La Ciudad de la Luz: Bogotá y la Exposición Agrícola e Industrial de 1910

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la ciudad de la luz

Bogotá y la Exposición Agrícola e Industrial de 1910



la ciudad de la luz

Bogotá y la Exposición Agrícola e Industrial de 1910



Arturo Jaramillo Concha 1886-1956. Arquitecto de los pabellones Egipcio y de Bellas Artes y del Quiosco de la MĂşsica.


Primer Centenario de la Independencia de Colombia. Escuela Tipogrรกfica Salesiana, Bogotรก, 1911


La ciudad de la luz: Bogotá y la Exposición Agrícola e Industrial de 1910 Luis Carlos Colón Colombia inició el siglo XX en medio de una de las guerras civiles más largas de su historia y de la crisis política desatada por la separación de Panamá. La guerra de los Mil Días o de los Tres Años, como también se le conoce, que se desenvolvió entre octubre de 1899 y noviembre de 1902, tuvo consecuencias devastadoras para el país en el orden económico, político y social, las cuales se agudizaron aún más con la declaración de independencia de Panamá el 3 de noviembre de 1903. Rafael Reyes asumió la presidencia el 7 de agosto de 1904 con el reto de superar esta crisis en la que se encontraba el país. Para ello propuso una serie de reformas políticas y económicas tendientes a reforzar la unidad nacional mediante el fortalecimiento del centralismo político en contra de las tendencias separatistas desatadas por el asunto de Panamá, el desarme de la población civil con el propósito de evitar una nueva contienda, la invitación a los diferentes partidos políticos a participar en el Gobierno y la asignación de un papel activo al Estado en la economía mediante la formulación de una política económica que beneficiaba a los grupos conformados por banqueros, industriales y terratenientes con ideas de modernización. Como parte de las acciones tendientes a destacar los adelantos y el desempeño de la industria y el campo, el gobierno de Reyes impulsó la realización de las Exposiciones Nacionales de 1907 y de 1910, de especial relevancia esta última porque con ella se conmemoraba el Centenario de la Independencia. Estas exposiciones adquirieron connotaciones de diferente orden: por una parte se convirtieron en espacios que celebraban el progreso y los adelantos en la explotación del campo y de la industria y, por otro, en eventos en los que se rendía homenaje a la historia de la nación. La Exposición Nacional de 1910 fue un evento urbano asociado al conjunto de actos conmemorativos del Centenario de la Independencia realizados en Bogotá entre el 15 y el 31 de julio de ese año. En el evento mismo es posible ver una forma de representación de la sociedad del momento, de los deseos y los anhelos de desarrollo que en buena medida estaban distantes de los logros obtenidos hasta entonces.


Las exposiciones nacionales Buena parte de las exposiciones universales se llevaron a cabo en fechas conmemorativas importantes para los países que las realizaban: la Exposición Universal de 1889, realizada en París, celebraba el centenario de la revolución francesa y la Exposición de Filadelfia de 1876 señaló el primer siglo de la independencia de los Estados Unidos. Con este ingrediente simbólico de exaltación de la nación unido a las muestras de los principales logros obtenidos en materia de industria principalmente, las exposiciones universales se caracterizaron por la celebración de la nación y el progreso.1 En muchos aspectos, las exposiciones colombianas siguieron el modelo de las exposiciones universales. Así, las exposiciones realizadas desde mediados del siglo XIX hasta los primeros años del siglo XX, que tenían como objetivo exhibir productos agrícolas, industriales y artísticos, también fueron espacios que oscilaron entre la celebración de la nación y el progreso. El carácter de estas exposiciones agrícolas y/o industriales varió según las intenciones de los gobiernos que las impulsaron y del nivel de desarrollo en que se encontraba el país en cada uno de los momentos en que se llevaron a cabo. Así, las diferentes exposiciones hicieron énfasis en aspectos tan diversos como los valores morales de la población, los productos agrícolas, los productos industriales y la riqueza natural del país. Independientemente del carácter que se les quiso dar, la mayoría se llevaron a cabo en el marco de fiestas nacionales. En las de 1907 y 1910 tuvieron especial relevancia el conjunto de festejos conmemorativos de la Independencia, que adoptaron como escenario el espacio de la Exposición y de la ciudad. Las primeras exposiciones celebradas en Colombia fueron más de carácter regional que nacional. La Primera Exhibición de las Obras de la Industria de Bogotá se celebró entre el 28 y el 30 de noviembre de 1841 para conmemorar el aniversario de la victoria de Buenavista, la batalla en la que Juan José Neira y su ejército resistieron el asalto a Bogotá de los rebeldes que se habían levantado en armas contra el gobierno legítimo de José Ignacio Márquez. Para ello se invitó a los “hombres y mujeres industriosos […]”2 a participar con el producto de su trabajo en una Exposición que se llevó a cabo en el claustro del colegio de San Bartolomé. Los premios entregados dan una idea de lo que se exhibió: el primer premio fue otorgado a una máquina inconclusa de hacer limas, el segundo a los cueros de becerro “imitación de los ingleses”, el tercero fue entregado a una muestra de daguerrotipo, escultura y pintura. Los demás premios fueron repartidos entre objetos tan diversos como chapas, silletas, libros empastados, plantas medicinales, retratos, carros, cueros curtidos, composiciones musicales infantiles en honor de Juan José Neira, obras de calicanto, un sofá embutido en caoba, bordados, botas, galápagos, esmeraldas lapidadas y sellos grabados en piedra.3 En esta exposición y en la del año siguiente se puso de manifiesto el potencial educativo de este tipo de eventos y, en ambos casos, adquirió más importancia la exaltación del


Claustro del Colegio San Bartolomé, 1910. Primer Centenario de la Independencia de Colombia.

Convento de Santo Domingo, ca. 1910. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.


trabajo que los resultados fruto de él. Tal vez por ello en un artículo del periódico El Día se consideró que este tipo de exposiciones podía contribuir a “fomentar y robustecer la moral pública y privada”, y como “poderoso ausiliar [sic] de la policía de orden”.4 Por ello, para la Segunda Exhibición de la Industria Bogotana se propusieron premios para los criados de ambos sexos que en el año siguiente comprobaran “el mejor servicio doméstico con el testimonio por escrito de sus respectivos amos”.5 La Exposición Nacional de 1842 se realizó también en el claustro del colegio San Bartolomé y tuvo como objetivo “honrar el patriotismo y estimular el amor al trabajo”.6 El acta del jurado en la que se consignó la “adjudicación de premios a la moral y a la industria” contempló las siguientes categorías: acciones virtuosas, artes de necesidad, artes de utilidad, artes de agrado, obras literarias y varias obras.7 Si bien estas primeras dos exposiciones estuvieron orientadas más a la exhibición de las virtudes de la población, las exposiciones nacionales de 1871 y 1872 tuvieron como objeto la exhibición de las riquezas naturales del país. La Exposición Nacional de 1871, se llevó a cabo entre el 20 de julio y el 10 de septiembre, y recibió el pomposo título de Exposición Nacional de Productos Espontáneos de los Bosques y Desiertos, y de los Frutos Agrícolas Exportables. Con ella el Gobierno se propuso reunir en un mismo lugar muestras minerales, vegetales y animales de todas las regiones del país, para lo cual algunos Estados organizaron comisiones de exploración de sus territorios. Las muestras recolectadas debían servir no sólo para la exhibición nacional que se estaba organizando, sino también para enviar en un futuro a las exposiciones que se organizaran en otros países con el fin de dar a conocer los productos espontáneos y agrícolas en otros mercados. Desde las páginas de los periódicos se invitó a los participantes a enviar muestras dobles, con el propósito de conservar una de ellas en el Museo Nacional.8 Esta Exposición se llevó a cabo en el ala suroccidental del convento de Santo Domingo, donde se arreglaron “extensos salones con estantería en contorno y mesas centrales” divididas en “nueve secciones de Estados y tres de Territorios”.9 En el patio del claustro se exhibió una muestra de animales domésticos de “razas mejoradas”. El Diario de Cundinamarca le dio la bienvenida a la Exposición en estos términos: El ruido civilizador del hacha del naturalista ha reemplazado el salvaje rujido [sic] de las fieras, que se ha repercutido por siglos enteros en nuestras vírjenes [sic] montañas.10

La Exposición Nacional de 1872 fue la continuación de la precedente, y sirvió para llenar algunos de los vacíos de la muestra anterior. En esta ocasión la organización de las diversas salas no se hizo por Estados sino por productos, lo cual derivó en las siguientes secciones: minerales, textiles, granos, maderas, tabacos, tintos, medicinales, oleosos, sacarinos, gomosos y resinosos, comestibles, licores, manufacturas, varios, animales y flores.11 Esta exposición se


llevó a cabo en el convento de Santo Domingo y en la Quinta Segovia situada frente a la Huerta de Jaimes (plaza de los Mártires),12 donde se exhibió la sección de animales y flores. En la década siguiente, las Exposiciones Nacionales de 1880 y 1881 tuvieron un marcado carácter agrícola. El 15 de agosto de 1880 se llevó a cabo en el convento de Santo Domingo la entrega de premios a los participantes en la Exposición Agrícola de ese año. Los premios entregados ofrecen un panorama del desarrollo de la agricultura y la ganadería hasta ese momento. Se premiaron animales de raza caballar, ganado vacuno de razas extranjeras productoras de leche y de carne, ganado vacuno de raza criolla productora de carne, bueyes de trabajo, ganado lanar de razas extranjeras, aves de corral, ganado de cerda, perros, pieles y lanas, leche y sus productos, tocino, cebos y jamones, café, cacao, azúcar y panela, cereales y demás granos alimenticios, hortalizas, leguminosas y arracachas, forrajes, fibras textiles, frutas, flores y árboles, máquinas, herramientas y útiles de aplicación agrícola, trabajos literarios agrícolas.13 El programa de la Exposición de 1881 contemplaba la exhibición de animales vivos, productos agrícolas y espontáneos del territorio colombiano, manufacturas nacionales, aparatos y máquinas de fácil manejo para usos domésticos y agrícolas, producciones científicas, literarias y artísticas, textos y sistemas de enseñanza, utensilios para escuelas y demás relacionados con la instrucción pública, y objetos arqueológicos procedentes de los aborígenes que poblaron el territorio colombiano antes de la Conquista.

Quinta de Segovia, 1881. Papel Periódico Ilustrado.


Pabellón de Chocolatería Chaves y Equitativa, 1907. Fiestas patrias.

Pabellón de Cerveza Bavaria, 1907. Fiestas patrias.

Pabellón de Cerveza Germania, 1907. Fiestas patrias.


