La periodista Renata Rincón pasa de Teusaquillo hasta el barrio Álamos, pasando por el centro histórico de Bogotá, para recordar diferentes dinámicas de la cotidianidad de los rockeros a mediados de esa década:

Tengo esos recuerdos de las camisetas de Sepultura, el recuerdo de ir a la octava con octava a comprar las botas punteras: que si era plataforma sencilla, doble y la puntera, tenía que ser puntera, y me acuerdo mucho de unas botas grises, como de cuero gris pero como gamuza, y recuerdo a mi padre decir: cuando yo tuve dos niñas lo último que me imaginé es que fueran a terminar con esas botas punteras, esos son mis recuerdos de Teusaquillo, Barrio Armenia y de Álamos Norte…

Gloria Pedraza se suma a este recorrido para hablar de su relación con el rock y con la ciudad, que se fue transformando al tiempo que descubría nuevas músicas, nuevas estéticas y una Bogotá que hasta ese momento le era ajena:

En La Soledad hubo un sitio muy chévere, que también fue una escena de rock importante para mí, que fue La Bodega, sobre la carrera 19 con calle 39 A, y fue un lugar escondido y entonces ahí se presentaban bandas alternativas y combinaban con salsa, era un bar de rock pesadito y salsa, allá era otra vestimenta, allá uno tenía que ir jeans de pronto esqueletico para poder combinar la bailada de salsa con el rock.

El destino final de este recorrido por Bogotá es un lugar que tiene aire de leyenda entre los rockeros de mayor aguante. El periodista y programador de festivales, Chucky García, lo describe de manera hilarante para concluir con un fresco nocturno de esta ciudad rockera:

… me acuerdo sobre todo de esa época de un roto que se llamaba Púrpura, que lo administraba un man que le decían El Mono, estaba en la caracas con 65 una vaina así… abrían a las 12 de la noche, uno ahí en la caracas, un ambiente pero así, una calentura, pero incluso con lo caliente que era la caracas en esa época, me sentía más seguro ahí; cuando entraba uno a ese bar, cogía unas escaleras y llegaba al segundo piso… ahí le podían pasar tres cosas: o le robaban la chaqueta o le robaban la pola o le robaban la novia…

El recorrido comienza en la localidad Antonio Nariño, con un recuerdo de Andrés Urueta sobre la coexistencia y convivencia de los aficionados al rock y el rap:

En el rock y el rap en la Media Torta fue la primera vez que vi a Kraken, Estilo Bajo, Gotas de Rap, La Etnia, y había mucha rivalidad [entre los rockeros y los raperos], muchas cosas han cambiado, pero todo eso hace parte de la construcción de la ciudad… ese día se dieron puños, y hoy vemos que en la misma ciudad convivimos todos…

La siguiente parada es Suba, una localidad de corazón metalero. La circulación de casetes de mano en mano hizo que muchas bandas y artistas se popularizaran; otros eran guardados con recelo y cierto egoísmo vanidoso por algunos aficionados. Rocío Caro explica en qué consiste el término «caspear», usado por estos coleccionistas en el momento de compartir su música:

… el termino lo empezaron a adoptar mucho los metaleros, pero es más de la escena punk, y era como mostrar a muchas personas una banda casi que exclusiva, uno decía le voy a mostrar esta banda, pero no se lo vaya a caspear con tal persona que no merece escuchar esto… era como no esto es solo para nosotros que somos los duros y los iniciados, algo así…

Ahora, en la localidad de Chapinero, Rodrigo Mancera, guitarrista de la banda Morfonia, cuenta su recuerdo sobre la estética de los bares alternativos de Bogotá a mediados de los noventa:

Realmente no eran muy adornados, era más como era el lugar, una tienda con mesas y sillas y ya, y los bares de Chapinero también, los bares alternativos, realmente no tenían mucho decorado…el primer bar en donde tocó Morfonia se llamaba Sátiro Bar, y era una casa de tres pisos, era una casa sin muebles, así de sencillo, no tenía decorado…luces, si.