Lentitud: rodar por la ciudad
Caminar sin rumbo fijo, deambular, flotar entre calles, observar los detalles que el apuro borra: habitar la ciudad es reconocer también la esquiva lentitud. Es el andar del flâneur, del nómada urbano, del que recorre sin destino para abrirse al asombro. Contemplar la ciudad es detener el tiempo, es permitir que el espacio nos hable, que el cuerpo sienta. La lentitud no es demora, es profundidad; es una forma de recuperar el presente, de reconectar con eso otro a lo que nos invita la ciudad, con la memoria de sus calles, con la posibilidad de imaginar en sus aceras. En el caminar pausado se revelan formas de habitar más suaves, más sensibles y más extrañas para el citadino promedio.