La Exposición Nacional de 1899 tuvo lugar en el Salón de Grados (hoy Museo de Arte Colonial) y en el foyer del teatro Colón, y fue ante todo una muestra de los productos de la industria que ya se había comenzado a desarrollar en el país. En esta ocasión la muestra reunió a las principales empresas del momento, tales como las vidrierías Fenicia y Samper, la locería y vidriería de Caldas (Antioquia), la locería de Belén, la locería de Etruria, las cervecerías Bavaria y Tívoli, la cervecería El Cóndor, las chocolaterías Chaves y La Equitativa, entre otras. Esta Exposición también contó con una muestra artística que se exhibió en el patio de la Escuela de Bellas Artes con obras de Epifanio Garay, Acevedo Bernal, J. M. Zamora y Pedro A. Aichiardi. La sección de escultura y arquitectura contó con una escultura de Policarpa Salavarrieta de Dionisio Cortés, algunos trabajos del arquitecto francés Gastón Lelarge y trabajos de ornamentación de Luigi Ramelli. La sección de fotografía contó con la participación de Duperly.14 A partir de esta Exposición se comenzó a esbozar la idea de construir un edificio que alojara las exposiciones nacionales.15 Pero sólo sería en 1907 cuando se construirían por primera vez algunos pabellones de carácter efímero para la Exposición Agrícola de ese año, que se constituyó en el antecedente inmediato y en el ensayo de la que se realizaría tres años más tarde en conmemoración del Centenario de la Independencia. Los pabellones fueron construidos en un globo de terreno de cerca de seis hectáreas en el sector conocido como el Bosque de San Diego, que fue renombrado como Bosque Hermanos Reyes y donde se emplazaron los pabellones que alojaron los productos de las industrias cervecera, tabaquera, chocolatera, molinera y algunas industrias varias de jabones, velas, atanores de gres, tejidos y productos alimenticios. Asimismo se dispuso un pabellón para aves de corral, otro para perros y algunos corrales para ganado de diversos tipos, y uno especial para las flores. La Exposición fue una iniciativa de la Sociedad de Agricultores de Colombia acogida por el gobierno de Reyes quien propuso llevarla a cabo en el marco de la celebración de las “fiestas patrias” del 20 de julio con el propósito de sentar “un precedente” para que las siguientes conmemoraciones se llevaran a cabo con “exposiciones agrícolas, industriales, etc., al mismo tiempo que con regocijos públicos”.16 La construcción de los “pabellones”, que en realidad no pasaban de ser quioscos de madera, paja y zinc, algunos de cierta envergadura, se realizó por cuenta de las empresas o gremios participantes. La muestra estaba dividida en tres partes: un concurso industrial, uno agrícola y uno hípico, este último organizado por el Polo Club. La Exposición combinada con los festejos conmemorativos de la independencia se convirtió en la ocasión idónea para poner en evidencia los logros obtenidos por el gobierno de Reyes en tres años, en contraste con el panorama del país antes de su elección como presidente, a tal punto que se llegó a comparar el significado del 20 de julio de 1810 (día de la Independencia nacional) con el del 7 de agosto de 1904 (fecha de la toma de posesión


de Rafael Reyes como presidente), señalando con ello un “renacimiento” económico, político y administrativo del país en un clima de concordia.17 La Exposición Agrícola e Industrial de 1910 estaría marcada por este precedente inmediato en muchos aspectos.

La celebración del Centenario de la Independencia y la Exposición Agrícola e Industrial de 1910 El programa de festejos para la celebración del primer centenario de la Independencia de Colombia incluyó desfiles militares, procesiones, misas, inauguración de bustos y monumentos, banquetes, funciones de ópera y cine, inauguración de obras públicas, iluminación de calles y espacios públicos, entre otros. Durante diecisiete días, entre el 15 y el 31 de julio, Bogotá se convirtió en escenario de una fiesta nacional que se llevó a cabo, principalmente, mediante actos simbólicos en los espacios públicos de la ciudad. En esta ocasión se concentraron todas las celebraciones y conmemoraciones, que en otros años se habían llevado a cabo a lo largo del año, y quedó de manifiesto el control por parte del gobierno del imaginario, el simbolismo y las tradiciones que quería instituir. Como sugiere Hobsbawm18, al igual que lo ocurrido en la Francia republicana, esta concentración de ceremonias públicas y la producción masiva de monumentos públicos se convirtieron no sólo en formas de establecer la obediencia, lealtad y cooperación de los miembros del Estado, sino en el modo en que los gobiernos se legitimaban a los ojos de los ciudadanos al entroncarse con una tradición reconocida.

La ciudad como escenario de la celebración del Centenario de la Independencia Los más de veinte bustos, esculturas, medallones y placas conmemorativas que fueron emplazados en el espacio público de la ciudad o en los principales edificios públicos dieron lugar a igual número de ceremonias públicas con las cuales se inauguraron y en las que miembros del gobierno y/o descendientes de los homenajeados pronunciaron discursos en los que se alternaba constantemente el pasado y el presente. Prueba de la importancia que tuvieron para el gobierno nacional los monumentos conmemorativos, fue la solicitud que hizo el propio presidente Reyes al ministro de Hacienda y Tesoro (que en 1908 se encontraba en comisión en Europa) sobre la contratación de “un gran monumento en bronce, que representara a Bolívar rodeado de las estatuas alegóricas de las cinco repúblicas que fundó”. Adicionalmente solicitó 20 placas y 10 bustos en bronce que representaran las figuras de Nariño, Santander, Córdoba, Ricaurte, Caldas, Acevedo Gómez, Camilo Torres, Ribón, Girardot y Sucre.19 La magnitud de este encargo inicial estaba más allá de las capacidades económicas del tesoro nacional, como pronto descubrieron los miembros de la legación colombiana en París cuando iniciaron las gestiones para la contratación de estos trabajos.


Inauguraciรณn de la estatua de Caldas, 1910. Revista El Grรกfico.

Estatua de Caldas, 1910. Primer Centenario de la Independencia de Colombia.


La comisión logró contratar una estatua ecuestre en bronce de Simón Bolívar, cuyo encargo se le hizo a Emmanuel Frémiet (1824-1910) y una estatua, también en bronce, de Francisco José de Caldas encargada a Charles Raoul Verlet (1857-1923). Los contratos con Frémiet y Verlet se firmaron en marzo de 1909 con el compromiso de que debían entregar las obras a más tardar en mayo del año siguiente para disponer del tiempo suficiente para transportarlas hasta Bogotá. Por otra parte, en diciembre de ese mismo año se firmó el contrato con el escultor Henri Greber (1854-1941) y su hijo el arquitecto Jacques Greber (1882-1962) para la realización de una estatua en bronce de Antonio Nariño, una placa y dos bajorrelieves, así como los dibujos para la construcción del pedestal.20 El resto de las obras previstas, que no pudieron ser asumidas por el gobierno nacional, fueron objeto de la iniciativa privada, especialmente de los miembros de algunos clubes elitistas o de algunos gremios, y encargadas a artistas nacionales. Una buena parte de estas obras estaban destinadas a ser emplazadas en el espacio público de Bogotá. Entre tanto, los miembros de la Junta discutían sobre los lugares exactos en que debía hacerse. El emplazamiento de la estatua ecuestre de Simón Bolívar fue motivo de uno de los debates más significativos. Entre los lugares propuestos se encontraban la plaza de San Victorino (o plaza de Nariño) el centro de la plaza de Bolívar (reemplazando la obra de Tenerani), el atrio del Capitolio, el parque del Centenario en San Diego y el parque de la Independencia. Frémiet envió dos proyectos de pedestal de acuerdo con las opciones más discutidas: el centro de la plaza de Bolívar y el atrio del Capitolio, y sugirió la segunda. Finalmente, en el mes de marzo de 1910 la Junta del Centenario, en reunión a la cual habían sido invitados representantes de los principales periódicos de la ciudad y los presidentes de los clubes, tomó la decisión de emplazar el monumento ecuestre en el parque de la Independencia. La elección de los lugares para el emplazamiento de las esculturas tuvo, claro está, implicaciones simbólicas. Los lugares elegidos no sólo cambiaron su aspecto físico, sino que algunos adquirieron otro nombre y otro significado a los ojos de los habitantes de la ciudad. Terminada la fiesta, la principal señal que quedó, en el espacio urbano como testimonio de la conmemoración, fue el conjunto de monumentos emplazados en los principales espacios públicos de la ciudad. La plaza de San Victorino recibió la escultura en bronce de Antonio Nariño, la plaza de Bolívar fue escenario de desfiles militares, coronaciones simbólicas y cabalgatas, la plazuela de Las Aguas pasó a denominarse plazuela de Policarpa Salavarrieta y se instaló allí una escultura en homenaje a la memoria de esta figura de la historia de la Independencia, la plazuela de las Nieves cambió su nombre por el de plazuela de Caldas y se emplazó la estatua en bronce de Francisco José de Caldas realizada en París, el parque del Centenario recibió los bustos de Ricaurte y Camilo Torres, la plaza de Los Mártires también fue objeto de desfiles y homenajes a los héroes de la independencia, la plazuela de la Capuchina acogió el monumento


Monumento a los mártires, ca. 1912. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.

Monumento a los héroes anónimos, 1910. Primer Centenario de la Independencia de Colombia.


del canónigo Andrés Rosillo y otro del Mariscal Sucre y en el Parque de la Independencia se instaló el monumento a los héroes ignotos y la estatua ecuestre de Bolívar. El programa mismo de los festejos fue una manera de organizar a la ciudadanía en torno a esta gran fiesta de “civilización y progreso” como fue calificada en su tiempo, tal vez la primera fiesta pública de estas dimensiones en la que se quiso hacer partícipe a toda la ciudadanía. La ciudad, que se convirtió en escenario de representación de una parte de la historia del país, a partir de un conjunto de figuras y hechos escogidos, cumplía una función similar al Compendio de la historia de Colombia para la enseñanza en las escuelas primarias de la Republica de Henao y Arrubla, premiado en la Exposición de 1910 y publicado a partir del año siguiente.

La exposición Si los festejos en el espacio público de la ciudad celebraban el pasado, la Exposición Agrícola e Industrial del parque de la Independencia celebraba el futuro. Al igual que las exposiciones universales a las que intentaba emular, la Exposición Nacional de 1910 fue un espacio de utopía, un espectáculo con fines instructivos en el que se reunió todo aquello que se consideró que representaba el desarrollo de la industria y del sector agropecuario

Fábrica de cerveza Bavaria, ca. 1912. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.


del momento. La vinculación de las dos celebraciones tuvo implicaciones simbólicas importantes que los organizadores se encargaron de poner en evidencia: Ella [la exposición] —se lee en el catálogo de los festejos— es el símbolo de nuestro futuro progreso, porque aquí se ha librado el Boyacá de nuestra emancipación económica.21

Los preparativos para la realización de la Exposición se iniciaron poco después de la expedición de la Ley 39 de 1907 con la que el gobierno nacional estableció la celebración del Centenario de la Independencia. En ese mismo año se creó una Comisión, compuesta por el Secretario General de la Presidencia y el Gobernador del Distrito Capital, encargada de preparar los programas. Después de varias renuncias la Comisión definitiva fue nombrada en noviembre de 1909 y estaba conformada por el Ministro de Relaciones Exteriores, el Ministro de Obras Públicas, el Gobernador de Cundinamarca y tres miembros de la sociedad civil de reconocido prestigio. Esta Comisión se encargó de nombrar subcomisiones para la organización de la Exposición Agrícola e Industrial, una exposición histórica de documentos y objetos relacionados con la Independencia, la adquisición y organización de una biblioteca de autores colombianos, la sección artística y otra para los festejos sociales y populares.

Fábrica de cerveza Bavaria, ca. 1908. A. Schimmer. Recuerdos de Bogotá.


Pabellón de México.

Pabellón de El Salvador.

Pabellón de Bolivia.

Pabellón de Venezuela.

Torre Eiffel.

Galería de las Máquinas. Livre d´or de l´exposition de 1889.


