Por:
|
Fecha:
1897
R vista d Literatura, Artes y Cie11cia
Dil"tECTOR
®abriel Jraforrr.
AÑO l. Medellín, .Noviembre de 1897. Número 3.
TO:M \..S C .. A.RRASQUIJJI.J.A_
(.'PoTO.- EL :.\IACO. -FRUTOS DE II TIERRA.)
hube deseado hallar en las produccione literarias
de Colombia la combinación artística de lo elementos
indígena · que dejara el extranjero de impri-ut~
§~ mir u sello en nue tra obra original, como si estuviéra-
~ 1mo condenado á la imitación eterna! Siendo la conti-nua
lectura origen de fastidio, no era natural que se buscase
con tanta frecuencia en el contenido de los libros lo ele-
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mentos de la obra literaria; es má. proclucti,·o á los eres c;;stble
que han nacido para el arte refugiarse en la naturaleza,
donde la fruiciones de lo bello no gastan la vida en tan gran-les
proporciones. Vi iendo en América, en la cumbre de los
nde , será una audacia de talento pintar un paisaje de las orillas
del ilo ó narrar con exacto realismo un cuento árabe, per
á nada conduce ese esfuerzo de la fantasía allá á esas lejanas
tierra , cuando tenernos bello paisajes, cuentos amorosos todavía
frescos como el campo que les sin e de fondo, tragedia de
guerras y de crímenes y por toda parte n1anifestaciones indígenas
del corazón humano, ese fondo común de novelistas y
poeta . En la vida de las ciudade · estaba todo sin explotar
antes de la aparición de Carrasquilla en el campo no elesco de
C lornbia. Y no es que carezcamos de lernentos a imilables á
la obra de arte · pue para el artista no hay imp ible en el desarrollo
artí tico del elemento real y prueba de ell es Ft-utos
d (} 1ni 1 icrra, no la stéticamente bella y agradable á p ar de
que su autor no buscó las hermo uras de nue. tra vida, ino que
al contrario, parece gozarse en pintar los tipo más repugnante.
de nue tra sociedad.
Lo ordinari e 1 campo de la moderna literatura y d e
allí hay qu xtraer con gran dificultad las obras de arte, como
: e '" trae el oro de la arenas minerales. Es preciso hac r palpitar
en el libro la vida del ambiente, en ayar croquis del natural
y conformar ·e con lo humilde del cuadro, que "el val r del arte
no e tá en el número ni en el tamano de las obras, sino n
la , ·erdad del detall y n la armonía del conjunto": e te principio
e un lugar común de la crítica contemporánea, p ro no hay
que echarlo en olvíd porq u e la tabla de salvación artís tica.
Ouizá el anhelo de novedad-dandismo literario-ha hecho
nacer~entre nosotros lo e critores ~rráticos que buscan 1 asunt
en países extranjero , olvidando que la novedad artística no
e ·tá en lo raro del modelo sino en la excelente man ra de ej -
cutar: un ~ to viable de cinco m se puede ser una no\·edad, pero
no e bello. El co rnopolitismo literario en Europa s una
nece idad porque lo europeos tienen gastados lo asuntos propios
y deben bu car en tierras lejanas y vírgenes el altna nu va
de la obra artística. Para nosotros, la gran cuestión e explotar
nuestra propia existencia en favor del arte. Tomás Carrasquilla
inicia e ta labor. Ha publicado dos produccione artí ticas que
perdurarán, porque son jirones de vida propia: Simón elltf'ago,
cuento original y Frutos de m ·i T ·ierra, no\ ela de costumbres muy
bien hilvanada y mejor sentida.
El trabajo intelectual del autor que me ocupa satisface en
ntioquia el deseo de sensaciones artísticas que experimentan
todos lo pueblos cuando han alcanzado cierto desarrollo. Y o
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he vi ·to evorar con an ·ia n la capital ntioq uia la nue\·a
producción literaria, como anles había visto leer con entu ia m
rayano en delirio novelas france as en traducciones dete table .
Lo que prueba que el pueblo ti ne afición á la lectura y e inteligente
y de pon enir. Por fortuna para Carra quilla hay má.
dzicttalltcs que artista .
Los inteligente estaban entregado á la lectura d produc-ione
extranjera , y siempr que medían el porte á la literatura
propia la hallaban din1inuta. Per no dejaban de 1 er, porque
le quedaba una e peranza. El dia de eado no llegaba, al cont:
·ario, la dccadcm:ia iba penetrando entre nosotr . , como un
~:.ls asfixiant . La irilidad e iba e.~tinguiendo, dijéra:e que los
nue\·o literatos eran de_graciado eunuco que guardaban para
otro el templo pagano de la letra . Y el público a. í lo comorendía.
Carrasquilla escribió para e:te públic , qu taba muy
bien preparado para r cib'r cualqu: ra obra original e. crita e 11
talento.
En Frutos de mi Ti.Tra el autor rompió de ·d luego la catni
sa de fuerza de las imitacionc · y de la literatura decad nte,
y ' te su mérito ~ ncial.
Quizá d:cha obra s un obj to de lujo n e:te tiempo cuando
la ·ación atra 'Íe a una cri i · p:)!ítica y ce nómica qu n
la d ja dedicar ·e á sen. aciones delicada·, puc. t rKl cnsueil.
e: pérdida de fuerza y la d-...bilid , d en 'p ')Ca· crítica· es cÓn1-
l lice del d lito.
ntioquia debe n to o tiempo, e ·o ·í, gratitud á Tomás
arrasquilla qu · le ha calmado un de. eo, 1 de gozar intelec-tualmente
con los objct que nos rodean, presentado bajo
su a ·pect artístic .
Ha terminado Ia 'poca de 1 s mal s cr o que si aún ~e
publican y á no ·e leen; es tamo hartos de cuento· y ele chi tes
de mal gusto. y llega la n vela, popeya de la vida, que la
única forma literaria que puede atisfacer á lo de content · d
hoy, porque es tnás amplia y má · completa que lo
no e.' ige, como los versos, facultades máxima .
1 salir á luz Frutos de mi Tierra el público ha aplaudi o y
con razón, porque Carrasquilla ha volad muy alto en la región
de la 1 tra . Los críticos de imprenta y e chi me n lo dejarán
extasiar e en u vuelo á las regiones del arte. El que sale al
público no tiene y á tranquilidad. Quizá lo que lo alaban ha. t2.
con ertir la crítica en panegírico serán los má fa tidio os á Carra
quilla, pues el mode to autor de Frutos de 11Ú Tierra tiene el
talento uficiente para no lanzar e al aire con ala· de humo. Y
lo fastidiarán, e toy seguro de e to. inguno de u críticos dará
en el clavo, lo alabarán por lo que á él meno le gu te y no
les llamará la atención, ó rechazarán, aquello de que '1 e tá sati -
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10. EL MON'l'.A"S:É.
fecho y por lo cual con idera digna de con en·ar e su obra. Esa
e una de las de gracia de lo arti ta : que nadie iente como
ient n ellos y que ca i nadie se encariña con la produccione:
á que el arti ta ha con . agrado todo su amor. Pero eso no tiene
r e n1edio: el que e lanza á la publicidad pertenece al público.
T o má Carra quilla ha dejado de er el bohemio de Santodo ming
·o en Anti quía, para ser uno de los primero no\·elistas d e
C o lombia.
El autor de Frutos de mi Tierra se ha hecho por completo
á una vida de artista, lo que es raro en nuestra tierra. Se mantiene
ajeno á las ocupaciones ordinaria de las gentes de esta.
m o ntañas; no . igue exaltad amente los debates de la política; ni
e mezcla e:-1 la · guerras civile ; no viaja como lo · judío errante
de ntioquia; ni bu ca en los vicio · el olvido del talento
que lo pone en de equilibrio con sus compatriotas. e dijer2.
que e feliz i no fuera artista, como se puede d cir d una muj
r que es dichosa cuando no ama, porque no i nte. Lo arti ·ta
r finados ti nen alg·o de la delicadeza femenina, de esa en-ibilidad
nervio a que á la mujer hac encantadora y á lo:
arti ta felice , pues la única felicidad de un e critor tá en la
e ncepción artí tica en frente de la belleza reaL
Tomá ~ arra quilla ya h mbre y arti ta con agrado e . el
n1i mo muchach cons entido d l . abro o cuento .. imón el J1Iago :
' ... _ T o n la ca a me querían, á cual m á iendo y e l
mi m y la plata labrada de la familia· ____ "
"Al darme cuenta de que yo era una persona, como t o d o
hijo de\ ecin , y qu podía ser querido y querer, ncontré á
n1i lado á Fruto , que, má que t dos y con e pecialidad, parc cióme
no t ner má destino que amar lo que yo ama e y hac e r
lo que se me antojara. _ .. "
"Re petadí imo. eran en ca a mis fueros. Pretender lo contrario,
e tando Fruto á mi lado, era pensar en lo imposible. _ . _"
"Al amparo de tal patrocinio iba sacando yo un geniecillo
tan amerengado y voluntarioso que no había trapo con qué
agarrarme!"
