Por:
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Fecha:
13/08/1903
EPOCA II-Año JII República de Colombia, Bogotá, jueves 13 de Agosto de 1903 Número 263
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r" l'\ . e III El ~ 13 ¡¡l ~~ I están á cargo de Miguel A. Peñarredon- Vi1lo pel /olla San Luis. - Botella, $ So ~ ~,~ e (J) o t: i da, antiguo Secretario ele la Cámara de __ ________________ _
~t ~ ~ d ¡j J) ~ 1\ Representantes durante cinco legislatu- DE RECLAMACIONES contra el
f~ ¡: ~ v '. ras. Gobierno de Colombia encárgase en
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Ti .... -c .: guerra están especialmente á cargo de F1ancisco G1"oof.
~ ) Federico Rivas Frade, Fiscal que fue de
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'EL COLOMBIANO'
~ .. §<)§()§<)§<§>§<¡§()§<§<>§<>§O§(>§<)§<
ORACION FUNEBRE
DI LA. SA.NTIDA.D DlU. SUMO PONTIPIC"B
LEON XIII
L.fDA. EN LA CATEDRAL PRIHADA DE
BOGOTÁ, EL IX DE AGOSTO DIt 1903
por el Sr. Prebendado D. Rafael M. Carrasquilla
Rector del Colegio Mayor de Nuestra Señora del
Rosario, individuo correspondiente de la
Real Academia Espafíola -Qui fe&efit el doeuer¡t, /Jie
ma%"us floeabitur iH fegno
eoelorum.
El que practique y enseñe,
será llamado grar.de en el Reino
de los Ciclos.
M.A.TT. v. 19.
Ilustrísimo Señof.
Exulentisimo Seiio"..
Una vez más me corresponde la
triste, aunque edificante tarea ~e dictar
ante vosotros, desde esta catedra,
las lecciones fecundísimasde la muerte.
Sólo que hoy no se trata de un
padre de familia que haya partido
dejando viuda la esposa, sin apoyo los
hijos, enlutecido el hogar, ni de un
prelado diocesano cuya grey haya
quedado huérfana de pastor, ni de un
república insigne, bienhechor de la
Patria j no es una familia sola, ni sólo
una diócesis, ni una nación :-iquiera;
el orbe de la tierra es quien se ha estremecido
al oír la noticia infausta:
el Papa LEÓN ha muerto!
Cuando el Angel de la Eternidad,
por orden de Dios, se inclinó respetUQSO
sobre el lecho del Pontífice moribundo
y cortó suavemente el último
hilo que ligaba aquella alma poderosa
con el endeble cuerpo, la campana
mayor de la basílica de San Pedro
vibró en los aires, la siguieron las de
las cuatrocientas iglesias de la Ciudad
Eterna; y, así como al caer la piedra
en el estanque se van formando ondas
concéntricas que llegan hasta las ri beras,
así aquel tañido \ e tristeza fue
extendiéndose por d universo entero; I
y asordaron los dob' ,k 10$ bronces
desde las torreS ,c~lil¡}as de . las gran- J
des catedrales gotl l·as, y les respon.
dió el esq uilón agudo medio llculto
bajo el ,t1cro de: la capillit¡:¡ de cañ,tS
y juncos alzil.d;¡ por el misionen> en
los ¡;randes lagos donoe nace el Con go,
ó al pie de la impoilente mole ca
ronada rl{~ nieve , que es cuna del
Nilo pe>rtcnt(¡-, ..
A este COIl C!.·1 t. ' :';"~ ui ¡';i otro ¡.j),ís
digno del P()lItífi,-,': "'1 ele los eiogios
á su memoria , el de las lágrimas S0·
bre su sepulcro. Putirá el ¡.¡allegírico
de los ptÍlpitos oe las iglesias y de ia
tribuna de los parlamentos, de los
palacios de los obispos, y de las '. ancillerías
de reinos y repúblicas; se
hallará en boca de creyentes é incrédulos,
grandes y pequeñGs, sabios é
insipientes. Pasará por las columnas
de las hojas volanderas y quedará en
las páginas perennes de los libros.
Hijo por el bautismo, la fe, las esperanzas,
de la única sociedad cafólt'ca
que existe; esposo suyo por la elección
al episcopado; padre por la enseñanza
y el Gobierno, participa el
Pontífice de las dotes de la Iglesia
Romana y alcanza renombre, como
ella universal, como ella indefectible.
Se ha dispuesto que úna yo mi palabra
débil á este imp"nente homenaje
de alabanza5i.
A veces, cuando apretado concurso
colma la vasta nave de una iglesia, un
niño pequeñito, en pie, juntas las
manos; entre las de su madre, que
arrodillada 1,; rodea con los brazos,
balbuce una oración, repitiendo las
palabras que le van dictando I.os !abios
maternos. Aquella plegana mfantil
se pierde entre el coro de las
voces adultas innumerables, pero llega
al trono de Dios sola y distinta,
porque El oye las súplicas de los pequeñuelos.
Cuando el agricultor envía la tropa
de robustos labradores á confiar la
semilla al seno de la tierra revuelta
por el arado, acaso alguna avecil~a
deja caer en el surco un grano de tngo
de los que lleva en el pico. Ese
grano, cubierto luégo, fecundado I;>0r
el sol y la lluvia de Dios, germma
como los demás, á persar de la exi-güidad
del sembrador, y produce una
ó más espiga doradas, cuyos frutos
van también á las colmadas trojes del
padre de familia.
