliegues de un pañuelo que se agitó un instante con interrogativas ondulaciones desde la ventanilla de u u 1 r eo ... .. Ouard6 silencio. Lo miré. Su rostro se había tornado todavía más sombrío . Por no sé qué misteriosa evocaci6n pas6 ante mis ojos con su faz enigmática la vida; volví á los días luminosos de la infancia y aspiré de nuevo todos los aromas de mi valle lejano; quise sondear la inviolable oscuridad de) porvenir, y pensé en ti, amada mía, en tus promesas y eu tu amor . ALBERTO CARVAJAL. Bogotá: 1905. ..... ¿ POJt QUÉ '1 Si nos lleva el saber al desencanto , Como toda pasión al desvarío . ... Si después del calor nos muerde el frío , y al cabo del refr vertemos llanto! Si la Gloria requiere del quebranto Que aprisiona, entumece el albedrío ; Si se torna el placer en negro hastfo .. . ~ Y toda lucha nos infunde espanto ... . ! ¡Por qué el anhelo de alargar la vida, Por qué la aspiración á la ventura, Por qué el tributo á la mujer querida! ¡Porque la. luz que en su mirar fulgura, Es luz de cielo, que á vivir convida, Aunque sea el vivir una locura! M. ANl'OKIO DEL CORRAL EL PEQUEÑO MÁRTIJt Me encontraba en Nagy Szeven cuando tuve la curiosidad de asistir á una reunión de rumanos. Uno ele los asistentes atrajo en seguida mi atención. Era muy moreno y tenfa .. el rostro .rayado por una tlarga cica­trii. ,.• Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Los Lunes del Oorreo -¡Os habéis fijado en ese hombre? me preguntó mi vecino. -Sí: tiene una fisonomía interesante. -Es cierto : examinadlo cuidadosa-mente y ved la cicatriz que le cruza la cara. -¡Proviene de algún sablazo "l -Nó; es una maldición. :Miré á mi interlocutor, quien me dijo: -Salgamos á dar un paseo por el jar-dín, y en tanto os contaré la historia. Encendimos nuestros cigarros y mi compañero me hizo la siguiente narración: " En 1849 los imperiales, de acuerdo con los rumanos, sitiaban una ciudad hún­gara, defendida por sus habitantes y por un puñado de ' homeeds.' La resistencia de la ciudad irritó al Co­mandante austriaco, y éste decidió fusilar á todo hombre que se aprehendiese cen las ar­mas en la mano. Sucumbió, al fin, la ciudad, y el Co­mandante cumplió su palabra. La lucha había sido ardiente, desespe­rada, y entre gritos de c6lera y vociferacio­nes, los soldados se apoderaron de la última casa é hicieron salir á los que la defen­dían. Entre ellos se hallaba un hombre, jo­ven todavía, á quien seguía su hijo, un mu­chacho de trece años. Pocos minutos después las dos vícti­mas, arrimadas á un muro, iban á ser fusila­das. Un Oficial se acercó y se puso á obser­var · al niño, bello y enérgico, en cuyos ojos brillaba una llama. -¡ Alto!- gritó á los soldados que se preparaban á hacer fuego. ¿Este mucha­cho se ha batido con los otros t -Sí, contestaron los soldados. -¡Es una lástima, murmuró el Oficial, dirigiendo una mirada de compasión al niño, que no soltaba la mano de su padre. -Señor-dijo el padre-veo que tenéis buen corazón: antes ue ejecutarme, otor. gadme un favor. Permitidme que envíe el dinero que tengo en esta cartera á mi espo­sa, que está en lugar seguro. En aquel momento se presentó el Co­ronel acompañado de algunos Oficiales y de un Jefe rumano, el tribuno. El padre repi­tió su demanda. -¡Con quién queréis enviar . el dine­ro' preguntó el Coronel. -Con mi hijo. Los Oficiales murmuraron. El padre quería salvar á su hijo . . Miraron al niño; su traje estaba en desorden, y los trazos
Fuente: Biblioteca Virtual Banco de la República Formatos de contenido: Prensa

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Los Lunes del Correo - N. 5

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Retahílas de Colores

Por: Colectivo Audiovisual Tatagua | Fecha: 2021

El Colectivo Audiovisual Tatagua, ubicado en la localidad de Rafael Uribe Uribe, elaboró durante el 2021 un cortometraje documental sobre Henry Muñoz Muñoz (1960-2021), un reconocido artista y escritor del sector. Durante 17 minutos, la cámara sigue a Henry y su punto móvil de venta mientras narra historias de vida, que van desde la herencia familiar de colores y palabras, hasta la conformación de un hogar y la búsqueda de materiales para pintar. Entre calles y lienzos, se dibuja la figura de un hombre que revela uno de los tantos rostros marcados por la habitanza en la ciudad.
Fuente: BibloRed - Colección Digital Formatos de contenido: Vídeos
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Retahílas de Colores

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Bibliotecas del mundo: Oodi, una biblioteca en el corazón de Helsinki.

Por: Juan C. Tobón | Fecha: 2020

Conoce la Biblioteca Oodi, ubicada en Helsinki, Finlandia, en compañía de uno de sus bibliotecarios. Conversación sobre los servicios, programas y concepciones de la biblioteca pública. ¿Qué tienen en común las bibliotecas de Finlandia con las bibliotecas de Bogotá? ¿En qué se diferencian?
Fuente: BibloRed - Colección Digital Formatos de contenido: Vídeos
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TRANS-CÓN video poema

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El ADeNtro video poema

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Posdata de la posdata de la posdata de la posdata (video posdata para el fin del mundo)

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Meme(nto) anti(yo) video poema

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Interocepción video poema

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Nube video poema 1

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