Al llegar a Bogotá, Manuel Zapata Olivella vivió entre estudiantes y personajes de la calle. Viajó desde Córdoba para estudiar en la Universidad Nacional y se hospedó en la casa de su tío. Este, por persecuciones políticas, emigró y compró un billar en la calle 10, en pleno centro de la ciudad.
Como estudiante de Medicina y administrador en el billar, Manuel conoció la situación de los excluidos; prostitutas, homosexuales y vagabundos que le contaban sus historias de la noche. A partir de esas conversaciones, creó los personajes y situaciones de su novela LaCalle 10, que da cuenta y critica la situación de la época. Ambientada en el Bogotazo, la novela narra realidades desconocidas para muchos y deja ver la pobreza, desigualdad y miseria que Manuel conoció en la ciudad.
En Bogotá no solo vio y escuchó a los otros. Él también era uno de los diferentes. Conviviendo con los capitalinos, Manuel se dio cuenta que su raza, su color y la textura de su pelo lo hacían extraño. El reducido número de estudiantes negros en sus clases elevaba barreras invisibles en el entorno académico, mientras que en la calle sentía las miradas de familias y niños que lo observaban con extrañeza. Esa sorpresa que generaba su figura mostraba los prejuicios de una ciudad en la que la sangre negra e india, evidente en su apariencia, resultaba una no siempre grata novedad.
En el billar, en la universidad, entre los compañeros cronistas de periódicos e intelectuales —poetas, pintores, dramaturgos novelistas— yo era el «negro». La connotación primaria recogía el sentimiento de aprecio, el acento un tanto cariñoso que suele tener este apelativo en la Costa. Un poco de misericordia y un tanto de desdén. Paulatinamente fui calibrando que el vocablo también constituía una barrera.
Al llegar a la capital, Manuel y su hermana Delia se enfrentaron a su propia identidad. Conocieron negros y mestizos de otras partes de Colombia y, a través de la academia, tuvieron acceso a documentos y noticias sobre los movimientos políticos y sociales por la reivindicación de los derechos civiles de los negros que estaban teniendo lugar en otras partes del mundo.
Ser afro y pobre parecían elementos de una misma ecuación que daba como resultado rechazo y olvido; no solo por parte de otros individuos, sino también de la nación en ámbitos políticos y culturales. Delia y Manuel fueron construyendo su sentido de ser en oposición a ello; los hermanos no respondían al imaginario popular del negro sin intelecto o el indio ladrón. Su identidad, que derrumbaba los estereotipos populares, se convirtió en ventaja y motor de sus iniciativas.
La suma de vivencias compartidas con compañeros del norte del Cauca y del Pacífico dio como resultado la primera celebración del Día del Negro en Colombia. El 20 de junio de 1943, un grupo no muy grande de estudiantes «del color de la noche» se reunió para apoyar las protestas por el linchamiento de obreros negros en Chicago, y para celebrar con música y poesía la identidad negra en Colombia. Así cuenta Natanel Diaz, estudiante y organizador de la celebración, el itinerario propuesto para ese día en el periódico El Tiempo.
Consagraremos algunas horas a pensar —en círculo fraternal— en todos los hombres negros de Colombia y del mundo. Celebraremos nuestra fiesta sencilla y cordialmente. Recitará uno de nosotros varios poemas de Candelario Obeso y Jorge Artel: leeremos un capítulo de la novela Sangre negra de Richard Wright; escucharemos varios discos de Marian Anderson; guardaremos un minuto de silencio en honor de Washington Carver, el más grande sabio norteamericano y luego… luego bailaremos cumbia, tocaremos maracas y gozaremos de nuestra alegría negra.
El negro anglosajón, el negro africano y el negro colombiano se escucharon a través de melodías en la sala de música de la Biblioteca Nacional, y de poesías en los cafés del centro y la plaza de Bolívar. Se mezcló el tambor y la cumbia con el blues y el jazz, la tradición literaria de Estados Unidos con Candelario Obeso y Jorge Artel. Se cuestionó el lugar del negro en la política y se evidenció su identidad africana y mestiza.
Días después de la celebración, se fundó el Club Negro de Colombia, en el que Manuel participó como Secretario General. Este club, que buscaba hacer de Bogotá un hogar para los negros colombianos, fue uno de los primeros intentos de organización y agrupación entre hermanos afrodescendientes. Uno de los primeros intentos de Manuel por evidenciar la cultura e identidad negra.
Desde entonces, las luchas de Manuel serían en ámbitos culturales, académicos y políticos; siempre compartidas con otros, alimentadas por las experiencias de otros y contadas de forma biográfica, periodística o a partir de la ficción en sus escritos.