El elogio que voy á hacer será
también una oraci6n, un hacimiento
de gracias al Padre, autor de todo
dón perfecto, porque hizo al Vicario
de su Hijo tan grande y tan santo: y
será plegaria no sólo de los labios,
sino del corazón de quien, aunque
perdidas hace años la inocencia)' la
frescura de la niñez, conserva a lgo'
de las ilusiones y mucho del cariño
hacia todos los suyos, propios de los
años infantiles. Dirá su oración repitiendo
lo que aprendió de bocas más
autorizadas que la suya, y procurando
no apartarse de la Iglesia, su ma·
dre, cuya ternura reclama no por
bueno, sino al contrario, porque necesita
de sus cuidados y mimos.
Será esta oración la simiente de la
palabra evangélica, que todo sacerdote
tiene obli '.ación de sembrar en los
corazones cristianos, y si halla en
este auditorio, por muchos · títulos
ilustre, alguno que la quiera recibir,
EL COLOMBIANO
ción que media entre los designios de se cumplido en toela su extensión.
los grandes hombres y el bre \'e espa .. Pedr , dice el Concilio Vaticano,
cio de la vida de que disponen para hasta la épora presente y en todo
realizarlos; ante lo imposible oe que tiempo, vive, gobierna y juzga en la
el varón ilustre deje sucesor digno de persona de sus sucesores los obispos
sí; ante el hundirse ele los proyectos de la santa Iglesia Romana, por él
más grandiosos, de las más colosales fundada y consagrada con su sanempresas.
gre." (5) La labor de cada pontífice
Por fin, sobre todo en boca del es un episodio de la vida de Pe · ro ;
egregio Obispo de Meaux, es lección Jos papas se suceden, el Papa es siel11-
severa á los poderosos de la t ierra so- p re el mismo. Son ellos los anillos de
brc " la pequeñez de la grandeza hu - oro de la cadena forjada por Dios
mana," sobre la vanidad de todas las mismo, y que empieza el día en qut!
venturas, de t0das las excelsitudes de J es ús, en carne mortal, entregó á Sieste
mundo. I món, hijQ de Juan, las llaves del Rei-
Nada de lo dicho es de aplicación no de los Cielos, y terminará el día de
esüicta en el caso del Pontífice Jifun- la resurrecci\ín, cuando I último ele
too La gloria de un papa-y entre los papas devuelva incólumes aqueellos
se cuentan los varones más in- Ilas mismas llaves á Cristo glorioso,
signes con que la espec ie humana se i Imortal, sentado á la diestra de Dios
ilustra-iba á decir que se eclipsa PaJre.
ante la de la Iglesia de quien es jefe, La muerte de LEÓ T no produce
ante la de Cristo, á quien re presenta tampoco escarmiento de la vanidad
sobre la tierra. Pero nó: la luz que de las d ich¡¡s y las grandezas terrena despiden
los papas es un rayo de! les. Llegado á la suma ancianidad,
foco intenso y purísimo que, partien - en el recinto del maravilloso Vaticado
de Cristo, se refl eja en esa esposa no, su aposento y su lecho eran los
suya que, al decir de San Pablo, no de un cenobita; pobre su mesa, bre-ritual
de los que forman cortejo al
Cordero ele Dios ' mudó el cau tiverio
por la libertad, las inquietudes por la
perfecta paz, el Vaticano por el Cielo.
Pensaréis acaso que con semejantes
reflexiones empequeñezco al que me
he encargado de ensalzar. LEÓN XIII,
aún considerado humanamente, fue
grande, pero en él la sobrenatural
aventaja á la natural grandeza. Dios
ha lIamaelo magno al que practique y
enseñe el Evangelio. Voy á eleciros
las obras y las enseñanzas del eO'regio
Pontífice. El asunto es riql:lísimo
y breve el tiempo de que dispongo;
el cuadro que debo copial inmenso y
angosta la tela en que es preciso dibujarlo.
Dejadme que ponga en pri mer
térmi no algo bien defin ido, y esfume
10 deméÍs del paisaje en vagas
lejanías, á que vuestra imaO'inación
d ' b ara cuerpo y colorido. .en todo
caso, el mejor panegírico de un hombre
es la imp~sibilidad de elogiarlo
dignamente.
A la muerte del Sumo Pontífice
Pío I ·X, el mundo cristiano se cubrió
de honda y sincerísima tristeza. Era
en diez y nueve siglos, el papa qu;
por tiempo más largo se había sentado
ed la Cátedra Romana; había estrechado
tánto los vínculos entre el
sacerdocio y el pueblo fiel, entre los
obispos y el Jerarca Supremo, entre
las iglesias particulares y Roma!
Era, además, tan paternal, tan bueno;
y tenía un título que le había
da !.o el unive rso católico, y que con
nadie comparte : le llamábamos el
Pap::¡ \!e la Virgen Inmaculada 1
Terminados los funeraies, el Sag
rado Colegio se reunió en Conclave
para elegir nuevo pontífice ' y tres
d 'l as .\!e,J;pu'es el concurso, ' apiii.ado
ante el Vaticano, vio aparecer en una
de . las galerías al Cardena l Caterini ." ) qUle:l pronun( 10 con voz vihrante la
fórmula sacramental: "Os anuncio
lIila g nll:de al :gría: tenemos por
l'apa ~i F~lIlm(). y Rvdmo. Sr. Joaq
U 111 1 ccel, Cardenal Presbítero del
título de San Crisógollo, quien ha
tO!l I,ldo el IJom bre: ele LEÓN XI II."