Aunque Carra quilla, al e cribir, suele no tomar la vida á
lo serio, á mí se me antojan e tas líneas como la íntesis de una
autobiografía infantil del autor de Frutos d e 1ni Tierra .. Y esto da
la clave de la personalidad literaria de Tomás Carra quilla. Un
hombre que crece y se educa regal adamente y á u gu to, para
vi ir lu .ego en circun tancias que no son las del poderoso, y en
una tierra donde no hay elementos de comodidad, ni de regalo
y placer artí ticos, tiene que producir, cuando escriba, páginas
desconsoladoras. Solamente las dificultades para la Yida desde
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los prin1eros año forman los espíritus luchadores. El mimo y
aga. ajo de la primera edad engendran el pe imismo. De lo mimados
.. urgen los arti tas melancólicos que no pueden crear sino
figuras histéricas que se muevan en un ambiente triste. El
e n entido, al salir al mundo p.ien a encontrar un círculo de
acción llano y fácil, como el que á su contorno formaba la familia,
y por todas partes tropieza con dificultades; no sabe mo er
·e en el áspero campo vulgar, y acaba por creer que el único
desenlace de las cosas es el desenlace trágico, cuando no el ri-dículo
que quizá es peor. El mimo á Carrasquilla io hizo pesimista.
Por e o creó los desesperantes personajes de su no ela:
Agustín Alzate, desgraciado usurero víctima de su oficio que lo
di loca de la sociedad y lo arrastra á la locura; Filomena, amante
histérica á los cincuenta años, como epílogo á la vida d comercio,
y Nieves, tipo de abnegación que existe en todas las familias;
alma cándida que par ce no tuviera más ideal qu atisfacer
á los demás á costa de sí misma; que es, en su e clavitud
irremediabl , de una verdad exacta y desconsoladora. Y estos
p r onaje ·e o tienen con una pcr istencia de monómano . Este
modo de e cribir está previsto en Súnón el JV!ago, cuando 1
niño protagoni ta quería morir para sustraer e al ridkulo de
haber fraca ado en su vuelo á las regiones azul s; el pobre niño
quiso. ubir al ciel y e hundió en el fan0 o.
I~l modo como .vé los objet un artista da la clave de su
talcnt y de ·u bra, die M. Taine. arra. quilla, como lo acabo
de indicar, ve la má veces el lado ridículo ó dolora o de la
cosa , ca i nunca lo tranquilo ó 1 sublime. veces .hace r ir.
vero no e humorístico sino satírico. Y cuando toma las co a
á lo . rjo es pe imi ta ha ta el exceso y puede ~er intransigente
como Flaubert y desconsolador como Zola.
LC:t.s mujere y los paisajes son lo único realmente bello que
tiene l\1ed llln, y Carrasquilla apenas lo deja adivinar en u novela,
se e pacía en lo feo como en terreno propio; parece que
quisiera dar á comprender que si hay mujeres bonitas, la mayoría
es de feas, que si hay paisajes bellos en la naturaleza, los de
una ti nda de comestibles ó de usura no lo ·SOn.
Lo que se mue tra siempre Carrasquilla, es artista. Al pao
que la n1ayoría de los antioqueños ve en todas partes
1nedios de especular para conseguir dinero, Carrasquilla ve á
todos lados la belleza utilizable y las faltas de belleza.
En el arreglo artificial mira Carrasquilla el conjunto, cuando
el vulgo mira el detalle ó la riqueza de las joyas; y no quiere
esto decir que como artista él dé la preferencia al conjunto,
pues si se le compara con otros artistas ó cerebros creadore será
de los que más importancia dan al detalle, hasta el punto de
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110 EL :MONTA~É:'
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que algunos e n ideran á Frutos d~" mi Tierra como una erie d ·
cuadro de costumbres.
n la descripción de una función relígiosa con todas la
vulgares agitacione de la m.uchedumbre, Carrasquilla no ti ne
para las turbas el desprecio y los arcasmos á lo l\1auppac:;ant.
sino al contrario, explotando lo que tiene de artí tico la religión,
hace pasar por el cerebro de la multitud una ráfaga de
cielo.
Las escenas vulgare tienen marco de oro, como que el
aulor sabe comb:nar con gran pericia lo elem nto. humanos;
al lado de la codicia y de la en idia de Agustín y ~ il mena, pone
la ublime abnegación de Nieves; D. Pacho E canelón, un
viejo verde, tiene por hija á la encantadora Pepa, una muchacha
casi fea que no ob tante atrae y enamora á los lectore ma culinos
con tra esuras int ligentes. Creo que este per. onaje d la
obra ele Carrasquilla s el que más impatía ha de pertado en
el público, y e razonable porque Pepa es la figura clá ·ica d 1
idilio antioqueiio en su de arrollo natural. Comprende arrasquilla
todos los postizo del tocado de las mujeres, sabe los
pliegues que dañan la escultura de la ~ rma · y aprovecha ·ta
d licadeza de entid para hacer de una mujer fea como Pepa
Escandón, un bell figurín, de spíritu caprichos y travíe. o e~
verdad, pero ante todo un figurín. Hay que habla1- claro, Pepa "'.canelón
e una figura de ob er ación compleja, dificil de e ncebir
en la práctica. A mí e me antoja una. átira contra el moclo
de ser e la mayoría d nu . tras mujeres, tímida. ·!n ser inocente._
y mimo a sin gracia.
E que las no elas de Carrasquílla on una sátira acerba
contra nue tra costumbres. Ilay trozos que deb ~ n dese . perar
á ciertas gente , si entienden lo que le n.
E Carrasquilla un e critor aparte en u mod de hq,c r n -
vela. Tendrá relacione con muchos autores extranjer y quizá
con alguno ó alguno nacionale , pero á nadie imita. Hace
no ela naturalista por temperamento y porque cada siglo tiene
u sistema, al fin del décimo nono ca i todo lo píritu cul-tivados
están por el reali mo en literatura. o cumple sinembargo
Carrasquilla con lo preceptos del naturali mo puro cuyo
modelo-segtÍn e ha dicho-es .111adame Bo·uary de Gu tavo
Flaubert, es más bien á e tilo de los naturalista· primiti ·o como
escribe Carrasquilla, lo que prueba que no igue por píritu
un sistema, obedece á su talento. Copia la 'ida para qu
sus obras pe.rduren, bien sabe él que lo seres di locado ó retorcidos
mueren pronto. Creo también que el reali mo e Carrasquilla
es un realismo indígena. Cada paí tiene u in1patía.
literarias, conformes á su manera de ser y de pensar. Los habitantes
de Antioquia tienen un espíritu demasiado práctico que le
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prohibe lanzarse á un ideali mo ne~ulo o ó á un decadentismo
enervante. La obras literarias genuinas de Antioquia no podrán
~e r ideali ta ; entre no otros no e pre tará más atención á
lo ideal que Ja necesaria para hacer obra artística. La literatura
que no gu. ta á lo antioqueños es la que nos hace reír á costa
de lo demá .
Escribe el diálogo, Carrasquilla, en lenguaje familiar, á la
manera de la obras de Zola que forman el monumento de un
puebl9 y la flor de un siglo. Se ha querido tachar este modo de
escribir, en mi e ncepto sin razón alguna, pue no deb censurarse
lo que e un elemento de verda 1 y no peca contra el arte.
Tiene Carrasquilla el talento para dar unidad á la obra de
arte. En u libro no hay acción dramática ni tesis dominante
que encadene lo capítulo para producir obra docent ; no hay
·ino el enlace natural de la vida, la uce ión no interrumpida de
palpitaciones, y á ese curso vital se entrega el lector, dejándo e
arra trar n bu ca de un fin, á la manera que en la naturaleza
·e per igue el n1ovimiento hasta la muerte. Y el final de los per-
- naje no se trasluce e mo en las novelas vieja , viene ine peradam
nte con1o en la vida, ó no se sabe, á imitación de lo que
...:u cede en pintura, que terminado un cuadro se despide al moelo
yá relajado para eno-endrar ten iones nerYiosa ~ productoras
de arte.
omo buen autor reali ta, Carra. quilla exhibe con lucinli
nto la muchedumbre, ya el rebaño de la igl sia cuand
de cribe una función de cuarenta horas, ya la multitud curio a
de las call en Es ZLll 'ucizo, ya toda la población alegre y 21-
uorotac.la en unas fiestas. Siempre sabe l autor caracterizar la
n1uchedumbre por us elemento senciale y preci o .. Y 'ste
es un punto de contacto con el gran maestro del naturali:mo
francé , no sucede lo mismo con los otros elementos del procedimiento
creador. En la pintura del amor de Filomena. por
ejemplo, pasión póstuma á la edad de los amores, con ribetes
de histerismo, Carrasquilla expresa la intensidad del deseo de
aquella hembra cincuentona, con caracteres alarmantes, sin llevar
al lector ha ta la crudeza de la posesión, cotno lo haría Zola.
Los literatos antioqueños, como lo hizo notar Jesús Ferrer
en La Bolzemia A leg1'e, se han distinguido por cierto temor
al público que los induce casi siempre á ocultar sus propios
nombres y á publicar con seudónimo ; no sé si esto lo harán
por pudor literario ó si los impele á ello cierto espíritu aristocrático
que repugna popularizar los nombres propios. Tomás Carrasquilla
siguió este procedimiento cuando con el seudónimo
de Carlos Malaquita publicó su Sz"?nón el Mago. Hoy ha adoptado
otro procedimiento en la publicación de Frutos de 1n-i Tierra,
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112 EL )'fO~J"fAXÉS
y Tomás Carrasquilla es lo que es: Tomás Carra quilla, autor
de un tomo de literatura genuinamente antioqueña.
Todos aguardan las nuevas producciones de Carra quilla.