De todos los eventos programados para la conmemoración del Centenario de la Independencia, la Comisión le dio mayor relevancia a la Exposición Agrícola e Industrial con el propósito de superar a todas las que se habían realizado anteriormente, algo que se reflejó en el cuantioso presupuesto que requirió y en las dificultades que tuvieron que superar el gobierno y la Junta organizadora para la realización de un evento de grandes proporciones como el que se había propuesto. La primera dificultad que tuvo que superar la Junta organizadora fue la elección de un lugar apropiado para la realización de la Exposición. La primera opción contemplada fue un terreno propiedad del gobierno situado en el sur de la ciudad en el lugar conocido en ese entonces como Tres Esquinas o Molino de la Hortúa. Los periódicos, por su parte, arremetieron contra la Comisión organizadora de la Exposición por elegir como posible lugar para la realización de la misma este sitio y publicaron varios artículos plenos de figuras literarias y adjetivos que descalificaban de todas las maneras posibles su elección. En ellos se aludía a la falta de caminos pavimentados, los basureros de los alrededores, la miseria de los habitantes del lugar y la contaminación del aire a causa del humo de las chimeneas de los cuarteles y hospitales del sector, entre otras desventajas.22 Las razones con las que ambas partes defendieron su posición se esbozaron en términos de progreso y para ello, los que preferían el sector norte de la ciudad, argumentaron que este era el “del progreso y movimiento” y donde era posible encontrar tranvías, ferrocarril, buen servicio de coches, y donde estaban situados el Hipódromo de la Gran Sabana y el Polo Club.23 La Comisión Nacional del Centenario, por su parte, expuso el 10 de diciembre de 1909 al Ministerio de Obras Públicas las razones por las cuales se había elegido Tres Esquinas de Fucha como lugar apropiado para la Exposición Industrial y Agrícola y para la fundación de la Escuela de Agricultura. El informe iniciaba reconociendo que el sector sur no era el más próspero ni el más adelantado, pero argumentaba que la inversión que se hiciera en edificaciones nuevas para la Exposición, el mejoramiento de vías y de las condiciones sanitarias harían “poblado y céntrico lo que es hoy excéntrico y despoblado”.24 Acto seguido se enumeraban las obras que se había propuesto llevar a cabo la Comisión, entre las cuales se contaban la prolongación de la línea central del tranvía hasta el lugar previsto de la Exposición, la terminación de la carrera novena y la reparación de la carrera trece, la construcción de las alcantarillas necesarias y provisión de agua a la Exposición y a los terrenos circundantes. Con ello se lograría cambiar “por un aspecto de movimiento y hermosura su actual sórdida y desapacible fisonomía”.25 Sin embargo, la razón principal para que la Comisión del Centenario defendiera la finca de Tres Esquinas era que pertenecía a la nación desde 1906, por lo que significaba un ahorro considerable para el presupuesto de la Exposición. Por este motivo, cuando Antonio Izquierdo ofreció gratuitamente sus terrenos anexos a aquellos en los que se había celebrado la Exposición Nacional de 1907 en el Bosque de San Diego frente al parque


del Centenario, la Comisión Organizadora aprobó por unanimidad la resolución según la cual se elegía […] el Parque de la Independencia y el parque contiguo, que patriótica y gratuitamente ha ofrecido el señor don Antonio Izquierdo, para efectuar allí la Exposición Industrial, Agrícola y Pecuaria de 1910.26

Con la elección de este lugar se dio otro paso en la consolidación del desarrollo de un sector de la ciudad que había comenzado a prefigurarse desde la segunda mitad del siglo XIX. Los bogotanos identificaban el sector de San Diego con algunas señales de modernización presentes en sus inmediaciones tales como el Panóptico (la primera penitenciaría moderna de la ciudad diseñada por el arquitecto Thomas Reed), la fábrica de cerveza Bavaria (una de las primeras fábricas —en sentido moderno— de la ciudad), el Parque del Centenario, el Bosque de San Diego y las líneas de tranvía y ferrocarril que lo atravesaban. La intención misma de Antonio Izquierdo, al ceder el lugar para la construcción del parque, era valorizar sus terrenos al oriente de éste, como lo señala Alejandro Garay en su artículo. La otra dificultad que tuvo que sortear el gobierno y la Comisión organizadora fue la adecuación del parque y la construcción de los pabellones. En enero de 1910 la Comisión organizadora premió los proyectos ganadores de los cuatro pabellones que debían albergar la Exposición Agrícola e Industrial. El presupuesto para su construcción superaba ampliamente los recursos disponibles por parte de la Junta por lo cual fue necesario recurrir a la solicitud de aportes voluntarios de particulares mediante una campaña divulgada a través de los periódicos locales. Tomás Samper, el tesorero de la Comisión, publicó semanalmente las listas de contribuyentes en la Gaceta Republicana e hizo numerosos “llamados al patriotismo” instando a la ciudadanía a dar sus aportes para la conclusión de las obras.27 Finalmente, con gran dificultad, el gobierno otorgó partidas adicionales que permitieron terminar la adecuación del parque y la construcción de los pabellones.

El Parque y los pabellones Desde las primeras exposiciones internacionales la arquitectura de los pabellones fue motivo de experimentación con nuevos materiales (especialmente el hierro) y mayores dimensiones espaciales. El Palacio de Cristal, construido por Joseph Paxton (1801-1865) para la Exposición de Londres en 1851, con más de medio kilómetro de largo y ciento cuarenta metros de ancho fue el primero de una larga serie de edificios de exposición realizados como demostraciones patentes de los adelantos de la industria y la ingeniería del país promotor. Le siguieron, en las exposiciones posteriores, construcciones y artificios cada vez más grandes y ostentosos: para la exposición de 1867 se construyó la


Galería de las Máquinas que tenía una cubierta soportada por una estructura de hierro de grandes dimensiones diseñada por el joven Eiffel, en la exposición de 1889 la gran atracción fue la torre Eiffel con sus cien metros de altura, la exposición de Chicago de 1893 contó entre sus atractivos con la rueda de Ferris o rueda de Chicago que en cada una de sus 36 cabinas podía albergar hasta 60 personas y llevarlas a más de 80 metros de altura en un Pabellón de Colombia, Exposición de lapso de dos horas. Chicago de 1893. The book of the fair. Junto a estas demostraciones de los adelantos de la ingeniería, las exposiciones internacionales dieron lugar a pabellones que pretendían representar a través de su estilo arquitectónico el país al cual pertenecían. Así, cada país hacía su mejor esfuerzo por escoger el estilo arquitectónico con el cual se sentía representado y que, por lo general, estaba asociado a tradiciones constructivas locales. Esto dio pie para que el ambiente final de la Exposición tuviese un carácter exótico, diverso, que causaba extrañeza en los visitantes. Una de las exposiciones más representativas en este sentido fue la Exposición Universal de 1889, realizada en París, donde el imperialismo europeo y, en particular el francés, hicieron gala de sus colonias en ultramar para lo cual se construyó un pabellón que alojaba las exposiciones de los países del sudeste asiático y África que estaban bajo el dominio francés en ese momento. Asimismo se recreó un bazar egipcio, una calle de El Cairo y un poblado javanés para ambientar a algunos trabajadores nativos. Los numerosos países invitados construyeron pabellones en los que se emplearon algunos elementos de los estilos asociados a su tradición (como en el caso del pabellón de España, mezcla de arquitectura mozárabe y neogótica) o bien a su arquitectura vernácula (como en el caso de los pabellones de Argelia y Siam, por mencionar algunos) que daban lugar a edificaciones de carácter ecléctico. En la Exposición Agrícola e Industrial de 1910 realizada en Bogotá, el conjunto de pabellones construido evocaba, de alguna manera, este ambiente de exotismo de las exposiciones universales. El pabellón egipcio tenía detalles decorativos tomados de algunos templos egipcios antiguos, el quiosco de la luz era una reproducción literal del quiosco de la música construido en Versalles para María Antonieta en el siglo XVIII, el pabellón de Bellas Artes estaba más asociado al estilo “francés” o Art Nouveau, el quiosco japonés reproducía las formas de una pagoda japonesa, el pabellón de la industria tenía un aspecto que evocaba la arquitectura oriental con sus cúpulas en forma de bulbo de cebolla y, por último, el pabellón de las máquinas trataba de emular los ejemplos de la arquitectura construida en hierro, pero en este caso realizada en madera. Tal vez por ello los periódicos locales compararon el ambiente


Templete al Libertador. Parque de los periodistas, 2004. Jorge Alberto MartĂ­nez. ColecciĂłn MdB.


Templete al Libertador. Carrera décima, 1953. Fondo Saúl Orduz. Colección MdB.


del Parque de la Independencia con “el campo de Marte, Versalles, el Palacio de Cristal, la maravilla europea”28.

La retórica de la exposición Si en las exposiciones universales los dirigentes colombianos habían encarado el reto de representar el país frente a otras naciones, en las exposiciones nacionales la intención era lograr representarlo ante sus propios miembros. En las formas de representación del país en las exposiciones universales es posible ver una gran diversidad de posiciones que oscilaron entre las muestras de recursos naturales, las artesanías y las investigaciones científicas de carácter botánico.29 Así, por ejemplo, en la Exposición de Chicago de 1893 Colombia participó con un pequeño pabellón de estilo renacimiento italiano en el que se exhibieron colecciones que ilustraban la historia, los productos y la fauna del país. De igual manera contenía objetos que representaban las culturas indígenas y prehispánicas, tales como ídolos, cerámicas, collares, narigueras y pulseras de oro. Junto a estos objetos se exhibió el café producido en Cundinamarca y algunas manufacturas de algodón como hamacas y vestidos.30 En contraste, la Exposición Nacional de 1910 se limitó a la exhibición de productos agroindustriales y artísticos dejando por fuera cualquier tipo de mención a lo precolombino o a las culturas indígenas. A diferencia de las exposiciones universales donde frente al desarrollo de las otras naciones difícilmente se hubiera podido representar el país a través de su industria incipiente, en las exposiciones nacionales, en particular en las de 1907 y 1910, las muestras de objetos tendían a reunir todo aquello que se consideraba era muestra de desarrollo y progreso. Los diferentes pabellones de la Exposición reunieron una muestra de animales, máquinas, objetos artesanales, industriales y artísticos que pretendía representar las capacidades industriales y culturales del país. El punto de referencia estuvo definido en todo momento por los logros europeos con lo cual la Exposición se convirtió en una manera de equiparar el país con el mundo civilizado. Los animales, los objetos artísticos, los productos industriales, la arquitectura de los pabellones y el parque mismo fueron comparados constantemente con sus equivalentes europeos, bien fuera para exaltarlos o demeritarlos. Pocos cuestionaron los contenidos de la Exposición, por el contrario para la mayoría estaban claros los beneficios del evento: Este bien inestimable –se lee en una crónica– nos ha traído el Centenario: un mejor conocimiento de sí mismos. Las exposiciones industriales y agrícolas, los concursos artísticos, literarios y científicos han demostrado a propios y extraños lo que somos y de lo que somos capaces.32


Esplendor, ocaso y resignificación de un espacio urbano Después de los festejos, Bogotá volvió a su apacible calma, como se expresó en algunos de los números de la revista El Gráfico de los meses posteriores, que estuvieron dedicados a reseñar la actividad en el parque después de la Exposición, y en algunos periódicos se llamó la atención sobre la conservación de los pabellones. En uno de los artículos se lee: Los costosos edificios que [se] hicieron en tres meses, se caerán al fin si no los componen pronto. Debe hacerse eso cuanto antes, lo mismo que restablecer el alumbrado para que haya funciones de cinematógrafo y otras distracciones para el público que no puede salir a veranear.32

La propuesta fue acogida por algunos particulares que tomaron en arriendo los pabellones con la intención de convertirlos en empresas lucrativas en función del tiempo de esparcimiento de los bogotanos. Fue así como el Ministerio de Obras Públicas le entregó el pabellón de las Máquinas a la empresa Kine Universal para la proyección de cine, el pabellón de la Industria fue convertido en sala de patinaje, el pabellón Egipcio fue arrendado para actividades de gimnasia y armas (esgrima) hasta 1917, año en el que, junto con el pabellón de Bellas Artes y el quiosco de la Luz, fue acondicionado para servir de sede a la Escuela Nacional de Bellas Artes.33 La Junta del Centenario había considerado que los pabellones harían perdurar la celebración del Centenario “en el recuerdo de las futuras generaciones […] tal como la perpetuarían columnas conmemorativas y arcos de triunfo”.34 Por tal motivo se había contemplado la posibilidad de convertir los pabellones en museos, salas de exhibición y “otros usos relacionados con la cultura”. Sin embargo la idea no prosperó y el valor simbólico del parque cayó pronto en el olvido entre los habitantes de la ciudad. Si bien el parque se convirtió en un lugar de esparcimiento ocasional para algunos sectores de la sociedad, no llegó a ser uno de los más concurridos. Testimonio de ello es una nota que se publicó en la revista Cromos en 1920, en la que se reprochaba a los bogotanos no aprovechar este lugar de especiales características paisajísticas. Nuestro pueblo por regla general ama poco la naturaleza. Después de un día de ajetreo […] los bogotanos llenan los bares y las cantinas o se apostan [sic] en las esquinas en vez de ir a buscar reposo y solaz en los parques […].35