El c!cgidll el; :;a anciano de
. scs<:nt \ y (lcho ;!J10S. Nacido de famiI
jji! il ustre, educado por los Jesuílas de
i Viterho en ¡as letras bumanas y por
.,' ¡ns m!lC!;tro ... insignes :le ~a l!niversi-
. h d (,.1 c"('nana y la Saplentla en las
I '!¡': i¡lilS, "ilfazó, ya sacerdote. la caI
·r~r;.¡ de j¡¡ prelacía, y rápi damente
h.' a,;ce iHliclldo á gobernador de Bec(:\'
ento, á nuncio e il Bélgica, á Obisp
,.le Perusa, ~ cardenal de la IgleSia
H.omana: SI el tiem¡:ilt lo permitiera.
os dlna sus triunfos en la Uni-
I versidad: ,sus dotes de. gobernante en
su le~'~clOlI, ~us m~n:Jos de recto y
hab¡JIslmo dlplomatlco, y sus tareas
de sabio, y su conducta como obispo
mo<,!elo, como pastor incomparable!
En los treInta y dos años que estuvo
al frente de la Diócesis de Pe rusa
relativamente oculto á las mirada~
del mundo, jamás pretendió puesto
de más importancia y nombradía.
Alma fuerte, modesta, tranquila, en
manos de D ios, jamás se dejó tentar
producirá, fecundada por la gracia de tiene mancha, ?ti arruga, ni cosa semeDios,
no obstante la exigüidad del jante, sino que es sallta é inmaculada
sembrador, frutos de amor di vino, de (1). La historia de los pontífices roadhesión
á la Iglesi a Romana, de manos no es una serie de biografías :
anhelos por imitar, aunque de lejos, es la historia completa de la Iglesia.
en estos tiempos de pequeñez, la Y, viceversa, no p:lede eseribirse ella
grandeza del finado Pontífice; en sabia, filosóficamente, si 110 se comépoca
de relajación y de pecado, sus pone de las vidas de los sucesores de
virtudes sobrehumanas. San Pedro.
de ambición ni de vanagloria, y evitó,
vísimo el sueño, ruda é incesante la como sabio, la peligrosa ilusión de
labor, abrumadores los cuidados, nulo que en puesto más alto, conseguido
el descanso. Sus ínt imos servidores por esfuerzo propio, se puede hacer
hitn revelado que muchas veces, des- más por la gloria d ivin a y la santifipués
de trabajar la noche entera, le cación .d e. las almas. Sabía que, si
sorprendía el sueño cerca del alba, y aconteCImientos providenciales no ¡¡ese
le haliaba sentado ante la mesa, van al hombre á los cargos supremos,
con los codos en e1ia y la frente entre es señal de que Dios no le ha meneslas
manos, medio alumbrado por los ter en ellos; y siguió sereno sirvienresplandores
intermitentes de la luz do obscuramente al que no premia la
próxima á extinguirse. Su vestido era importancia del empleo, sino el modo
la sotana de lana blanca, menos blan- como se desempeñe.
La semilla que pretendo sembrar Cada uno de ellos, cualesquiera
es distinta de la que he regado en que sean la alteza de SllS miras, la
otras ocasiones. La oración fúnebre amplitud de sus planes, la brevedad
cristiana, género de oratoria que no de su reinado, deja su carrera perfecdesdeñaron
Gregario Nacianceno, el tamente terminada, y á lIing uno fa ltó
más teólogo, y Juan el Crisóstomo, el cosa alguna grande por hacer. Cristo
más elocuente de los Padres ele la encomendó 'á Pedro-á él solo-que
Iglesia, es, ante todo, un acto de jus- apacentase los cord eros y las ove·
tieia, elogio á los mérito5l de los ser- jas (2) ; rogó por él para que no falvidores
de Dios, preparación remota tase su fe (3), y prometióle estar á su
á la sentencia severa de la Historia, jada todos los d ias hasta la consumasentencia
nunca despreciable, porque ción de los siglos (4). Sin embargo,
suele ser precursora fiel de otra sin pocos años después, Pedro muríó cruapelación
que pronunciará Cristo, cificado en la cima de J anículo. ¿ Qué
Hijo de Dios vivo, cuando venga al de las promesas del Redentor? Hállfin
de los siglos, rodeado de sus án-geles,
sobre las nubes del cielo, á juzgar
á los vivos y á los muertos.
Es también la oración fúnebre un
lamento ante la horrible despropor-
(1)· Ephes., v,27.
(2) loan., XXI, 15 et seq.
(3) Luc., XXII, 32 ,
(4) Mat., XXVIU, 20.
ca que sus cabellos, que el rostro En el Conclave, cuando entendió
exangüe, que las trémulas y largas que su nombre obtendría la mayoría
manos de marfil; y flotaba, sin ceñir- de sulragios requerida por las leyes
10 sobre el cuerpo encorvado por la de la Iglesia, se dejó sobrecoger de
senectud. Sólo los ojos, de viveza y honda emoción; y el Cardenal Donlumbre
extraordinarias, revelaban el net, Arzobispo de Burdeos, que estaalma
so::,erana que vivía intensamen- ba á su lado, recogió del suelo la plute
en aquella dé,"> il envoltura. ma que tenía el Cardenal Pecci en la
Privado de la soberanía temporal mano, Y que dejó caer á impulso de
desde el principio hasta el fin de · su i,llvoluntario temblor. Entonces rogó
pontificado, vivió prisionero de su a sus compañeros que prescindieran
d ignidad y su conciencia, en su pro- de su persona, y á muchas razones
pio palacio; y al morir nada dejó te- que alegó su humildad, añadió ésta,
rreno, fu era de su cuerpo venerando: fundada en su ancianidad y en las
lo .trocó por la blanca vestidura espi- : graves dolencias físicas que lo aqueja\
ban: NG pn;!paréis á la Iglesia para
(5) Scss., IV, cap. n. '1 dentro de pocos meses una nueva
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
viudez; no la expongáis tan pronto á
los peligros de una nueva elección!