Y o no las aguardo ni deben aguardarse, y voy á decir por qué.
Frutos de 1ni Tien"a es de la escuela de M adame Bo·uary y ya ·e
. abe que Flaubert produjo solamente cuatro novelas de consicieración
en una larga vida de trabajo constante.
Los colombianos no pueden ser fecundos literato~, los
climas de la zona tórrida enervan; las dificultades para el de ·arrollo
de los estudios y para la publícación de los libr :, desconsuelan;
el éxito improbable, escribiendo para el público, en
·u generalidad iletrado, desanima, y el ridículo, . i no se obtien
éxito ante la minoría ilustrada, desespera.
Hay ejemplos de lo que digo en los dos literatos que han
de ·collado en primera línea en Colombia, Jorge Isaacs, de quien
no conozco hasta ahora más que la María y Eugenio Díaz, autor
únicamente de la Ma1lucla.
í Carrasq uilla escribe otra-E obras el públíco aplaudira,
e. o í, y ería una fortuna para el país que no fuera unigéni <.t
la no\' la antioqueña recién nacida.
JO E lVI ~TOY A.
PERFILE .. ..\.NTIOQG.F~
EJ.~ E 'T ~DIA..L.,.,.rE
( Efe Gúmcz)
Lleva la hern1osa frente le antada,
A nadie teme, nada le horrípíla ·
La faz noble y severa, la pupila,
Del horizonte en el azul clavada.
En la regia altivez de su mirada
Al condor de los Andes se a. imila,
En la burla su labio hiel destila
Y da pavor su hiriente carcajada.
En los claustros activo y diligente
Se muestra del estudio en la faenas;
Aguarda el porvenir indiferente._ ....
Y si le habláis de Cuba y sus cadenas,
Veréis la indignación sobre su frente,
Y her ir la sangre en sus hinchada vena .. . . _ . !
ToBíA.- ]IM É~Ez.
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BLA1\ A 11:3
BLANCA.
(A i.~.t\S bAn1AS DE ~IEDELLÍN)
I
entre monumento y parque, Alza e in1·
ponente; se extiende blanqueando sobre
el pretil de un granado, La caja en que le
vino á papá El Mldico Práctiro es lá ha e;
el primer cuerpo, el molde de hojalata, alto y
estriado, en que mamá funde budine y natillas;
el segundo, un tarro de alm. n; forma
el cimborio una tacita de porcelana b ~a-..
abajo; y por remate y cor namiento dQ ~¡1 ,
estupenda con trucción, e yergue t1ca,.
e tirada, las manitas puestas, el r , _lit)\ 41 cielo,
la •·Virgen M ría" de tcrrcu .. -a ttn .. r gal .
de "Maximito hermoso". Es.p sura ·. de e -
~~~~~~íl~ rrollo de hinojo, cárnl>~ll ~g.;de fu cia y
de heliotropios, m ~taf>. n ca arone
de huevo rodea.Jll ({l g·randi · o monumento.
A un no estái satiSfecho el genio crea-dor
que !01 }({va:nta. Como alomón ell
Templ0, Santo,. quiere embellecerlo 1
todas. las riquezas imaginable . Corre al t
jardín, y, sin t~mer e pinas ni gusanos,.. t~oo.c-ba"
con los. JJP. X> . ~ ~Iia..~~ 1!>~
co y de albahaca. V~!€l"at ~D. ~.rr t,. :¿r~ ll'eq;oge
cuanto plumón d~_t:jo abierto, si algo
menos violento no se interpusiese: á más ele los nombrados,
otros árboles menores enfilan adelante. Y es de ver cómo pululan
t.n el esqueleto de los azucenas aquellos gusanos de felp't
negra bordados de corales; y cómo el mirto se gloría con 1
clásico del fruto y del follaje artí tico, y el azahar de la India,
con l0s copos virginale que recargan el aire de oriental fragancia.
Por ell s trepan y con ellos e entrelazan el norvio, el cundeamor
y el recuerdo y otras varias sutiles enredaderas ·d nombre
incierto y altisonante.
Formando escuadra con la ancha faja de ~rbole florido , e
extiende y ondula de poste á poste, á lo largo del corredor, un
e rtinaje de bellí ima, que aquí cuelga en tallos. allá se abullona
n ramillet es, para luégo recoger e en guirnaldas. Colonia rumorosa
de in. ectos enreda y explota con in sana codicia aquella
Capua de miele y perfumes; en tanto que las mariposas lo quean
en el aire, besan á su hermanas vegetativas, ponen en
juego sus cambiantes, y, como el anhelo humano, se largan voltarias,
caprichosas, en pos de nuevos ideales.
La niña, una vez terminada la magna obra, celebra la consagración,
como si dijéramos. De rodillas, las mano puestas corno
la irgencita, reza con atragantamiento de [! rvor el Beudita
sea tu pnrc~a · repítdo más apurada todavía; sigue con el pactrenue
tro; luégo, con frases y palabras sueltas de oraciones y
jaculatorias, en arta un disparatorio: cuyos vacíos inarticulados
llena con una monserga que sólo María puede entender. N o le
basta esto: cual i alguno de los ángeles de J acob la poseyese,
se desata en desvarío cómico-celestial. "¡ Virgen María queridita!
¡Virgen linda de mamacita y de papá! ¡Virgen María de
Pepito y de 'Maximito hermoso', de Alberto, de bebé y de Carlitas!"
Tan pronto alza la voz en una octava y la emite metálica
y vibrante; tan pronto la quiebra en ruidos secos linguo-palatinales
ó la modula en zumbidos de caricia; á veces canta, á
ratos murmura, por momentos conversa, y, sea apurada ó vacilante,
declama siempre. En la improvisación menciona á todos
lo de la casa, sin olvidar á Pedro, el asistente, sin oh·idar á sus
amigas, ni mücho menos á Clzeres, su madrina.
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BLA ~cA
Almamfa, el amigo íntimo, el de los
juegos delicados y caprichosos, el de la
blancura de algodón boricadn, el de las
manita de felpa, se le acerca con volteretas
y movimientos de trapo; hace el
arco, ronca, y, pa ándole el lomo por los
bracitos, le pone el hocico y el bigote
hirsuto en las mejillas. Ella lo carga,
lo estrecha, y con él cargado, prosigue
u plegaria.
En el corredor trasiega la niiíera con
el bebé en lo brazos, dándole biberón,
sin parar mientes en la algarabía ni en
las fie. tas de la niiia. Es la planchadora
la ·que, al ir á avivar la hornilla, oye
115
quello. ale y se encanta. "¡Vean esto, por Dios! Lo que
) o le vivo diciendo á m isiá Ester: e ta niiia no e cría." Y
corre en bu, ca de la señora para que venga y admire. E ter,
me lias y aguja en la mano, aparece en el corredor. levanta la
co rtina de la bellbima, y e a oma al patio. Permanece un in . t
a nte ilencio a, y luégo, con e a voz, ese acento fingido d mimo
tan tonto como sublime de las madre , exclama: ''¡Mi Reina,
te va. á a oliar! ¿ Para qué escogió ese punto tan malo paréL
hacer el altar ? ______ Tan bella, tan devota de su 'Virgen l\1aría'.
Mi Blanquita, mi grandeza, mi terciopelo precioso". Porque esta
niiia era una veces divinidad incomparable, otras palomita de
la gloria, otras agua de azúcar, fuera de los mil dictados á cual
má , inaudito que inventaba la madre en su locura.
De Dios y ayuda necesitaron seiiora y sirvienta. para que la
niiia trasladara el altar al corredor. Con esa volubilidad de la
niiíez, deja Blanquita el santuario, y dando zapatetas, mostrando
aquellos calzones con rodilleras y arrugados en la corva ,
corre por el patio persiguiendo un gorrión que se ha posado en
la rama de un hicaco. "Voy á traerle arrocito," grita entusiasmada.
Y en un instante está en la cocina, mete la mano en los esponjados
granos que muele la cocinera, los hecha en el delantal y
torna al patio. El pájaro se ha ido; pero en el tejado de la casa
colindante brinca, negro y neurósico, un gallinazo, y la niña le
grita: "Bajá, cochinito, paquete comás el arroz." Y larga una
carcajada de burla, al ver aquella ave tan tri te, tan desampurada.
"Bajáte, que yo sí te doy." Parece que el ave recelosa no la
entiende: da un aletazo y se lanza. Suelta la niña los granos, y,
tendiendo la mirada por el cielo, exclama: "Miren lo lindo que
está el cielo, barrido, barrido. ¡Miren lo lindo! ______ Allá e tá
Carlitas con la Virgen." Y cerraba los ojos, deslumbrados por
aquel azul reverberante.
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116 EL MO~T- NÉS
li
. No tuvo el encanto de la media lengua, porque antes de
cumplir un año articulaba con claridad admirable. Inventaba
los verbos y los participios más extraños, rara vez usaba el pronvmbre
de primera persona y sus declinaciones, así como tampoco
la inflexión verbal correspondiente, sino que se llamaba á
sí misma "La Niña." "La Niña tiene la bata rotada/ La Niiia
e tá librando [leyendo]; álct>nla, cárguenla." Su voz timbrada.
armoniosa, con ese acento de la niñez que parece el capullo d el
habla, se adaptaba, sin embargo, á todas las modulaciones. Era
una ocarina articulada y acariciadora de una belleza indecible.
