En la ciudad no solo habitan los seres humanos. También la recorren, la sobrevuelan y la escuchan otros cuerpos, como las aves, que trazan sus propios ritmos entre el concreto y los cables. Algunas se adaptan al bullicio, a la velocidad, al trajín humano; otras permanecen ajenas, marcando tiempos distintos, más ligados al sol, al viento, al silencio. Si uno se detiene, puede verlas posarse sobre un semáforo, cantar sobre el ruido del tráfico, compartir el mismo espacio desde una lógica distinta. Su presencia nos recuerda que la ciudad es un territorio compartido y que existen otras formas de habitar, de moverse, de estar. Ritmos alados que nos invitan a mirar hacia arriba y a escuchar con más atención.

"En la Moneda
de pie estatua de allende
y un perro fiel
Hora de almuerzo
conociendo el Mercado
¡Pobres centollas!
Un gorrioncito
en Cerro San Cristóbal
junto a mi sombra."
Este poemario invita a la quietud, a admirar las nubes, el paso lento del tiempo y el viento, elementos que parecen arrebatados por el frenesí de la ciudad.