Como Pedro cuando iba andando sobre
el mar, tuvo un momento de desconfianza;
oyó luégo la voz interior
de Cristo que le decía como al Apóstol
; Modicat jidei, quari dubúasti?
(6) Y al anunciarse el resultado de la
elección, respondió con entereza que
aceptaba el Pontificado supremo.
La tarea gloriosísima de Pío IX fue
llevar el inmutable dogma cristiano
al ápice de su desarrollo exterior, y
unificar la Iglesia, como nunca lo estuvo
desde las edades apostólicas, en
creencias, en aspiraciones, en afectos.
Se la entregó á LEÓN XIII sabia,
santa, fuerte interiormente y con
aquella hermosura que no aparece
por de fuera, y que es propia rle la
hija del Rey: ~",nz's gl~rz'a jiNae 1'egz's
ab 'ttttus (¡-); pero divorciac!a de
casi todos los reyes y poderosos de la
tierrra, que, como dice el salmo, se
congregaron á una contra Dios y contra
su Crz'sto, diciendo; hagamos pedazos
sus ligaduras y arrojemos su yugo lejos
de 1toS6tros (8) .
"H ubo u n tiempo, escri be LEÓN xIII,
en que la filosofia del Evangelio gobernaba
los estados. Entonces la
fuerza y la divina virtud de la sa~iduría
cristiana habían penetrado en
las leyes, instituciones, costumbres de
los pueblos y en todas las clases y
relaciones de la sociedad civil; entonces
la religión de Jesucristo, firme
mente puesta en el grado de di¡;nidac!
que le es debido, flo recía por
doquiera, gracias á la protección legítima
de príncipes y magi~trados;
entonces el !"accrd( cio y el imperio
estaban ligados por dichosa concordia
y por el amistoso cambio de buenos
oficios." (9) En ese tiempo de
que habla el Pontífice, la Sede Apostólica
era el fundamento del Derecho
de Gentes, el árbitro entre las naciones,
el juez sin apelación de las inevitables
querellas entre los gobiernos
y los pueblos. Aquellas prerrogativas
las ejercieron los papas, en toda
su plenitud , por cerca de seis siglos.
i Qué moderador universal semejante
á la Sede Apostóli <.:a, en quien
la ciencia es prenda de acierto;
la santidad, de justicia; la debilidad
material, de perfecta equidad en la
sentencia. Dejó el Papa de ser árbitro,
y la paz se conserva entre l a~
naciones á poder de los ejércitos inmensos
que las van arruinando por
modo lento, pero irresistible; y las
disputas entre el soberano y los súbdi
tos SP. traducen en Europa en las s',Ivajes
manifestaciones socialistas, y en
esta América, en las sediciones permanentes
ql1~ nos arruinan y degrada!'!.
LEÓN xlII, apenas coronado, concib~
ó el pensamiento de restituír á la
Sede Romana el prestigio y la acción
que había tenido en los siglos medioevales;
y principió á realizarlo, perdida
su sobreranía temporal, sin oro
en las arcas, sin cañones ni fusiles en
los parques, ni escuadras en los mares;
yeso en el siglo que no adoró
sino dos divinidades : el éxito y la
fuerza. Acometió el Pontífice la empresa,
puesta la fe en Dios, con fortaleza
sobrehumana, con suavidad
invencible.
Principió por magnificar y robustecer
á los que pretendía por amigos.
En los combates sangrientos de la
guerra. lo mismo que en las incruentas
batallas de la paz, quien apoca á
su aliado con ánimo de crecer ante la
pequeñez ajena, sucumbe sin remedio.
LEÓN recordó al mundo, y explicó
con lucidez absoluta, y fijó en forma
irrevocable la doctrina de Cristo de
dar al César h del César (!O); la del
mismo Señor ante Pilatos: No tendrías
poder sobrl mí si 1JO te hubiera
sido dado de arn'ba (1 I); la de San
Pablo: iVo hay potestad que no vmga
de Dios (I 2); la de la Iglesia en la serie
de los siglos; y como consecuencia
de ella condenó la que enseña á
ser lícito alzarse en armas, con ánimo
de derrocarlos contra los gobier-
110S civiles. Y reduciendo á la prác-
(6) Matt., XIV, 31.
(7) Ps., xLIV, 14·
(8) P. S. 11, 23.
(9) Encícl., Imnorlale Dei.
(10) Lue., xx, 25.
(Il) Joan, XIX, Il.