El alborear de aquella inteligencia, de aquel sentimiento, auguraba
un carácter complexo, hondo, artístico, delicadamente femenil.
Apenas si le gustaban las muñecas: lo predilecto, lo atrayente
para ella eran los animales, las flore~, los astros y, en general,
la naturaleza; y por sobre todo esto aparecía el ideal: "La
Virgen María."
Mamá la tenía en su cabecera con los ojos llenos de lágri- .
mas y el corazón clut:::ado y de coron1t3. · ella la había visto en
la Catedral con su manto azul rodeada de muchachitos ; ella la
\ eía en la Vera-Cruz, como una señora de verdad, tan linda,
tan preciosa, con aquel niño cargado; ella la veía en todas parte
; mamá le había dicho que las e trellas y la luna eran el
manto de la Virgen ; las flores del jardín toda eran para la ·virgen
María, porque ella las había isto en los ramos de la iglesias
y en el oratorio de mamá. La Virgen, la que le traía los
niños á la señoras, y que si se los volvía á quitar era para guard
á rselos en el Cielo cobijaditos con su manto, como había hecho
con Carlitas; la Virgen, la que le había traído el bebé á mamá,
_e bebé que era un muñeco que comía y que chillaba y que no
era un muñeco; esa Virgen á quien ella, y Albertico, y mamá
r zaban por la mañana y por la noche; á quien ella quería tánto,
tánto!
Aquel corazoncito para todos alcanzaba. A mamá mucho
amor; mucho á papá últimamente; con su hermanito mayor
t enía intermitencias; con bebé se enloquecía; pero su afecto, la
nata y espuma de su ternura, de sus coqueterías, eran para Pepito,
el abuelo, para Máximo, el tío, el más fanático, el más tocado
de idolatría por esta muñeca, que vino á ser en la familia el
blanco y el centro de todos 'los afectos. Alberto II, inquieto,
brusco, voluntarioso, cuyas pasiones hípicas lo arrastraban á
grandes atropellos, empalagaba un tanto á Blanca con sus cariños
de lienzo gordo, con sus juegos en que la echaba por tierra
y le ensuciaba el 'estido, punto éste de enorme gravedad, que
la limpieza, la pulcritud parecían ·en esta niña parte integrante
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BLAXCA 117
de su sér. Cuando 5e le antojaba que la bata estaba c11suciada,
eran el llanto y el gemir desconsolado. El comer era un martirio,
porque se le voh ía un desafuero chorrear la servilleta ó el
delantal. Pero esto era nada para lo que sufría la niña cuando
su hermano le a eguraba, por hacerla rabiar, que la Virgen no
la quería. Corría entonces á la madre, y, anegada en llanto, exponía
iempre u querella en esta forma: "Alberto la molestó."
Y lberto soltaba la carcajada, porque era é tala grac· a que más
le celebraba. Carlos, el hermanito muerto ocho años antes de venir
ella al mundo, era para la niña la tradición gloriosa de la familia;
le llamaba, lo nombraba con frecuencia, lo hacía figurar en ·
us juegos, cual si estuviese á su lado en cuerpo y alma. A pesar
de su blandura no dejaba de ser turbulenta á las veces, sobre todo
cuando e las había con el gato; cuando contemplaba los
ternero y los pájaros, parecía que la acometieran ansia de correteo,
de trisca y de uelo.
Bran especiales us facultades artística para la declamación.
l\Iaravillaba tánta memoria en esa cabecita rubia, de toque
gri es e mo la da in cardar, cuyo bucle en tirabuzone
e esfumaban en nimbo de gloria. Y qué rayos de dulzura
d spedían . us ojos claro d un azul etéreo, indefinible. Obrac -
m é ta no la prodiga naturaleza: las líneas rehenchidas de aquella
e cultura de carne tierna diseñaban yá la mujer antioquei1a,
alta, e. belta, de movimient s lánguidos y cadencia o · 1 cuell
y el pecho ondulaban en e ponje de paloma cuando arrulla; la
boquita, de labios un tant gruesos pero correctos, se plegaba
con el mimo y la monería que . ólo la inocencia sabe producir,
mostrando un dientecito que parecían miaja de la pulpa del
coc ; movía e. as man pompa , d palma sonro adas, con la
gentileza, !a n).aña y la travesura de una gatita; y cuando, inclinada
la cabeza, proyectaba aquellas pe tai1as ere pas, largas
y de color atortolado, hubiera servido de modelo para una
\ irgen niña.
III
Aquel e píritu que flotaba sobre la aguas en los días del
Géne is parecía ahora apacentarse, como en remanso espejado,
en el hogar de lberto Rivas. Sentíase por doquiera, refulgía
en las conciencias y en los semblantes, y, cual si su providencia
fuese e pecial para aquella familia, derramaba, al par que lasalud
y la fortuna, sus dones y sus frutos. Ester era una perpetua
oblación; á cada golpe del reloj, hablaba con Dios en ellenguaj
mudo del fervor, y le ofrecía sus felicidades, como le ofreciera
e otro tiempo sus desgracias.
Nacida en la cumbre ocial, arrullada por los halagos de la
opulencia, por los cuidado de amantísimos padres, despertó á
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118
la vida por un choque que, dejándola por tierra, pro y ct' en su
juven+ud una sombra tenebrosa: la muerte de u madre. Vino
luégo otra mujer á ocupar aquel puesto. El corazón de Ester se
ublev.:tba. En su bondad, se reprochaba á sí pr pía aquel sentimiento
de antipatía, aquel tributo al barro miserable.
Casada á lo dieci iete años con el hombre á quien amaba
desde los nueve, creyó alcanzar la dicha, y tod la diputaban
por la no ia venturosa. Cómo no, si Alberto Ri\·a reunía cuanto
puede apctecerse.
La estatura prócer, el porte garrido y arr gante, 1 ro tro
agitanado de p rfil enérgico y de ojos de árabe, el brío y regocij
del carácter, las seducciones de la alcurnia y del dinero, 1 prestigio
de lo viajes, ese refinamiento, esa mil nonadas que constituyen
el buen tono, hacían de "el negro Riva ," el popular
"n gro," el gran partido de Medellín. Empero, bajo la áurea·
urdimbres que de lumbran, bajo alfombras de rosas qne embriagan
bien puede solaparse la lepra que lacera. El ntido
moral dormía en Albert Rivas. El placer era u meta; am '
por el placer; por el placer se unió á aquella niña inoc ntc y pura
cuya belleza moral uperaba á la fí ica. Tra la embriaguez
vino el cansancio, el de vío. La nfermedades te I• t r completaron
la obra.
En la primera época del matrimonio, fluctuaba la joven
entre el de encanto y la sorpresa. o . abía i amaba al marido
como había ama lo al novio, per ind dablemcnt !la tenía una
noción muy distinta del amor. La maternidad vin á revelarle
la felicidad conyugal á dejársela entrever apena , que á los
s is mese de nacido murió u primog 'nito· vino lu 'go otro
hijo, débil, enfermizo, para quien temía la mi ma suerte. E tos
frutos seguidos prometían la cosecha sin tregua de la [! cundidad
antioqueña. Mas no Ele así: naturaleza pareció r si tir e; y para
aquella esposa tan joven, tan sana, principió una etapa de dolor
callado, de agonía moral. Cuanto una mujer delicada y ca -
ta puede sufrir con la in ter ención médica· las humillaciones,
las miserias de una e posa enferma; las dudas que surgen en u
espíritu cuando se cree burlada en la más santa de sus aspiraciones;
el temor, sugerido por un corazón que adivina, de que
su compañero ha de ver en ella un sér inútil, d preciable, repugnante;
los alarmas de la conciencia al pensar en la disipación
del esposo; el ver al único hijo, enfermo, en manos mercenarias
y extrañas; el forzado abandono de los deberes domésticos;
todas estas penas, complexas, tenaces, realzada por una
sensibilidad exquisita, las sufrió Ester, sola, ai lada, allá en los
profundos de su alma, durante siete años.
N o podía Dios desoír los Íntimos clamores de una alma
atribulada. Un día se inició la salud en el hijo, y, cual si ele
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BLANC'A 119
ella dependiese la de su madre, tornó Ester á la vida, lozana,
radiante de belleza, como en gloriosa resurrección, y vino Blanca.
En ella cifraba Ester su dicha; cuanta terr.ura comprimida
acendraba d e razón de esta madre le parecía poco para aquella
hija predilecta de sus entrafías.
El retorno á la alud y á la belleza de la e posa, la aparic:
ón cie Blanquita no fueron parte á devolver al extraviado esposo
el prí tino entu ia mo. Aun no tenía un mes la pan·ulilla
y ya Alberto emprendía su tercer viaje á Europa. Dieciocho
meses 1 engolfaron metrópolis y balnearios, para ,·olver á su
tierra con la no talgia de la ajena. Regaios suntuosos para !::l. esposa
y para lo hijo . mu bies, artística chucherías de alto precio
para la casa; todo aquello lo estimó Ester en un principio
como fineza de e po ·o y de padre, mas pronto su experi ncia,
la intuición de u amor le enseñaron cuánto más vale la dádiva
de un corazón que toda las riquezas del mundo. :'-:o importaba:
t nía á . us hijo : si con su Alberto no le bastaba en antP ·. con
.-u Blanca, e e ¡.>resente con que Dios la favoreciera, tenía ahora
1 )ara cobrarse con creces la indiferencia, la algidez mortecina del
e po ·o. Qué importaba que el Club y el s1;ort lo absorbie en,
que pa ara las noche. fuera de ca a, que recibiera carta · y fotografía
parisien es, que sirena plebeya de acá lo hechiza en e n
. u canto: qu " importaba, . i ella sobre la coraza de su virtud lle,
·aba aqu el tali ·mán, aque lla pureza. aquel armiño del Ci l o. Quejar
e , manife tar siquiera en el semblante la ocultas herida d su
dignidad, ra regatearle á Dios el galardón aquél inmerecido .
