En su autobiografía, Gabriel García Márquez dijo que «la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla». Relatar la vida desde el presente es una trampa de la memoria en la que el tiempo y los aprendizajes cambian la forma en la que se observa el pasado. Esta es una premisa que aplica para las autobiografías, las cuales podrían leerse como historias o versiones únicas.
De ahí que en¡Levántate mulato! Por mi raza hablará el espíritu, un texto en el que Manuel recreó su vida de manera autobiográfica, él narre sus experiencias, viajes y pensamientos con un lente particular. A partir de textos de ficción y de no ficción, en esta sección rastrearemos algunos indicios del nacimiento de su lucha por reconocer, divulgar y demandar los derechos de los negros luego de su viaje a Estados Unidos.
Las experiencias narradas en tiempo real, desde las vivencias en Estados Unidos consignadas en He visto la noche, la rememoración de estos mismos hechos después de más experiencias y desarrollo intelectual, en su autobiografía ¡Levántate mulato!, y la crítica social desde el teatro, en Hotel de vagabundos —una obra inspirada en los personajes y las situaciones que conoció en algunos hoteles mientras se rebuscaba la vida—, guiarán el camino hacia el nacimiento de la furia negra de Zapata.
Como semillas que llegan a tierra fértil, las preguntas por la identidad y los motivos para combatir germinaron en Manuel. Sus viajes lo llevaron a cultivar experiencias, amistades y referentes. Desde sus primeras estancias en Bogotá, pasando por los caminos recorridos a pie en Centroamérica, por el maltrato y a la vez la hermandad que vivió en Estados Unidos, hasta llegar a su vida académica e intelectual en Colombia, Manuel Zapata fue resolviendo las inquietudes por su identidad, por el lugar y la forma en que habitaba el mundo.
Muy joven decidió emprender un viaje que lo llevó a conocer los Estados Unidos de la posguerra, en medio de un contexto marcado por la tensión alrededor de las leyes de segregación racial Jim Crow. Allí, Manuel vivió la exclusión y la diferencia en carne propia, no solo como un negro en Estados Unidos, sino como un mestizo, un inmigrante y un latino.
A los 27 años llegó a Los Ángeles, contaba con el dinero de la venta de su máquina de escribir y algunos elementos quirúrgicos. Iba sentado en uno de los puestos traseros de un bus, los asientos designados para los negros. En ese momento, después de cruzar la «línea de color» que demarcaba la ley de Estados Unidos, escribe en ¡Levántate mulato!: «murió el vagabundo y nació el combatiente por la igualdad de los hombres cualquiera que fuese el color de su piel».
Los Ángeles, Chicago, Nueva York, Atlanta y Nueva Orleans fueron algunas de las ciudades que Manuel visitó en su recorrido. En cada una, su etnia, color y origen fueron elementos fundamentales que determinaron el trato de los demás hacia él, despertando así una consciencia sobre su identidad.
Contextos hostiles, leyes discriminatorias y malos tratos fueron algunos de los disparadores de su espíritu combatiente. Pero con la discriminación también fue testigo de la unión de ese pueblo de afroamericanos que resistió mediante la protesta, el arte y la cultura; ese pueblo que renació en Harlem desde el blues y la poesía, que escaló montañas y rompió barreras para mantener la cabeza en alto y defender su identidad.
De a poco, y con experiencias acumuladas en diferentes lugares de América, floreció en Manuel una meta y una vocación que ejecutó a lo largo de su vida: trabajar por el reconocimiento de los derechos de todas las personas, en especial de hombres, mujeres, niños y niñas que son discriminados por su color de piel. Y, en el proceso, se preguntó por su esencia y por el lugar que habitaba, al tiempo que compartió sus respuestas con otros. Así, su vida se fue convirtiendo en un legado de lucha, de furia negra.