(IZ) Rom'l XlII, l.
tica su enseñanza, cuando las circunstancias
lo reclamaban, impidió á los
católicos de España rebelarse contra
la monarquía; á los de Francia, desconocer
la repáblica; á los de Irlan da,
conspirar contra el gobierno de
Inglaterra. Los soberanos, que sienten
trepidar sus tronos al empuje ardoroso
y mal contenido de la revolución
que fermenta en las entrañas
sociales, vieron en el Papa una fuer
za, y, por razón ó por instinto de
conservación propia, se apoyaron en
él; y LEÓN obtuvo, en retorno, las
perdidas libertades de la Iglesia. Ale mania
derogó las leyes opresoras llamadas
vulgarmente de Mayo; Inglaterra
amplió el reconoci miento ele los
derechos de los católicos; España
llamó á las comunidarles re ligio"as
expulsadas desde principios del siglo;
Bélgica trajo al gobierno al partido
católic<1J. Y todo ello se obtuvo sin
una acción indebida, sin ningún me
dio reprobado; sólo con recordar á
soberanos y súbditos las máximas
eternas cristianas. j Cuán cierto es
que no hay política mejor que la justicia,
ni diplomacia mejor que la verdad!
Procediera la Iglesia de otro modo,
minaría su propia autoridad. La potestad
civil y la eclesiática vienen
ambas de Dios, como de fuente su prema,
aunque por caminos diversos;
y el que desconoce los derechos de
la t.:na, pronto se subtraerá á la obe-
diencia de la otra. La Revolución
francesa de 1789 empezó por una
prote ~ ta contra los abusos elel trono,
y acabó por clerr;bar los altares.
El Pontífice que, con tanta entereza,
defendia los de rechos de los sobera
nos, no podía hacer menos con
10$ ele la Silla Apostólica sobre sus
dominios temporales. Había sido co ronado
no sólo Papa, sino Rey; no
con una sino con tres coronas. No
era monarca, como elijo aiguien de
Enrique IV, por derecho de conquista
y por derecbo de nacimiento, sino por
derecbo de donación y IJor derecho
de sufragio. Los Estados PontIficios
no son de la persona del Vicario de
Cristo, sino de la Sede Romana, del
mundo católico, que tiene pleno derecho
á que su jefe disfrute de la li bertad
que necesita para gobernarlo.
Desde su primera Encíclica renovó
ya LEÓN XIII las protesta5 de Pío IX
contra las usurpaciones pio.lll ontesas;
y para unir la acción á la palabra, se
constituyó prisionero voiuntario de
su residencia, y nunca salió de ella
en I@s largos veinticinco años de su
reinado. Bien sé que hay hombres
que sonríen al oír hablar de la prisión
del Papa, porque piensan ell la
amplitud y esplendideces del Vaticano;
porq ue saben que la escala regia
que da á la columnata de San
Pedro está franca noche y día para el
Pontífice. j Pobres almas, que no sólo
no estiman la santa, la dulce libertad,
sino que ni siquiera la conocen; é
imaginan que sea consuelo al que la
pierde el dorado que cubra los muros
de la cárcel! Almas ignorantes de
que á un hidalgo, á un cristiano, á un
rey, á un sacerdote, le son más obstáculo
las leyes del respeto y el decoro
que las gruesas cadenas fijadas
á la piedra, y que las paredes de granito,
y que las puertas guardadas por
centinelas redoblados!
Cuando se hizo patente el resultado
de la política de LEÓN XIII, eq favor
del prestigio de la Santa Sede,
fue en las solemnidades del Jubileo
sacerdotal del Pontífice Supremo. ] amás,
acaso, desde que el mundo existe
se había visto un movimiento igual
para glorificar á un hombre. Gobiernos
y pueblos se apresuraron á enviar
cartas y embajadas y peregrinaciones
y dádivas espléndidas: católicos
y protestantes; y los de Oriente,
separados hace diez siglos de la
obediencia de Roma, los discípulos
del Córan, los adoradores de B~ahama,
los que creen en las doctrinas de
Budha, los que tadavía adoran en
ídolos; los países de Europa refinada,
las repúblicas de una y otra América,
las petrificadas asiáticas nacionei,
las ordas recién descubiertas dei
Africa central. Vinieron dones del
Asia menor, donde estuvo la opulenta
Tarso, de las islas oceánicas, de las
tribus árabes errantes, de Abisinia,
que se gloría con sus monarcas des-
EL COLOMBIANO
cendientes de la Reina de Sabá. Reges
Tharsú ct illsulae mltneyfZ offerent,
teges arabum et Saba d01za addzt cmt.
(13) Fue una nueva Epifanía,
manifestación de la gloria de Cristo
ante las naciones; visita de los reyes,
homenaje á la divina humildad, no
en la persona del r:iño recién nacido
en Belén, sino en la del anci:mo, vicario
de aquel niño que es Dios.
Con los dones incontables que recibió
LEÓN III formó aquella maravillosa
exposición, testimoni) de la
veneración del orbe, y certamen de
todos los adelantos del género humano
en letras, ciencias, arte, industria
é inventos portentosos. Todas aquellas
riquezas volvieron á esparcirse
por el mundo, en forma de regalos á
igl~sias y establecimientos de caridad
de todas las naciones y sobre todo á
las misiones entre infieles. En el sitio
más noble de la exposición, entre un
inmenso joyel de cristal de roca, donde
se veían los presentes de los soberanos,
irradiaba, como una constelaCIón,
el regio pectoral de brillantes,
enviaLio, en nombre de la nación en tera
por el Presidente de Colombia.