....... ué importaba _____ -Y sin embargo, cuántas veces la fr nte in-maculada
de la nifía recibía, al par que el beso, las lágrimas de
.-u madre ; cuántas, la fra~e amante y delicada de la esposa, al dirigir
e al infiel á quien adoraba, moría ahogada por un ·ollozo
que e tallaba de lo más profundo de su alma. Qué importaba ....
y in embarg , cuántas veces en la alta noche, de rodillas en u
lecho de e po a abandonada, pedía á Dios, no la vuelta del e. -
poso, sino el r e ,·ocamiento de un castigo que en su conciencia
creía imninente para el culpable, para ella, para sus hijos inocentes.
·
Si el pr. dre no apreciaba aquella hija, aquel te oro, si prefería
á las fruicione antas los miserables devaneos, el abuelo, el tío, la
madrina, lo amigos, todos, competían con la madre en aquel
afecto entrañable, que más que afecto semejaba idolatría.
Faltaba en aquel concierto la nota cariñosa de la abuela:
Alberto había perdido á sus padres tiempo hacía; Ester era hija
de primeras nupcia ; pero su padre (Pepito, que le decían
sus dos nietos) amaba él solo á Blanca por los otros abuelos
que faltaban.
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120 EL 1\IO~TAÑÉ.'
IV
Se ha dicho que los matemáticos, á fuer de imbuídos en
abstracciones numéricas, tienen carácter reseco y enfadoso. Máximo
Santalibrada (único hermano de Ester por padre y madre)
desmentía el aserto, y no porque fuera ingeniero á medio untar.
Era un mozo ingenuo, con una de esas delicadezas vestidas de
niñería , de frivolidades; risueño, alborotado, travie o; era una
grandeza de espíritu e maltada de pequeñeces, ur~ corazón. Acababa
de llegar de Norte-América cuando nació Blanca, y él
mismo se ofreció com:::> padrino. Mercede , la hermana menor
de Alberto, fue su compañera de pila. ¿ Sería e ta circunstancia
germen de amor en el corazón de la joven ? Ella misma lo ignoraba;
el12 misma no sabía definirse; pero es lo cierto que tuvo
que confesarse á sí propia al fin y al cabo que amaba á Máximo.
Corría el tiempo, y Mercedes, á pesar de las muchas ocasiones
que de tratar á l\1áximo tenía, nada lograba descubrir en
él que revelase siquiera inclinación por ella, nada, ni siquiera
coqueteo. de muchacho. Varios adoradores se le presentaron:
á ninguno hizo caso: algo le decía interiormente: esp 'ra, espéra.
Era una morena acanelada, de ojos adormidos de una tristeza
vaha y extática; el cabello espeso y alborotoso; alta, lánguida,
de movimientos rítmicos más provocativo que maje tuosos;
redondo, negro, como dibujado con tinta china, lucía un
lunar en la mejilla. Era una niña nervio a, mimada, impre ionable.
Según su fe de bautismo, contaba dieciocho años; moralmente
apenas tendría nueve. Demasiado espigada yá para habér
ela con muñecas de trapo ó de cartón, se le iban las hora
en juegos con su ahijada, muñequita de carne y hueso. La adoraba,
no sólo por esa ternura que inspira la niñez, ni por aquella
e pecial que inspiraba el angelito, ni por el instinto materno
tan pronunciado en Mercedes, sí que también, y quizá más que
por todo_, porque veía en la niña algo como un vínculo que la
unía á su amado. ¿No era Blanca ahijada y sobrina de ambos?
¿ N o tenía cariño entrañable por los dos? Para el corazón de la
joven era esto argumento irrefutable. Ello estaba como en la atmósfera.
Blanquita misma llegó á sentirlo.
Un domingo, después de misa de ocho, se hallaban en el
corredor, Ester, los padrinos y la ahijada. Mercedes le arreglaba
á ésta una canastita de flores; Máximo, que había estado bobeando
con la niña toda la mañana, entró en juicio, repantigóse
en una mecedora, levantó la cabeza hacia el cielo del corredor
como si contase los portaletes, y dando golpecitos con los
dedos en los braz:)s de la silla, á guisa de acompañamiento, e
puso á silbar el Dúo de los Paraguas. Hallaríase en los astros,
en Norte-América, en cualquier parte, menos en la casa. Blan-
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BLA~ .A 121
quita .· entretenía en hoj e arle el devocionario á u madrina, admirando
lo regí tro . De repente toma uno, el primero que halla
á mano, lo pone entre las flores, se acerca de lado á Máximo,
lo acude, lo vuelve á la realidad, y, con una chu~cada, con un
gesto d risa contenida que le alumbraba la carita, le dice al oído
en un st.cJ·eto su urrado, aparato ~o, que todo oyeron: ' E -
to e · que te manda CltCJ-'es." Y le pone el regalo en las rodilla .
La niiía lo hizo de tal rnodo, que Má . ~imo, á p e ar de su aplom
o , no d jade inmutar. e un tanto; l\1ercedes baja los ojos en-cendida;
y el diablillo agrega con mucho dengue: "Papá y mamá
son novio · ' Maximito hermoso' y CIL crcs son novio tam bién
· la Niila quiere que sean novios." Y volviéndose á Ester:
"¿N o es cierto, mamacita, que Clteres y ' Maximito hermoso '
van á ser novios?" Sin esperar la respuesta, y á carcajada tendida,
corre saltando hasta el extremo opue to del corredor, torna
hasta la mitad, y, escondiendo la carita tra los tal!os fibro-o~
de una iraca que de parramaba us plumajes tropicale por
encima de un aparato á e tilo rústico, y señalando con el dedo
3
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122 EL MONTAÑÉS
á us pacirinos, grita con tono burle co: "Hi ! hi ! hi! son no~
vios, son novios!" Suena la campanilla del contra portón, y aparece
el abuelo. La niña se le aboca, lo ase con un bracito por
una pierna, y, siempre señalando. repite: '·¡V éalos, Pepito; véalos:
¡ on novios, son novios!" Máximo estaba lo que se llama
corrido ; Mercedes palidecía; Ester, viendo que yá no era posi-ble
disimular, exclama: "¡Esta sí es la muchacha .. ____ " Pepito-que
se da cuenta, sonríe maliciosamente, quiere decir algo y na,
da dice. Máximo siguió pensativo, y ni siquiera hizo caso cuando
Blanquita fue á recitarle al abu lo el Bias y Blasa que el mi _mo
Máximo le había enseiiado. A poco se despidió, y, pen ando
en el significativo rubor de Mercedes y en su propia inesperada
turbación, esta pregunta surgió en su mente: "¿Por qué no?"
La escena, como todo lo relativo á Blanquita, fue en la caa
mu'y comentada, y todo ello aumentaba el entusia mo y la
admiración por aquella muñeca, con quien todos chocheaban.
V
Todos nó: Alberto continuaba indiferente á los grandes
acontecimientos de la casa: por entonces sólo lo preocupaba el
sport rodado: era el número uno de los ciclistas de la ciudad.
uand , con el traje del caso, pedido especialmente á • uropa,
laba por esas calles, fantástico, trasfigurado, saludando, gorra
en 1nano, á us muchas admiradora , parecía "el e gro Ri,.
a·" un fi¡~ de sialo con ertido en meteoro. ¡Ah, N gro elegante
y cachaco! Pero ¡ oh brevedad de los tabores hurnanos ! Un
día lo llevaron á la casa en guandos. ¿Cómo fue aquello? unca
se ha averiauado bien. Ilubo g lpe en la rodilla, y yá se sabe
__ ~ ~ _ .líquido! Desde que oyó á los médicos la palabra aterradora,
todo lo vio entenebrecido; humores negros, espline de
lo más británico, neurosis franco-antioqueña le acometieron en
g3.villa. ero no hubo remedio: tu o que encarnarse. Aquí de
n1is deberes, se dijo Ester; y principió una de esas venganzas
inconscientes de la esposa amante y abnegada, de la mujer antioqueña,
que tiene el talento en el corazón.
Y como si obraran de concierto, por un acuerdo tácito de
us almas, Ester y Blanca se unieron para consumar aquella venganza.