Entretanto, las obras de mantenimiento del parque y los pabellones requerían mayores sumas de dinero por parte del Ministerio de Obras Públicas que, al parecer, determinó como la vía menos onerosa la demolición de los pabellones. El primero fue el de la Industria, en 1915, le siguió el de las Máquinas en 1924. Casi al mismo tiempo el Ministerio decidió


construir en los predios del parque el nuevo edificio de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Para el efecto, en agosto de 1919, Arturo Jaramillo Concha firmó un contrato para el diseño del edificio, que se comenzó a construir a finales del mismo año en el costado suroriental del parque. Sin embargo, el proyecto recibió críticas por parte del secretario del Ministerio de Obras Públicas, quien recomendó suspender la obra y utilizar los cimientos construidos para “el Museo Nacional o bien para una biblioteca de lectura moderna, edificaciones propias de un lugar de recreo”.36 En 1933, efectivamente, se inició en el mismo lugar la construcción del proyecto de Alberto Wills Ferro para Biblioteca y Museo Nacional de Bogotá, que se inauguró en 1938 con motivo de la celebración del cuarto centenario de la ciudad. Para esta misma fecha el panorama del parque era otro y el único pabellón sobreviviente de los construidos para la Exposición de 1910 era el quiosco de la Luz. Pero no sólo fueron desmantelados los pabellones. Las esculturas y monumentos que se encontraban en diferentes recodos del parque fueron trasladadas a otros lugares de la ciudad en la primera mitad del siglo XX. La estatua ecuestre de Bolívar fue retirada del parque y emplazada, en julio de 1962, en el conjunto monumental Los Héroes sobre la autopista norte de la ciudad, el monumento a Los Héroes ignotos fue emplazado en la intersección de la calle 63 y la avenida 48, las esculturas precolombinas que habían sido traídas desde San Agustín e instaladas en el parque por orden del entonces presidente Rafael Reyes en 1907 fueron retiradas del parque, el cañón de las guerras de Independencia fue instalado frente al Museo Nacional. La construcción de nuevas vías y la ampliación de las existentes a partir de la década de 1940 dieron término al proceso de desmantelamiento de los pocos restos que quedaban de la celebración del Centenario de la Independencia. En primer lugar fue la construcción de las carreras 7ª y 10ª que a su paso cercenaron una buena parte del vecino parque del Centenario reduciéndolo a una glorieta en la que quedó confinado el templete al libertador construido en 1883 para conmemorar el centenario de su nacimiento. La segunda obra fue la construcción de la calle 26 y del intercambiador vial en el cruce con las carreras 7ª y 10ª que dividió en dos al parque de la Independencia y obligó al traslado del templete al Libertador al lugar en el que se encuentra hoy en día en el parque de los Periodistas. El sector de San Diego y el Parque de la Independencia no son hoy los mismos lugares de entonces no sólo porque no tienen la misma estructura física ni el mismo carácter urbano, sino porque su significado se ha modificado por completo. Por este motivo, el trabajo de restauración del quiosco de la Luz por parte de la Corporación La Candelaria y la exposición del Museo de Bogotá “La Ciudad de la Luz”, que tiene como objetivo la recreación histórica de la Exposición Agrícola e Industrial de 1910 en el marco de las celebraciones del centenario de la independencia del país, adquieren especial relevancia para la resignificación de un espacio urbano como éste.



En una ciudad como Bogotá, que día a día se transforma y renueva incluso en sus espacios más representativos, se hace necesario definir estrategias de resignificación para aquellos lugares que son símbolos importantes de la historia de la ciudad. Con “La Ciudad de la Luz” se pretende iniciar un proceso de reflexión sobre las formas de representación de la sociedad en el espacio urbano, los modos en que pierden vigencia para una comunidad y se destruyen o transforman los testimonios del pasado.

Notas 1 Tony Bennet, The Birth of the Museum. History, theory, politics, Londres - Nueva York, Routledge, 2002. p. 209 y ss. 2 El Constitucional de Cundinamarca, No. 12, Bogotá, 5 de noviembre de 1841. 3 El Constitucional de Cundinamarca, No. 16, Bogotá, 3 de diciembre de 1841. 4 El Día, No. 82, Bogotá, 5 de diciembre de 1841. 5 Ibíd. 6 El Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, 9 de octubre de 1842. 7 El Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, 8 de enero de 1843. 8 El Bien Público, Bogotá, 17 de febrero de 1871. 9 El Bien Público, Bogotá, 20 de junio de 1871. 10 Diario de Cundinamarca, Bogotá, 17 de julio de 1871 11 La Ilustración, Bogotá, 18 de febrero de 1872. 12 La Ilustración, Bogotá, 16 de marzo de 1872. 13 El Agricultor, Bogotá, 1º de septiembre de 1880. 14 Véase La Crónica, Bogotá, 12, 13, 15,16, 17, 18 y 24 de agosto de 1899. El Diario, Bogotá, 19, 20, 22, 23 y 24 de agosto de 1899. 15 El Diario, Bogotá, 1º de septiembre de 1899. 16 Fiestas Patrias. Relación de los festejos del 20 de julio y 7 de agosto de 1907 en la capital de la República con la descripción completa del concurso agrícola, industrial e hípico, Bogotá, Imprenta Nacional, 1907, p. 24. 17 Ibid., pp.105-107. 18 Eric Hobsbawm, “Mass-producing traditions. Europe, 1870-1914”, en David Boswell y Jessica Evans (ed), Representing the nation: a reader, Londres, Routledge, 1999, pp. 61-86. 19 Revista del Centenario, Bogotá, 21 de abril de 1910, p. 106. 20 Ibíd., p. 114. 21 Primer Centenario de la Independencia de Colombia, Bogotá, Escuela Tipográfica Salesiana, 1911, p. 215. 22 Gaceta Republicana, Bogotá, 10 de diciembre de 1909. 23 Revista del Centenario, Bogotá, 27 de abril de 1910, p. 109.


24 Ibíd., p. 110. 25 Ibíd., pp.110-111. 26 Revista del Centenario, Bogotá, 21 de abril de 1910, p. 98. 27 Gaceta Republicana, Bogotá, 18, 22 de marzo, 5 de mayo de 1910. 28 Primer Centenario de la Independencia de Colombia, Op. cit., p. 215. 29 Frederick Martínez. “¿Cómo representar a Colombia? De las exposiciones universales a la Exposición del Centenario, 1851-1910”, en Museo, memoria y Nación. Memorias del Simposio internacional y IV cátedra anual de historia Ernesto Restrepo Tirado. Bogotá, Ministerio de Cultura, 2000, pp.315-333. 30 Hubert Howe Bancroft. The book of the fair. Chicago - San Francisco, The Bancroft Company, 1893, pp. 914-915. 31 Popayán, No. 25 y 26, septiembre de 1910. 32 Sur América, No. 12, 6 de diciembre de 1910. 33 Memorias del Ministro de Obras Públicas, Bogotá, s.e., 1914, p. 259. 34 Revista del Centenario, Bogotá, 25 de mayo de 1910, p. 134. 35 Cromos, No. 239, Bogotá, 11 de diciembre de 1920. 36 Archivo General de la Nación. Escuela Nacional de Bellas Artes, Varios, Fondo Ministerio de Obras Públicas, Sección República, “Bogotá, Palacios y Panóptico”, No. 830.


Escuela de Bellas Artes y Biblioteca Nacional

Arturo Jaramillo Concha, Escuela de Bellas Artes, acuarela, 1919. Archivo General de la Naciรณn.


Biblioteca Nacional, 1938. Sociedad de Mejoras y Ornato, Bogotรก.





El vapor. M. Chapu. Palacio de las Máquinas. Livre d´or de l´exposition de 1889.


Plano de Bogotรก, 1910. Alberto Borda Tanco.

Plano del Molino de Tres Esquinas, 1911. Colecciรณn MdB.


La Exposición del Centenario: una aproximación a una narrativa nacional Alejandro Garay El campo de Marte, Versalles, el Palacio de Cristal, la maravilla europea ante la cual el viajero primerizo se queda estupefacto, se había trasladado de repente y por arte mágico a Bogotá.1

La celebración de Centenario fue una de las fiestas emblemáticas celebradas durante el apogeo de las exposiciones nacionales. En ninguna de aquéllas se trabajaría tanto para conformar lo que podría definirse como los rasgos nacionales. El Estado, representado en la Junta del Centenario, dio vida a los festejos, los cuales estaban encaminados a conmemorar, por un lado, la Independencia respecto de España ligada a los próceres y, por otro, exhibir los progresos tanto materiales, culturales como espirituales de la joven nación americana. Colombia se mostraría como una nación civilizada, no sólo poseedora de unos recursos naturales envidiables sino también de una tradición cultural propia, como cualquier país europeo, sustentada en la Biblioteca Pombo y en la Exposición Nacional de Bellas Artes. El Estado dispuso parte de su presupuesto para la realización de los eventos, entre los cuales cabría mencionar el acondicionamiento del parque de la Independencia para la construcción de varias edificaciones, símbolo de los avances técnicos y de la creatividad del pueblo colombiano. Los festejos incluían muestras industriales y agrícolas, de arte, cabalgatas históricas, misas en la catedral, inauguración de estatuas y variedad de discursos. En otras palabras, el gobierno trató de realizar una exposición que diera cuenta del progreso que estaba alcanzando el pueblo colombiano.

Los encargados A pesar de la Ley 39 de 1907,2 promulgada durante el mandato del general Reyes con el fin de celebrar el Centenario de la Independencia de Colombia y la inmediata creación de la Junta del Centenario, a comienzos del año 1910 el programa de festejos aún no estaba confirmado. El 12 de febrero del mismo año, el Nuevo Tiempo publicó una carta en la que se hace evidente el desconocimiento de los colombianos acerca de los festejos. Bogotano, seudónimo del autor de la correspondencia, afirmo: “Me permito insinuar a la Junta Organizadora del Centenario, si es que existe, algunos puntos que se relacionan


con la fecha clásica de nuestra emancipación”. Son cuatro las recomendaciones que hace Bogotano: restaurar los puentes que llevan nombres de próceres; colocar una lápida pequeña de mármol en cada una de sus casas; erigir un panteón nacional en la iglesia de la Veracruz y realizar una pequeña exposición de objetos históricos pertenecientes a los mismos.3 La Junta del Centenario creada en 1907 fue sustituida en 1909. El nuevo presidente de la República, Ramón González Valencia (1851-1928), consideró que los integrantes de la comisión no habían podido continuar con los trabajos iniciados, “unos por estar ausentes del país o la capital y otros por ocupar cargos importantes que no les permiten distraer su tiempo”.4 La nueva Comisión se creó a inicios de aquel año, pero sólo a finales del mismo quedó completamente conformada; las frecuentes renuncias de sus integrantes impedían regularmente su funcionamiento. Los frecuentes cambios fueron causados por la inestabilidad política que gobernaba en Colombia en la primera década del siglo XX. El nuevo presidente, aunque había sido cercano al general Reyes, no pretendía continuar con la misma línea de éste; todo lo contrario, uno de sus objetivos era buscar salidas políticas a los conflictos heredados. En este sentido, González Valencia no proyectaría la celebración como un escenario de enfrentamientos políticos sino como el lugar preciso para mostrarles a los colombianos que la paz podía convertirse en un hecho real. En el intento de crear esa seguridad nacional, la celebración del Centenario se convirtió en el medio visible de ese proyecto conciliador y pacifista al que el país aspiraba luego de la reciente guerra de los Mil Días. Los señores Lorenzo Marroquín, ministro de Relaciones Exteriores, Emiliano Isaza, ministro de Obras Públicas, y Silvestre Samper Uribe, gobernador de Cundinamarca, fueron finalmente los encargados de los festejos. Pero en total, 34 de los más distinguidos hombres de la sociedad colombiana (ni una sola mujer),5 participaron en la organización de los mismos. Entre otros figuran: Carlos Michelsen, Tomás Samper, José María Saiz, Carlos Uribe, Tomás Rueda Vargas, Andrés Santamaría, José Manuel Marroquín, Carlos Arturo Torres y Enrique Olaya Herrera. Una plétora de hombres que se harían cargo de todo para que la Exposición fuera realidad. Hasta los mínimos detalles fueron planeados y supervisados por ellos mismos. Los organizadores del Centenario tenían en común su origen social: todos pertenecían, si no a las familias más adineradas, sí a las más tradicionales de la ciudad. La mayoría de ellos tenían formación académica, ocupaban puestos públicos importantes, eran herederos de una tradición política y estaban relacionados con otras culturas, como la europea. Así, es evidente que la Exposición fue organizada material e ideológicamente por un grupo social determinado, excluyendo otros estratos sociales. Ésta se convierte, entonces, en el mejor escenario para analizar lo que las clases dirigentes consideraban nacional y aquello que rechazaban como tal; en otras palabras, la manera como se quería representar a la nación


colombiana. Sus gustos y su criterio están dispuestos en cada una de las construcciones y en los diversos eventos que se realizaron durante los 15 días de celebración.