¡Cómo nó, si á nuestra patria amada
dio LEÓN xIII las pruebas más delicadas
de paternal cariño! Olvidó pasa·
dos extravíos, abrióle con amor los
brazos, y celebró con ella, precisamente
en los días del Jubileo papal
la convención vigente, en que llevó
el Pontífice la condescendencia con
nosotros hasta el preciso límite de
sus sagrados deberes de past0r. Al
recordar aquel acto, j cómo olvidar á
105 colombianos que fueron parte á
la reconciliación de la Patria con la
Ig lesia ! Permitidme que, á 105 diez
afias de muerto el Presidente que
ll evó á cabo la transformación y san
ci onó el COl'lcordato, tribute una vez
más, desde este púlpito, homenaje de
respeto y gratitud á su memoria.
LE6N xIII nunca se ha olvidado de
nosotros; y cinco diócesis nuevas,
tres arqu idiócesis, un vicariato apostólico,
y el título, raras veces concedido,
y los honores de Primado de
Colombia otorgados al Arzobispo de
Bogotá, son muestra de su dilección
á esta República, descarriada á veces,
pero católica hasta el alma.
¿ V éis cómo ya los reyes no se
contentan con enviar á sus embaja,
dores, sino que van en persona á rendir
homonaje al Vicario de Cristo?
No son únicamer.te los monarcas católicos;
sun el de Suecia y Noruega,
el de Inglaterra poderosa; dos veces
el Emperador de la vencedora Alema
.. ia. Ni habréis olvidado tampoco
cómo aquella nación puso en manos
de LE6N xur su disputa con ESIJaña
en el asunto de las islas Carolinas;
y cómu, aunque el fallo fue favorable
á ~u rival, lo acató respetuosa, agradeció
la mediación y condecoró con
la más noble de sus cruces al Secretario
de E .tado del Pontífice.
El que, sin conocer la vida y carácter
de LEÓN XIII, me haya segui do
hasta aquí, podrá imaginar, por lo
que he dicho, que fue el Pontífice
egregio cuya muerte estamos deplorando,
político terrenal, adorador del
éxito, adulador de los grandes, despreciador
de los humildes y pequeños.
Todo lo contrario. Papa, quiere
decir padre, y el Obispo de Roma es
Vicario de Cristo, nacido en un pesebre,
enyiajo por Dios, su padre, á
evangelizar á los pobres, hijo adoptivo
de un carpintero, en cuyo taller
trabajó para ganar el pan con el sudor
de la frente; amigo de los niños
y de los humildes y de los pecadores
arrepentidos; elector de sus
apóstoles entre la clase ínfima de la
sociedad judía, muerto en la cruz,
sepultado de limosna; y que no se
presentó en el pretorio de Pilatos y
en el palacio de Herodes, sino llevado
por soldados, en calidad de reo,
con las manos atadas con cordeles.
El sacerdote no puede buscar el tratd
de los reyes, sino para abogar por
los intereses de los súbditos, ni ser
amigo de los grandes sino para servir
á los pequeños.
LEÓN xIII fue el Papa del pueblo.
Su mesa costaba de dos á tres liras
por día y sus limosnas ascendían á
tres millones por año. En los primeros
días de su reinado, conmovido
con la suerte de la heroica é infortunada
Irlanda, le envió no un simple
nuncio sino al eminente Cardenal
Franchi, Secretario de Estado, á que
palpara las necesidades y miserias,
aliviara á los pobres, fortificara á los
débi les, hiciera saber á los católicos
hijos de Erín, que el Papa apoyaba
sus reinvidicaciones y anhelos, pero
rogándoles que se mantuviesen en el
terreno constitucional que su libertador
O'Conell, el egregio, les había
enseñado con palabras y ejemp
los. No hubo en la redondez de la
tierra miseria ni infortunio á que el
Pontífice no acudiese con palabras de
amor y auxilios materiales eficaces.
j Si ni sus mismos enemigos pudieron
librarse de sus efuerzos misericordiosos!
Cuando el ejército italiano sucumbió
en Adua, y cayó prisionero,
casi en su totalidad, en poder del
Rey de Abisinia, LEÓN xIII sinti:>
que eran europe05 en manos de africanos,
católicos, obligados al servicio
militar, en poder de cismátimos,
nativos como él de la Península italiana,
con madres, con hijos, con esposas,
sumidos en hondísimo pesar;
oyó el grito de ] esús crucificado:
Pater domitte z'llis, non em'm sciunt
qzúdfacizmt (14), y escribió al Negus
Menelik aquella carta admirable, palpitante
de emoción y de lástima á
que respondió el abisinio en términos
tan prudentes, justos y elevados, que
se los h ubieran podido envidiar mu~
chos gobernantes europeos.
j Padre Santísimo! No olvidásteis
á hs ?obres negros africanos, hijos
de Adán como los blancos, redimirlos
también con la sangre de Cristo!
Por vuestra iniciativa se suprimió la
esclavitud, el crimen nefando LÍe la
esclavitud, en el Brasil; y se fundó
nueva orden militar en Argelia, la de
los Padre blancos, no para recobrar
el sepulcro del Salvador, sino las almas
que Él rescató con su muerte.
Mas el rasgo dominante de LEON
XIII, en favor del pUf'blo, el que lo
hizo bienhechor por excelencia de las
clases desvalidas, fue su Encíclica
Ruum n01I arzt1n, sobre el tremendo
problema social. No es de este lugar
exponéroslo, y sólo diré que solo dos
medios se habían empleado para desatarlo
; los escritores socialistas desde
su abrigado y elegante gabinete
de esturlio, hacían de memoria cua
elros horripilantes de las miserias populares,
para embravecer las iras
COl'tra las clases elevadas; y los gobiernos
reprimían, á viva fuerza, las
algaradas comunistas, cada año, preparándolas
para que reapareciesen al
siguiente con nuevo, redoblado encarnizamiento.