Apenas si salía la niiía del cuarto de papacito; en todo
quería intervenir; metía sus manitas para ayudar á mamá y á
los médicos á hacer las ligaduras; traía la servilleta cuando le
llevaban las comidas; anunciaba la visita del facultativo; le ofrecía
á Alberto cigarrillo y le acercaba el cenicero; acariciábale
el cabello y los bigotes; lo cobijaba como á un niño, y á cada paso
se le oía: "Papacito ¿está aliviao? ¿Quiere que la Niila cie~
rre la ventana para que se duerma ?" Y aquella vocecita daba
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BLANCA 12;3
el tono de la caricia, del halago, de la tierna compasión. En su
. olicitud, todo lo refería á papacito; quería rodearlo, envolver!
en lo que ella más amaba; traíale á la cama las flores, los
abanicos-anuncios que le regalaban en las boticas, su favorito
A !mamía, ·las estampitas de la Virgen. Hablábale de los palotnos,
de los gansos y del chivito de la casa de El Poblado,- le
tocaba en la guitarrita de pino que le había regalado Pedro, el
asistente; denigraba la bicicleta, esa bicicleta fea y malcriada,
e a descarada que había tumbado á papacito; lo obsequiaba con
barras de caramelo, metiéndoselas en la boca para que chupara;
regañaba á Alberto JI por los estrépito , por el taconeo que no
d jaban dormir á papacito; quería que éste librara cada rato en
unos papeles muy grandes que tenían viejos y anitnales pintado ;
lo imponía de la alida y de la entrada de la yegua rucia y del
aballo alazán ; y cuando en la calle se sentía ruido de carro ,
e rría á cerrar la ventana para. que á papacito no le dieran las
, .¡ ruela .
Fue una escena enternecedora y cómica la aplicación del
t e rmo-cauterio. Blanquita vio los preparativos, con esa curio idad
de lo desconocido, peculiar de la niñez· pero cuand los
puntos de füego iban calcinando la rodilla enferma y empezó á
sentirse en la alcoba ese olor de carne chamuscada, la niña prorrumpe
en un grito vehemente de pánico y conmiseración:
1 o maten á papacito, no lo maten por Dio ! ¡ Pobrecito ! "
Y loca, arre batada, e abalanza obre aquellos ((de carado " que
acababan con papá. Y cuál e vieron los m ' dicos y E ·ter para
nsolarla. De ahí en adelante había que sacarla del cuarto con
cualquier pretexto, cuando se trataba de la chamusquina.
Todos los conocimientos que "Maximito hermoso" le había
trasmitido, los rezos que mamá le enseñaba, los cantos de la
dentrodera, los cuentos de la planchadora, todo se lo ofrecía á
papá como fuente de distracción; y, acomodada en la silla de
asiento de peluche con "fioritas pegadas" que le había comprado
Pepito, principiaba muy satisfecha: "Esta era una señora que
tenía dos muchachitas, una buena y otra mala ______ " O bien,
poniéndose en pie, con la cabeza ladeada, los bracitos caídos,
ajustándose en todo á los preceptos de Máximo, declamaba:
"N o hay burlas con el amor.
Tontería!
Cuando Calderón lo dijo
Estudiado lo tendría.
Todo esto, sin contar el hechizo de la infancia, esa poesía,
esa delicia indefinible de la travesura, esos exabruptos, esas desproporciones
de una inteligencia, cuando asimila, cuando busca
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12-! E:L l\10XT A~ÉR
la relaciun de la· co a , cuando ·e abre á la inve ·tigación. Y
¡cuidado i Blanquita era investigadora! Má que la belleza y la
gracia infantil, má que la blandura de aquel corazoncito, maraYillaba
tánta inteligencia en aquella criatura que aun no había
cumplido cuatro ai).os. Como bien podía decirse que Alberto no
la había tratado, la manifestacione de ese carácter fu ron para
él otras tantas novedades.
Su amigos de casino, de sp01~t, de jolgorio poco má le
acompaiíaban: si al principio le visitaron unos cuantos, pronto
e vio reducido al círculo de la casa, y, como no tenía el dulce
, ·icio de la lectun., si se e. ·ceptúa la de periódicos europeos, pa.
aba las negras horas de reclu ión con su mujer y con u hija.
I·J primer mes que e tuvo reducido á la cama, parecióle
aquello insoportable, imposible; del segundo en adelante, cuando
ya le permitieron los médicos estirarse en u:1a silla, todavía
llevaba en su espíritu alguna nubes negras; y cuand con el
cuerpo principiaba á hacer pininos, iba despuntando por allá en
e -as oscuridades un alborcillo plácido y tranquilo que lentamente
se iba avivando y diÍundiendo una emoción nueva, ente:-amente
desconocida para él. Tenía nota melancólicas, tal ez tri ·tes ;
p ro, así y todo, lo vivificaba, le infundía calor, ánimo, aliento;
descubríale horizonte , 1 ntananzas que nunca contemplara en
su vida, cual si el hombre moral se viese de improviso n alta
cumbre que dominase extenso, dilatado panorama. En aquel
corazón donde ante pulularan lar a _, cizaña, flores de enven -
nadas efluvio ·, brotaba poco á poco, e mo á influjo de mágica
prima era, una eflore ccncia de dulces, de elevados e ntimicntos.
Cual emanaciones fecun antes, aquellos sentimientos se elevaron
á u cabeza, y formando corriente , conden_ándose, re olviéron-
·e en agitado torb llino. Por varios días se encont~ó en completo
e tado de turbación, y en sus insomnios, aquel cerebro fermentado
hervía como la almáciga cuando el jugo de la madre tierra
la hace reventar. Eran tan puros, tan luminosos los vapore que
e alzaron de aquel corazón, que el intelecto de Alberto Rivas
tuvo un instante de clarividencia. Replegado, sobrecogido en sí
mismo perisÓ, y por la vez primera contempló el mundo, se contempló
a sí propio con miradas de reflexión; tendió la vista al
pasado, y todo aquello que en antes lo halagara, todo aquel
cúmulo de sucesos en que puso su encanto, se le iba antojando
pálido, tedioso, mentido. Tornando al presente encontraba á
Ester, á su hijo, su familia, su casa y, por sobre todo, á su Blanca,
á u hija, destacada, luminosa, como en tranquila noche de
verano la estrella salvadora del marino. El hogar se le definió;
la noción del deber se le impuso, y, como si la conciencia hubiese
abierto un dique, una ola saludable de remordimiento lo
inundó por completo. Alberto se sintió redimido, esposo y
padre.
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BLAN A
VI
1
,, ...
-·>
Once me.es de ~ pué del percance del ciclista-que ya no
\ . laba en ruedas-nació bebé. Este sí que podía llamarse el hijo
del amor.
Blanquita estaba trastornada: en su cabeza se anudaban en
tnaraña de confusiones, Carlitas, bebé y la "Virgen l\1aría."
¿Era bebé el mismo Carlitas que le guardaba la "Virgen María"
á mamá? ¿Era otro Carlitas nuevo? ¿Estaba Carlitas allá en el
Cielo arropadito con el manto de la Virgen, ó era el mismo que
dormía en la cuna, con la gorrita, la camisita blanca y los pañales
cosido por la Virgen y traídos por ella misma en aquel canasto
tan bonito la mi ma noche que trajo á bebé? Confusión
de ideas! A todo preguntaba, á todos requería; la niña comparaba
las distintas ver ione , y más y más se ofuscaba. Al fin,
"Maximito hermoso" se lo explicó todo con circunstancias de
tiempo, de lugar y de per ona, con detalles de ociosidad artísti-co-
infantil que asombraban á la niiía. Sí era un Carlitas nuevo.
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126 EL MONT ASiÉ. '
Era aquello un poema teológico, una á modo de cosmogo nía
de mt1ñecas, de pajaritos, de ángeles, dictada en más de una
conferencia. "El niiio Máximo ha vuelto al estado de !' inocencia",
decía la dentrodera, al oírle los disparatorios con que
él se embelesaba, embelesando á Blanquita. La leyenda aquella
tenía efectos estupendos. En el patio se oyó una música
muy bella; papá y mamá fueron á abrir, y ahí estaba la Virgen
con un envoltorio bajo el manto de estrellas y de luna; dos angelitos
alumbraban con faroles; otro tenía el paraguas· otro tc') caba
la campanita; una docena más atrás, cornetas y tambore. ;
y unos pajaritos muy lindos hacían pío, pío. La Virgen, calladita,
se entró á la alcoba; se arrimó á la cuna; puso adentro á
bebé con mucha maña, y el canasto de ropa sobre un taburete ;
y se salió, calladita como había entrado ; y ella, y los ángeles, y
los pajaritos se volvieron v0lando para el Cielo. Blanquita, qu e
no era pródiga en sus besos, se los daba entusiasmada á aqu e l
mae. tro tan sabio, tan enterado de todas las cosas de la Virgen
María. Fue entonce cuando él le regaló la de terracotta y un
devocionario tamaño como una galleta para que librara en misa.
Quería que le dieran á bebé para cargarlo, para estrecharl o
entre us brazos, para comérselo á besos. Era un desb rdamiento,
una locura de ángel. Aquel bebé con sus pie itos tan chirrin gos,
con sus uñitas como las lentejuelas rosadas que le había regalado
Clu:rcs, y que chillaba como Almamía cuando e lo traj
la plancnadora; la Virgen María que traía y guardaba muchachito
; aquel Carlitas del Cielo, vinieron á ser para la niña
como un delirio. U na mañana, á tiempo que Ester la peinaba,
dij con aire de pleno convencimiento: "Mamacita, la l v'úla estuvo
con la Virgen y con Carlitos."-"Sí, sí, mi ángel, los has vi -
toen la Cruz", dijo Es ter, creyendo que se refería á la e tatua de
la Virgen del Perpetuo Socorro venerada en esta Iglesia. "Esa
nó, mamacita : la A.,iila los vio durmida, en el Cielo, y la Virgen
María la cobijaba con su manto como á Carlitas." (Porque
Blanquita para expresar que soiiaba decía que había -uisto.)