El sitio construido Una de las primeras tareas para la nueva Comisión fue escoger el sitio adecuado para celebrar la Exposición. Un lugar amplio, apropiado para los festejos y en la medida de las posibilidades cercano a la ciudad. Tendría que albergar las nuevas edificaciones y soportar la visita de miles de personas. La primera opción pensada por la Comisión fue el Molino de la Hortúa, conocido como Tres Esquinas de Fucha, finca donde se cruzaban los caminos que conducían a las poblaciones de Ubaque, Tunjuelo y Bosa, propiedad del Estado desde 1906; constituía, además, la entrada sur de la ciudad. Pronto aparecieron fuertes críticas sobre este sitio. Además de indicar que el lugar era muy distante del centro y que no tenía buenas vías de comunicación, se argüía que el sur no era un sitio próspero ni adelantado y, por el contrario, […] la parte norte de la ciudad es la del progreso y movimiento, y tiene mucho mayor halago para el público y los expositores que la parte sur. El valor de las obras que se ejecuten en la parte norte de la ciudad es necesariamente mayor que el que representarían en el extremo sur de ella.6

Ésta quizá fue una de las razones por las que finalmente se optó por un lugar distinto al Molino de la Hortúa: un sitio ubicado al norte de la ciudad. Al enterarse de la posibilidad de que la Hortúa fuera escogida como sede de la Exposición, el señor Antonio Izquierdo de la Torre invitó a los señores de la Comisión y a otras personalidades del Gobierno a un lunch para que conocieran su parque, ubicado en el extremo norte del parque de la Independencia, y se convencieran de que era el lugar más adecuado. En una entrevista el propietario mencionó algunas de las razones por las cuales había tomado la decisión de ceder sus terrenos para la celebración: Estando interesado en que la Exposición tenga todo el éxito que merece, tanto por la idea patriótica que encierra, cuanto por ser yo un industrial, a quien se le confirieron los primeros premios en las exposiciones de 1889 y 1907, renuncié a la idea de la venta y ofrecí gratuitamente mis terrenos y la casa para que se celebrara allí la Exposición. Confieso que me conviene que el público conozca mi parque, para que sepa apreciarlo y me lo paguen bien cuando lo venda, como le conviene a un artista exhibir un cuadro; cada día que pase habrá más gente que sepa apreciar la importancia que tiene para la higiene y el embellecimiento de la ciudad la adquisición de un parque como el mío.7

En la misma entrevista, Izquierdo señalaba que el parque de la Independencia y el suyo formaban una sola propiedad. El primero había sido adecuado para la Primera Exposición


Agrícola e Industrial, celebrada en 1907 durante el gobierno del general Reyes, y desde entonces se lo conocía como el parque Hermanos Reyes o el Bosque Reyes; pero en 1909 cambió su nombre por el que aún conserva: el de parque de la Independencia. Mientras tanto, Izquierdo de la Torre, según sus propias palabras, se dedicó a embellecer su parque con el fin de prepararlo para la venta. La unión de los dos parques fue la sede de los principales festejos del Centenario.8 El terreno estaba ubicado en el extremo norte de la ciudad, entre las actuales carreras 5 y 7 y las calles 24 y 26. Además, estaba situado al oriente del parque del Centenario, el cual tenía ya más de dos décadas de existencia. Estos parques constituyeron las primeras propuestas de espacios abiertos que luego de las exposiciones tendrían fines recreativos y de esparcimiento. De alguna manera el parque de la Independencia ya constituía un símbolo para la ciudad. En primer lugar, porque allí los colombianos habían visto los progresos que se estaban alcanzando en la industria (el recuerdo de varias empresas de cervecerías y molinos que inundaron el parque en 1907 era aún reciente); en segundo lugar, por su cercanía al parque del Centenario, el escenario patriótico donde se había celebrado el centenario del natalicio del Libertador. Estos factores hacían de aquel territorio el lugar adecuado para recordar a nuestros próceres y para exponer nuevamente los logros que Colombia estaba alcanzando en materia industrial y agrícola. Luego de oficializada la entrega del lugar, se iniciaron los trabajos de adecuación. Era necesario arreglar el parque con el fin de dar paso a la construcción de los edificios que albergarían las distintas exposiciones. Las nuevas edificaciones serían un símbolo evidente del progreso científico y económico que en 100 años de independencia Colombia había alcanzado.

Los pabellones: muestras de civilización y cultura La noción de civilización jugó un rol importante en los discursos de identidad americanos, pues no sólo el nuevo continente debía obedecer a las dinámicas mundiales, que en realidad eran los requerimientos occidentales, sino que nuestras elites se encargaban de recordar continuamente que Europa era, sin duda, el continente de la civilización y del progreso. Frédéric Martínez sostiene que en el caso colombiano la referencia a Europa y a su modelo de nación civilizada fue un patrimonio compartido por todos los sectores políticos. Ningún partido, incluidos los liberales radicales o mosqueristas independientes, se apartaba del argumento importado de la civilización. Esta referencia europeísta constituía, además, un instrumento favorable para las elites, las cuales buscaban elementos visibles de distinción social, y Europa se las proporcionaba.9 Colombia pretendía formar parte del conjunto de naciones civilizadas, y sus dirigentes hacían lo posible por representarla como una nación industrial, moderna y católica. La Exposición del Centenario sería la mejor ocasión para


mostrar al país mismo, y al mundo entero, que Colombia estaba cerca de alcanzar los ideales requeridos para ser una nación civilizada. El ideal de progreso y la noción de civilización presentes en los innumerables discursos se hacen tangibles en la adecuación y construcción de los pabellones en el parque de la Independencia. Éstos constituían la prueba por excelencia del avance industrial y arquitectónico que estaba alcanzando la joven nación colombiana. Enrique Olaya Herrera, asombrado con el parque, anotó lo siguiente: La obra más digna de aplauso, realizada para el Centenario en el breve término de cuatro meses, ha sido el arreglo del parque de la Independencia y la construcción allí de cuatro sólidos y artísticos edificios destinados para la Exposición Industrial y la de Bellas Artes. Estos pabellones por su elegancia arquitectónica, por su magnitud, por su apropiación al objeto a que se le destina, dan idea muy ventajosa de los adelantos que en materia de construcción hemos alcanzado. Sin hipérbole puede decirse que el parque presenta un aspecto europeo.10

Poco se sabe del criterio arquitectónico y del porqué del número de edificaciones; lo cierto es que fueron cuatro pabellones de marcado eclecticismo: el Central o de la Industria, el de Bellas Artes, el de las Máquinas y el Egipcio, además de otras construcciones, como el Kiosco de la Luz (única edificación apreciable hoy día)11, el de la Música, el Japonés y las pesebreras. Estas obras no se alejaron del gusto que imperó en las exposiciones universales y, más aún, en las realizadas en los países vecinos.12 Es claro que en el parque de la Independencia se adoptó un gusto ecléctico más variado que en las diversas exposiciones nacionales celebradas en décadas anteriores. Según el arquitecto Niño, el eclecticismo se evidenció incluso en la composición interna de todos los pabellones: “En ellos coexistían varias sintaxis compositivas y una muy libre interpretación de los estilos en particular”13; un eclecticismo característico de las exposiciones universales. En pocas palabras, pabellones eclécticos, construidos apresuradamente, con materiales poco durables, pero lo suficientemente vistosos como para que los colombianos no pararan de elogiarlos. El parque se convirtió en el lugar de apropiación de los ideales de civilización, y sería allí donde se representarían los adelantos tanto materiales como culturales alcanzados hasta ese momento; en otras palabras, era el espacio de representación de la nación. Por un lado, se contaba con unos pabellones encargados de albergar la creatividad y la inventiva de los colombianos con la ayuda de las riquezas del territorio nacional; por otro, con un pabellón como el de Bellas Artes, en el cual se apreciaban el ingenio y el cultivo de lo más noble que una sociedad puede inculcar en sus ciudadanos. Los dos pabellones que representaban la industria colombiana eran el Central o de la Industria y el de las Máquinas; su edificación fue la más costosa, aunque sus precios exactos no



Construcción de la Galería de las Máquinas, París. Livre d´or de l´exposition de 1889


se han podido verificar.14 La construcción del pabellón de la Industria fue dirigida por el experimentado arquitecto Mariano Santamaría y por el joven Escipión Rodríguez, quien además se encargó del pabellón de las Máquinas. Algunos estudiosos sostienen que a la llamada Generación del Centenario podrían asociarse los arquitectos Arturo Jaramillo, Escipión Rodríguez y Carlos Camargo Quiñones —arquitectos de las obras del parque de la Independencia—, quienes después de Santamaría, Lelarge o Cantini “practicaron un eclecticismo más abierto respecto al rigor clasicista de la generación anterior”.15 Los pabellones de la Industria y de las Máquinas fueron la mejor excusa para vincular las muestras de progreso en el país con las luchas de Independencia. Nuestros próceres independentistas se habían encargado no sólo de liberar a Colombia del yugo español, sino de procurar un mejor panorama industrial y económico para las nuevas generaciones. “Un certamen de industria […] será una de las maneras de honrar la memoria de quienes ofrendaron su vida por que la Patria colombiana fuera libre, a la par que próspera y rica”.16 Las exposiciones nacionales, desde sus inicios, articularon las muestras de progreso con los días patrios: 20 de julio o 7 de agosto. Martínez asegura que la [...] yuxtaposición de la celebración del pasado nacional y del homenaje a los adelantos del presente será característica de todos los festejos patrióticos en los años de exposición: 1871, 1872, 1880, 1881, 1899, 1907, 1910.17

Por una parte se muestran los adelantos visibles que la nación ha obtenido y por otra se festeja con discursos, estatuas y procesiones a los héroes de la Independencia.