LEON XIII expuso
sobria y exactamente el problema
por sus dos faces contrapuestas, hizo
justicia á muchos de los reclamos de
obr-:!ros infelices; y no se paró ahí.
Las hermosas palabras son hojas que
se lleva el viento, las frases he{:has
son metal que suena, campana que
retiñe. El Papa señaló el remedio, y
lo puso por obra, por medio del episcopado
y de sociedades imponentes
de católicas. El mal no está extirpado,
pero sí aliviado en mucha parte;
y ",e han enjugado muchas lágrimas,
corregido grandes abusos, calmado
muchos dolores y miserias. j Feliz
LEON XlII, que llegó al Tribunal de
Dios, si desnudo de gradezas terre nales,
vestido de obras buenas y llevando
por credenciales las bendiciones
de miles de obreros, de millares
de familias redimidas!
Si fuera á pintar el cuadro completo
del pontificado que terminó,
apenas estaría en el principio de mi
discurso. Antes que rey, antes que
padre de los pueblos, el Papa es pas tor
de las almas. Las labores que he
descrito fueron lo secundario de su
vida. Y, sin embargo, pasaré casi sin
tocarlas sobre las obras pri ncipales
de LEON XIII. He pretendido caracterizarlo,
y me he detenido sobre
lo menos común en él con sus augustos
predecesores. Lo que dejo sería
asunto de otra oración fúnebre más
rica de materiales que esta imperfectísima
que estoy procurando hacer
ante vosotros.
Ante todo, extendió las fronteras
de la Iglesia, ó mejor dicho, las suprimió
haciendo que se encontrasen
(14) Luc., XXIII, 34,
las del Oriente y el Ocaso al ensancharse
en la redondez del globD. FQr
gestión directa del Papa ante el Shah,
se establecieron cristiandades en la
Persia; penetraron los misioneros,
mediante cartas al Hijo del Sol, al
interior del vasto Imperio de la China,
llegaron á todas las islas de Oceanía,
y siguieron de cerca, en el CGntinente
negro, las huellas de Livi.I:g$tone
y las de Stanley.
Doscientas cincuenta y cuatro sedes
nuevas fundó LEO N XIII en el
mundo durante su reinado; pero su
esfuerzo más noble de propaganda,
fue el de atraer á la unidad
las descarriadas iglesias cristianas de
Oriente. Fundadas por los Apóstoles,
ennoblecidas con sangre de mártires,
ilustradas con los escritos inmortales
de San Atanasio y San Basilio y con
la insuperada elocuencia del Cris6stomo,
cunas de la vida cen0bítica,
perdieron, en mala hora, la savia de
perpetua juventud que sólo la unión
con Roma es poderosa á transmitir,
y se conservan hace diez siglos envejecidas,
fósiles, sin dar un paso adelante,
sin teólogos, sin oradores, sin
misioneros. Dos veces, en siglos anteriores,
se acercaron á la Sede de
Pedro, en los Concilios de Lyon y de
Florencia, y ambas volvieron á separarlas
del centro de la fe, la sutileza
de entendimiento y las desccmfianzas
de carácter propias de los grie~os
degenerados.
Con mejor consejo, LEON XII 1 fue
atrayendo, paso á paso, á poder de
persua.::ión y dulzura, y de la prome¡;
a fielmente cumplida de conservarles
ritos, disciplina y privilegios, grupos
más ó menos importantes de
crist~anos extraviados: griegos, armemos,
coftos, siros y jacobitas. Fáciles
de atender, robustecer é instrliír,
por lo corto de su número, se han
~do agregando unos á otros y son ya
mgente muchedumbre; y la Iglesia
oriental, como tronco centenario decapitado
por la tormel'lta, pero hincado
con nuevas raíces en el sue o virgen
de la montaña, se ha cubierto
de frondosos retoñ'os que ya han p roducido
frescas fiores y dará 1, no muy
tarde, frutos sazonados. Ni ha olvi dado
LEON XII I los demás p ueblos
disidentes. Estableció la jera uía
católica en Escocia, en los p rincipados
del Danubio, en el ]apón,·,ya
fuerte y próspero, auaque recién nacido
á la cultura y adelantos modernos.
¿ N o recordáis la profunda encíclica
á los ingleses, recibida en la
Gran Bretaña con respetuosa admiración?
El que planta no es ,zada, y nada el
que rz'ega, sinlJ todo es Dios que da el
incremento (15). Por eso puso LEON
XII I sus obras de propaganda bajo
el patrocinio .intercesor de los santos,
que en otro tIempo fueron luz de las
naciones, sentadas hoy en tinieblas y
en sombra de muerte. Extendió á
toda la cristiandad el culto de Agustín,
apóstol de Inglaterra; el de Josafat,
oriundo de la que es hoy Rusia
europea y mártir de la fe; de Cirilo
y Metodio, evangelizadores de Moravia,
Bohemia y Bulgaria, y fundadores
de h li~ eratura eslava, tan en
boga hoy por su frescura en el cansado
Occidente. Dio el título y culto
de Doctores de la Iglesia universal á
los dos Cirilos, el de Jerusalén, autor
de las famosas CathecMses, donde están
refutadas de antemano todas las
herejías de los modernos tiempos, y
el Alejandrino, asertor invicto de
la maternidad divina de María; á
Juan el Damasceno, precursor de Santo
Tomás en el método para enseñar
la teología cristiana, y á Beda el Venerable,
gloria de la Gran Bretaña y
uno de los que civilizaron la Europa
meridional, después de las irrupciociones
bárbalas.