En ella se recrudeció la ternura, la devoción, el afecto por
la Virgen. Entró en tal estado de fervor y misticismo que sus
temas, sus juegos revestían el carácter religio o : todo era administraciones,
misa, altares, procesión y Mes de María. U nas veces
era sacerdote, otras campanero, monaguillo con frecuencia.
También Almamía desempeñaba diversos papeles, lo que daba
lugar á grandes conflictos, porque á las veces se le antojaba á
Blanquita que el turpial de papá, que estaba en su jaula adosada
á la pared del patio principal, por allá muy arriba, ó que el
canario de mamacita. cuya jaula colgaba de la ventana del costurero,
tomaran participación en sus fiestas religiosas, pues en su
instinto estético se le figuraban estas dos aves canoras y sus ele-
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BLANCA 127
Yadas pri ione . algo a í como el coro que había visto en la
iglesias, á donde la llevaban con frecuencia.
Bien se comprendía que Blanquita era mujer de esta época
de las fiestas religiosas, del embolismo de devoción y de cofradía
que por ahora nos acomete; y si ella se chiflaba por este lado.
no le iba Máximo en zaga en esotra chifladura literaria en
·carne vi a que padece esta nueva Atenas de caja de fósforos italianos.
Sí, señor; Máximo era uno de tantos, y para Blanquita
componía poemas regionalistas al par que decadentes, cuentos
de la montaña y hasta discursos en que salía á figurar aquello
de la dura ce r v i z , d el gran ca1'ácter, del ltOgar C7'lstiano, de esta
nuestra influencia antioqueña, av~salladora, definitiva en los destinos
del mundo ....
Como se ha visto, el hogar de Alberto Rivas estaba en el
cenit de la felicidad. Esttr sentía estremecimientos nerviosos de
dicha. Su mat·ido suyo, enteramente suyo, reconciliado con Dios,
dedicado á ella, á us hijos, á su familia, refíido con el Club, activo
y metódico en sus trabajos; las horas de vagar para su ca.
a, dando la bendición á sus hijitos cada noche, rezando el rosario
con frecuencia, acompañándola en sus contadas visitas. Parecía
más joven y más bdla; sencilla y de prendida, le halagaban
ahora lo bie nes de fortuna, el gusto y la elegancia de u
casa. En ella e r cluía, como temerosa de que en otra parte pudiera
aporar e tanta ventura. Y Ester, de suyo tan hacendosa
y ordenada, tan pulcra, tan fanática por el aseo, como buena
mede llinense, e taba ahora más exagerada con aquella vivienda
tan cómoda que Alberto había hecho refeccionar con todo el lujo
y las invencione moderna .
Todo esto era para Ester un sueño, un milagro, obrado tínicamente
por mini terio de Blanca, que la abnegada esposa ninguna
parte se atribuyó en la providencial mudanza.
Pepito, para quien no se habían ocultado las íntima~ penas
de su hija, y que nunca le había hecho á ella la más mínima alusión
á ste respecto, estaba rejuvenecido con la tra formación
de aquel hogar. Reverdecía en sus nietos y en Máximo y Mercedes,
á quienes yá veía casados-que el matrimonio de los padrinos
de Blanca al fin se había arreglado definitivamente con
aplauso universal.
VII
Blanquita, á pesar de la traslación de la santa casa de la
Virgen al Loreto de la sombra, seguía en el patio contemplando
el cielo tan barrido. Más que barrido parecía lavado, bruñido:
la luz con que Dios alumbra nuestro valle se prodigaba en un
derroche de gloria; las zonas luminosas de todas aquellas paredes
recién enlucidas, eran de una blancura incandescente; el fo-
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J28
llaje de ·írb0.es y trepadora·. los fruto·. la. flor s. el e'. ped, heridos
por aquel resistero, semejab:i.n una egetación de talco,
nno de esos pai aje con incru:-.taciones de nc1car que lucen en el
fondo de algunos pisapapeles de cristal.
La r~i:.ta bajó de los cielos á la tierra. ]u:1to á la base de un
poste del corredor, en la juntura de dos ladrillos. había repuntado
como por encanto un hormiguero, aun no d b(?laclo por la
escoba del a istente. Verlo y entarse á contemplarlo, todo fue
uno. ''¡Mír nlas que tan form;des, cómo llevan ~u comidita!" e. -
clama entu\"\'11.. ......... ,- u bían las letras cuando lograban apretarle la cincha.
tt'!j~~Con lo que í no e pudo profanar su lomo fue con la
carga.
Era, pues, El lVIoro, por lo poco que se ha expuesto
y por lo mucho y útil que verá el que lea completa su Autobio grafía,
un caballo demasiado apetecido, á pesar de que él se consideraba
á sí mismo como un ér absolutamente despreciable,
no porque le faltaran atractivos ni careciera de las cualidades
que hacen distinguir á los individuos de su especie, pues cotno
e ha vi to los poseía en grado superlativo, sino porque era calcador,
defecto que El Moro colocó al nivel del infortunio ó de
desgracia irreparable, y á veces confundió con la infamia y el
crimen!
Vaciló para confesar su pecado por primera vez:
"Aquel diabólico abuso de las e puelas y aquel· maldecido
bozal de hierro me hicieron ____ me hicieron __ .. ¿ me atreveré á
decirlo .. __ ? ¡ Me hicieron coleador!"
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1-10
U ó de reticencias y de circunloquio cuando á fortiori tenía
que hablar de su malhadado vicio, y en no pocas ocasiones
ocurrió á estratagemas para ocultarlo ó para hacer creer á los
circunstantes que sus coleadas eran sacudimiento enteramente
naturales ó guarapazos, en forma de reprimenda soberana, dirigidos
á los insectos que sobre él se po ·aban.
El Moro, cuando fue potrico, se sumergió en un tremedal,
y para sacarlo de allí "le tiraron de las orejas y de la cola con
toda la fuerza nece aria para encer el pe. o de u cuerpo y para
de pegarlo del lodo glutino o en que estaba sepultado."
Vio · en aquella vez en el firmamento más e trellas de la
que había visto al nacer; "sintióse muy quebrantado y molido,
pero 1 que más lo atormentaba era el dolor de las orejas y obre
todo el de la cola."
"Ay, aun no sabía yo-decía-que este último era no sé si
principio, ó más bien negro presagio y fatídico anuncio d los
males que me había de ocasionar esta de ·dichada parte d e mi
cuerpo."
En la operación de rasura y arreglo de ca cos que se ejeuta
en los potro. y en la cual quedan éstos como de viaje para
e l otro mundo, olvió á ufrir El Moro fuertes tirone de la
c o la (" ¡su dedo malo! ").
e r ncio, que pa aba por amansador y por picador (vulgo
chalán), fue 1 primer Maestro de El Moro. Empezó por en efiarle
á obedecer á la rienda: "para ello tomábala de un lado,
la ponía á la altura de u rodilla y tiraba ha ta que lo obligaba
á doblar el pe cuezo y á volver el cuerpo."
D. Ce áreo (segundo dueño de El Potr ) p rmitía que Ger
o ncio lo arreglara. "En menguada hora tomó tal determinaci
' n, pu á ella e debió la de gracia que acibaró la exi stencia
de El Moro y que no permitió que aquél sacara de ser dueño
suyo las ventajas que e había prometido."
"Geroncio para ponerle boca, según él decía, como para
arreglarle el pa o, ocurrió á darle se11tadas, esto es, á tener bru · camente
la riendas echando el cuerpo para atrás, con lo que lo
obligaba á pararse en seco, doblando demasiado los corvejone
."
"Ignoro, decía El Moro, qué efecto esperan los chalanes
que á la largJ. produzcan las sc1ttadas/ lo que sé es que á mí
me hacían seguir andando con miedo, de suerte que me iban deteniendo
de cuando en cuando, pues yá me parecía que iba á
entir el ofrenazo, sobre todo al percibir cualquier movimiento
del jinete.".
"Mi amable Institutor dio en que, para enseñarme á ir sobre
la rienda, debía usar espuelas."
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' EL :J[QRO' DE MARR QUÍN 141
''Me he detenido de propó ito, agrega, contando stas cosa
·, porque no creía que llegara nunca el punto en que habh
de palpar el más funesto de los resultados que tuvo la torpeza
de tni élman ador. N o puedo hablar de esto ni siquiera recordarlo,
sin llenarme de ,-ergüenza y de despecho. Pensar en ello e
pensar que mi suerte, que pudo ser de las más envidiables, vino
á er de las más negra ; que mi carrera quedó truncada y perdido
mi porvenir."
Fue entonce · cuando El Moro exclamó tra pa"' ado de aguda
melancolía, y viendo en miniatura seguramente á u verdugo
y victimario Geroncio:
"Aquel diabólico abuso de las spuelas y aquel maldecido
bozal de hierro me hicieron ___ . me hicieron ____ ¿me atreveré á
decirlo ____ ? ¡me hicieron coleador! "
De aquí en adelante el coleo de El Moro fue público y priYado,
de pensamiento y de palabra, de obra y aun por deseo.
Col ó en las p ebreras.
Col ' en lo mom ntos en que Morgante 'afeaba á Merengue
el re abio que tenía de resistirse, cuando iba tras otra bestia,
á salir del itio en que lo montaban y de otro sitios en que
~e le antojaba parar e, encabritándo e, andando haci't atrás y
]e,·antando las anca cuando lo azotaban, defecto que eslucía
]a· buenas prenda de lVIerengue, y que e uno de lo que de -
pojan á un caballo e todo el alor que pudiera ten r, y coleó
en e ta vez de t1.l man ra, que dio un suspiro, y, á ser posible,
·e hubiera pue t colorado."