La exposición Industrial y Agrícola El 23 de julio a las nueve de la noche se inauguró la Exposición Industrial y Agrícola en el parque de la Independencia. El lugar totalmente iluminado y colmado de gente fue el escenario perfecto para que se descubrieran las maravillas construidas y se diera paso a las distintas exposiciones en los pabellones. Sin lugar a dudas fue el programa más aplaudido por los periodistas y escritores de la época. El Nuevo Tiempo habla en estos términos: ¡La apertura de la Exposición! He aquí lo más expresivo y magnífico, lo más grande y digno. La belleza y el arte, la ciencia y la industria, el progreso y la riqueza, nuestros adelantos, nuestra flora, nuestra pródiga, fecunda y prodigiosa naturaleza; todo eso, todo cuanto en Colombia vale, es notable ó simplemente curioso, tenía allí un sitio, estaba allí representado en uno de los cuatros pabellones principales ó en alguno de los innumerables secundarios que se deban a la iniciativa de industriales patriotas y desinteresados.18


Si bien la Exposición del Centenario fue una de las más ambiciosas y completas de las nacionales, por cuanto abarcó programas y proyectos que ninguna otra siquiera había contemplado, no dejan de ser los sectores industrial y agrícola el eje primordial del evento; en muchas fuentes se habló no de la Exposición del Centenario sino de la Exposición Industrial y Agrícola de 1910. Esta diciente reseña habla de uno de los pabellones: Entre los pabellones ocupa lugar prominente el de las Máquinas, que es sin duda el más importante, porque su contenido, todo de utilidad práctica, representa un progreso verdadero y pone de resalto las fuerzas vivas de la nación.19

Los dos pabellones eran toda una revelación de productos y de riquezas nacionales; unas riquezas que demostraban que el fértil territorio colombiano nada tenía que envidiarle a cualquier otra nación, incluso del Viejo Continente. Todo estaba dispuesto y organizado en cada una de las galerías: tejidos, paños, driles, tapices y telas de diferentes fábricas, productos de cabuya, maderas, zapatos, velas, pastas, sombreros de Medellín, fósforos, molinos de trigo, locerías de Bogotá y Antioquia, petróleo, gasolina, bencina, lámparas, agua de quina para el pelo, yodo incoloro, botiquines de Medellín, jarabes, sal de frutas, cosméticos, muestras de café, abonos artificiales, muebles estilo Luis XV, una mata de fique, mazorcas de cacao, peras, ciruelas, minerales, vidrios, pelucas, fotografías y cigarrillos, eran algunas de las piezas vistas en el pabellón de la Industria; relojes de Antioquia, despulpadoras de café, alambiques, estufas, máquinas para hacer fideos, herraduras, una carreta para paseo, una máquina piladora y pulidora de café, otra para aserrar madera, motores de vapor, relojes eléctricos, un arado para sacar papas, balanzas, columnas, pilares de hierro y alcohol, eran objetos representativos del Pabellón de las Máquinas. Estos dos pabellones producían la impresión de que para 1910 Colombia no era una nación “atrasada” sino todo lo contrario, podía exhibir con orgullo sus riquezas y el ingenio de sus habitantes, unos habitantes jubilosos de pertenecer a esa nación que se desvelaba ante sus ojos.

Los apuros económicos y las soluciones Las construcciones enfrentaron varias dificultades. La primera de ellas fue el tiempo y la segunda el capital económico. Parecía poco probable que en cuatro o cinco meses se pudieran levantar grandiosos pabellones y que además el dinero fuera suficiente.20 Al menos para el problema del tiempo había solución, pero, sin duda, la falta de recursos podía constituir el mayor obstáculo para la Comisión encargada. Y así fue. Una vez iniciadas las construcciones, empezaron a surgir críticas por el tamaño y por su precio. En abril se publicó el siguiente texto anónimo:


Los pabellones que se construyen en San Diego para la Exposición Nacional, nos parecen demasiado amplios y macizos para el objeto a que se destinan. Entendemos que esta clase de edificios son hechos, en Europa y en la América del Norte, de tal modo que sea fácil desbaratarlos ó destruirlos en un momento dado. Además, el ingente gasto que ocasionan no se compadece con nuestra penuria. Pudieran haber hecho algo más ligero, sencillo, elegante y cuyo gasto estuviera más en armonía con la miseria que nos aqueja.21

Unos días después de esta publicación los trabajos tuvieron que detenerse por falta de recursos y la Comisión no tenía soluciones inmediatas. Tomás Samper, una de las personas más comprometidas con la obra del parque, se sentía decepcionado porque la gente adinerada y los grandes empresarios no contestaron a la suscripción de fondos particulares que tenía como objeto financiar los gastos de los pabellones. Por ello no es de extrañar que el 27 de abril los señores de la Comisión encargada de la Exposición Industrial y Agrícola renunciaran. Muchas fueron las razones que los movieron a tomar esa decisión, pero una de ellas estaba relacionada con el compromiso de los colombianos con el país: Fiestas de esta naturaleza requieren para alcanzar el éxito el concurso decidido y el entusiasmo patriótico de todos los habitantes del país; pero vemos con el más profundo desconsuelo que nos ha tocado en suerte llegar a la época del Centenario en momentos en que el país revela más que nunca la ausencia del espíritu público; en que el Tesoro se encuentra en la situación más precaria por que jamás haya atravesado, ya por la natural desorganización que todo cambio en el sistema de recaudación de las rentas produce, ora porque se están sufriendo con la mayor intensidad las consecuencias de gastos inmoderados, superiores en mucho a la capacidad tributaria de la Nación.22

Al parecer la sociedad colombiana aún no se sentía comprometida con la celebración, y mucho menos si uno de sus objetivos era mostrar los progresos que se han habían logrado desde la Independencia. Recuerdos tan cercanos como el de la guerra de los Mil Días y la separación de Panamá hacían que los colombianos se sintieran poco partícipes de una Exposición que hablaba de progreso, civilización y cultura. En este escenario de crisis nacional la Exposición servía además como aliciente para restaurar la moral y los sentimientos nacionalistas que el pueblo había perdido como consecuencia de las pugnas políticas, las guerras civiles y la fragmentación del territorio. La Exposición de 1910 se convertía, entonces, en la oportunidad ideal para convocar de nuevo al pueblo bajo los argumentos de un patriotismo ligado a una Colombia diferente, es decir, próspera y civilizada. La convocatoria se hizo visible cuando el diario El Nuevo Tiempo apeló a los capitalinos para que colaboraran donando la suma que les fuera posible. Se proponía de esta forma una colecta que tendría como objetivo las obras del parque de la Independencia; el periódico sugería que los lugares adecuados para la entrega del dinero eran la oficina de la



Empresa de Energía, la Librería Colombiana, las administraciones del Jockey Club y Gun Club o la Botica de Montaña Hermanos. Ese mismo día, 12 de mayo, El Nuevo Tiempo inició una suscripción con los primeros contribuyentes y la suma respectiva: Ismael Enrique Arciniegas $20, Carlos Lorenzana $20, doctor José María Montoya $20… Al final de la lista la suma ascendía a $350 pesos.23 Sería, entonces, la administración de este periódico la responsable del dinero donado y también la que publicaría, día tras día, los nombres, las sumas y el resultado. A medida que pasaba el tiempo la gente se sumaba a la lista y el dinero seguía en aumento. Durante los días de recolección de fondos el mismo periódico publicó una interesante carta que, entre otras cosas, señalaba: Muy plausible es el proyecto por usted iniciado, tanto que el pueblo colombiano quiere ver en la lista de suscriptores a los siguientes compatriotas: señor presidente de la República, señores miembros de la Asamblea Nacional Constituyente y Legislativa, señores ministros del Despacho […].24

La lista de nombres y de empresas es larga. Aunque en ningún momento se publicó el nombre del presidente y sólo algunos de los ministros y las máximas personalidades de la política nacional contribuyeron, se puede asegurar que la convocatoria fue todo un éxito. Tanto ricos como pobres se unieron y el 19 de julio el diario publicó su última lista con un total de $32.646 pesos, una suma nada despreciable comparada con el presupuesto general, que fue de $170.000 pesos aproximadamente.25 En pocos días los periódicos capitalinos se convirtieron en el mejor puente entre los miembros de la Comisión y la sociedad. Una gestión que tuvo un sentido eminentemente nacional, pues recordaba que teníamos un pasado glorioso y que era el momento de celebrarlo; donar significaba ser parte de los ideales de toda una nación.

Los festejos Durante los festejos imperó la presencia de la Iglesia, del Estado y de organizaciones privadas como clubes, sociedades benéficas y académicas. Celebraciones eucarísticas y otras como el Te Deum, la erección del Panteón de los Próceres en la iglesia de la Veracruz, los repiques y la presencia considerable de clérigos hicieron de la Iglesia católica una de las principales protagonistas y una de las piezas clave en la Exposición. Inauguración de las distintas exposiciones, de estatuas, procesiones históricas, discursos, instalación del Congreso de Estudiantes, cabalgata histórica, dramas patrióticos, fueron algunos de los actos en los que el gobierno mantuvo activo su papel. La iluminación eléctrica, donaciones del Jockey Club y del Gun Club, sesiones solemnes en colegios, escuelas, sociedades y academias científicas e históricas e inauguración de 24 casas donadas por la Sociedad San Vicente de Paúl, hicieron parte de los festejos realizados por sociedades o personas de la capital, muchos de los cuales trabajaban en el gobierno y pertenecían al credo católico.


Los festejos duraron 15 días, en los cuales se cumplió el programa fijado por la Comisión. En general, las celebraciones comenzaban a las nueve o diez de la mañana con algún homenaje, en la mayoría de los casos a un prócer, instalando en algún parque o plaza una escultura o un busto del mismo. En algunas ocasiones también se comenzaba con una misa, ya fuera en la catedral o en la iglesia de la Veracruz. En la tarde había inauguraciones de obras, almuerzos en colegios, obras de teatro, cabalgatas, honores militares, etcétera. En la primera noche se celebró el más importante de todos los festejos: la inauguración del parque de la Independencia, y con ello la apertura oficial de la Exposición. También hubo banquetes y festejos de todo tipo, por ejemplo, espectáculos públicos y festejos populares.26

Iglesia católica Los festejos más simbólicos que realizó la Iglesia fueron la erección de la iglesia de la Veracruz como Panteón de los Próceres y la misa de “campaña” en la plaza de Bolívar el 24 de julio, día del natalicio del Libertador. La prensa no dejó de elogiar la obra del padre Nepomuceno Fandiño, [Quien] derribó el templo a fines del año pasado y, aunque para reedificarlo necesitaba diez años y miles de pesos, inspirado en el ejemplo de quien derrumbó el templo antiguo y lo reedificó en tres días, él prometió que el suyo, por un milagro de sus energías personales, se inaugurará el 20 de julio, y en este día, en efecto, se celebró la Misa de Réquiem.27

En este acto simbólico la Iglesia enalteció no sólo a los próceres que murieron asesinados en 1816, sino también recordó a los fieles que ella es la portadora de los restos mortales y espirituales de aquellos ilustres hombres que fueron seguidores de la patria y de Dios. La celebración del Te Deum el 20 de julio en la catedral y la misa el 24 en la plaza de Bolívar mostraron la significación que tienen los ritos católicos y su importancia para la sociedad colombiana. Ritos cargados de simbolismos que advertían a la muchedumbre que una nación civilizada debía ser también una nación religiosa. La una no excluye a la otra, por el contrario la sustenta y la apoya. La siguiente descripción evidencia un sincretismo entre la historia de la Independencia colombiana y la religión católica, una forma de manifestar la influencia de la Iglesia en el Estado y su legitimación: En el atrio de la catedral fue erigido para el efecto —misa del 24— un altar sobre los cañones tomados al ejército realista en la jornadas de la Independencia, y estaba adornado con las banderas de aquellos mismos días, que se han guardado siempre en el Museo Nacional.28


Misa Campal en la Plaza de Bolívar, 1910. Primer Centenario de la Independencia de Colombia.

Inauguración de la escultura ecuestre de Simón Bolívar, 1910. Primer Centenario de la Independencia de Colombia.

Inauguración de la escultura de Policarpa Salvarrieta, 1910. Primer Centenario de la Independencia de Colombia.