La fe, dice San Pablo, viene del
oído; el oído, de la palabra de C,isto
(16) Mas, ¿cómo creerá1un El, si de
El1zada han oído hablar? ¿cóm80irán
hablar de El si no se les predica? y,
¿ cómo habrá predicadores si nadie los
envía? (17). Penetrado de la verdad
de estas palabras del Apóstol, LEÓN
XIII multiplicó el número y la calidad
de los obreros evangélicos. Fundó
en Roma varios nuevos Colegios,
(15) l. Cor., ILI, 7.
(16) Rom, x, I7.
(17) lbid. 14, IS.
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Escuelas y Facultades para la enseitanza
del clero secular; dio sapientísimas
reglas para la dirección de
lc>s Seminarios, y fue decidido amigo,
padre y protector de las órdenes y
congregaciones religiosas. Aquí, en
este recinto, veo dignos representantes
de algunas de esas instituciones
sagradas, tan dignas del respeto y el
amor de toda alma verdaderamente
católica. ¿ Cuáles de entre vosotros
fueron más favorecidos del Pontífice,
cuáles tuvieron en su corazón el primer
puesto ? Si os fuera dado responderme,
todos reclamaríais la preferencia.
Vosotros, que lleváis el nombre
y seguís las reglas del sapíentísimo
Agustín, diríais, cómo LEÓN XlU
dio la primacía á vuestro institator
egregio sobre todos los Santos Padres
de la Iglesi'l; cómo vosotros tuvisteis
en el Palacio Apostólico el
puesto más cercano al Vi~ario de
Cristo, en las funciones más tremen~
das de su ministerio sagrado; cómo
uno de los vuéstros administró el postrero
sacramento al augusto moribundo
y. le abrió las puertas oe la luz
sempiterna. Mas, ¿ qué no podríais
decir, oh hijos de la veneranda religión
de Predicadores del Papa del
Rosario, del que ha hecho oe vue!;tro
Angélico Doctor el oráculo del mundo?
Contábais al santo anciano en el
número de los miembros de vuestra
Orden Ter, era, que él extendió por
todo el mundo, discípulos humildes
del Santo de Asís, del único que tendrá
en su cuerpo, después de la resurrección,
las llagas sacratísimas de e rit o. A los soldados de la Compañía
de Jesús, vanguardia del ejército
de la fe, les devolvió los .. ntiguos
privilegios perdidos por la supresión
y no renovados, como antes, por los
predecesores de LEÓN XIII. Es precis$
ser Papa, dijo un día, para conocer
el valor y la importancia de los
Jesuítas en favor de la causa de Dio,>
y de su Iglesia. Los salesianos, beneméritos
de la caridad entre nosotros,
le atribuyen, con razón, el prodigioso
desarrollo de su incipiente instituto.
( Quién elevó á la gloria de los altares
al humilde sacerdot~ que creó la
congregación de los Hermanos de las
Escuelas Cristianas?
y a tratarse de las labores de
LEÓN XIII, me falta casi todo por
decir. Pero basta: es preciso aprovechar
el corto tiempo de que aún disponemos
para hablar del maestro, del
doctor un:versal. El que e1tseñe, será
llamado grandt'. Los que educa?l m la
justicia á muchos, brillarán como ,strellas
en perp,tuas eternidades. (18)
1 1
Jesús, Verbo de Dios, hecho carne,
es no sólo Redentor del linaje de
Adán, sino luz verdadera que ilumina
á todo hombre que lIime á este
",zmdfl (19).
Al tonstituír á San Pedro Jefe de
la Iglesia no sólo le confió el cuidado
de apacentar la grey, sino el de confirmar
en la fe á sus hermanos (20).
Antes de subir al cielo, dio, como
postrera recomendación, al Pastor supremo
y á los pastores secundarios,
la que en estas palabras se contiene:
Predicad el E'l'angelio á toda criatura
(21).
El sucesor de Pedlo es infalible en
su enseñanza. Así lo dice la Escritura;
así 10 definió el sacro Concilio del
Vaticano. Mas esta prerrogativa no
se extiende á que Dios inspire al
Papa en la elección de los asuntos, ni
en la forma que dé á sus enseñanzas.
Se limita á preservar al Pontífice sumo
de cualquier error, "cuando hablando
ex catludra, esto es: desempeñando
para con todos los cristianos sus
oficios de pastor y de doctor, con su
autoridad apostólica suprema, define
que alguna doctrina relativa á la fe ó
á las costumbres debe de ser creída
por la Iglesia universal" (22). Fuera
de la inmunidad de todo yerro, los
documentos emanados de la Sede
Romana, llevan el sello del talento, la
ciencia, la discreción, la caridad de
cada uno de los vicarios de Nuestro
Señor Jesucristo.
En LEÓN XIII podemos, pues,
t!~l
20]
21)
:n]
,
Dan. xII, 3.
Joan., I, 9 . .
Luc., XXII, 32.
Marc., xv, 15.
Conc. V. tic., Sess., lV,