Coleó delante de u segundo l\1ae tro, Antera, "viejo picador
que había cerrado yá su e tudio ", cuando D. Cesáreo arreglaba
e n aquél su educación final y la corrección del resabí
de que adolecía, lo cual fue motivo en esta vez de que D. Ce áreo
maldijese á Geroncio y blasfema e de suerte qu "las bla -
femias formaran contraste con su fi onomía monjil é hicieran
que todos se espeluznaran, hasta los animales que las oyeron."
1 coleo estaba en todo su vigor cuando D. Antero, en
persona, hizo entr ga de El Moro á D. Cesáreo, con diplon1a
extendido de caballo de silla, razón por la cual éste "al paso
que descubría más prendas" en el por tantos títulos famoso animal,
pre cindiendo, por su puesto, de la actividad de su extremo
flotante, "má se aumentaba su despecho contra el villano
que había tenido la culpa de que tales prendas hubieran quedado
empañadas para siempre", y pasó por su mente el deseo
fraudulento de uzeter un clavo con él.
Coleó en el momento más crítico y delicado, aquel preci
·amente en que D. Cesáreo pensaba re1naclzar el clavo, ocultando
el vicio tántas veces mencionado de El Moro, para lo cual
había dispuesto que D. Antero, que como yá sabemos era hábil
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142
picador, montase el caballo y lo pasease por la calle d Bogotá,
en donde ocurrió lo que con tánta amargura refiere el mi ·m o
l\1oro.
"Yo estaba bastante bien adestrado para que á n i jm te
no le fuera necesario ir moviéndome la rienda, ni estimulánd.ome
de ninguna manera; pero como yo no había visto nunca una
población como Bogotá; como en las calles me en tí aturrlido
por el estruendo de lo carros, por las voces y el andar de: la
muchedumbre que iba y venía, y se cruzaba por donde quiera·
como entre lo objetos que iba viendo por entre una e pecie cie
niebla que casi me cegaba, había algunos que me sorprendían ,
me puse torpe, indeciso y renuente; D. Antera consideraba que,
si me hacía entir el bocado ó me amenazaba con el talón ó con
el azote, yo haría público lo que con más diligencia debía ocultarse.
Mi jinete, usando de una prudencia que nunca podré encarf"
cer bastante, me llevó como pudo y sin que ocurriera novedad
de de la Plaza de Bolívar hasta la extremidad Norte de la
3~ Calle Real. Allí, en un almac ¿ n, e~taban haciendo t:em o
tre ó cuatrv aficionados de los más inteligent s; y, como fue sen
conocidos de D. Antera •. lo obligaron á que se detuviera.
De..:pués de haberme examinado aquellos seiiore con gran proligidad
y de hab r dado vuelta n torno de mi cuerpo para cont
mpiarme bien, hicieron á D. Antera muchas pregunta sobr
mi orirT en y mi s condici o nes, y 11 garon á indaga r si mi dueiío
me daría por cierta c:uma que á mí me parecí ' exhorbitante, con
lo qu me llen é de orgullo. De pidióse al cabo D . ntero, y
cuando con un suadsimo toque á la rienda m si Tnificó que de-bía
eguir_ _____ ¿me atreveré á decirlo? Coleé. Mi . admirad o -
res soltaron la más in ultante carcajada; y un condenad pillu e lo
que, arrimado á la puerta del almá.cén, había e ·tado presenciándolo
todo, prorrumpió en alta voz: "Nlírenlo: si e bi ·po.
Vean como va echando bendiciones."
Volvió á colear frenéticamente, cuando despu 's de cuatro
días de riguroso ayuno y de forzado repo o obre empedrado.
y fangales, El Moro había perdido el vigor y la salud : los pies
le dolían agudamente y no podía ponerlos en el suelo sin experimentar
estremecimientos. Se hallaba en poder del Tuerto Garmendía,
terror de su existencia, quien para ''curarlo y restituírle
el aliento, le daba con fuerza rasgones y latigazos y renegaba
como un condenado contra el viejo D. Cesáreo, porque le
había metido carísimo un caballo, sin advertirle que era coleadar,
y magullaba el rabo y el anca á garrotazos." *
( ·. ) ... ~o. e hhbla nqní del claw qu quería m ' i ¡·D. e , ;h o, puf>:, at
contrario, el famo o Garm ndín, tipo mejmtte A P p Vega, de Tiel"fa,
Virgen, l compró :í. aquél El .Moro, poniendo en jne~w el dolo y la iutimidncl6n,
y e lo coleó.
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e EL l\1 RO' DE l\IARROQUÍN 143
''1-<.1 rabeo estuvo en todo su auge, cuando D. Cesáreo, de -
¡..>ués rle que el cá.ballo permaneció á cuerpo de rey en el potrero
y habíc. recobrado su vigor y sus carnes, lo montó para pa.
ear en su tinca. En esta vez, como en otras, el amo se lamentó
de que con e ·e defecto El Moro se aplebeyase, y desluciese sus
buenas prendas."
Pen ó en el condenado coleo, y al acordarse de él, coleó,
omo había coleado cien mil veces cuando el Sr. Avila, otro de
~us dueños, decía á su mujer "que era preciso enviar algún regalo
á D. Cesáreo, pues no le quedaba duda de que sólo á la
benevolencia y ob equiosidad de aquel bello sujeto, debía el haber
e hecho, por un precio relativamente moderadísimo, á un
caballo que, en concepto suyo, era el cúmulo de la perfeccione
que pueden adornar á un individuo de su e pecie."
leó en un paseo al Salto del Tequendama cuando llevaba
{t cue tas á la encar: tadora Mercedes, hija del r. A vi la. "A trueque
d no haber coleado en esta ocasión hubiera consentido El
1\1oro en permanecer por una semana en poder del Tuerto Garmendía."
V lvió á colear cuando fue montado por un militar, en oca_
· ión solemne en que se erificaba Junta de Oficiales y Magistrados
para encabezar una fiesta. "Vio en esta vez el Moro que
el oficialete calzaba botas con e . poline , y aunqu é te no e
atr ió á emplear! s, la sola idea de que 1 tenía tan cerca de
:u icntre, lo hizo colear desaforadam nte. Tuvo, sí, el e nsuelo
de notar que los más de los caballos de los otros militar s coleaban
poco meno que él."
Y vuelve á colear cuando ofrecido por su amo se preparaba
el novio de Mercedes para ir en él á presenciar unas carreras.
"E taban viéndole ensillar su futuro jinete y unos amigos
~uyo muy currutaco que lo acompaiiaban. Montó aquél para
examinar si las aciones estaban en el punto conveniente; El Mor
coleó apenas sintió encima al jinete, y los amigos escandalizados
de que él fuera á dejarse ver en un caballo coleador, lo
persuadieron, no sin gran trabajo, á que desistiera de exponerse
á las zumbas de todo el público. Uno de los amigos le ofreció
puesto en el coche en que pensaba ir al hipódromo, él aceptó
el co~vite y El Moro fue vergonzosamente despedido."
Por este suceso y por otros de que el lector puede imponerse
en las páginas que se citan al fin, "El Moro devoró, desesperado
é iracundo, el ultraje que se le había hecho sufrir y maldijo
de todo corazón, y por la cienmillonésima vez, á su torpe
amansador" (páginas 1 6o, 1 6 r, 162 ).
El Moro experimentó una impresión que lo hizo colear con
furor: ((con la cola hizo molinete y con ella se disciplinó hasta
que le quedó adolorida y como descoyuntada", cuando Morgan-
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144 EL ~fONT A -.ÉS
te hace una bella y admirable descripción de lo Llanos de Casanare,
en donde ''la na tu raleza parece haber e querido aparejar
en esa planicie sin fin un escenario de us magnificencias ",
y refiere que "para el acto de enlazar una res se procede corno
n la Sabana; pero que una vez enlazada, se le u jeta, no en
la cabeza de la silla, sino á la cola del caballo, y así, éste siem pre
resi te los tirones y arrastra á la vez volviéndole la grupa. "
El rabeo llegó á su máximum de actividad cuando un mancebito,
á quien sus compañeros llamaban Pepe, consiguió "qu e
D. B rnabé", antepenúltimo dueño de El Moro, ''le alquilase 'ste
para un paseo." "Por desgracia de Pepe y El Moro, la montura
que á éste se le había procurado era matadora, y lo ech ó
de v r muy pr sto; y yá puede barruntar el lector qué efecto
produciría el escozor y la incomodidad que empezó á experi mentar.''
"Todos los nervios del rabo de Ell\1oro e contraj e ron y :e
declararon en rebelión é hizo con ella evoluciones imposible. ,
como si á la vez le hubieran picado todo los in ecto que pu lulan
en la tierra, en cierta ocasión en que un amigo de su am o
(D. Borja) contemplando el tronco que formaban el Album y él,
decía que, siendo, como eran, bastante parecido~ y ambos el e
buena estampa, quedarían de muy buen Ycr si e les corta la
cola."
"Cuando el editor hizo ánimo de dar á la estampa la Aut -
biografía de El Moro, que de graciadame nte halló inconclu a, _e
intió tentado á a eriguar que uerte había c
Fuente:
Biblioteca Virtual Banco de la República
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