En los discursos propiamente eclesiásticos, es decir, en aquellos en los cuales el clero hablaba de la misma Iglesia y no de otros temas, se pretendió demostrar que ninguna otra institución como ésta había hecho tanto por el progreso y la civilización del Estado colombiano. En un representativo discurso, el canónigo Rafael María Carrasquilla, rector del Colegio del Rosario, hablaba de la “obra civilizadora” y de la presencia de la Iglesia en los momentos decisivos de la historia colombiana: La Iglesia fue la civilizadora de nuestra nación, la libertadora de nuestra patria, la fundadora de nuestra república. […] Ella abrió los caminos por donde transitamos todavía, fundó nuestras ciudades y villas, levantó las iglesias donde oramos, los colegios donde aprendimos, los hospicios, los hospitales y asilos que dan á los infieles el pan del alma y el del cuerpo. […] De entonces acá ha seguido la Iglesia, sin descanso, su papel de civilizadora y de maestra. Al extranjero que nos visite hoy casi no podemos mostrarle sino los edificios levantados por la piedad cristiana, los cuadros de nuestros templos, las tallas y dorados de nuestros altares.29

Para Restrepo la Iglesia es la maestra y civilizadora y su papel principal es y será siempre “como nuestra constitución lo reconoce, esencial elemento del orden social”;30 no hay otra institución con la autoridad moral para designar lo que está bien y lo que no; en otras palabras, la Iglesia definía la forma como el pueblo debía pensar y actuar tanto en el plano religioso como en el civil.

La Biblioteca Pombo La Comisión encargada de crear la Biblioteca, luego de varias indagaciones concluyó que la colección bibliográfica del señor Jorge Pombo “representa de manera bastante aproximada la historia del pensamiento colombiano en un siglo de vida independiente”.31 Se dispuso, entonces, la compra de los libros con el fin de ubicarlos en un lugar adecuado para los días de la celebración. Aunque la Biblioteca se inauguró con éxito el 16 de julio, fueron varios los problemas que enfrentaron la Comisión y el dueño de la colección. Uno de ellos fue el presupuesto asignado para la compra, que no representaba el verdadero valor de la biblioteca; sin embargo, los $3.000 pesos designados fueron aceptados por el dueño que, según diría más tarde, nunca le fueron entregados. Al mismo señor Pombo el gobierno le debía hacía ya varios meses $1.900 pesos por la compra de una “selecta biblioteca científica”.32 Este asunto fue blanco de duras críticas de la prensa que acusaba al gobierno de negligente porque el dinero se estaba destinando únicamente para las construcciones en el parque de la Independencia. Las siguientes son unas líneas publicadas el 22 de abril en el Diario de Colombia: Se rumora que la Comisión encargada del levantamiento de aquellas construcciones asirias, pidió ayer a la Junta del Centenario cincuenta mil pesos oro para terminarlas! Y decir que la honorable


Junta no encontró mil pesos para pagar una selecta biblioteca de obras colombianas, que ya tenía contratada! Al saber esto pensamos que se debía completar la estúpida frase del pacificador Morillo, así: “España, no necesita sabios”, ni el Centenario libros. Qué libros va a necesitar. Lo que actualmente se pide con urgencia es ladrillo y teja.33

El propósito de la creación de la Biblioteca de autores nacionales era recordar, entre otros, a la elite intelectual formada luego de la Independencia. Los miembros de dicha elite eran vistos como hombres ilustres, ya que la mayoría de ellos idearon la nación colombiana; su arma de combate, la pluma, y sus victorias hacían de “Colombia un país esencialmente intelectual”.34 Con esta biblioteca el Comité quería manifestar el protagonismo de hombres cultos en la conformación del Estado, en su mayoría escritores y oradores, personas que desde su filiación política o religiosa proponían un modelo de nación.35 Aquello era el símbolo visible de una Colombia que, además de exponer los adelantos industriales, se gloriaba de ser un país de pensadores activos, premisa esencial para calificar a un pueblo civilizado. La nueva biblioteca también recordaba la peculiar sentencia de considerar a Bogotá la Atenas Suramericana. Ninguna otra ciudad del país podía representar mejor el espíritu ilustrado de toda Colombia; ella era la receptora y la protagonista de las principales propuestas de las elites intelectuales. La misma Exposición no sólo aludía al centralismo nacional sino que también reforzaba la idea —presente en los discursos de los festejos— de que Bogotá era la ciudad colombiana por excelencia, donde habitaban las personas que se acercaban al ideal de hombre colombiano: un hombre conservador y católico. A la par, fortalecía la idea del bogotano como modelo nacional; ningún otro tipo regional se acercaba a lo que el bogotano representaba: él encarnaba virtudes como la sobriedad, la elegancia, la religiosidad, la inteligencia, la honradez, el patriotismo, el buen gusto, etcétera, cualidades que le permitían autoproclamarse distinto y mejor frente al otro: el provinciano.36 La fórmula de considerar a los provincianos como personas incapaces de contribuir al desarrollo de la civilización en Colombia estuvo presente en los ideólogos de la Exposición. Se habló de aquellos llegados de otras partes, de personas atónitas por la modernización, de lo poco que les interesaban los discursos, de la ignorancia que la mayoría de ellos tenían de la historia de Colombia y, desde luego, de lo propensos que eran a los vicios, pues a muchos de ellos les interesaba más el juego y la cerveza que las celebraciones oficiales. De esta forma al provinciano, es decir, a las personas que visitaban la capital y provenían de pequeñas poblaciones, se lo definía en el interior con calificativos peyorativos que parecen confirmar la recurrente tesis de que dicha “raza” no permitía el desarrollo de la nación colombiana.37 La siguiente es la impresión de un bogotano acerca de los forasteros, consignada en un artículo publicado en un periódico capitalino, titulado “Los provincianos por esas calles… lo que vi… y lo que no vi…”:


Pabellón de Colombia, Exposición universal, París, 1889.


Vi también los provincianos: esas gentes que, haciendo grandes sacrificios, venían de los extremos de la república, esas gentes sencillas de las cuales muchas no saben todavía qué significan estas fiestas, qué significan las palabras independencia, libertad… Los vi por esas calles, la boca abierta y el corazón palpitante de admiración y de alegría, contemplando las estatuas de nuestros próceres, los regios faldones de nuestras damas, los vertiginosos vehículos que atropellan gente, las combinaciones maravillosas de luces eléctricas, las bandas y las orquestas llevando el deleite a las almas […]38

Los festejos populares Unida a la idea del provinciano está la de lo popular. En la Exposición lo popular estuvo ligado a los forasteros o provincianos y a todas aquellas personas, en su mayoría obreros, que vivían en los barrios aledaños al centro, específicamente en Las Cruces y Las Aguas. En las fotografías de la época estas personas son fácilmente diferenciables, no sólo por características como su vestuario sino también por el lugar que ocupan. Por ejemplo, en dos imágenes tomadas el día de la inauguración de la estatua del Libertador se pueden apreciar, por un lado las elites sociales, quienes se encuentran cerca del presidente de la República, encargado del discurso; por otro lado, en una segunda foto tomada desde otro ángulo pueden distinguirse las demás personas, quienes rodean a esa elite y cuyos vestuarios son tan distintos: los hombres con ruanas y sombreros de fique y las mujeres con pañolón y faldones grandes. Como ya se mencionó, la Exposición estuvo ideada por la clase social dirigente, que se cuidó de no hacer partícipes a otras clases y mucho menos a la popular. A pesar de esto hubo festejos populares durante algunos días de la celebración, aunque ideados desde luego por las elites “civilizadoras”. Fue poca, cuando no nula, la participación activa que tuvieron las clases populares tanto en la elaboración de los programas como en su ejecución; no aparecen discursos ni actividades simbólicas donde estuvieran realmente involucrados. Tampoco se prestó atención a los festejos populares, pues en ninguna fuente aparece reseña alguna sobre esos festejos, en qué consistían y si tenían algún costo; apenas se especifican los sitios donde se celebrarían. Quizá la colocación de la estatua de Policarpa Salavarrieta en el barrio Las Aguas sea el único ejemplo de iniciativa popular, aunque contó con la mediación del párroco y de otras personalidades. Pocas fueron las críticas que se hicieron al programa de festejos, pero en El Nuevo Tiempo durante varios días aparecieron algunos artículos en los que se mencionaba una de las carencias que hubo: la ausencia de festejos populares. La Comisión Organizadora de los festejos patrios ha olvidado muchas cosas. Se olvidaron de que era necesario organizar números apropiados para el pueblo y especialmente para el pueblo forastero. Ya sabemos de la cantidad asombrosa de gentes que han concurrido al Centenario. Por todos los


caminos han afluido vecinos y no vecinos. De todas partes han llegado visitantes á la capital. Se calcula datos estadísticos, en 40.000 el número de personas que ha asistido a las fiestas. De ese número, la mayor parte la forman gentes del pueblo que buscaban espectáculos sencillos populares, al alcance de su bolsillo y de su entendimiento y no discursos académicos ni complicaciones de la laya. A esa personas, a los calentanos, bien poco les va que alguien divague sobre la importancia filosófica de tal proceso histórico. El pueblo no ha visto nada que esté de acuerdo con su espíritu. Mejor dicho: sí ha visto lo que hemos visto todos: gente y banderas […] Allá van. Dejaron sus economías en hoteles, fondas, almacenes, cantinas. Y no vieron un espectáculo popular, ni oyeron una música familiar, ni sintieron una emoción nueva al través de Bogotá. La Comisión los olvidó. Quizá en el próximo Centenario se acuerden de ellos… Tic Tac.39

Para el periodista —de quien no se conoce el nombre— muchas personas pronto se fueron de la capital decepcionadas porque sólo encontraron discursos, estatuas, procesiones y hoteles costosos. El autor de los textos apela a los organizadores para que no se olviden de aquellas personas, que son la mayoría y a quienes nada les dicen los festejos.

A modo de conclusión La celebración estuvo montada, supervisada y escrita por una elite que excluyó a otros grupos sociales y, por tanto, no los hizo activos partícipes de los festejos; es el caso del sector popular, que aparece como un grupo aislado en las festividades importantes, pues para los organizadores en nada contribuían al espíritu civilizador europeo que la celebración pretendía mostrar. Ese ideal de civilización, importado de Europa, fue uno de los planteamientos centrales entre los ideólogos de la Exposición, quienes advertían que la atrasada e inculta nación colombiana era ya un pueblo industrioso y católico, que tenía fija la mirada en ese encuentro con Europa, pero que así mismo olvidaba por completo su propio pasado. El centralismo nacional que tenía ya varias décadas de impulso gubernamental se asimiló por completo con la Exposición. Bogotá era sede de la celebración y allí tendrían que confluir los colombianos para admirar no sólo la ciudad con sus hermosas construcciones sino también para convencerse de que sin duda era ésta la ciudad que mejor representaba al pueblo colombiano. De igual manera, el bogotano, ese hombre conservador, católico y patriótico, era el referente indiscutible para la nación. Los festejos fueron organizados a partir de la idea de una nación libre, centralista, moderna, hispanista, protegida por el hálito divino representado por la Iglesia católica y orgullosa de sus próceres independentistas. En palabras de Martínez, fue el “juramento organizado de fidelidad a los dioses tutelares de la República Conservadora: la Iglesia y los próceres”.40 Una síntesis ecléctica de lo que podría ser parte de la nación, que a su


vez demostraría cuán restringida era la representación nacional hacia 1910: una nación paternalista, clasista y racista frente a lo que no era considerado digno para un país como Colombia.

