La ciudad invencible
Ya no es mi cumpleaños. Las primeras horas de la nueva edad se deshacen, caen como la lluvia de papel picado que ahora tiro por la ventana. Falló la gravedad, dice Baigorria. O podría haberlo dicho. Los papeles flotan, brillantes en el aire nocturno, y se alejan hacia la iglesia Guadalupe. Un viento silencioso los empuja. Los aviones que bajan rumbo a Aeroparque perforan las nubes con su luz. Por un momento creo ver una claridad a lo lejos, donde imagino el río. ¿Amanece? Alguna vez, desde Colonia, pensé que las luces en el horizonte eran el resplandor de un gigantesco incendio. De arriba, Scalabrini es una franja negra y vacía por la que de vez en cuando pasa algún taxi. Los semáforos indiferentes siguen cambiando de color. El Varela Varelita, apagado y con la cortina baja, se ve diminuto y anacrónico con sus molduras art decó. Parece ahogado entre tanto edificio. Respiro: catorce pisos sobre la avenida pero aún dentro de Buenos Aires, que también existe hacia arriba, en su cielo de cúpulas y luces artificiales.