Antes del siglo XIX la luz eléctrica era algo casi inimagibale. La mayoría de las personas, principalmente en ciudades, se valían de velas para iluminar sus noches.
Una figura misteriosa se mueve en la noche. Entre los oscuros pasillos de un castillo medieval camina alguien que escuchó un ruido. Un erudito trasnocha estudiando pergaminos antiguos. Una pareja comparte un plato de comida mientras se miran a los ojos. ¿Que tienen todas estas escenas en común?
Señor Blanco con el candelabro en la cocina
Las velas han sido objetos que han acompañado a la humanidad desde hace siglos. Las primeras evidencias de uso de velas pueden irse tan atrás como el siglo séptimo antes de cristo. No es de extrañarnos que las velas también aparezcan en la literatura, para iluminar las noches de los personajes, para acompañar una cena romántica o para facilitar la lectura en la oscuridad.
En este libro, escrito por Edgar Wallace, las velas tienen un papel un poco más protagónico. Se trata de una pequeña novela policiaca, muy al mejor estilo de Sherlock Holmes (transcurre también en Inglaterra), en la que una de las principales pistas es una vela:
"Y allí, en el centro de la alfombra, encontró algo que le llamó la atención: una velita doblada y retorcida, exactamente como las que ponen los niños en los árboles de Navidad."