Notas 1 Revista de Colombia, Bogotá, 23 de julio de 1910. 2 Diario Oficial, Bogotá, 14 de noviembre de 1907. 3 El Nuevo Tiempo, Bogotá, 12 de febrero de 1910. 4 Emiliano Isaza y Lorenzo Marroquín, Primer Centenario de la Independencia de Colombia, 1810-1910, Bogotá, Escuela Tipográfica Salesiana, 1911, p. 6. 5 A inicios del siglo XX el papel de la mujer en la sociedad colombiana se reducía, en la mayoría de los casos, a las labores del hogar; aún estaban al margen de cualquier puesto importante en el gobierno, tenían restringido el ingreso a la educación superior y no gozaban de varios derechos políticos, entre otras restricciones. A pesar de esto algunas mujeres se destacaban y eran respetadas en el campo donde se desempeñaban. Es el caso de la escritora Soledad Acosta de Samper, una de las pensadoras más sobresalientes de la época, cuya figura aparece en la Galería de Notabilidades Colombianas creada para el Centenario. Otro caso es el de la pintora Margarita Holguín y Caro, quien sobresalía como artista y cuyas obras fueron elogiadas en los distintos salones de la época en los que participó. No obstante, la mención y el aporte de ellas a la celebración fue limitado. 6 Revista del Centenario, Bogotá, s.f., pp. 109-110. 7 El Nuevo Tiempo, Bogotá, 4 de enero de 1910. Además de ceder el terreno del parque, el señor Izquierdo regaló una casa que se ubicaba al frente de la avenida de la República, hoy carrera 7, que tenía una extensión de más de 1.800 varas cuadradas. Este terreno serviría para ampliar el lote destinado para la celebración. 8 El 12 de febrero de 1910 se publicó la siguiente nota en El Nuevo Tiempo, que confirma lo dicho: “La Comisión organizadora de la Exposición Industrial y Agrícola ha comunicado a la prensa capitalina que en su sesión del 28 de noviembre aprobó unánimemente su resolución de que aquélla se verifique en el parque de la Independencia y en el parque contiguo, cedido gratuitamente por el señor Antonio Izquierdo”. Véase también el documento publicado en la Revista del Centenario, op. cit., p. 98. 9 Frédéric Martínez, El nacionalismo cosmopolita. La referencia europea en la construcción nacional en Colombia, Bogotá, Banco de la República e Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001, pp. 532-535. 10 Emiliano Isaza y Lorenzo Marroquín, op. cit., p. 27. 11 El Quiosco de la Luz es un símbolo de la naciente industrialización nacional de las primeras décadas del siglo XX. Donado por los hermanos Samper, fue el primer edificio construido con cemento nacional elaborado en la fábrica de Cementos Samper y durante


los festejos albergó la planta que abasteció con luz eléctrica a los edificios de la exposición y a algunas avenidas importantes de la ciudad. En la actualidad está en proceso de restauración. Véase Fabio Zambrano y Carolina Castelblanco, El Kiosco de la Luz y el discurso de la modernidad, Bogotá, Alcaldía Mayor de Bogotá, 2002. 12 Las exposiciones latinoamericanas estuvieron en auge a finales del siglo XIX y en las dos primeras décadas del siglo XX. Perú las inició en 1872, Chile en 1875, Venezuela en 1883 para conmemorar el Centenario del nacimiento de Simón Bolívar… Así sucesivamente, cada país suramericano se unió y celebró su fiesta nacional. 13 Carlos Niño, Arquitectura y Estado, Bogotá, Facultad de Artes, Universidad Nacional de Colombia, 1991, p. 55. 14 Fabio Zambrano habla de $22.000 el primero y $15.000 el segundo, y el periódico La Mañana anota que el primero costó $35.000 y el segundo $23.700. Fabio Zambrano y Carolina Castelblanco, op. cit., p. 16 (esta publicación no hace explícita la fuente primaria). El segundo dato es tomado del periódico La mañana (Bogotá, 27 de diciembre de 1910), el cual realiza un resumen de gastos de la Exposición. 15 Carlos Niño, op. cit., p. 54, y Silvia Arango, Historia de la arquitectura en Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1989, pp. 134-136. 16 Revista del Centenario, Bogotá, 25 de mayo de 1910, p. 133. 17 Frédéric Martínez, “¿Cómo representar a Colombia? De las exposiciones universales a la Exposición del Centenario, 1810-1910”, en Gonzalo Sánchez y María Emma Wills, Museo, memoria y nación, Bogotá, Ministerio de Cultura, 2000, p. 324. 18 “Festejos patrios sábado 23”, en El Nuevo Tiempo, Bogotá, 25 de julio de 1910. 19 Emiliano Isaza y Lorenzo Marroquín, op. cit., p. 218. 20 En el primer proyecto de presupuesto de gastos presentado por la Comisión, sólo se contaba con $2.000 para la adecuación del parque, que incluía los gastos de construcción de los pabellones. Esta suma resulta irrisoria en comparación con los verdaderos gastos que implicó la edificación de cualquiera de los mismos, que en promedio costaron $25.000 cada uno. Revista del Centenario, Bogotá, s.f., p. 37. 21 Diario de Colombia, Bogotá, 22 de abril de 1910. 22 “El Centenario, Exposición Industrial”, en Diario de Colombia, Bogotá, 24 de abril de 1910. Ese mismo día se publicó una carta de Tomás Samper en la que aclaraba que la Comisión Nacional no aceptaba la renuncia. Una de las razones quizás fue que se tendría que suprimir la Exposición en el parque y sin ella “pasaría poco menos que desapercibida la celebración de nuestra gran fecha”. 23 “En el parque de la Independencia”, en El Nuevo Tiempo, Bogotá, 12 de mayo de 1910. 24 “Exposición del Centenario”, en El Nuevo Tiempo, Bogotá 28 de mayo de 1910. 25 Nuevamente se deben hacer algunas aclaraciones respecto a los gastos para la Exposición. La Revista del Centenario publicó el 30 de septiembre de 1910 una “relación


de las sumas giradas por la Comisión Nacional del Centenario”, firmada por W. Ibáñez M., secretario general; la suma final era de $181.167 pesos. Mientras el periódico La mañana, el 27 de diciembre, divulgaba un resumen de gastos firmado por Tomás Samper, tesorero de la Comisión organizadora; el total, en este caso, era de $153.922 pesos. Los originales no se han podido ubicar. 26 Todo el programa puede verse en Emiliano Isaza y Lorenzo Marroquín, op. cit., pp. 14-16. 27 “Misa en el Panteón de los Próceres”, en Revista de Colombia, Bogotá, 18 de julio de 1910. 28 El Gráfico, serie I, Bogotá, 31 de julio de 1910. 29 Emiliano Isaza y Lorenzo Marroquín, op. cit., pp. 141-145. 30 El 20 de julio el presidente pronunció un efusivo discurso en la catedral primada en el cual agradecía a la Iglesia católica, “a cuya labor incansable es nuestra nacionalidad deudora de enseñanzas, altísimos ejemplos e incontables beneficios […]”. Ibíd., p. 147. 31 Diario de Colombia, Bogotá, 29 de abril de 1910. 32 Estos datos y otros acerca de la compra de la Biblioteca están descritos en una carta de Jorge Pombo publicada en el Diario de Colombia, Bogotá, 29 de abril de 1910. 33 Ibíd., 22 de abril 22 de 1910. 34 Emiliano Isaza y Lorenzo Marroquín, op. cit., p. 56. 35 Ibíd., pp. 35 y 25-26. 36 Cf. Amada Carolina Pérez, “La invención del cachaco bogotano: crónica urbana, modernización y ciudad en Bogotá durante el cuarto Centenario de fundación”, trabajo para optar al titulo de historiador, Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, 2002. 37 La tesis sobre el impedimento que tiene Colombia para llegar a ser una nación civilizada por su mezcla de razas y por las condiciones especiales de su clima fue un argumento utilizado por muchos pensadores. Incluso, en 1928, Laureano Gómez sostuvo este juicio en el Teatro Municipal. Véase Miguel Ángel Urrego, Intelectuales, Estado y nación en Colombia, Bogotá, Siglo del Hombre Editores y DIUC, 2003, p. 62. 38 Ciprian Pericles, “Los provincianos por esas calles. Lo que vi… y lo que no vi…”, en El Republicano, Bogotá, 30 de julio de 1910. 39 “Lo que se olvidó”, en El Nuevo Tiempo, Bogotá, 23 de julio de 1910. 40 Frédéric Martínez, “¿Cómo representar a Colombia?…, op. cit., p. 330.


El parque de la Independencia

Parque de la Independencia, 1910. Colección Museo de Arte Moderno de Bogotá.

Parque de la Independencia, 2004. Jorge Alberto Martínez. Colección MdB.

Carrera séptima frente al Parque de la Independencia, 1950. Fondo Saúl Orduz. Colección MdB.


Parque de la Independencia, 1940. Fondo Daniel Rodríguez. Colección MdB.


Parque de la Independencia, ca. 1950. Fondo Saúl Orduz. Colección MdB.


Parque de la Independencia, ca. 1950. Fondo Saúl Orduz. Colección MdB.


Pabellón de la Industria

Pabellón de la Industria, ca. 1912. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.


Pabellรณn de la Industria. Revista El Grรกfico, 1910.


Pabellรณn de las Mรกquinas

Pabellรณn de las Mรกquinas. Revista El Grรกfico, 1910.


Pabellón de las Máquinas, ca. 1912. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.


Pabellón Egipcio

Pabellón Egipcio, ca. 1912. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.


Pabellón Egipcio, ca. 1912. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.


Pabellón de Bellas Artes

Pabellón de Bellas Artes, ca. 1912. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.


Interior del Pabellรณn de Bellas Artes, 1910. Primer Centenario de la Independencia de Colombia.


Quiosco de la Luz

El Belvedere o PabellĂłn de la MĂşsica, Versalles, grabado, 1900. Versailles et les deux trianons.


Interior del Belvedere o PabellĂłn de la MĂşsica, Versalles, grabado, 1900. Versailles et les deux trianons.


Quiosco de la Luz, 2004. Jorge Alberto Martínez. Colección MdB.


Pabellón de Bellas Artes y Quiosco de la Música, 1910. Primer Centenario de la Independencia de Colombia.

Parque de la Independencia, al fondo el Quiosco de la Luz, ca. 1912. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.


Quiosco de la Música

Quiosco de la Música, ca. 1912. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.


Quiosco de la Música. Revista El Gráfico, 1910.


Quiosco de la Música. Revista El Gráfico, 1910.


Quiosco de la Música. Revista El Gráfico, 1910.


Quiosco JaponĂŠs

Quiosco japonĂŠs, 1910. Primer Centenario de la Independencia de Colombia.


Parque de la Independencia, al fondo Quiosco Japonés, ca. 1912. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.



Establos de la ExposiciĂłn AgrĂ­cola e Industrial de 1910. Primer Centenario de la Independencia de Colombia.


Parque del Centenario

Templete al Libertador, carrera 10 - calle 26, 1952. Fondo Saúl Orduz. Colección MdB.

Templete al Libertador, carrera 10 - calle 26, 1948. Fondo Saúl Orduz. Colección MdB.


Parque del Centenario, ca. 1908. A, Schimmer. Recuerdos de Bogotá.

Parque del Centenario, al fondo Parque de la Independencia, ca. 1912. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.


El monumento ecuestre de Bolívar

Inauguración del monumento ecuestre de Simón Bolívar, 1910. Primer Centenario de la Independencia de Colombia.


Revista El Grรกfico, 1910.


Las Esculturas

Escultura de Francisco de Paula Santander, Parque Santander. A. Schimmer. Recuerdos de Bogotรก, ca. 1908.


Escultura de Antonio Nariño - Plaza de San Victorino, ca. 1910. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.


Escultura de Antonio Nariño, 1965. Fondo Saúl Orduz. Colección MdB.


Escultura precolombina, cultura San Agustín, ca. 1912. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.


Tranvía y obras públicas

Tranvía, ca. 1912. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.

Acueducto de Egipto, ca. 1912. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.


Construcción rieles de tranvía, ca. 1910. Fondo Luis A. Acuña Casas. Colección MdB.








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